Literatura, filosofía y espiritualidad

Cultiva tu energía


Generalmente tenemos la tendencia a identificarnos con el cuerpo físico, con la realidad material, densa y concreta, creada por los sentidos.

Aunque podemos pasar el día absortos en las divagaciones del pensamiento y agitados por la inestabilidad de las emociones, aún así vivimos encerrados dentro de los límites y posibilidades del cuerpo físico.

Esto engaña nuestra percepción de las cosas (y de nosotros mismos) haciéndonos creer que la realidad que experimentamos tiene sustancia y es real. Nos percibimos como un cuerpo aislado en medio de un espacio vacío y enfrentando a un universo hostil y peligroso. De esta forma nos disociamos, el cuerpo y la mente se separan y la energía ya no puede fluir normalmente.

Pero el cuerpo físico, o el “saco de carne y huesos” con el que estamos completamente identificados, es en esencia vacuidad. No tiene sustancia propia. Cambia todo el tiempo. Energía e información producidas por el movimiento de la conciencia.

La esencia del mundo físico es insustancial.


La conciencia da vida a la materia.

Materia y energía son una misma cosa.


Por lo tanto somos un cuerpo físico, pero también un cuerpo de energía y un cuerpo espiritual, que es la conciencia misma.

Tenemos un cuerpo limitado, que es el cuerpo físico propiamente dicho, y cuerpos ilimitados, infinitos, que animan e impulsan a la materia e incluso los compartimos entre todos.

Se puede decir que el cuerpo físico es la proyección (o el reflejo) de cuerpos más sutiles. Diferentes tipos de vibración que expresan los distintos niveles de la existencia. Pero todos conectados y estructurados siguiendo una dinámica fractal.

Así que tenemos un lado visible, básico, limitado y denso, que sirve de soporte y vehículo al lado invisible, espiritual, sutil e ilimitado.

Incluso los cuerpos sutiles tienen diferentes planos de acuerdo a su vibración. Por ej: el plano emocional, es el menos sutil y el más cercano a la vibración física. Las emociones impactan directamente en los órganos y su funcionamiento (ver: la química de las emociones).

Hay una conciencia básica, instintiva, adaptativa que es menos sutil que la conciencia superior que genera ideales, proyectos, creatividad y conecta con las demás conciencias. Son diferentes aspectos o cualidades de la única conciencia. De la misma forma que hay una conciencia fundamental del universo o protoconciencia y conciencia individual, organismos concientes de si mismos, de su individualidad.

Pero en realidad hay una sola conciencia, un solo cuerpo.

La ilusión es percibir solo un aspecto de las cosas.


Entonces, ¿Cuáles son los límites reales de nuestro ser? ¿De donde viene esta respiración? ¿A dónde va? ¿Cuál es el origen de este pensamiento que modelará toda una realidad física? ¿Por que si con mi pensamiento puedo viajar en el tiempo y el espacio, con mi cuerpo físico no llego muy lejos?

La causa de buena parte de los sufrimientos en los seres humanos es la identificación con lo que muere, con la parte perecedera de la existencia y el desconocimiento del lado eterno e ilimitado.

Esto es debido a la ignorancia o no aceptación de su verdadera naturaleza.

De manera que solo interactuamos con los niveles físicos y materiales más básicos, y nuestros deseos y necesidades se corresponden con estos niveles elementales. La realidad que se experimenta es en consecuencia más limitada, estrecha y condicionada.

El puente que une el mundo material y visible con el mundo inmaterial e invisible, es la respiración.

La respiración es energía, es materia y es conciencia.

Cuando inspiras el universo entra en vos, cuando exhalas entras en el universo. Pero en esencia no hay límites, las diferencias corresponden a distintos grados de manifestación o de movimientos de la conciencia.


El universo es uno y cada uno es el universo viviendo una experiencia individual transitoria.

Conviene no olvidar esto. No hay manera de estar fuera del universo. Cada uno es su universo, comunicando con otros múltiples universos, dentro de otro universo. De manera que no estamos solos ni perdidos y mucho menos aislados.

Mediante la práctica de una respiración correcta podemos calmar la mente y armonizar las emociones.

La respiración modifica el medio interno fisiológico. Favorece la homeostasis y la purificación de los sistemas y tejidos del cuerpo.

Con la respiración nutrimos el cuerpo de energía.

Para la medicina china, la respiración es el chi (energía) del cielo. Los pulmones son los gobernadores de la energía, la absorben, la promueven, la hacen circular.

La respiración aporta oxígeno y elimina dióxido de carbono, influye en el pH de la sangre y de los tejidos. Si la ventilación pulmonar es insuficiente el medio interno se vuelve más ácido, se capta menos O2, se acumula CO2 y se modifica la química cerebral.

Todo lo que respira tiene conciencia. La célula es el ejemplo más fundamental. Es la menor unidad biológica con conciencia.

Es un cuerpo de energía, porque se trata de energía viva, consciente, por eso es "vital"



Somos energía


Esta energía en el cuerpo físico circula de manera ordenada, siguiendo canales virtuales interconectados entre si y con todos los órganos y tejidos del cuerpo.





sistema de canales y puntos de energía

La energía vital (chi o ki), que en nuestro ser toma forma individual, es la misma energía que existe en todo el universo y nos conecta con todo.

Esta energía se puede cultivar, desarrollar, armonizar, podes aprender a moverla y a acumularla en los órganos y centros de energía. Esto no solo es fuente de salud y longevidad, sino también de despertar y de expansión de la conciencia.

Es evidente que hace falta una práctica regular. Una disciplina. Entrenarse. No es como hacer aerobic, pero el aprendizaje y la repetición son indispensables.

El chi kung (o qi gong), el taichichuan, el yoga y las artes marciales favorecen el cultivo de la energía.

La práctica de zazen equilibra y expande el cuerpo de energía. Cuando la postura sentada es estable e inmóvil, la energía puede circular libremente y optimiza su consumo, o sea, se reduce.

Cuando el chi es fuerte y circula libremente mejora la capacidad de adaptación al medio y a las circunstancias.




Energía y materia se transforman entre si. Representan dos aspectos de una única realidad. A más energía más sustancia, mayor nutrición y generación. Los órganos internos se fortalecen. Los procesos fisiológicos se revitalizan. Aumenta la resistencia a las enfermedades.

“En el cultivo de la energía vital se debe eliminar todo aquello que consuma energía inútilmente en nuestra vida”

Por ejemplo: Emociones parásitas (miedo, tristeza, preocupación, ira), relaciones tóxicas, exceso de pensamientos, de ambiciones, de trabajo, de deudas…


Para poder ir más allá de los condicionamientos que tenemos instalados, hace falta un plus de energía que nos permita romper la inercia de los hábitos y la forma de pensar instalada.

A priori es difícil ya que las redes neuronales se encuentran fortalecidas por la repetición cotidiana (pensamientos, acciones) y sus conexiones ya están establecidas. Entonces siempre se genera la misma realidad.

Pero la conexión es dinámica. El cerebro se puede reconfigurar, a esta capacidad se le llama neuroplasticidad.

Cuando se crean otras conexiones neuronales (sinapsis), la realidad cambia. Para reconfigurar la red de neuronas hay que modificar la información que se procesa. Esto que se logra cambiando los hábitos, la manera de pensar, aprendiendo, estudiando y experimentando, es decir aportando nueva y mejor información. Practicando meditación en silencio.



El conocimiento de si mismo no tiene nada que ver con una moda, o con un fenómeno cultural o social, no es algo que te de fama, prestigio o riquezas, o garantía de una vida larga, etc. Es el único movimiento que vale para comenzar a ser reales y dejar de vagar como fantasmas.

Para penetrar en nuestra verdadera naturaleza necesitamos energía. La salud y la felicidad dependen de esta energía. Incluso nuestra actitud ante la vida.

Cultivar la energía significa: permitir que circule y se exprese naturalmente en el cuerpo físico y en nuestras acciones y pensamientos.



El pensamiento mueve la energía, la energía condensa la materia, la materia se vuelve energía, además nutre y sirve de vehículo al espíritu. Los tres son una misma cosa.



El cultivo de la energía (que es acción y movimiento), implica también desarrollar la no acción (en chino: wu wei).

La no acción es el no pensamiento, es el silencio, es la inmovilidad.

El secreto consiste en encontrar el no movimiento en el seno del movimiento y la calma en medio de la agitación. La calma así obtenida permitirá que el chi fluya libremente y se expanda el cuerpo de energía.

Cultivar tu energía significa volverte íntimo contigo mismo, clarificar tu mente, abrir tu corazón y no maltratar tu cuerpo. Encontrar el equilibrio en tu vida.

Es simple, el primer paso es la fe y la confianza en ti mismo.

Por Mariano Giacobone
 
Libre albedrío

Las causas de los actos voluntarios.

Por libre albedrío se entiende la capacidad de optar entre distintas alternativas que se nos ofrecen o crear otras nuevas. Nadie ni ninguna ley de la naturaleza puede torcer en principio nuestra voluntad. Nos consideramos capacitados para tomar decisiones. Por ello, va estrechamente vinculado al concepto de responsabilidad (moral, civil, penal, etcétera). Abordado en perspectiva histórica, el denominado problema del libre albedrío se halla relacionado con la moral de los actos, la responsabilidad, la dignidad y el rechazo social, en ética; con la naturaleza y los límites de la libertad humana, la autonomía, la coerción y el control en teoría social y política; con la compulsión, la adicción, el autocontrol, la autodecepción y la debilidad de la voluntad en psicología; con la responsabilidad y el castigo en derecho; con la relación entre mente y cuerpo, la consciencia, la naturaleza de la acción y la personalidad, en filosofía de la mente, teoría cognitiva y neurociencias; con cuestiones sobre la predestinación, el mal y la libertad humana en teología y filosofía de la religión; con cuestiones metafísicas sobre necesidad y posibilidad, determinismo, tiempo y azar, realidad cuántica, leyes de la naturaleza, causalidad y explicación en filosofía y en ciencia; y con los mecanismos cerebrales subyacentes de los procesos psicológicos aludidos en neurociencia.


Hay una explicación diagnóstica (descriptiva) del libre albedrío y una descripción prescriptiva del mismo. La primera pormenoriza los tipos de compromisos mantenidos a propósito del libre albedrío; la segunda es una propuesta para los compromisos que debieran mantenerse. Se parte, en cualquier caso, del supuesto de que la mente y la voluntad controlan algunas acciones del cuerpo.


El debate sobre la existencia o no del libre albedrío atraviesa toda la historia del pensamiento. Muchas expresiones de la cultura (pintura, teatro) lo han reflejado también. La primera edición de esta obra, aparecida en 2002, se centró en los trabajos de la segunda mitad del siglo xx cuando se renovó el interés en el tema, a raíz de los avances registrados en ciencia y filosofía. Esta segunda edición reúne 28 ensayos y agrega los debates desarrollados en la nueva centuria. Desde el siglo xvii, la controversia ha girado en torno a la cuestión determinista y la cuestión de la incompatibilidad. ¿Es verdadero el determinismo?; ¿es compatible o incompatible con el libre albedrío? Las respuestas ofrecidas a esas dos cuestiones han dado origen a las dos principales divisiones en los debates contemporáneos: deterministas e indeterministas, por un lado, y compatibilistas e incompatibilistas, por otro. Se reconocen dos clases de incompatibilistas: la libertaria, que sostiene que, al menos a veces, disponemos de libre albedrío, y la eliminativista, que defiende que carecemos de libre albedrío, atrapados como estamos en el determinismo.


Determinismo y necesidadamenazan la libertad de elección. No cabe escoger donde todo está prescrito, desde el momento en que se dan las condiciones para que se produzca el acto en cuestión. La determinación constituye un tipo de necesidad condicional. En el lenguaje de la lógica modal, el fenómeno o suceso determinado acontece en todos los mundos lógicamente posibles en que se dan las condiciones determinantes (por ejemplo, causas físicas antecedentes más leyes de la naturaleza). William James introdujo la distinción entre deterministas blandos y deterministas duros. Ambos sostienen que toda la conducta humana está determinada. Pero el determinismo duro niega incluso la propia existencia del libre albedrío, en cuanto son conceptos antitéticos.


Cabría preguntarse por qué el determinismo ético persistió a lo largo del sigloxx, siendo así que las leyes físicas —antaño baluarte del pensamiento determinista— se iban alejando de ese tipo de postulados. La mecánica cuántica introdujo el indeterminismo en el mundo físico. Hemos recorrido un largo camino desde que Pierre Simon de Laplace ponderaba los éxitos de la mecánica y la astronomía, unificadas por la teoría de la gravitación de Newton. La física incoada por Planck cuestionó el determinismo laplaciano. De acuerdo con la teoría cuántica, las partículas elementales que componen el sistema del mundo no tienen posición y momento exactos que pudieran ser simultáneamente conocidos por cualquier observador («principio de incertidumbre» de Heisenberg). En buena medida, el comportamiento de las partículas elementales, del salto cuántico en los átomos a la desintegración radiactiva, no pueden predecirse con exactitud y solo pueden explicarse mediante leyes probabilistas. Además, la incertidumbre y la indeterminación del mundo cuántico no se deben solo a nuestro conocimiento limitado, sino a la propia naturaleza del mundo físico.


Pese al evidente retroceso del determinismo en el dominio de la ciencia (teoría del caos como ejemplo), los planteamientos deterministas y compatibilistas del comportamiento humano han persistido tenaces. ¿A qué se debe semejante paradoja? Tras reconocer que algunos conceptos eje de la física cuántica podrían aplicarse al libre albedrío (indeterminismo, no localidad y participación del observador), se insiste en que el comportamiento indeterminado de las partículas elementales tiene poco que ver en cómo hemos de pensar sobre la conducta humana; podemos prescindir de la indeterminación cuántica en los sistemas físicos macroscópicos, como son el cuerpo y el cerebro humano, y continuar considerando determinado el comportamiento.


Si resulta que el determinismo no supone ninguna amenaza real contra el libre albedrío porque pudieran conciliarse, no tendría sentido preocuparse por el determinismo en la ciencia. Siendo compatibles, mantendríamos la libertad de desear lo mejor. Mostrar que tal es lo que acontece ha constituido el objetivo de los compatibilistas desde Thomas Hobbes, en el siglo XVII. Más aún, los defensores de la tesis compatibilista han trasladado la carga de la prueba a los incompatibilistas. Para estos, existen dos rasgos del libre albedrío que reflejan su incompatibilidad con el determinismo: escogemos entre un abanico de opciones, y el origen (o fuente) de nuestra elección se encuentra dentro de nosotros, no en algo sobre lo que no tenemos control. La mayoría de los argumentos en pro de la incompatibilidad proceden del primer aspecto: la exigencia de que un agente actúe libremente, por iniciativa propia, solo si este tiene posibilidades alternativas o podría haber actuado de otra forma. Se trata de la condición AP (de alternative possibilities condition), también denominada condición de la evitabilidad, por cuanto pudo haberlo hecho de otra manera. Esa incompatibilidad presume, en efecto, la existencia de posibilidades alternativas (o el poder del agente de actuar de otra manera), a modo de condición necesaria para actuar libremente.


Puesto que aquí, por definición, el determinismo no es compatible con la actuación libre, la defensa de la incompatibilidad se esquematiza en el «argumento de la consecuencia». Formulado inicialmente por Carl Ginet, David Wiggins, Peter van Inwagen, James Lamb y, en versión teológica, por Nelson Pike, el argumento de la consecuencia establece, en líneas generales, que, si el determinismo es verdadero, entonces nuestros actos son consecuencia de las leyes de la naturaleza y de acontecimientos de un pasado. Pero no depende de nosotros lo que sucedió antes de que naciéramos, ni, por ende, tampoco las consecuencias de esas cosas, incluidos nuestros actos. Si uno no es capaz de cambiar p (el pasado o las leyes de la naturaleza), entonces tampoco podemos cambiar cualquiera de las consecuencias lógicas de p (principio beta).


En una situación de determinismo, careceríamos de toda opción de actuar de un modo distinto del que actuamos; con el determinismo se descarta cualquier posibilidad de alternativa.


La idea de libre albedrío evoca una capacidad de elegir que ni remotamente se asemeja a un proceso físico, sino al concepto de yo, mente o consciencia. De ahí que muchos no admitan su adquisición en el curso de la evolución por selección natural, incardinada en una cadena de acontecimientos físicos causalmente conectados. Los enfoques biológicos modernos del problema de la elección se proponen revelar los mecanismos nerviosos implicados en la toma de decisiones, en la elección. Algunos autores recurren a parámetros economicistas, pues los organismos operan con recursos energéticos limitados. Dentro del grupo de opciones disponibles hay unas que son mejores que otras. Imaginemos que un animal, tras descubrir la presencia de un depredador, tuviera un sistema nervioso que le indujera a correr directo al depredador. No existe hoy sistema nervioso alguno que induzca semejante conducta. Con el advenimiento de las nuevas técnicas neurofisiológicas de formación de imágenes, se ha avanzado en el conocimiento de los mecanismos subyacentes de la toma de decisiones por primates (humanos y no humanos). Antes, el trabajo biológico principal se había realizado sobre bacterias e insectos, porque comprendemos mejor la genética de esos organismos y presentan sistemas nerviosos accesibles.


A modo de ejemplo, consideremos el fenómeno de la drogadicción, resultado de nuestra capacidad de tomar estimulantes. Conocemos la neuroanatomía, la neurofisiología y las interacciones moleculares del abuso de drogas. En los últimos 15 años, los modelos informáticos sobre los sistemas de procesamiento de la recompensa han añadido otra perspectiva. Los sistemas de dopamina del mesencéfalo son saboteados o perturbados por el abuso de drogas. Esos sistemas endocrinos se encuentran estrechamente vinculados con la forma en que el sistema nervioso pondera las elecciones disponibles.


En buena medida, los debates contemporáneos sobre el libre albedrío se encuadran en la naturaleza de la responsabilidad moral. Rige el principio de las posibilidades alternativas: una persona es moralmente responsable solo si pudiera haber actuado de una manera distinta. Ictus, lesiones cerebrales, coma y diversas condiciones metabólicas arruinan nuestra capacidad de enjuiciar la moralidad de los actos o ponderar nuestros estados mentales. En el replanteamiento moderno del libre albedrío han tenido un protagonismo destacado el neurocientífico Benjamín Libet y el psicólogo Daniel Wegner. Los estudios experimentales de Libet sobre actividad cerebral y producción subsiguiente de experiencia consciente, volición y acción deseada han sido objeto de vivo de debate. Libet observó que los actos voluntarios venían precedidos por una carga eléctrica específica en el cerebro («el potencial de disposición»), que empezaba cientos de milisegundos antes de que el probando mostrara consciencia de la decisión que iba a tomar. Por su parte, Wegner sostenía en The Illusion of Conscious Will (2002), que nuestra experiencia de control consciente de la acción voluntaria es una ilusión; las acciones voluntarias se iniciarían inconscientemente y nuestra consciencia de las mismas vendría causada por procesos físicos cerebrales.


