Literatura, filosofía y espiritualidad

7 frases de Buda


Somos muchas las personas que teniendo como referencia las frases de Buda, vemos el budismo más bien como una filosofía de vida que como una religión. La razón se debe a que pocas doctrinas espirituales nos han cautivado de este modo, pocas prácticas ancestrales han generado tantas transformaciones individuales y generado a su vez cambios de conciencia tan positivos.


La razón por la que el budismo tiene tanto seguidores es debido su sencillez. Al modo en que se trasmiten esos mensajes tan llenos de sabiduría que nos animan a mejorar nuestra calidad de vida. Así, y desde un punto de vista psicológico cabe decir que su impacto en nuestro bienestar emocional es inmenso. No solo nos anima a regular nuestros estados de estrés y ansiedad. Además de ello favorece ese viaje interior mediante el cual, trabajar el autoconocimiento, la plenitud personal…




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Para beneficiarnos de sus principios tan solo es necesario abrir nuestro corazón. Llevar a cabo una apertura mental con ilusión para adentrarnos en este tipo de filosofía. Por ello, nada mejor que reflexionar en estas frases de Buda.


1. Frases de buda: el dolor y sufrimiento no son lo mismo

“El dolor es inevitable, el sufrimiento es opcional”.


-Buda-


Pensemos durante un momento en la esencia de este mensaje. Es muy posible que la primera pregunta que nos hagamos sea la siguiente: ¿qué diferencia hay entre dolor y sufrimiento? Bien, debemos entender antes que nada que el dolor es algo genuino y legítimo. Si a mí me golpean o me hieren, sentiré dolor. Si a mí me abandona mi pareja, sentiré de forma irremediable un dolor por esa ausencia.


Sin embargo, el sufrimiento hace referencia a esa carga emocional negativa que cargamos en nuestra mochila durante un tiempo excesivo. Puedo, por ejemplo, sufrir por esa separación o ese abandono durante un tiempo limitado: el que dure el proceso del duelo por el abandono de mi pareja. Si lo alargo más allá de ese periodo, estaré perdiendo calidad de vida.


Asimismo, y teniendo en cuenta que a las personas solo nos puede dañar aquello a lo que le damos importancia, evitar el sufrimiento inútil puede consistir simplemente en dar un paso atrás, desligarse emocionalmente y ver las cosas desde otra perspectiva. El dolor es algo físico e inevitable, pero el sufrimiento es una elección, depende de nosotros, de nuestros pensamientos y emociones.


Lograrlo lleva práctica y tiempo, pero merece realizar este gran aprendizaje. Como guía para ello, otra de las frases de Buda que nos puede servir de referencia sobre cómo comenzar es: “Todo lo que somos es el resultado de lo que hemos pensado; está fundado en nuestros pensamientos y está hecho de nuestros pensamientos”.


2. Aprende a vivir el presente

“Alégrate porque todo lugar es aquí y todo momento es ahora”


-Buda-


Nuestra mente adora alimentarse del pasado, vive de nostalgias, de lo que no pudo ser. Asimismo, otro de sus defectos es anticipar futuros, preocuparse por aspectos que aún no han acontecido. Esto nos lleva a no vivir el momento y que nuestras vidas pasen de largo sin ser conscientes. El budismo nos enseña a centrarnos en el aquí y ahora. Por tanto, debemos aprender a estar presentes, a disfrutar de cada momento como si fuera el único.




3. La plenitud está en la unidad

“Cuida el exterior tanto como el interior, porque todo es uno”


-Buda-


Para encontrar un verdadero estado de bienestar es imprescindible que mente y cuerpo estén en un equilibrio. Si hay algo que todos sabemos es que vivimos en una sociedad que exalta el aspecto físico. Un mundo donde favorece esa desvinculación del mundo interior porque lo que cuenta es la apariencia, no la esencia.


Cambiemos el enfoque, reflexionemos cada día en una de las mejores frases de Buda para recobrar esa unidad. Para engarzar cuerpo y alma, piel y emociones, cuerpo y cerebro, presencia y corazón. De este modo, y al conseguir un equilibrio óptimo entre todas esas dimensiones, nos sentirnos más plenos y conscientes del aquí y ahora, facilitando una plenitud emocional más rica.


Un modo sensacional de lograr esta conexión es a través de la meditación y el yoga.

4. La vida no es un camino llano, prepara tus recursos

“Más vale usar pantuflas que alfombrar el mundo”.




-Buda-


No todos los caminos que vayamos a transitar en esta vida estarán alfombrados. No todas las opciones van a ser sencillas ni hallaremos un puente en cada dificultad. A menudo, en nuestro día a día nos vamos a encontrar senderos muy agrestes y empinados, donde no hay comodidades. De ahí que debamos ir preparados, con calzado propio, con recursos propios.


Esta es sin duda una de las frases de Buda más interesantes, esa donde nos anima a ser conscientes de que vivir exige sortear baches. Así que nada mejor que ir preparados.


5. Tu dolor no debe buscar culpables

“No lastimes a los demás con lo que te causa dolor a ti mismo”.


-Buda-


¿Qué nos trasmite este mensaje? La respuesta es sencilla: responsabilidad, madurez y compromiso con nosotros mismos y los demás. De algún modo, esta frase nos recuerda a esa otra que todos habremos usado alguna vez no le hagas a los demás lo que no te gustaría que te hiciesen a ti”.


Así, esta quinta reflexión va también un poco mucho más allá, ya que consiste en un profundo conocimiento de nosotros mismos, en esa gran empatía hacia los demás donde trabajar la autoconciencia y responsabilidad. Si la vida nos ha golpeado, si hemos sufrido reveses o nos han decepcionado, no busquemos sobre quien proyectar la culpa. Sanemos heridas y avancemos.

6. ¿Qué es para ti lo esencial?

“No es más rico quien más tiene, sino quien menos necesita”.


-Buda-


Nuestro deseo de tener más, tanto en el plano material como el emocional, es la principal fuente de todas nuestras preocupaciones y desesperanzas. Su máxima se basa en aprender a vivir con poco y aceptar todo aquello que nos brinda la vida en su momento. Ello nos llevará a una vida más equilibrada, reduciendo el estrés y muchísimas tensiones internas.


El hecho de desear más cosas indica a menudo falta de seguridad. Denota que nos sentimos solos y necesitamos llenar esos vacíos. Sentirnos a gusto con nosotros mismos nos permite dejar atrás la necesidad de no tener que demostrar nada. Las posesiones no nos llevan a la felicidad. La felicidad es una actitud y por lo tanto es algo que se cultiva desde dentro.


7. La valentía de desaprender

“Para entender todo, es necesario olvidarlo todo”.


-Buda-


De pequeños estamos en continuo aprendizaje. Nuestro mapa mental aún no está diseñado, y ello hace que estemos abiertos a “todo”, que nuestra capacidad de entender cualquier cosa sea inmensa. Sin embargo, no sabemos juzgar, todo lo aceptamos y lo damos por cierto.


Pero a medida que crecemos, nuestra mente se llena de condicionamientos y normas sociales que nos indican cómo debemos ser. Nos inculcan el aparente sentido de las cosas, de cómo debemos comportarnos e incluso cómo debemos pensar interiormente. Nos volvemos inconscientes con nosotros mismos y nos perdemos.

Para cambiar y ver las cosas desde una perspectiva más sana tenemos que aprender a desligarnos de las creencias, desaprender hábitos e ideas que no provienen de nuestro corazón. Para ello, esta última frase de Buda nos servirá también para comenzar el proceso: “En el cielo no hay distinciones entre este y oeste, son las personas quienes crean esas distinciones en su mente y luego piensan que son verdad”.


Pensemos en ello.

Por Paula Díaz
 
Cómo influye el budismo en nuestros corazones



Hace un tiempo que el budismo llegó a mí; a través de charlas con amigos que estaban muy interesados en esta filosofía de vida y sobre todo, a través de un pequeño libro que llegó a mis manos no por casualidad, sino porque yo quería realmente aprender y profundizar en mis conocimientos superficiales que tenía sobre esta doctrina.


Tengo que decir que como ocurre muchas veces con los libros, hay partes que me interesaron más que otras, es posible que el motivo estuviera en que me resultaban nociones demasiado técnicas que a mí me venían algo largas de entender.

Pero por otro lado, el libro estaba lleno de enseñanzas que realmente me encantaron y que muy probablemente me ayudaron desde entonces a entender mejor el mundo de mí misma.


Si a alguno de vosotros os ha gustado hasta ahora lo que os he expuesto es muy posible que os preguntéis: pero ¿de qué libro se trata? pues seguro que hay mil libros igualmente buenos y válidos para entender la esencia del budismo, este no lo es menos y de hecho, otras personas me comentaron que a medida que lo iban leyendo, lo iban subrayando, porque sin duda era un libro para no sólo leer sino para releer como un libro de cabecera de nuestra vida.


Al igual que mis conocidos, eso mismo hacía yo y lo hago con muchos otros libros de este tipo… subrayaba frases que tenían mucho que decir sobre el aprendizaje de la vida y que hoy quiero compartir con vosotros:


Humildad


Buda dijo “Lo que enseñé es comparable a las hojas que tengo en mi mano. Lo que no enseñé es comparable a la totalidad de las hojas de este bosque”.




¿Hay una frase más humilde para un hombre con tanta sabiduría de vida?


El budismo nos aporta la actitud de humildad y sencillez.

Nuestra propia isla
Que cada uno sea su propia isla, cada uno su propio refugio, sin tratar de acogerse a ningún otro”.


Y es que realmente perdemos el miedo, cuando sentimos que nosotros somos la vara donde apoyarnos; que nosotros tenemos la fuerza interior suficiente para sostenernos ante las adversidades que nos va marcando la vida.

Nuestra lámpara interior
Nadie encenderá la lámpara por nosotros (a lo sumo indicará como hacerlo) pero nosotros estamos capacitados para encender nuestra propia lámpara interior”.

Sin duda alguna inteligencia emocional en potencia. Conocernos, descubrirnos y validarnos para conseguir lo que queramos y apreciarnos.

