Mujeres.

Cómo Roxane Gay comió hasta pesar 261 kg para enterrar su violación en grupo

“El pasado está descrito en mi cuerpo. Cargo con él todos y cada uno de los días. A veces siento como si el pasado pudiera matarme. Es una carga muy pesada. En mi historia de violencia hubo un chico. Yo le quería. Se llamaba Christopher. En realidad no se llamaba así, pero no hace falta que os lo diga. Christopher y varios de sus amigos me violaron en el bosque, en una cabaña de caza abandonada, donde nadie salvo aquellos chicos podía oír mis gritos”

Hambre, memorias de mi cuerpo

Roxane Gay es una reputada ensayista, escritora y activista estadounidense. Profesora universitaria en Purdue, sus columnas se publican regularmente en The New York Times o The Guardian.

Editora de ensayos para The Rumpus, la recopilación de sus textos en Mala Feminista (traducidos aquí al castellano por Capitán Swing), alcanzó tanto éxito y aplauso mediático que las webs satíricas bromeaban con titulares tipo “Mala feminista todavía no ha leído Mala Feminista.

Analista sobre raza (Gay es de origen haitiano), género e identidad, la escritora se abre en canal en Hambre, memorias de mi cuerpo (Capitán Swing).

Una autobiografía que retuerce, incomoda y rompe a un lector incapaz de apartar la vista ante la confesión de cómo una violación en grupo cuando apenas tenía 12 años la sumió en una espiral de autoodio, vergüenza y culpa que derivó en la superobesidad mórbida que padece (diagnóstico clínico basado en el IMC, Índice de Masa Corporal).

“Empecé a comer para cambiar mi cuerpo, es algo que hice de manera intencionada”, desvela en este relato de casi tres décadas de aferrada lucha contra su físico.

Una “jaula” que ha definido su relación con el mundo: su cénit fueron 261 kg repartidos por su metro noventa poco antes de rechazar someterse a un bypass gástrico. “En mi vida hay un antes y un después. Antes de ganar peso. Después de ganar peso. Antes de que me violaran. Después de que me violaran”, sentencia.

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© Proporcionado por SMODA


“Me rompieron, y para entumecer el dolor de aquel destrozo comí, comí y comí”, escribe.

Gay nunca denunció ni compartió con sus seres queridos su agresión sexual en grupo hasta hace unos pocos años. Su silencio se fundió con la autodestrucción de su cuerpo para crear un escudo contra el mundo y el género masculino.

(“Sabía que no sería capaz de soportar otra violación como aquella, de modo que comí porque pensé que si mi cuerpo se volvía revulsivo, podría mantener alejados a los hombres, sería más despreciable, y ya conocía demasiado bien su desprecio”).

Todavía sigue en guerra contra su físico –ahora está por debajo de los 200 kg–, tras intentar múltiples dietas que también acaba saboteando en cuanto vislumbra resultados positivos. O como ella lo resume, lleva todo este tiempo “hambrienta de dejar de sentir dolor”.

Tras su agresión a los 12 años, optó por “comer, comer y comer” para anularse ante el mundo (“aquellos chicos me trataron como si yo fuera nada, de modo que me convertí en nada”).

Lo hizo porque desde pequeña entendió que la obesidad repele, y asquea, a la sociedad patriarcal. Que a las niñas se nos enseña “a no ocupar espacio” y a “ser delgadas y pequeñas” porque “si somos vistas, debemos agradar a los hombres y resultar aceptables de cara a la sociedad”.

Gay pasó por un internado en Exeter en el que, sin supervisión paterna, pudo lanzarse a ese precipicio de culpa y de autodesprecio y engordar, prácticamente de golpe, 13 kilos.
Creció encerrada en su caparazón mientras se hacía más lista y escribía mejor.

Romántica empedernida por su afición a las novelas de aventuras adolescentes (desde Judy Blume a Las gemelas de Sweet Valley), entró en Yale, huyó a mitad de la carrera y saltaba de estado en estado a la búsqueda de cariño en desconocidos amantes que conocía a través de Internet (hombres y mujeres).

Durante su veintena engordó 12 kg e hizo prácticamente de todo: trabajó en una compañía de s*x* telefónico, fue okupa, vivió una historia de amor sereno junto a un hombre y regresó a casa para enderezar su carrera profesional. Todavía se siente incómoda con las muestras de cariño. Fue bulímica durante dos años.

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“Estar delgado es un valor social”, advierte la ensayista.

Su texto no es sólo la historia de un trauma. También es un afilado análisis sociocultural sobre la demonización y la crueldad con la que se juzga, y castiga, a la obesidad.

Consciente y clara sobre las dolencias y pésima salud que arrastra por su sobrepeso, Gay carga contra el espectáculo de los programas de adelgazar populares en la televisión de EEUU (“su mensaje siempre es el mismo: la autoestima y la felicidad están inextricablemente vinculadas al hecho de estar delgado“).

Contra el marketing de las dietas milagro (“equiparar delgadez a autoestima es una poderosa mentira. Está claro que se trata de una mentira jodidamente convincente porque la industria de pérdida de peso prospera”).

Contra Oprah por haber paseado en su programa un carrito cargado de grasa animal simbolizando los 32 kg que perdió en 1988 para después hacerse con el 10% de Weight Watchers.

Y contra el mundo “que fuerza a tantas chicas y mujeres a hacer todo lo posible por desaparecer. Nadie quiere oír historias de chicas gordas que ocupan demasiado espacio y, sin embargo, siguen sin encontrar un lugar donde encajar. La gente prefiere historias de chicas demasiado flacas que se matan de hambre y hacen demasiado ejercicio y que tienen un aspecto gris y macilento y que a simple vista desaparecen”.

Hambre no es una confesión sanadora con clímax resolutivo.

Las heridas de Gay siguen abiertas.

