MÚSICA PARA CAMALEONES - Truman Capote

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La razón era ésta: debido a un tecnicismo legal, un tribunal federal había invalidado la condena de Robert M. y ordenado al estado de California que le concediera un nuevo juicio. La fecha inicial para el nuevo juicio se había fijado para finales de noviembre; es decir, aproximadamente para dentro de dos meses a partir de entonces . Luego, una vez asentados tales hechos, uno de los detectives me entregó un documento pequeño, pero de un aspecto extraordinariamente legal. Era una citación ordenando que compareciera en el juicio de Robert M., como testigo de la acusación, por lo visto. De acuerdo, me engañaron, y yo estaba más furioso que el demonio, pero sonreí y asentí , y ellos sonrieron y comentaron lo buen chico que era yo y lo agradecidos que estaban que mi testimonio contribuyera a enviar a Robert M. directamente a la cámara de gas. !Ese loco homicida! Se rieron y se despidieron: " Hasta el juicio ."

Yo no tenía el propósito de respetar la citación, aunque era consciente de las consecuencias de no hacerlo: me detendrían por desacato al tribunal, me multarían y me meterían en la carcel. Yo no tenia una opinión muy alta de Robert M., ni deseo alguno de protegerlo; sabía que era culpable de los tres asesinatos de que lo acusaban, y que era un psicótico peligroso al que nunca debería concedérsele la libertad . Pero también sabía que el Estado tenía pruebas irrefutables, y más que suficientes, para condenarlo de nuevo sin mi testimonio. Pero el problema fundamental era que Robert M. había confiado, bajo mi juramento, en que yo no emplearía ni repetiría lo que él me había contado. Traicionarlo bajo tales circunstancias hubiera sido moralmente despreciable y hubiese demostrado a Robert M. y a los muchos hombres como él a quienes yo había entrevistado, que yo era un informador de la policía, un soplón, llana y sencillamente.



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Consulté a varios abogados. Todos me dieron el mismo consejo: cumplir la citación o esperar lo peor.
Todo el mundo miraba con simpatía mi apurada situación, pero nadie le veía salida: a menos que me fuese de California. Desacato al tribunal no era delito extraditarle, y una vez que estuviera fuera del Estado, las autoridades no podrían hacer nada para castigarme. Sí, había una cosa: jamás podría volver a California. Eso no me pareció una pena severa; sin embargo, a causa de algunos asuntos de bienes, raíces y compromisos profesionales, me resultaba difícil marchar en tan corto plazo.

Perdí la noción del tiempo, y aún estaba en Palm Springs el día que empezó el juicio. Aquella mañana, mi ama de llaves, una amiga leal llamada Myrtle Bennet, irrumpió en casa, aullando: "! Deprisa! Lo han dicho en la radio. Tienen una orden de detenerlo. Estarán aquí en cualquier momento."

Efectivamente, faltaban veinte minutos para que la policía de Palm Springs llegara con toda autoridad y las esposas preparadas ( un cuadro de excesiva fuerza, pero créame, el cumplimiento de la ley en California no es una practica con la que pueda jugar a la ligera). Sin embargo, aunque desmantelaron el jardín y registraron la casa de punta a cabo, lo único que encontraron fue mi coche en el garaje y la leal señora Bennet en el cuarto de estar. Ella les dijo que me había marchado a Nueva York el día anterior. Ellos no la creyeron, pero la señora Bennet era un personaje formidable en Palm Springs, una negra que durante cuarenta años había sido miembro distinguido de la comunidad e influyente en política, de modo que no le hicieron más preguntas. Simplemente, dieron la alerta en todas partes con vistas a mi detención .



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¿ Y dónde estaba yo? Yo iba paseándome por la autopista en el viejo Chevrolet azul pálido de la señora Bennett, coche que no podía hacer cincuenta millas a la hora ni el día en que lo compraron. Pero pensamos que yo estaría más seguro en su coche que en el mío. No es que estuviera a salvo en parte alguna; me encontraba tan aprensivo como un barbo con el anzuelo en la boca.

