Gaza e Israel entran en guerra tras un ataque sin precedentes desde la Franja

Totalmente de acuerdo. Creo que conviene estudiar cuándo y cómo surge el sionismo para entender lo que está pasando.

El sionismo es un movimiento que surgió mucho antes de que los judíos fueran perseguidos y expulsados de Europa, y su propósito era el de llegar a Palestina para ocuparla y reemplazar a la población indígena.

Para nada querían convivir ni ser parte de Palestina. Desde sus comienzos, el sionismo usó la violencia y el terror para borrar Palestina y construir Israel sobre sus ruinas.
Que los que quieren borrar del mapa a Israel son los palestinos, y no al revés. Si Israel quisiera exterminar a los palestinos lo podría hacer en menos de un mes.
 
Yo sí creo que en el origen de los movimientos migratorios hacia Palestina la intención era la convivencia con los palestinos nativos. Pensemos que los judíos huían de los pogromos de finales del siglo XIX y principios del XX buscando simplemente un futuro para ellos. El origen de los kibutz está en estos primeros judíos emigrados cuyo objetivo era vivir en comunas agrarias. Ahí también eran sionistas, pero luego ese sionismo fue derivando en un nacionalismo exacerbado y de ahí al fascismo solo hay un paso.

Efectivamente, esos primeros sionistas que huían de los progromos de finales del XIX y principios del XX, estaban fuertemente influidos por las corrientes de pensamiento Hegelianas y, posteriormente, marxistas.

De hecho, los primeros kibutz están inspirados en las granjas colectivas soviéticas, al punto que, por ejemplo, los niños una vez que dejaban la lactancia, no convivían con los padres, sino en una casa únicamente de niños que era atendida rotatoriamente por las mujeres.

La historia del Sionismo es apasionante.
 
FERNANDO SAVATER

Casi todos los grupos humanos con historia acumulan también sobre sí leyendas y fábulas. Y muchas veces son esos elementos caprichosos, inventados por vecinos envidiosos o competidores sin escrúpulos, los que diseñan el retrato duradero –en realidad más caricatura que retrato- del pueblo o país en cuestión. En el siglo XVIII los españoles teníamos fama en Europa de ser adustos, fanáticamente religiosos y crueles. Así aparecen nuestros mayores en una escena muy divertida del Casanova de Fellini: un banquete internacional, a un lado de la mesa los italianos lascivos y pintureros metiendo mano a las damas muy escotadas, enfrente los españoles, vestidos de negro y discutiendo ceñudos sobre el Santísimo Sacramento. Más o menos, así recuerdo yo la cosa.

En cambio en la segunda mitad del siglo XX nos consideraban festivos y juerguistas, poco fiables laboralmente pero muy divertidos. Los europeos querían ser industriosos y pudientes como alemanes, pero después venirse a vivir alegremente en España. Y sobre cada uno de nuestros vecinos se han inventado historietas semejantes: los portugueses melancólicos y prudentes, los franceses seductores y pedantes, los ingleses con complejo de superioridad, los escandinavos aburridos pero demócratas… En fin, ya tu sabes, como decimos en Cuba. Quien desee conocer los mecanismos para alterar la identidad del prójimo y justificar nuestra enemistad –quizá incluso violenta- con él, puede consultar el muy competente volumen La construcción del enemigo (ed. Fundación Colegio Libre de Eméritos) de Enrique Baca.

