MÚSICA PARA CAMALEONES - Truman Capote

211


( No tenía ganas de orinar; necesitaba ordenar mis pensamientos. No tenía valor para escabullirme fuera de allí y esconderme en algún cine tranquilo, pero estaba completamente seguro de que no quería volver a la mesa. Me lavé las manos y me peiné. Entraron dos hombres y se pararon en los urinarios. Uno dijo: " Ese tipo está muy cargado. Por un instante, pensé que era alguien a quien conocía" Su amigo contestó: "Pues no es un completo desconocido. Es George Claxton." "! Estás de broma!" " Por fuerza lo sé. Fue mi jefe en otro tiempo." ! Pero, Dios mío! ¿ Qué le ha ocurrido?" " Hay distintas historias".
Luego, quizás a causa de mi presencia, los dos hombres guardaron silencio. Volví al comedor.)

George: ¿ Así que no te has largado?
( En realidad, parecía más tranquilo, menos borracho. Podía rascar una cerilla y encender un cigarrillo con mediana habilidad.)
Estás dispuesto a oír el resto de la historia?

TC: ( Silencio, pero con una seña alentadora.)

George: Mi mujer no dijo nada, sólo volvió a meter la fotografía en la billetera. Seguí afeitándome , pero me corté dos veces. Hacía tanto tiempo que no tenía resaca, que me había olvidado de cómo era. El sudor; el estómago: parecía que iba a cagar cuchillas de afeitar.
Metí una botella de bourbon en el maletín, y nada más subir al tren fui derecho al lavabo. Lo primero que hice fue romper la fotografía y tirarla al retrete. Después me senté en la taza y abrí la botella. Al principio me dio náuseas. Y allí hacía un calor del demonio. Como en el Hades.



Musica para camaleones - Truman Capote
 
212


Pero al cabo del rato empecé a tranquilizarme y a pensar: bueno, ¿por qué tengo tanta ansiedad? No he hecho nada malo. Pero, al levantarme, vi que los pedazos de la fotografía Polaroid aún flotaban en la taza del retrete. Tiré de la cadena, y los trozos de la instantánea, su cabeza, sus piernas y sus brazos, empezaron a removerse y me quedé aturdido: me sentía como un asesino que la hubiera descuartizado con un cuchillo.

Cuando llegamos a la Estación Central, sabía que no estaba en condiciones de soportar la oficina, así que me acerqué al Yale Club y pedí una habitación. Llamé a mi secretaria y le dije que debía ir a Washington y que no aparecería por allí hasta el día siguiente. Luego llamé a casa y le dije a mi mujer que había surgido algo, un asunto de negocios, y me quedaría en el club a pasar la noche.
Después me metí en la cama, pensando: dormiré todo el día, tomaré un buen trago para relajarme, para quitarme los nervios, y a dormir. Pero no pude...hasta que vacié toda la botella. !Chico, cómo dormí entonces! Hasta eso de las diez del día siguiente .

TC: Unas veinte horas.

George: Más o menos. Pero me sentí perfectamente al levantarme. En el Yale Club tienen un masajista magnifico, un alemán, con unas manos tan fuertes como las de un gorila. Ese tipo puede arreglarte de verdad. De modo que tomé una sauna, un masaje como de tropas de asalto , y quince minutos de ducha helada. No salí y comí en el club. Nada de bebida, pero chico devoré como un lobo. Cuatro tajadas de cordero, dos patatas asadas, espinacas a la crema, una mazorca tierna de maíz, una botella de leche, dos tartas de arándanos tan grandes como una fuente.



Musica para camaleones - Truman Capote
 
213


TC: Me gustaría que comieras algo ahora.

George: ( un bramido cortante, sorprendentemente rudo): !Cállate!

TC: ( Silencio.)

George: Lo siento. Quiero decir que era como si hablase conmigo mismo. Como si hubiera olvidado que estabas aquí. Y tu voz..

TC: Entiendo. De cualquier modo, te habías dado una buena comida y te sentías bien.

George: Ya lo creo. Ya lo creo. El condenado comió un suculento almuerzo. ¿Un cigarrillo?

TC: No fumo.

George: Eso es bueno. No fumar. Yo no fumaba desde hacía años.

