Literatura, filosofía y espiritualidad

El círculo del 99



Había una vez un rey muy triste que tenía un sirviente, llamado Hasán, que como todo sirviente de rey triste, era muy feliz. Todas las mañanas llegaba a traer el desayuno y despertaba al rey cantando y tarareando alegres canciones de juglares. Una sonrisa se dibujaba en su distendida cara y su actitud para con la vida era siempre serena y alegre. Un día el rey lo mandó a llamar.

– Hasán – le dijo – ¿cuál es el secreto?


– ¿Qué secreto, Majestad?


– ¿Cuál es el secreto de tu alegría?


– ¡ No hay ningún secreto, Alteza!


– No me mientas, Hasán. He mandado a cortar cabezas por ofensas menores que una mentira.


– No le miento, Alteza, no guardo ningún secreto.


– ¡Por qué está siempre alegre y feliz! ¿Por qué?


-Majestad, no tengo razones para estar triste. Su Alteza me honra permitiéndome atenderlo. Tengo mi esposa y mis hijos viviendo en la casa que la corte nos ha asignado, somos vestidos y alimentados y además su Alteza me premia de vez en cuando con algunas monedas para darnos algunos gustos, ¿cómo no estar feliz?


-Si no me dices ya mismo el secreto, te haré decapitar —dijo el rey—. Nadie puede ser feliz por esas razones que has dado.


-Pero, Majestad, no hay secreto. Nada me gustaría más que complacerlo, pero no hay nada que yo esté ocultando…


– Vete, ¡vete antes de que llame al verdugo!


El sirviente sonrió, hizo una reverencia y salió de la habitación. El rey estaba como loco. No consiguió explicarse cómo el paje estaba feliz viviendo de prestado, usando ropa usada y alimentándose de las sobras de los cortesanos. Cuando se calmó, llamó al más sabio de sus asesores y le contó su conversación de la mañana.


– ¿Por qué él es feliz?


– Ah, Majestad, lo que sucede es que él está fuera del círculo.


– ¿Fuera del círculo?


– Así es.


– ¿Y eso es lo que lo hace feliz?


– No Majestad, eso es lo que no lo hace infeliz.


-A ver si entiendo, estar en el circulo te hace infeliz.


– Así es.


– ¿Y cómo salió?


– Nunca entró.


– ¿Qué círculo es ese?


– El círculo del 99.


– Verdaderamente, no te entiendo nada.


– La única manera para que entendieras, seria mostrártelo en los hechos.


– ¿Cómo?


– Haciendo entrar a tu sirviente en el circulo.


– ¡Eso, obliguémoslo a entrar!


– No, Alteza, nadie puede obligar a nadie a entrar en el circulo.


– Entonces habrá que engañarlo.


– No hace falta, Su Majestad. Si le damos la oportunidad, él entrará solito, solito.


– ¿Pero él no se dará cuenta de que eso es su infelicidad?


– Si se dará cuenta.


– Entonces no entrara.


– No lo podrá evitar.


– ¿Dices que él se dará cuenta de la infelicidad que le causará entrar en ese ridículo círculo, y de todos modos entrará en él y no podrá salir?


– Tal cual. Majestad, ¿estás dispuesto a perder un excelente sirviente para poder entender la estructura del circulo?


– Sí.


– Bien, esta noche te pasaré a buscar. Debes tener preparada una bolsa de cuero con 99
monedas de oro, ni una más ni una menos. ¡99!


– ¿Qué más? ¿Llevo los guardias por si acaso?


– Nada más que la bolsa de cuero. Majestad, hasta la noche.


– Hasta la noche.


Así fue. Esa noche, el sabio pasó a buscar al rey. Juntos se escurrieron hasta los patios del palacio y se ocultaron junto a la casa del Hasán. Allí esperaron el alba. Cuando dentro de la casa se encendió la primera vela, el hombre sabio agarró la bolsa y le pinchó un papel que decía: “Este tesoro es tuyo. Es el premio por ser un buen hombre. Disfrútalo y no cuentes a nadie cómo lo encontraste.” Luego ató la bolsa con el papel en la puerta del sirviente, golpeó y volvió a esconderse. Cuando Hasán salió, el sabio y el rey espiaban desde atrás de unas matas lo que sucedía. El sirviente vio la bolsa, leyó el papel, agitó la bolsa y al escuchar el sonido metálico se estremeció, apretó la bolsa contra el pecho, miró hacia todos lados de la puerta, y se arrimaron a la ventana para ver la escena.


El sirviente había tirado todo lo que había sobre la mesa y dejado sólo la vela. Se había sentado y había vaciado el contenido de la bolsa sobre la mesa. Sus ojos no podían creer lo que veían, ¡Era una montaña de monedas de oro! Él, que nunca había tocado una de estas monedas, tenia hoy una montaña de ellas para él. El sirviente las tocaba y amontonaba, las acariciaba y hacía brillar la luz de la vela sobre ellas. Las juntaba y desparramaba, hacía pilas de monedas. Así, jugando y jugando empezó a hacer pilas de 10 monedas. Una pila de diez, dos pilas de diez, tres pilas, cuatro, cinco, seis… y mientras sumaba 10, 20,30, 40, 50, 60… hasta que formó la última pila: 9 monedas. Su mirada recorrió la mesa primero, buscando una moneda más. Luego el piso y finalmente la bolsa. “No puede ser”, pensó. Puso la última pila al lado de las otras y confirmó que era más baja.