Libet se ganó críticos y partidarios. Algunos le siguen en cierto tramo del recorrido: aceptan la tesis sobre cómo y cuándo se toman decisiones, pero rechazan la idea de que la voluntad sea mera ilusión. En los ensayos, a los probandos se les instruía para que indicaran la posición espacial de un punto de una esfera que iba girando en el sentido de las agujas del reloj cuando tomaran una decisión consciente sobre algo, x, que Libet describía como decisión, intención, urgencia, voluntad o deseo de hacer un movimiento. (El punto completaba una revolución en menos de tres segundos.) El momento se indicaba a través del movimiento de un dedo de la mano derecha o de la muñeca entera. Contemporáneamente, el investigador medía el movimiento real del sujeto con un electromiograma, técnica que revela la actividad bioeléctrica de los músculos, el momento exacto en que los nervios transmiten la orden motora al aparato muscular.


Un parámetro importante era el potencial de disposición (RP, de readiness potential), una medida de actividad en la corteza motora que precede al movimiento muscular voluntario; por definición, los electroencefalogramas generados en situaciones en que no existe pulso muscular no cuentan como RP.


En promedio, la aparición del RP precedía a la declaración de los individuos sobre el tiempo de su consciencia inicial de x (tiempo W) en 350 milisegundos. El tiempo W informado precede al comienzo del movimiento muscular en unos 200 milisegundos. (El potencial de disposición suele preceder a la decisión de la voluntad entre 500 y 300 milisegundos.) En breve a los –550 milisegundos se producía la respuesta RP; a los –200 milisegundos, el tiempo W informado; a los 0 milisegundos, el músculo comenzaba a moverse.


De acuerdo con la descripción de Libet, si un individuo se percata de su decisión o intención a unos –50 milisegundos, su condición es tal que el acto procede hasta su cumplimiento sin posibilidad de detenerse por el resto de la corteza cerebral; su resquicio de oportunidad queda abierto a lo largo de 100 milisegundos. El papel del libre albedrío consciente no consiste en iniciar un acto voluntario, sino en controlar si el acto ocurre. Podríamos considerar las iniciativas inconscientes como un brote cerebral. La voluntad consciente selecciona entonces cuál de esas iniciativas sigue adelante y se realiza y cuáles merecen un veto y se abortan.


Daniel Wegner descarta las intenciones conscientes entre las causas de las acciones. Admitir lo contrario es caer en una ilusión. Unas veces, las personas no son conscientes de sus acciones; otras, creen que realizan intencionadamente cosas que en realidad no hacen, y otras, las personas operan de forma automática, sin motivo aparente.

https://www.investigacionyciencia.e...ebro/el-poder-del-beb-567/libre-albedro-10767
 
El libre albedrío


No pocas veces, se acusa a las ideas anarquistas de tener una confianza exacerbada en una supuesta voluntad libre del ser humano, algo de entrada ya muy cuestionable, que quiere identificarse con la vieja noción de “libre albedrío”; tal posición, no solo es errónea, sino que los anarquistas clásicos hicieron ya una crítica radical a lo que se considera un concepto reduccionista proveniente de la tradición religiosa y señalaron los condicionantes sociales para el ser humano. Para abordar con cierto rigor la cuestión hay que hablar también de otro concepto, aparantemente antitético, el determinismo.



En términos generales, podemos dar una definición de determinismo como la teoría que sostiene que todo lo que ha habido, hay y habrá, y todo lo que ha sucedido, sucede y sucederá, está de antemano fijado, condicionado y establecido, no siendo posible que suceda más que lo que este fijado de antemano, condicionado y establecido. Se entenderá lo importante de dicho concepto para una discusión sobre la libertad. Toda doctrina que sostenga que hay un destino ineluctable o que existe la predestinación es, como parece evidente, determinista, aunque es posible distinguir entre cualquiera de esas doctrinas y un determinismo en sentido estricto. Aunque la predestinación puede afectar a toda la realidad, tanto las ideas de destino, como de la propia de predestinación, parecen pertenecer al ámbito de las acciones humanas. En cambio, el determinismo abarca más campo, y puede hablarse del mismo en todos los fenómenos del universo. Por ello, se habla de un determinismo universal y se asocia casi siempre a la idea de causalidad que rige el universo entero. Ahora se entenderá la importancia de este concepto para la religión y para la ciencia.


Se puede hacer una distinción entre determinismo, en cuanto “causalismo”, y teleología, en cuanto “finalismo”. Aunque puede haber puntos en común entre los dos conceptos, el determinismo se asocia más frecuentemente a las causas eficientes y el finalismo, a las causas finales. El determinismo en la modernidad está vinculado a una concepción mecánica del universo y es característico de él su “universalismo”, ya que suele referirse a todos los acontecimientos del universo. No obstante, habría que ser cauto para no reducir el determinismo a una definición errónea (como el considerar que “todo está ya dado” en un determinado sistema); veamos lo que pueden ser las características de un sistema determinista: el sistema debe ser cerrado, no admitir elementos externos que se inserten a él y alteren sus condiciones o su desarrollo; el sistema debe abarcar elementos, acontecimientos o estados del mismo tipo ontológico (si hablamos del mundo físico, elementos, acontecimientos o estados físicos); el sistema debe incluir secuencias temporales, de modo que se evite reducir las tendencias funcionales a dependencias del tipo manifestado por los sistemas formales deductivos; por último, el sistema debe poseer un conjunto de condiciones iniciales que, en el caso de admitir que el sistema cerrado es el único existente, no necesita estar él mismo determinado (ya que decir que está determinado por razones externas a él, supone insertar en él otro sistema). Las oposiciones al determinismo se han hecho desde puntos de vista éticos y antropológicos-filosóficos, tantas veces al creer que en caso de darse no existiría el libre albedrío (un concepto religioso, del que hablaremos más adelante), y por considerar que la libertad es necesaria en la existencia humana (una crítica más propia del existencialismo).


Es cierto que Proudhon parece apostar por el “libre albedrío”, pero lo hace en oposición a cualquier proceso determinista y elaborando toda una teoría de la libertad, como fuerza concreta de la colectividad; el autor de ¿Qué es la propiedad? se negaba a aceptar cualquier apuesta por el progreso que anulara la iniciativa humana e inhibiera el acto creador. Sin embargo, el concepto de libre albedrío, en su origen claramente religioso, será ya negado por Bakunin, ya que la libertad de la voluntad no es incondicional, existen un incontable número de acciones, circunstancias y condiciones, materiales y sociales, durante el desarrollo de una persona, que continúan formándole mientras vive; solo con un acto de la voluntad no podría romper esta concatenación que resulta incomprensible a la imaginación humana. El libre albedrío, o voluntad libre, no es para Bakunin más que otra mistificación histórica de origen religioso que habría alcanzado también a lo jurídico. Deducimos tal cosa si comprendemos que existen infinidad de causas precedentes al individuo, el cual es consecuencia de siglos de desarrollo físico y social de su especie, pueblo y familia transmitido mediante herencia y determinante de su naturaleza particular. El anarquista ruso negará entonces ese libre albedrío metafísica en aras de una libertad humana muy concreta, sociopolítica, basada en la unión de los mundos físico y social; es decir, la libertad por la que apuesta Bakunin se basa, tanto en el dominio sobre el entorno, como en el respeto por la leyes naturales, entendidas como una ciencia que debe abrir permanentemente nuevas perspectivas.


Kropotkin, en una línea similar, negará igualmente la existencia del libre albedrío y profundizará en las condiciones ambientales que moldean al ser humano. Rudolf Rocker diferenciaba entre la necesidad presente en el mundo físico, y en el desarrollo natural, y el mundo que había creado el hombre, condicionado por su pensamiento y por su voluntad; por supuesta, esta visión, nada tiene que ver con el “libre albedrío” y podemos considerarla deudora de la de Bakunin: unión del mundo físico (respeto por las leyes de la naturaleza) y del mundo social (dominio sobre las cosas externas). Las preocupaciones de Rocker, como buen anarquista, se dirigen hacia una serie de factores (ética, costumbres, política, formas de propiedad, condiciones de producción…), precisamente para escapar de toda necesidad histórica y social. La apuesta anarquista estriba, no en una voluntad incondicional del ser humano (que ya hemos visto que se niega por metafísica), sino en la importancia del deseo para mejorar las condiciones sociales; es algo de sentido común si tenemos alguna noción de progreso. El determinismo, al margen de la definición científica que ya hemos apuntado para un sistema muy determinado, se niega simplemente en el mundo humano; se trata de una forma de fatalismo, del tipo que fuere, que acaba anulando el impulso para la acción del ser humano.


Bertrand Russell (Religión y ciencia) consideraba los conceptos de libertad y determinismo como antitéticos, aunque veremos que su visión no se acerca tampoco a la noción del “libre albedrío” o “libre voluntad”. El determinismo puede verse desde dos puntos de vista: como una máxima práctica para guía de los investigadores científicos (la búsqueda de leyes causales, algo que constituye la esencia de la ciencia), y como una doctrina general respecto a la naturaleza del universo. En el primer caso, la búsqueda de leyes causales en el campo científico no implica una completa determinación del futuro por el pasado (podría ser completa si sabemos lo suficiente del pasado y sobre las leyes causales). En cualquier caso, si consideramos que el determinismo consiste en afirmar algo que puede hacerse probable o improbable mediante la prueba, debe ser enunciado en relación con nuestra capacidad humana. La idea de un Dios omnisciente, que puede saber de antemano todo el curso del futuro, es algo que obviamente está fuera de la verificación científica.


Para tener una doctrina que pueda verificarse no es suficiente decir que todo el curso de la naturaleza debe estar determinado por leyes causales; solo podemos verificar nuestra doctrina en relación con una parte finita del universo y las leyes serán lo suficientemente sencillas para poder hacer cálculos con ellas. Aunque eso resulta obvio, hay que decir que es más difícil enunciar un principio de manera que sea aplicable cuando nuestros datos se confinan a una parte finita del universo, ya que a veces aparecen factores externos que dan lugar a efectos inesperados. Vamos a ver cuál era la definición exacta que daba Russell al determinismo: “Hay leyes causales descubribles tales que, dados poderes de cálculo suficientes (pero no sobrehumanos), un hombre que sabe todo lo que está sucediendo dentro de una esfera y en un cierto tiempo puede predecir todo lo que sucederá en el centro de la esfera durante el tiempo que emplea la luz para caminar de la circunferencia de la esfera al centro” (el ejemplo era el lapso de un año, ya que la luz tardaría este tiempo en viajar de la circunferencia al centro). Russell aclara que no está diciendo que este principio sea cierto, sino que esto es lo que debe entenderse por determinismo; podría decirse que es un ideal que inspira a la ciencia. Naturalmente, lo que la gente entendía por determinismo, fuera de esta indagación científica propia de la modernidad, es algo menos definido.


Como hemos dicho anteriormente, numerosos autores han tratado de negar el determinismo en aras de la idea de una voluntad libre (o, al menos conciliar ambos conceptos). Russell consideraba que la ciencia parecía convertir en improbable la idea de una voluntad libre; aunque no negaba del todo su posibilidad, sí hacía muy probable que, de existir voliciones sin causa, habrían de ser muy raras. La importancia afectiva de la libre voluntad parece descansar en cierta confusión de ideas. No se tarda demasiado en imaginar que, si la voluntad tiene causas, podemos ser obligados a realizar cosas que no queremos. Russell dejaba claro este error: el deseo es la causa de la acción, aun si el deseo mismo tiene causas. Obviamente, resulta desagradable que nuestros deseos sean contrariados, pero no es más probable que esto suceda si son causados que si son incausados. Las leyes causales no nos imponen el sentimiento de impotencia; el poder o potestad consiste en ser capaz de obtener efectos propuestos, y ello no aumenta ni disminuye por el descubrimiento de las causas de nuestros propósitos. Incluso, los creyentes en la voluntad libre, de alguna manera, creen también en que la voliciones tienen causas; por ejemplo, creen que la virtud puede ser inculcada por una buena educación, o que los sermones contribuyen a un buen comportamiento.


Si verdaderamente se pensara que una voluntad virtuosa no tuviera causas, nada podría hacerse para promoverla. Puede decirse que, prácticamente, todo nuestro trato con los demás se basa en la suposición de que las acciones humanas resultan de circunstancias antecedentes. De ello se deriva la propaganda política, el derecho penal o toda obra escrita en aras de influir en la conducta; si se creyera de veras en la doctrina de la voluntad libre, que no existen causas en la conducta, nada de ello tendría sentido. Es absurdo pensar que algo no tiene causa, e incluso cuando el sujeto desconoce por qué hizo tal cosa, se investiga en su subconsciente para tratar de averiguarlo. Hay quien dice que la intronspección nos informa directamente de la libertad de la voluntad, algo que cuestiona Russell; las causas de los actos, como de otros acaeceres, deben descubrirse observando sus antecedentes y descubriendo alguna ley de secuencia. Cuestionar la noción de “voluntad” en este sentido, en el de negar las causas en la conducta, no supone obviamente negar la distinción entre actos “voluntarios” e “involuntarios”. Existen movimientos corporales que pueden describirse como involuntarios, aunque controlables dentro de ciertos límites; otros, como caminar o hablar, son enteramente voluntarios. Las acciones voluntarias pueden ser causadas por antecedentes síquicos, aunque Russell niega que ello se vea como una clase peculiar de acaeceres tales como las llamadas “voliciones”.


Lo que se quiere decir es que no hay contradicción en negar el determinismo y, al mismo tiempo, la voluntad libre. Ambas, constituyen doctrinas metafísicas que van más allá de lo que es científicamente verificable. Aunque las leyes causales son la esencia de la ciencia, y el determinismo puede ser una hipótesis de trabajo para el científico, solo se está obligado a afirmar que existen esas leyes donde se encuentran. Resultaría imprudente hacer lo contrario, aunque aún lo es más afirmar que existen regiones donde no operan las leyes causales. Desde un punto de vista teórico, esa aserción no puede ser nunca garantizada por el conocimiento; desde el punto de vista práctico, la afirmación de que no existen leyes causales en cierto campo desalienta la investigación y puede impedir el avance científico. Russell observaba esta doble imprudencia, tanto en los que afirman que los cambios en los átomos no son deterministas, como los que sostienen de manera dogmática la doctrina de la libre voluntad.


Ante el dogmatismo de uno u otro calibre, la ciencia debe mantenerse puramente empírica, no llevando la afirmación ni la negación más allá del punto verificado por la evidencia. Las controversias como las del determinismo y la voluntad libre surgen de pasiones fuertes, pero lógicamente irreconciliables. El determinismo abrió las puertas al poder, y por ello acabó siendo aceptada, porque saber que hay leyes causales nos supone cierto control sobre el devenir (al contrario que cuando se atribuían los desastres a fuerzas maléficas y caprichosas). Al mismo tiempo que gusta a muchos tener poder sobre la naturaleza, no les gusta que la naturaleza tenga poder sobre ellos, que existe cierta necesidad en los actos humanos. Hubo quien trató de conciliar el determinismo con la libertad con alguna artimaña dialéctica; otros, preservaron con comodidad la libertad en el mundo humano, y asignaron el determinismo al resto de la naturaleza. Aunque no hay razón para abrazar ninguna de esas perspectivas, tampoco la hay para establecer ninguna verdad (habitualmente, religiosa) combinando los rasgos amables de ambos conceptos, ni para creer que esa verdad sea determinable en algún grado por su relación con nuestros deseos.


Por Capi Vidal

http://acracia.org/el-libre-albedrio/
 
San Agustín distingue entre la libertad y el libre albedrío.

San Agustín distingue entre la libertad y el libre albedrío. El libre albedrío es la capacidad que tiene el ser humano de obrar voluntariamente, de tomar decisiones, de orientar su vida y sus acciones. Como consecuencia del pecado original, el libre albedrío está orientado hacia el mal y no puede dejar de pecar. La libertad, en cambio, es la capacidad de hacer un uso correcto del libre albedrío y elegir el bien, aunque esto es algo que no está en las manos del hombre: es preciso el auxilio de la gracia divina: ese don especial y gratuito de Dios que ayuda al hombre a salvar la distancia infinita que le separa de Él y lo conduce a respetar la Ley eterna, de modo que pueda alcanzar el descanso espiritual, la paz. Pero la gracia no suprime el libre albedrío, sino que coopera con él para que pueda convertirse en libertad. (De no existir en el hombre la posibilidad de elección —libre albedrío—, Dios no podría pedirle cuentas de sus actos en el juicio final).
Agustín critica de este modo el pelagianismo, herejía que defendía que el pecado original no afectaba a los descendientes de Adán y el hombre nacía libre de pecado. Por tanto, el hombre puede hacer el bien sin necesidad del auxilio de la gracia, con lo que el hecho de la redención resulta superfluo, lo mismo que la Pasión de Cristo.

El alma es creada por Dios, algo que admite frente a la preexistencia platónica, sin embargo, no está muy claro si las creó en el momento en que lo hizo con la de Adán (traducianismo: el alma es “transmitida” por los padres al igual que el cuerpo, presenta una facilidad a la hora de explicar la transmisión del pecado original), o si las crea a cada alma individual separadamente (creacionismo.- el alma es creada por Dios en el momento en el que surge un nuevo cuerpo, en el instante de formación del cigoto. Presenta la dificultad en explicar el dogma del pecado original). Parece que se inclinó más por la primera doctrina (traducianismo) por razones teológicas, por su facilidad a la hora de explicar la transmisión del pecado original, aunque pueda tener dificultades al explicar el carácter inmaterial y espiritual del alma.
S. Agustín rechaza las tres almas platónicas: en el hombre sólo hay un alma. Distingue dos aspectos del alma: la razón inferior y la razón superior. La razón inferior tiene como objeto la ciencia, es decir, el conocimiento de las realidades mutables y sensibles, el conocimiento de nuestro entrono físico. La razón superior tiene como objeto la sabiduría, el conocimiento de lo inteligible, de las verdades inmutables, es donde se da la iluminación.