TC: Toma, te daré fuego.

George: Soy perfectamente capaz de vérmelas con una cerilla sin quemar el local, gracias.

Bueno, ¿dónde estábamos? !Ah, si! El condenado iba de camino a su oficina, tranquilo y reluciente.
Era viernes, la segunda semana de julio, un día de mucho calor. Me hallaba solo en el despacho cuando mi secretaria llamó y dijo que una tal miss Reilly estabas teléfono. No caí inmediatamente en la cuenta, y le pregunté: "¿ Quien? ¿Qué es lo que quiere?" Y mi secretaria contestó: " Dice que es personal." Cayó la moneda. Dije: "! Ah, sí!, póngala."

Y oí: " Míster Claxton, soy Linda Reilly. He recibido carta. Es la carta más bonita que he recibido nunca.


Musica para camaleones - Truman Capote
 
214


Noto que es usted un verdadero amigo, y por eso he decido correr la suerte de llamarlo. Esperaba que pudiera auxiliarme. Porque ha ocurrido algo y no sé qué haré si usted no me ayuda". Tenía una suave voz de jovencita, pero estaba tan sin aliento, tan apurada, que le pedí que hablase más despacio. " No tengo mucho tiempo, míster Claxton. Estoy llamando desde el piso de arriba y mi madre puede coger el teléfono abajo en cualquier momento. El caso es que tengo un perro, Jimmy. Tiene seis años, pero es muy juguetón. Lo tengo desde que era pequeña, y es lo único que poseo. Es muy bueno, el perrito más lindo que haya visto nunca. Pero mi madre va a hacer que lo maten. !Me moriré! Sencillamente, me moriré. Míster Claxton, por favor, ¿puede usted venir a Larchmont y encontrarse conmigo frente al paso de la autopista? Llevaré a Jimmy conmigo, usted podriá llevárselo. Ocultarlo hasta que pensemos lo que hacer. No puedo hablar más. Mi madre está subiendo las escaleras. Lo llamaré a la primera oportunidad que tenga mañana por la mañana y para fijar una cita..."

TC: ¿ Qué dijiste tú?

George: Nada. Colgó.

TC: Pero ¿qué hubieras dicho?

George: Pues tan pronto como colgó, decidí que, cuando volviese a llamar, contestaría que sí. Si, ayudaría a esa pobre chica a salvar a su perro. Eso no significaba que fuera a llevármelo a casa conmigo. Podía meterlo en una perrera o algo así. Y si las cosas hubieran ido de distinta manera, eso es lo que habría hecho.

TC: Ya veo. Pero no volvió a llamar.


Musica para camaleones - Truman Capote


 
215


George: Camarero, tomaré otra de esas cosas oscuras .Y un vaso de Perrier, por favor. Si, llamó. Y lo que dijo fue muy breve. "Míster Claxton, lo siento; me he escapado a llamar a casa de un vecino, y tengo que darme prisa. Mi madre encontró sus cartas anoche, las cartas que me ha escrito usted. Está enloquecida, y su marido también. Piensan toda clase de cosas horribles, y lo primero que ha hecho esta mañana ha sido llevarse a Jimmy. Ahora no puedo hablar mas; trataré de llamar después."

Pero no volví a saber de ella; al menos, no personalmente. Mi mujer me telefoneó unas horas más tarde; diría que eran sobre las tres de la tarde. Dijo: "Querido, ven tan pronto como puedas", y su voz era tan tranquila que yo sabía que estaba extraordinariamente angustiada; incluso sabía a medias por qué, aunque simulé sorpresa cuando añadió: " Han venido dos policías. Uno de Larchmont y otro del pueblo.
Quieren hablar contigo. No quieren decirme por qué."

No me molesté en tomar el tren. Alquilé un turismo. Uno de esos turismos que tienen un bar instalado. No hay mucho camino, sólo alrededor de una hora, pero logré apurar unas cuantas balas de plata. No me ayudaron mucho; estaba asustado de verdad.

TC: ! Por amor De Dios! ¿ Por qué? ¿ Qué habías hecho? Representar a míster Buena Persona, a míster Amigo Corresponsal.

