ESPAÑA EN JUEGO: DISGREGACIÓN, CONFEDERACIÓN, UNIÓN FEDERAL O UNIÓN JACOBINA

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«Cuando aquí [en las Cortes ] se habla de la República recién nacida y de los cuidados que necesita, yo digo que más cuidados necesita la madre, que es España, que si al fin muere la República, España puede parir otra nueva, y si muere España no hay República posible»
Miguel de Unamuno
 
Julio Merino
Julio Merino

08/12/2019

¡Dios! ¿Se imaginan ustedes que en el Parlamento actual estuviesen sentados, codo con codo y ocupando un escaño ganado en las urnas, Don Miguel de Unamuno, Don José Ortega y Gasset, Ramón Pérez de Ayala, Gregorio Marañón, García Valdecasas, Giner de los Ríos y Don Manuel Azaña... y en la Tribuna de Invitados, entre otros, Azorín, Pío Baroja, Valle-Inclán, García Lorca, Dámaso Alonso, Miguel Hernández y los hermanos Machado?... Pues, allí estaban todos y algunos importantes más, aquel 18 de septiembre de 1931 cuando el diputado por Salamanca, Miguel de Unamuno, tomó la palabra por primera vez en las Cortes para defender el castellano como lengua del Estado y hablar de las otras lenguas españolas en catalán, en vasco, en gallego y hasta en valenciano. Algo increíble. Como todo en Unamuno. Se debatía la Constitución de la República.
Bien, pues del Unamuno diputado nos vamos a ocupar hoy. (Y esto me rejuvenece 40 años, los que hacen desde que en 1979 me encerré en el Archivo del Congreso de la Carrera de San Jerónimo para escribir Los 10 Discursos Parlamentarios que conmovieron a España, desde 1812 a 1977). Del Unamuno que obtuvo su acta de diputado en las elecciones generales del 28 de junio de 1931 y pronunció su último discurso el 2 de agosto de 1932. Les aseguro que leer sus palabras en el Diario de Sesiones, tal como las pronunció, incluso con erratas, impresiona. Como impresiona, al menos a mi, imaginarse sentados juntos, en la fila tercera del hemiciclo, a Don Miguel y a Don José, los más grandes filósofos españoles, como meros diputados («Aquí no me ha traído Castilla -dirá Don Miguel-, ni Salamanca...y yo no soy un diputado de Castilla, ni siquiera, en rigor, creo que me haya traído aquí la República, aunque sea un diputado republicano. Aquí me ha traído España, Yo me considero un diputado de España, no un diputado de un Partido, no un diputado castellano, no un diputado republicano, sino un diputado español»).
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Cinco discursos pronunció el rector de Salamanca (había sido elegido el 18 de abril, casi con la llegada de la República) en esos dos años del ‘Bienio Azaña’: el primero, el 18 de septiembre, pasó a la Historia como El discurso sobre la Unidad de España; el segundo, que en realidad fue la segunda parte del primero, el día 25, fue comentado como el del Escolta, Espanya (fue en el que dijo aquella frase que se hizo famosa: «Cuando aquí se habla de la República recién nacida y de los cuidados que necesita, yo digo que más cuidados necesita la madre, que es España, que si al fin muere la República, España puede parir otra nueva, y si muere España no hay República posible»). El tercero lo pronunció el 22 de octubre de ese mismo año, en el transcurso del debate del artículo 48 de la Constitución que trataba del Sistema Educativo: «El servicio de la Cultura y la Educación es atribución esencial del Estado». Fue el discurso de la discordia y la polémica, ya que Don Miguel no se conformó con poner firmes a los que querían quitarle esa atribución al Estado para dársela a las Autonomías, sino que afrontó con dureza la Ley de Defensa de la República de Azaña e incluso a los partidos políticos.
«… Se dice que qué manía tengo contra los partidos. En efecto. Si creo tener alguna autoridad es por representar una gran parte de opinión española, de la España entera y no partida, y me temo que si los partidos se empeñan —que creo que no— en hacer cosas de ideología y de disciplina de problemas en que eso no puede hacerse, corren el riesgo de cambiar de s*x*, es decir de convertirse de partidos en partidas, lo cual sería muy peligroso… No hay disciplina de partido que pueda someter la conciencia de un ciudadano. Esto es verdaderamente indigno. La disciplina de partido termina, siempre, donde empieza la conciencia de las propias convicciones, y yo digo que tan desastroso es para los que rinden así su conciencia contra su convicción, como para los que acepten estos votos...».
El cuarto discurso lo pronunció el 23 de junio de 1932 y versó sobre el artículo segundo del Estatuto de Cataluña. Unamuno defiende que dentro del territorio catalán los ciudadanos, cualquiera que sea su lengua materna, tengan derecho a elegir el idioma oficial que prefieran en sus relaciones con las autoridades y funcionarios de toda clase.
Y el 2 de agosto de 1932 pronunció el quinto y último como diputado, también en el trascurso de los debates del Estatuto Catalán.
«Me levanto, señores diputados, a cumplir en estos momentos un deber que estimo penoso... Y ahora veo claro lo que el señor Azaña defendió e impuso cuando se discutía la Constitución en 1931: ¿Cómo es posible --dijo-- que nosotros vayamos a adoptar un texto constitucional que haga imposible el día de mañana la votación libre del Estatuto de Cataluña?...». Y añadía: «Voy a votar a favor del texto de la Comisión porque deja libre el camino del Estatuto, porque no prejuzga el Estatuto, porque viene avalado por los diputados catalanes («se aprobará lo que venga de Barcelona», diría el señor Zapatero). Es decir -- continúa Don Miguel-- vía libre entonces y vía libre ahora para que el Gobierno de la República pueda otorgar a la Universidad de Barcelona el régimen de autonomía que quiera la Generalidad ¡¡ Pues, no !! ¡¡El Gobierno, no!!…¡¡Las Cortes!!”. Porque --y resumo-- según él, los Gobiernos cambian y el de hoy no puede ser el de mañana y viceversa... y no se va a estar cambiando el Estatuto cada vez que entre un nuevo Gobierno, como no se puede cambiar la Constitución cada vez que cambie el Gobierno, aunque desgraciadamente es lo que ha venido sucediendo desde las Cortes de Cádiz» (En El Sol, agosto 1932).
Y además Unamuno se opone frontalmente a que se hagan concesiones a la Autonomía Catalana mientras no se aquieten ciertas acciones y no se ponga freno a quienes se manifiestan con temeraria imprudencia: «… Yo declaro que hay quien grita en Cataluña —lo hacen también en mi tierra nativa— ‘¡Viva Cataluña libre!’ Está muy bien, pero yo me preguntaría, ¿libre de qué? Porque eso, como el hablar de nacionalidades oprimidas —perdonadme la fuerza y la dureza de la expresión— es sencillamente una mentecatada. No ha habido nunca semejante opresión y lo demás es envenenar la Historia y falsearla…». Pero, sus palabras no caen bien en las filas del Gobierno ni entre los diputados catalanes y entonces exclama o casi grita: «Estoy harto de que cuando se adopta una posición que está en contra de la directiva del Gobierno o de la mayoría, se diga que se va contra la República... El Gobierno no es la República»... y Don Miguel, rebelde siempre, escribiría al día siguiente en El Sol, defendiendo de paso la libertad de expresión que veía amenazada por la Ley de Defensa de Azaña: «No daré un viva a la República, aún deseando que viva, mientras no se pueda dar un viva al Rey, a un Rey cualquiera».
Señores, fue su último discurso y su despedida de la actividad política, porque ya no quiso ni presentarse a las elecciones del año 33 ni a las del 36... y se puso de parte del «¡No es esto, no es esto!» de Ortega. Entonces es cuando exclama: «El Señor no me puso en esta España para dar facilidades a los cobardes».