Sufre timidez crónica y siente pánico escénico. Es hiperconsciente de su envergadura y se rinde al autodesprecio con una facilidad que hiela la sangre, aunque alivia al lector al afirmar que a sus 40 años “he sido capaz de admitir que me gusto, a pesar del fastidio de sospechar que no debería gustarme”.

Googlea continuamente el nombre del violador que lideró su agresión en grupo. Sabe, por sus redes sociales, qué aspecto tiene, dónde trabaja y qué coche conduce. “Me pregunto si sabe que pienso en él cada día. Digo que no, pero lo hago. Él siempre está conmigo. Siempre. No tengo paz”.

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Cómo Roxane Gay comió hasta pesar 261 kg para enterrar su violación en grupo

“El pasado está descrito en mi cuerpo. Cargo con él todos y cada uno de los días. A veces siento como si el pasado pudiera matarme. Es una carga muy pesada. En mi historia de violencia hubo un chico. Yo le quería. Se llamaba Christopher. En realidad no se llamaba así, pero no hace falta que os lo diga. Christopher y varios de sus amigos me violaron en el bosque, en una cabaña de caza abandonada, donde nadie salvo aquellos chicos podía oír mis gritos”

Hambre, memorias de mi cuerpo

Roxane Gay es una reputada ensayista, escritora y activista estadounidense. Profesora universitaria en Purdue, sus columnas se publican regularmente en The New York Times o The Guardian.

Editora de ensayos para The Rumpus, la recopilación de sus textos en Mala Feminista (traducidos aquí al castellano por Capitán Swing), alcanzó tanto éxito y aplauso mediático que las webs satíricas bromeaban con titulares tipo “Mala feminista todavía no ha leído Mala Feminista.

Analista sobre raza (Gay es de origen haitiano), género e identidad, la escritora se abre en canal en Hambre, memorias de mi cuerpo (Capitán Swing).

Una autobiografía que retuerce, incomoda y rompe a un lector incapaz de apartar la vista ante la confesión de cómo una violación en grupo cuando apenas tenía 12 años la sumió en una espiral de autoodio, vergüenza y culpa que derivó en la superobesidad mórbida que padece (diagnóstico clínico basado en el IMC, Índice de Masa Corporal).

“Empecé a comer para cambiar mi cuerpo, es algo que hice de manera intencionada”, desvela en este relato de casi tres décadas de aferrada lucha contra su físico.

Una “jaula” que ha definido su relación con el mundo: su cénit fueron 261 kg repartidos por su metro noventa poco antes de rechazar someterse a un bypass gástrico. “En mi vida hay un antes y un después. Antes de ganar peso. Después de ganar peso. Antes de que me violaran. Después de que me violaran”, sentencia.

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“Me rompieron, y para entumecer el dolor de aquel destrozo comí, comí y comí”, escribe.

Gay nunca denunció ni compartió con sus seres queridos su agresión sexual en grupo hasta hace unos pocos años. Su silencio se fundió con la autodestrucción de su cuerpo para crear un escudo contra el mundo y el género masculino.

(“Sabía que no sería capaz de soportar otra violación como aquella, de modo que comí porque pensé que si mi cuerpo se volvía revulsivo, podría mantener alejados a los hombres, sería más despreciable, y ya conocía demasiado bien su desprecio”).

Todavía sigue en guerra contra su físico –ahora está por debajo de los 200 kg–, tras intentar múltiples dietas que también acaba saboteando en cuanto vislumbra resultados positivos. O como ella lo resume, lleva todo este tiempo “hambrienta de dejar de sentir dolor”.

Tras su agresión a los 12 años, optó por “comer, comer y comer” para anularse ante el mundo (“aquellos chicos me trataron como si yo fuera nada, de modo que me convertí en nada”).

Lo hizo porque desde pequeña entendió que la obesidad repele, y asquea, a la sociedad patriarcal. Que a las niñas se nos enseña “a no ocupar espacio” y a “ser delgadas y pequeñas” porque “si somos vistas, debemos agradar a los hombres y resultar aceptables de cara a la sociedad”.

Gay pasó por un internado en Exeter en el que, sin supervisión paterna, pudo lanzarse a ese precipicio de culpa y de autodesprecio y engordar, prácticamente de golpe, 13 kilos.
Creció encerrada en su caparazón mientras se hacía más lista y escribía mejor.

Romántica empedernida por su afición a las novelas de aventuras adolescentes (desde Judy Blume a Las gemelas de Sweet Valley), entró en Yale, huyó a mitad de la carrera y saltaba de estado en estado a la búsqueda de cariño en desconocidos amantes que conocía a través de Internet (hombres y mujeres).

Durante su veintena engordó 12 kg e hizo prácticamente de todo: trabajó en una compañía de s*x* telefónico, fue okupa, vivió una historia de amor sereno junto a un hombre y regresó a casa para enderezar su carrera profesional. Todavía se siente incómoda con las muestras de cariño. Fue bulímica durante dos años.

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“Estar delgado es un valor social”, advierte la ensayista.

Su texto no es sólo la historia de un trauma. También es un afilado análisis sociocultural sobre la demonización y la crueldad con la que se juzga, y castiga, a la obesidad.

Consciente y clara sobre las dolencias y pésima salud que arrastra por su sobrepeso, Gay carga contra el espectáculo de los programas de adelgazar populares en la televisión de EEUU (“su mensaje siempre es el mismo: la autoestima y la felicidad están inextricablemente vinculadas al hecho de estar delgado“).

Contra el marketing de las dietas milagro (“equiparar delgadez a autoestima es una poderosa mentira. Está claro que se trata de una mentira jodidamente convincente porque la industria de pérdida de peso prospera”).

Contra Oprah por haber paseado en su programa un carrito cargado de grasa animal simbolizando los 32 kg que perdió en 1988 para después hacerse con el 10% de Weight Watchers.

Y contra el mundo “que fuerza a tantas chicas y mujeres a hacer todo lo posible por desaparecer. Nadie quiere oír historias de chicas gordas que ocupan demasiado espacio y, sin embargo, siguen sin encontrar un lugar donde encajar. La gente prefiere historias de chicas demasiado flacas que se matan de hambre y hacen demasiado ejercicio y que tienen un aspecto gris y macilento y que a simple vista desaparecen”.