La impermanencia
“La impermanencia es fuente de sufrimiento. Nada dura, nada permanece, todo fluye, transita, cambia”, “hay que liberarnos del dolor del sufrimiento”, “las cosas placenteras no duran, son transitorias” y es que Buda, tal y como afirma el autor del libro, es el mayor investigador del sufrimiento que jamás haya existido.

El budismo es tolerante y respetuoso
No importa la religión
que profeses o que no profeses ninguna, cuál es el color de tu piel o la forma que tienes de ver la vida, lo importante es que yo te respeto y tú me respetas a mí.

¿Hay algo más importante en la sociedad en la que vivimos que el respeto y la tolerancia? Son los dos grandes pilares que mejorarán las relaciones con los demás, con el mundo y por supuesto, con nosotros mismos.

Si te aprecias mucho vigílate bien
Algo así como “la caridad bien entendida empieza por uno mismo” que decimos los occidentales. Y es cierto, los mejores cuidadores, nuestros mejores amigos, somos nosotros mismos.


Esfuérzate por alejar los pensamientos negativos y esfuérzate también por tenerlos positivos

Todo en la vida es esfuerzo, y tener una actitud positiva requiere mucho esfuerzo y tiempo por nuestra parte. Podemos aprender a ser felices.


Y por último, si tuviera que quedarme con una frase seguramente sería “Sosegar la mente, superar los conflictos y vencer el temor”…


Por cierto, el libro era “La Meditación budista de Ramiro Calle.

Por Sofia Alcausa Hidalgo

 
Pathos, ethos y logos: la retórica de Aristóteles



Cuando exponemos nuestros argumentos, ya sean orales o escritos, vamos a intentar ser persuasivos. El público debe entender nuestro punto de vista, incluso antes de aceptar nuestros argumentos. En eso consiste la retórica, en que los demás adopten nuestro punto de vista. Y, ¿quién mejor para explicar la retórica que Aristóteles? Los estudios del alumno de Platón se centraron en la retórica. Así es que la retórica de Aristóteles consta de tres categorías: el pathos, el ethos y el logos.


En la retórica de Aristóteles, el pathos, el ethos y el logos son los tres pilares fundamentales. Hoy en día, estas tres categorías son consideradas distintas formas de convencer a una audiencia sobre un tema, creencia o conclusión en particular. Aunque cada categoría es distinta de las demás, conocer las tres va a ayudar a involucrar a las audiencias a las que nos dirijamos.




El pathos de Aristóteles

Pathos significa ‘sufrimiento y experiencia’. En la retórica de Aristóteles, esto se traslada a la habilidad del orador o escritor de evocar emociones y sentimientos en su audiencia. El pathos está asociado con la emoción, apela a simpatizar con la audiencia y despertar su imaginación. En fin, el pathos busca empatizar con la audiencia. Cuando se usa, los valores, las creencias y la comprensión del argumentador se involucran y se comunican a la audiencia a través de una historia.

El pathos es muy usado cuando los argumentos que se van a exponer son controvertidos. Como dichos argumentos suelen carecer de lógica, el éxito va a residir en la habilidad para conseguir empatizar con la audiencia. Por ejemplo, en una argumentación para prohibir legalmente el aborto, se pueden usar palabras vívidas para describir a los bebés y la inocencia de una nueva vida para evocar tristeza y preocupación por parte de la audiencia.


El ethos de Aristóteles

La segunda categoría, el ethos, significa carácter y proviene de la palabra ethikos, que significa moral y mostrar la personalidad moral. Para los oradores y escritores, el ethos está formado por su credibilidad y similitud con la audiencia. El orador debe ser digno de confianza y respetado como un experto en la temática. Para que los argumentos sean efectivos, no basta con hacer un razonamiento lógico. El contenido también debe ser presentado de manera confiable para convertirse en creíble.




Según la retórica de Aristóteles, el ethos es particularmente importante para crear interés en la audiencia. El tono y el estilo del mensaje van a ser clave para ello. Además, el carácter también va a estar influenciado por la reputación del argumentador, la cual es independiente del mensaje. Por ejemplo, hablar a una audiencia como igual, en lugar de como a personajes pasivos, incrementa la probabilidad de que las personas se involucren a escuchar activamente los argumentos.


El logos de Aristóteles

Logos significa palabra, discurso o razón. En la persuasión, el logos es el razonamiento lógico detrás de las afirmaciones del orador. El logos hace referencia a cualquier intento de apelar al intelecto, a argumentos lógicos. De esta forma, el razonamiento lógico presenta dos formas: deductivo e inductivo.


El razonamiento deductivo argumenta que “si A es verdadero y B es verdadero, la intersección de A y B también debe ser verdadera”. Por ejemplo, el argumento logos de “a las mujeres les gustan las naranjas” sería “a las mujeres les gustan las frutas” y “las naranjas son frutas”. El razonamiento inductivo usa también premisas, pero la conclusión solo es una expectativa y puede que no sea necesariamente verdadera a causa de su naturaleza subjetiva. Por ejemplo, las frases “a Pedro le gusta la comedia” y “esta película es una comedia” puede concluir razonablemente que “a Pedro le gustará esta película”.

La retórica de Aristóteles

En la retórica de Aristóteles, el logos era su técnica argumentativa favorita. Sin embargo, en el día a día, los argumentos cotidianos dependen en mayor medida del pathos y del ethos. La combinación de las tres se usa para lograr que los ensayos sean más persuasivos y son el centro de la estrategia en los equipos de debate. Las personas que los dominan tienen la habilidad para convencer a los demás de realizar una determinada acción o de comprar un producto o servicio.


Aun así, en la modernidad el pathos parece tener una mayor influencia. Los discursos populistas, los cuales buscan emocionar más que aportar argumentos lógicos, parecen estar calando más fácilmente. Lo mismo sucede con las noticias falsas o fake news. Algunas carecen, incluso, de lógica, pero el público las acepta dada su gran capacidad para empatizar. Ser conscientes de estas tres estrategias de la retórica de Aristóteles puede servirnos para entender mejor esos mensajes que solo pretenden persuadirnos mediante falacias.

Por Roberto Muelas Lobato
 
Los 10 tipos de falacias lógicas y argumentativas
Argumentos y razonamientos contradictorios con la lógica: ¿cómo identificarlos?

La filosofía y la psicología se relacionan entre sí de muchas maneras, entre otras cosas porque ambas abordan de una u otra forma el mundo del pensamiento y las ideas.



Uno de estos puntos de unión entre ambas disciplinas se encuentra en lo relacionado con las falacias lógicas y argumentativas, conceptos utilizados para referirse a la validez (o a la falta de la misma) de las conclusiones a las que se llega en un diálogo o debate. Veamos con más detalle en qué consisten y cuáles son los principales tipos de falacias.


¿Qué son las falacias?

Una falacia es un razonamiento que a pesar de parecerse a un argumento válido, no lo es.


Se trata, por tanto, de una línea de razonamiento que es errónea, y las inferencias que se presenten como producto de estas no pueden ser aceptadas. Independientemente de si la conclusión a la que se llega a través de una falacia es verdadera o no (podría serla por pura casualidad), el proceso por el cual se ha llegado a este es defectuoso, porque vulnera al menos una regla lógica.


Las falacias y la psicología

En la historia de la psicología casi siempre ha existido una tendencia a sobrevalorar nuestra capacidad para pensar racionalmente, estando sujetos a unas reglas lógicas y mostrándonos coherentes en nuestra manera de actuar y argumentar.


Con la excepción de ciertas corrientes psicológicas como la psicoanalítica fundada por Sigmund Freud, se ha dado por supuesto que el ser humano adulto y sano obra de acuerdo a una serie de motivos y razonamientos que pueden ser expresados textualmente con facilidad y que normalmente entran dentro del marco de la racionalidad. Los casos en los que alguien se comportaba de manera irracional se interpretaban bien como una muestra de debilidad o bien como un ejemplo en el que la persona no sabe identificar las verdaderas razones que motivan sus actos.


Ha sido en las últimas décadas cuando se ha empezado a aceptar la idea de que la conducta irracional está situada en el centro de nuestras vidas, que la racionalidad es la excepción, y no al revés. Sin embargo, hay una realidad que ya nos venía dando una pista de hasta qué punto nos movemos por emociones e impulsos poco o nada racionales. Este hecho es que hemos tenido que desarrollar una especie de catálogo de falacias para intentar que estas tengan poco peso en nuestro día a día.


El mundo de las falacias pertenece más al mundo de la filosofía y la epistemología que al de la psicología, pero mientras que la filosofía estudia las falacias en sí mismas, desde la psicología se puede investigar el modo en el que se utilizan. El hecho de ver hasta qué punto los falsos argumentos están presentes en los discursos de personas y organizaciones nos da una idea del modo en el que el pensamiento que hay detrás de ellos se ciñen más o menos al paradigma de la racionalidad.

Los principales tipos de falacias

El listado de falacias es muy largo y posiblemente haya algunas de ellas que aún no se han descubierto por existir en culturas muy minoritarias o poco estudiadas. Sin embargo, hay algunas más comunes que otras, así que conocer los principales tipos de falacias puede servir como referencia para poder detectar vulneraciones en la línea de razonamiento allí donde se den.


A continuación puedes ver una recopilación de las falacias más conocidas. Como no existe una sola manera de clasificarlas para crear un sistema de tipos de falacias, en este caso se clasifican según su pertenencia a dos categorías relativamente fáciles de entender: las no formales y las formales.


1. Falacias no formales

Las falacias no formales son aquellas en las que el error del razonamiento tiene que ver con en el contenido de las premisas. En este tipo de falacias lo que se expresa en las premisas no permite llegar a la conclusión a la que se ha llegado, independientemente de si las premisas son ciertas o no.


Es decir, que se apela a ideas irracionales sobre el funcionamiento del mundo para dar la sensación de que lo que se dice es cierto.


1.1. Falacia ad ignorantiam

En la falacia ad ignorantiam se intenta dar por hecha la veracidad de una idea por el simple hecho de que no se puede demostrar que es falsa.