por Taboola
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El rey Felipe nos ha decepcionado

Al encargar a Pedro Sánchez que forme gobierno, el rey Felipe ha decepcionado a más de media España, precisamente a la que aceptaba con más entusiasmo la Monarquía, a la que teme que Sánchez gobierne España apoyado e influido por partidos totalitarios, pro terroristas, independentistas y golpistas, todos llenos de odio a España. El rey lo ha hecho porque ha querido, sin estar obligado a ello, bendiciendo al PSOE que comanda Sánchez y despreciando otras opciones y a pesar de que el designado candidato no cuenta con los apoyos suficientes.

Algunos expertos dicen que el rey no podía hacer otra cosa que designar al que más votos ha obtenido, pero otros muchos piensan que había más opciones. El rey podría haber pedido a Sánchez que acuda para ser candidato con otros apoyos, con partidos que no odien a España, que no sean desleales y hostiles a la Constitución, pero no lo ha hecho. También podía no haber designado a nadie y abrir una nueva ronda de contactos, con lo que habría salvado al menos la cara.


Sanchez le habrá asegurado que al final tendrá los apoyos necesarios, pero al rey no le consta porque ERC, que es la principal baza de Sánchez, ni siquiera ha pasado por la Zarzuela.

Felipe VI no podrá en el futuro eludir su responsabilidad si, como muchos nos tememos, el próximo gobierno contribuye poderosamente a la destrucción de España.
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La Monarquía está en peligro



La Monarquía está en peligro

Ayer fue un día triste para España porque el rey no impidió el desastre y tal vez abrió la caja de Pandora nombrando candidato a un personaje falso, maniobrero, obsesionado con el poder, de ambición extrema, sin escrúpulos y con una personalidad llena de rasgos psicopáticos. El monarca perdió ayer muchos de los apoyos que tenía y parece apostar por un idilio con la izquierda, agrietando así la neutralidad que le asigna la Constitución.