Hambre no es una confesión sanadora con clímax resolutivo.

Las heridas de Gay siguen abiertas.

Sufre timidez crónica y siente pánico escénico. Es hiperconsciente de su envergadura y se rinde al autodesprecio con una facilidad que hiela la sangre, aunque alivia al lector al afirmar que a sus 40 años “he sido capaz de admitir que me gusto, a pesar del fastidio de sospechar que no debería gustarme”.

Googlea continuamente el nombre del violador que lideró su agresión en grupo. Sabe, por sus redes sociales, qué aspecto tiene, dónde trabaja y qué coche conduce. “Me pregunto si sabe que pienso en él cada día. Digo que no, pero lo hago. Él siempre está conmigo. Siempre. No tengo paz”.

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© Proporcionado por SMODA
Me da mucha pena , rabia e impotencia , que otros seres humanos le hagan esto a una mujer . creo que una mujer es sagrada , solo ella puede decir si se entra en su " santuario " . Y lo hace si lo desea y la persona que lo quiere hacer ella le gusta . No me gusta .
Mi repulsa más enérgica . A los violadores yo les condenaría a la castración química . Y los encerraría de por vida en un psiquiatrico .
Perdonad si soy duro , pero es como yo lo veo . No tienen derecho a nada , solo a sufrir en vida .
 
Sororidad: el valor de la alianza entre las mujeres
Valeria Sabater

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La sororidad es un pacto social, ético y emocional construido entre mujeres.

Es saber ante todo, que juntas somos más fuertes que por separado, que el empoderamiento solo es posible si creamos fuertes alianzas entre nosotras, tratándonos como hermanas y no como enemigas.

Una relación fundamentada en nuestra valía como colectivo con la intención de generar un auténtico cambio en nuestra sociedad.

Todos nos hemos tropezado últimamente con esta palabra: “sororidad”.

Cada vez está más presente en nuestro lenguaje y en los medios escritos, a pesar eso sí, de que dicho término tiene ya más de 50 años.

Fue en 1970 cuando la escritora Kate Millett, líder del feminismo de aquella época, propuso esta palabra con el fin de recoger una idea por la que luchaba en su día a día como férrea activista: conseguir una unión social entre mujeres sin que existieran diferencias de clases, religiones o etnias.

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Bajo el lema “Women of the world, unite!”, Millet acuñó la palabra “sisterhood”, la cual se tradujo a nuestro idioma añadiendo el término latino “soror” (hermana).
Es sin duda una idea que inspira, porque lejos de quedarse en la mera etiqueta, busca alentarnos, fortalecernos como colectivo y visualizarnos en nuestros contextos cotidianos para conseguir cambios.

Fue la antropóloga Marcela Lagarde quien afinó un poco más el concepto de sororidad para hablar de una amistad entre mujeres que se convierten en cómplices para trabajar juntas. Un compromiso para conseguir logros sintiéndose libres y fuertes juntas.

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Sororidad como empatía femenina, sororidad como crecimiento

Nacer, crecer y ser educadas en un contexto marcado por el peso del patriarcado tiene su precio.


Uno de ellos ver a las otras mujeres como rivales y competidoras.

No es raro ver cómo en las escuelas, institutos o en nuestros trabajos, las unas nos criticamos a las otras. Nos ponemos muros y zancadillas hasta generar un antagonismo sin sentido, donde lejos de empoderarnos, nos debilitamos… Casi sin saberlo, estamos perdiendo esa alianza que tanto nos definía en el pasado.

En la antigüedad, las mujeres compartíamos muchas más cosas que ahora.
Hacíamos vida como un colectivo firme orientado a ayudarnos y a enriquecernos emocional y psicológicamente.
Las generaciones más mayores daban consejos a las más jóvenes, se compartían las tareas de crianza, de cultivo y recolección y los tratamientos de enfermedades a través de plantas naturales…

Éramos quizá, un poco brujas.

Artesanas de la naturaleza y los saberes antiguos que se reunían en la famosa “tienda roja” durante la menstruación
para compartir historias, sincronizando nuestros ciclos y sembrando afecto en nuestras brechas emocionales para conseguir entre todas, ser un poco más valiosas cada día.

Valiosas para nosotras mismas y para el mundo. Más fuertes como madres, más fuertes como hermanas e hijas de la vida construyendo una auténtica hermandad.

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Cómo fomentar una auténtica sororidad

La conciencia femenina de la que disfrutábamos en los primeros tiempos de nuestras sociedades, se ha ido perdiendo con el paso del tiempo
.

En la actualidad, y a pesar de que valoramos de forma muy positiva la amistad entre nosotras, no abunda ese vínculo genuino como colectivo orientado a generar cambios.

No solo necesitamos ser amigas, porque el concepto de sororidad va mucho más allá. Hablamos de hermandad, de complicidad femenina, de un principio ético entre nosotras donde disponer de una mentalidad trasformadora, así como de un compromiso social que no se limite solo a alzar una pancarta de vez en cuando en una manifestación.

La sororidad es una revolución que va de dentro hacia fuera.

Primero tomando conciencia de lo que una es, de lo que merece y de lo que no está consiguiendo en una sociedad que lamentablemente, sigue siendo marcadamente patriarcal.

Más tarde, esa conciencia debe impregnarse en cada mujer que nos encontramos en nuestro día a día, apoyándola, visualizándola y reparando la feminidad astillada con el objetivo de empoderarnos mútuamente.

Más tarde, esa hermandad pasará de lo emocional a lo social para hacer de palanca e impulsar una transformación real de nuestra sociedad.

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Asimismo, y no menos importante, cabe señalar que la sororidad nos exige un ejercicio de crítica y auto-crítica constante.