El famoso meme del Monstruo Espagueti Volador se basa en este tipo de falacia: como no se puede demostrar que no existe un ente invisible formado de espaguetis y albóndigas que además es el creador del mundo y sus habitantes, debe de ser real.

1.2. Falacia ad verecundiam

La falacia ad verecundiam, o falacia de autoridad, vincula la veracidad de una proposición a la autoridad de quien la defiende, como si eso proporcionase una garantía absoluta.


Por ejemplo, es corriente argumentar que las teorías de Sigmund Freud sobre los procesos mentales son válidas porque su autor era neurólogo.


1.3. Argumento ad consequentiam

En este tipo de falacia se intenta hacer ver que la validez o no de una idea depende de si aquello que se puede inferir a partir de ella resulta deseable o indeseable.


Por ejemplo, un argumento ad consequentiam sería dar por hecho que ls posibilidades de que el ejército dé un golpe de estado en un país son muy bajas porque el escenario contrario supondría un duro golpe para la ciudadanía.


1.4. Generalización apresurada

Esta falacia es una generalización no fundamentada en datos suficientes.


El ejemplo clásico lo encontramos en los estereotipos acerca de los habitantes de ciertos países, que pueden llevar a pensar falazmente, por ejemplo, que si alguien es escocés debe de caracterizarse por su tacañería.


1.5. Falacia del hombre de Paj*

En esta falacia no se critica las ideas del oponente, sino una imagen caricaturizada y manipulada de estas.

Un ejemplo lo encontraríamos en una línea argumental en la que se critique a una formación política por ser nacionalista, caracterizándola como algo muy próximo a lo que fue el partido de Hitler.


1.6. Post hoc ergo propter hoc

Se trata de un tipo de falacia en el que se da por sentado que si un fenómeno ocurre después de otro, es que está causado por este, a falta de más pruebas que indiquen que eso es así.


Por ejemplo, se podría intentar argumentar que la subida repentina en el precio de las acciones de una organización se ha producido porque el inicio de la temporada de caza mayor ya ha llegado a Badajoz.


1.7. Falacia ad hominem

Por medio de esta falacia se niega la veracidad de ciertas ideas o conclusiones resaltando las características negativas (más o menos distorsionadas y exageradas) de quien las defiende, en vez de criticar la idea en sí o el razonamiento que ha llevado a ella.


Un ejemplo de esta falacia lo encontraríamos en un caso en el que alguien desprecie las ideas de un pensador argumentando que este no cuida su imagen personal.


Sin embargo, hay que saber distinguir este tipo de facacia de argumentos legítimos referidos a las características de una persona en concreto. Por ejemplo, apelar a la falta de estudios universitarios de una persona que habla sobre conceptos avanzados de física cuántica puede considerarse una argumentación válida, ya que la información que se da guarda relación con la temática del diálogo.


2. Falacias formales

Las falacias formales lo son no porque el contenido de la premisa no permita llegar a la conclusión a la que se ha llegado, sino porque la relación entre las premisas hace que la inferencia no sea válida.


Por eso sus fallos no dependen del contenido, sino del modo en el que están vinculadas las premisas, y no son falsas porque hayamos introducido en nuestro razonamiento ideas irrelevantes e innecesarias, sino porque no hay coherencia en los argumentos que usamos.


La falacia formal puede ser detectada sustituyendo todos los elementos de las premisas por símbolos y viendo si el razonamiento se ajusta a las reglas lógicas.


2.1. Negación del antecedente

Este tipo de falacia parte de un condicional del tipo "si le doy un regalo, será mi amigo", y cuando se niega el primer elemento, se infiere incorrectamente que el segundo también queda negado: "si no le doy un regalo, no será mi amigo".


2.2. Afirmación del consecuente

En este tipo de falacia también se parte de un condicional, pero en este caso se afirma el segundo elemento y se infiere incorrectamente que el antecedente es verdadero:


"Si apruebo, descorcho el champán".


"Descorcho el champán, así que apruebo".





2.3. Término medio no distribuido

En esta falacia el término medio de un silogismo, que es el que conecta dos proposiciones y no aparece en la conclusión, no cubre en las premisas a todos los elementos del conjunto.


Ejemplo:


"Todo francés es europeo".


"Algún ruso es europeo".


"Por lo tanto, algún ruso es francés".

Por Adrián Triglia

 
Historias de la falacia ad hominem (ataque a la persona)
  • Ataque al abogado
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El ejemplo clásico de esta falacia se relaciona con el procedimiento judicial británico. En Gran Bretaña, la práctica de la profesión se divide entre los procuradores, que preparan los casos para el juicio, y los abogados, que argumentan y hacen los alegatos ante el tribunal. Normalmente, su cooperación es admirable, pero a veces deja mucho que desear. En una ocasión, el abogado ignoraba el caso completamente hasta el día en que debía ser presentado al tribunal. No pudo preparar la defensa frente a una demanda que habían planteado contra su cliente. Por tanto, dependía del procurador para la investigación del caso, la preparación de la defensa de su cliente y el alegato ante el tribunal. Llegó a la corte justo un momento antes de que comenzara el juicio y el procurador le alcanzó la carpeta con el resumen del caso. Sorprendido por la delgadez de la carpeta, la abrió para mirar en su interior. En el interior había escrito la siguiente nota: "No hay defensa; ataque al abogado del demandante".

Ad hominem. Etimología: del latín, contra el hombre (homo-hominis), contra la persona.



Habitualmente, una persona (A) presenta un argumento en un debate y su oponente (B) tiene que rebatirlo. Pues bien, la falacia ad hominem consiste en que la persona B ataca a la persona A que presenta un argumento, en lugar de atacar al argumento que dicha persona ha presentado. Lo cual obliga a la persona A a tener que justificarse. La jugada sale redonda porque, de paso, evita también que B tenga que contestar para rebatir el argumento que fue presentado anteriormente por A.




    • Ejemplo 1:
A: La fiesta de los toros no debería mantenerse porque en ella se trata a los toros con crueldad. Los toros son animales con un sistema nervioso que hace que tengan conciencia del dolor. Causar dolor a los toros es, pues, un acto de crueldad.

B: Pero si tus padres son dueños de una carnicería y también el sacrificio de animales es una crueldad. ¡Incluso en la carnicería de tus padres se vende la carne de los toros muertos en la plaza!




    • Ejemplo 2:
A: Yo pienso que en la fiesta de los toros hay más felicidad que sufrimiento, puesto que la mayor parte de los aficionados disfrutan del espectáculo. Y quien vaya a sufrir y no a disfrutar no está obligado a acudir a la plaza de toros.

B: ¿Quién lo iba a decir? ¡Pero si tú no soportas ni que nadie aplaste un gusano ni que mate un mosquito!

Una variante de esta falacia es el "tu quoque" (tú lo mismo): como cuando ocurriera que A dijera que "No es correcto fumar delante de menores" y B le respondiera que "Tú lo hacías".

Medicina contra la falacia ad hominem: Pon de manifiesto que tu oponente no ha rebatido el argumento que tú presentaste y que se ha limitado a atacarte a ti. Indica que, aunque te haya atacado, eso no le sirve para invalidar el argumento que presentaste.

c. Frases para seguir reflexionando… sobre la honestidad de las personas y el juego limpio:
En el amor y en la guerra todo vale.Proverbio

El secreto de la vida es la honestidad y el juego limpio. Si puedes aparentar eso, lo habrás conseguido. Groucho Marx

Jugar limpio es no culpar a los demás de nuestros errores.Eric Hoffer

Juego honestamente y juego para ganar. Si pierdo, aprendo la lección.Bobby Fischer

En la mesa y en el juego, se conoce al caballero.Refrán


 
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La teoría de la inteligencia maquiavélica



También conocida como hipótesis del cerebro social, la teoría de la inteligencia maquiavélica explica por qué se ha producido una evolución tan rápida del cerebro humano en el homo sapiens. Este órgano empezó a crecer y a desarrollarse hace cerca de 400.000 años y se ha estabilizado hace “solo” 50.000. ¿Cómo se puede explicar este fenómeno?

Francis de Wall acuñó el concepto de “inteligencia maquiavélica” en 1982. Durante estos años se llevaron a cabo numerosas investigaciones en torno a la conducta social y política de los primates. Pero no fue hasta 1988 cuando se elaboró esta teoría tal y como la conocemos actualmente. Fue de la mano de los psicólogos Richard W. Byrne y Andrew Whiten, investigadores de la Universidad de St. Andrews en Escocia.


Estos autores publicaron sus descubrimientos en Inteligencia maquiavélica: experiencia social y evolución del intelecto en monos, simios y humanos. Esto supuso el nacimiento de la teoría de la inteligencia maquiavélica. Pero, ¿qué propone esta teoría?

El cerebro, un consumidor de primera
El peso del cerebro es de un 2% en relación al total del cuerpo. Sin embargo, el gasto energético que representa es del 20%. Su consumo de Glucosa, el principal combustible del que se alimenta, es de un cuarto del total del cuerpo. Por eso, desde esta perspectiva, se puede decir que pensar nos sale caro. Y más cuando algunos afirman que solamente podemos justificar el 10% de ese consumo energético. El otro 90% sería todavía un misterio…

No obstante, el cerebro ha ido evolucionando a un nivel mucho más rápido que el de otros mamíferos. En “únicamente” 25 millones de años se han registrado múltiples mutaciones en el genoma. Atención especial merece el neocórtex, la parte más desarrollada del cerebro humano. Así, cabe preguntarnos, ¿por qué ha llegado a convertirse en un órgano tan extremadamente complejo?


Complejidad cognitiva y social
Son muchas las teorías que han tratado de explicar el paso de una mente más simple a otra mucho más compleja. De todas ellas, la teoría de la inteligencia maquiavélica sigue siendo actualmente una de las más importantes.

Esta hipótesis considera que ese desarrollo cerebral se debe al incremento de las exigencias cognitivas del entorno, fruto a su vez de la vida en sociedad. Es esa intensa competición con el grupo, el número creciente de interacciones sociales, la convivencia y la complejidad interpersonal los detonantes y los motores de esa presión evolutiva.