– ¡Me la robaron —gimió— me la robaron!


Una vez más buscó en la mesa, en el piso, en la bolsa, en sus ropas, vació sus bolsillos, corrió los muebles, pero no encontró lo que buscaba. Sobre la mesa, como burlándose de él, una montañita resplandeciente le recordaba que había 99 monedas de oro, “sólo 99”. “99 monedas.


Es mucho dinero”, pensó. Pero me falta una moneda. Noventa y nueve no es un número completo – pensaba – Cien es un número completo, pero noventa y nueve no. El rey y su asesor miraban por la ventana. La cara del sirviente ya no era la misma, estaba con el ceño fruncido y los rasgos tiesos, los ojos se habían vuelto pequeños y arrugados y la boca mostraba un horrible rictus, por el que se asomaban los dientes. El sirviente guardó las monedas en la bolsa y mirando para todos lados para ver si alguien de la casa lo veía, escondió la bolsa entre la leña. Luego tomó papel y pluma y se sentó a hacer cálculos.


¿Cuánto tiempo tendría que ahorrar el sirviente para comprar su moneda número cien?Todo el tiempo hablaba solo, en voz alta. Estaba dispuesto a trabajar duro hasta conseguirla. Después quizás no necesitara trabajar más. Con cien monedas de oro, un hombre puede dejar de trabajar. Con cien monedas de oro un hombre es rico. Con cien monedas se puede vivir tranquilo. Sacó el cálculo. Si trabajaba y ahorraba su salario y algún dinero extra que recibía, en once o doce años juntaría lo necesario.


“Doce años es mucho tiempo”, pensó. Quizás pudiera pedirle a su esposa que buscara trabajo en el pueblo por un tiempo. Y él mismo, después de todo, él terminaba su tarea en palacio a las cinco de la tarde, podría trabajar hasta la noche y recibir alguna paga extra por ello. Sacó las cuentas: sumando su trabajo en el pueblo y el de su esposa, en siete años reuniría el dinero. ¡Era demasiado tiempo! Quizás pudiera llevar al pueblo lo que quedaba de comidas todas las noches y venderlo por unas monedas. De hecho, cuanto menos comieran, más comida habría para vender… Vender… Vender. … Estaba haciendo calor. ¿Para qué tanta ropa de invierno? ¿Para qué más de un par de zapatos? Era un sacrificio, pero en cuatro años de sacrificios llegaría a su moneda cien.


El rey y el sabio, volvieron al palacio. El sirviente había entrado en el circulo del 99… Durante los siguientes meses, Hasán siguió sus planes tal como se le ocurrieron aquella noche. Una mañana, el sirviente entró a la alcoba real golpeando las puertas, refunfuñando de pocas pulgas.


– ¿Hasán, qué te pasa? – preguntó el rey de buen modo.


– Nada me pasa, nada me pasa.


– Antes, no hace mucho, reías y cantabas todo el tiempo.


– Hago mi trabajo, ¿no? ¿Qué querría su Alteza, que fuera su bufón y su juglar también?


No pasó mucho tiempo antes de que el rey despidiera al sirviente. No era agradable tener un paje que estuviera siempre de mal humor. Vos, yo y todos nosotros hemos sido educados en esta ideología: Siempre nos falta algo para estar completos, y sólo completos se puede gozar de lo que se tiene. Por lo tanto, nos enseñaron que la felicidad deberá esperar a completar lo que falta. Y como siempre nos falta algo, la idea retorna el comienzo y nunca podemos gozar de la vida. Pero que pasaría si la iluminación llegara a nuestras vidas y nos diéramos cuenta, así, de golpe, que nuestras 99 monedas son el cien por ciento del tesoro, que nada tiene de más redondo cien que noventa y nueve, que todo es sólo una trampa, una zanahoria puesta frente a nosotros para que seamos esclavos, para que solo tiremos del carro, cansados, malhumorados, infelices o resignados. Una trampa para que nunca dejemos de empujar y que todo siga igual… Eternamente igual. ¡Cuántas cosas cambiarían si pudiéramos disfrutar de nuestros tesoros tal como están…!


Jorge Bucay
 
Amarse con los ojos abiertos


Quizás la expectativa de felicidad instantánea que solemos endilgarle al vínculo de pareja, este deseo de exultancia, se deba a un estiramiento ilusorio del instante de enamoramiento.

Cuando uno se enamora en realidad no ve al otro en su totalidad, sino que el otro funciona como una pantalla donde el enamorado proyecta sus aspectos idealizados. Los sentimientos, a diferencia de las pasiones, son más duraderos y están anclados a la percepción de la realidad externa.