A veces, nosotras mismas podemos llevar a cabo conductas que dañan a la idea de hermandad y de feminismo al cuestionar a otras mujeres, al pensar que si mi vecina ha logrado ese ascenso en su empresa “es por algo”; al dudar quizá, de esa desconocida que denuncia una agresión y que por las razones que sean, decidimos darle la espalda.

Sororidad es sinónimo de solidaridad, es ser capaces de crear una red de apoyo entre nosotras para ayudarnos y reivindicar cambios reales.
Pongámoslo en práctica, creamos en ello.
 
Subastan a una menor en Facebook por 530 vacas, tres coches y 10.000 dólares

Nico Dámaso

Hace 4 horas




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Los Replicantes Subastan a una menor en Facebook por 530 vacas, tres coches y 10.000 dólares


Una niña de 17 años ha sido el 'producto' vendido en la tienda onlina de la red social Facebook.

La oferta, realizada desde Sudán del Sur, se ha cerrado finalmente en 530 vacas, tres Toyota Land Cruiser y 10.000 dólares, lo cual irá a parar a los padres de la menor, los autores del anuncio. Esto ha vuelto a poner en evidencia el escaso control sobre funcionamiento de Facebook.

Nyalong Ngong Deng se ha convertido así en la décima esposa de un empresario local, ya que Facebook no actuó a tiempo para retirar la publicación.

Según fuentes de la zona, la alta estatura de la joven, típica de la etnia Dinka de la que procede, ha sido un factor determinante a la hora del alto precio establecido para su compra. "¡Los hijos del ganador serán jugadores de la NBA!", era una de las frases reclamo del anuncio.

Las ONG que trabajan en la zona ya temen que el alto precio que se ha pagado por Nyalong incite a las familias a imitar la subasta.

Los medios sudaneses afirman que es el precio más alto pagado por una mujer y que la venta ha sido 'express' pues normalmente las familias tardan meses e incluso años en vender a sus hijas.

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© Proporcionado por Noxvo S.L.U La menor junto al empresario ganador de la subasta

Matrimonios con menores de edad

Aunque legalmente el matromonio en Sudán del Sur no está permitido hasta los 18 años, al menos la mitad de mujeres en el país africano se casan siendo menores de edad, según la ONG Girls Not Brides.

La práctica ilegal está fertemente arraigada en la zona.

Los matrimonios con niñas se fomentan por varias razones: para evitar que la familia de la menor tenga que hacerse cargo de embarazos no deseados fuera del matrimonio y también supone una vía rápida de conseguir dinero a la vez que se despojan de una cabeza más que alimentar.

Por su parte, desde Facebook aseguran que "ninguna forma de tráfico humano está permitido en su plataforma, ya sea a través de posts, páginas, anuncios o grupos". "Eliminamos la publicación y desactivamos definitivamente la cuenta perteneciente a la persona que lo publicó" y añaden, "seguimos mejorando los métodos que utilizamos para identificar el contenido que incumple nuestras políticas".
 
Las programadoras se hacen fuertes en Argentina: "Nosotras no queremos llegar a Silicon Valley"


Están curtidas en la lucha feminista: crearon el Ni Una Menos, lucharon por el aborto legal y ahora demandan su rol en el sector tecnológico y digital

El país sudamericano cuenta con casi una treintena de comunidades locales que, desde distintos focos, facilitan y cuidan el acceso de las mujeres a las tecnológicas

"Imaginamos un Steve Jobs, solidario, casi un héroe magnánimo. Nuestra intención es conseguir otro tipo de liderazgo", aseguran desde una de ellas

Naiara Bellio
26/12/2018 - 21:26h
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Mujeres marchan por el acoso laboral en las empresas tecnológicas, donde la representación femenina suele ser menor [LAS] DE SISTEMAS

Argentina concentra un gran número de comunidades de mujeres que buscan su hueco en el sector de la tecnología. El empoderamiento feminista es parte del objetivo de muchas comunidades de programadoras que surgen en países como este, que no están en el epicentro del boom tecnológico, pero desde donde se intenta que esta fase del progreso no deje, de nuevo, a las mujeres atrás.

Bien sea por su poca presencia en las carreras dedicadas al sector informático y a las ingenierías - un 16% de chicas estudian este campo en el país sudamericano- o por la falta de directivas en las delegaciones de las principales tecnológicas mundiales, existen más de una veintena de comunidades locales dedicadas a incluir y formar a mujeres en el sector y a protegerlas una vez que están dentro. Un número que se antoja insignificante pero que es realmente competitivo para un solo país.

La particularidad de estos pequeños grupos es el activismo que realizan de forma local, sin la participación de congresos tecnológicos de talla mundial ni multinacionales de gran capital. Esta es la línea de actuación que distingue a organizaciones argentinas como Chicas en Tecnología, Chicas Programando, Media Chicas, Ada o Activismo Feminista Digital, entre otras.

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Esta organización anima a las mujeres del sector a participar en charlas sobre programación, computación y desarrollo de software para perder el miedo. [LAS] DE SISTEMAS

[Las] De Sistemas. Este grupo en concreto surgió a través de Twitter y ofrece acompañamiento a las mujeres que ya trabajan en el sector tecnológico. Encontraron la necesidad de poner una “mirada feminista” en un ámbito empresarial en el que, si ya es difícil acceder por la exigencia de conocimientos, surge la ya conocida traba de género.

“Una de las problemáticas que necesitamos abordar es que hay pocas mujeres como oradoras en eventos de tecnología. Hay muchas que tienen poca experiencia, entonces no se animan a hablar”, explica Portas. Trabaja en un país que arroja unaproporción de 15 mujeres por cada 100 hombres ocupando cargos de aplicación tecnológica, un porcentaje similar al de sus países vecinos.

La necesidad de crear sociedades locales para sacar a la luz a las potenciales informáticas y programadoras del país se da porque quieren dirimir todas las dificultades conceptuales que puedan encontrarse en el mundo digital y prepararlas para cuando accedan a empresas más grandes. “Algunas formas de trabajo o de participación tal vez no tienen tanto que ver con cosas locales. Tal vez hay bajadas (visiones o intenciones) más corporativas y nosotras lo que hicimos fue salirnos de esa lógica”, explica.