Por tanto, según estos autores y con el apoyo de numerosas evidencias neuroanatómicas, esto repercutiría en el desarrollo de la inteligencia general.

Estrategias requeridas
Para los defensores de esta idea, los crecientes y nuevos problemas sociales demandan la adopción y la mejora de nuestras estrategias con el fin de mejorar nuestra adaptación a un entorno tan dinámico como el que nos rodea. De hecho, la neurofisiología ha aportado evidencias de que estas astucias están sobre todo relacionadas con la anticipación del futuro y la toma de decisiones.

De ahí, que se entrene el dominio de artes como el disimulo, el engaño, la mentira o la manipulación en post de alcanzar el éxito social. Por eso, estos recursos son denominados "maquiavélicos", ya que implican todo tipo de comportamientos (y no necesariamente éticos). Es aquí donde se puede observar la asociación entre una persona considerada como maquiavélica (personalidad caracterizada por la sociopatía) y la teoría explicada.

Para la teoría de la inteligencia maquiavélica, tanto engañar como auxiliar son consideradas conductas socialmente inteligentes


Así, el desarrollo del cerebro -fruto de la evolución social- hace posible que seamos capaces de manejar nuestras emociones y reconocer las de los demás. Asimismo, facilita que podamos identificar estructuras sociales, hermanar con otras personas y conocer el rol que estas desempeñan en cada situación. También nos permite ubicar sus acciones facilitando el entendimiento de las actitudes e intenciones de los demás.

Selección natural
Para explicar esta teoría, no podemos dejar de lado el principio de la selección natural desarrollado por Charles Darwin. La convergencia entre ambos postulados reside en que los individuos que fueron capaces de desarrollar estrategias sociales y reproductivas exitosas son aquellos que se han visto promocionados. Es decir, a grandes rasgos, las personas con más habilidades para la vida en sociedad reunían más posibilidades de sobrevivir.

Poco tiene que ver la teoría de la inteligencia maquiavélica con otra que goza de gran peso, pero que justifica el desarrollo cerebral con una razón práctica. Así, considera que el incremento del volumen de este órgano se debe a la necesidad de hacer frente a nuevos problemas: uso de utensilios, refugio o búsqueda de comida.

Esta teoría de la inteligencia maquiavélica es, por tanto, crucial para entender la relación que existe entre la evolución cerebral y el nivel de desarrollo social de las especies. Porque, a la postre, sostiene que la inteligencia va ligada a un conjunto de capacidades que permiten al hombre adaptarse constantemente a nuevas situaciones, en las que predomine su dimensión social. ¡Gracias, evolución! ¡Gracias, plasticidad cerebral!

Por Sara Clemente


 
Nicolás Maquiavelo

(Florencia, 1469-1527) Escritor y estadista florentino. Nacido en el seno de una familia noble empobrecida, Nicolás Maquiavelo vivió en la Florencia de los Médicis, en tiempos de Lorenzo el Magnífico y Pedro II de Médicis. Tras la caída de Girolamo Savonarola (1498) fue nombrado secretario de la segunda cancillería encargada de los Asuntos Exteriores y de la Guerra de la ciudad, cargo que ocupó hasta 1512 y que le llevó a realizar importantes misiones diplomáticas ante el rey de Francia, el emperador Maximiliano I de Habsburgo y César Borgia, entre otros.

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Nicolás Maquiavelo

Su actividad diplomática desempeñó un papel decisivo en la formación de su pensamiento político, centrado en el funcionamiento del Estado y en la psicología de sus gobernantes. Su principal objetivo político fue preservar la soberanía de Florencia, siempre amenazada por las grandes potencias europeas, y para conseguirlo creó la milicia nacional en 1505. Intentó sin éxito propiciar el acercamiento de posiciones entre Luis XII de Francia y el papa Julio II, cuyo enfrentamiento terminó con la derrota de los franceses y el regreso de los Médicis a Florencia (1512).

Como consecuencia de este giro político, Maquiavelo cayó en desgracia, fue acusado de traición, encarcelado y levemente torturado (1513). Tras recuperar la libertad se retiró a una casa de su propiedad en las afueras de Florencia, donde emprendió la redacción de sus obras, entre ellas su obra maestra, El príncipe (Il principe), que Maquiavelo terminó en 1513 y dedicó a Lorenzo de Médicis (a pesar de ello, sólo sería publicada después de su muerte).

En 1520, el cardenal Julio de Médicis le confió varias misiones y, cuando se convirtió en Papa, con el nombre de Clemente VII (1523), Maquiavelo pasó a ocupar el cargo de superintendente de fortificaciones (1526). En 1527, las tropas de Carlos I de España tomaron y saquearon Roma, lo que trajo consigo la caída de los Médicis en Florencia y la marginación política de Maquiavelo, quien murió poco después de ser apartado de todos sus cargos.

La obra de Nicolás Maquiavelo se adentra por igual en los terrenos de la política y la literatura. Sus textos políticos e históricos son deudores de su experiencia diplomática al servicio de Florencia, caso de Descripción de las cosas de Alemania (Ritrato delle cose della Alemagna, 1532). En Discursos sobre la primera década de Tito Livio (Discorsi sopra la prima deca di Tito Livio, 1512-1519) esbozó, anticipándose a Giambattista Vico, la teoría cíclica de la historia: la monarquía tiende a la tiranía, la aristocracia se transforma en oligarquía y la democracia en anarquía, lo que lleva de nuevo a la monarquía.

En El príncipe, obra inspirada en César Borgia (destacada figura de la casa de los Borgia), Maquiavelo describe distintos modelos de Estado según cuál sea su origen (la fuerza, la perversión, el azar) y deduce las políticas más adecuadas para su pervivencia. Desde esa perspectiva se analiza el perfil psicológico que debe tener el príncipe y se dilucida cuáles son las virtudes humanas que deben primar en su tarea de gobierno. Maquiavelo concluye que el príncipe debe aparentar poseer ciertas cualidades, ser capaz de fingir y disimular bien y subordinar todos los valores morales a la razón de Estado, encarnada en su persona.

El pensamiento histórico de Nicolás Maquiavelo quedó plasmado fundamentalmente en dos obras: La vida de Castruccio Castracani de Luca (1520) e Historia de Florencia (Istorie fiorentine, 1520-1525). Entre sus trabajos literarios se cuentan variadas composiciones líricas, como Las decenales (Decennali, 1506-1509) o El asno de oro (L'asino d'oro, 1517), pero sobre todas ellas destaca su comedia La mandrágora (Mandragola, 1520), sátira mordaz de las costumbres florentinas de la época. Clizia (1525) es una comedia en cinco actos, de forma aparentemente clásica, que se sitúa en la realidad contemporánea que Maquiavelo tanto deseaba criticar.

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La mediumnidad y su desarrollo



Se llama mediumnidad al conjunto de facultades que permiten al ser humano comunicarse con el mundo invisible. El médium sirve de vínculo entre el mundo del más allá y el mundo físico. Es importante definir bien el término médium, pues con demasiada frecuencia los radiestesistas, magnetizadores y telépatas son calificados equivocadamente de médiums.

La mediumnidad es una sensibilidad inherente a ciertas personas, no es un don hereditario ni un poder mágico. La herencia es una falsa noción transmitida esencialmente por los médiums profesionales, los magos y los mentalistas que se califican de médiums y que hacen referencia al ocultismo, el esoterismo y la magia, creando así confusión en el público.


El fenómeno de la mediumnidad exige ciertas explicaciones. Todos los que han estudiado algo de espiritismo saben que el ser humano está provisto de un periespíritu, organismo fluídico invisible, envoltura inseparable del alma y que progresa, se afina y se depura con ella. El cuerpo físico, con sus cinco sentidos, no es sino una grosera representación de él, su prolongación en el plano material. Los sentidos psíquicos, sofocados bajo la carne en la mayoría de los humanos, recuperan durante el sueño y después de la muerte una parte de sus medios de acción y de percepción. Esta envoltura sutil es en realidad nuestra verdadera forma indestructible, anterior al nacimiento, así como superviviente a la muerte. Es la sede permanente de las facultades del espíritu, mientras que el cuerpo material es sólo un traje prestado.


La mediumnidad es pues la facultad que poseen ciertos seres, de exteriorizar estos sentidos profundos del alma que, en la mayoría de nosotros, permanecen inactivos y velados durante la vida terrenal; es el medio de penetrar en el mundo de los espíritus. La mediumnidad tiende pues esencialmente a la naturaleza sensible del individuo, por regla general es resultado de una decisión, de una reflexión, madurada en el más allá antes de la reencarnación, por lo que tiene el carácter de una misión elegida. En efecto, en sesión espírita nos hemos enterado de que, antes de reencarnar, ciertos espíritus habían decidido ser médiums y entonces comenzaron a desarrollar su facultad en el más allá, con la misión de llegar con el pensamiento a los espíritus en turbación. Así, ese trabajo va a permitir al espíritu reencarnado convertido en médium, recibir los pensamientos de los desencarnados y convertirse en su instrumento. Éste será quien se pone al servicio de la manifestación del más allá.


Las percepciones mediúmnicas serán del orden del pensamiento y de lo intuitivo. Por supuesto, existen facultades humanas espontáneas y ordinarias de intercambios telepáticos y de intuición, pero que no significan necesariamente una capacidad mediúmnica, si no todo el mundo sería médium. En el médium, estas facultades están exacerbadas, lo cual le confiere una sensibilidad adecuada para recibir otra realidad, externa a nuestro mundo sensible. Él percibe la otra dimensión, y si ejerce su sensibilidad potencial, de tal modo que se abra progresivamente a las influencias de los espíritus, puede convertirse entonces en su intermediario. Cuando se pone en receptividad, se encuentra en un estado segundo donde ya no es totalmente dueño de sus pensamientos ni de sus acciones o gestos. Es a partir de ese estado que un espíritu puede manifestarse bajo diferentes formas según el médium tenga una sensibilidad para la escritura automática, la clarividencia, la incorporación, el sueño magnético, etc. Pero antes de la manifestación de un espíritu, pueden producirse manifestaciones subconscientes. Ocurre que el médium se sugestiona a sí mismo y produce comunicaciones que atribuye abusivamente a los espíritus desencarnados. Esta autosugestión es como una llamada del yo normal al yo subconsciente que no es un ser distinto, sino una forma más ampliada de la personalidad. En este caso, con toda la buena fe, el médium responde a sus propias preguntas; exterioriza sus pensamientos ocultos, sus propios razonamientos, producidos por una vida psíquica más profunda y más intensa.