La construcción del amor empieza cuando puedo ver al que tengo enfrente, cuando descubro al otro. Es allí cuando el amor reemplaza al enamoramiento. Pasado ese momento inicial comienzan a salir a la luz las peores partes mías que también proyecto en él. Amar a alguien es el desafío de deshacer aquellas proyecciones para relacionarse verdaderamente con el otro. Este proceso no es fácil, pero es una de las cosas más hermosas que ocurren o que ayudamos a que ocurran.


Hablamos del amor en el sentido de “que nos importa el bienestar del otro”. Nada más y nada menos. El amor como el bienestar que invade cuerpo y alma y que se afianza cuando puedo ver al otro sin querer cambiarlo. Más importante que la manera de ser del otro, importa el bienestar que siento a su lado y su bienestar al lado mío. El placer de estar con alguien que se ocupa de que uno esté bien, que percibe lo que necesitamos y disfruta al dárnoslo, eso hace al amor.


Una pareja es más que una decisión, es algo que ocurre cuando nos sentimos unidos a otro de una manera diferente. Podría decir que desde el placer de estar con otro tomamos la decisión de compartir gran parte de nuestra vida con esa persona y descubrimos el gusto de estar juntos. Aunque es necesario saber que encontrar un compañero de ruta no es suficiente; también hace falta que esa persona sea capaz de nutrirnos, como ya dijimos, que de hecho sea una eficaz ayuda en nuestro crecimiento personal.


Welwood dice que el verdadero amor existe cuando amamos por lo que sabemos que esa persona puede llegar a ser, no solo por lo que es. “El enamoramiento es más bien una relación en la cual la otra persona no es en realidad reconocida como verdaderamente otra, sino más bien sentida e interpretada como si fuera un doble de uno mismo, quizás en la versión masculina y eventualmente dotada de rasgos que corresponden a la imagen idealizada de lo que uno quisiera ser. En el enamoramiento hay un yo me amo al verme reflejado en vos.”


Mauricio Abadi.


Enamorarse es amar las coincidencias, y amar es enamorarse de las diferencias.


Jorge Bucay
 
El comienzo

En su libro El hombre en busca del sentido, el doctor Viktor Frankl —quien sobrevivió a los campos de concentración nazis— nos dice que si bien sus captores controlaban todos los aspectos de la vida de los reclusos, incluyendo si habrían de vivir, morir de inanición, ser torturados o enviados a los hornos crematorios, había algo que los nazis no podían controlar: cómo reaccionaba el recluso a todo esto.

Frankl dice que de esta reacción dependía en gran medida la misma supervivencia. Las personas son idénticamente diferentes; es decir, todas tienen dificultades y facilidades, pero la correspondencia es dispar: lo que para algunos es sencillísimo para otros es sumamente difícil y viceversa. Habrá quienes toquen el piano mejor y aprendan más rápido y otros que lo hagan peor aun que yo, pero todos seguramente, con algunas instrucciones y disciplina, podemos llegar a tocar el piano mejor de lo que lo hacemos ahora. Exactamente lo mismo sucede en el caso de la felicidad: Todos, seguramente, podemos entrenarnos para ser más felices.


No encuentro una relación forzosa entre las circunstancias de la vida de la gente y su nivel de felicidad. Si las circunstancias externas determinaran por si la felicidad, se trataría de un tema sencillo y no de un tema complejo; es decir, bastaría conocer las circunstancias externas de una persona para saber si es feliz.


Podríamos jugar a predecir la felicidad de acuerdo con dos sencillas evaluaciones:


Si a la persona le pasan cosas buenas >- Es Feliz.
Si a la persona le pasan cosas malas >- Es Infeliz.


De donde se podría llegar a la conclusión de que ser feliz es un tema de distribución azarosa. Una deducción falsa e infantil o, peor todavía, diseñada para esquivar responsabilidades. La búsqueda de la felicidad no sólo es un objetivo exclusivamente humano, sino que además es uno de nuestros rasgos distintivos. Todos los hombres y mujeres del planeta deseamos ser felices, trabajamos para ello y tenemos derecho a conseguirlo. Quizá más aún, estamos obligados a ir en pos de esa búsqueda.


Jorge Bucay
Del libro “El camino de la felicidad”
 
Autodependencia



“Me acuerdo siempre de esta escena: Mi primo, mucho más chico que yo, tenía tres años. Yo tenía unos doce… Estábamos en el comedor diario de la casa de mi abuela. Mi primito vino corriendo y se llevó la mesa ratona por delante. Cayó sentado de culo en el piso llorando. Se había dado un golpe fuerte y poco después un bultito del tamaño de un carozon de durazno le apareció en la frente. Mi tía que estaba en la habitación corrió a abrazarlo y mientras me pedía que trajera hielo le decía a mi primo: Pobrecito, mala la mesa que te pegó, chas chas a la mesa…, mientras le daba palmadas al mueble invitando a mi pobre primo a que la imitara… Y yo pensaba: ¿…? ¿Cuál es la enseñanza?