El camino que se ha abierto ante España es incierto, peligroso, inquietante y representa una bofetada a la Constitución, despreciada y combatida por varios de los partidos que Sánchez quiere cautivar con concesiones de dudosa legalidad y de nula ética. Ese camino conduce a un gobierno que habrá tenido que pagar a los enemigos de España facturas indecentes, entre las que figuran más autonomía para las comunidades rebeldes de Cataluña y el País Vasco, mas dinero para ellos en detrimento del resto de autonomías, más concesiones que incrementen su poder y cesiones llenas de peligro que permitirán a los nacionalistas, independentistas y golpistas avances hacia la independencia, la consagración del llamado "derecho de autodeterminación", control de la Justicia y quizás también una inquietante y fatal retirada paulatina de la policía y la guardia civil de esos territorios desleales y hostiles.

El rey se ha negado a escuchar las muchas voces que querían abrirle los ojos y los oídos para que percibiera el peligro inminente y el estado de crisis que representaba la designación de un Sánchez que está gobernando en contra de la mitad de los españoles y de la misma Constitución. Esas voces surgían de partidos políticos todavía leales a España, las fuerzas armadas, las fuerzas de seguridad, intelectuales que, preocupado e indignados firman manifiestos de rechazo al gobierno que proyectan los socialistas y de millones de españoles inquietos ante el futuro que se nos abre con Sánchez gobernando de la mano del comunismo y de las tribus más salvajes, desleales y sucias del país.

También ha desoído el monarca las voces de muchos socialistas sensatos, que se han dado cuenta de que Zapatero, Sanchez y muchos de sus seguidores son políticos totalitarios que quieren imponer la mentira frente a la verdad y empujar a España hacia el retroceso, la confrontación y el fracaso.


Ojalá no se cumpla el duro vaticinio de Santiago Abascal, que dijo: «Con un Gobierno PSOE-Podemos corre peligro la Monarquía» y el de Pablo Casado, que también alerta que con Sánchez “está en peligro” la monarquía constitucional. Millones de españoles temen lo mismo, según las investigaciones sociológicas.

La caja de Pandora que ha abierto el rey es amenazante, inquietante y portadora de muchos infortunio y enfrentamientos entre las dos viejas Españas, ahora resucitadas con insensatez por las izquierdas, el fin de la concordia y el perdón que presidieron el espíritu de la Transición y un loco e insólito avance hacia la desintegración del país y el retroceso económico, consecuencia de la presencia del comunismo en el gobierno y de sus políticas de impuestos elevados, control de las libertades y derechos y agresiones contra la propiedad privada, las empresas y las libertades individuales.

Todo lo que ocurra en adelante llevará, indefectiblemente, el visto bueno de la Corona y el sello personal de Su Majestad, que quizás sea el último Borbón porque los que van a gobernar ahora España, si Sánchez consigue seducirlos, son republicanos y entre sus muchos objetivos de cambio figura instaurar la Tercera República.


Francisco Rubiales


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Jueves, 12 de Diciembre 2019
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COMENTARIOS:

1.Publicado por vanlop el 12/12/2019 08:06

La duda que nos queda es si esto lo ha hecho por iniciativa suya o se lo han impuesto los que mandan. Esto se resolverá no antes de dos siglos, así que nos quedaremos con la duda.

A Trump no le va a gustar, veremos que pasa. Pero es que no va a encontrar apoyos en ninguna potencia, tal vez los 'socios' europeos le apoyen, ya sabemos para qué.

En cualquier caso, será el último rey de España. Triste paso a la Historia.

El primer Austria fue Carlos I, el último, Calos II. El primer Borbón, Felipe V, el último?, Felipe VI. Curioso.


2.Publicado por Julia el 12/12/2019 08:18
Mi primera palabra que pronuncié cuando escuché al Sánchez anoche, fue: qué cobarde es Felipe VI. No sé quién asesora al Monarca, pero está claro que es un Republicano disfrazado de asesor de la Monarquía. Ahora bien, no nos extrañemos porque está claro que la izquierda republicana se vale de las artimañas más desleales con tal de conseguir el poder. Así pues, Monarquía caput...lo siento por Leonor y también por los españoles. A partir de ahora sí que vamos a saber qué se siente cuando no tienes un Jefe de Estado que mire por los que no nos gusta que nos digan como hay que pensar, hacer, o decir. Realmente no solo nos van a atracar con impuestos para mantener a tanto ladrón, lo peor será perder nuestra libertad, sí esa libertad que pensábamos que habíamos adquirido con la Democracia, porque señores yo sí que creo en la Democracia, el lanar no ha entendido nada de para qué sirve la misma: sirve para que nadie nos dicte como tenemos que pensar, hacer o decir. Alguien me ha dicho últimamente para imponerme una obligación en estas fiestas navideñas: "ja, ja, ja, la vida es así", a lo que yo le he replicado: no la vida es lo que uno quiere que sea; y esa persona ha seguido con su carcajada porque sabe que por obligación voy a tener que hacer lo que ella me imponga. Pues imaginénse cuando entre la Dictadura de la izquierda republicana. No vamos a tener ningún punto por dónde escapar......