Allan Kardec, Gabriel Delanne y Gustave Geley habían puesto el acento en estas frecuentes manifestaciones subconscientes calificadas de animistas, en los médiums y en particular en los médiums principiantes o poco experimentados. Nuestra asociación responde a una estructura basada en el conocimiento y el estudio de las obras de los precursores, y la mediumnidad se ejerce en condiciones favorables, serias, para evitar todo escollo. El médium deberá trabajar su mediumnidad, y es mediante largos y repetidos ejercicios como afinará sus sensaciones, haciendo su ser cada vez más permeable al paso de los espíritus. El médium se comporta entonces como un instrumento que los espíritus deberán aprender a utilizar para que la comunicación sea lo más fácil y clara posible. La duración de este período experimental es variable según las personas, pudiendo ir de uno a tres años, incluso cuatro. No existen criterios o tiempo definido para este desarrollo. Como hemos visto antes, el primer escollo a evitar será la influencia subconsciente. Es por eso que en este difícil campo de la experimentación, es importante examinar y analizar las manifestaciones, estudiarlas objetivamente y eliminar todo lo que pueda proceder del inconsciente o del imaginario del médium.


La fuerza de una estructura espírita es trabajar en una atmósfera serena pero también beneficiarse con informaciones procedentes de los espíritus que se manifiestan a través de médiums experimentados. Y podemos comprobar lo bien fundado de estas revelaciones del más allá para las facultades señaladas y perfectamente dirigidas. Los espíritus guías son más capaces que nosotros de percibir las posibilidades de cada uno, las eventuales sensibilidades mediúmnicas y las decisiones que hemos podido tomar antes de nuestra actual encarnación. La revelación de la facultad que corresponde a la persona solicitada es una garantía de certeza que permite emprender el buen camino. Una estructura permite igualmente rodearse de las precauciones necesarias para el buen desarrollo de una sesión. Así como el aporte fluídico de la asistencia facilitará la manifestación del espíritu, igualmente asegurará una protección indispensable para el médium.


Durante una sesión, el médium no es dueño de la situación, se deja ir y deja lugar a la manifestación del espíritu. Se puede decir que en ese momento, el médium es una puerta abierta al más allá, un mundo que no está poblado sólo de espíritus buenos. Después de la muerte, un espíritu no cambia para volverse bueno súbitamente, mantiene su nivel de evolución. Un espíritu malo sigue siendo malo y quiere seguir haciendo el mal. Respecto a nuestro planeta y su nivel de evolución, es fácil imaginar que el más allá de la tierra no siempre es de los más amistosos. Además, esos espíritus ya sea que son malos o que estén en turbación, están muy cerca de nuestras vibraciones materiales, y por eso tienen más facilidad para manifestarse que los buenos espíritus. Es preciso entonces, que durante las sesiones experimentales el médium aprendiz esté rodeado por personas que tengan un buen conocimiento del espiritismo y que sean capaces de reaccionar correctamente frente a manifestaciones anárquicas de espíritus perversos o en turbación. Ante esta realidad, siempre es sorprendente encontrar pseudo médiums que se dicen protegidos de los malos espíritus y que nunca han conocido las contrariedades de la manifestación de la turbación o el mal.


Diremos que tienen la suerte de no tener facultad mediúmnica y de comunicarse sólo con ellos mismos. Ningún médium puede pretender tener una protección total contra la manifestación del mal. La historia del espiritismo da testimonio de lo difícil de la práctica de esta facultad y ya Allan Kardec hablaba de este tipo de conflictos en su Libro de los Médiums. Concluiremos con las palabras de Léon Denis quien, durante cerca de medio siglo, trabajó con la pluma y la palabra para difundir el espiritismo como verdad, con un estilo literario impregnado de una gran poesía: “La espesa cortina que nos separa del más allá sigue siendo impenetrable para el hombre revestido de su abrigo carnal; pero el espíritu exteriorizado del médium, así como el espíritu libre del difunto, pueden atravesarlo con la misma facilidad con que un rayo de sol atraviesa una telaraña. La mediumnidad es una flor delicada, que para abrirse necesita atentas precauciones y asiduos cuidados. Le hacen falta método, paciencia, altas aspiraciones y nobles sentimientos”

Emmanuelle Locatelli
Le Journal Spirite
 
El elefante que perdió su anillo de bodas, una historia para pensar


Esta es una antigua historia que tiene miles de versiones y se ha narrado de generación en generación. Es una historia para pensar. Nos habla de un remoto lugar de la selva en donde habitaba un joven y hermoso elefante, que estaba en edad de casarse.


Aún no había encontrado una elefanta que le robara el corazón. Sin embargo, una tarde cualquiera, vio a lo lejos un rebaño de elefantes que se acercaba a donde estaba junto con su familia. Dentro del rebaño había una bella elefanta de la que se quedó prendada.




Los dos rebaños se unieron y el elefante comenzó a caminar junto a ella. Empezaron a conversar y pronto se dieron cuenta de que tenían mucho en común. Y así, con el paso de los días, ambos se enamoraron perdidamente. En apenas unos pocos meses le dijeron a los demás que habían tomado la decisión de casarse.


Una boda soñada

Según nos cuenta esta historia para pensar, los dos rebaños de elefantes se sintieron muy felices. Hacía mucho tiempo que no celebraban una boda y los enamorados hacían una pareja maravillosa. Algunas de las elefantas mayores se emplearon en que los novios tuvieran un hermoso ajuar de bodas. Otras se dispusieron a diseñar el menú para el evento del año.




Los elefantes machos, por su parte, no tardaron en disponerse a construir un gran salón. Allí se haría la boda y el baile reglamentario. Todos asistirían y sería un evento inolvidable. Por aquellos días todo era alegría y el ánimo festivo presidía el de todos los elefantes.


En un abrir y cerrar de ojos, comenzó a aproximarse el día de la boda. El elefante enamorado encargó las alianzas a un amigo suyo, que por otra parte era un excelente joyero. El anillo de bodas fue hecho pacientemente y al final quedó precioso.







Un anillo y una historia para pensar

Faltaba solo un día para la boda cuando el elefante enamorado recibió la noticia de que los anillos estaban listos. Más se demoró la noticia en llegar a sus orejas que él en ponerse en marcha hacia la joyería de su amigo. Le invadía la curiosidad. Esperaba que todo hubiera quedado perfecto.


Nos cuenta esta historia para pensar, que cuando el elefante enamorado vio los anillos, quedó embelesado. Felicitó a su amigo por tan excelente obra de arte. Contento, cargó con los anillos en la trompa y se dispuso a volver a su casa. Ya solamente le faltaba el traje para la ceremonia. Pensaba en eso cuando estaba junto al arroyo.


Tan distraído estaba el elefante que no se fijó en una enorme piedra que había en el camino. Sin saber a qué hora, tropezó y cayó dentro del arroyo. Ocurrió tan de repente que el elefante enamorado solo alcanzó a luchar por incorporarse. Lo logró. Sin embargo, miró hacia su trompa y se dio cuenta de que había perdido uno de los anillos de bodas.





Una pérdida y un hallazgo

El elefante enamorado cayó en la desesperación. Comenzó a correr paralelo al arroyo en busca del anillo perdido. Escarbaba allí y escarbaba allá, pero todo era inútil. Un objeto tan pequeño era muy difícil de encontrar. Cuanto más exploraba en el arroyo, más perdida parecía la joya y más desesperación se dibujaba en el semblante de nuestro elefante.


Un búho, curioso, había observado parte de la escena. “¡Cálmate!”, le dijo. Pero nuestra historia para pensar cuenta que la ansiedad del elefante creció al escuchar la orden. Pensó que el búho no entendía su premura. La boda iba a celebrarse en solo un día y ya no había tiempo para hacer un nuevo anillo. ¿Qué pensaría la novia? ¿Qué pensarían todos? Eso era lo que pasaba por la cabeza del elefante enamorado mientras seguía revolviendo el arroyo.


Entonces el búho dijo: “Escúchame: quédate quieto. Todo se solucionará. Sé de qué hablo”. El elefante enamorado recordó que el búho era famoso por su sabiduría, así que esta vez decidió obedecerlo. Se quedó completamente quieto por unos minutos. Pronto, las aguas del arroyo se calmaron, los sedimentos volvieron al fondo y el agua en calma dejó que la luz llegara hasta el fondo. Entonces, el elefante pudo ver el anillo y lo rescató.


De este modo el joven elefante aprendió una gran lección. Su desesperación había generado corrientes en el agua, impidiéndole ver el anillo. Agradeció al búho la enseñanza y volvió a casa con muchas ganas de disfrutar de aquel día. Y como legado, nos dejó una historia para pensar.

Por Edith Sánchez
 
Misterios de la vida


Paseando una tarde por los alrededores de la imperial Toledo, me detuve a descansaren la casa de una familia amiga, compuesta del matrimonio, del padre de la mujer y cinco hijos, cuatro varones y una mujercita. Era esta última una niña seductora, de negros ojos, de mirada magnetizadora. De su boca salía una voz tan dulce como el suspiro de un ángel.

Catorce abriles habían dejado en su frente la palidez de las azucenas, y en sus sonrosadas mejillas el delicado matiz de los entreabiertos capullos; mas, ¡ay!, sus diminutos pies se habían negado a sostenerla.


La parálisis había entumecido parte de su cuerpo, y una horrible contracción muscular había torcido sus miembros inferiores, quitándoles su desarrollo y movimiento. Pasaba su vida sentada en un sillón, y nadie hubiera dicho, al verla, que padeciera tan horrible dolencia. Su rostro revelaba la perfecta calma expansiva y alegre de los que gozan la vida.¡Se veía tan amada!… Sus padres la querían con delirio; sus hermanos, con locura, y su abuelo materno profesaba a Eugenia, que era ése su nombre, una verdadera adoración, más que adoración, idolatría.