Cuando llegué al desierto de Palm Springs, salí de la autopista y entré en una carrereterita inclinada y con curvas que se apartaba del desierto y ascendia a las montañas de San Jacinto. En el desierto hacía calor, más de cien grados, pero a medida que me elevaba por las montañas desoladas, el aire se iba haciendo fresco, luego frio y después helado. Cosa que hubiera sido perfecta, de no ser porque la calefacción del Chevy no funcionaba, y las únicas ropas que tenía eran las que llevaba cuando la señora Bennett irrumpió en casa con sus avisos llenos de pánico: sandalias, pantalones blancos de lino, y una ligera camisa de polo. Me marché con eso y con la billetera, que contenía tarjetas de crédito y unos trescientos dólares.
No obstante, tenía un destino pensado, y un plan. En lo alto de las montañas de San Jacinto, a medio camino entre Palm Springs y San Diego, hay un sombrío pueblecito llamado Idylwyld. En verano, la gente del desierto va para allá huyendo del calor; en el invierno es una estación de esquí, a pesar de la escasa calidad de la nieve y de las pistas. Pero ahora, fuera de temporada, la triste serie de hoteles mediocres y chalés simulados sería un buen lugar para esconderse temporalmente, al menos hasta que pudiera recuperar el aliento.

Nevaba cuando el viejo coche subió gruñendo la última colina y entró en Idylwyld: una de esas nieves tempranas que llenan el aire, pero se disuelven al caer. El pueblo estaba desierto, y cerrados la mayoría de los hoteles.


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En el que finalmente me alojé, se llamaba Eskimo Cabins. Y bien sabe Dios que las instalaciones eran tan frías como las de un igloo. Sólo tenía una ventaja: el dueño, y aparentemente el único ser humano que había en el edificio, era un octogenario medio sordo, mucho más interesado en terminar el solitario a que jugaba que en mí mismo.

Llamé a la señora Bennett, que estaba muy inquieta : " ! Válgame Dios, lo están buscando por todas partes! ! Lo están diciendo en la televisión !" Resolví que seria mejor no comunicarle dónde me encontraba, pero le aseguré que estaba muy bien y que la volvería a llamar al día siguiente. Luego, telefoneé a un buen amigo de Los Angeles; también estaba inquieto : " ! Tu fotografía viene en el Examiner!" Tras tranquilizarlo, le di instrucciones concretas: comprar un billete a nombre de "George Thomas"para un vuelo directo a Nueva York y esperarme en su casa a las diez de la mañana siguente.

Tenía demasiado frío y hambre para poder dormir; me marché al rayar el día y llegué a Los Angeles sobre las nueve. Mi amigo me estaba esperando. Dejamos el Chevrolet en su casa, y tras devorar algunos bocadillos y tanto brandy como pude ingerir sin riesgo, nos dirigimos en su coche al aeropuerto, donde nos despedimos y me entregó el billete para el vuelo de mediodía que me había comprado en la TWA.

Así que por eso estoy agazapado en esta desamparada cabina telefónica, ahí sentado, considerando el aprieto en que me veo metido. Un reloj, encima de la puerta de salida, anuncia la hora: 11, 35. La zona de pasajeros está concurrida; pronto estará el avión preparado para el embarque. Y allí, parados a cada lado de la puerta por la que tengo que pasar, están dos caballeros que me visitaron en Palm Springs, dos detectives de San Diego, altos y vigilantes.



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Pensé en llamar a mi amigo, pedirle que volviera al aeropuerto y me recogiera en alguna parte del aparcamiento. Pero ya había hecho bastante, y si nos atrapaban, podrían acusarlo de proteger a un fugitivo. Eso también valía para los muchos amigos que se prestaran a ayudarme. Tal vez fuese más prudente entregarme a los guardianes de la puerta. ¿Qué otra manera había? Sólo un milagro, por decir una frase hecha, podría salvarme. Y nosotros no creemos en milagros, ¿verdad?

Súbitamente, ocurre un milagro. Allí, paseándose delante de mi diminuta prisión con puertas de cristal, aparece una bella y altiva amazona negra, llevando diamantes y martas cibelinas de un astronómico valor en dólares, una estrella rodeada por un frívolo y parloteante séquito de chicos de coro vestidos con ostentación. ¿ Y quién es esa deslumbrante aparición cuyo plumaje y presencia crean semejante confusión entre los transeúntes? ! Una antigua, antigua amiga!

TC: ( abriendo la puerta de la cabina; gritando): ! Pearl! ! Pearl Bailey! ( !Un milagro! Me oye. Todos me oyen, todo su séquito.) ! Pearl! Ven acá, por favor...

Pearl ( echandome una ojeada, lanzando luego una sonrisa radiante): ! Pero, chico! ¿ Que haces escondiéndote ahí?