3.Publicado por francisco.lopez.roma@gmail.com el 12/12/2019 08:47
El problema no es que desaparezca la Monarquía, que al fin y al cabo prácticamente no sirve para nada. El problema no es que se vaya a romper la unidad de España como nación, que ya también prácticamente es un conjunto de territorios autónomos que cada uno actúa como quiere en el sistema educativo, la sanidad, las normas administrativas para las empresas, etc., etc. El problema no es que la Guardia Civil, la Policía Nacional, y la Justicia dejen de actuar en toda España porque ya prácticamente ocurre en País Vasco, y a punto lo está en Navarra.

El problema tampoco está en que el gobierno de Sanchez implante cada vez mas "impuestos elevados, control de las libertades y derechos y agresiones contra la propiedad privada, las empresas y las libertades individuales.", porque eso ya lo ha empezado ha hacer desde que gobierna.

El gran problema de todos los españoles (o hispanos) es que los políticos han tomado ya todo el poder en todos sitios, y que el Rey que era el único no político que estaba en el sistema institucional pues ya ejerce como tal no porque él quiera ser político, sino que simplemente se limita a hacer el paripé y no hace nada que se salga del guión de los políticos.

Cada lugar tiene su político, todo está controlado por sus decisiones, y no por mucho que diga que son "representantes" del pueblo no los considero como tales. Representan a sus partidos, a sus intereses partidistas y partidarios y nada más. Los partidos políticos no son el pueblo, no son la gente, incluso diría que no son los que los votan. Y como muy bien dice el escrito "el Rey rey se ha negado a escuchar las muchas voces que querían abrirle los ojos y los oídos", se ha limitado a hacer cómo que él decide pero no es quién lo hace.


4.Publicado por pasmao el 12/12/2019 13:05
Buenos días Don Francisco

A mi no me ha decepcionado.

Uno está cansado de esos consejos "a posteriori", incluidos esos socialistas "sensatos", empresarios adictos al BOE, jueces estilo Marchena (de los de estilo Garzón ya sabemos que no se puede esperar nada), de Conferencias Episcopales que ya tiene manos (de tanto lavárselas), de Partidos Populares promotores de Podemos y cómplices de nazionalistas (hasta hace 3/4 de hora)..

Todos ellos coresponsables de hoz y coz en lo que se nos avecina.

Si el Rey tiene que contar con esos "apoyos" para enfrentarse a este infierno, yo entiendo perfectamente su actitud.

un cordial saludo


5.Publicado por José Roberto Roca Torregrosa el 12/12/2019 15:25
...y la chacha ( como la llama media Europa) con delantal blanco, controlando


6.Publicado por MARIANO DEL PINO BODAS el 12/12/2019 23:44
COMPAÑEROS Y COMPAÑERAS,TENEMOS UNA MONARQUÍA,PARLAMENTARIA,Y EL REY NO PUEDE HACER NADA ANTE LA SITUACIÓN,EN LA MONARQUÍA,QUE TENEMOS,EL REY ESTA PARA REINAR,Y EL GOBIERNO PARA GOBERNAR,ESTO NOS LO COLOCARON EN EL 1978,CON LA CONSTITUCIÓN,QUE SE VOTO LA CONSTITUCIÓN PUEDE SER CON MONARQUÍA,O REPÚBLICA,DE MOCRATICA,Y NOS COLOCARON MONARQUÍA SIN VOTARLA,ESA FUE LA QUE DEJO FRANCO,CUANDO DIJO LO DEJO ATADO Y BIEN ATADO,PERO JUAN CARLOS I Y FELIPE GONZALE,SE LO PASARON POR EL ARCO DEL TRIUNFO,Y AHORA SOLO NOS QUEDA,UN REFERÉNDUM,Y SI ES PARA MONARQUÍA,LA QUE MEJOR NOVA,MONARQUÍA,CONSTITUCIONAL,O HÍBRIDA,PORQUE ES DONDE EL REY TIENE PODER EN LAS CÁMARAS DEL CONGRESO,Y GOBERNARÍA COMO REY,CON PODERES EN LOS DOS SITIOS,Y SI ES REPÚBLICA,DEMOCRÁTICA,ESA ES COMO JEFE DE ESTADO PERO EL PUEBLO ELIJE AL GOBIERNO,Y CADA 5 O 6 AÑOS AL JEFE DE ESTADO,PERO ESTA NOS LA COLOCARON,DESDE EL 1976,PARA CA ENTRE FELIPE GONZALE,Y JUAN CARLOS I QUE TODO LO QUE FRANCO LE ENSEÑO SE LE OLVIDO NO QUISO ACORDARSE DE ELLO PERO YO SI PIDO A DIOS Y A TODOS LOS ESPAÑOLES QUE SE PIDA UN REFERÉNDUM,PARA ELEGIR LO QUE EL PUEBLO QUERAMOS,Y SINO ESPAÑA Y NOSOTROS,DESCANSEMOS EN PAZ