La tarde a que me refiero, al entrar en la casa de Eugenia, salió a mi encuentro su madre, la excelente Margarita, que llevándose el dedo índice a los labios y cogiéndome de la mano, me condujo al jardín, diciéndome cuando estuvimos fuera de la casa:


-Te traigo aquí, porque Eugenia duerme, y si mi padre nos oyera hablar, nos excomulgaba: ya sabes tú sus extremos.


-Efectivamente, no ignoro que su nieta es su ídolo. ¿Qué lazo unirá a esos dos espíritus?…


-Eso dice mi marido, que, como tú, las hecha de espiritista.


-¿Y tu padre conoce el Espiritismo?


-Sí; más que mi esposo; y no sé qué cuenta de una historia de su juventud, que siempre acaba diciendo: ¿Si será ella?.


-¿Y tú qué dices a eso?


-Que yo no creo más que en lo que veo, y creeré en los espíritus cuando los vea.


-No discuta usted, Amalia, con Margarita -dijo el padre de ésta, apareciendo entre nosotras-, porque no quiere creer…


-Bueno, bueno, quedaos, pues, con vuestros espíritus. Mientras habláis, voy a ver si se despertó Eugenia.


Su padre la miró alejarse, murmurando con acento compasivo:


-¡Qué lástima! Es tan ignorante como su madre lo fue: por más que hago no la puedo hacer entrar en el estudio del Espiritismo.


-Deje usted; para todo habrá tiempo.


-Pero, ¡qué diablo!, si hay personas que tocan las cosas, y ni por esas quieren entrar en razón. Ya sabe usted el delirio que tengo por Eugenia. Este amor sin límites se bifurca y enmaraña con cierto episodio de mi juventud, que se lo he contado a Margarita trescientas veces, pero se encoge de hombros y no quiere saber nada de nada.


-Pues cuéntemelo a mí una vez más, amigo mío, y lo escucharé con placer.


-Voy a hacerlo con sumo gusto, persuadido de que usted verá algo donde los otros no quieren ver nada. Yo siempre he sido algo perverso. De muchacho tenía muy malas intenciones, habiendo sido el terror de mis vecinos y de todos los mendigos. Los apedreaba, les tiraba trozos de soga ardiendo; en fin, era un pequeño Satanás. A los dieciocho años ya me habían echado de todos los colegios de Madrid, y de la Universidad. Mi padre, harto de mis calaveradas, me dejaba como cosa perdida. Un día, yendo con otros amigos de mi cuerda, vimos un grupo de pordioseros que se disponían a comer, rodeando a una gran cazuela de sopas o arroz, a la puerta de un convento.


-¿Vamos a darles un susto? -dije yo. Y cogiendo piedras, tiré una con tanto tino, que rompió en mil pedazos la vasija que contenía el alimento de aquellos desdichados. Sus maldiciones y gritos nos hicieron reír algunos momentos; mas después me acerqué a uno, que era ciego, y puse en sus manos algunas monedas. Verlo una niña como de doce años que estaba a su lado, quitar las monedas de la mano del mendigo y arrojarlas al suelo, lejos, con el mayor desprecio, fue obra de un relámpago, al mismo tiempo que decía:


-Padre, no admita ese dinero. Aquellas palabras me movieron a mirar a la niña, y vi que estaba medio tullida, sentada en una tabla con ruedas. En su rostro se pintaba un profundo desdén hacia mí, que hubo de impresionarme.


-¿Por qué no quieres que tu padre tome ese dinero?


-Porque las víctimas, ni la gloria deben querer de manos de sus verdugos.


-Dame ese dinero, María -dijo el ciego con tono amenazador.


Puse en manos del viejo otras monedas, que besó hipócritamente, mientras la niña, no queriendo presenciar aquella escena, empujó diestramente su carrito y se apartó de nosotros con rapidez. Atraído por su actitud, la alcancé, y deteniéndola, interrogué:


-¿Por qué te has separado de tu padre?


-Porque -dijo, mirándome fijamente-, no puedo tolerar tanta humillación. ¡Cobardes!, ¡que besan la mano que nos hiere! ¡Oh!, si yo pudiera…


Y los ojos de la niña lanzaban rayos de cólera.


-¿Qué harías tú, si pudieras? -dije yo, interesándome vivamente por aquella criatura que en medio de su espantosa miseria demostraba tanta dignidad.


-¿Qué haría?… Me iría lejos de esos seres que dicen ser mis padres, pero que indudablemente no lo son.


-Razonas bien; quizá no lo serán, porque tu carácter es muy diferente del suyo. ¿Ve usted a Eugenia? Pues María que éste era el nombre de aquella infeliz se parecía a Eugenia, como una gota de agua a otra gota, diferenciándose únicamente en que aquélla iba llena de andrajos, sucia, despeinada, y ésta se baña en agua de rosas y usa vestidos de seda.


-¿Te acuerdas de tus primeros años? -le dije.


-¡Ay, no! Recuerdo tan sólo haberme visto siempre así, rodando por las calles como una pelota.


Y al pronunciar estas palabras se retrató en el semblante de María una expresión tan dolorosa, tan amarga, que me conmovió profundamente; y aun creo que una lágrima humedeció sus ojos.


-Mira -le dije-, no hay mal que por bien no venga. Yo te he atormentado hace algunos momentos, y ahora te suplico que me perdones.


Quizás esta travesura cambie la faz de mi vicia y nos sea útil a ambos. Si tú quieres, yo te haré feliz, y pensando en tu bienestar, labraré el mío. Te llevaré a casa de mi nodriza, que me quiere mucho: allí estarás amparada y tranquila; yo iré a verte, y creo que así comenzaré a vivir.


María no supo de pronto qué contestar; pero luego, no sé qué leyó en mis ojos, que su semblante se iluminó con una sonrisa, y con voz trémula dijo:


-Yo bien quisiera un refugio. Más de una vez lo he buscado; pero esa gente siempre me encuentra, me reclaman como hija, y me hacen después pagar caras mis tentativas de evasión.


-No te apures: ciertos seres, en dándoles dinero, no reclaman nada. Vente conmigo sin perder momento, que está muy cerca la casa de mi nodriza. Sígueme, sígueme.


Y María me siguió, no sin volver con frecuencia la cabeza, por temor de ser sorprendida en su fuga. Llegamos por fin a la morada de la buena mujer que me sirvió de madre en mis primeros años, y que era la que siempre intercedía con mi padre cuando yo hacía alguna travesura. Recibióme como de costumbre; le manifesté mi proyecto, y recuerdo que me abrazó conmovida, diciéndome:


-Ya era tiempo que entraras en buen camino. ¡Bendito sea Dios!, ¡que comienzas por hacer una buena acción!


Los ciegos que se decían padres de María, sin serlo, como recibieron algún dinero y por otra parte ignoraban su paradero, la olvidaron. No le puedo expresar a usted, Amalia, el cambio que se operó en mi carácter.


Mi padre estaba asombrado: llegó a creer que María era un ser sobrenatural, y hasta cierto punto tenía razón. Hablábame ella a veces de un modo maravilloso, dándome tan buenos consejos, tan sabias instrucciones, que me dejaban extasiado. La vieron los mejores médicos; pero su mal no tenía remedio. Como mi pobre Eugenia, tenía María que permanecer sentada en un sillón, y a su lado pasaba yo todas las horas que me dejaban libres mis estudios, que por mandato suyo emprendí nuevamente con ardor. Dos años fui dichoso; dos años viví a su lado. Mi nodriza adoraba a María, y ésta, cuando se vio feliz, fue tan humilde, tan afectuosa, tan buena, que cuantos la rodeaban la querían muchísimo.


¡Qué noches tan hermosas! ¡Aún las recuerdo! Contábame sus pasados sufrimientos, y yo le contaba mis locuras. Después enmudecíamos y hablábamos con los ojos.


Cuando María, como si recibiese alguna superior inspiración, me hablaba con elocuencia arrebatadora, mi nodriza juntaba las manos y me decía:


-No tengas duda, hijo mío, ¡María es una santa!


¡Dos años viví en la gloria! ¿De qué modo quería yo a María?… No lo sé: mi mundo era ella. Ni paseos, ni amigos, ni mujeres, mi teatros, nada me atraía. Pero era yo demasiado feliz, y la felicidad dura poco en la Tierra. María comenzó a palidecer, y sus hermosos ojos a perder su brillo. Una noche me dijo que me preparara a sufrir, que me iba a quedar solo; pero que tras la tormenta vendrían días de sol. Enmudeció y cerró los ojos.


Esperé anhelante que volviera a abrirlos, pero esperé en vano: había muerto sin la menor fatiga, ¡silenciosa y dulcemente!… Me quedé como petrificado junto a su cadáver; no quería persuadirme de su muerte, y durante mucho tiempo estuve que parecía un idiota.


Después, mi padre me hizo viajar, y por último, me casé con una mujer muy, buena y muy ignorante, resultando que ella con su ignorancia y yo con mi mal carácter, hemos vivido como dos presidiarios, maldiciendo nuestra cadena, el hueco que María dejó en mi corazón, hasta que Margarita dio a luz a Eugenia; que, al verla, creí ver a María que volvía de allá, para estimularme a la virtud. Sus facciones son las mismas; su enfermedad y su carácter, también.


¿Será ella? El Espiritismo, sin haberme contestado con una afirmación rotunda, me ha dicho lo bastante para poder sospechar con fundamento que María y Eugenia son personificación de un mismo espíritu.


El ruido del sillón de Eugenia rodando por la arena hizo levantarse a su abuelo, que salió al encuentro de su nieta, que venía acompañada de su madre. ¿Si será ella?, preguntaba su abuelo recordando a la niña mendiga que tanto amó. Y yo añado: ¿Quién será ella?


Amalia Domingo Soler
Extraído del libro “Cuentos espíritas”

 
¡Una flor sin aroma!



Yo creo que el pudor en las mujeres es como el perfume en las flores: es el alma de la belleza.