TC: ( haciéndole señas para que se acerque más; hablando en susurros): Escucha, Pearl. Estoy en un lío tremendo.

Pearl( inmediatamente seria, porque es una mujer muy inteligente y en seguida entendió que, fuera lo que fuese, no se trataba de nada divertido): Cuéntamelo .

TC: ¿Vas en ese avión a Nueva York?

Pearl: Si, todos nosotros vamos.



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TC: ¿ Vas en ese avión a Nueva York?

Pearl: Si, todos nosotros vamos.

TC: Debo cogerlo, Pearl. Tengo billete. Pero hay dos tipos en la puerta que están esperando detenerme.

Pearl: ¿ Qué tipos? ( Se los señalé.) ¿ Cómo pueden detenerte?

TC: Son detectives. Pearl, no tengo tiempo de explicártelo.

Pearl: No tienes nada que explicar.
(Inspecciona su grupo de coristas, jóvenes y guapos; tiene media docena. Recuerdo que a Pearl siempre le gusta viajar con mucha compañía. Le indica a uno de ellos que se acerque a nosotros ; es un tipo elegante, que lleva un sombrero amarillo de vaquero, una camiseta que dice chupa, maldición, no soples, una cazadora de cuero blanca con forro de armiño, pantalones amarillos de baile( 1940 circa), y zapatos amarillos de cuña.)

Este es Jimmy. Es un poco mas alto que tú, pero creo que todo te vendrá bien. Jimmy, lleva a este amigo mío al lavabo de caballeros y cámbiate de ropa con él. No abras la bocaza, Jimmy, sólo haz como te dice Pearlie Mae. Os esperamos aquí mismo. ! Vamos, de prisa! Diez minutos más y perderemos ese avión.

( La distancia entre la cabina telefónica y el lavabo de caballeros fue una carrera de diez yardas. Nos encerramos en un retrete de pago e iniciamos nuestro intercambio de ropa. Jimmy lo consideraba fenomenal: se reía nerviosamente, como una colegiala que acabara de fumarse su primer porro. Dije: " ! Pearl! Eso sì que ha sido un milagro. Nunca me he sentido tan feliz de ver a alguien. Nunca. " Jimmy dijo: "! Oh! Miss Bailey tiene espíritu. Es todo corazón, ¿ sabe lo que quiero decir? Todo corazón."

Hubo una época en que habría descrito a Pearl Bailey como una put* sin corazón.



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Era cuando ella representaba el papel de madame Fleur, el personaje principal de House of flowers, una comedia musical cuyo libreto había escrito yo y, junto con Harold Arlen, compuesto la música . Hubo muchos hombres de talento aplicados en aquel empeño: el director era Peter Brook; el coreógrafo, George Ballanchine; Oliver Messel era autor del legendario y fascinante decorado y de los trajes. Pero Pearl Bailey estuvo tan firme, tan determinada a hacerlo a su modo, que dominó toda la producción hasta casi perjudicarla. No obstante, vivir para ver, se perdona y se olvida; para cuando la comedia terminó sus representaciones en Brodway, Pearl y yo éramos amigos de nuevo.

Además, de su arte como actriz, acabé respetando su temperamento; de vez en cuando podía ser desagradable de tratar, pero desde luego tenia carácter: una mujer que sabía quien era y el terreno que pisaba.

Mientras Jimmy se metia a presión mis pantalones, que eran demasiado estrechos para él, y yo me ponía rápidamente su cazadora de cuero blanca con forro de armiño, hubo una agitada llamada a la puerta.)

Voz de hombre: ! Eh! ¿ Qué pasa ahí?

Jimmy: ¿Y quién es usted, nos lo puede decir?

Voz de hombre: Soy el encargado. Y no me replique con insolencia. Lo que pasa ahi dentro va contra la ley.

Jimmy: ¿ No se puede cagar?

Encargado: Ahí dentro veo cuatro pies. Veo ropa quitada. ¿Cree que soy tan estupido como para no darme cuenta de lo que pasa? Es ilegal. Va contra la ley que dos hombres se encierren en el mismo retrete al mismo tiempo.

Jimmy: ! Ah! Váyase a tomar por culo.

Encargado: Me voy a llamar a la policía. Les meterán una Ly L.



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Jimmy: ¿Qué diablos es una Ly L?

Encargado: Conducta lujuriosa y lasciva. Si, señor. Voy a buscar a la policia.