«Nadie ha sufrido tanto aislamiento como los judíos (los guetos se inventaron para ellos) ni tan frecuentes persecuciones»
Pero si hay un colectivo (no sé cómo llamarlo: ¿pueblo? ¿nación? ¿religión? ¿Estado?…raza no, desde luego. Todos los nombres le vienen anchos o estrechos) que acumula el máximo de mitología sobre sí desde hace milenios son los judíos. Sea para suponerles cualidades sobrehumanas (astucia, inventiva genial…) o rasgos diabólicos (codicia, afán de poder, avaricia…) siempre se tiene a los judíos por algo excepcional, fuera de serie. De un editor judío radicado en España oí decir: «Es tan tonto que no parece judío». Y Cioran les dedicó un ensayo titulado Un pueblo de solitarios en el que los presenta como una especie de antonomasia de la humanidad: humanos al cuadrado, para lo bueno y lo malo.
Tanta excepcionalidad no siempre les ha sido favorable, ni mucho menos. Nadie ha sufrido tanto aislamiento (los guetos se inventaron para ellos y se les marginó como si fuesen portadores de una enfermedad contagiosa) ni tan frecuentes persecuciones. Son los chivos expiatorios ideales, culpables de los pecados sociales más variados y mefíticos. Cada vez que una comunidad se revuelve contra sí misma, cada vez que nos cansamos de la rutina de la fraternidad, los judíos están en peligro. Por eso Cecilia Denot ha titulado así su muy educativo libro, El canario en la mina (ed. Libros del Zorzal): lo mismo que antaño se bajaban canarios a las minas para que su muerte señalase la presencia de gases ponzoñosos antes de que fuesen letales para los mineros, el odio a los judíos se exaspera cuando una sociedad, incluso una civilización como la occidental, empieza a odiarse a sí misma envenenada por sus elementos mas arrogantes, obtusos y sectarios.

«El antisemitismo –llamado ‘antisionismo’ para disimular- consiste en creer que el Estado judío no tiene derecho a existir»
En esta obra, Denot analiza detalladamente la gran mayoría de las leyendas que corren sobre Israel y los judíos, dando armas intelectuales a quienes no quieran incurrir en la imbecilidad antisemita, sea de izquierdas o de derechas. Denot aclara muy bien que uno puede detestar el antisemitismo pero ser crítico de la política del incompetente Netanyahu, apoyar una tregua humanitaria en Gaza o creer en la solución de dos Estados a la eterna crisis de Palestina. El antisemitismo –llamado «antisionismo» para disimular- consiste en creer que el Estado judío es invasor y no tiene derecho a existir, que debe ser borrado del mapa «desde el río hasta el mar», que es el único y por tanto mayor responsable del conflicto y que está empeñado en llevar a cabo un genocidio en Palestina…como sostienen los merluzos, a veces con estudios y todo, que no saben lo que significa la palabra «genocidio».

Mamelucos
Mamelucos

Como resulta casi inevitable, la mugre intelectual es el mejor caldo de cultivo del antisemitismo: los campus universitarios estadounidenses primero y luego sus risibles imitadores europeos, o el repulsivo aquelarre de Eurovisión del que todavía algunos/as tienen el mal gusto de hablar.
 
FERNANDO SAVATER

Casi todos los grupos humanos con historia acumulan también sobre sí leyendas y fábulas. Y muchas veces son esos elementos caprichosos, inventados por vecinos envidiosos o competidores sin escrúpulos, los que diseñan el retrato duradero –en realidad más caricatura que retrato- del pueblo o país en cuestión. En el siglo XVIII los españoles teníamos fama en Europa de ser adustos, fanáticamente religiosos y crueles. Así aparecen nuestros mayores en una escena muy divertida del Casanova de Fellini: un banquete internacional, a un lado de la mesa los italianos lascivos y pintureros metiendo mano a las damas muy escotadas, enfrente los españoles, vestidos de negro y discutiendo ceñudos sobre el Santísimo Sacramento. Más o menos, así recuerdo yo la cosa.

En cambio en la segunda mitad del siglo XX nos consideraban festivos y juerguistas, poco fiables laboralmente pero muy divertidos. Los europeos querían ser industriosos y pudientes como alemanes, pero después venirse a vivir alegremente en España. Y sobre cada uno de nuestros vecinos se han inventado historietas semejantes: los portugueses melancólicos y prudentes, los franceses seductores y pedantes, los ingleses con complejo de superioridad, los escandinavos aburridos pero demócratas… En fin, ya tu sabes, como decimos en Cuba. Quien desee conocer los mecanismos para alterar la identidad del prójimo y justificar nuestra enemistad –quizá incluso violenta- con él, puede consultar el muy competente volumen La construcción del enemigo (ed. Fundación Colegio Libre de Eméritos) de Enrique Baca.