La responsabilidad no es tuya que sos un torpe, que tenés tres años y que no mirás por dónde caminás; la culpa es de la mesa. La mesa es mala. Yo intentaba entender más o menos sorprendido el mensaje oculto de la mala intencionalidad de los objetos. Y mi tía insistía para que mi primo le pegara a la mesa…


Me parece gracioso como símbolo, pero como aprendizaje me parece siniestro: vos nunca sos responsable de lo que hiciste, la culpa siempre la tiene el otro, la culpa es del afuera, vos no, es el otro el que tiene que dejar de estar en tu camino para que vos no te golpees…


Tuve que recorrer un largo trecho para apartarme de los mensajes de las tías del mundo. Es mi responsabilidad apartarme de lo que me daña. Es mi responsabilidad defenderme de los que me hacen daño. Es mi responsabilidad hacerme cargo de lo que me pasa y saber mi cuota de participación en los hechos. Tengo que darme cuenta de la influencia que tiene cada cosa que hago. Para que las cosas que me pasan me pasen, yo tengo que hacer lo que hago. Y no digo que puedo manejar todo lo que me pasa sino que soy responsable de lo que me pasa porque en algo, aunque sea pequeño, he colaborado para que suceda.


Yo no puedo controlar la actitud de todos a mi alrededor pero puedo controlar la mía. Puedo actuar libremente con lo que hago. Tendré que decidir qué hago. Con mis limitaciones, con mis miserias, con mis ignorancias, con todo lo que sé y aprendí, con todo eso, tendré que decidir cuál es la mejor manera de actuar. Y tendré que actuar de esa mejor manera. Tendré que conocerme más para saber cuáles son mis recursos. Tendré que quererme tanto como para privilegiarme y saber que esta es mi decisión. Y tendré, entonces, algo que viene con la autonomía y que es la otra cara de la libertad: el coraje. Tendré el coraje de actuar como mi conciencia me dicta y de pagar el precio. Tendré que ser libre aunque a vos no te guste. Y si no vas a quererme así como soy; y si te vas a ir de mi lado, así como soy; y si en la noche más larga y más fría del invierno me vas a dejar solo y te vas a ir… cerrá la puerta, ¿viste? porque entra viento. Cerrá la puerta.


Si esa es tu decisión, cerrá la puerta. No voy a pedirte que te quedes un minuto más de lo que vos quieras. Te digo: cerrá la puerta porque yo me quedo y hace frío. Y esta va a ser mi decisión. Esto me transforma en una especie de ser inmanejable. Porque los autodependientes son inmanejables. Porque a un autodependiente solamente lo manejas si él quiere. Esto significa un paso muy adelante en tu historia y en tu desarrollo, una manera diferente de vivir el mundo y probablemente signifique empezar a conocer un poco más a quien está a tu lado. Si sos autodependiente, de verdad, es probable que algunas personas de las que están a tu lado se vayan… Quizás algunos no quieran quedarse. Bueno, habrá que pagar ese precio también. Habrá que pagar el precio de soportar las partidas de algunos a mi alrededor y prepararse para festejar la llegada de otros (Quizás…)”


Jorge Bucay
Extraído del libro “Cuentos para pensar”
 
Deber y libertad



¿Qué hombre, en las horas de silencio y de recogimiento, jamás interrogó la naturaleza y su propio corazón, pidiéndoles el secreto de las cosas, el por qué de la vida, la razón de ser del universo? ¿Dónde está el que jamás procuró conocer su destino, levantar el velo de la muerte, saber si Dios es una ficción o una realidad? No es propio del ser humano, aún siendo tan despreocupado, que nunca se hubiera planteado estos problemas temibles.

La dificultad en resolverlos, la incoherencia y la multiplicidad de las teorías que originaron, las consecuencias deplorables que emanan de la inmensa mayoría de los sistemas desarrollados, todo este conjunto confuso, cansando el espíritu humano, le llevó a la indiferencia y al escepticismo. Sin embargo, el hombre necesita saber; necesita el rayo que alumbra, la esperanza que consuela, la certeza que guía y que sostiene. Y tiene también el medio de conocer, de ver la verdad, de librarse de tinieblas e inundarlo de su benéfica luz. Para eso, él mismo debe desprenderse de sistemas preconcebidos, descender, escuchar esa voz interior que habla a todos nosotros y que los sofismas no pueden engañar: la voz de la razón, la voz de la conciencia. Así hice yo.


Mucho tiempo reflexioné; medité sobre los problemas de la vida y de la muerte; con perseverancia sondeé estos abismos profundos. Dirigí a la eterna sabiduría un llamamiento ardiente, y me respondió, como responde a todo. Espíritu animado del amor al bien. Pruebas evidentes, hechos de observación directa vinieron para confirmar las deducciones de mi pensamiento, para ofrecer a mis convicciones una base sólida e inquebrantable. Después de haber dudado, creí; después de haber negado, vi. Y la paz, la confianza y la fuerza moral crecieron en mí. Son los bienes que, en la sinceridad de mi corazón, deseoso de ser útil para mis semejantes, vengo para ofrecer a los que sufren y los que desesperan. Jamás la necesidad de luz se hizo sentir de forma más imperiosa. Una transformación inmensa se produce en el seno de las sociedades.


