MÚSICA PARA CAMALEONES - Truman Capote

52


El doctor Bentsen llevaba gruesos calcetines negros con ligas, que nunca se quitaba mientras " hacia el amor"; ahora, mientras enfundaba sus piernas con ligas en unos pantalones de sarga azul con los fondillos brillantes, dijo:
-- Vamos a ver. Mañana es martes . El miércoles es nuestro aniversario...

-- ¿ Nuestro aniversario ?
-- ! El de Thelma! Nuestro vigésimo . Quiero llevarla a ... Dime, ¿ cual es ahora el mejor restaurante por aquí?
-- ¿ Y que importa? Es muy pequeño y elegante , y el dueño jamás te daría mesa.

Su falta de sentido del humor se confirmó:

-- Esa es una afirmación muy extraña. ¿ Qué quieres decir con que no me daría mesa?
--Exactamente lo que he dicho. No hay más que mirarte para darse cuenta de que tienes pelos en los talones. Ese es uno de ellos.
El doctor Bentsen estaba al tanto de su costumbre de emplear jerga poco familiar, y había aprendido a simular que comprendía su significado; él se encontraba tan fuera del ambiente de ella como ella del suyo, pero la veleidosa flaqueza de su carácter no le permitía reconocerlo.

-- Bueno, entonces -- dijo él --, ¿ está bien el viernes ?
¿ Sobre las cinco?
Ella le dijo:
-- No, gracias --él se estaba haciendo el nudo de la corbata y se detuvo; ella seguía echada en la cama, destapada, desnuda; Fred cantaba By Myself --. No, gracias querido doctor B. Creo que nunca más nos veremos aquí.

Ella notó que se había alarmado.

Musica para camaleones - Truman Capote
 
53


Claro que la echaría de menos: era hermosa, considerada, nunca le molestaba que él le pidiera dinero. El se arrodilló junto a la cama y le acarició el pecho. Ella observó un helado bigote de sudor en su labio superior.
-- ¿ Qué pasa? ¿Drogas? ¿Alcohol?

Ella se rió y dijo:
-- Lo único que bebo es vino blanco, y no mucho. No, amigo mío. Es sencillamente, que tienes pelos en los talones.
Como muchos analistas, el doctor Bentsen tenía una mentalidad enteramente literal; sólo por un instante, ella pensó que iba a quitarse los calcetines y a examinarse los pies. En forma grosera, como un niño, dijo:
-- Yo no tengo pelos en los talones.
--Oh, si, los tienes. Como un caballo. Todos los caballos ordinarios tienen pelos en los talones. Los puras sangres, no. Los talones de los caballos de buena casta son lisos y relucientes. Da recuerdos a Thelma.

-- Sabidilla. ¿ El viernes?

El disco de Fred Astaire se acabó. Ella bebió el resto del vino.
-- Quizá. Te llamaré -- dijo ella.
Pero no lo llamó, y no volvió a verlo salvo una vez, después , cuando se sentó en una banqueta vecina a la suya en La Grenouille; comía con Mary Rhinelander , y le divirtió ver que la señora Rhinelander firmaba la cuenta.

La amenazada nieve ya caía cuando volvió, a pie otra vez, a la casa de Beekman Place. La puerta de entrada estaba pintada d amarillo pálido y tenía un llamador de bronce en forma de garra de león.
Anna, una de las cuatro irlandesas que administraban la casa, abrió la puerta y le notificó que los niños, agotados por una tarde de patinaje sobre hielo en el Rockefeller Center, ya habían cenado y los habían acostado.

Musica para camaleones - Truman Capote
 
54


Gracias a Dios. Ya no tendría que pasar por media hora de juegos y de contar cuentos y de dar besos de buenas noches con que habitualmente se concluía la jornada de sus hijos; quizá no fuese una madre cariñosa, pero sí meticulosa, igual que lo había sido su propia madre. Eran las siete, y su marido había telefoneado diciendo que estaría en casa a las siete y media ; a las ocho tenían que ir a cenar con los Sylvester Hale, unos amigos de San Francisco. Se bañó, se perfumó para borrar recuerdos del doctor Bentsen, volvió a ponerse maquillaje, del que llevaba muy escasa cantidad, y se vistió con un caftán de seda gris y sandalias de seda del mismo color con hebillas de perlas.