Pero si hay un colectivo (no sé cómo llamarlo: ¿pueblo? ¿nación? ¿religión? ¿Estado?…raza no, desde luego. Todos los nombres le vienen anchos o estrechos) que acumula el máximo de mitología sobre sí desde hace milenios son los judíos. Sea para suponerles cualidades sobrehumanas (astucia, inventiva genial…) o rasgos diabólicos (codicia, afán de poder, avaricia…) siempre se tiene a los judíos por algo excepcional, fuera de serie. De un editor judío radicado en España oí decir: «Es tan tonto que no parece judío». Y Cioran les dedicó un ensayo titulado Un pueblo de solitarios en el que los presenta como una especie de antonomasia de la humanidad: humanos al cuadrado, para lo bueno y lo malo.
Tanta excepcionalidad no siempre les ha sido favorable, ni mucho menos. Nadie ha sufrido tanto aislamiento (los guetos se inventaron para ellos y se les marginó como si fuesen portadores de una enfermedad contagiosa) ni tan frecuentes persecuciones. Son los chivos expiatorios ideales, culpables de los pecados sociales más variados y mefíticos. Cada vez que una comunidad se revuelve contra sí misma, cada vez que nos cansamos de la rutina de la fraternidad, los judíos están en peligro. Por eso Cecilia Denot ha titulado así su muy educativo libro, El canario en la mina (ed. Libros del Zorzal): lo mismo que antaño se bajaban canarios a las minas para que su muerte señalase la presencia de gases ponzoñosos antes de que fuesen letales para los mineros, el odio a los judíos se exaspera cuando una sociedad, incluso una civilización como la occidental, empieza a odiarse a sí misma envenenada por sus elementos mas arrogantes, obtusos y sectarios.


En esta obra, Denot analiza detalladamente la gran mayoría de las leyendas que corren sobre Israel y los judíos, dando armas intelectuales a quienes no quieran incurrir en la imbecilidad antisemita, sea de izquierdas o de derechas. Denot aclara muy bien que uno puede detestar el antisemitismo pero ser crítico de la política del incompetente Netanyahu, apoyar una tregua humanitaria en Gaza o creer en la solución de dos Estados a la eterna crisis de Palestina. El antisemitismo –llamado «antisionismo» para disimular- consiste en creer que el Estado judío es invasor y no tiene derecho a existir, que debe ser borrado del mapa «desde el río hasta el mar», que es el único y por tanto mayor responsable del conflicto y que está empeñado en llevar a cabo un genocidio en Palestina…como sostienen los merluzos, a veces con estudios y todo, que no saben lo que significa la palabra «genocidio».

Mamelucos
Mamelucos

Como resulta casi inevitable, la mugre intelectual es el mejor caldo de cultivo del antisemitismo: los campus universitarios estadounidenses primero y luego sus risibles imitadores europeos, o el repulsivo aquelarre de Eurovisión del que todavía algunos/as tienen el mal gusto de hablar.
A Fernando Savater se le fue hace ya tiempo. Una pena.
 
No hace falta que tiren una bomba atómica, ni mucho menos.

Yo lo que no acabo de comprender es porqué ese empeño en que el gobierno Netanyahu no quiere acabar con los palestinos de Gaza y Cisjordania cuando los mismos ministros lo dicen sin reparo.

No me entra en la cabeza.

Y el único motivo por el que el gobierno Netanyahu no ordenó un par de bombardeos de alfombra sobre Gaza se llama Estados Unidos de América.

Podéis seguir con vuestros sueños húmedos acerca de que Israel se basta y se sobra sola en materia de seguridad, pero los israelies son más realistas que vosotros y saben perfectamente que no.

Lo más importante, saben perfectamente que son incapaces de mantener por sí mismos la cúpula de hierro, que es lo que les garantiza la impunidad con la que actúan en Gaza, Cisjordania y el sur del Líbano.
 
Efectivamente, esos primeros sionistas que huían de los progromos de finales del XIX y principios del XX, estaban fuertemente influidos por las corrientes de pensamiento Hegelianas y, posteriormente, marxistas.

De hecho, los primeros kibutz están inspirados en las granjas colectivas soviéticas, al punto que, por ejemplo, los niños una vez que dejaban la lactancia, no convivían con los padres, sino en una casa únicamente de niños que era atendida rotatoriamente por las mujeres.

La historia del Sionismo es apasionante.
Interesada en los primeros sionistas socialistas que buscaban establecer un estado judío en el que las bases del estado estuvieran identificadas con el trabajo comunal, estuve leyendo sobre un proyecto establecido en Crimea para entrenar a futuros pioneros sionistas en técnicas agrícolas antes de irse a Palestina.

Los enlaces los he dejado en el hilo de Ucrania.
 

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