Después de haber estado sometido durante largos siglos a los principios de autoridad, el hombre mismo aspira, cada vez más a sacudir todo el trabajo, a gobernarse. Al mismo tiempo que las instituciones políticas y sociales se modificaban, las creencias religiosas y la fe a los dogmas se debilitaron. Es todavía una de las consecuencias de la libertad en su aplicación a las cosas del pensamiento y de la conciencia.


La libertad, en todos los dominios, tiende a sustituir a la coacción y a la autoridad, a guiar a las naciones hacia un horizonte nuevo. El derecho de algunos se convirtió en el derecho de todos; pero, para que este soberano derecho esté conforme con la justicia y lleve sus frutos es necesario que el conocimiento de las leyes morales venga a regular su ejercicio. Para que la libertad sea fecunda, para que ofrezca a las obras humanas una base segura y duradera, debe ser completada por la luz, la sabiduría, la verdad. La libertad, para hombres ignorantes y viciosos, ¿no es como un arma poderosa en las manos de un niño? El arma, en este caso, a menudo se vuelve contra quien la lleva y le hiere.


Leon Denis
Extraído del libro “El porqué de la Vida”
 
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Almas viejas
https://lapalmademimano.wordpress.com/2016/01/04/almas-viejas/

Alma vieja. Si sientes que no encajas, que te gusta cierta soledad, que vives sencillamente, que te guías por lo que sientes, que eres el paño de lágrimas de muchos, que escuchas sin juzgar … eres un alma vieja.


Las almas viejas somos así:


1.- Pensadores y buscadores. Pensamos mucho -demasiado- y buscamos. Buscamos un significado profundo a todo lo que nos rodea, desde el mundo que nos rodea a nuestro círculo, nuestro entorno.


2.- No compartimos nuestro interior y disfrutamos de cierta soledad, que aprovechamos para buscarnos y conocernos mejor.


3.- Madurez prematura. ¿Recuerdas cómo no jugabas con los niños de tu edad, sino que te apasionaba escuchar y participar en las conversaciones de los adultos?


4.- La sencillez es lo que te define. No aspiramos a poseer en grande, sino en pequeño: un té, un paseo por el bosque, pasar la tarde con los amigos, cocinar para los tuyos … No valoramos lo material, sino lo esencial.


5.- Filosofamos aplicando nuestra experiencia y sabiendo que todo a lo que nos enfrentamos es parte de tu aprendizaje en esta vida y de un plan de vida que nos hemos trazado.


6.- Viajar, leer, conversar, escribir, danzar, pintar todo lo que nos suponga expresarnos libremente es bienvenido y nos sirve para realizarnos.


7.- La sensibilidad a flor de piel. Manda el corazón, el sentir y no la cabeza. Confiamos en nuestro instinto, a dónde nos lleva el corazón. Sabemos y confiamos. No dudamos.


8.- Aunque rodeados y líderes, somos rara avis. Quizá te han dicho mil y una veces que eres “rara” o lo hayan insinuado en más de una ocasión. Nos sentimos cómodos solos, que es diferente de sentirse solitario.


9.- Atraemos. Conocidos y extraños “vomitan” su historia, sus temores y sus miedos para que seamos sus oídos.


10.- Pensamos diferente. Ni mejor ni peor: diferente. Tenemos una manera de pensar peculiar en cuestiones de dinero, posesiones, relaciones, etc.


11.- La importancia del perdón, de la empatía y la aceptación hacia los demás. Sabemos que cada uno pasa por un aprendizaje y lo respetamos.


12. Escuchamos sin juzgar. Nos piden consejo o nos confiesan un secreto. No juzgamos.

Hay un artículo muy interesante sobre las famílias álmicas que os recomiendo leer si tenéis sospechas que sois un alma vieja y queréis saber más sobre por qué os relacionáis más con según qué tipo de personas. A modo de resumen, los grupos de familias son: maestros, sanadores, guerreros-sanadores, chamanes, guerreros, hadas alquimistas, comunicadores, enseñantes, barqueros, iniciadores de conciencia, pilares, mecánicos.

Por Sandra (Palma de mi mano)
 
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Las almas gemelas: señales de que la has encontrado




Prueba a decir a tus amigos, a tu círculo de confianza que has encontrado a tu alma gemela y verás qué pasa. Se hace un vacío y confirman que estás loca de atar -definitivamente- o simplemente estallarán en carcajadas.

La idea de que el alma gemela es aquella persona ideal para ti, de la que te enamorarás perdidamente y con la que nunca discutirás es absolutamente irreal.
Lo que se conoce como alma gemela es diferente de la flama gemela, que si tengo un rato sí que me gustaría extenderme y explicar los diferentes grados de almas gemelas -por así decirlo- que existen. Sí que he tenido oportunidad de encontrar y reconocer a mi flama gemela, pero eso ya lo explicaré en otro post.

