Elecciones en Estados Unidos 2020

Luces y sombras de una frágil democracia en unas elecciones históricas​

Los riesgos de una noche electoral sin vencedor claro en estados clave proyectan el miedo a un caos similar al vivido en Florida en 2020
Seguidores de Donald Trump, en un acto en Newtown (Pensilvania).

Seguidores de Donald Trump, en un acto en Newtown (Pensilvania).EFE

PREMIUM
Sábado, 31 octubre 2020 - 22:41
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"Si Donald Trump es reelegido", explica el historiador de la Universidad de San Diego y experto en la caída del imperio romano, "las normas y límites de la democracia estadounidense desaparecerán por completo". Aunque gane Joe Biden, añade, el deterioro de la república es ya tan grave "que la recuperación llevará mucho tiempo".
"Es la elección más importante en la historia estadounidense", afirma Charles Kupchan, ex diplomático y profesor de Georgetown. Porque los EEUU hoy, a diferencia de encrucijadas anteriores, "son el país más poderoso del mundo".
"Internacionalmente, es un momento histórico mundial", señala John Ikenberry, de Princeton, autor de A World safe for democracy. "Si gana Donald Trump, todo el orden liberal de posguerra seguirá deshaciéndose y los aliados de EEUU.'.. empezarán a hacer otros planes".
Joseph Nye, de Harvard, coincide: "Cuatro años podemos contener el aliento, ocho son demasiados". Si Trump es reelegido o logra hacerse con el poder impugnando los resultados y acusando de cometer fraude a los demócratas, "habrá un divorcio formal de Europa y de Occidente", advierte el ex embajador en la OTAN Ivo Daalder.
Cincuenta y ocho veces han elegido presidente en Estados Unidos en sus 244 años de historia, 231 desde la primera elección presidencial en 1789. En la cuarta, en 1800, Aaron Burr y Thomas Jefferson empataron y la Cámara de Representantes federal necesitó 36 votaciones para romper el empate.
En 1824, aunque Andrew Jackson ganó el voto popular y el electoral, no consiguió los 131 votos electorales necesarios (hoy se necesitan 270), por lo que volvió a decidir la Cámara Baja, que dio la victoria a su adversario, John Quincy Adams.
En 1824 tres estados del sur -Florida, Luisiana y Carolina del Sur-, con gobernadores y congresos de distintos partidos, fueron incapaces de ponerse de acuerdo en los delegados electorales y acabó eligiendo presidente a Rutherford Hayes por 8 a 7 una comisión de 15 representantes del Senado, la Cámara de Representantes y el Supremo.

De los 23.507 electores elegidos en las 58 presidenciales hasta hoy, sólo noventa han votado por candidatos distintos al ganador de más votos populares en sus estados (63 en 1872 y 10 en 2016). Este año el Colegio Electoral debe confirmar los resultados el 14 de diciembre y el nuevo Congreso, que toma posesión el 3 de enero, ratificarlos tres días después.
En 2000, tras 36 días de incertidumbre, el Supremo acabó dando la victoria por 537 votos en Florida a George Bush hijo en un proceso que no dudé en calificar en estas páginas de EL MUNDO de "pucherazo".
El escenario más caótico del día después (4 de noviembre) este año, es que, si no hay un vencedor claro, en estados decisivos como Michigan, Carolina del Norte, Pensilvania y Wisconsin, con gobernadores demócratas y legislativos bajo control republicano, cada poder certifique la victoria de distintos electores.
La ley en vigor, de 1887 (Electoral Count Act), no deja clara la solución y aumentaría el riesgo de nuevo pucherazo, con una pandemia devastadora, una caótica descentralización electoral, una población completamente dividida, la confianza en las instituciones por los suelos y miles de normas diferentes según los estados, condados o precintos.
Más allá de la pandemia, que ha cambiado por completo la campaña desde marzo, la preocupación número uno de millones de estadounidenses hoy no son la economía o los impuestos, sino si su voto llegará a tiempo y se escrutará correctamente o se perderá en los vericuetos de un sistema político muy polarizado, con centenares de recursos ya en los tribunales, y de un sistema electoral lleno de trampas.
Vigilados de cerca por medio centenar de observadores de la OSCE, invitados por el departamento de Estado y desplegados por todo el país, los jueces -el estamento en el que Trump ha dejado mayor huella durante su primer mandato- van tomando decisiones y algunas de ellas, las más importantes, acabarán en un Supremo con una mayoría conservadora de 6 a 3 tras la confirmación, la semana pasada, de Amy Coney Barrett, la tercera magistrada elegida por el actual presidente.
En Wisconsin y Michigan no se podrán contar las papeletas que lleguen después del 3 de noviembre. En Pensilvania sólo las que se reciban hasta tres días después. En Texas no se podrá corregir el voto rechazado por problemas con la firma. En el distrito de Houston, con mayoría clara demócrata, un tribunal ha prohibido enviar papeletas a los electores que no las reclamen. Los tribunales de Florida condicionan desde 2018 el voto de los presos al pago de todas sus deudas y multas.