El rey Felipe nos ha decepcionado http://xfru.it/MhysSq
 
Presentación del libro de Javier Torrox "Golpe a la nación".
Explica cómo gentes que han conseguido acceso a posiciones de poder en el aparato del Estado está desde ahí maniobrando para destruir a la Nación española y, con ella, la soberanía del pueblo español, el ordenamiento legal y las garantías jurídicas de los ciudadanos (sustituidas progresivamente por la arbitrariedad).




Y de cómo quiénes están dando ese golpe a la Nación española desde dentro están al servicio de proyectos transnacionales o en complicidad con potencias extranjeras.


 
LA CAMPAÑA CONTRA LA NACIÓN ESPAÑOLA Y CONTRA LAS OBRAS DE ROCA BAREA

* * * ***

A propósito del libro de María Elvira Roca Barea, Imperiofobia y leyenda negra, ed. Siruela, 2016.


Pedro Insua

15 octubre, 2017

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El estado comete, pues, falta, cuando cumple o tolera actos susceptibles de arrastrarle a su propia ruina […]. Para que un Estado permanezca libre debe continuar haciéndose temer y respetar, si no deja de ser un Estado…” (Espinosa, Tratado político, pp. 167-168)

El libro de María Elvira Roca Barea se está convirtiendo en un fenómeno editorial realmente llamativo -va por su 8ª edición en sus primeros meses-, coincidiendo además con un momento muy crítico, como cualquiera puede reconocer, del presente político español.

Atravesamos una de las crisis políticas sin duda más agudas y profundas desde la guerra civil española, con un riesgo cierto, tras el desafío separatista planteado por parte del catalanismo, de fragmentación de la nación española. Un catalanismo que, si se ha filtrado en el cuerpo político español, en sus instituciones representativas, lo ha hecho respaldado, precisamente, por el singular fenómeno ideológico del que trata el libro de Roca Barea. Porque, en efecto, uno de los mecanismos ideológicos más persistentes que alimentan el separatismo y que permiten su fácil propagación (a pesar de la debilidad de sus fundamentos) es justamente esa «imperiofobia», que ha cristalizado en forma de «leyenda negra», y que viene acompañando al nombre de España desde el siglo XV.

Una leyenda negra desde la que se dibuja a España como una especie de forma histórica monstruosa, teratológica, tan vitanda y detestable que más hubiera valido que no hubiera existido nunca. La España actual, de existir, es para estos relatos algo así como un residuo imperialista, impositivo y tiránico (con Castilla como artífice), por cuya constitución «antidemocrática» se ha subyugado (incluso expulsado y aniquilado) a los distintos «pueblos libres» que vivían felices, arcádicamente, en la península, siendo así que, al ser incorporados como partes de España, sufrieron una integración forzosa (o forzada) que los redujo a la servidumbre. Es, en definitiva, esta identidad violenta, tiránica, negra de España lo único que justifica su unidad (lo único «español» propiamente dicho sería así «el Estado», represor, castigador, vigilante, por hablar en términos foucaultianos).

En este sentido, creemos, en pocos países, quizás en ninguno, ni siquiera en los EEUU, el autodesprecio inducido es tan penetrante, profundo y duradero como lo es en la sociedad española, en la que apenas existe institución, desde la escuela hasta los parlamentos reunidos en asamblea, en la que no se dé cuenta, con distorsión y tendenciosidad, de la negra identidad que España representa en relación a su historia, saliendo además siempre muy mal parada al contrastarla con otras sociedades del entorno de historia similar (Gran Bretaña, Francia, Alemania). Y es que España, desde esa perspectiva negrolegendaria, queda íntegramente identificada con la España imperial, inquisitorial, católica, retrógrada, reaccionaria, franquista, &…antidemocrática, en fin, y cuya unidad no se sostiene si no como Leviathán artificioso y horrible, como imaginaria «prisión de naciones» de la que hay que huir una vez que sus barrotes se afinan y ablandan con los procesos, inevitables por lo visto, de «transición» hacia «la democracia» (la fórmula de «España, prisión de naciones» es una mimesis de la que Marx y Engels, con más o menos acierto, habían aplicado a la Rusia de los zares).