TC: ! Jesús, José y María...!

Encargado: ! Abran esa puerta!

TC: Se equivoca usted.

Encargado: Sé lo que veo. Veo cuatro pies.

TC: Nos estamos cambiando de traje para la próxima escena.

Encargado: ¿ Qué próxima escena?

TC: La película. Nos estamos preparando para tomar la siguiente escena.

Encargado ( curioso e impresionado): ¿Están rodando una película ahí afuera?

Jimmy: (cayendo en la cuenta): Con Pearl Bailey. Ella es la protagonista. Y Marlon Brando también trabaja con ella.

TC: Kirk Douglas.

Jimmy: ( mordiéndose los nudillos para no reírse ): Y Shirley Temple. Hace su reaparición.

Encargado: ( creyéndoselo, pero no del todo): Si, bueno, ¿quiénes son ustedes?

TC: No somos más que figurantes . Por eso es por lo que no tenemos cuarto para vestirnos.

Encargado: No me importa. Dos hombres, cuatro pies. Va contra la ley.

Jimmy: Mire afuera. Verá a Pearl Bailey en persona. A Marlon Brando. A kirk Douglas. A Shirley Temple. A Mahatma Ghandi... Y ella tambien trabaja. Sólo como invitada especial.

Encargado: ¿ Quién?

Jimmy: Mamie Eisenhower.



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TC( abriendo la puerta, una vez completado el intercambio de ropa; la mía no le cae demasiado mal a Jimmy, pero sospecho que su atuendo, llevado por mí, producirá un efecto galvanizado, y la expresión de la cara del encargado, un encolerizado negro menudo, confirma tal suposición): Lo siento no nos dimos cuenta de que estábamos haciendo algo en contra de las normas.

Jimmy ( pasando como un rey por delante del encargado, que parece demasiado perplejo para moverse): Síganos, querido. Le presentamos a la banda. Puede conseguir algunos autógrafos.

(Al fin llegamos al vestíbulo, y una Pearl que no sonreía, me envolvió en sus suaves brazos de marta cibelina; sus compañeros se cerraron sobre nosotros formando un circulo aislante. No hubo ni chistes ni bromas. Yo tenía los nervios tan erizados como un gato recién alcanzado por el rayo, y en cuanto a Pearl, sus particulares cualidades que en otro tiempo me alarmaron -- esa firmeza, esa voluntad-- fluían de ella como la energía por una catarata.)

Pearl: A partir de ahora, guarda silencio. Sea lo que sea lo que o diga, tú no abras la boca. Cálate más el sombrero sobre la cara. Recuéstate en mí como si estuvieras débil y enfermo. Apoya la cara en mi hombro. Cierra los ojos. Déjate llevar por mí.
Muy bien. Ahora nos estamos acercando al mostrador. Jimmy tiene todos los billetes. Ya han dado el ultimo aviso para embarcar, así que no hay demasiada gente. Esos polizontes no se han movido una pulgada, pero parecen cansados y algo disgustados. Ahora nos miran a nosotros. Los dos. Cuando pasemos entre ellos, los muchachos los distraerán y armarán un guirigay. Ahí llega alguien. Apóyate más, quéjate un poco.. es uno de esos tipos VIP de la TWA. Mira cómo se mete mamá en su papel.. ( Cambiando la voz, representando su personalidad teatral, graciosa y, al mismo tiempo, que arrastra las palabras, levemente fatigada). ¿Míster Calloway? ¿Va en primera? !Vaya! ¿ No es usted un ángel que viene a ayudarlos a salir ? Tenemos que abordar ese avión tan rápidamente como sea posible.


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Este amigo mío -- es uno de mis músicos -- se siente horriblemente mal. Apenas puede andar. Hemos estado actuando en Las Vegas, y quizá haya tomado mucho sol. El sol puede estropearle a uno la cabeza y el estómago a la vez. O quizá sea su dieta. Los músicos comen de manera muy rara. En particular, los pianistas. Apenas come nada más que perritos calientes. Anoche se comió diez. Y ahora no se encuentra muy bien. No me extrañaría que se hubiera envenenado. Se sorprende usted, míster Calloway? Pues estando en el negocio de los aviones, no creo que le sorprendan muchas cosas. Con todos esos secuestros que ocurren. Criminales sueltos por todas partes. En cuanto lleguemos a Nueva York, inmediatamente llevaré a mi amigo al medico. Le diré al doctor que le diga que se aparte del sol y deje de comer perritos calientes. ! Oh, gracias, míster Calloway! No, yo tomaré el asiento del pasillo. Pondremos a mi amigo en la ventanilla. Estará mejor en la ventanilla. Todo ese aire fresco.

