Mi sobrina y otros textos que iré poniendo.

P

Peritta

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El verano toca a su fin, Agosto se agosta y en pocos días comenzará de nuevo la vorágine de un curso más.

Sin embargo hoy he visto llorar profundamente a mi sobrina y no había nada que pudiera hacer o decir para consolarla, pues cada palabra o cada gesto que hiciera le provocaba de nuevo el llanto y yo ni siquiera sabía porqué.

He de decir que yo soy un payaso, incluso en el sentido peyorativo del término, pero a mi sobrina, que va a cumplir los doce años, siempre he sabido sacarle una sonrisa o una carcajada aún en sus peores rabietas.

Su madre me dijo que estaba blandita, mimosona y yo me sabía que si las dos habían estado toda la mañana con las tripillas revueltas y medio encamadas, seguro que el asunto se debía a motivos femeninos.

Pero no. Aquella tristeza era mucho más honda, más interna. Y rebuscando en el pozo de mis recuerdos me doy cuenta de que yo también pasé por ahí, de que a mi también me tocó esa profunda pena. Si señor, mi sobrina cambia de colegio, pasa de la primaria al instituto y ha adivinado que el grupo de su infancia, con el que ha compartido más de la mitad de su vida, va a deshacerse como un azucarillo en una taza de té.

¿Miedo ante el cambio?. No, que vá. Ella tiene sentido común y sabe que en el sitio a donde va a ir será de las pequeñas, de las últimas en entrar, supongo que esto lo tendrá asumido y no se hará falsas expectativas.

No. Mi sobrina ha sentido, creo que por primera vez, el paso inexorable del tiempo, el eco a vacío que dejan las despedidas definitivas, el ya no nos veremos más. Mi sobrina ha sentido que haga lo que haga, el tiempo sigue corriendo, que aunque no le guste, que aunque quiera oponerse, nada hay que pueda impedirlo.

Si señor, mi sobrina se ha sentido vieja por primera vez en su vida y le ha dado por llorar.

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FREE ZOUHAM o abandonad toda esperanza.
 
NOCHEBUENA.


Bueno, pues como todos los años en día tan señalado, en rojo lo pintamos en el calendario, ya tenemos a Dios en el mundo. Felicidades a los creyentes.
Joer, qué religión ésta nuestra -y la suya aunque no crea- que matamos a Dios una vez y le hacemos venir al mundo dos veces al año.

Sin embargo me temo que éstas van a ser las últimas Navidades que voy a celebrar yo. Sí señor, sí. Navidades tristes.
No, no se crean que es por la falta de trabajo ni tampoco por la escasez de dinero para hacer regalos y comer de lo bueno. No señor, son las ausencias de los que ya no están.

El año pasado desaparecieron los Reyes Magos de mi casa, el anterior los adornos navideños, el otro los villancicos, el otro... ya no recuerdo cuándo desapareció la Misa del Gallo de las costumbres familiares.
No, no iba todo el mundo ni mucho menos, pero siempre había quien, puede que por darse una vuelta por la calle, desafiaba al frío nocturno e iba a la Misa del Gallo.

-¿Has ido a misa?.
-Si.
-¿Y has visto a Dios?
-Pues no he reparado en tanto.

Puede que el que las noches sean tan largas y los días tan cortos ayude a que los recuerdos infantiles afloren con más fuerza a nuestra mente pero después de cenar, justo cuando se recoge la mesa, siempre quedaba un último trozo de pan por retirar, entonces mi padre lo tocaba, se santiguaba y rezaba un Padre Nuestro en memoria de los que ya no están. Los demás le imitábamos tocando el pan, santiguándonos y contestando a continuación:

-El pan nuestro de cada día...

Luego volvía la algarabía y unos se ponían a charlar, otros a jugar a las cartas y la chiquillería a dar guerra, pero recuerdo aquél minuto y medio de solemnidad mucho más que la letra de cualquiera de los villancicos.

Entonces no me dolía porque no tenía seres queridos que me faltaran, pero ahora que soy mayor y la familia es más corta y no se reúne, tengo que rezar ese Padre Nuestro para mis adentros.

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FREE ZOUHAM o abandonad toda esperanza.
 

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