Cuando oyó los pasos de su marido por las escaleras se colocó junto a la chimenea de la biblioteca, en el segundo piso. Adoptó una postura llena de gracia, seductora, como la habitación misma, una insólita estancia octagonal con paredes barnizadas de color canela, el suelo esmaltado de amarillo, estanterías de cobre ( idea tomada de Billy Baldwin), dos enormes matas de orquídeas pardas situadas en jarrones chinos de color ambarino, un caballo de Marino Marini erguido en un rincón , unos Mares del Sur de Gauguin sobre la repisa de la chimenea y un fuego frágil palpitando en el hogar. Las ventanas del balcon ofrecían el panorama de un jardín en sombras, nieve llevada por el viento, y remolcadores iluminados flotando como faroles en el río Este.

Frente a la chimenea, había un voluptuoso sofá tapizado en terciopelo de angora, y delante de él, sobre una mesa encerada con el amarillo del suelo, reposaba un cubo de plata lleno de hielo; y embutida en el cubo, una botella rebosante de rojo vodka ruso aderezado con pimienta.


Musica para camaleones - Truman Capote
 
55


Su marido titubeó en el umbral , y asintió hacia ella en forma aprobatoria: era uno de esos hombres que verdaderamente apreciaban el aspecto de una mujer, que con una mirada captaban el ambiente en su integridad. Valía la pena vestirse para él, y ésa era una de las razones menores por las que lo amaba. Otra, más importante, era que se parecía a su padre, la persona que había sido, y por siempre sería, el hombre de su vida; su padre se había pegado un tiro, aunque jamás supo nadie por qué, pues era un caballero de discreción poco menos que anormal.
Antes de que eso pasara, ella había roto tres compromisos, pero dos meses después de la muerte de su padre conoció a George, y se casó con él porque en presencia y modales se aproximaba a su gran amor perdido.

Avanzó para encontrarse con su marido en medio de la habitación. Lo besó en la mejilla, y la carne que tocaron sus labios parecía tan fría como los copos de nieve en la ventana. Era un hombre alto, irlandés , de pelo negro y ojos verdes, y guapo aun cuando últimamente hubiese ganado bastante peso y también un poco de papada.
Desprendía una vitalidad superficial; hombres y mujeres por igual se sentían atraídos hacia él sólo por eso. Si se le observaba de cerca, sin embargo, notaba uno cierta fatiga secreta, una falta de auténtico optimismo. Su mujer se daba exacta cuenta de ello, y ¿por que no? Ella era la causa principal.

Ella le dijo:
-- Hace un noche tan horrible, y pareces tan cansado..Quedémonos en casa y cenemos junto al fuego.
-- ¿ De verdad, querida... mo te importaría ? Me parece que es hacer un desprecio a los Hale, aunque ella sea una gilipollas.
-- ! George ! No digas esa palabra. Sabes que la odio.
--Lo siento -- dijo él; y lo sentía. Siempre tenía cuidado de no ofenderla , al igual que ella tenía la misma atención para con él: consecuencia de la paz que los mantenía juntos y, al mismo tiempo, separados.

Musica para camaleones - Truman Capote
 
56


-- Los llamaré y les diré que has cogido un resfriado.
-- Bueno, no sería mentira . Creo que lo he pillado.
Mientras ella llamaba a los Hale y daba órdenes a Anna para que dentro de una hora les sirvieran la cena, sopa y soufflé, engulló él una sorprendente dosis del vodka escarlata y sintió que se le encendía un fuego en el estómago ; antes de que su mujer volviera, se sirvió un respetable trago y se tumbó cuan largo era en el sofá. Ella se arrodilló en el suelo, le quitó los zapatos y empezó a darle masajes en los pies: " Dios sabe que él no tiene pelos en los talones."

El gruñó:
--Humm.. Que bien sienta eso.
--Te quiero, George.
--Yo tambien te quiero.

Ella pensó en poner un disco, pero no, el rumor del fuego era lo único que necesitaba la habitación.
-- ¿ George ?
--Si, querida.
--¿ En qué estás pensado?
-- En una mujer llamada Ivory Hunter.
-- ¿ De veras conoces a alguien que se llame Ivory Hunter?
-- Bueno. Ese era su nombre artístico. Había sido bailarina de variedades.

Ella se echó a reir.
-- ¿ Qué es eso ¿ Parte de tus aventuras de Facultad?
-- Yo no la conocí. Solo oí hablar de ella en una ocasión. Fue al verano siguiente de licenciarme en Yale.
Cerró los ojos y apuró el vodka.