Un alma gemela -por describirla de manera objetiva- es aquella persona que conoces instintivamente a un nivel profundo con la que tienes un nivel de complicidad tal que te permite crecer como persona en la relación. Verdaderamente, es una persona especial. Las almas gemelas pueden presentarse como amigos, hermanos, padres y parejas. No siempre un alma gemela es una relación de pareja.

Señales para reconocer un alma gemela

1.- No hace falta hablar. La comunicación, la conexión existe en todos los niveles. Uno puede terminar las frases del otro, se cruzan los mensajes en el móvil, uno llama al otro a la misma vez o se sienten como que simplemente no pueden estar sin el otro.

2.- Saber que realmente has encontrado a la persona elegida. Tener la sensación de que te faltaba alguien en tu vida. Puedes haberla soñado, deseado, pensado anteriormente. Como decimos muchas veces “cuando lo sabes, lo sabes”; esta frase suena a verdad cuando se trata de una conexión con un alma gemela. Es muy común que haya un signo revelador que nos permite saber cuando el verdadero amor ha llegado: una sensación de reconocimiento o una corazonada de que se trata de alguien que será especial para ti.

3.- La química física es palpable y evidente. Muchas veces, ocurrirá que el círculo cercano se percata de que las dos personas se sienten atraídas porque es muy evidente que esas personas se atraen y se buscan. Doy fe que coger de la mano a tu alma gemela -flama gemela en mi caso- te lanza a un torbellino, incluso después de muchos años de relación.

4.- Comodidad con el otro desde el primer momento. Las almas gemelas conectan con facilidad y no se esconden, al contrario, quedan al descubierto sin temor al juicio por parte del otro. Es mucho más fácil relajarse e incluso sentirse vulnerable. Hay una círculo de familiaridad desde el primer día.

5.- Pero él o ella te rompen por dentro. No es una relación de color de rosa ni mucho menos. La relación es una relación de desafío, de lucha continua de poder . Las circunstancias atenuantes de la vida y los retos difíciles que tienen que vivir son la causa del fortalecimiento de ambos y es el pegamento que os mantiene unidos a través de las dificultades y que ayuda a cada uno a convertirse en su YO más auténtico. Gracias al alma gemela evolucionamos. Muchas veces el alma gemela nos saca de quicio y nos enerva por completo como parte de las lecciones más difíciles para nuestro alma.

6.- No siempre comparten nuestros puntos de vista. Las almas gemelas tienen las mismas virtudes y valores y ven el mundo a través de una lente muy muy parecida.

7.- La relación trae calma interior. Aunque muchas veces se trata de un terremoto emocional y acarrea removida emocional, sientes seguridad con esa persona y sabes que la tendrás a largo plazo. Hay la certeza de que ante todo son compañeros del mismo equipo y de que la relación es sana, sin apegos y sin egoísmos. Confían el uno en el otro, se sienten seguros y cómodos el uno con el otro y se sienten seguros discutiendo temas difíciles de una manera madura.

Cuando trabajamos con nuestro interior, estamos trabajando también con el amor y nuestra propia voz, con nuestro corazón. Si nos acostumbramos a escucharnos a nosotros mismos y a abrir el corazón, será más fácil escuchar la voz del amor cuando éste llegue a nosotros. Continuaré hablando de los tipos de alma gemela y os explicaré cómo reconocí a mi flama gemela.

Por Palma de mi Mano
 
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Sé tu mejor versión
https://lapalmademimano.wordpress.com/2015/12/27/se-tu-mejor-version/


Sé tu mejor versión es el consejo que doy desde ya. El que más repito. Siendo tu mejor versión creces y evolucionas. He entendido que no existen verdades absolutas. Sé dónde indagar, con qué me quedo y qué dejo ir.


Lejos de sentirme una persona especial, con algún don o divina, me siento con una gran responsabilidad al haberme reunido con personas que me hacen trabajarme constantemente y a las que hago trabajar de la misma manera que ellos a mi. Y haber llegado a lo que tanto busqué: a esa persona que me completa y me hace dar lo mejor de mi: mi flama. Javier.

Ser flama gemela no es un noviazgo terrenal, pasional e ideal. No. Las flamas estamos ya unidas en los planos de consciencia superior y no lo tenemos fácil para nada. En nuestra convivencia, debemos ser felices y vibrar a la vez. Nuestra misión es recordar que ya fuimos felices, que somos la misma energía, la misma esencia, la misma actitud, la misma manera de pensar … y que simplemente vibrando en AMOR como gemelos sanamos, despertamos y damos luz.


Perlas que Javier me ha regalado:


  • Tengo la sensación que todo lo que te doy es poco. Me debo a ti.
  • Hay un universo desconocido entre nosotros que tenemos que explorar y conocer.
  • No conozco a nadie que siquiera sea capaz de hacer eso (abandonarme por pensar que estando juntos pueda perjudicarme) por amor.
  • Cualquier cosa que desees -aunque tenga que desmontar la tierra o ir a otro mundo- lo tendrás.
  • Sirve con humildad y con respeto.
  • Vemos las cosas no como son, sino como somos.
  • Hay una diferencia entre conocer el camino y andarlo. Tú ni lo rozas.
  • Los sueños son la voz de nuestras habilidades. Si lo sueñas, significa que puedes hacerlo.
  • Es importante que estés en tu centro, en tu identidad creativa: es lo que te hace única.
  • Cuando renunciamos a ser nosotros mismos, no somos nadie.
  • Tengo miedo de perderte.
  • No tienes categoría para ver mi parte emocional.
  • No abuses del que puedes, sino del que debes.
  • Estoy frenando tu libertad: ¿eres feliz?
  • Déjame vivirte.