Muchos creen, pues, desde tales presupuestos, que una vez disuelta dicha negra identidad de España en la «plenitud democrática», también debiera igualmente disolverse su unidad, dejando paso a las «auténticas naciones» («Catalunya», «Euskal Herria», «Galiza»… ), se supone prehispanas y surgidas in illo tempore, que el «Estado español» mantuvo secularmente oprimidas y tiranizadas hasta ahora, y cuya afirmación nacional («derecho de autodeterminación») hace del todo inviable la unidad de España.

Es por tanto llamativo, por escandaloso, solo comprensible por la asunción del relato negrolegendario y de la mentira histórica, que sea sobre todo desde el interior de España desde donde con más insistencia se hable, bien directamente de la inexistencia de España, bien de una esencia tan despreciable que sería mejor que dejase de existir
. Porque este es el sentido de la proposición «España no existe» predicada una y otra vez desde muchas instituciones y magistraturas españolas, una proposición que, de esta manera, se sitúa más en el plano del «deber ser» programático que en el del «ser» fáctico: no es que España no exista, es que España debe no existir, esto es, debe perecer como Nación dejando paso a la «libre determinación de los pueblos» por ella oprimidos.

Una negación anticonstitucional que va acompañada, por la propia lógica del relato negrolegendario y según estamos viviendo estos días, de la pretensión, igualmente anticonstitucional, de conseguir el reconocimiento del título de Nación para alguna de las regiones españolas (incluso para varias reunidas -«Euskal Herria»-, o para todas, -esto es, para cada una-), negándoselo así a España.

Porque, en efecto, una vez retirada la venda del armonismo pánfilo que tapa los ojos de muchos españoles, afirmar la existencia de Cataluña, Galicia, Vascongadas, &… como naciones políticas, aunque sea en ciernes, supone, eo ipso, negarle a España su carácter nacional (omnis auto-determinatio est negatio), de la misma manera que afirmar el carácter de España como nación es, desde luego, negar que una parte suya lo sea, sea una nación (como ocurre u ocurriría, por otro lado, con cualquier otra sociedad política constituida nacionalmente).

Ello significa que negar el carácter nacional de España, afirmándolo para alguna de sus partes, es, directamente, amenazar la soberanía de una Nación, como es la española, ya constituida y reconocida (y no al revés, puesto que jamás esas partes se han constituido en todos nacionales), una amenaza que procede, y esto es lo grave, y realmente sui generis, no del exterior ni tampoco de facciones más o menos marginales, sino, insistimos, de grupos que ocupan asiento en los órganos representativos de la propia soberanía nacional española.

Una pretensión
anticonstitucional, pues, la del carácter nacional de algunas regiones de España, que es defendida principalmente, así figura en sus programas, por los llamados «partidos nacionalistas» (muchos de ellos con representación en Las Cortes), pero también, y esto agrava extraordinariamente la situación, por otras formaciones, como son Unidos-Podemos (también con asiento en las Cortes) y el propio PSOE, que apoyan, cuando no directamente alimentan, esa misma pretensión al reconocer, por ejemplo vía federalista, la «identidad nacional» de muchas de esas regiones (aunque después, contradictoriamente, también se afirme desde esos partidos, bien que sotovoce, o en los márgenes de tales partidos, el carácter nacional de España).

Como consecuencia de la fuerte implantación institucional de esta posición antinacional-española (España representa lo peor políticamente hablando y lo mejor que se puede hacer es desentenderse de ella, si no directamente atacarla atentando contra la soberanía nacional española), ocurre un curioso fenómeno sociológico, muy generalizado en España, según el cual el que afirme lo contrario, es decir, quien afirme la existencia de España, ya no su defensa, sino su mera existencia como Nación soberana, se considerará automáticamente «españolista» o «nacionalista español», alineado con la «extrema derecha» y el «fascismo» sea como fuera que lo justifique. Y es que, se supone, quien defiende la existencia de España está comprometiéndose con su esencia, una esencia siempre sobreentendida por el secesionismo y sus cómplices como antidemocrática, tiránica, «fascista», es decir, una esencia tal como es definida desde la leyenda negra.

Ocurre pues, en España, algo muy singular y anómalo, solo explicable a través de los análisis que, de un modo ejemplar, ofrece Roca Barea en su libro: la mera afirmación de la soberanía nacional española, de la cual emanan los poderes del Estado y su propia forma democrática, es atacada por para muchos, con asiento –insistimos- en organismos oficiales, como una amenaza para la "convivencia democrática" porque, en seguida, refluyen esos mecanismos ideológicos negrolegendarios que sitúan a España, revival de la España imperial («Una, grande y libre»), en la antidemocracia.

En definitiva, para una buena parte de la sociedad española adoctrinada en esta autodenigración negrolegendaria España y Democracia son incomposibles, dioscúricas, como el Javert y el Valjean de Los Miserables: si España existe es porque todavía no hay suficiente democracia; si la Democracia es plena, entonces es porque España ha desaparecido del mapa peninsular.