Musica para camaleones - Truman Capote
 
57


-- El verano que hice auto-stop por Nuevo Méjico y California. ¿ Recuerdas? Cuando me rompieron la nariz.
En una pelea de taberna en Needles, California. -- A ella le gustaba su nariz partida, que difuminaba la extrema gentileza de su rostro; él habló una vez de que se la partieran de nuevo para que pudiesen arreglársela, pero ella le quitó la idea --. Fue a principios de septiembre, y ésa siempre ha sido la época más calurosa del año en el Sur de California; más de cien grados todos los días.

Debería haber comprado un billete de autobús, al menos para cruzar el desierto. Pero, como un loco, me metí en el Mojave, cargado con un petate de cincuenta libras y sudando hasta quedarme sin gota. Juraría que hacía ciento cincuenta grados a la sombra. Sólo que no había sombra alguna. Nada sino arena y mezquite y aquel hirviente cielo azul. Una vez pasó un camión grande, pero no me paró.
Lo único que hizo fue matar a una serpiente de cascabel que reptaba por la carretera.

No dejaba de pensar que en alguna parte tenía que aparecer algo. Un garaje. De cuando en cuando pasaban coches, pero bien podría haber sido invisible. Empecé a compadecerme de mi mismo, a comprender lo que significaba estar desamparado, y a entender por qué es bueno que los budistas envíen a mendigar a los monjes jóvenes. Es purificante. Arranca esa última capa de grasa infantil.

Y entonces me encontré a míster Schmidt. Pensé que acaso fuera un espejismo. Un viejo de pelo blanco a eso de un cuarto de milla carretera arriba. Estaba erguido en la cuneta, con oleadas de calor agitándose a su alrededor.
Al acercarme, vi que llevaba un bastón y gafas oscuras, e iba vestido como si fuese a la iglesia: traje blanco, camisa blanca, corbata negra, zapatos negros.


Musica para camaleones - Truman Capote
 
58


Sin mirarme, y aun a cierta distancia, gritó:
-- Me llamo George Schmidt.
Yo le dije:
--Si. Buenas tardes, señor.
El me preguntó:
-- ¿ Son tardes ?
--Las tres pasadas.

-- Entonces, debo estar aquí de pie desde hace dos horas, o más. ¿ Le importaría decirme dónde estoy?
--En el desierto de Mojave. A unas dieciocho millas al oeste de Needles.
-- Figurese -- esplicó --. Dejar a un ciego de setenta años perdido y solo en el desierto. con diez dólares en el bolsillo y ni un billete más que me pertenezca. Las mujeres son como las moscas: se instalan en azúcar o en mierda. No digo yo que sea azúcar, pero estoy seguro de que ella se ha plantado ahora en la mierda. Me llamo George Schmidt.

Yo repuse:
--Si, señor, ya me lo ha dicho. Yo soy George Whitelaw.

Quería saber a donde iba yo y qué estaba haciendo allí, y cuando le dije que hacía auto-stop y me dirigía a Nueva York, me preguntó si quería cogerlo de la mano y ayudarle durante un trecho, quizá hasta encontrar a alguien que nos llevara. Me he olvidado de mencionar
que tenia acento alemán y era extraordinariamente robusto, casi gordo ; parecía como si se hubiera pasado toda la vida tumbado en una hamaca. Pero cuando le tomé la mano , sentí su dureza, su enorme fuerza. Uno no querría un par de manos como ésas en torno a su garganta. Dijo:

--Si, tengo manos fuertes. He trabajado de masajista durante cincuenta años, los doce últimos en Palm Springs.
¿ Tiene usted un poco de agua?


Musica para camaleones - Truman Capote
 
Última edición por un moderador:
59


Le di mi cantimplora, que aún estaba medio llena, y añadío:

-- Me dejó aquí, sin una gota siquiera de agua. Todo el asunto me pilló de sorpresa. Aunque no puedo decir que debiera sorprenderme, conociendo bien a Ivory, como la conocía . Es mi mujer. Se llama Ivory Hunter. Era bailarina de cabaret. Actuó en la Feria Mundial de Chicago, en 1932, y podría haberse convertido en estrella de no haber sido por esa Sally Rand. Ivory inventó la cosa esa de la danza del abanico y la tal Rand se lo robó. Eso decía Ivory. Nada más que otra de sus mentiras , probablemente .
! Eh, eh ! Cuidado con esa cascabel, está por ahí, en alguna parte , la oigo silbar. Hay dos cosas que me dan verdadero miedo. Las serpientes y las mujeres.
Tienen mucho en común. Algo que tienen en común es : lo último que se les muere es la parte de abajo.