La demostración de la existencia de Dios. Para San Agustín, la existencia de Dios es algo evidente y si expone argumentos que la demuestran, es para mostrar cómo todo lo que existe —la creación— tiende hacia Dios.

● La prueba «noológica». Las verdades eternas e inmutables que descubre el hombre en su interior y que no ha podido producir él mismo, pues es finito y mudable, revelan la existencia de una realidad trascendente y absoluta que me remite a Dios.
● La prueba «psicológica». La búsqueda de la intimidad le conduce a encontrar a Dios en lo más profundo de su ser: «Tú estabas dentro de mí, cuando yo estaba fuera y te buscaba fuera de mí».
● La prueba teleológica. El orden que se da en el cosmos exige una causa primera y eficiente.
● Las prueba del consentimiento universal: la práctica totalidad de los seres humanos coincide en reconocer la existencia de un Ser superior al mundo.

ÉTICA

La de san Agustín es una ética eudemonista: el ser humano busca la felicidad, aunque no puede encontrarla dentro de sí mismo, sino que debe autotrascenderse hasta llegar a Dios, no sólo en el ámbito del conocimiento, como ya se ha expuesto, sino también en el del querer o la voluntad. Dios, realidad que no cambia, es el/lo único que puede garantizarle al ser humano la felicidad plena o bienaventuranza (beatitud). La voluntad impulsa al alma mediante el amor hacia Dios y el prójimo, no obstante es libre para elegir el bien o el mal (es más, la naturaleza corrompida por el pecado mueve al ser humano hacia el mal, mientras que la fuerza de gracia lo empuja hacia el bien, aunque ni una ni otra lo «determinan», pues el ser humano es libre).

ANTROPOLOGÍA

La cumbre de la creación material es el hombre, que consta de un cuerpo y de un alma inmortal, eso no significa que alma y cuerpo sean dos principios opuestos, tal como pensaban Platón y posteriormente Descartes, ambos constituyen la unidad que es el hombre: alma de su cuerpo y cuerpo de su alma, sin que existan por separado sino en una unión natural. S. Agustín considera el alma como una sustancia por derecho propio e incluso define al hombre como “un alma racional que se sirve de un cuerpo mortal y terreno”, de ahí que el alma utilice al cuerpo como un instrumento no como una cárcel en la que ha sido encerrado por un castigo divino. El alma participa de la Vida, recibiendo su ser y esencia de un Principio que no admite contrario alguno, y que, como el ser que el alma recibe de ese Principio es precisamente la vida, el alma no puede morir. Es precisamente su inmortalidad lo que le hace ser “imagen de Dios” (imago Dei), pudiendo encontrar a Dios como en un espejo, en la intimidad de su alma. Distingue entre el alma de los animales, que no posee la facultad de razonar y conocer, pero sí la de sentir, y el alma humana.

San Agustín
(354-430) representa la culminación de esta actitud y es la figura más sobresaliente. Para el autor de
"Las confesiones"
y
"La ciudad de Dios"
la razón servirá para iluminar las verdades de la fe (y así comenzará la teología); mientras que la fe, a su vez, servirá de guía a la razón. Por eso su fórmula se resume en la frase intellige ut credas; crede ut intelligas (entiende para creer; cree para entender).
San Agustín
(354-430) es considerado como el
último pensador antiguo
y no como un medieval. Sin embargo, como se trata de un
filósofo cristiano
, desde el punto de vista filosófico, el período medieval deberá incluir también los primeros años de la Iglesia.
Por esta razón es importante que nos acerquemos brevemente a las creencias fundamentales del cristianismo y su implicación en los problemas filosóficos.
TEORÍA DE LA ILUMINACIÓN

¿Cómo se alcanza el conocimiento de las ideas?

El conocimiento racional, en su actividad superior, es llamado por San Agustín sabiduría; es el auténtico conocimiento filosófico: el conocimiento de las verdades universales y necesarias, las ideas, siguiendo a Platón.

El conocimiento racional, en su actividad inferior, se dirige al conocimiento de lo que hay de universal y necesario en la realidad temporal, y es el tipo de conocimiento que podemos llamar ciencia (como los conocimientos matemáticos).

El conocimiento sensible es el grado más bajo de conocimiento y, aunque realizado por el alma, los sentidos son sus instrumentos; este tipo de conocimiento sólo genera en mí opinión, doxa, tipo de conocimiento sometido a modificación, dado que versa sobre lo mudable.

Distinguirá San Agustín varios tipos de conocimiento:

En cuanto a sus obras las primeras que conservamos son del retiro de Casicciaco: Contra Academicos, De beata vita, De ordine, Soliloquios. Poco después escribió
De libero arbitrio
, De magistro. Durante toda su vida mantuvo una gran actividad literaria plasmada en sermones, comentarios, cartas, escritos apologéticos. Siendo obispo de Hipona escribió
Las Confesiones
,
Sobre la Trinidad
y
La ciudad de Dios
y La doctrina cristiana.
Desde estos presupuestos toda la
filosofía medieval
tuvo como
problema fundamental
la
relación entre razón y fe
. La fe, gran legado de la tradición judía, fue un estímulo para que la razón plantease de modo distinto los problemas que surgieron de la tradición griega.
3. Nueva visión antropológica:

La antropología que caracteriza al mundo griego es la del
determinismo moral
, psíquico y físico. La nueva antropología cristiana implica una nueva visión del
hombre como persona
, con vocación y destino singulares, encomendados a su responsabilidad personal.
2. Nueva visión del mundo realmente histórica:
Si el mundo tuvo un principio es natural concebir un final, de lo cual surge un nueva visión de la historia. De una historia presidida por la
idea cíclica
de eternidad (idea explotada posteriormente por Nietzsche) aparece la visión de una historia irreversible con un final y un principio tanto del mundo como del hombre. La vida histórica aparece encaminada hacia una conflagración o consumación universal de los tiempos.
Este nuevo planteamiento es comprensible porque se parte de una
cosmovisión creacionista
en la que el mundo es
creación ex nihilo
, fruto de un acto libre y amoroso de Dios, ser trascendente al mundo. Lo que significa que el mundo podía no haber sido, planteamiento imposible desde el punto de vista griego.
1. Nuevo planteamiento metafísico:

Si la pregunta fundamental de la metafísica griega es la pregunta por la
esencia
("¿qué hace que una cosa sea esa cosa y no otra?" o "¿por qué una sustancia es lo que es?"), el cristianismo añade la pregunta más radical por la
existencia
("¿qué hace que una cosa sea?").

Presupuestos de la filosofía cristiana:
SAN AMBROSIO

4. En el año 386 se retira a Casicciaco, una villa cercana a Milán, para prepararse para recibir el bautismo. En el año 387 se convierte al cristianismo, regresa a Roma y de ahí a África, estableciéndose primero en Tagaste y luego en Hipona. Fundó algunos monasterios en esas dos ciudades y murió siendo obispo de la última el 28 de agosto de 430.
3. Rompe con la secta en el año 383 (a los 29 años) para caer en el
escepticismo
. Es un escepticismo moderado porque dice que nunca dudó de las verdades matemáticas ni de la realidad de lo sensible ni de la existencia de Dios. En ese año, se traslada a Roma y un año más tarde obtiene la cátedra de retórica en Milán. En esa ciudad contactó con
San Ambrosio
quien le ilumina en las Sagradas Escrituras. También conoce las Enéadas de Plotino (
neoplatonismo
) el cual le hace ver la unidad frente al dualismo maniqueo y la
supremacía de lo suprasensible
sobre lo sensible para superar el materialismo. Además va haciendo una síntesis entre la Escritura y la filosofía.
San Agustín de Hipona

También de que tenemos experiencias (sean estas falsas o no) y de nuestra propia existencia: “si no existes, no puedes engañarte en nada”: si enim fallor, sum (si me engaño, existo)

Podemos estar seguros de las verdades lógicas y matemáticas
(p. e. el principio de no contradicción).

Contra el escepticismo
¿De qué verdades podemos estar seguros?

DIOS: FUENTE DE VERDAD (EPISTEMOLOGÍA)

1. A los 16 años comienza a estudiar retórica en
Cartago
. Es una época de dispersión total. Como él mismo nos dice, llegó a “amarse a sí mismo hasta despreciar a Dios”.
2. A los 19 años lee el
Hortensius de Cicerón
donde se plantea el problema de la felicidad. Cicerón viene a decir que la felicidad no está en el goce de los sentidos, sino en el deleite de la verdad. La lectura impresionó a Agustín para quien la verdad será, a partir de ese momento, el problema fundamental de su vida. Se hace
maniqueo
, donde cree encontrar el origen del mal (en el Mal Absoluto).
Nace en Tagaste (Argelia) en el año 354. Su padre era funcionario pagano. Su madre, santa Mónica, cristiana. Murió en Hipona en el año 430 antes de que los vándalos entraran en la ciudad. En su evolución podemos distinguir varias etapas:

VIDA Y OBRAS

Positiva.
La representan los
apologetas
. Va creciendo la idea de que la fe puede aprovecharse de la filosofía. Esta actitud, por otra parte, resume el papel de la filosofía en el mundo cristiano:
"Philosophia ancilla theologiae"
(la filosofía es la sierva de la teología).
Negativa, de rechazo
. El cristianismo se proclama a sí mismo como la verdad tanto teórica como práctica. La filosofía es sólo aspiración a la verdad. El cristianismo empieza rechazando la filosofía como falsa verdad.
LA PATRÍSTICA
agrupa a los escritores de los primeros siglos de la Iglesia que tratan de anunciar o
defender su fe
. La filosofía no es su objetivo primario, sino la catequesis o apología de la fe. Hay que pensar que la filosofía es mirada en un primer momento con recelo desde el cristianismo primitivo. Se podría hablar de dos
actitudes del cristianismo frente a la filosofía
(en orden cronológico).
La filosofía cristiana: la patrística
MÉTODO

Creer para entender y entender para creer

“INTELLIGE UT CREDAS; CREDE UT INTELLIGAS”

La filosofía de San Agustín es filosofía cristiana. Por lo tanto, la filosofía está al servicio de la fe porque la Verdad es Cristo.
El objetivo de la verdad es la felicidad: solamente el sabio puede ser feliz y la sabiduría requiere el conocimiento de la verdad. Por lo tanto, el objetivo es la llamada verdad beatífica, aquella que nos hace felices y que se encuentra en Cristo.
OBJETIVO DE LA FILOSOFÍA AGUSTINIANA
La Historia entiende por
Edad Media
el periodo comprendido entre la
caída del imperio romano de Occidente
(476) y la
caída de Constantinopla
(1453) o el
descubrimiento de América
(1492).

https://prezi.com/-fasxspgq1dm/san-agustin-distingue-entre-la-libertad-y-el-libre-albedrio/
 
Agustín de Hipona Del libre arbitrio, II,1-2



Libro II. Capítulo I
Por qué nos ha dado dios la libertad, causa del pecado

• Los problemas que plantea este texto de San Agustín son el del sentido de la libertad y el de la existencia del mal. El punto de vista desde el que se abordan es el de su compatibilidad con la existencia de un Dios que ha creado toda la realidad, incluido el hombre, y que es infinitamente bueno. Frente a este Dios, que el hombre pueda elegir el mal y que éste exista plantea posibles contradicciones que el autor quiere resolver.


• San Agustín fue un converso. Cuando contaba 19 años de edad se acogió a la doctrina de los maníqueos, secta dualista que admitía dos grandes principios: un dios bueno y otro procedente de las tinieblas y malo. El hombre no podía, para ellos, ser considerado responsable de actuar mal, dado que no tenía una voluntad libre, sino que cuando lo hacía era porque estaba dominada por el principio malo. Luego, con 30 años, posiblemente leyendo las Enéadas de Plotino, se adhirió al neoplatonismo para, dos años más tarde, hacerse cristiano. Con 37 años fue ordenado sacerdote y con 42 lo nombraron obispo.


Esta trayectoria vital hizo que San Agustín intentara liberarse intelectualmente de todo el bagaje ideológico anterior y procurara encontrar soluciones distintas a los problemas que se había planteado con anterioridad. Uno de ellos, el que posiblemente lata con más fuerza en el maniqueísmo, era el problema del mal. El mal tiene dos vertientes: la que se refiere al mal físico (una enfermedad) y la que podemos denominar como mal moral (una mala acción o, en términos religiosos, un pecado).


Para resolver el problema de la existencia del mal físico echó mano del platonismo, que le hizo ver que el mal no es una entidad real, sino que más bien es carencia de bien. No es, así, algo positivo, sino negativo, una privación, un no-ser. Con ello, el planteamiento maniqueo de los dos principios se venía abajo. Lo relacionado con el mal moral es lo que se trata en el texto. Con el fin de poder entenderlo con más facilidad, vamos a exponer brevemente lo que piensa San Agustín al respecto.


• Piensa el autor que la voluntad del hombre es libre y, como tal, puede decidir acercarse al Bien eterno e inmutable que es Dios o puede alejarse de él, poniendo sus miras bien en los bienes del alma ajenos a Dios o bien en los bienes corporales.


La voluntad busca la felicidad y lo hace de una manera necesaria. La satisfacción de esa necesidad sólo la puede encontrar en Dios. Pero en esta vida el hombre no sólo no tiene esa visión de Dios que colmaría sus deseos de felicidad, sino que además puede volverse hacia los bienes materiales. Y esto lo puede hacer de manera voluntaria, sin que se vea forzado a ello. Por tanto, la voluntad es libre de ir hacia Dios o de no hacerlo.


Según San Agustín, en este asunto el hombre debe reconocer que a) la felicidad que busca sólo se encuentra en la posesión de Dios, y b) la orientación de la voluntad hacia ese Dios está puesta por Dios mismo y es eso lo que El quiere que haga el hombre y lo que se encuentra en la ley divina. Cuando la voluntad se aleja de Dios, está yendo en contra de la ley divina. Esta ley divina es la que el hombre puede captar mediante la iluminación. En ella ve no sólo verdades teóricas eternas, sino también principios prácticos que deben regir su voluntad libre. El hombre debe cumplir estas reglas prácticas que están insertas en su propia naturaleza, que son reflejos de la ley divina y que le hacen ver que está orientado hacia Dios. Dios, según esto, creó al hombre para que fuese lo que El quería que fuese. Por eso, aunque la voluntad es libre, está sujeta a obligaciones morales, entre las que está la de amar a Dios.


Hay, sin embargo, un abismo profundo entre el hombre y Dios. El hombre es una criatura finita y Dios es el ser infinito. Poner en relación estas dos realidades tan diversas es imposible, a menos que sea Dios el que lo posibilite con la ayuda de la gracia. Cuando el hombre intenta vivir sin esta ayuda divina, cae en el pecado porque se queda sólo con sus fuerzas. Pero en su propia voluntad libre tiene la capacidad de decidir recibir esa ayuda.


En la vida del hombre hay, pues, una referencia necesaria a Dios como el fin al que debe tender. Su voluntad es libre para que acepte su propio fin y para que lo haga recibiendo la necesaria ayuda de la gracia. Es importante la idea de que esto, a juicio de San Agustín, está en la esencia de la realidad, por lo que el filósofo debe aceptar previamente esa realidad así creada y orientada, si quiere comprenderla. Esto nos muestra la postura del autor en relación con la fe y con la razón, tema que aparece en varias ocasiones en el texto.


La obligación moral del hombre es, entonces, la de amar a Dios y la de orientar su voluntad hacia El, y con ella todas sus capacidades. El mal consistirá en alejar la voluntad de ese fin que es Dios. Dios le dio la libertad al hombre para que pudiera elegir lo que debía hacer. Si elige lo contrario es por un acto deliberado suyo del que es responsable. Podía haber elegido lo bueno, pero, en cambio, elige lo no bueno, aquello que no se ajusta al plan divino.


• Los personajes que aparecen en el diálogo son Evodio y el propio Agustín. Evodio es un coetáneo de Agustín, de cultura extensa. De joven fue militar, aunque luego se inclinó por el mundo de las letras. Se convirtió al cristianismo, llegando a ser obispo. Muestra en el texto su carácter obstinado, a pesar de lo cual Agustín lo trata con gran deferencia.


• El planteamiento que encontramos en el texto es el siguiente. Evodio le pregunta a Agustín por qué ha dado Dios al hombre la libertad, porque, si no se la hubiera dado, no habría podido pecar.


Agustín le contesta preguntándole, a su vez, si está seguro de que realmente Dios le ha dado al hombre una cosa que no debería haberle dado.


La respuesta de Evodio es que ha tenido que ser Dios porque de El procedemos y de El merecemos el premio o el castigo.


Pregunta ahora Agustín por el grado de seguridad con el que manifiesta Evodio su postura. En efecto, le pide que se pronuncie sobre si lo que dice lo comprende o, en cambio, lo cree basándose en algún argumento de autoridad. Un argumento de autoridad es el que nos hace aceptar como cierto algo porque el que nos lo dice, sea una persona o un libro, se hace acreedor, por ser una autoridad en la materia, a que creamos lo que nos dice.


Evodio confiesa que al principio lo creyó dando crédito a la autoridad, pero luego argumentó que si todo bien procede de Dios y que si lo justo es bueno y que si es justo castigar a los pecadores y premiar a los buenos, entonces se sigue que esto último, que es bueno, tiene que proceder de Dios.


1. Evodio - Explícame ya, si es posible, por qué ha dado Dios al hombre el libre arbitrio de la voluntad, puesto que de no habérselo dado, ciertamente no hubiera podido pecar.


Agustín - ¿Tienes ya por cierto y averiguado que Dios ha dado al hombre una cosa que, según tú, no debiera haberle dado?


Ev.- Por lo que me parece haber entendido en el libro anterior, es evidente que gozamos del libre arbitrio de la voluntad y que, además, él es el único origen de nuestros pecados.


Ag.- También yo recuerdo que llegamos a esta conclusión sin género de duda. Pero ahora te he preguntado si sabes que Dios nos ha dado el libre arbitrio de que gozamos, y del que es evidente que trae su origen el pecado.


Ev.- Pienso que nadie sino Él, porque se Él procedemos, y ya sea que pequemos, ya sea que obremos bien, de Él merecemos el castigo y el premio.


Ag. - También deseo saber si comprendes bien esto último, o es que lo crees de buen grado, fundado en el argumento de autoridad, aunque de hecho no lo entiendas.