El activismo feminista por bandera
Es cuestión de tiempo que las afecciones que sufren las mujeres argentinas se trasladen a la discusión global; a esta conversación concreta se añaden cada vez más participantes. El país sudamericano está en constante ebullición activista desde que en 2015 el movimiento Ni Una Menos se convirtiera en el estandarte mundial contra la violencia de género.

“Tenemos la responsabilidad de pensar que no solo Silicon Valley es el lugar al que tenemos que apuntar”, asegura en una conversación con eldiario.es Melina Masnatta, directora ejecutiva de Chicas en Tecnología. Lo primero de lo que buscan deshacerse es del rol de visionario emprendedor exitoso que se suele asociar a un gigante como Google, un Facebook o un Apple. "Imaginamos un Steve Jobs, solidario, casi un héroe magnánimo; y la realidad es muy alejada, nuestra intención es conseguir otro tipo de liderazgo no tan masculino", dice Masnatta. Su organización surgió en 2015, año clave para el movimiento en Argentina, y trata de guiar a las próximas generaciones líderes en el sector “buscando nichos donde hay menos mujeres”.




Chicas en Tecnología@chicasentec

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#ComunidadCET es un espacio de referencia, acompañamiento y motivación para las egresadas de nuestros programas, donde las chicas encuentran oportunidades para potenciar sus proyectos y a ellas mismas, consolidar su vocación y profundizar su conocimiento
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Acá te lo contamos
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36

18:11 - 4 dic. 2018

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Las herramientas con las que trabajan son comunes para todas las personas familiarizadas con el mundo digital: lenguaje de programación y de sistemas, ciberseguridad, fintech (tecnología financiera), etc. Es el enfoque lo que varía, lo más importante para Masnatta a la hora de abordar esta enseñanza: “En el mundo no existe el role model de una mujer que crea en tecnología y que no sea una CTO (directora de tecnología por sus siglas en inglés), solitaria con montón de recorridos”, asevera, y es eso la principal variante que las de Chicas en Tecnología aprenden.

Ni Una Menos, aborto legal... y hackers poderosas
“Me esforcé, hice la carrera, entré pero ahora me enfrento a un mundo con muchos más problemas que al principio". Es la carta de presentación de casi todas las chicas que acuden a Las De Sistemas, según Portas. Explica que en su comunidad existen muchos perfiles: chicas que trabajan en cooperativas de software, en las delegaciones argentinas de tecnológicas como Microsoft, Amazon o Google, programadoras recién salidas de la universidad, etc.

“Cada una es libre de armar su carrera como más le guste”, defiende Portas, pero es necesario darles herramientas para que no se encuentren con los mismos problemas de siempre: brecha salarial, techo de cristal, acoso laboral, entre otras dificultades de cuestiones de género. “Creo que en el tema tecnológico, el principio de nuestro acercamiento es la pérdida de oportunidades, buscamos la equidad de acceso de oportunidades en formación digital. Lo que implica un sueldo, posicionarnos económicamente y socialmente en el mundo, estamos perdiendo talento”, continúa Masnatta.

Ambas expertas coinciden en que esta adhesión al mundo tecnológico está irremediablemente ligada a los movimientos feministas que caracterizan al país. Este año, la marea feminista supuso multitudinarias movilizaciones a favor del derecho a decidir -que en este país solo es legal en ciertas condiciones- y ponen el grito en el cielo contra cada feminicidio. Ahora, ven una oportunidad en el sector de las nuevas tecnologías que no van a dejar escapar, porque quieren a su población femenina formada e implicada. "En Argentina siempre tenemos que estar ganando. Ese es el salto, por eso nos diferenciamos", concluyen.

https://www.eldiario.es/tecnologia/mujeres-Argentina-queremos-Silicon-Valley_0_850415425.html
 
El imán de Al Azhar afirma que una esposa puede ser golpeada "siempre y cuando no se le rompa ningún hueso"

20MINUTOS.ES 10.06.2019 - 12:59h

---- "El remedio es golpear de un modo simbólico con el propósito de reformar pero sin causar daño", ha afirmado.

----- El líder egipcio ha intentado rectificar después a través de un comunicado

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Ahmed el Tayeb, Gran Imán de al-Azhar. Wikipedia/minoritenplatz8

El imán de Al Azhar, Ahmed el Tayeb, ha afirmado que una mujer puede ser golpeada por su esposo "siempre y cuando ningún hueso resulte roto".

"El remedio que el Corán ofreció es golpear de un modo simbólico con el propósito de reformar pero sin causar daño, perjuicio o dolor", comentó el imán.

Ha realizado estas polémicas declaraciones en un programa de televisión que ha conducido durante el mes sagrado del Ramadán.

El líder egipcio ha utilizado el Corán para explicar sus afirmaciones.

"Los hombres están al cargo de las mujeres en virtud de la preferencia que Alá ha dado a unos sobre otros", dice el imán, que además explica que el hombre tiene "normas y límites" para con las mujeres, como la de "no provocarle daños en un órgano o miembro de su cuerpo ni pegarle con la mano en la cara ni darle heridas ni causarle perjuicio psicológico.

El objetivo es golpearle de una manera simbólica con el Swak [un pequeño palo de madera que se usaba antiguamente para limpiar los dientes] o el cepillo de nuestro tiempo", concluye el imán.

Rectificación en un comunicado

El imán de Al Azhar ha intentado rectificar con un comunicado en el que afirma que "el maltrato a la mujer se ha convertido en una de las causas del daño psicológico que se refleja negativamente en la familia".