George: Ojalá hubiera sido así de claro. Así de adecuado. En cualquier forma, cuando llegué a casa los polis se hallaban sentados en la sala de estar viendo la televisión. Mi mujer les estaba sirviendo café. Cuándo ella se ofreció a salir de la habitación, dije que no: quiero que te quedes y oigas esto, sea lo que sea. Los dos polis eran muy jóvenes y se sentían muy molestos.
Después de todo, yo era un hombre rico, un ciudadano prominente, que iba a la iglesia, padre de cinco hijos. No tenía miedo de ellos. Pero sí de Gertrude


Musica para camaleones - Truman Capote
 
216


El poli de Larchmont resumió la situación. Su comisaría había recibido una denuncia del señor y la señora Henry Wilson acerca de que " su hija de doce años, Linda Reilly, había recibido cartas de "índole sospecha", de un hombre de cincuenta y dos años, es decir, de mi, y los Wilson tenían intención de presentar cargos si yo no podía dar una explicación satisfactoria.
Me eché a reir. ! Ah! Yo estuve tan jovial como Santa Claus. Conté toda la historia. Lo de encontrar la botella. Dije que únicamente contesté porque me gustaban los dulces de chocolate. Les hice sonreír, presentar disculpas, arrastrar sus grandes pies, y decir, bueno, ya sabe qué ideas tan tontas se les ocurre ahora a los padres. La única que no lo tomó como una broma tonta fue Gertrude. En realidad, sin que me diera cuenta, había salido de la habitación antes de que yo terminase de hablar.

Después de que los polis se marcharan, yo sabía dónde encontrarla. En esa habitación, donde pinta sus cuadros. Estaba a oscuras y ella se había sentado en una silla de respaldo recto, mirando afuera, a la oscuridad.
Dijo: " Por favor, George. No tienes que mentir. Nunca tendrás que volver a mentir."
Y aquella noche durmió en esa habitación, y todas las noches a partir de entonces. Allí se queda encerrada pintando barcas. Una barca.

TC: Quizá te comportaras de manera algo imprudente. Pero no entiendo por qué debe ser tan inflexible.

George: Te diré por qué. Aquella no fue la primera visita que nos hizo la policia. Hace siete años tuvimos una repentina y fuerte tormenta de nieve. Yo iba conduciendo el coche y aun cuando no estaba lejos de casa, me perdí varias veces. Pregunté el camino a un montón de gente.


Musica para camaleones - Truman Capote

 
217


Una era una niña, una chica joven. Pocos días después, la policía se presentó en casa. Yo no estaba, pero hablaron con Gertrude. Le dijeron que, durante la última nevada, un hombre que respondía a mi descripción y que conducía un Buick con mi matrícula, bajó del coche y se exhibió delante de ella. Diciéndole palabras lascivas. La chica dijo que había copiado el número de matrícula en la nieve, bajo un árbol, pero cuando la tormenta cesó, era indescifrable. Indudablemente se trataba de mi número de matrícula, pero la historia no era cierta. Convencí a Gertrude, y también a la policía, de que la chica mentía o se había confundido respecto a la matrícula. Pero luego la policía se presentó por segunda vez. Acerca de otra jovencita. Y de ese modo mi mujer se queda en su habitación. Pintando. Porque no me cree. Cree que la chica que escribió el número en la nieve dijo la verdad.
Si. Soy inocente. Ante Dios, sobre las cabezas de mis hijos, juro que soy inocente. Pero mi mujer cierra su puerta y mira por la ventana. No me cree. ¿Y tú?

( George se quitó las gafas oscuras y las limpió con una servilleta. Entonces entendí por qué las llevaba. No era por esclerótica amarillenta, tallada con rojas e hinchadas venas, sino porque sus ojos eran como un par de prismas hechos pedazos. Nunca he visto un dolor, un sufrimiento implantado de modo tan permanece, como si un descuido del cuchillo del cirujano lo hubiera desfigurado para siempre. Era insoportable, y mientras me miraba fijamente, mis ojos se apartaron temerosos.)

¿Tú me crees?

TC: ( inclinandose a lo largo de la mesa y cogiendo su mano, apretándola como si fuera a salvarle la vida): Claro que sí, George. Claro que te creo.