Ev.- Acerca de esto último confieso que primeramente di crédito a la autoridad. Pero ¿puede haber cosa más verdadera que el que todo bien procede de Dios, y que todo cuanto es justo es bueno, y que tan justo es castigar a los pecadores como premiar a los que obran rectamente? De donde se sigue que Dios aflige a los pecadores con la desgracia y que premia a los buenos con la felicidad.


• La pregunta de Agustín es ahora sobre algo que acaba de usar Evodio en su argumento, pero sin justificarlo: ¿cómo ha sabido que procedemos de Dios?


Evodio argumenta partiendo de la aceptación de que es Dios quien castiga los pecados y de que es justo que lo haga, así como que es bueno que premie a los que hagan el bien. Además, se considera bueno hacer el bien a los extraños, pero no sería justo castigarlos, precisamente por ser extraños. Si aceptamos que Dios nos castigue cuando obramos mal, es claro, entonces, que le pertenecemos.


Da, además, otro argumento. Todo bien procede de Dios. Como el hombre es un bien porque puede actuar bien siempre que quiera, se deduce que el hombre procede de Dios.


2. Ag.- Nada tengo que oponerte, pero quisiera que me explicaras lo primero que dijiste, o sea, cómo has llegado a saber que venimos de Dios, pues lo que acabas de decir no es esto, sino que merecemos de Él el premio y el castigo.


Ev.- Esto me parece a mí que es también evidente, y no por otra razón sino porque tenemos ya por cierto que Dios castiga los pecados. Es claro que toda justicia procede de Dios. Ahora bien, si es propio de la bondad hacer bien aun a los extraños, no lo es de justicia el castigar a aquellos que no le pertenecen, de aquí que sea evidente que nosotros le pertenecemos, porque no sólo es benignísimo en hacernos bien, sino también justísimo en castigarnos. Además, de lo que yo dije antes, y tú concediste, a saber, que todo bien procede de Dios, puede fácilmente entenderse que también el hombre procede de Dios, puesto que el hombre mismo, en cuanto hombre, es un bien, pues puede vivir rectamente siempre que quiera.


• Agustín anuncia que si admitimos lo anterior, la pregunta está respondida. El argumento es que a) si el hombre es un bien y b) sólo puede obrar bien cuando quiere, cuando lo elige, entonces necesariamente ha de tener libre arbitrio, para que con él pueda elegir hacer el bien.


Por otra parte, aunque el libre arbitrio sea el origen del pecado, porque el hombre puede elegir obrar mal, de aquí no debemos deducir que nos lo haya dado Dios para que pequemos, sino que nos lo ha dado porque sin él no podríamos elegir hacer el bien.


3. Ag.- Evidentemente, si esto es así, ya está resuelta la cuestión que propusiste. Si el hombre en sí es un bien y no puede obrar rectamente sino cuando quiere, siguese que por necesidad ha de gozar de libre arbitrio, sin el cual no se concibe que pueda obrar rectamente. Y no porque el libre arbitrio sea el origen del pecado, por eso se ha de creer que nos lo ha dado Dios para pecar. Hay, pues, una razón suficiente de habérnoslo dado, y es que sin él no podía el hombre vivir rectamente.


• Si el libre arbitrio se nos ha dado para poder elegir hacer el bien, entonces se entiende que se castigue con justicia al que lo usa para elegir el mal, castigo que no se entendería si se nos hubiera dado el libre arbitrio para hacer el mal. Dios castiga al pecador precisamente porque lo usa para aquello para lo que no se le dio.


Por otra parte, sin libre arbitrio no habría acciones buenas ni malas, porque no podríamos elegir ninguna de ellas, ni se nos podría premiar ni castigar por ellas. Sería injusto hacerlo. Pero premiar lo bueno y castigar lo malo, o sea, hacer justicia, es uno de los bienes que procede de Dios. Por tanto, para que esto pudiera ser así ha tenido Dios que dar al hombre el libre arbitrio.


Y, habiéndonos sido dado para este fin, de aquí puede entenderse por qué es justamente castigado por Dios el que usa de él para pecar, lo que no sería justo si nos hubiera sido dado no sólo para vivir rectamente, sino también para poder pecar. ¿Cómo podría, en efecto, ser castigado el que usara de su libre voluntad para aquello para lo cual le fue dada? Así, pues, cuando Dios castiga al pecador, ¿qué te parece que le dice, sino estas palabras: te castigo porque no has usado de tu libre voluntad


para aquello para lo cual te la di, esto es, para obrar según tu razón? Por otra parte, si el hombre careciese del libre arbitrio de la voluntad, ¿cómo podría darse aquel bien que sublima a la misma justicia, y que consiste en condenar los pecados y en premiar las buenas acciones? Porque no sería ni pecado ni obra buena lo que se hiciera sin voluntad libre. Y, por lo mismo, si el hombre no estuviera dotado de voluntad libre, sería injusto el castigo e injusto sería también el premio. Mas por necesidad ha debido haber justicia, así en castigar como en premiar, porque éste es uno de los bienes que procede de Dios. Necesariamente debió, pues, dotar Dios al hombre de libre arbitrio.


Capítulo II
Objección: si el libre arbitrio ha sido dado para el bien, ¿cómo es que obra el mal?

• Presenta ahora Evodio una nueva objeción. Admite que Dios ha dado al hombre la libertad para que pudiera con ella elegir el bien. Pero podría ocurrir con la libertad como ocurre con la justicia. Esta le ha sido dada al hombre para que obre bien y nadie puede usar la justicia para obrar y vivir mal. ¿Por qué no nos ha sido dada la libertad para poder elegir el bien, pero sin que pudiéramos elegir el mal, sin que pudiéramos entregarnos al pecado?


• En su respuesta, Agustín quiere hacerle ver a Evodio que está cayendo en una cierta contradicción, pues habiendo admitido antes que Dios nos ha dado la voluntad libre, no parece que tenga sentido decir ahora que no nos la debía haber dado. La argumentación que emplea es como sigue.


Las posibilidades son dos: que no sea Dios quien nos ha dado la voluntad libre o que haya sido El.


Si no ha sido El, entonces nos podemos preguntar si se nos ha dado, por quien sea, con razón o sin ella. Si nos convencemos de que se nos ha dado con razón, debemos aceptar entonces que nos la ha dado el que nos da todos los bienes, o sea, Dios. Pero si consideramos que se nos ha dado sin razón, sin motivo, entonces no podemos culpar de ello a quien no tiene la culpa.


Pero si ha sido Dios quien nos la ha dado, entonces, nos la haya dado de la manera que nos la haya dado, no podemos hacer conjeturas sobre si no debió dárnosla o si lo debió hacer de otro modo, porque los actos de Dios no los podemos criticar nosotros con la razón.


4. Ev.- Concedo que Dios haya dado al hombre la libertad. Pero dime: ¿no te parece que, habiéndonos sido dada para poder obrar el bien, no debería poder entregarse al pecado? Como sucede con la misma justicia, que, habiendo sido dada al hombre para obrar el bien, ¿acaso puede alguien vivir mal en virtud de la misma justicia? Pues igualmente, nadie podría servirse de la voluntad para pecar si ésta le hubiera sido dada para obrar bien.


Ag.- El señor me concederá, como lo espero, poderte contestar, o mejor dicho, que tú mismo te contestes, iluminado interiormente por aquella verdad que es la maestra soberana y universal de todos. Pero quiero antes de nada que me digas brevemente si, teniendo como tienes por bien conocido y cierto lo que antes te pregunté, a saber: que Dios nos ha dado la voluntad libre, procede decir ahora que no ha debido darnos Dios lo que confesamos que nos ha dado. Porque, si no es cierto que Él nos la ha dado, hay motivo para inquirir si nos ha sido dada con razón o sin ella, a fin de que, si llegáramos a ver que nos ha sido dada con razón, tengamos también por cierto que nos la ha dado aquél de quien el hombre ha recibido todos los bienes, y que si, por el contrario, descubriéramos que nos ha sido dada sin razón, entendemos igualmente que no ha podido dárnosla aquél a quien no es lícito culpar de nada. Mas si es cierto que de Él la hemos recibido, es preciso confesar también que, sea cual fuere el modo como nos fue dada, ni debió no dárnosla ni debió dárnosla de otro modo distinto de como nos la dio, pues nos la dio aquel cuyos actos no pueden en modo alguno ser razonablemente censurados.


• Manifiesta ahora Evodio su firme deseo de no quedarse en la fe, sino de intentar entender aquello que cree. Para ello propone seguir con la investigación "como si todo fuera incierto", es decir, como si no estuviera seguro de nada de lo que cree.


La situación que expone es la siguiente. Si no estamos seguros de que la libertad nos haya sido dada para obrar el bien, nos encontramos,


a) por una parte, con que sí estamos seguros de que pecamos libremente. Deducimos de aquí, entonces, que no podemos estar seguros de si se nos debió dar o no, puesto que con ella podemos obrar mal.


b) por otra parte, que tampoco podemos estar seguros de que se nos haya debido dar. De aquí deducimos que no es seguro que nos la haya dado Dios, porque no estaría bien entonces creer que Dios nos da algo que no debe darnos.


5. Ev.- Aunque creo con fe inquebrantable todo esto, sin embargo, como aún no lo entiendo, continuemos investigando como si todo fuera incierto. Porque veo que, de ser incierto que la libertad nos haya sido dada para obrar bien, y siendo también cierto que pecamos voluntaria y libremente, resulta incierto si debió dársenos o no. Si es incierto que nos ha sido dada para obrar bien, es también incierto que se nos haya debido dar, y, por consiguiente, será igualmente incierto que Dios nos la haya dado; porque, si no es cierto que debió dárnosla, tampoco es cierto que nos la haya dado aquél de quien sería impiedad creer que nos hubiera dado algo que no debería habernos dado.


• Como respuesta a las conjeturas que le presenta Evodio, en las que extiende su duda a casi todo sobre lo que están investigando, Agustín le va a instar a que acepte argumentos de autoridad, tanto en el caso de la existencia de Dios, como en el de los asuntos de los que están tratando. Evodio, al final, insistirá en que él no se contenta con creer, sino que quiere entender lo que cree.


• Una verdad inconcusa es una que es firme y sobre la que no hay dudas. Un insipiente es una persona falta de sabiduría.


• Evodio, ante la pregunta de que si tiene por cierto que Dios existe, responde afirmativamente, pero que lo hace mediante la fe, no a través de la razón.


El argumento que le propone Agustín es el de que en el caso de que algún ignorante que negara la existencia de Dios quisiera, no tanto creer lo que cree Evodio, sino saber si lo que cree es verdad o no, si entonces no debería intentar convencerle de aquello en lo que él cree, sobre todo si se pudiera dialogar con él y manifestara el deseo de conocer la verdad.


Evodio responde afirmativamente y argumenta que seguramente tal persona admitiría que con un hombre que no quiere dialogar no se debe discutir y menos de cosas tan serias, y tal hombre le pediría que creyera que venía de buena fe intentando saber lo que quiere.


Entonces, según Evodio, le diría al ignorante que si quiere que él crea, sin conocerlo, lo que aquél tiene en su alma, mucho más justo sería que creyera en la existencia de Dios basándose en la autoridad del testimonio de los que escribieron los textos sagrados, en donde se relatan sucesos que no habrían podido suceder si Dios no existiese. Tal persona sería sumamente necia si le echase en cara a Evodio que creyera esos testimonios y, en cambio, deseara que lo creyera a él.


La propuesta de Agustín es que si acepta un argumento de autoridad en el caso de la existencia de Dios, por qué no lo acepta también en todas estas cosas que están investigando como si no estuvieran seguros de ellas.


Ag.- Tú tienes por cierto, al menos, que Dios existe.


Ev.- Sí; esto tengo por verdad inconcusa, mas también por la fe, no por la razón.


Ag.- Entonces, si alguno de aquellos insipientes de los cuales está escrito: Dijo el necio en su corazón: No hay Dios, no quisiera creer contigo lo que tú crees, sino que quisiera saber si lo que tú crees es verdad, ¿abandonarías a ese hombre a su incredulidad o pensarías quizá que debieras convencerle de algún modo de aquello mismo que tú crees firmemente, sobre todo si él no discutiera con pertinacia, sino más bien con deseo de conocer la verdad?


Ev.- Lo último que has dicho me indica suficientemente qué es lo que debería responderle. Porque, aunque fuera él el hombre más absurdo, seguramente me concedería que con el hombre falaz y contumaz no se debe discutir absolutamente nada, y menos de cosa tan grande y excelsa. Y una vez que me hubiera concedido esto, él sería el primero en pedirme que creyera de él que procedía de buena fe en querer saber esto, y que tocante a esta cuestión no había en él falsía ni contumacia alguna.


Entonces le demostraría lo que juzgo que a cualquiera es facilísimo demostrar, a saber: que, puesto que él quiere que yo crea, sin conocerlos, en la existencia de los sentimientos ocultos de su alma, que únicamente él mismo puede conocer, mucho más justo sería que también creyera en la existencia de Dios, fundado en la fe que merecen los libros de aquellos tan grandes varones que atestiguan en sus escritos que vivieron en compañía del Hijo de Dios, y que con tanta más autoridad lo atestiguan, cuanto que en sus escritos dicen que vieron cosas tales que de ningún modo hubiera podido suceder si realmente Dios no existiera, y sería este hombre sumamente necio si pretendiera echarme en cara el haberles yo creído a ellos, y deseara, no obstante, que yo


le creyera a él. Ciertamente no encontraría excusa para rehusar hacer lo mismo qué no podría censurar con razón.


Ag.- Pues, si respecto de la existencia de Dios juzgas prueba suficiente el que nos ha parecido que debemos creer a varones de tanta autoridad, sin que se nos pueda acusar de temerarios, ¿por qué, dime, respecto de estas cosas que hemos determinado investigar, como si fueran inciertas y absolutamente desconocidas, no piensas lo mismo, o sea, que, fundados en la autoridad de tan grandes varones, debemos creerlas tan firmemente que no debamos gastar más tiempo en su investigación?


Ev.- Es que nosotros deseamos saber y entender lo que creemos.


• Si creer y entender fueran lo mismo y si no hubiera que creer antes lo que queremos entender, entonces no tendría sentido lo que decía el profeta de si no creyereis, no entenderéis. El mismo Jesucristo parece que invitaba a lo mismo. Sin embargo, también decía que no era cuestión sólo de creer, sino también de conocer.


La conclusión del párrafo es que, obedeciendo los mandatos de Dios, deben ser constantes en la investigación, intenten encontrar lo que buscan, en la medida en que esta vida puedan hacerlo, confiando en que en la otra podrán obtener el verdadero conocimiento.


• Las últimas frases de este párrafo hacen referencia a la iluminación divina, a una visión clara y perfecta en la otra vida, al desprecio de los bienes terrenos y al amor a las cosas divinas. Todas estas son características de la forma que tiene San Agustín de entender el conocimiento. Vamos a exponerla brevemente.


El grado de conocimiento más bajo que considera San Agustín es el conocimiento sensible, que es un acto del alma que usa los órganos de los sentidos como instrumentos suyos. Es un tipo de conocimiento común a los animales y a los hombres, pero con él no se alcanza el verdadero conocimiento.


El siguiente grado de conocimiento es el de un nivel racional, propio de los hombres, pero no compartido con los animales. Este conocimiento aún necesita de los sentidos y se refiere a los objetos sensibles, pero está dirigido a la acción.


El nivel más alto de conocimiento es el de la sabiduría, que consiste en la contemplación de las cosas eternas e inmutables exclusivamente con la mente y sin intervención de las sensaciones. Tales cosas son tanto ideas como verdades.


Aunque esta sabiduría contemplativa es el nivel de conocimiento más deseable, la razón ha de dirigirse también a las cosas corpóreas, puesto que son necesarias para vivir.


Esta manera agustiniana de entender el conocimiento es marcadamente platónica, aunque nuestro autor no admitió ni la reminiscencia ni la preexistencia del alma.


Los objetos corpóreos son captados por los sentidos, pero hay otros objetos que están por encima de la mente humana y que son descubiertos y aceptados por ésta. Por ejemplo, la idea de belleza con respecto a la cual juzgamos si algo es más o menos bello. Estas ideas son verdades eternas comunes a todos. En cambio, las sensaciones son privadas y propias de cada uno.


¿Dónde están estas ideas? Estas ideas no son contenidos mentales, sino esencias objetivas. Por tanto, la pregunta no se refiere a un lugar físico, sino a una especie de situación ontológica. Los neoplatónicos, que comprendieron la dificultad de esta pregunta y de su posible respuesta, consideraron que estas ideas eran pensamientos de Dios y las situaron en la mente divina.


San Agustín aceptará básicamente esta teoría y considerará que estas ideas, llamadas ideas ejemplares, junto con las verdades eternas, están en la mente de Dios y han existido eternamente y sin cambios.


El problema es cómo puede la mente humana captar estas ideas y verdades, que son eternas e inmutables, y que están en la mente de Dios. Dice San Agustín que para que ello pueda producirse tiene que haber una iluminación divina, una luz que proceda de Dios y que, iluminando la mente, haga que ésta pueda captarlas. Este tema tiene un referente neoplatónico, ya que Plotino identificaba a Dios con el Sol, una especie de luz trascendente. En el caso de San Agustín, la iluminación divina consiste en una iluminación espiritual que hace con los objetos de la mente lo mismo que la luz del sol hace con los objetos que vemos. Tal actividad iluminadora de Dios permite que la mente humana pueda captar las características de eternidad y de necesidad que poseen las verdades y las ideas eternas. Sin esta iluminación, la mente humana sería incapaz de captar estas verdades superiores y trascendentes a ella.