También ha recordado que el teólogo islamista de La Meca Ibn Atta rechazó en sus escritos golpear a la esposa ya que considera que esta conducta contraviene el Corán.


https://www.20minutos.es/noticia/3665499/0/iman-al-azhar-afirma-esposa-puede-ser-golpeada-sin-romperle-hueso/?utm_source=facebook.com&utm_medium=smm&utm_campaign=noticias#xtor=AD-15&xts=467263
 
India
Condenados seis hombres en la India por violar y matar a una menor

10 de junio del 20199:46 pm CEST

Última actualización: 10 Jun 2019, 9:46 pm CEST
  • Más de 190.000 mujeres sufrieron violencia sexual en la Unión Europea en 2015
  • La tragedia de Colonia se repite: 18 mujeres agredidas sexualmente durante un festival en Alemania

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Foto: NARINDER NANU | AFP
Seis hombres de religión hindú han sido condenados por secuestrar, violar y matar a una niña de ocho años. La fiscalía ha pedido la pena de muerte a tres de los procesados, aunque finalmente la condena ha sido rebajada a cadena perpetua. Los otros tres condenados han sido sentenciados a cinco meses de prisión por destruir pruebas y un séptimo ha sido absuelto. Paralelamente a este juicio se está llevando a cabo otro contra el octavo y último acusado, que asegura que era menor en el momento en que se produjeron los hechos.

El altercado tuvo lugar en enero de 2018. La menor, procedente de una tribu nómada musulmana, llevó a pastar a los caballos familiares a un prado cercano, en la región de Kathua, donde fue secuestrada y llevada a un pequeño santuario.

Según las pruebas recopiladas por la policía, una vez en el santuario la joven fue drogada y violada durante cuatro días. Finalmente, decidieron estrangularla con su propia bufanda y aplastarle el cráneo con una roca, provocando su muerte. Además, añaden que el crimen fue planeado por uno de los integrantes como parte de un plan para liberar a la región de los nómadas musulmanes.

Este crimen es un claro ejemplo de las tensiones raciales existentes en esta zona de la India, un área dominada por los hindúes en uno de los estados más polarizados del país, donde las tensiones religiosas y el nacionalismo están aumentando bajo el Gobierno conservador del primer ministro Narendra Modi.

En los días posteriores a la detención de los acusados se produjeron notorias reacciones por ambas partes. Por un lado, miembros del colegio local de abogados intentaron impedir que la policía presentara los documentos de arresto en el tribunal y dos ministros estatales del partido Bharatiya Janata fueron acusados de asistir a un mitin en apoyo de los presuntos agresores. Por otro lado, cientos de personas salieron a las calles de diferentes ciudades en protesta por el asesinato y por la violencia a las mujeres.

En ese mismo año y para hacer frente a los problemas de violaciones por parte de hombres a menores, el Gobierno indio aprobó la Ley Criminal 2018 sobre violación de menores aprobada en Lok Sabha (la cámara baja del Parlamento bicameral indio). Según esta nueva ley, si la víctima es menor de 12 años, la sentencia mínima es de 20 años de prisión frente a los 10 de la regulación anterior. Por su parte, el castigo máximo es la pena de muerte. En los casos de violación en grupo el castigo mínimo es la cadena perpetua, mientras que el máximo es la pena de muerte. Mientras tanto, las estadísticas oficiales muestran que los casos de violación siguen en aumento y reflejan la ineficacia de esta ley.
 




Muere la campeona paralímpica Marieke Vervoort tras recibir la eutanasia

La deportista belga obtuvo cuatro medallas en los Juegos de Londres 2012 y Río 2016


Marieke Vervoort en su casa de la localidad flamenca de Diest, en agosto de 2016. En vídeo, entrevista con Vervoort para EL PAÍS en 2016. Delmi Álvarez

Bruselas 23 OCT 2019 - 19:35 CEST

Marieke Vervoort no quería morir, pero hacía tiempo que se preparaba para ello.

"He vivido cosas que la mayoría de la gente solo puede soñar", decía resuelta frente a la compasión cuando alguien lamentaba el infortunio de la parálisis progresiva que le inmovilizó la mitad inferior del cuerpo y la dejó en una silla de ruedas desde los 20 años.

Recordaba así la deportista paralímpica belga un historial repleto de récords nacionales y europeos, victorias en Mundiales y cuatro grandes metales: oro y plata en los 100 y 200 metros de los Juegos de Londres 2012, y bronce y plata en el 100 y el 400 de Río 2016, su adiós definitivo a la competición.

Este martes, el Ayuntamiento de su localidad natal, Diest, anunció su fallecimiento a los 40 años de edad tras abandonar el tratamiento que recibía en un hospital y someterse a una eutanasia.

El diagnóstico a los 14 años, acompañado de un largo peregrinaje por hospitales para identificar la enfermedad, fue un mazazo para una adolescente inquieta que hasta entonces nadaba, montaba en bicicleta y practicaba jiu-jitsu.

Su padre, Joseph, la recuerda como una niña activa, jugando con chicos y subiéndose a los árboles.
En su nuevo escenario vital, Vervoort se adaptó a las nuevas circunstancias con fiereza. Empezó con el baloncesto en silla de ruedas, probó el triatlón y finalmente eligió la explosividad de las distancias cortas en su silla de ruedas, las disciplinas que le reportaron mayores éxitos y le permitieron conocer la gloria olímpica.

Entrenaba fuerte, sin recurrir a excusas. Ni una incómoda tormenta ni un dolor más intenso de lo normal la convencían de no rodar a toda velocidad por el tartán de la pista de Lovaina, a 30 kilómetros de su casa, hasta donde la llevaba en su coche un matrimonio amigo.

Su entrenador, Rudi Voels, técnico también de otros grandes velocistas belgas, tuvo que vencer su tozudez en alguno de esos días malos y persuadirla en más de una ocasión de que nada pasaba por dejar una sesión a medias. Incluso cuando las acababa, acompañaba las caricias a su inseparable perro Zenn de alguna queja amarga. "Estúpidos dolores. ¿Conoces a alguien que necesite morfina para entrenar?".