Musica para camaleones - Truman Capote


 
218


III.---- Jardines ocultos

( Hidden Gardens)



Escenario: Jackson Square, así llamada en honor de Andrew Jackson, un oasis de hace trescientos años satisfactoriamente situado en el centro del barrio viejo de Nueva Orleans: un parque de tamaño medio dominado por las torres grises de la catedral de Saint Louis y por la casa de pisos más antigua de Norteamerica y, en cierto modo, la elegancia más sombría, los edificios Pontalba.

Época: 26 de marzo de 1979, un exuberante día de primavera. Cuelgan bungavillas, se extienden azaleas, buhoneros anuncian mercancías ( cacahuetes, rosas, paseos en un coche tirado por un caballo, gambas fritas en cucurucho de papel), ululan sirenas de barcos en la corriente del cercano Mississippi, y alegres globos, unidos a niños sonrientes y retozones, se elevan alto en el aire plateado y azul.

" Pues, lo afirmo, un muchacho debe viajar", tal como solía quejarse mi tío Bud, que era viajante de comercio cuando lograba levantarse de la mecedora de su porche y beberse los suficientes gin-fizz como para viajar.



Musica para camaleones - Truman Capote
 
219

Si, ya lo creo, claro que un muchacho debe viajar; sólo en los últimos meses, había estado en Denver, Cheyenne, Butte, Salt Lake City, Vancouver, Seattle, Portland, Los Angeles, Boston, Toronto, Washington, Miami. Pero si alguien me preguntaba, probablemente diría y realmente pensaría: " Pues no he estado en ninguna parte, me he pasado todo el invierno en Nueva York."

Sin embargo, un muchacho debe viajar. Y aquí estoy ahora, en Nueva Orleans, donde nací, en mi vieja ciudad natal. Tomando el sol en un banco de Jackson Square, que desde mis tiempos de colegial siempre ha sido mi lugar favorito para estirar las piernas y observar, escuchar, bostezar y rascarme y soñar y hablar conmigo mismo. Quizá sea usted una de esas personas que jamás hablan consigo mismos. En voz alta, quiero decir. Tal vez piense que sólo los locos hacen eso. Personalmente, lo considero una cosa saludable. Hacerse una compañía de este modo: nadie con quien discutir, libre de largarse, descargando un montón de cosas del sistema nervioso.

Por ejemplo, tomemos esos edificios Pontalba de ahí enfrente. Unas casas muy bonitas, con sus fachadas enrejadas y balcones altos y oscuros. La primera casa de pisos que se construyera en los Estados Unidos; descendientes de los primitivos inquilinos que aún viven en esa habitaciones de rancio abolengo. Durante mucho tiempo he tenido inquina al Pontalba. He ahí por qué: una vez, a los diecinueve años , tuve un piso a unas cuantas manzanas de Royal street, un piso pequeño, decrépito, lleno de cucarachas, que trepidaba con sacudidas de terremoto cada vez que un tranvía pasaba con su triquitraque por la estrecha calle. No tenía calefacción; en invierno, salir de la cama era pavoroso, y durante los pantanosos veranos era como nadar dentro de un tazón de consomé tibio.


Musica para camaleones - Truman Capote

 
220


Mi constante ilusión era que un buen día abandonaría aquella ciénaga para mudarme a los confines celestiales del Pontalba. Pero, aun cuando hubiera podido permitírmelo, jamás podría haber sucedido. La forma habitual de lograr un sitio como ése, es si el inquilino muere y lo cede en testamento; y si un piso se queda vacío, es costumbre, por lo general, que la ciudad de Nueva Orleans se lo ofrezca a un distinguido ciudadano por unos honorarios enteramente simbólicos.

Un montón de personajes excéntricos han paseado por esta plaza. Piratas. El propio Lafitte. Bonny Parker y Clyde Barrow. Huey Long. O bien, vagando bajo la sombra de un parasol encarnado, la condesa Willie Piazza, propietaria de una de las más lujosas maisons de plaisir del barrio de las luces rojas; su casa era famosa por un exótico refresco que ofrecía: cerezas frescas hervidas en crema de leche, aderezadas con ajenjo y servidas en el interior de la vagina de una bella mulata recostada. U otra dama, muy diferente de la condesa Willie: Annie Christmas, marinera de un barco fluvial, que media siete pies de altura y a menudo se la veía cargando con un barril de harina de cien libras bajo cada brazo. Y Jim Bowie. Y míster Neddie Flanders, un apuesto caballero octogenario, quizá nonagenario, quien hasta hace pocos años aparecía todas las noches en la plaza y, acompañados de una armónica, bailaba zapateado desde la media noche al amanecer como una marioneta elástica.
Personajes. Podría nombrar centenares.