INCERTIDUMBRE​

El primer responsable de la incertidumbre sobre la legalidad y la legitimidad de los comicios es Donald Trump, que, frustrado por el impacto devastador de la pandemia y siempre por detrás en las encuestas, sigue sin comprometerse con una transición pacífica, animando a las milicias de ultraderecha a "estar vigilantes" y calificando de "fraudulenta" la votación anticipada, presencial o por correo, en la que este fin de semana ya habían ejercido su derecho unos 80 millones, más de la mitad de los electores previstos en 2020 (unos 138 millones votaron en 2016).
"El presidente ha preparado el terreno para una batalla legal si pierde las elecciones", advierte John Cassidy en la revista New Yorker. "Si los resultados del 3 de noviembre le son favorables, pero van cambiando en los días siguientes con la suma de millones de votos por correo, puede exigir que se certifiquen como válidos sólo los del 3 de noviembre", dice Edward Foley, profesor de derecho en la universidad estatal de Ohio.
Algunos congresos con mayorías republicanas podrían, en el peor de los escenarios, intentar ignorar los resultados con las bendiciones de Trump, haciendo una interpretación torticera del artículo 2 de la Constitución, y nombrar los electores que les convengan.
Sería una crisis constitucional en toda regla y aceleraría el deterioro de la democracia estadounidense denunciado desde hace años por instituciones tan relevantes como Freedom House, el Economist Democratic Index o el Estado Global de la Democracia de IDEA (véase apoyo).
Uno de los think tanks más conservadores, la Heritage Foundation, ha estudiado el voto por correo en Oregón desde 1998 y solo ha encontrado 14 casos de fraude. La Universidad de Stanford ha analizado las votaciones desde 1996 y ha concluido que el voto por correo no aumenta el riesgo de errores y, en cambio, ha multiplicado por dos en estados como California la participación de negros e hispanos, un dato que este año no favorece a Trump.
Conscientes del peligro, numerosos grupos independientes y los medios de comunicación más importantes han multiplicado sus esfuerzos en 2020 para educar a los electores, luchar contra la desinformación en las redes, defenderse del acoso de los radicales en los centros de votación, reducir los errores y anomalías en los censos y bases de datos, y frenar los numerosos intentos de Trump para sabotear el servicio nacional de correos (US Postal Service).

Deterioro gradual desde 2016​

Aunque reconoce sus elecciones como libres, el Índice Democrático del Economist incluye desde 2016, el último año de Obama en la Casa Blanca, a los EEUU entre las "democracias frágiles" (flawed) del mundo.
En su último informe (Freedom in the World 2020), Freedom House da a los EEUU 86 puntos, ocho menos que en 1994 y seis menos que a España. Lo suspende (3 de 10) en derechos políticos.
Según el último informe sobre Democracia Global de IDEA, desde 2012 en los EEUU se han deteriorado los indicadores de calidad/limpieza electoral: dificultades de las minorías, manipulación de censos (gerrymandering), opacidad de la financiación de campañas (más de 11.000 millones de dólares este año), colegio electoral transnochado, injerencia exterior, identificación de votantes....
 