Como digo: sé tu mejor versión para crear lo que deseas.


Sandra. La palma de mi mano
 
El mundo necesita más compasión y menos lástima

El mundo necesita más compasión. Sin embargo, la mayoría nos limitamos a sentir lástima, ese sentimiento pasivo a través del cual nos limitamos a experimentar tristeza por quien sufre carencias, por quien deja su país, por quien vive en el último escalón de nuestra sociedad. Sin embargo, el compasivo es el único que asume un sentimiento activo, el único que hace lo posible por mitigar sufrimientos ajenos.


Algo que resulta curioso en nuestro día a día es la gran incomodidad que suscita la palabra “compasión”. A nadie le agrada, por ejemplo, que le compadezcan, porque de algún modo se pone en evidencia cierta desventaja, cierta dimensión que no nos sitúa en el mismo nivel de oportunidades que al resto. Ahora bien, la trascendencia cambia si nos referimos a este término dentro de un marco budista.




“La lástima no cuesta nada, pero tampoco vale nada. Necesitamos más compasión”.


-Josh Billings-


En este último caso, la compasión es una herramienta excepcional que nos permite varios logros. La primera es ver el mundo desde una visión más humana, afectuosa y sensible. Aún más, se le añade el compromiso auténtico de querer aliviar ese dolor, de hacer lo posible por reparar esa desventaja.


Por otro lado, tenemos también esa dimensión tan necesaria que es sin duda la autocompasión. También nosotros mismos deberíamos ser proactivos con nuestras propias carencias y necesidades.




En resumen, no basta con experimentar lástima. Con ver a quien sufre y limitarnos a ponernos en sus zapatos unos instantes para comulgar con sus pesares, y después alejarnos para poner olvido a la distancia. Necesitamos acción, voluntad y compromiso, con los demás, pero también con la propia persona, con esa realidad interna que a veces descuidamos y que no atendemos.





Más compromiso, más compasión

A menudo, dejamos de lado la gran implicación psicológica que tienen determinados términos. Así, la palabra “lástima” esconde en los recovecos de sus tres sílabas dimensiones tan curiosas como llamativas. De este modo, hay quien se aventura a decir por ejemplo que cuando experimentamos esta emoción aplicamos la empatía más básica: somos capaces de conectar con el sufrimiento ajeno, sabemos qué le duele, cómo sufre y cuál es el impacto de su situación personal.


Sin embargo, sentir lástima por alguien no es solo empatizar. Aplicamos también un sentimiento de superioridad. Hay una constancia evidente de algo que nos separa del otro: puede ser el estatus, la cultura, la economía e incluso la distancia física propia de nuestra especie cuando experimentamos lástima por un animal.




Por otro lado, tenemos la compasión, ese vocablo que por sí mismo ya nos da una pista sobre cómo actúa. Esta palabra procede del latín, ‘cum passio‘, y se podría traducir como ‘sufrir juntos‘ o ‘lidiar juntos con las emociones. Como vemos, aquí se disuelven las distancias para establecer una cercanía de igual a igual donde participar del dolor del otro pero con una finalidad muy clara: comprometernos con él para mejorar su situación. De este modo, podemos concluir con el hecho de que la compasión responde a la confluencia de tres componentes básicos:


  • El emocional: conectamos con el sufrimiento ajeno de forma activa al experimentar con él una motivación, un deseo expreso de generar bienestar.
  • El cognitivo: al percibir el dolor ajeno lo evaluamos, para después concluir con la necesidad de elaborar un plan de acción.
  • El conductual: la decisión de desplegar una serie de acciones para resolver la situación complicada de la otra parte.

La empatía no es lo mismo que la compasión. La mayoría de nosotros empatizamos con las emociones ajenas, sin embargo, esa conexión no siempre lleva a la movilización. La compasión implica además presentar un sentimiento movilizador, una acción que parte de las emociones pero que busca un objetivo definido: mejorar la situación del otro.
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La compasión, un instinto que debemos recuperar

El mundo necesita más compasión, más personas que no se limiten a contemplar el dolor ajeno, sino que pongan medios (dentro de sus posibilidades) para generar un cambio en positivo. Ahora bien, tal y como hemos señalado al inicio, esta palabra sigue teniendo una implicación algo compleja e incómoda en nuestro vocabulario. No nos gusta que se compadezcan de nosotros. La mayoría del tiempo, somos incluso reacios a recibir ayuda ajena.


Sin embargo, tal y como nos explican diversos científicos en un estudio de la Universidad de Berkeley (California) deberíamos ser capaces de recuperar ese “instinto primario”. La compasión sería esa respuesta natural y automática que nos ha permitido sobrevivir como especie.


