OP
pilou12
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90
La puerta daba directamente al salón de la señora Ferguson. Al menos estaba amueblado como un salón ( un sofá, sillones, dos mecedoras de mimbre, mesas bajas de madera de arce), aunque el suelo estaba cubierto de un linóleo marrón, de cocina, quizá tuviera la pretensión de hacer juego con el color de la casa . Cuando entré en la habitación, la señora Ferguson se balanceaba de un lado para otro en una mecedora mientras un guapo joven, criollo no muchos años mayor que Skeeter, se mecía en la otra. Una botella de ron descansaba en una mesa que había entre ellos, y ambos bebían de unos vasos llenos de tal género.
El joven, al que no me presentaron, sólo llevaba una camiseta y unos pantalones campana de marinero, unt desabotonados. Sin decir palabra, dejó de hamacarse, se levantó y se fue contoneándose por un pasillo, llevándose consigo la botella de ron.
La señora Ferguson permaneció atenta hasta que oyó cerrarse una puerta. Luego, lo único que dijo fue:
¿ Donde lo tienes ?
Yo estaba sudando. Mi corazón obraba de forma curiosa. Sentía como si hubiese corrido cien millas y vivido mil años sólo en las últimas horas.
La señora Ferguson inmovilizó su mecedora, y repitió:
-- ¿ Donde lo tienes?
--Aquí. En el bolsillo.
Alargó una mano gruesa y colorada, con la palma hacia arriba, y dejé caer el collar en ella. El ron había contribuido algo a modificar la ordinaria sosería de sus ojos; la deslumbrante piedra amarilla hizo más. La movió de un lado a otro, mirándola fijamente; yo traté de no hacer lo mismo, intenté pensar en otras cosas y me sorprendí preguntándome si tendría cicatrices en la espalda, marcas de látigo.
Musica para camaleones - Truman Capote
La puerta daba directamente al salón de la señora Ferguson. Al menos estaba amueblado como un salón ( un sofá, sillones, dos mecedoras de mimbre, mesas bajas de madera de arce), aunque el suelo estaba cubierto de un linóleo marrón, de cocina, quizá tuviera la pretensión de hacer juego con el color de la casa . Cuando entré en la habitación, la señora Ferguson se balanceaba de un lado para otro en una mecedora mientras un guapo joven, criollo no muchos años mayor que Skeeter, se mecía en la otra. Una botella de ron descansaba en una mesa que había entre ellos, y ambos bebían de unos vasos llenos de tal género.
El joven, al que no me presentaron, sólo llevaba una camiseta y unos pantalones campana de marinero, unt desabotonados. Sin decir palabra, dejó de hamacarse, se levantó y se fue contoneándose por un pasillo, llevándose consigo la botella de ron.
La señora Ferguson permaneció atenta hasta que oyó cerrarse una puerta. Luego, lo único que dijo fue:
¿ Donde lo tienes ?
Yo estaba sudando. Mi corazón obraba de forma curiosa. Sentía como si hubiese corrido cien millas y vivido mil años sólo en las últimas horas.
La señora Ferguson inmovilizó su mecedora, y repitió:
-- ¿ Donde lo tienes?
--Aquí. En el bolsillo.
Alargó una mano gruesa y colorada, con la palma hacia arriba, y dejé caer el collar en ella. El ron había contribuido algo a modificar la ordinaria sosería de sus ojos; la deslumbrante piedra amarilla hizo más. La movió de un lado a otro, mirándola fijamente; yo traté de no hacer lo mismo, intenté pensar en otras cosas y me sorprendí preguntándome si tendría cicatrices en la espalda, marcas de látigo.
Musica para camaleones - Truman Capote