Esa dedicación la catapultó a sus primeras medallas en Londres. "Fue muy especial verlo y poder decir: ¡es mi hija!", rememora su padre volviendo a aquel día del verano de 2012 en el estadio olímpico.

Una emoción con resultados algo más accidentados para su madre. "Recuerdo que me puse de pie cuando llegaste a la meta en los Juegos de Londres. Estaba eufórica. Después quise sentarme, pero con la euforia me olvidé de que era una silla plegable. ¡Me caí al suelo! ¿No lo viste, verdad?", le decía a su hija el año pasado en neerlandés, las dos a punto de llorar de risa y Marieke ávida por traducir la anécdota a sus visitantes en una habitación de hospital en Diest.

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Su celebridad trascendió con creces su Flandes natal, donde publicó un libro en el que las peripecias deportivas convergen con la angustiosa lucha contra una enfermedad degenerativa.

Su historia atravesó las fronteras de Bélgica cuando Vervoort hizo público en 2016 que había solicitado los papeles de la eutanasia.

La atleta buscaba así espantar el fantasma del dolor terminal, un miedo que la perseguía en las noches interminables donde apenas podía pegar ojo y tenía que pulsar el botón para que una enfermera fuera a verla.

También alejar, como ella misma afirmaba, cualquier tentación de su***dio.

Desde que obtuvo el permiso —para lo cual en Bélgica es necesaria la aprobación de dos médicos— la certeza de poder elegir el momento del adiós le había devuelto el sosiego. "Cuando quiera puedo coger mis papeles y decir ¡es suficiente! Quiero morir. Me da tranquilidad cuando tengo mucho dolor. No quiero vivir como un vegetal", reconocía en una entrevista con este diario antes de los Juegos de Río.

Había quien se sorprendía, y se molestaba, de que Vervoort diera a conocer sus intenciones. Como si hiciera apología de un acto inmoral o buscara aprovecharlo para ganar protagonismo. Pero la impresión que transmitía es que hablaba de la muerte como de la vida, con naturalidad, intercalando bromas y fechorías menores en una conversación que giraba a menudo en torno al dolor y la mejor forma de sobrellevarlo.

Apartada del deporte y obligada a frecuentes ingresos hospitalarios, Vervoort siguió utilizando las redes sociales como solía para comunicarse con sus seguidores, volcar frustraciones momentáneas, dar las gracias a sus médicos y regresar a tiempos mejores publicando imágenes de cuando todavía podía deslizar las ruedas de su silla como un cohete sobre la pista.


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En alguno de esos desahogos amagó con tirar la toalla al insistir en que buscaba una fecha para concretar la eutanasia, pero luego se sobreponía y aplazaba la decisión una y otra vez, aferrándose a la vida.

Enamorada de Lanzarote, isla que visitaba habitualmente y donde dijo que le gustaría lanzaran sus cenizas, visitó su particular paraíso este verano, aunque muy a su pesar, su dolencia la obligó a adelantar la vuelta a Bélgica.

Unas semanas después, con la decisión de poner fin a su vida ya tomada, lejos de abandonarse a la introspección, subió como copiloto a bordo de un Lamborghini para dar unas vueltas a un circuito con sus padres y sus perros como testigos. "He cumplido muchos sueños en mi vida. Este es el último", anunció.

La última fotografía que compartió en Facebook, tres días antes de su muerte, la muestra subida a su silla de competición en pleno esfuerzo, cabeza gacha concentrada, los músculos tensos de los brazos formando una uve, las tres ruedas congeladas sobre el tartán. Y una frase: "No puedo olvidar los buenos recuerdos".

https://elpais.com/deportes/2019/10...MB86enhmlsoB5CvP8TdnuCaK6yomPcR7Mv41oAhSeTxa4
 
El beso de las dos jugadoras de fútbol que rompe el tabú de la homosexualidad en el deporte femenino

Las jugadoras Pernille Herder y Magdalena Eriksson se han convertido en protagonistas del Mundial de Francia de 2019 al dar una lección de compañerismo y visibilizar al colectivo LGTB.

Beatriz Serrano | 01 Jul 2019 23:593 julio, 2019


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Jugadoras del equipo de Suecia celebrando su victoria frente al equipo alemán. Foto: Getty Images

La imagen ya ha hecho historia, pero es la propia historia detrás de la misma la que ha conseguido que la fotografía se volviese viral: durante el Mundial Femenino de Francia 2019, Pernille Herder, jugadora de la selección danesa cuyo equipo había sido eliminado, se puso una camiseta de Suecia para apoyar desde las gradas a su pareja, la también jugadora Magdalena Eriksson.

Cuando Suecia eliminó a Canadá en octavos de final, la danesa no dudó en bajar al campo a celebrar la victoria junto a su novia.

El beso, que fue captado por las cámaras, inmortalizó el momento en que Herder, orgullosa de su pareja y con la camiseta de un equipo rival, no solo daba una lección de deportividad y compañerismo, sino que rompía junto a Eriksson un tabú que el fútbol masculino todavía no ha logrado romper: el de la homosexualidad.




Esta no ha sido la única alegría que el Mundial Femenino de Francia ha dado a la comunidad LGTB: según datos de Out Sport, medio dedicado a visibilizar la diversidad sexual en el deporte, en el Mundial de Francia hay más de 30 jugadoras y dos entrenadoras que han salido abiertamente del armario como lesbianas o bisexuales. Y muchas de estas jugadoras no han cesado de visibilizar su historia: el 12 de junio, día de los enamorados en Brasil, una de sus jugadoras estrellas, Cristiane, compartía un romántico mensaje a través de su cuenta de Instagram mientras su novia viajaba a Francia para apoyarla en el campeonato: «solo sé que completas mi mundo, amor mío». Las que tampoco han dejado de generar contenido han sido las jugadoras de la selección de Estados Unidos, Ali Krieger, defensa y su novia Ashlyn Harris, portera, bautizadas por los aficionados como las Krashlyn desde que aparecieran en la portada de la revista People para anunciar su compromiso y su boda a finales de este año. Las Krashlyn, que llevaban saliendo cerca de una década, admitieron en la entrevista de la revista People que si no habían hecho pública su relación con anterioridad fue por falta de confianza en sí mismas. A día de hoy, sin embargo, se sentían preparadas: «finalmente, después de tantos años, siento que no tengo nada que esconder y que no tengo que ocultar la comunidad a la que pertenezco», explicó Harris.