Una sociedad española que convive con un autodesprecio tan intenso y beligerante, con una idea tan negativa de España, derivados de la imperiofobia y la leyenda negra, hace que su consistencia como sociedad política esté ahora mismo inevitablemente en cuestión, en riesgo cierto de fragmentación. El libro de Roca Barea ofrece las claves, sine ira et studio, de la formación de ese autodesprecio, único modo, en fin, de empezar a combatirlo. Un combate que es, ya, pura supervivencia nacional.


















 
LA CAMPAÑA CONTRA LA NACIÓN ESPAÑOLA Y CONTRA LAS OBRAS DE ROCA BAREA

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A propósito del libro de María Elvira Roca Barea, Imperiofobia y leyenda negra, ed. Siruela, 2016.


Pedro Insua

15 octubre, 2017

Ver el archivo adjunto 1266863

El estado comete, pues, falta, cuando cumple o tolera actos susceptibles de arrastrarle a su propia ruina […]. Para que un Estado permanezca libre debe continuar haciéndose temer y respetar, si no deja de ser un Estado…” (Espinosa, Tratado político, pp. 167-168)

El libro de María Elvira Roca Barea se está convirtiendo en un fenómeno editorial realmente llamativo -va por su 8ª edición en sus primeros meses-, coincidiendo además con un momento muy crítico, como cualquiera puede reconocer, del presente político español.

Atravesamos una de las crisis políticas sin duda más agudas y profundas desde la guerra civil española, con un riesgo cierto, tras el desafío separatista planteado por parte del catalanismo, de fragmentación de la nación española. Un catalanismo que, si se ha filtrado en el cuerpo político español, en sus instituciones representativas, lo ha hecho respaldado, precisamente, por el singular fenómeno ideológico del que trata el libro de Roca Barea. Porque, en efecto, uno de los mecanismos ideológicos más persistentes que alimentan el separatismo y que permiten su fácil propagación (a pesar de la debilidad de sus fundamentos) es justamente esa «imperiofobia», que ha cristalizado en forma de «leyenda negra», y que viene acompañando al nombre de España desde el siglo XV.

Una leyenda negra desde la que se dibuja a España como una especie de forma histórica monstruosa, teratológica, tan vitanda y detestable que más hubiera valido que no hubiera existido nunca. La España actual, de existir, es para estos relatos algo así como un residuo imperialista, impositivo y tiránico (con Castilla como artífice), por cuya constitución «antidemocrática» se ha subyugado (incluso expulsado y aniquilado) a los distintos «pueblos libres» que vivían felices, arcádicamente, en la península, siendo así que, al ser incorporados como partes de España, sufrieron una integración forzosa (o forzada) que los redujo a la servidumbre. Es, en definitiva, esta identidad violenta, tiránica, negra de España lo único que justifica su unidad (lo único «español» propiamente dicho sería así «el Estado», represor, castigador, vigilante, por hablar en términos foucaultianos).

En este sentido, creemos, en pocos países, quizás en ninguno, ni siquiera en los EEUU, el autodesprecio inducido es tan penetrante, profundo y duradero como lo es en la sociedad española, en la que apenas existe institución, desde la escuela hasta los parlamentos reunidos en asamblea, en la que no se dé cuenta, con distorsión y tendenciosidad, de la negra identidad que España representa en relación a su historia, saliendo además siempre muy mal parada al contrastarla con otras sociedades del entorno de historia similar (Gran Bretaña, Francia, Alemania). Y es que España, desde esa perspectiva negrolegendaria, queda íntegramente identificada con la España imperial, inquisitorial, católica, retrógrada, reaccionaria, franquista, &…antidemocrática, en fin, y cuya unidad no se sostiene si no como Leviathán artificioso y horrible, como imaginaria «prisión de naciones» de la que hay que huir una vez que sus barrotes se afinan y ablandan con los procesos, inevitables por lo visto, de «transición» hacia «la democracia» (la fórmula de «España, prisión de naciones» es una mimesis de la que Marx y Engels, con más o menos acierto, habían aplicado a la Rusia de los zares).

Muchos creen, pues, desde tales presupuestos, que una vez disuelta dicha negra identidad de España en la «plenitud democrática», también debiera igualmente disolverse su unidad, dejando paso a las «auténticas naciones» («Catalunya», «Euskal Herria», «Galiza»… ), se supone prehispanas y surgidas in illo tempore, que el «Estado español» mantuvo secularmente oprimidas y tiranizadas hasta ahora, y cuya afirmación nacional («derecho de autodeterminación») hace del todo inviable la unidad de España.