6. Ag.- Veo que te acuerdas perfectamente del principio indiscutible que establecimos en los comienzos de la cuestión precedente: si el creer no fuese cosa distinta del entender, y no hubiéramos de creer antes las grandes y divinas verdades que deseamos entender, sin razón habría dicho el profeta: Si no creyereis, no entenderéis. El mismo Señor exhortó también a creer primeramente en sus dichos y en sus hechos a aquellos a quienes llamó a la salvación. Mas después, al hablar del don que había de dar a los creyentes, no dijo: Esta es la vida eterna, que crean en mí; sino que dijo: Esta es la vida eterna, que te conozcan a ti, sólo Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien enviaste. Después, a los que creían, les dice: Buscad y hallaréis; porque no se puede decir que se ha hallado lo que se cree sin entenderlo, y nadie se capacita para hallar a Dios si antes no creyere lo que ha de conocer después. Por lo cual, obedientes a los preceptos de Dios, seamos constantes en la investigación, pues iluminados con su luz, encontraremos lo que por su consejo buscamos, en la medida que estas cosas pueden ser halladas en esta vida por hombres como nosotros; porque si, como debemos creer, a los mejores aun mientras vivan esta vida mortal, y ciertamente a todos los buenos y piadosos después de esta vida, les es dado ver y poseer estas verdades más clara y perfectamente, es de esperar que así sucederá también respecto de nosotros y, por tanto, despreciando los bienes terrenos y humanos, debemos desear y amar con toda nuestra alma las cosas divinas.

http://www.filosofia.net/materiales/sofiafilia/hf/soff_em_2.html
 
El libre albedrío existe


Ya analizamos el asunto desde la perspectiva pesimista. Ahora elucidemos si todavía existe esperanza de que la libertad de la voluntad exista.

Destruir suele ser más fácil que construir. Puedes pasar toda tu vida estructurando tu reputación política, solo para verla pulverizada en un segundo, como le pasó al desafortunado Howard Dean. Gastar años de esfuerzo haciendo un edificio para que colapse durante un terremoto de diez segundos de duración. Sin embargo, en la filosofía tenemos la ventaja de que podemos destruir una creencia errada primero, para después comenzar a construir, como se debe, un sistema de proposiciones. En el artículo pasado (lectura recomendada antes de dedicarse a este) expusimos los argumentos más contundentes contra el libre albedrío. Ahora que ya sabemos que la libertad no es algo dado ni obvio, podemos empezar a idear una base sólida para nuestros nuevos pensamientos.


Le agradezco a los individuos que reaccionaron en Facebook con una carita enojada, lo que simbolizaba una petición para este artículo de refutación es bueno saber que existe interés de las dos partes por investigar estos temas, lo que me motiva a escribir muchos más artículos de este tipo en el futuro. Ahora, vamos a ello.


5. La filosofía busca la verdad desde la razón, la lógica y la intuición. La teología lo hace a través de la fe

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El hombre que brilla que ven arriba es Santo Tomás de Aquino, el filósofo y teólogo más celebrado de todo el cristianismo y de la época medieval en general. Fue el encargado de fundamentar su religión por medio de interpretar a Aristóteles, principalmente, y tomar algunos conceptos esenciales de Platón. Rechazaba las respuestas fáciles que muchos religiosos daban a las cuestiones filosóficas.


Al enfrentarse a problemas como el de la existencia del libre albedrío, Santo Tomás los abordaba desde una óptica particularmente teológica, por su intensa fe en Dios. Así, Etienne Gilson cuenta en "La unidad de la experiencia filosófica" (capítulo: Teologismo y Filosofía) que Aquino afirmaba que los asuntos que conciernen a Dios (que se encuentra fuera del tiempo y el espacio y es inmaterial) no pueden juzgarse con instrumentos racionales como la lógica. Intentar resolver un aparente problema teológico (como la incompatibilidad entre Dios y el libre albedrío), exclusivamente desde la filosofía es un error. En la teología, lo que vale es la fe. Si se intenta aplicar la razón a la teología es claro que no comprendemos la verdadera naturaleza de esta disciplina.

Por este motivo, los juicios que hacíamos en el artículo anterior acerca de que el libre albedrío no puede existir junto a un ser omnipotente y omnipresente, tienen sentido desde el terreno de la lógica y la racionalidad. Pero, según el cristianismo, Dios se encuentra fuera de nuestra comprensión racional. Por tanto, ambos conceptos pueden ser compatibles después de todo, solo que nosotros, como seres materiales y finitos, solo podemos entender a Dios desde la fe.


4. Según Albert Einstein, el universo es completamente determinista. Sin embargo, a nivel molecular, parece ser lo contrario

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Contrario a el determinismo absoluto que sostenía Albert Einstein, los mayores exponentes de la física cuántica, nos referimos a Werner Heisenberg (con su principio de incertidumbre) y Niels Bohr (con su regla de nacimiento), afirman que el universo es indeterminado, ya que es imposible predecir la posición de una partícula cualquiera. La ubicación de estas es naturalmente azarosa.


Los científicos que concuerdan con la interpretación de Copenhage, afirman que los constituyentes básicos de la materia se comportan de manera no determinista. Lo que significa que muchos procesos cuánticos son imposibles de medir con precisión. Así, muchos piensan que existe una propiedad ontológica inherente, que no podemos medir aún, que permite este azar.


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Y si la teoría de los infinitos mundos paralelos es correcta. Significa que existe un universo en el que Hitler ideó la cura para el cáncer.

Esto tiene grandes implicaciones para el debate del libre albedrío, ya que dicha propiedad podría constituir la causa material que es responsable por la libertad con la que cuentan los humanos. Noción que incluso se podría extender a otras criaturas vivas.


Los neurólogos Bjoern Brembs y Christof Koch piensan que las bases del libre albedrío se encuentran en los procesos termodinámicos aparentemente espontáneos que ocurren en nuestro cerebro. Quizás algún día podremos confirmar empíricamente que contamos con los mecanismos biológicos necesarios que dan origen a la libertad.


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Para entonces ya no le importará a nadie porque tendremos 'hoverboards' y seremos felices.

3. La única manera de que exista el libre albedrío no es la abolición del principio de causa-efecto. Jürgen Habermas afirma que la evolución pudo haber sido responsable de dotarnos con la habilidad de decidir

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Muchos creen que la única manera de que pueda existir algo como el libre albedrío es que creamos en una especie de alma inmaterial, libre y tomadora de decisiones. El filósofo alemán Jürgen Habermas piensa que hay una alternativa a esto.


Como expone en "Entre el naturalismo y la religión" (capítulo: Naturalismo y Religión-apartado: Libertad y Determinismo), su argumento consiste en que los seres humanos somos el producto de billones de años de evolución. Proceso biológico responsable de elaborar maravillas para adaptar a los seres vivos a su entorno. Considerando nuestras excepcionales capacidades humanas; no sería muy descabellado creer que, durante todos esos siglos, la naturaleza nos proporcionó de algún mecanismo epistemológico que nos permite evaluar diferentes escenarios, usando la razón, y luego decidir acorde a nuestros propios motivos.

Según Habermas: "La explicación científica que se nos ofrece sobre la determinación de nuestros actos según leyes naturales no puede cuestionar seriamente la autoconciencia, anclada en la intuición y acreditada en la práctica, de los actores capaces de responsabilidad". Si algo tan vital como la libertad de la voluntad puede reducirse a una simple ilusión. Entonces ¿cómo podemos estar seguros que todas nuestras percepciones no son un engaño? Si empezamos a dudar tan drásticamente de nuestra subjetividad y experiencias, escogeríamos un camino traicionero que seguramente nos llevaría al post-modernismo.


Llama a su innovador método "naturalización del espíritu". Con este busca fundamentar el libre albedrío de manera realista y material. Alejándose de conceptos dudosos que podrían causar desconfianza en el contexto de las ciencias.


2. A pesar de ser un neurólogo prominente, los argumentos que expone Wolf Singer no cuentan con las pruebas empíricas que necesitan para ser válidos

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Debemos agregar que estos también van en contra de la intuición y del sentido común, sin ningún atisbo de modestia. Singer argumenta su posición como si ya hubiera confirmado sus postulados, lo que ni siquiera ha tratado de hacer. Este también ignora el esclarecedor ensayo de Peter Strawson "Libertad y Resentimiento"; el cual enuncia, con impresionante lucidez, que no es necesario tener por seguro si el libre albedrío existe o no para saber si nuestras prácticas penales tienen sentido. Strawson dice que existen una serie de actitudes y sentimientos que los seres humanos expresan a raíz de una injusticia que legitiman nuestras acciones posteriores. Una respuesta mucho más sabia que la que ofrece el alemán.


Algunos argumentarían que los experimentos de Benjamin Libet prueban que el cerebro decide por nosotros, pero la constitución de dicho ejercicio fue tan simple, que dejó fuera de consideración varios aspectos importantes: la razón porque los participantes accedieron a participar en el experimento, sus ganas de complacer a los experimentadores, los hábitos que condicionaron su llegada al lugar de experimentación (puntualidad, intencionalidad, prioridades.), etc.

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Wolf Singer da por sentado que los seres humanos conllevan una complejidad tanto psicológica como existencial en su ser. Por tanto, los individuos que conforman la humanidad no son solo primates avanzados, sino que cuentan con una identidad propia que los caracteriza como especie.

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Está claro que la segunda venida de Cristo ya ha sucedido. Su nombre era Steve Jobs.
Uno esperaría que, por sus importantes implicaciones, si los argumentos de Wolf Singer fueran tan convincentes, sus camaradas neurólogos fueran propensos a seguirlo en masa. Sin embargo, esto dista de la realidad. Cuando Singer publicó sus populares postulados, pocos compartieron sus opiniones.

Cornelius Weiller, un experto en neurología de la Universidad de Hamburgo, afirmó que no se sabía suficiente sobre el tema en general, para llegar a las conclusiones que defiende Singer. "Debemos analizar contundentemente las proposiciones que atenten contra la intuición de manera tan irreflexiva".

1. Considerar que nuestros pensamientos son solo meros estados cerebrales-físicos es una reducción tremenda de la realidad
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Imaginen que se encuentran en el lugar del individuo de la foto de arriba. Experimentando en primera persona los alucinantes paisajes que ofrece Islandia. Ahora, piensen en todos los elementos que componen ese ambiente: la variedad de colores, el viento rozando sus rostros, el concierto de los animales nocturnos, la esencia de la naturaleza, etc. ¿Piensan que todo esto puede reducirse a simples impulsos eléctricos que viajan por el cerebro, percibiendo el paraíso que tiene ante los ojos? ¿No? Pues el neurólogo y filósofo británico Raymond Tallis estaría de acuerdo con ustedes.

En su excelente libro "Aping Mankind", Tallis argumenta que, al observar el cerebro de alguien a través de un escáner avanzado, el neurólogo solo puede ver la actividad neurológica desde su perspectiva, banalizando completamente el punto de vista del sujeto. Así, no hay nada acuoso en la reacción cerebral de alguien que percibe, por ejemplo, el correr de un río. Ni nada amarillo en la reacción cerebral de alguien que percibe el color amarillo en, digamos, un atardecer. Las representaciones fisiológicas no abarcan la totalidad de la complejidad de nuestro pensamiento. Si tienen tiempo, escuchen su charla sobre el tema, no tiene desperdicio.





Si individuos como Wolf Singer tuvieran razón, esto significaría que, por ejemplo, una experiencia podría ser programada en la mente de alguien de manera tan realista que no podría distinguir el escenario de la vida real. Pero si el sujeto de estudio nunca, por decir algo, ha visitado una playa, será imposible programar la experiencia de estar frente al mar en su cerebro. La experiencia subjetiva es sumamente importante para nuestro entendimiento del mundo.

Si nos encontráramos en una situación similar a la expuesta en la película "The Matrix", las máquinas solo podrían producir escenarios de acuerdo a nuestras experiencias previas. Una red neuronal universal sería completamente imposible.

Reducir la complejidad de la conciencia a meros impulsos eléctricos es algo necio y contra-intuitivo. Evidencia una profunda falta de comprensión de dicho fenómeno. Así, afirmamos que los estudios neurológicos de este tipo deben considerar muchos más factores que solo los impulsos eléctricos medidos a través de escáneres, para que sus investigaciones puedan tener alguna relevancia filosófica o social, más específicamente, en el debate sobre la existencia del libre albedrío.

La combinación de ambos artículos sobre la naturaleza del libre albedrío, exponiendo los argumentos de cada lado, constituye una buena introducción a este denso debate. Si les interesa leer más artículos sobre temas filosóficos, háganoslo saber en los comentarios de Facebook. También apreciaríamos que comenten sugerencias acerca de los tópicos específicos, referentes a la filosofía, que les interesen en particular.

Por Juan Carlos Orellana

https://hipertextual.com/2016/10/razones-llibre-albedrio-existe
 
Rasgos de la espiritualidad emergente en el siglo XXI


La experiencia espiritual sin necesidad de religión se extiende en nuestra sociedad

En muchos artículos publicados en Tendencias21 de las Religiones se ha insistido en la emergencia en nuestra sociedad de un anhelo de espiritualidad. Pero el reconocimiento de espiritualidad no implica religión ni es tampoco un subproducto ideológico de la religión o de algunas religiones: Es una dimensión vital más básica que supone un desbloqueo importante del ser humano. Algunas personas que se reconocen como ateas valoran en gran manera la experiencia espiritual. Este deseo está siendo recogido también por algunas tradiciones religiosas. Por José Luis San Miguel de Pablos.

El único sujeto real –y sujeto por tanto de liberación- es el ser-con-interioridad, el ser espiritual. Toda ética con auténtico sentido tiene esta base. Todo movimiento de sensibilidad orientado al otro (no sólo a “los semejantes” sino también a “los diferentes”), toda compasión, tiene esta base. Toda utopía de justicia y felicidad universal tiene esta base, aunque sea de forma implícita. Y nada digno de ser valorado, ni por tanto apoyado, puede estar desconectado de este reconocimiento de fundamentalidad, que parte de una mirada introspectiva y se completa con esa “interpelación irresistible por el rostro del otro” de la que habla Emmanuel Lévinas.

En este artículo recupero algunas ideas que pueden encontrarse más desarrolladas en mi libro " La rebelión de la consciencia", publicado recientemente por Editorial Kairós. Presentamos aquí una adaptación del capítulo tercero.

Para muchas mentalidades, la espiritualidad es una experiencia ligada a las religiones. Pero en estos años, se viene produciendo el reconocimiento de que espiritualidad no implica religión, y de que no es tampoco un subproducto ideológico de la religión o de algunas religiones, sino una dimensión vital más supone un desbloqueo importante de la personalidad humana y una apertura de posibilidades.

Es, en efecto, sumamente importante que agnósticos e incluso ateos, como André Comte-Sponville y Edgar Morin, constaten -en su interior mismo, y en diálogo con sus iguales- que existe un tipo de posibilidad de experiencia que no es reductible al afán de saber (curiosidad científica), a la apuesta metafísica (religión y filosofía) y ni siquiera al impulso altruista de solidaridad, pese a estar estrechamente vinculado a todo eso.

Dimensión espiritual de la experiencia humana

No es fácil definir ese ámbito. Puede hacerse, no obstante, asintóticamente, como sucede siempre que nos confrontamos con lo directamente vital, pues no en vano dijo Goethe aquello de “gris es la teoría y verde el árbol de la vida”. Tanteos los llevó a cabo, por ejemplo, Stéphane Hessel en su opúsculo Vivez! (uno de los últimos que escribió) cuando habla de “lo que está más allá de la inmanencia del mundo y de la sociedad”, y de “ese dominio, más allá de la vida material, que podemos llamar de muchas maneras, y que nos atrae como si fuese algo a lo que sabemos que tenemos derecho”.

El definitivo asentamiento de una concepción del mundo evolutiva, que consagra la idea de la unidad fluyente de la Naturaleza (el Río de Heráclito), es sin duda un elemento esencial del nuevo paradigma espiritual en ascenso.

El giro paradigmático en marcha tiene además un segundo componente, de importancia igual o mayor. Se trata de la evidencia, que se va extendiendo, de la fundamentalidad de la consciencia, de la interioridad o subjetividad de todo ser humano y de todo ser vivo. Toma de conciencia lenta pero firme, que se da correlativamente a la creciente pérdida de credibilidad del paradigma mecanicista. Numerosos indicios avalan esta opinión.

No todo es egoísmo. Son muchísimas las personas para quienes los demás no son esos “maniquíes que uno ve ir y venir al mirar por la ventana” de que habla Sartre en El ser y la nada, sino seres conscientes, seres con interioridad que, como uno mismo, anhelan vivir una vida plena.

Contradiciendo la opinión, cínicamente interesada, de que ”cada uno va exclusivamente a lo suyo”, es un hecho antropológico que, patologías aparte, todo ser humano cuenta con una pulsión compasiva más grande o más pequeña, fundada en la certeza intuitiva del ser-consciencia del otro. La interioridad del otro -como dice Lévinas- nos vulnera e interpela a través del rostro vivo.

Otro síntoma nada baladí es la importancia creciente de los animales en la vida de muchas personas. Es este un fenómeno antropológico de fondo que revela por un lado una necesidad psíquica del ser humano, que se siente muy solo incluso a nivel de especie, y por otro el inicio de un cambio de largo alcance en nuestra comprensión de la vida no humana.

Rasgos del paradigma espiritual emergente

Pueden resumirse en cinco:

1. Naturalista, evolutivo, ecológico y sistémico.

2. Racionalidad compleja, “no racionalista”. Ética de responsabilidad para con la vida humana, no humana, presente y futura.

3. Espiritualidad adogmática, universalista y experiencial. Recuperación de la esperanza.

4. No exclusivista ni excluyente, sino inclusivo y reequilibrante.

5. Comprometido con la realidad vivida. “El espíritu en la materia.


Veamos muy brevemente algunos de estos rasgos del paradigma espiritual emergente:

Naturalista

La Naturaleza es la referencia. Formamos parte de ella, somos naturaleza. Todo es río que fluye, Hasta la genialidad y la aparente desnaturación cultural y tecnológica forman parte de ese río. Nada hay fuera de él. Y la vuelta al primer plano de la idea de Naturaleza en las últimas décadas va acompañada de la exigencia de “desmecanizarla”, haciendola cercana a la vida y a la conciencia, al espíritu.

Evolutiva

El descubrimiento de que la la Naturaleza en su totalidad es idéntica al río de Heráclito, y de que la fuente de dicho río es una suerte de Fiat Lux que se conoce como el big bang es seguramente el de mayor logro significativo de todos los que la ciencia moderna ha hecho. La idea liberadora nueva cuenta, por tanto, con el dato axial de la evolución, del devenir, que unifica dinámicamente a la Naturaleza, y a ésta con la Humanidad.

Quizás el obstáculo mayor que se interpone entre algunas religiones y la ola de fondo espiritual actual sea la insistencia de aquellas en que su mensaje fundacional es “el último”. Esa proclamación choca frontalmente con la naturaleza evolutiva de la vida, que incluye el carácter procesual del aprendizaje y la maduración psicoespiritual de la Humanidad. Tal afirmación es, por lo demás, una de las principales causas de la intolerancia religiosa. No hay fundamentalismo ni integrismo que no insista en que su libro revelado da cerrojazo a toda posibilidad de que claves importantes para la “re-integración” ser humano en el universo sigan fluyendo desde la Trascendencia.