En cuanto a la selección española, la jugadora Mapi León, central del Barça, ha hablado abiertamente sobre su condición sexual sin reparos en varias ocasiones.

León dice que no se considera un icono, sino que solo pretende ser sincera, aunque comprende por qué su salida del armario puede ayudar a más personas. Tal y como declaró en una entrevista para El País: «si tú tienes un entorno en el que la gente dice putos gais de mierda o las bolleras me dan asco, quizás te lo tienes que pensar bien antes de confesarlo, ¿no? Esto todavía le pasa a mucha gente».

La cantidad de imágenes de jugadoras del Mundial mostrando con naturalidad sus relaciones con otras mujeres coincidiendo, además, con el mes del Orgullo, ha traído de vuelta una pregunta que sigue siendo tabú en el fútbol masculino: ¿acaso no hay hombres homosexuales en este deporte?

Del «Guti, mari**n» al «Cristiano, sal del armario»: la homofobia imperante en el fútbol masculino

«Estoy avergonzado de que, en 2019, tengamos que organizar una conferencia para combatir la discriminación y la intolerancia en el fútbol», dijo Aleksander Ceferin, presidente de la UEFA, en el discurso de apertura de este año del evento Equal Game Conference, un evento que tiene la intención de eliminar todo tipo de discriminación en el mundo del fútbol.

Ceferin abordó durante la conferencia la problemática de los insultos homófobos que se siguen escuchando en los partidos, admitiendo que quizás muchos jugadores no hablaban públicamente de su orientación sexual por miedo a la grada.

Los insultos homófobos siguen siendo una constante desde el graderío, pero también en el campo y en los vestuarios.

Las infames declaraciones del entrenador Fabio Capello cuando entrenada a la selección rusa en 2015 («el fútbol no es para mariquitas») o el insulto de Koke a Cristiano Ronaldo («mari**n») que se hizo famoso por la respuesta del portugués («mari**n, sí, pero lleno de pasta, cabrón») son algunos de los ejemplos recientes de una larga lista de descalificaciones. Pero este no es el único temor de los jugadores, en entrevistas con jugadores que han salido del armario suelen mencionar otros factores como el miedo al aislamiento en el vestuario, la pérdida de jugosos contratos publicitarios o la no renovación del contrato con el club.

La homosexualidad en el fútbol masculino sigue siendo un tabú que suele tratarse como si fuera algo inexitente y otro motivo de esto es la falta de referentes y visibilización por parte de los deportistas: en la lista de jugadores que han salido públicamente del armario encontramos un total de ocho nombres, incluyendo al jugador inglés Justin Fashanu, primer futbolista en declararse homosexual en 1990 y que terminó suicidándose ocho años más tarde. El secretismo y ocultación de este tema en el fútbol masculino contrasta con la apertura y naturalidad con la que las jugadoras del Mundial de Francia han mostrado sus relaciones con otras mujeres.

La manera en la que se representan a estos atletas en el campo y en la publicidad es con frecuencia de una masculinidad en esteroides. Un buen ejemplo de esto es el anuncio de Nivea Men donde los futbolistas Garteh Bale, Marcelo, Isco y Carvajal aparecen haciendo actitividades como cortar leña o conducir un coche en mitad de un tornado y al final del anuncio se asustan cuando se tienen que poner crema que viene dentro de un packaging rosa. Para hidratarse, los cuatro futbolistas necesitan el bote azul y metálico que Nivea les ofrece. Los anuncios de perfumes o desodorantes protagonizados por deportistas también les suelen representar como héroes internacionales que, además, tienen éxito con las mujeres.

El rechazo a todo lo femenino en el mundo del deporte ha llevado a que muchos futbolistas sufran insultos homofóbos y burlas cuando celebran un gol con un beso a otro jugador o tienen muestras de cariño con sus compañeros. Esta idea de masculinidad total, que no soporta la más mínima brecha ni incursión de lo femenino, tiene que ver con lo que el activista La Santa Marika explicó en un artículo para Píkara Magazine: «cuando nos llaman ‘maricas’, no nos están llamando ‘homosexuales’ sino ‘no hombres’. El insulto nace de la interacción entre la misoginia y esa máquina de normalización que es el ‘convertirse en un hombre'». La escritora Caitlin Moran también explicaba en su libro ‘Cómo ser mujer’ la idea de que un hombre homosexual será visto, desde el machismo, siempre como un hombre de segunda categoría.

A pesar de la dificultad y la presión a la que se enfrentan los futbolistas masculinos, cabe recordar que sus compañeras también se enfrentan a insultos homófobos y racistas en competiciones deportivas, con la excepcionalidad de que ellas también se tienen que enfrentar a comentarios machistas. A pesar de ello, han sido las mujeres lesbianas y bisexuales del Mundial de Fútbol de Francia quienes han logrado hacer de este el Mundial más inclusivo hasta el momento para la comunidad LGTB.

La fotografía de Pernille Herder y Magdalena Eriksson dándose un beso a pesar de su rivalidad, en el mes del Orgullo y coincidiendo con un año en que las futbolistas han reivindicado la necesidad de mejores salarios y mayor apoyo de medios e instituciones, ha conseguido dar la vuelta al mundo y visibilizar por partida doble aquello que hasta ahora no se había visto con tanta fuerza: que las mujeres juegan muy bien al fútbol y, que el fútbol, además, puede llevar las siglas LGTB.

Artículo actualizado el 3 julio, 2019 | 10:01 h

https://smoda.elpais.com/moda/actualidad/futbol-femenino-tabu-homosexualidad-deporte/
 
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