Por hermosa, por encantadora que sea una flor, si al contemplarla no nos embriaga con su embalsamada esencia, pierde mucha parte de su belleza, pierde mucha parte de su encanto; y de igual modo la mujer, aunque sea más bella que la Venus de Nilo, si no rodea su frente la aureola de la pureza y del candor, si no hay en ella aromas de honestidad, si sus aterciopeladas mejillas no se colorean con el rojo matiz del rubor cuando en sus oídos resuenan palabras atrevidas o ve acciones indecorosas, aquella mujer queda convertida en una hermosa estatua de carne, para la cual no habrá un segundo Pigmalion que la anime con su espíritu.


Para mí, una mujer sin pudor es una rosa sin fragancia, ¡y es tan triste una flor inodora! Si yo creyera en los absurdos cuentos de las religiones; si yo me figurara que en Dios podían tener cabida las malas pasiones de los hombres, creería que las flores sin esencia eran las víctimas de las iras de Dios, las hijas desobedientes arrojadas del hogar paterno, las desheredadas de los siglos, para las cuales no había redención.


Como las flores sin aroma me parecen las pobres mudas del reino vegetal, las mujeres sin pudor me parecen más desgraciadas que las castas degeneradas de la India y del Peloponeso, los parias y los ilotas. Los primeros, según la ley de Brahma, descienden de una casta de individuos expulsados de las otras, por haber violado las leyes religiosas o civiles, considerada como impía, réproba y maldita por los brahmanes, siendo su existencia miserabilísima, merced a tan absurdas tradiciones: andan errantes por los bosques y desiertos, sin patria ni hogar, y no se mira como crimen el asesinato en sus anatematizadas personas.


Los segundos, reducidos a la esclavitud por Agís , rey de Lacedemonia, fueron tratados indignamente por sus vencedores. Se les sometió a los más repugnantes oficios, y ni siquiera se les permitía dormir en Esparta…


En épocas fijas del año, se les azotaba implacablemente, para recordarles que eran esclavos, y a veces se salía a caza de ellos, como si hubieran sido fieras, o se ejercitaban con ellos tirando al blanco…


Pues bien, tan infeliz como el paria errante y tan humillado como el vencido ilota, me pareció una hermosa niña que hace pocos días vi una noche en un café vendiendo billetes de lotería. Representaba doce o trece años: era blanca y sonrosada; su abundante cabellera negra coronaba con graciosos rizos su espaciosa frente, y descansaba, con estudiado abandono, sobre sus hombros.


La más provocativa y picaresca sonrisa entreabría sus labios, y su mirada se fijaba con descarada insistencia en las mesas donde había hombres solos que se reían con la mayor algazara. Llevaba un traje de percal rosa pálido, y agitaba entre sus blancas manos unos cuantos billetes de lotería, que ofrecía a los jóvenes apoyándose familiarmente en sus hombros, jugando con el bastón de alguno de ellos o quitándole al otro un rojo clavel que lucía en el ojal de la levita, para colocarlo ella en su risueña boquita con la mayor gracia y descaro; hecho todo esto con tanta soltura y naturalidad, que se conocía perfectamente que estaba acostumbrada a aquel triste género de vida.


Al pasar por delante de la mesa donde yo me encontraba, apenas se detuvo, haciéndolo en la inmediata, donde había cinco muchachos de buen humor, dispuestos a reírse hasta de su sombra. Allí se paró la niña, y entonces, aprovechando la ocasión, le hice seña que se acercara para verla mejor, y le pregunté:


-¿Cuánto tiempo hace que recorres por la noche los cafés vendiendo billetes?


La muchacha me miró con cierta sorpresa, que tenía mucho de desagradable, y me contestó con sequedad:


-Más de cinco años.


-¿Y cuántos tienes, hermosa niña?


-Pues, más de doce.


-¿Cómo te llamas?


-Yo me llamo Rafaelita.


Y haciendo una mueca graciosísima y dando media vuelta con el mayor desdén, se dirigió a otra mesa, tarareando alegremente una canción popular. En el poco tiempo que me dejó mirarla, no vi en su semblante el menor rastro de inocencia, patrimonio exclusivo de la niñez. Su mirada era provocativa; su sonrisa desdeñosa y burlona; sus movimientos demostraban la más completa desenvoltura, y su voz, algo bronca, revelaba el abuso de bebidas alcohólicas. ¡Cuánta compasión me inspiró la bella criatura! ¡Era tan linda! A pesar de su desgaire, de su descoco, aún la infancia pugnaba por envolverla con su manto de color de rosa.


Su rostro era lozano, como la rosa primeriza del lluvioso abril; su frente tersa como el mármol de Italia; sus ojos brillantes y negros; la flor aún estaba en capullo, sin embargo de que la pobre niña pugnaba por arrancar violentamente sus nacientes hojas.


La seguí con la mirada largo rato, y la vi, semejante a una mariposa, correr de una mesa a otra, hablando, riendo, jugando con sus conocidos; después desapareció…; mas no de mi mente su recuerdo, ni su graciosa silueta. Su imagen se fotografió en mi imaginación, de donde no se esfumará fácilmente.


¡Pobre Rafaelita! He aquí una flor que ha perdido su aroma antes de abrir sus pétalos a la luz del sol. Conocerá en teoría todas las miserias de la vida humana; en sus oídos habrán musitado todas las palabras obscenas; sabrá las historias más escandalosas; en cinco años rodando por los cafés, habrá aprendido todo lo malo, todo lo inútil, todo lo perjudicial para la mujer impúber y honrada; sabrá todos los atropellos de la prostit*ción, todas las concupiscencias indecibles, sin sentir espanto ante sus dolores.


A los siete años la pusieron en el camino más escabroso; la niña ha jugado con las espinas, y si bien los niños, al lastimarse, lloran de pronto, pasados unos instantes, olvidan el daño recibido y vuelven a juguetear alegres y confiados. De igual manera, Rafaelita habrá perdido esos hábitos pudorosos y honestos de la niña recatada. Lo sabe todo antes de haber crecido lo suficiente para codearse con las mujeres de mal vivir; para ella nada hay oculto; tiene la experiencia de la prost*t*ta, sin haber salido de la niñez: ¡Pobre avecilla del primer vuelo! ¡Bella flor sin aroma! ¡Ay de la niña que crece entre la atmósfera viciada de los cafés públicos!… ¡Su fin es casi siempre el duro lecho de un hospital!…


Recuerdo a aquella niña con inexpresable tristeza; y, si no tuviera la certidumbre de que su actual existencia es sólo un capítulo de su eterna historia, preguntaría con amargura al Gran Desconocido:


-¡Oh, tú, quienquiera que seas!… Dime: ¿Por qué creas niñas hermosas para que arrastren por el lodo sus encantos? ¿Por qué las das un cuerpo luminoso, si lo han de cubrir de fango antes de su completo desarrollo físico? ¿Por qué nacen para la degradación? ¿Por qué hay mujeres que llegan a la ancianidad, ceñidos de aureola virginal sus pensamientos y su alma, mientras otras, como Rafaelita, dan un salto mortal desde la cuna al lupanar?


No, esto no sucede porque sí; tiene su causa justificada, aunque no por todos comprendida. Es necesario vulgarizar los conocimientos y hacer agradable el estudio de la continuidad de la existencia. Yo, si no creyera que Rafaelita vivió ayer y vivirá mañana para recobrar el perfume del pudor, renegaría de Aquel que la hizo hermosa para
aumentar su desventura; porque la belleza convertida en mercancía ambulante, es para la mujer carga tan pesada, que la rinde y mata sin haber vivido antes de llegar a la primavera de la vida.


¿Qué podrá recordar Rafaelita si llega a la edad madura? Una infancia sin reposo, una juventud sin ilusiones, la prosa de la vida en su realismo más crudo, más repugnante, más odioso. ¡Desdichado el espíritu que viene a la Tierra condenado a no gozar de la inocencia de la niñez, de la castidad y de la juventud. Podrá tener la hermosura del Apolo del Belvedere o la belleza de la Venus de Médicis; pero siempre será una flor sin aroma!


Amalia Domingo Soler
Extraído del libro “Cuentos espiritistas”
 
Flor de Lis


Conozco a una jovencita llamada Luisa, cuya historia es aún un libro en blanco. Hija de padres muy pobres, vive en medio de la más grande miseria; cinco hermanos menores la aturden a gritos, la molestan con sus exigencias y la hacen trabajar más de lo que puede.

Cuenta Luisa dieciséis años; trabaja en un taller de ropa blanca, ganando un escaso jornal, que lo entrega a sus padres, los que no pueden dar a su hija bonitos trajes y otras cosas que desea la niña para realzar las gracias de su juventud. Ayer me decía la madre de Luisa, casi llorando:


— ¡Cuán atribulada vivo! Como Luisa trabaja tanto y no disfruta de nada, pues ni manta tiene en su camita, me ha dicho esta mañana: «Madre, ¿sabe usted qué estoy pensando? Que si yo me muriera, ganaba ciento por uno.» Y no sé, me miró de un modo tan extraño, que me dio miedo. Se ha ido a trabajar y estoy deseando que llegue la noche para volverla a ver. ¡Ay! ¡Qué desgraciados somos los pobres!


Sin darme cuenta, lloré por el porvenir de su hija, recordando la historia de otra joven.


II


Mi amiga Isabel se casó con Leoncio, empleado en el Ministerio de Hacienda, amándose extremadamente. En el banquete de la boda reinó una alegría general. Leoncio estuvo contentísimo, y su esposa me decía por lo bajo: « ¿Querrás creer que tengo miedo de tanta felicidad?»… Al día siguiente la volví a ver; estaba risueña, pero creí vislumbrar alguna nube en el cielo de su dicha, y le dije al oído:


— ¿Qué tienes? ¿Has sufrido algún disgusto?


—Sí… y no.


—Cuéntame, ¿qué te sucede?