Luces y sombras de una frágil democracia en unas elecciones históricas​

Los riesgos de una noche electoral sin vencedor claro en estados clave proyectan el miedo a un caos similar al vivido en Florida en 2020
Seguidores de Donald Trump, en un acto en Newtown (Pensilvania).

Seguidores de Donald Trump, en un acto en Newtown (Pensilvania).EFE

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Sábado, 31 octubre 2020 - 22:41
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"Si Donald Trump es reelegido", explica el historiador de la Universidad de San Diego y experto en la caída del imperio romano, "las normas y límites de la democracia estadounidense desaparecerán por completo". Aunque gane Joe Biden, añade, el deterioro de la república es ya tan grave "que la recuperación llevará mucho tiempo".
"Es la elección más importante en la historia estadounidense", afirma Charles Kupchan, ex diplomático y profesor de Georgetown. Porque los EEUU hoy, a diferencia de encrucijadas anteriores, "son el país más poderoso del mundo".
"Internacionalmente, es un momento histórico mundial", señala John Ikenberry, de Princeton, autor de A World safe for democracy. "Si gana Donald Trump, todo el orden liberal de posguerra seguirá deshaciéndose y los aliados de EEUU.'.. empezarán a hacer otros planes".
Joseph Nye, de Harvard, coincide: "Cuatro años podemos contener el aliento, ocho son demasiados". Si Trump es reelegido o logra hacerse con el poder impugnando los resultados y acusando de cometer fraude a los demócratas, "habrá un divorcio formal de Europa y de Occidente", advierte el ex embajador en la OTAN Ivo Daalder.
Cincuenta y ocho veces han elegido presidente en Estados Unidos en sus 244 años de historia, 231 desde la primera elección presidencial en 1789. En la cuarta, en 1800, Aaron Burr y Thomas Jefferson empataron y la Cámara de Representantes federal necesitó 36 votaciones para romper el empate.
En 1824, aunque Andrew Jackson ganó el voto popular y el electoral, no consiguió los 131 votos electorales necesarios (hoy se necesitan 270), por lo que volvió a decidir la Cámara Baja, que dio la victoria a su adversario, John Quincy Adams.
En 1824 tres estados del sur -Florida, Luisiana y Carolina del Sur-, con gobernadores y congresos de distintos partidos, fueron incapaces de ponerse de acuerdo en los delegados electorales y acabó eligiendo presidente a Rutherford Hayes por 8 a 7 una comisión de 15 representantes del Senado, la Cámara de Representantes y el Supremo.