Frente a esto, cabe sostener que lo Real, junto con las implicaciones éticas que conlleva, se revela paulatinamente a la Humanidad a lo largo de la Historia. Llevando algo más lejos la idea jasperiana de la fe filosófica, pienso que se debe admitir una revelación filosófica continuada. Revelación natural qie implica los tres planos básicos que son el intuicional (o filosófico estricto), el racional (o científico) y el sensible-afectivo (y ético, por tanto). La apertura humana a aproximarse poco a poco a la Transcendencia llega hasta el presente y que sigue abierta.

Ecológica y sistémica

Al ser la Naturaleza la referencia y guía fundamental nos acercamos a una espiritualidad ecológica y sistémica. Paradigma ecológico que se implanta en un sentido doble.

En primer lugar, el obvio: el ser humano ha de abrirse a la reconciliación con su planeta, y las consecuencias de semejante cosa tendrán numerosas manifestaciones, desde globales hasta personales y cotidianas. Cada día está más claro: no hay transformación económica posible que acabe con el hambre en el mundo, con las grandes injusticias y desigualdades..., sin un cambio en profundidad, previo o paralelo, de nuestra relación con la Madre Tierra y con la maravilla de la vida, que nos incluye pero que no agotamos.

En segundo lugar el término “ecológico” se refiere a que el paradigma en ascenso no es una ideología cerrada, sino que se halla enraizada en tradiciones diversas, y es dialogante, abierta a intercambios y a resultar enriquecida por ellos. La estructura de la Vida, del Cosmos y de la Naturaleza es toda ella sistémica, es decir, que “entidades integran entidades” y “el todo es más que la suma de las partes”.

Se derivan de ahí importantes consecuencias prácticas: una, que el individuo no puede ser anulado en modo alguno por el Estado (ni por la nación, la tribu, la religión de su clan...), pero que tampoco se debe, en nombre de un individualismo radicalizado, negar que la superestructura estatal ya que es una emergencia que cumple funciones de problemática sustitución; otra, que nadie tiene por qué pertenecer a una sola cosa, vale decir que nadie tiene por qué sentirse “sólo” de su pueblo o de su región, “sólo” español, “sólo” europeo..., y ni siquiera “sólo” cristiano. La complejidad en red de la Naturaleza sugiere fuertemente la posibilidad de las pertenencias múltiples, susceptibles, además, de modificarse.

Por lo demás, “ecológico” no puede en modo alguno significar antihumano. El amor a la Vida –esencia del ser-consciencia encarnado- se enfoca en primer lugar sobre la vida humana. Que ningún ecologista radical se engañe: sin amor por el imperfecto ser humano y por los seres humanos de carne y hueso, ninguna biofilia es creíble.

Racional, pero “no racionalista”

Aparece con mayor evidencia cada día que el racionalismo no es lo mismo que la Razón. El primero es un “ismo” dogmatizado que presupone unos modos de ser determinados de la Naturaleza, de la mente y del reflejo de aquella en esta. Mientras que la Razón es necesariamente inacabada, ya que implica reconocer de entrada que nuestro conocimiento de la “naturaleza de la Naturaleza”, así como de la naturaleza de la mente y de nuestros modos de aprehensión cognitiva se amplían continuamente.

No parece exagerado decir que una de las causas que hacen que se mantenga el bloqueo psicosocial y espiritual que caracteriza el tiempo presente es el peso que sigue teniendo el viejo racionalismo. El poder que detenta el poco racional racionalismo es un obstáculo serio para emprender una reforma de la racionalidad -no sólo científica sino también social y económica- que necesariamente ha de pasar por profundizar el concepto mismo de razón. Esta no puede seguir siendo abusivamente simplificadora, y de su vocabulario debería desterrarse la expresión “nada más que”.


Ética de responsabilidad para con la vida

La clase de razón capaz de guiar el obrar ético es desde luego una razón que incluye como parte fundamental de ella la compasión. Una razón, en suma, que parte del ser humano integral y toma en consideración la integralidad de la vida.

Un biocentrismo ético consecuente, el mismo que ennoblece -al resituarlo responsable y compasivamente- al hombre sobre la Tierra, nos obliga a considerar nuestro planeta como un todo que no debemos dañar, por nosotros mismos, por nuestros descendientes y por esta maravilla indecible que es la biosfera, el topos del milagro de la vida sintiente, del ser que es para sí.

El fundamento de cualquier ética viva no puede ser más que la compasión por “el otro”, por los demás seres-consciencia, focos vivenciadores –“como yo mismo”- del devenir, el sufrimiento y el goce. La capacidad de reflexión no convierte al humano en el único ser-consciencia sobre la Tierra. Lo que “comprender” sí que conlleva es responsabilidad.

Espiritualidad adogmática, universalista y experiencial

La preocupación filosófica a-dogmática es una componente esencial de la nueva sensibilidad espiritual, puesto que implica un retorno a las preguntas “primeras”. Pero la ausencia de relación con las dogmáticas, tanto religiosas como de otro carácter, no significa que la mayoría de las personas que participan de ella no tengan creencias.

Las tienen -aunque no sean las mismas para todas- pero para casi nadie tales creencias se viven como condición de la acogida benevolente de un Dios que exige que se acepten sus revelaciones. Por otra parte, las creencias pertenecen al plano cognitivo-intelectivo, que no es el fundamental en la auténtica espiritualidad, mucho más vinculada a otro tipo de cognición menos, o nada, verbalizable.

Es este adogmatismo lo que hace que la nueva espiritualidad esté tan abierta a lo que algunos denominan sincretismo, y que por mi parte entiendo como capacidad para percibir homologías e identidades de fondo entre tradiciones espirituales diversas, allí donde el creyente de una religión tradicional ve diferencias insalvables.

El rasgo del universalismo nace justamente de ahí. Lo que orienta a alguien hacia la espiritualidad es un latido personal, no un imperativo tribal o identitario. Ese vislumbre de eternidad a que se referió Baruch Spinoza es siempre una experiencia estrictamente personal.

Espiritualidad que recupera la esperanza

...en pugna con la acusada tendencia posmoderna a la desesperanza, surgida como reacción a la creencia ciega en el progreso, típica de la Modernidad. Esperanza no sólo en lo que respecta al mundo. Se trata, en este aspecto, de una vuelta a Kant, al Kant que no podía salvar racionalmente la fe pero sí la esperanza (y que creía que debía hacerlo).

El materialismo filosófico desahució la esperanza, o pretendió, en el mejor de los casos, resituarla fuera del ser autovivenciado, en un futuro colectivo en el solo cabía creer, como si de otra religión ser tratase. El resultado, lo hemos visto, ha sido un fuerte reforzamiento reactivo del individualismo.

No exclusivista ni excluyente, sino inclusiva y reequilibrante

La gran mayoría de las dicotomías que nos dividen son complementariedades, o encierran a la vez conflicto y complementariedad. Son además potencialmente fructíferas. Este enfoque de lo contradictorio es el mensaje fundamental del símbolo taoísta del yin-yang y de la filosofía de la complejidad del gran pensador contemporáneo Edgar Morin.

Comprometida con la realidad vivida

La idea-guía espiritual en ascenso no desprecia la materia. Al contrario, asumiéndola la espiritualiza. De ahí que comprometerse con la vida y con la justicia aquí y ahora sea la actitud más consecuente para todo aquel que comprende y comparte el nuevo paradigma espiritual, que apunta asimismo a abolir el divorcio entre lo individual y lo social.

Trabajar por la eliminación de las graves disfunciones que afectan hoy a la vida colectiva, al ser humano colectivo, es de hecho tan necesario como utilizar todos los medios que uno tiene a su alcance para sanar de una dolencia. Sin compromiso social, desde los que encuentran su modelo en Jesús de Nazareth hasta quienes lo hallan en la renuncia del boddhisatva al nirvana por amor de los que siguen atados al Samsara, de Ellacuría y Boff hasta Gandhi y Aurobindo…, no puede hablarse de auténtica espiritualidad integrada en el cosmos.

Sin descender a la arena, y a veces hasta sin tocar el barro, la espiritualidad deja siempre sobre ella planear dudas de autenticidad y no acaba de responder a las aspiraciones del hombre real y de la sociedad.

La liberación será también espiritual o no será

Pero, a la inversa, lo superestructural no basta en absoluto. El único sujeto real –y sujeto por tanto de liberación- es el ser-con-interioridad, el ser espiritual. Toda ética con auténtico sentido tiene esta base. Todo movimiento de sensibilidad orientado al otro (no sólo a “los semejantes” sino también a “los diferentes”), toda compasión, tiene esta base. Toda utopía de justicia y felicidad universal tiene esta base, aunque sea de forma implícita. Y nada digno de ser valorado, ni por tanto apoyado, puede estar desconectado de este reconocimiento de fundamentalidad, que parte de una mirada introspectiva y se completa con esa “interpelación irresistible por el rostro del otro” de la que habla Emmanuel Lévinas.

El primer paso que hay que dar es, por tanto, reconocernos –con legítimo sentimiento de dignidad− como seres de consciencia, aquello que nos define. No robots biológicos. Las filosofías que defienden esto último, por sesudamente que se expongan y por “progresistas” que pretendan ser no son más que coartadas a medida para la cosificación, la explotación y la tortura de los seres vivos, humanos incluidos, en el contexto del sistema político-ecónomico “mundializado” actual, que se diría que tiende, hoy por hoy, a seguir implantando “el infierno en la Tierra”…, sin horizontes ni perspectivas de avance real.

Por José Luis San Miguel de Pablos, Licenciado en Geología y Doctor en Filosofía

 
Las religiones, ¿ilusiones peligrosas?


Vitaly Malkin analiza en un libro el papel histórico de las principales confesiones

Las religiones son ilusiones peligrosas que nos privan de la felicidad, afirma el filósofo, empresario y físico ruso, Vitaly Malkin, en su libro Ilusiones Peligrosas. Forman parte de las quimeras que no provienen de nuestra conciencia, sino que obstaculizan nuestra naturaleza, nuestra mente y nuestra libertad. La obra replica el plurisecular debate entre ciencia y fe. Por Juan A. Martínez de la Fe.

Cuando las religiones nos privan de la felicidad. Este es el subtítulo de un interesante libro de Vitaly Malkin, un empresario ruso, humanista, filósofo, físico, banquero, “de origen judío que tiene conocimiento práctico de las tres religiones monoteístas principales y que busca que la gente evite caer en las ilusiones generadas por estas” (Ilusiones peligrosas. Indicios, Barcelona, 2018). Y con él, con el subtítulo, nos llega el mensaje que el autor pretende transmitir.

El contenido goza de una claridad expositiva propia de su formación profesional, aunque sus premisas no gozarán de aceptación general, ni, por supuesto, partiendo de ellas, las conclusiones a las que llega. Lo reconoce el propio autor: “Ofrezco al lector mi propia opinión clara y definida, lo invito a debatir conmigo hasta el final y con gratitud aceptaré cualquier valoración suya, sea esta de admiración u odio. Hasta sería desagradable para mí la ausencia de esta crítica”. No dice, eso sí, si aceptaría el sarcasmo que él utiliza con frecuencia, aunque su objetivo no sea ridiculizar y destruir, sino purificar y crear.

En definitiva, este libro “es un tipo de manual de instrucciones de cómo ‘liberarse’ de los pecados y evitar las tentaciones de pecar. Siguiendo sus consejos, podrán distinguir entre la vida espiritual elevada y la vida material pecadora. También les ayudará a conocer todas las ventajas del ascetismo, que es el rechazo voluntario de todos los deseos naturales y placeres, sobre todo el onanismo y el s*x* y a hallar el camino más corto hacia la santidad”. Dicho todo ello, lógicamente, en un sentido irónico.

Para Malkin, las ilusiones peligrosas que aborda son quimeras y, con esta denominación, se refiere normalmente a ellas y de las que abomina. Entiende por quimeras “todas las ideologías, tradiciones y costumbres que no provienen de nuestra conciencia, experiencia individual o necesidad de sobrevivir en sociedad; sino que son todas aquellas ilusiones peligrosas que obstaculizan nuestra naturaleza, nuestra mente, libertad y felicidad”.

Y son peligrosas porque rechazan la evolución natural del hombre y la sociedad, silencian o corrigen el pasado, renuncian al presente como algo que no corresponde al ideal; contraponen lo vil corporal a lo supremo espiritual. Inculcan en el hombre la idea de que no es capaz de sobrevivir sin el control de un Ser supremo. Es evidente que habla de las religiones; y no será esta su única aportación, pues advierte de que esta obra es solo la primera de tres.

Razón y quimeras

El primer bloque del libro lo dedica a enfrentar razón y quimeras. Y parte de una premisa afirmada con rotundidad: la razón es la única manera de conocer el mundo; afirmación que precisa, desde luego, de matizaciones que, probablemente serían exigibles. También dictamina que lo que se opone a la razón es la fe, cuando es conocida otra postura que explica que esta, la fe, no se opone, sino que es distinta. Afirma que la fe es un estado mental caracterizado por la disposición a percibir una tesis como auténtica sin tener pruebas concretas, con base en la confianza, y que da por verdadero lo que no puede comprobarse. Lo cual, dicho así, sin dejar de ser cierto para no pocos filósofos, no es absolutamente tan apodíctico.

Es muy interesante el recorrido histórico que hace el autor sobre el papel de la razón a lo largo de los siglos, hasta que, en un momento dado, aparece el homo religiosus, que se impone al homo sapiens; un homo religiosus que aparece con el nacimiento del judaísmo y que cobró fuerza con el desarrollo del cristianismo y del islam. Y, con la firmeza que caracteriza su pensamiento, concluye que hoy en día, nada ha cambiado en la cuestión de razón vs fe, cuando una lectura de la abundante bibliografía sobre el particular muestra las transformaciones que ha habido, forzadas, precisamente, por ese empuje asombroso de la razón a lo largo del tiempo, especialmente tras la Ilustración.

Y llega a un punto crucial, el de la moral, cuando atribuye a las religiones el privar a los creyentes del derecho y la posibilidad de tomar decisiones morales, pues, siendo una criatura de Dios, no es libre, por lo que no es capaz de crear valores para sí y para los demás.

La razón en las religiones

Desgranar el papel de la razón en las religiones monoteístas es un objetivo que se marca el autor, en un esquema que repetirá en otras secciones de su obra.

Comienza con el judaísmo, de la que dice que “es la primera religión monoteísta que empezó a perseguir la razón simultáneamente a la práctica de adorar a un dios único”. Esto no supone que los judíos rechacen de plano la razón, sino que la emplean para el comentario y la exégesis de la Revelación y no para el conocimiento del mundo real; se trata de un medio de conocer a Dios, aunque a todas luces insuficiente. E ilustra su planteamiento refiriéndose a los principales pensadores como Saadia Gaon, Maimónides, Levi Ben Gershon, Yehudah Jalevi y otros varios a través de la historia.

Sin embargo, no considera que sea el judaísmo la religión que peor trata a la razón; ese papel se lo atribuye al cristianismo: “la lucha del cristianismo contra la razón ha sido la más intensa que haya librado una religión abrahámica, pues el suyo no es un monoteísmo ‘puro’, sino que está anclado entre el politeísmo pagano y el monoteísmo”. Afirma que esta religión rechaza la razón por tres motivos: 1) por su incapacidad para percibir el bien moral; 2) porque las pasiones humanas la afectan, haciéndole cometer errores; y 3) porque no ayuda al individuo a lograr la salvación, pues solo la fe le salva. Una curiosa trilogía para la que no aporta base suficiente, pero sí apoya en la interpretación de autores como Tertuliano, San Agustín, San Juan Crisóstomo, Bernardo de Claraval y otros, llegando, incluso a Ignacio de Loyola o Richard Dawkins. Y concluye: “el cristianismo actual no deja de atacar la razón”.

Por lo que se refiere al Islam, afirma que, en esta religión, la razón “es una noción exclusivamente religiosa. Dios se la otorgó al ser humano y, por lo tanto, sus actos se rigen por preceptos divinos. Si Dios ha creado al ser humano, también ha creado la razón”. Basándose en autores como Al-Farabi, Avicena, Ibn Arabi o Al-Ghazali, afirma que el conocimiento auténtico es únicamente el de la Revelación. Y tampoco concede espacio a una posible transformación en el pensamiento islámico, pues concluye que “hasta la fecha, la mayoría de los musulmanes sigue pensando lo mismo”; por lo menos, deja abierta una vía de escape con esa expresión “la mayoría”.

Propone Vitaly Malkin que el objeto de estas religiones es ver el rostro de Dios, una idea que es tan antigua como el mundo y cuya realización está vetada a los seguidores de las abrahámicas en esta vida; y, en un paso más, concede mayor rigor al judaísmo y al islam, que se oponen a cualquier representación de Dios y al advenimiento de un hombre-dios. Explica cómo para llegar a alcanzar esa visión beatífica es necesario limitar a la fuerza la sexualidad e, incluso, rechazar voluntariamente todos los placeres humanos, aspectos que no exigían las religiones paganas; eso sí, no parece recordar, por ejemplo, la virginidad exigida a las vestales romanas, sometidas a muy crueles castigos si la quebrantaban, hecho al que hará referencia más adelante, calificándolo de excepcional.

Las quimeras nos envenenan la vida, porque imponen a las personas normas morales y éticas y un estilo de vida que no se corresponden con el sentido común ni con la naturaleza humana; y afirma que “el individuo es permanentemente infeliz, ya que, por un lado, no puede satisfacer sus necesidades más básicas y, por otro, no está de acuerdo con los ideales quiméricos”. Lo que no deja de ser cierto si su premisa básica lo fuera, cosa que, evidentemente, no todos aceptan.

Como corresponde a un intelectual que se precie, Malkin reconoce que se le puede replicar que las religiones monoteístas actuales son distintas; reconoce su derecho a existir y hasta apoya la libertad de religión, aunque apoye más la libertad de no creer; en el fondo, su propósito es describir la lucha eterna entre la razón y la quimera y determinar nuestro lugar en ella.


El problema del mal

En un segundo capítulo, Malkin nos enfrenta, de manera muy razonada, al punto más débil de cualquier religión: el problema del mal, de su existencia, que contradice a un posible dios benevolente.