Es por tanto llamativo, por escandaloso, solo comprensible por la asunción del relato negrolegendario y de la mentira histórica, que sea sobre todo desde el interior de España desde donde con más insistencia se hable, bien directamente de la inexistencia de España, bien de una esencia tan despreciable que sería mejor que dejase de existir
. Porque este es el sentido de la proposición «España no existe» predicada una y otra vez desde muchas instituciones y magistraturas españolas, una proposición que, de esta manera, se sitúa más en el plano del «deber ser» programático que en el del «ser» fáctico: no es que España no exista, es que España debe no existir, esto es, debe perecer como Nación dejando paso a la «libre determinación de los pueblos» por ella oprimidos.

Una negación anticonstitucional que va acompañada, por la propia lógica del relato negrolegendario y según estamos viviendo estos días, de la pretensión, igualmente anticonstitucional, de conseguir el reconocimiento del título de Nación para alguna de las regiones españolas (incluso para varias reunidas -«Euskal Herria»-, o para todas, -esto es, para cada una-), negándoselo así a España.

Porque, en efecto, una vez retirada la venda del armonismo pánfilo que tapa los ojos de muchos españoles, afirmar la existencia de Cataluña, Galicia, Vascongadas, &… como naciones políticas, aunque sea en ciernes, supone, eo ipso, negarle a España su carácter nacional (omnis auto-determinatio est negatio), de la misma manera que afirmar el carácter de España como nación es, desde luego, negar que una parte suya lo sea, sea una nación (como ocurre u ocurriría, por otro lado, con cualquier otra sociedad política constituida nacionalmente).

Ello significa que negar el carácter nacional de España, afirmándolo para alguna de sus partes, es, directamente, amenazar la soberanía de una Nación, como es la española, ya constituida y reconocida (y no al revés, puesto que jamás esas partes se han constituido en todos nacionales), una amenaza que procede, y esto es lo grave, y realmente sui generis, no del exterior ni tampoco de facciones más o menos marginales, sino, insistimos, de grupos que ocupan asiento en los órganos representativos de la propia soberanía nacional española.

Una pretensión
anticonstitucional, pues, la del carácter nacional de algunas regiones de España, que es defendida principalmente, así figura en sus programas, por los llamados «partidos nacionalistas» (muchos de ellos con representación en Las Cortes), pero también, y esto agrava extraordinariamente la situación, por otras formaciones, como son Unidos-Podemos (también con asiento en las Cortes) y el propio PSOE, que apoyan, cuando no directamente alimentan, esa misma pretensión al reconocer, por ejemplo vía federalista, la «identidad nacional» de muchas de esas regiones (aunque después, contradictoriamente, también se afirme desde esos partidos, bien que sotovoce, o en los márgenes de tales partidos, el carácter nacional de España).

Como consecuencia de la fuerte implantación institucional de esta posición antinacional-española (España representa lo peor políticamente hablando y lo mejor que se puede hacer es desentenderse de ella, si no directamente atacarla atentando contra la soberanía nacional española), ocurre un curioso fenómeno sociológico, muy generalizado en España, según el cual el que afirme lo contrario, es decir, quien afirme la existencia de España, ya no su defensa, sino su mera existencia como Nación soberana, se considerará automáticamente «españolista» o «nacionalista español», alineado con la «extrema derecha» y el «fascismo» sea como fuera que lo justifique. Y es que, se supone, quien defiende la existencia de España está comprometiéndose con su esencia, una esencia siempre sobreentendida por el secesionismo y sus cómplices como antidemocrática, tiránica, «fascista», es decir, una esencia tal como es definida desde la leyenda negra.

Ocurre pues, en España, algo muy singular y anómalo, solo explicable a través de los análisis que, de un modo ejemplar, ofrece Roca Barea en su libro: la mera afirmación de la soberanía nacional española, de la cual emanan los poderes del Estado y su propia forma democrática, es atacada por para muchos, con asiento –insistimos- en organismos oficiales, como una amenaza para la "convivencia democrática" porque, en seguida, refluyen esos mecanismos ideológicos negrolegendarios que sitúan a España, revival de la España imperial («Una, grande y libre»), en la antidemocracia.

En definitiva, para una buena parte de la sociedad española adoctrinada en esta autodenigración negrolegendaria España y Democracia son incomposibles, dioscúricas, como el Javert y el Valjean de Los Miserables: si España existe es porque todavía no hay suficiente democracia; si la Democracia es plena, entonces es porque España ha desaparecido del mapa peninsular.

Una sociedad española que convive con un autodesprecio tan intenso y beligerante, con una idea tan negativa de España, derivados de la imperiofobia y la leyenda negra, hace que su consistencia como sociedad política esté ahora mismo inevitablemente en cuestión, en riesgo cierto de fragmentación. El libro de Roca Barea ofrece las claves, sine ira et studio, de la formación de ese autodesprecio, único modo, en fin, de empezar a combatirlo. Un combate que es, ya, pura supervivencia nacional.









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