Muy bien compadre. Ya puedes abrir los ojos.

TC: Creo que los tendré cerrados . Así será como un sueño.

Pearl ( tranquila, sonriendo): En cualquier caso, lo conseguimos. Tus amigos ni siquiera te han visto. Al pasar, Jimmy le hizo burla a uno, y Billy se puso a bailar encima de los pies del otro.

TC ¿ Donde está Jimmy?

Pearl: Todos los muchacho van en clase turista. Los trapos de Jimmy te están muy bien. Te dan un aspecto animado. Sobre todo me gustan los zapatos; sencillamente, me encantan.

Azafata: Buenos días, miss Bailey. ¿ Le apetecería una copa de champagne ?

Pearl: No, querida. Pero a mi amigo quizá le venga bien algo.



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TC: Brandy.

Azafata: Lo siento, señor, pero antes de despegar sólo servimos champagne.

Pearl: Este hombre quiere brandy.

Azafata: Lo siento, miss Bailey. No está permitido.

Pearl: ( con tono suave, pero metálico, que a mí me resultaba familiar de los ensayos de House of Flowers);
Traiga el brandy de este hombre. La botella entera. Vamos.

( La azafata trajo el brandy, y me serví una buena dosis con mano temblorosa: hambre, fatiga, angustia, los vertiginosos acontecimientos de las últimas veinticuatro horas estaban presentando la factura. Me bebí otro trago y empecé a sentirme algo más animado.)

TC: Creo que debería contarte a qué viene todo esto.

Pearl: No necesariamente.

TC: Entonces no te lo contaré. Así tendrás la conciencia tranquila. Sólo te diré que no he hecho nada que cualquier persona sensata pudiera calificar de delito.

Pearl ( consultando un reloj de pulsera de diamantes):
Ya deberíamos estar encima de Palm Springs. Hace siglos que he oído cerrar la puerta. ! Azafata!

Azafata: ¿ Sí, miss Bailey ?

Pearl: ¿ Qué pasa?

Azafata:! Oh! Ese es el capitán.

Voz del Capitán
( por el altavoz): Señoras y caballeros, lamentamos el retraso. Partiremos en breve. Gracias por su paciencia.

TC: ! Jesús, José y María!

Pearl: Toma otro trago. Estás temblando. Uno pensaría que se trata de una noche de estreno. Quiero decir que no puede ser tan malo.


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TC: Es peor. Y no puedo dejar de temblar... hasta que despeguemos. Quizás, hasta que lleguemos a Nueva York.

Pearl: ¿ Sigues viviendo en Nueva York?

TC: A Dios gracias.

Pearl: ¿ Recuerdas a Louis? ¿ A mi marido ?

TC: Louis Bellson. Claro. El mejor batería del mundo. Mejor que Gene Krupa.

Pearl: Trabajamos tanto en Las Vegas que fue conveniente comprar una casa allá. Me he convertido en una persona muy hogareña. Vivir en Las Vegas es como vivir en cualquier otra parte, en tanto que te apartes de los indeseables. Jugadores. Parados. Siempre que un hombre me dice que trabajaría si pudiera pudiera encontrar trabajo, yo le digo que mire en la guía telefónica, en la G. G de gígolo. Encontrará trabajo. Cuando menos, en Las Vegas. Es una ciudad de mujeres desesperadas. Yo soy afortunada; encontré al hombre adecuado y tuve el juicio suficiente para darme cuenta de ello.

TC: ¿ Vas a trabajar en Nueva York?

Pearl: En el persian Room.

Voz de Capitán : Lo siento, señoras y caballeros, pero nos retrasaremos unos minutos más. Permanezcan sentados, por favor. Los que quieran fumar, pueden hacerlo.

Pearl ( enderezándose de pronto) : No me gusta esto. Estan abriendo la puerta.

TC: ¿ Qué?

Pearl: Están abriendo la puerta.

TC:! Jesús, José...!

Pearl: Desplómate en el asiento. Tápate la cara con el sombrero.

TC: Tengo miedo.

Pearl: ( cogiéndome la mano, apretándola): Ronca.



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