Una manera de liberar a Dios de ese vejamen es atribuir el mal al diablo, sobre el que, históricamente, se han presentado cinco tesis: 1) El diablo no existe, solo existe una multitud de deidades y el bien y el mal provendrían de cualquiera de ellas; 2) El diablo existe, pero es mucho más débil que Dios; 3) Dios y el diablo existen con independencia uno del otro y su poder es más o menos similar; 4) Dios existe, pero el diablo es más poderoso, lo que conforma el satanismo; y 5) No existe ni Dios ni el diablo, solo el ser humano.

Y se detiene especialmente en el llamado satanismo contemporáneo, cuyas ideas esenciales son: a) La razón, sobre la que debe de basarse la vida; b) La carne, pues somos animales, de orden superior, sí, pero no por ello se puede perseguir su naturaleza; c) La religión, teniendo en cuenta que Dios no creó al hombre, sino que este inventó a Dios; d) La moral, cuya perfección puede alcanzar el hombre sin ayuda; y e) La sociedad, en la que la ley de la naturaleza dice que no todos somos iguales pese a la idea contraria propagada por los estados. En definitiva, el satanismo contemporáneo postula que una religión sana es la que está dirigida al interior y no al exterior del ser humano.

Al trabajo desplegado para exonerar a Dios de cualquier responsabilidad por el mal, se le denomina teodicea. Con ella, se pretendía probar que la existencia del mal en el mundo no contradice la existencia de Dios todopoderoso, que es el bien absoluto; y debe de desviar del mal la atención de los creyentes y dirigirla hacia el bien. Para ello, promueve algunas ideas generales tales como: 1) El mal es el resultado del libre albedrío otorgado al hombre y el castigo por sus pecados; 2) El mal es un instrumento necesario para perfeccionar al ser humano; y 3) El mal forma parte del plan divino y no le es dado al ser humano comprender su sentido. A partir de aquí, el autor realiza un profundo recorrido por las diferentes teodiceas, con especial atención a la que se da en el cristianismo y basándose, principalmente, en la historia bíblica de Job y, en nuestros días, con el horrible holocausto llevado a cabo en el pasado siglo XX, al que dedica varias páginas explicando las diferentes posturas de los judíos ante ese hecho, en la actualidad.

Se trata de un capítulo sumamente interesante, con planteamientos serios recorriendo la postura de filósofos y pensadores de todos los tiempos. Dedica Malkin varios párrafos a proporcionar su punto de vista, que razona impecablemente, aunque deja de lado muchos de los estudios que tratan de la muerte de la imagen de Dios, que es justamente la que él aborda en su obra; una imagen imposible de sostener, pero que no implica necesariamente la irracionalidad del creer.

Para ver el rostro de Dios es necesario atravesar el umbral de la muerte, por lo que, no sin gotas de ironía, Malkin titula uno de los capítulos Bienvenida muerte: ¡el primer paso al Paraíso. Y lo introduce con un castizo refrán que sintetiza muy bien su pensamiento: A burro muerto, la cebada al rabo.

Afirma con razón (que no falte la razón en este libro), que la muerte es mucho más importante que el nacimiento, ya que el recién nacido no tiene ni ha aportado nada, mientras que quien fallece deja su huella; y constata, también, que la muerte es siempre la de otro, puesto que el individuo no tiene, ni puede tener, la experiencia de su propia muerte en vida, y acompaña su reflexión con aportaciones de Derrida, Camus o Lamont.

Muerte e inmortalidad

Contra la muerte, se yergue el deseo de inmortalidad, cuya búsqueda ha sido una de las fuerzas motrices del desarrollo humano, “origen de doctrinas filosóficas y morales, una inspiración para la religión y la ciencia, un impulso al desarrollo del arte”. Y comenta las tres vías que la humanidad ha encontrado para alcanzar la inmortalidad: 1) Perpetuarse a través de los hijos o disolver la personalidad en el destino colectivo de la familia, tribu, pueblo o etnia; 2) Perpetuarse en la memoria de otras personas o dejar huella en la historia; y 3) Transformar el miedo a la muerte en una imagen de la existencia de ultratumba.

Hace el autor un recorrido histórico sobre la sociedad y sus muertos, muy interesante, aunque si bien sus conclusiones pueden ser válidas con carácter general, sin embargo hay casos particulares que las pueden contradecir; es el caso, por ejemplo, de su afirmación de que los cadáveres de los antepasados se inhumaban cerca de la ciudad, pero no dentro de las zonas residenciales, cuando en una de las ciudades más antiguas de la humanidad, Çatal Hüyük, lo hacían bajo la estancia principal de la vivienda, según recientes hipótesis. Pese a ello, este recorrido de Malkin a través de los tiempos constituye un excelente resumen de lo acontecido.

Reiterando su esquema de analizar un asunto en cada una de las tres religiones abrahámicas, el autor desciende a cada una de ellas para explicar el papel de la muerte. El judaísmo la percibe como el final natural de la vida y la trata con realismo, sin considerarla una tragedia y sin experimentar emociones especiales, algo que se puede explicar por el poco desarrollo de las nociones de la vida en el más allá. Eso sí: los cadáveres son impuros y fuente de impureza, algo extraño para lo que encuentra explicaciones en Lévinas.

Es la igualdad de todos ante la muerte el secreto que explica la increíble popularidad del Islam en el mundo. Y destaca cómo para el musulmán, las personas no deben anhelar la muerte, ya que la vida es un bien, pese a lo atractivo que pueda resultar el paraíso. La diana de sus dardos, sin embargo, la reserva para el cristianismo, para el cual la muerte es un rasgo muy importante ya que la convierte en algo deseable. Y hace afirmaciones un tanto discutibles, como, por ejemplo, cuando expone que hay billones de personas que no sirven a ningún Dios y no declaran la guerra a la vida, algo fuera de la realidad cuando la población mundial está en torno a los 7.500 millones de habitantes: habrá que suponer, lógicamente, que se trata de un lapsus calami, que, sin embargo, reiterará más adelante; no sería extraño suponer que puede haber algún problema de redacción, ya que, pese a lo claro de sus afirmaciones, ese número ha de referirse al de cristianos a lo largo de la historia.

Afirma: “El cristianismo es la religión de la muerte, un verdadero manual de mortificación, porque se basa en el desprecio a la vida, en la veneración de los muertos y en la idea de la recompensa póstuma”; “todos saben que el cristianismo percibe las enfermedades, el envejecimiento y la mortalidad del ser humano como el castigo merecido por el pecado original”; “prohíbe la destrucción de los cadáveres”; frases como éstas se encuentran en el texto. Es evidente que no reflejan una realidad única, en una religión con diferentes puntos de vista sobre estos como sobre tantos otros temas; algo que el autor, de forma general, invita a debatir con él, reconociendo que sus posturas pueden ser discutidas. En apoyo de su tesis, nos ofrece un retablo de ejemplos prácticos, bien acompañados de impactantes imágenes.

Cierra el apartado con un resumen: “Todas las religiones monoteístas son religiones más de la muerte que de la vida. Transforman el miedo natural ante la muerte en una esperanza de inmortalidad en el mundo de más allá”. Y esto es así porque todas ellas se basan en tres postulados: 1) Nuestra existencia terrenal no tiene valor ni sentido, pues es solo un paso preparatorio para la vida eterna; 2) La muerte sí tiene un valor, un sentido y una predestinación que abre la puerta a la vida de ultratumba; y 3) La fe religiosa es buena porque da al individuo una comprensión de la vida y de la muerte.

Y cierra el tema exponiendo nítidamente su punto de vista: 1) El ser humano es único y libre; solo su vida terrenal tiene valor; no existen ni el alma ni la vida después de la muerte; 2) La glorificación de la muerte es un delito contra la humanidad, no es un bien, es el final de todo; y 3) No existe el Dios vigilante de las religiones, no hay esperanza de acercarse a él y ver su rostro. Y, entre otras conclusiones, destacamos estas dos: “Estoy dispuesto a apoyar sin vacilar la legitimidad de la pena de muerte para los asesinos terroristas y sus cómplices, incluso los más insignificantes. No dudo de que se pueda y hasta se debe desear la muerte para cualquier ped*filo degenerado que haya violado a un niño”.

El mal del sufrimiento

Una de las expresiones del mal es el sufrimiento. Y, curiosamente, según el autor, constituye este un valor nacido con las religiones monoteístas ya que, en la antigüedad, se trataba de algo a evitar. “La promoción de un solo dios a rango superior al de los demás cambió radicalmente las cosas. Tuvo lugar un giro desde el antropocentrismo, es decir, del hombre como tal, hacia el ‘ideocentrismo’”. Y eso, ¿por qué? Porque el fin último de la vida terrenal no era la felicidad de ultratumba, la gente no temía una condena después de la muerte; el placer era considerado un valor, pero al nuevo dios le gusta el sufrimiento, pues se trata del castigo justo por los pecados humanos y el modo más seguro de expiarlos.

El sufrimiento buscado tiene varias maneras de manifestarse y la principal, según Malkin, es rechazando los placeres de la carne, como irá explicando ampliamente en esta obra.

Descendiendo a las religiones abrahámicas, se analiza el papel del sufrimiento en ellas. Para el judaísmo, es un telón de fondo desprovisto de interés; lo percibe como algo inevitable y como un medio para el conocimiento y el crecimiento espiritual, una manera de acercase a Dios y tener la posibilidad de ver su rostro.

Y una vez más es el cristianismo el que sale peor parado en las comparaciones. Entiende el autor que la base de su doctrina es un culto al sufrimiento y a la muerte, no al amor, algo que contrasta fuertemente con la actitud de su fuente de inspiración, Jesús, cuya vida transcurrió eliminando el sufrimiento de cuantos se acercaban a él. Se basa Malkin en que la principal imagen cristiana es la de la pasión de Cristo, que se convirtió en el credo principal de su arte. Aquí incluye el autor algunas frases cuya verificación resulta difícil de justificar; por ejemplo, afirma que “Cristo sabía que era Dios y lo proclamaba con frecuencia”, una hipótesis que no se sostiene en una lectura de los evangelios. Y va más allá, cuando afirma que Cristo nunca reía por lo que su religión es de tristeza. “El catolicismo contemporáneo sostiene que el sufrimiento contribuye al progreso, ya que solo él proporciona al individuo la ‘esplendorosa belleza del bien’”, cuestión que probablemente cuente con muchos que no concuerden con ella.

Para Malkin, este planteamiento constituye una buena estrategia comercial para llenar las iglesias, manteniendo a sus fieles en un perenne estado de miedo y tensión, rodeándolos de limitaciones, desde la comida al s*x*.

¿Dónde se encuentra el origen del culto cristiano al sufrimiento? Parte de la base de que el cristianismo es una religión de débiles y para débiles, para aquellos que por razones objetivas o subjetivas no son capaces de superar las dificultades. Piensa que los fuertes no tienen problemas con la moral y la espiritualidad, mientras que los débiles, no solo necesitan el alma, sino también líderes y profetas, al ser incapaces de crearse unos valores y una moral.

Incursión en el budismo

No olvida una breve incursión en el budismo, mencionando que en él la afección a los bienes materiales y la existencia de deseos ilusorios, en otras palabras, la aspiración a los placeres de la vida, son las causas del sufrimiento, un atributo de la vida y una característica del ser, pero donde no tiene nada que ver con el pecado. Pero, en definitiva, budismo y cristianismo están obsesionados con el sufrimiento. Sin embargo, en el Islam no existe el culto al sufrir, que se suele percibir como algo negativo, pero inevitable y un buen musulmán tiene que hacer todo lo posible para soportarlo con dignidad y firmeza.

La actitud cristiana hacia el sufrimiento se traduce en un gran combate contra los placeres, al ascetismo, actitud que comparte con otras culturas que rechazan las necesidades naturales, los placeres, el lujo, etc., y hace un recorrido histórico sobre la ascesis. Y de nuevo, salvo algún problema de redacción, vuelve a incidir en los billones de creyentes que sacrifican la calidad de su vida por la esperanza ilusoria de una recompensa tras la muerte. Analiza con detenimiento la pirámide de Maslow y se declara admirador de Epicuro, concluyendo que “no se puede prohibir nada. Nuestras necesidades individuales son diferentes, no existen normas universales. Cada uno tiene que definir sus límites sin ayuda de la sociedad”.

Describe y estudia la historia del ascetismo cristiano, reservado a los elegidos, ya que, según Malkin, el cristianismo “percibe la vida laica como un obstáculo en el camino de la salvación. […] Para un verdadero cristiano ya no hay nada más importante que purificar el alma extirpando de ella todo lo humano”. Y defiende su postura trayendo a colación los testimonios de Blaise Pascal y Sören Kierkgaard.

Desde este punto de vista, todo lo que se refiera al cuidado del cuerpo tiene importancia. Y Malkin hace un recorrido por aquellos aspectos que, a su juicio, han estado dominados por el cristianismo: la falta de higiene, la reprobación de vestidos llamativos y adornos, rechazo de los espectáculos y la risa, crítica de la gula y elogio del ayuno, prohibición de pensamientos pecaminosos, la condena de la riqueza y la de la pobreza, etc. Respecto a esta última, afirma: “Es imposible negar que el hecho de apostar por los pobres fuera una estrategia de marketing genial de la nueva religión. Siempre ha habido más pobres que ricos y siempre han sido más crédulos, lo que permitió una propagación tan rápida del cristianismo que se asemejaba a un incendio forestal”.

Estas posiciones eran muy difíciles de sostener, por lo que el cristianismo contemporáneo tuvo que bajar el tono con respecto a los placeres carnales, la soledad y los espectáculos. Desde un punto de vista histórico, no fueron las religiones del libro las primeras en descubrir la moderación y el ascetismo: ya el budismo lo hacía, pero no con la idea de aportar sufrimiento sino, justamente, para liberarse de él. En cuanto al judaísmo, esta religión considera que los placeres o al menos gran parte de ellos son enemigos de Dios, por lo que mantiene una actitud represiva hacia el cuerpo, aunque no todos dentro de ella sostengan idénticos criterios. Por su parte, en el Islam, al no existir el concepto de pecado original, no hay necesidad de merecer el perdón mediante el ascetismo, aunque la moderación se considera una virtud. Sea de ello lo que fuere, lo que sí concluye el autor es que el ascetismo no es un fenómeno universal y que tuvo su origen en el monoteísmo.


El s*x*, principal enemigo

Y si se habla de placeres, no podía faltar un extenso capítulo dedicado al placer sexual, al que califica como el peor enemigo de Dios. Hace Malkin un recorrido histórico sobre este particular, arrancando de los tiempos en que se le consideraba algo normal y la aparición de prendas destinadas a ocultar los genitales, recorriendo China, el hinduismo, la cultura japonesa, etc.; unanimidad sí ha existido siempre por lo que se refiere a la represión de las relaciones incestuosas.

A partir de aquí, y basándose en la descripción que hace el Génesis de la caída de Adán y Eva, construye su teoría, según la cual se trató de un pecado sexual, atribuyendo a la figura de la serpiente un simbolismo fálico, y dando origen al pecado original. Un pecado que tiene diferentes interpretaciones en cada una de las tres grandes religiones.

Para el judaísmo se trata de un pecado de curiosidad y soberbia; en el cristianismo, “la maléfica manzana del Paraíso se transformó de símbolo del conocimiento transgresor en símbolo de contactos sexuales ilícitos”, mientras que en el Islam la expulsión del Paraíso no es tan importante como en las otros dos religiones. En cualquier caso, existe un evidente odio del cristianismo hacia la sexualidad, similar al que se da en el judaísmo, aunque este último no tenga apariencia de ello. Por su parte, el Islam reconoce la sexualidad como un atributo principal de la vida humana que agrada a Alá y participa de la realización de su designio.

Una vez más, es el cristianismo el punto de referencia del autor para tratar el asunto. Afirma que la actitud de los cristianos hacia la sexualidad es la más negativa y aun hoy sostienen que la fuente de todos los problemas humanos es el pecado original, que no olvidemos fue de carácter sexual. En este punto, se hace especial hincapié en el tema de la concepción virginal, tanto de María como de Jesús, hecho que no considera nada novedoso; más bien, lo estima una copia de tradiciones como las de Buda, Krisna, Kunti, Isis, Maya, etc.

Y nos da el autor su opinión personal, diciendo que la doctrina de la concepción virginal: 1. “está dirigida contra la vida como tal y por eso es amoral y antihumana por su nombre y su sentido”; 2. “está tan arraigada en nuestra civilización que ha conseguido envenenar la vida sexual de una cantidad enorme de personas al implantarles en su subconsciente la idea de la pecaminosidad de su propia carne”; 3. “si analizamos sus logros, es la doctrina religiosa más poderosa de todas”; y 4. “es la doctrina religiosa más improbable, cuya aceptación significa el rechazo completo y definitivo de la propia razón”. De ahí que, al tratar del matrimonio cristiano ejemplar, diga que es asexual.

Finalmente, explica por qué el s*x* es el peor enemigo de Dios, primero, porque la lucha contra la sexualidad permite a la religión demostrar su fuerza y, segundo, porque el placer sexual es poco compatible con la fe devota en Dios, un Dios asexual único que envidia la sexualidad de sus creyentes.

Siguiendo un razonamiento lógico, quienes se destacan en el cumplimiento de sus deberes cristianos son los santos. Para Malkin, la atracción por la santidad es exclusiva de la gente débil y atormentada por pasiones insatisfechas y el sentimiento de su propia imperfección; se trata de seres especiales que viven aislados de la muchedumbre y nunca se mezclan con el resto de la gente.

Esto es así en el cristianismo, puesto que tanto el judaísmo como el Islam no han mostrado su entusiasmo particular por la santidad; para el primero, la santidad responde a la esencia interior de Dios, que es santo porque es distinto de todo y se halla por encima de todos; para el segundo, que no cuenta con una doctrina específica sobre la santidad, todos los que creen en Alá son santos en cierto grado.

¿Cómo convertirse en un santo cristiano? Una condición necesaria es la elección de Dios de una persona concreta a la que se le concede el don de la gracia divina; y una condición suficiente sería que el candidato a santo debe probar a la Iglesia su capacidad de usar el don divino recibido para purificar el cuerpo y el alma luchando contra los deseos pecaminosos, en especial, contra el deseo sexual, y para adquirir la virtud heroica.