—Una cosa muy rara. Anoche, cuando ya solos nos abandonamos uno en brazos del otro, de pronto Leoncio palideció, retrocediendo algunos pasos y murmurando con voz apagada:


— ¿Flor de Lis? Como puedes comprender, me asusté no poco, porque vi a Leoncio desfigurado, con el cabello erizado y los ojos casi fuera de sus órbitas. Yo no sabía qué hacer, y me daba vergüenza llamar a la doncella; corrí al tocador y empapé mi pañuelo en agua florida y se lo puse en la frente a mi esposo, el cual parecía un loco, hablando solo.


Por fin se serenó, y al pedirle explicaciones de lo ocurrido, me dijo suplicante:


—Isabel, si me amas no me recuerdes nunca el suceso de esta noche.


No insistí en mis preguntas; nos acostamos, pero yo no pude dormir en toda la noche. Hoy, aunque él lo disimula, está triste, preocupado. Veremos en qué para todo esto.


III


Dos meses después, vino a verme Isabel, que se abrazó a mí llorando amargamente y diciéndome entre sollozos:


— ¡Ay, Amalia! ¡Qué desgracia la mía!


Cuando la vi más tranquila, le pedí me explicara sus penas.


—Pronto están contadas: mi marido está loco.


—Eso no puede ser; ayer estuve hablando con él, y le encontré como siempre, cuerdo.


— ¡Ah!, es que su locura es particular. ¿Te acuerdas de lo de la noche de mi boda?


—Sí, Flor de Lis…


—Pues con frecuencia se repite la misma escena. Casi todas las noches tenemos la misma historia: el día lo pasa perfectamente: va a la oficina, vuelve, y vamos a cenar con mis padres, y todos juntos al café, al teatro, donde yo quiera ir; pero al llegar a casa y entrar en nuestro cuarto y comenzar a desnudarnos, da principio la tragedia. Se agarra convulsivamente a mi brazo, repite frases incoherentes, y señalando a un rincón, me dice al oído.


— ¡Reza, reza por el alma de Flor de Lis! Vuelve a tranquilizarse, nos acostamos, él se duerme, y a veces soñando llama a Flor de Lis. Yo estoy molestísima disgustada. Cuando le interrogo, me dice:


—Isabel, no me hables de eso; a ti sola quiero en el mundo, que por tu amor he sido criminal; no me preguntes nada. Todos estamos como sobre ascuas. Mi madre quiere que un médico alienista reconozca el estado de Leoncio, pero no me atrevo, por no saber cómo lo tomará mi marido. Por otra parte, veo que él no está bien: se le ve enflaquecer; así es que vivo en un infierno y a la vez en la gloria, porque él me quiere con delirio. Hoy le he dicho que venga a buscarme aquí, con ánimo de que le veas tú y me digas tu opinión, pero no te des por entendida de nada: ¡discreción!


Seguimos hablando del asunto, hasta que llegó un amigo mío, ferviente espiritista, médico eminente y gran observador de la fenomenología, a la que consagraba sus estudios más profundos. A poco rato vino Leoncio, y yo, de intento, hice rodar la conversación sobre Espiritismo. Enrique, que es elocuentísimo, contó varias aventuras de sus viajes; habló de presentimientos, de apariciones, de venganzas, de obsesiones, y observé que Leoncio le escuchaba atentamente, hasta el punto que al decir Isabel: «Vámonos, que ya es tarde», su marido le replicó.


—Siéntate, siéntate, que lo que dice este caballero nos interesa a los dos.


Enrique siguió hablando y contestando a varias preguntas de Leoncio; éste, por último, le dijo:


—Nunca hice caso del Espiritismo, ni creo en él; pero si usted me lo permite, voy a contarle lo que me sucede. Pero antes referiré un episodio de mi vida de soltero.


Isabel miró a su esposo asombrada. Él la comprendió y le dijo gravemente:


—A grandes males, grandes remedios; yo estoy enfermo, sufro y te hago sufrir, y ya que la casualidad me presenta un hombre de tan profundos conocimientos como es este caballero, quisiera saber si estoy loco, o si estoy cuerdo. Comienzo, pues, mi confesión:


IV


De soltero no engañé nunca a mujer alguna; compraba el amor hecho. Una tarde vi a dos jóvenes que me llamaron vivamente la atención, en particular una de ellas, morena, pálida, con ojos retadores… Su compañera, blanca y rubia, era un tipo más vulgar, y hablaba y reía ruidosamente. Púseme al lado de ellas; comencé a decirles tonterías, y la rubia siguió la broma alegremente, mientras que la morena no me contestó ni una sola palabra. A mis palabras insinuantes me dirigió una sonrisa tristísima, que parecía la avanzada anunciadora de un raudal de lágrimas. Su silencio hizo exclamar a la rubia, en son de mofa: «¿Te has vuelto muda, Flor de Lis?» Seguí la pista de aquella niña, y supe que era huérfana recogida por una pobre lavandera que la prohijó. Se llamaba María, pero por su afición a las flores de lis y el color granate, dieron en llamarla con el nombre de la aristocrática flor. Trabajaba en una modistería de sombreros, y el fruto de sus labores lo entregaba íntegro a su madre adoptiva. Flor de Lis consiguió despertar mi sentimiento. Durante dos años, todas las noches iba a buscarla al taller; la acompañaba a su casa, subía a su cuarto, y su madre adoptiva me recibía con el mayor cariño, sentándonos los tres y charlando familiarmente.


Frecuentemente solía decirme Flor de Lis, a solas: «Yo soy poco para ti: te casarás con otra, lo sé; y, el día que tú te cases, me moriré. Tú lo eres todo para mí; yo para ti no soy más que un dulce entretenimiento. Siempre que te vas, pienso: ¡quién sabe si le veré más!»


Y la pobre niña tenía razón, pues nunca se me ocurrió hacerla mi esposa, ni tampoco me asaltó la idea de abusar de su inmenso cariño. A su lado me hallaba bien, y olvidaba teatros, reuniones, familia y amigos, sin preocuparme de nuestro porvenir. Luchaba conmigo mismo, haciéndome el propósito de no volverla a ver, ya que no iba a ser mi esposa, pero instintivamente olvidaba todo plan forjado, y volvía, atraído poderosamente por el cariño de Flor de Lis.


Una noche, que era el santo de mi madre, se daba un gran baile en mi casa, y tuve que dejar de ir a ver a Flor de Lis. Aquella noche conocí a la mujer que hace dos meses es mi esposa. Isabel absorbió desde entonces toda mi atención, toda mi alma. Intenté varias veces escribir o visitar a Flor de Lis para explicarle mi vida y mis proyectos de casamiento con otra mujer, mas no lo hice, no me atreví a confesarle mis intimidades, sintiendo a la vez profunda lástima por ella, sabiendo lo buena y amorosa que siempre estuvo conmigo y lo mucho que me amaba.


En fin, me casé con Isabel, y cuando llegó la noche, en el momento de quedarme solo con mi esposa, se me presentó Flor de Lis, vestida de blanco, con el cabello suelto y una flor de lis sobre el corazón. Desde entonces, casi todas las noches se repite la aparición. No he tenido valor para preguntar si ha muerto: me encuentro asombrado, aturdido: no sé si estoy loco, o cuerdo. ¿Es que mi remordimiento me hace ver su imagen? ¿Es que su sombra me persigue después de muerta? ¿No se disgrega todo en la tumba? Yo vivo mal, y hago sufrir a Isabel, que es lo que más siento.


—Lo más probable es que Flor de Lis habrá muerto —dijo Enrique—. Mañana iremos Amalia y yo a ver lo que hay de cierto. Entonces, con conocimiento de causa, haré cuanto esté de mi parte por separar a usted de ese espíritu que sufre y hace sufrir.


Isabel quedó apesadumbrada al saber que su felicidad fuera la muerte de aquella pobre niña. Se empeñó en ser también de la partida, para saber lo que había sido de Flor de Lis.


V


Al día siguiente fuimos los tres a la calle de Embajadores y entramos en la casa que nos había indicado Leoncio. En el portal encontrarnos a dos mujeres, y mi amiga Isabel preguntó a una de ellas:


— ¿Vive aquí Flor de Lis?


—Vivía, señora, vivía.


— ¿Se ha mudado?


—Sí, al cementerio.


— ¿Hace mucho que ha muerto?


—Más de dos meses.


— ¿Y de qué murió? —pregunté.


— ¡De pena! ¡Pobrecilla!


— ¡De pena?


—Sí, señora; y a mí nada me extraña; ¡tenía que suceder!…


—¿Por qué? —balbuceó Isabel.


—Toma, porque los peces no viven fuera del agua, y Flor de Lis no vivía como viven los de su clase. Como era tan señorita, no quería ningún trabajador. Por eso se enamoró de un hombre sin entrañas, que la llenó de ilusiones la cabeza, y luego… ¡si te he visto no me acuerdo! Flor de Lis, como era muy reservada y sentida, se fue consumiendo, poco a poco, como candil sin aceite; y una noche, cosiendo, se quedó muerta… ¡Pobrecilla!


-¿Y Narcisa, su madre adoptiva? —preguntó Enrique.


—Hace quince días que murió en el hospital, maldiciendo al que la había dejado sin hija.


Isabel, oyendo esto, no pudo contener su llanto. Las dos mujeres la miraron con extrañeza, y Enrique puso fin a aquella escena, haciéndonos marchar más que de prisa.


VI


Al llegar a casa, encontramos esperándonos a Leoncio. Bastóle e ver a su esposa para comprender que Flor de Lis había muerto, pues Isabel sollozaba sin consuelo. Enrique se encargó de la curación de Leoncio. Isabel, sin poderlo remediar, siempre estaba triste, hasta que dio a luz a una niña preciosa, que volvió la alegría a mis buenos amigos. En recuerdo de la infeliz obrera, llamaron a la recién nacida Flor de Lis, amada con delirio por sus padres.


Enrique, como si presintiera un algo misterioso, cuando veía a Isabel con la pequeñita en brazos, murmuraba: ¡Qué misteriosa es la vida! ¡Cuántas, cuántas mujeres jóvenes y hermosas sienten frío en el alma, y mueren como Flor de Lis!


Amalia Domingo Soler
Extraído del libro “Cuentos Espiritistas”
 
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