Pasaron un par de coches y yo extendí el pulgar mientras el viejo trataba de pararlos haciendes señas, pero debíamos tener un aspecto demasiado raro: un sucio muchacho con vaqueros y un viejo gordo y ciego vestido con sus mejores ropas de ciudad. Creo que aún estaríamos allí si no hubiera sido por aquel camionero. Un mejicano.
Estaba aparcado junto a la carretera, arreglando una rueda. El sabía decir cuatro cosas en tejano- mejicano, todo palabrotas, peor aún recordaba yo mucho español del verano que pasé con tío Alvin en Cuba.
Así que el mejicano me dijo que iba de camino a El Paso, y que si ésa era nuestra dirección , seriamos bienvenidos a bordo.

Pero mister Schmidt no estaba muy convencido. Prácticamente tuve que meterlo a rastras en la cabina de cola.
Odio a los mejicanos. No he conocido nunca a un mejicano que me gustase. Si no fuera por un mejicano ...

El solo con diecinueve años y ella, diría que .., afirmaría que por el tacto de su piel , Ivory ya pasa de los sesenta.
Cuando me casé con ella, hace un par de años , dijo que tenía cincuenta y dos.
Mire, yo vivía en ese campamento de remolques de la autopista 111. Uno de esos campamentos de remolques que están a medio camino de Palm Springs y Cathedral City.


Musica para camaleones - Truman Capote
 
60


!Cathedral City! Vaya nombre para una pocilga donde no hay sino burdeles y salones de billar y bares de maricones. Lo único que puede decirse en su favor es que allí vive Bing Crosby. Si es que eso significa algo. En cualquier caso, en el remolque vecino al mío vive mi amiga Hulga. Desde que murió mi mujer -- el mismo día que murió Hitler --, Hulga me ha estado llevando a trabajar; trabaja de camarera en el club judío del que soy masajista. Todos los camareros y camareras del club son alemanes grandes y rubios. A los judíos les gusta ; en realidad , no los dejan parar.
De manera que un día me dice Hulga que la va a visitar una prima suya. Ivory Hunter. He olvidado su nombre auténtico, está en el certificado de matrimonio, pero no lo recuerdo . Había tenido unos tres maridos; probablemente , ni se acordaba de su nombre de pila. De todos modos , Hulga me dijo que su prima Ivory, fue bailarina famosa en otro tiempo, pero que ahora acababa de salir del hospital y de perder a su ultimo marido por haberse pasado un año en la clínica con tuberculosis .
Por eso es por lo que Hulga la invitó a Palm Springs. Por el aire. Además, no tenia sitio alguno a donde ir.

La primera noche que estuvo allí, Hulga me invitó a su casa, y su prima me gustó inmediatamente; no hablamos mucho, escuchamos la radio, sobre todo, pero Ivory me gustó.
Tenía una voz realmente bonita, muy lenta y suave, se asemejaba a la que deberían tener las enfermeras; dijo que no fumaba ni bebía y que era miembro de la Iglesia De Dios, lo mismo que yo. Después , fui casi todas las noches a casa de Hulga.

Musica para camaleones - Truman Capote
 
61


George encendió un cigarrillo, y su mujer le sirvió otro vasito de vodka aderezado con pimienta. Para su sorpresa, se sirvió otro para ella. Una serie de cosas en la narración de su marido había acelerado su ansiedad, constante, aunque por lo general amortiguada con Librium; no podía imaginarse adonde lo llevarían sus recuerdos, pero si sabía que existía una meta, porque George raras veces divagaba.
Se licenció con el tercer puesto de su clase en la Facultad de Derecho de Yale, nunca ejerció la abogacía , pero aventajó a toda su promoción de la Escuela de Comercio de Harvard; en la última década le habían ofrecido un cargo en el gabinete presidencial y una embajada en Inglaterra o Francia o en cualquier parte que quisiera.

Sin embargo, lo que a ella le había hecho sentir la necesidad del vodka rojo, un juguete de rubí brillando a la Luz del fuego, era la inquietante forma en que George Whitelaw se había convertido en míster Schmidt; su marido era un mimo excepcional. Podía imitar a algunos de sus amigos con irritante precisión. pero aquello no era mímica normal; parecía en trance: un hombre fijado en la mente de otro hombre.