Tentaciones y onanismo

Partiendo de aquí, Malkin hace un análisis de las tentaciones, utilizando, sobre todo, las de San Antonio, presentadas en forma de mujer, deteniéndose en el celibato clerical, al que atribuye graves deformaciones psíquicas y desviaciones sexuales, con especial énfasis en la pederastia; no podía faltar la referencia a la castración, tanto quirúrgica como química.

He aquí dos párrafos de este apartado: “La santidad religiosa es una concepción ficticia e inhumana. La única santidad segura es la naturaleza humana. Ningún sistema social, ninguna doctrina filosófica o religiosa tiene derecho a atentar sin castigo contra el orden natural de las cosas. […] Mi tarea es presentar a la santidad vestida con una bata de andar por casa y sin maquillajes, y enseñar que es mucho más peligrosa de lo que parecía a primera vista y que puede llevar con facilidad a la sociedad a una catástrofe cultural y social”. Y un último apunte: nueva problema de redacción, pues habla de los siete billones de habitantes del planeta.

Un largo apunte final se extiende por las últimas páginas del libro, dedicado al onanismo. Es un extenso recorrido histórico sobre el particular. Solo indicar que el autor concluye que su represión por el cristianismo ilustra su actitud negativa hacia los placeres en general y hacia la sexualidad humana en particular; es el apogeo del deseo de subordinar y humillar a cada persona llenándola del sentimiento de cometer un pecado imperdonable y la culpa ante Dios que no es posible expiar.

Y hay un epílogo. Hay que pagar mucho por el cuento quimérico de la vida eterna en el Reino de Dios, del que nadie ha vuelto y que no tiene prueba alguna. Para mantener este cuento, la religión destruyó la armonía interna del hombre con su entorno, dividiéndolo en dos partes incompatibles: el alma y el cuerpo. También obligó a negarse muchos placeres naturales sustituyéndolos por el gasto absurdo de un precioso tiempo en la adoración diaria de Dios. Y cierra el consejo de Malkin: “Satisfagan todos sus deseos naturales sin hacer caso a dogmas religiosos o a la moral social, porque ya bastan las numerosos prohibiciones que recopila con tanto cariño el Código Penal”.

Estamos, pues, ante un libro interesante. Es de destacar el valor histórico de la obra; cada uno de sus capítulos dedica páginas a hacer un recorrido a través de los siglos sobre la aparición de las quimeras que analiza, haciendo especial hincapié en que es la llegada del monoteísmo la que marca un punto de inflexión en la sociedad y en la humanidad, con enormes consecuencias que se extienden hasta la actualidad. Muchas horas de lectura, muchas obras consultadas, respaldan sus hipótesis. Quizás se echa en falta en la bibliografía y en autores citados la presencia de obras más actuales que reflejan posturas que difieren de las conclusiones de Vitaly Malkin.

No hay que negarle que su ensayo ha sabido tocar con acierto los puntos débiles de las religiones: el problema del mal, la trascendencia, el sentido de la vida,... En el fondo se trata del plurisecular debate entre ciencia y fe. Desde su planteamiento puramente inmanente no se puede pedir un mayor análisis de la espiritualidad; tampoco es el objetivo que se marca su autor.

Pero es evidente que, desde este otro prisma, pueden surgir quienes difieran de sus conclusiones. Un ejemplo: el autor se refiere a la felicidad como si de un concepto biunívoco se tratara; si así fuera, su razonamiento y exposición serían irrebatibles; pero hay testimonios de quienes se consideran felices, y muy felices, con un planteamiento vital muy distinto al de Malkin.

Su manera de tratar con ironía no exenta de sarcasmo las ideas que se alejan de sus personales planteamientos, desde luego hacen resaltar por el contraste lo que pretende explicar el autor; pero no es raro que lleve a un reduccionismo y simplificación que impiden las posibles matizaciones.


Por Juan A. Martínez
 
Las religiones minoritarias son las más cultas

Un estudio mide el impacto de las religiones sobre el nivel educativo de sus adeptos

La religión no influye en el nivel educativo de sus adeptos de igual forma en todas partes, ha descubierto un estudio realizado en más de 70 países. El impacto de la religión en el nivel educativo varía en función del contexto de cada confesión, si bien cuanto más minoritaria es una religión en un país, más posibilidades tiene de alcanzar un nivel de educación más alto entre sus seguidores.

La religión no influye en el nivel de educación de sus adeptos de igual forma en todas partes, ha descubierto un estudio que ha analizado el impacto de una confesión religiosa sobre el nivel de educación de sus adeptos en más de 70 países, del que informa Daily Science.

El estudio ha puesto de manifiesto que hay países en los cuales los adeptos son más educados que los otros habitantes, y países en los que los adeptos de una confesión tienen un nivel educativo medio inferior al de su entorno. También que hay países en los que no hay diferencias entre el nivel educativo de la población y el de los adeptos de una confesión religiosa.

El impacto varía en función del contexto en el cual se desarrolla cada confesión religiosa, ha determinado este estudio, si bien ha podido establecer un hecho destacado: cuanto más minoritaria es una religión en un país, más posibilidades tiene de alcanzar un nivel de educación más alto entre sus seguidores.

Para explicar esta constatación, los investigadores avanzan posibles hipótesis. Las minorías pueden compensar su diferencia invirtiendo en la educación de los miembros de su confesión. Si son discriminados por motivos religiosos en el colegio o el trabajo, los adeptos de una confesión minoritaria pueden compensar esta discriminación incrementando su nivel educativo.

Si por el contrario, los miembros de una confesión minoritaria son impulsados al exilio, el bagaje cultural es lo único que pueden llevarse consigo, independientemente del lugar de destino.

También consideran que los miembros de una confesión religiosa minoritaria pueden reforzar vínculos sociales más estrechos en su comunidad si destacan en sus estudios, lo que puede explicar la constatación de que los miembros de las religiones minoritarias muestran un nivel de estudios superior al de su entorno.

Los estereotipos pueden influir también en este fenómeno social, ya que están asociados a determinados colectivos que pueden influir en su comportamiento educativo. Un ejemplo que apuntan los investigadores es el de los asiáticos en Estados Unidos, a los que socialmente se les considera que son buenos en matemáticas.

Si este estereotipo puede llevar a muchos miembros de la comunidad asiática de Estados Unidos a especializarse en matemáticas, de la misma forma cualquier otro estereotipo vinculado a una confesión puede determinar un compromiso especial con la educación entre sus adeptos.


Confesión y educación

La investigación sobre las religiones se asocia frecuentemente a un tipo de actitud hacia la educación. Para los protestantes, por ejemplo, es importante que cada miembro pueda leer por sí mismo la biblia, por lo que hay que saber leer muy bien.

Esta necesidad ha llevado a esta confesión a abrir escuelas para enseñar a leer, y al mismo tiempo, para enseñar todo lo demás.

Según los investigadores, muchos estudios han comprobado que los países de religión protestante fueron alfabetizados antes que los países de confesión católica.

La investigación se basó en un estudio realizado en más de 70 países por el proyecto internacional World Value Survey, que analiza la evolución de los valores y creencias a lo largo del mundo.

Gracias a este estudio, hemos obtenido informaciones sobre el nivel de estudio de los habitantes interrogados, así como de su confesión religiosa, dicen los investigadores. Para cada religión, nos preguntamos si existía un vínculo entre la confesión religiosa y el nivel educativo. De esta forma, pudieron comparar el impacto de cada religión en el nivel educativo de sus adeptos en cada país, así como entre diferentes países.

Las confesiones estudiadas fueron siete: catolicismo, protestantismo, ortodoxos, budistas, islam, judaísmo e hinduismo.


https://www.tendencias21.net/Las-religiones-minoritarias-son-las-mas-cultas_a43551.html
 
Las 12 leyes del Karma

El Karma es el juez de nuestros actos, es la energía transcendente e invisible que se deriva de nuestros comportamientos y que va acumulando consecuencias y pagos conforme a ellos. Las leyes del Karma nos dicen en esencia que las fuerzas que pusimos en movimiento hace diez minutos o hace diez vidas volverán a nosotros.

Íntimamente ligado a las reencarnaciones venideras, se convierte en la energía que usaremos para limpiar el alma hasta que alcancemos la perfección. Mientras que el Karma simboliza la responsabilidad y el pago por nuestras acciones, la reencarnación nos ofrece la oportunidad de seguir avanzando.


Según esto, nosotros tenemos la libertad de comportarnos como queramos desde la primera encarnación y, en consecuencia, acumularemos esta energía. La creación de Karma bueno y malo e intencional o no intencional dictará lo que tenemos que enfrentar y resolver en la vida. Nuestra primera meta es aprender, a través de la experiencia, a ser mejores.

Así, el Karma no da lugar a la casualidad. Profundicemos a continuación en las leyes del Karma que dictaminarán cómo responderemos por nuestras acciones, pensamientos y sentimientos.

“¿Existe una máxima que debería ser la base de las acciones que uno toma a lo largo de su vida? Seguramente es la máxima de la compasión: no hagas a otros lo que no quieras que te hagan a ti”.

-Confucio-

1. La gran ley del Karma o la ley de causa y efecto:
Hemos crecido con esta ley muy presente aunque no lo sepamos. Según ella, aquello que sembremos es lo que cosecharemos. Lo que ponemos en el Universo es lo que vuelve a nosotros. La energía negativa enviada a otros volverá de nuevo a nosotros, pero eso sí, 10 veces más potente. El Karma es el juez de nuestros actos que nos ayuda a reflexionar sobre nuestros sufrimientos.

Así, y dejando a un lado este enfoque espiritual dicho principio cuenta con una gran correspondencia psicológica. Pensemos por ejemplo en ciertas dinámicas comportamentales. En ese padre autoritario, en esa madre controladora o en ese amigo que traiciona o escampa rumores. El efecto de todos estos actos es evidente en muchos casos: la distancia, el necesitar dejar a un lado ese foco que en un momento dado nos dio solo sufrimiento e infelicidad.

Reflexionemos por tanto en dicha correspondencia. En la causalidad existente entre nuestros actos y sus consecuencias.



2. Ley de la creación
La vida requiere que participemos de ella. Somos uno con el universo dentro y fuera, somos parte de la corriente de nacimiento de la naturaleza y nuestras vidas se reproducen como el resto de ciclos naturales. Lo que nos rodea nos da pistas sobre nuestro estado interior. Crea las opciones que quieras tener en tu vida.

Dentro del budismo cada uno de nosotros somos plenamente responsables de aquello que hacemos. Las leyes del Karma nos enseñan que tenemos la libertad suficiente para que seamos capaces de crear la realidad que deseamos. Sin embargo, más tarde seremos jugzados en base a esas elecciones tomadas, a ese tejido diseñado en base a nuestras acciones.

3. Ley de la humildad
Lo que te niegas a aceptar, te va seguirá ocurriendo. Este principio tan conocido de las leyes del Karma es algo que vemos con muchas frecuencia en nuestra cotidianidad. Todos de algún modo, presentamos ciertas realidades internas que no queremos ver. En nosotros habita el egoísmo, el apego excesivo hacia lo material o incluso nuestra dependencia absoluta hacia ciertas personas.


Ser humildes es ser capaz de ver al realidad aunque no nos guste. Implica mirar hacia nuestro interior para ver todas nuestras heridas, defectos y debilidades. Solo quien es capaz de verse con autenticidad es capaz a su vez de ejercer un cambio. Y ese avance, ese logro debe partir desde la ley de la humildad.

4. Ley del crecimiento
Donde quiera que vayas, siempre estarás tú. Para crecer con autenticidad somos nosotros los que debemos cambiar y no las personas, los lugares o las cosas que nos rodean. Pero llevar a cabo ese principio tan básico requiere un gran esfuerzo. ¿La razón? Nuestra sociedad no nos ha educado según la ley del crecimiento. Somos ese mundo obsesionado en mirar al exterior, en ansiar lo que no tenemos, en envidiar lo que tiene el otro. Somos entidades pasivas que esperan a que los demás cambien para ajustarse a nuestras necesidades.

Solo tendremos control sobre nosotros mismos cuando seamos capaces de crecer desde el interior. Dejando a un lado el contexto, aceptando a los que nos rodean por lo que son y no por lo que nos gustaría que fueran. Si procuramos ejercer cambios en el propio ser nuestra vida también cambiará. Y esto ha de hacerse con cuidado para que redunde en un beneficio kármico.

5. Ley de responsabilidad
¿Asumes la responsabilidad de cada una de tus acciones? La felicidad de los tuyos depende de lo que hagas, de lo que digas o no digas, de tus silencios, de tu presencia o tu ausencia. Eres responsable de tus elecciones, de tus errores y de tus éxitos. Según las leyes del Karma todo aquello que nos sucede es un reflejo del propio interior.

Queda claro no obstante que hay cosas que escapan a nuestro control. Cuando menos lo esperamos llega la adversidad. Ahora bien, en estos casos lo que cuenta es tu actitud hacia esos acontecimientos. El modo en que respondes también determinará su efecto. Así que hazlo, sé responsable de tu persona, de tus palabras, acciones y reacciones.



6. Ley de la conexión
El propio universo se inscribe en las cosas más pequeñas. En las casuales, en todo encuentro, en todo acto, decisión, elección personal. Todas esas dinámicas según las leyes del Karma están conectadas. Porque todo lo que existe está engarzado como una pulsera de cuentas. Si una perla se mueve moverá a las siguientes, si una se rompe las demás también se desprenderán.


Asimismo, cada paso que damos es el resultad de nuestro pasado. Nuestras decisiones presentes afectan a las futuras. Nada queda libre, ningún eslabón queda suelto en nuestra existencia… Ser capaces de percibir la ley de la conexión nos permitirá ser más consecuentes (y prudentes) en cada uno de nuestras decisiones.

Ni el primer ni el último paso son más o menos importantes porque ambos son necesarios para realizar la tarea. Las leyes del Karma nos recuerdan que todos estamos conectados en pasado, presente y futuro.
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7. Ley del enfoque
No se puede pensar en dos cosas al mismo tiempo. Tienes que ir subiendo peldaño por peldaño, poco a poco. Cuando perdemos el norte en nuestra brújula despertamos a la inseguridad y a la ira. Asúmamoslo, este es también otro de nuestros temas pendientes. El propio Daniel Goleman nos recuerda la importancia de entrenar la atención como si de un músculo se tratara.

Nuestra realidad está llena de misterios, de oportunidades y rincones donde se encuentra la felicidad. Solo quienes están atentos de mente y corazón conectarán con aquello que el universo les tiene reservado. Ahora bien, aquellos que miren el mundo solo a través de la carencia, de materialismo y a través del deseo de posesión, rara vez entenderán el misterio de la casualidad. La magia de la vida.

Enfocarse es mirar el mundo desde el corazón. Ajustar nuestra mirada a lo que nos envuelve es conectarse a la realidad con sabiduría.


8. Ley del dar y de la hospitalidad
Quien es capaz de dar a los demás aquello que es suyo, ofrece también parte de su energía: hace nuestro universo más amplio y receptivo. Ofrecer y acoger son dos principios vitales en la humanidad, aquello que nos hace grandes, aquello que nos hace nobles. Porque estos dos actos se llevan a cabo mediante la humildad y ese enfoque descalzo de egoísmos donde ser capaces de acoger al otro como parte de uno mismo.

Según las leyes del Karma, esta energía también retorna a nosotros. Quien ampara, acoge y es capaz de dar al final también recibe. Tarde o temprano ese acto de nobleza nos recompensará como merecemos,

9. Ley del aquí y ahora
Mirar hacia atrás y vivir anclados en el pasado es lo que nos impide disfrutar del presente. Debemos aprender a centrarnos en lo que sucede en este mismo instante, en el aquí y ahora. Ahora bien ¿cómo lograrlo? Somos esa sociedad ocupada y e hiperconectada. Estamos pendientes de múltiples estímulos y el presente, se desdibuja del horizonte ante tantas presiones, informaciones y ansiedades.

En este punto es necesario aplicar también la ley del enfoque. Algo que nos enseña muy bien prácticas como el mindfulness. Solo cuando aprendemos a entrenar nuestra atención en el momento presente, podemos apreciar mejor cada instante y ser conscientes de todo lo que sucede.

10. Ley del cambio
La historia se repite hasta que aprendamos las lecciones necesarias para cambiar nuestro camino. Esto es lo que nos dice una de las leyes del Karma más relevantes. Ahora bien, la pregunta sin duda es la siguiente ¿cómo saber si estamos en nuestro camino? ¿cómo intuir que no estamos cometiendo los mismos errores pasados?

La ley del cambio es también la ley de la responsabilidad. Cada paso que demos, cada elección tomada debe hacerse desde la bondad y la humildad. Sin hacer daño a otros, sin ir en contra también de nuestras necesidades y esencias. Algo así se lleva a cabo desde el autoconocimiento. Porque solo cuando seamos capaces de entendernos a nosotros mismos pondremos en marcha esos cambios que edificarán nuestro verdadero destino.

11. Ley de la paciencia y la recompensa
Las leyes del Karma nos recuerdan que todas las recompensas requieren de un esfuerzo inicial. Nada llega porque sí, nada acontece solo porque el destino o la suerte lo desee. Así, y aunque en ocasiones puedan sucederse esas mágicas casualidades, dichos acontecimientos responden a una causa inicial. Somos nosotros mismos los arquitectos de nuestro presente, nosotros quienes edificaremos nuestro futuro. Algo así implica esfuerzo, implica voluntad y determinación.

La mayor gratificación es la que llega finalmente tras aunar paciencia y persistencia.
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12. Ley de la importancia e inspiración
El valor de algo es el resultado directo de la energía y la intención que se pone en él. Cada contribución personal es también una contribución a la totalidad. Las contribuciones mediocres no tienen ningún impacto en la totalidad, son tan comunes que se anulan entre ellas. Debemos ser capaces por tanto implicarnos en todo aquello que llevamos a cabo, en dotarnos de esa inspiración que erige grandes sueños y que tarde o temprano los hace realidad.

Si le damos importancia a cada objetivo propuesto e invertimos en ese propósito los mejores recursos personales, la magia acontecerá. El destino cobrará realidad.

Creas o no en la filosofía kármica, lo cierto es que a veces parece que de lo único que podemos estar seguros es de que la primavera o el invierno volverán pero, en verdad, como dijo Voltaire, “no es más sorprendente nacer dos veces y no una; pues todo en la naturaleza es resurrección”.

Las leyes del Karma son lecciones de vida que nos ayudan a ser mejor.

Por Raquel Aldana
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