Ella: !Hihoputa! ¿Qué quieres desí con eso de guardame el pan? Yo no me he guardao ningún pan. ! Hihoputa!


Musica para camaleones - Truman Capote

 
221


Él: Calla, muhé. Te he visto. He llevado la cuenta. Tres tíos. Lo que suma sesenta machacantes. Me tienes que dá treinta.

Ella: Maldito seas, negro. Debería sacarte los hígados y echárselos a los gatos. Debería achicharrarte los ohos con aguarrás. Escucha, negro. Deha que te oiga llamarme mentirosa otra vez.

Él: ( conciliador): Asuquita te voy a dá yo a ti.

Ella: ¿Asuquita? Asuquita te voy a dá yo a ti.

Él: Miss Myrtle, que sé lo que he visto.

Ella: ( Despacio: en tono lento y sinuoso): Bastardo. Negro bastardo. El caso es que nunca tuviste madre. Naciste del culo de un perro.
( Ella le dá una bofetada. Se dá la vuelta y se aleja con la cabeza alta. El no la sigue, sino que se queda frotándose la mejilla con la mano.)

Durante un rato, observo las cabriolas y saltos del balón de los niños, a quienes veo congregarse ávidamente alrededor del carrito de un vendedor que despacha una mixtura llamada Bocadulce: cucuruchos de helado en copos con variados almíbares de todos los colores. De pronto, me doy cuenta de que yo también estoy hambriento, y sediento. Pienso en acercarme andando hasta el mercado Francés y atiborrarme de rosquillas bien fritas y de ese amargo y delicioso café con sabor a achicoria característico de Nueva Orleans. Es mejor que cualquier cosa del menú de casa Antoine que, a propósito, es un restaurante aborrecible. Igual que la mayor parte de los famosos comedores de la ciudad. Gallatoire no es malo, pero está demasiado lleno; no admiten reservas, siempre hay que esperar haciendo largas colas y no merece la pena, para mí no, al menos. Nada más decidir acercarme al mercado, ocurre un imprevisto.


Musica para camaleones - Truman Capote


 
222


Vaya, si hay algo que detesto, es la gente que se pone a espaldas de uno y dice...

Voz ( ronca de whisky, viril, pero femenina): Adivina quien soy. ( Silencio.) Vamos, Jockey. Sabes que soy yo.
( Silencio; luego retirando las manos que me vendaban los ojos, con cierta petulancia). ! Jockey! ¿Pretendes que no sabías que era yo? ¿Junebug?

TC: ! Pero si es ... ! Big Junebug Johnson! Comme ça va?


Big Junebug Johnson ( con entrecortadas risitas de alegría): ! Oh! No dejes que commence. Yérguete, muchacho. Da un abrazo a la vieja Junebug. ! Pero que delgado estás! Como la primera vez que te vi. ¿Cuanto pesas, Jockey?

TC: Ciento veinticinco. Veintiseis.
( Me resulta difícil rodearla con los brazos, porque ella pesa el doble; más del doble. La conozco desde hace cuarenta años, desde que vivía solo en aquel sombrío domicilio de Royal Street y solía frecuentar un estridente bar del puerto del que era dueña, y aún lo es. Si hubiera tenido los ojos rosados, uno podría llamarla albina, porque su piel es tan blanca como las azucenas; igual que su pelo rizado y escaso. Una vez me dijo que el pelo se le había vuelto blanco de la noche a la mañana, antes de cumplir dieciséis años, y cuando le pregunté " ¿ En una noche?", ella contestó: Fue por un viaje en la montaña rusa y por la picha de Ed Jenkins. Las dos vinieron una detrás de la otra.


Musica para camaleones - Truman Capote


 

Temas Similares

2
Respuestas
13
Visitas
638
Back