-- Yo tenía un viejo Chevy que nadie había conducido desde la muerte de mi mujer. Pero Ivory lo mandó poner a punto, y muy pronto ya no era Hulga quien me llevaba a trabajar y volvía a traerme a casa, sino Ivory. Al pensarlo, comprendo que todo fue una maquinación entre Hulga e Ivory, pero entonces no até cabos.

Todo el mundo del parque de remolques y todo aquel que la conocía, decían que era una mujer muy hermosa, con grandes ojos azules y piernas bonita.
Me figuraba que era pura bondad, la iglesia de Dios ..., suponía que por eso era por lo que se pasaba las noches haciendo la cena y cuidando la casa para un viejo ciego.

Musica para camaleones - Truman Capote
 
62


Una vez estábamos escuchando el Hit- Parade en la radio , me besó y me pasó la mano por la pierna. En seguida empezamos a hacerlo dos veces al día: una antes de desayunar y otra antes de cenar, y yo con sesenta y nueve años.

Ella arrojó su vodka a la chimenea, una rociada que hizo crecer y sisear las llamas; pero fue una protesta inútil: a míster Schmidt no podían hacérsele reproches.

Pasó exactamente un mes desde el día que la conocí al día que me casé con ella. No cambió mucho, me daba bien de comer, siempre tenía interés en oír cosas de los judíos del club, y fui yo quien redujo la sexualidad, bastante, por la presión sanguínea y todo eso.
Pero ella nunca se quejó. Recitabamos la Biblia juntos, y todas las noches ella leía revistas en voz alta, buenas revistas, como Reader's
Digest y The Saturday Evening Post, hasta que me quedaba dormido. Siempre decía que esperaba morirse antes que yo, porque se le partiría el corazón y quedaría desamparada. Era cierto que no tenía mucho que dejarle.
Ningún seguro, sólo algunos ahorros en el banco que convertí en una cuenta conjunta, además de poner el remolque a su nombre. No, no puedo decir que hubiera una mala palabra entre nosotros hasta que se peleó con Hulga.

Durante mucho tiempo no supe por qué se habían enfadado. Lo único que sabía era que ya no se hablaban más la una con la otra, y cuando le pregunté a Ivory lo que pasaba , me contestó : " Nada" Por lo que a ella concernía , no había tenido ningún distanciamiento con Hulga. " Pero ya sabes como bebe". Eso era verdad.


Musica para camaleones - Truman Capote
 
Última edición por un moderador:
63


Bueno, como le he dicho, Hulga era camarera del club, y un día irrumpió en la sala de masaje . Yo tenia un cliente encima de la mesa, y ahí estaba, despatarrado y con el culo al aire, pero a ella le importaba un bledo: olía como una fabrica de Four Roses. Apenas podía tenerse en pie.
Me dijo que acababan de despedirla y, de pronto, empezó a blasfemar y a mearse. Se puso a chillarme mientras se meaba por todo el suelo. Dijo que todo el mundo del parque de remolques se burlaba de mi. Dijo que Ivory era una put* vieja. Que Ivory se había enganchado a mi porque estaba en la ruina y no encontraba nada mejor. Y me preguntó qué clase de necio era yo.
¿ Es que no sabía que Freddy Feo se la estaba pasando por la piedra desde Dios sabía cuándo ?

Bueno, mire, Freddy Feo era un chico tejano-mejicano; acababa de salir de la cárcel, y el administrador del parque de remolques lo habia sacado de algún bar de maricones de Cat City, poniéndolo a trabajar de mozo. No creo que fuera mari**n del todo, porque entretenía por dinero a muchas solteronas de por alli.
Una de ellas era Hulga. Estaba loca por él. Durante las noches de calor, él y Hulga solían sentarse a la puerta de su remolque, en una mecedora, y bebían tequila solo, sin preocuparse del limón , y el tocaba la guitarra y cantaba canciones latinas. Ivory me la describió como una guitarra verde que llevaba su nombre en letras de diamantes de imitación.

Tengo que decir que el chicano sabia cantar. Pero Ivory siempre afirmaba que no podía soportarlo; decía que era un mejicano barato que le sacaría a Hulga hasta el último níquel que tuviera.


Musica para camaleones - Truman Capote
 

Temas Similares

2
Respuestas
13
Visitas
579
Back