Se ha demostrado incluso que los niños de dos y tres años presentan conductas compasivas hacia otros niños sin necesidad de recibir ningún tipo de recompensa a cambio. Es una reacción, un tipo de respuesta que lamentablemente tiende a desaparecer con el tiempo en muchos casos debido a nuestros condicionamientos sociales.





Como curiosidad y para finalizar, vale la pena destacar un dato que aportó el doctor Dachner Keltner, del estudio antes citado de la Universidad de Berkeley. La famosa frase de “solo los más aptos sobreviven” atribuida a Charles Darwin no sería en realidad del célebre autor del Origen de las Especies. Esa idea, esa frase, fue acuñada por Herbert Spencer y los darwinistas sociales, quienes deseaban justificar la superioridad de clase y raza.


Charles Darwin enfatizó algo muy diferente. De hecho tal y como él mismo explicó en sus escritos, las sociedades que aplicaban más compasión eran las que tendrían mayores probabilidades de evolucionar. En sus propias palabras: “los instintos sociales o maternos como la compasión son mejores que cualquier otro. Las comunidades que incluyen un mayor número de miembros compasivos prosperaran más, porque este rasgo favorece la supervivencia y el florecimiento de nuestra especie“.

Por Valeria Sabater
 
Las 4 claves del buen amor, según el budismo



Las ideas sobre el amor cambian en las diferentes culturas, y también varía mucho en función de la experiencia personal. Lo que uno recibió desde que nació tiene mucho que ver con aquello que entendemos por sentimiento amoroso.

El budismo tiene una concepción del amor muy interesante. Según Thich Nhat Hanh, activista, autor y monje budista, describe al “verdadero amor” como aquel que “es capaz de generar alegría tanto para uno mismo como para la otra persona”.

Para el Budismo, si existe la bondad, el gozo, la compasión y la libertad, existe también el amor de verdad. Estas cualidades son innatas, dice, son innatas, están presente en todos los seres humanos, pero hay que practicarlas para desarrollarlas.

El amor que hace sufrir, para el budismo, no es amor verdadero. El amor debe hacernos sentir más felices y más seguros. El amor es una reverencia, una comunión. Y, aunque une y funde, también motiva al vuelo, a ser libres, a vivir gozosamente la vida sin miedos ni angustias.

El amor es una reverencia, una comunión. Y, aunque une y funde, también motiva al vuelo, a ser libres, a vivir gozosamente la vida sin miedos ni angustias

Los 4 elementos del amor, según el budismo
1. La bondad
La bondad en el amor es la inclinación natural a hacer el bien ante todo. De acuerdo al Buda, la bondad es el elemento esencial del amor e implica compartir la alegría del corazón, la que a su vez nos provee con la capacidad de hacer feliz al otro.

Para ser bondadosos con nuestros seres queridos, el Buda recomienda observarlos de cerca pues allí radica nuestra capacidad para comprenderlos realmente. Observar al otro no es una acción física, con los ojos, sino una acción del alma y del corazón..

La comprensión de quién es el otro, que nace de estar atentos y presentes en todo momento (y receptivos a sus necesidades), nos lleva al amor de verdad.

Dice el Buda que no se puede amar a alguien si no se le comprende. Eso es bondad en el amor

2. La compasión
No hay sufrimiento en el amor verdadero pero para no sufrir, y no hacer sufrir a la pareja, se debe entender la naturaleza del sufrimiento. La compasión nos ayuda a que la persona amada sufra menos.

Si la compasión hacia el otro – u otros – no nace fácilmente, el budismo propone la práctica de la meditación para desarrollar esta facultad al igual que un honesto deseo de cambiar y crecer para mantener una relación de pareja estable.

Para cultivar la compasión es necesario observar al otro, cultivar la conexión con el ser amado al estar presente y atento a sus necesidades

3. El gozo y la alegría
Si no hay alegría no hay amor de verdad. Esta alegría debe ser pura y profunda, de corazón, y no una actuación forzada o manipulación para no perder al otro. El amor verdadero, según el budismo, llena de gozo y alegría el corazón de ambos amantes – sin excepciones, sin excusas. Si esto no es así, el amor no es de verdad ni es sano.

Esto es algo sencillo. Si gozas y haces gozar, amas. Si sufres o haces sufrir, no.

4.Inclusión, ecuanimidad y libertad
Se debe amar de tal manera que el otro se sienta libre y esa libertad incluye un sentido de pertenencia a la pareja y estar a salvo con ella en todo momento. Esta libertad en el amor, dice el Buda, nace de la inclusión y la conexión, de entender que todos somos uno y esto mismo aplica a la pareja.

Si el vínculo es verdadero y fuerte, es a su vez flexible para dejar al otro ser y hacer

La libertad del amor no es dañina ni peligrosa, ya que acompaña a los otros elementos del amor: la bondad, la compasión y el gozo.

El amor de verdad también trasciende a la pareja. El amor verdadero nos hace amar a todo y todos lo que nos rodean. El amor verdadero se multiplica.

Por Buena Vibra
 

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