De los 23.507 electores elegidos en las 58 presidenciales hasta hoy, sólo noventa han votado por candidatos distintos al ganador de más votos populares en sus estados (63 en 1872 y 10 en 2016). Este año el Colegio Electoral debe confirmar los resultados el 14 de diciembre y el nuevo Congreso, que toma posesión el 3 de enero, ratificarlos tres días después.
En 2000, tras 36 días de incertidumbre, el Supremo acabó dando la victoria por 537 votos en Florida a George Bush hijo en un proceso que no dudé en calificar en estas páginas de EL MUNDO de "pucherazo".
El escenario más caótico del día después (4 de noviembre) este año, es que, si no hay un vencedor claro, en estados decisivos como Michigan, Carolina del Norte, Pensilvania y Wisconsin, con gobernadores demócratas y legislativos bajo control republicano, cada poder certifique la victoria de distintos electores.
La ley en vigor, de 1887 (Electoral Count Act), no deja clara la solución y aumentaría el riesgo de nuevo pucherazo, con una pandemia devastadora, una caótica descentralización electoral, una población completamente dividida, la confianza en las instituciones por los suelos y miles de normas diferentes según los estados, condados o precintos.
Más allá de la pandemia, que ha cambiado por completo la campaña desde marzo, la preocupación número uno de millones de estadounidenses hoy no son la economía o los impuestos, sino si su voto llegará a tiempo y se escrutará correctamente o se perderá en los vericuetos de un sistema político muy polarizado, con centenares de recursos ya en los tribunales, y de un sistema electoral lleno de trampas.
Vigilados de cerca por medio centenar de observadores de la OSCE, invitados por el departamento de Estado y desplegados por todo el país, los jueces -el estamento en el que Trump ha dejado mayor huella durante su primer mandato- van tomando decisiones y algunas de ellas, las más importantes, acabarán en un Supremo con una mayoría conservadora de 6 a 3 tras la confirmación, la semana pasada, de Amy Coney Barrett, la tercera magistrada elegida por el actual presidente.
En Wisconsin y Michigan no se podrán contar las papeletas que lleguen después del 3 de noviembre. En Pensilvania sólo las que se reciban hasta tres días después. En Texas no se podrá corregir el voto rechazado por problemas con la firma. En el distrito de Houston, con mayoría clara demócrata, un tribunal ha prohibido enviar papeletas a los electores que no las reclamen. Los tribunales de Florida condicionan desde 2018 el voto de los presos al pago de todas sus deudas y multas.

INCERTIDUMBRE​

El primer responsable de la incertidumbre sobre la legalidad y la legitimidad de los comicios es Donald Trump, que, frustrado por el impacto devastador de la pandemia y siempre por detrás en las encuestas, sigue sin comprometerse con una transición pacífica, animando a las milicias de ultraderecha a "estar vigilantes" y calificando de "fraudulenta" la votación anticipada, presencial o por correo, en la que este fin de semana ya habían ejercido su derecho unos 80 millones, más de la mitad de los electores previstos en 2020 (unos 138 millones votaron en 2016).
"El presidente ha preparado el terreno para una batalla legal si pierde las elecciones", advierte John Cassidy en la revista New Yorker. "Si los resultados del 3 de noviembre le son favorables, pero van cambiando en los días siguientes con la suma de millones de votos por correo, puede exigir que se certifiquen como válidos sólo los del 3 de noviembre", dice Edward Foley, profesor de derecho en la universidad estatal de Ohio.
Algunos congresos con mayorías republicanas podrían, en el peor de los escenarios, intentar ignorar los resultados con las bendiciones de Trump, haciendo una interpretación torticera del artículo 2 de la Constitución, y nombrar los electores que les convengan.
Sería una crisis constitucional en toda regla y aceleraría el deterioro de la democracia estadounidense denunciado desde hace años por instituciones tan relevantes como Freedom House, el Economist Democratic Index o el Estado Global de la Democracia de IDEA (véase apoyo).
Uno de los think tanks más conservadores, la Heritage Foundation, ha estudiado el voto por correo en Oregón desde 1998 y solo ha encontrado 14 casos de fraude. La Universidad de Stanford ha analizado las votaciones desde 1996 y ha concluido que el voto por correo no aumenta el riesgo de errores y, en cambio, ha multiplicado por dos en estados como California la participación de negros e hispanos, un dato que este año no favorece a Trump.
Conscientes del peligro, numerosos grupos independientes y los medios de comunicación más importantes han multiplicado sus esfuerzos en 2020 para educar a los electores, luchar contra la desinformación en las redes, defenderse del acoso de los radicales en los centros de votación, reducir los errores y anomalías en los censos y bases de datos, y frenar los numerosos intentos de Trump para sabotear el servicio nacional de correos (US Postal Service).

Deterioro gradual desde 2016​

Aunque reconoce sus elecciones como libres, el Índice Democrático del Economist incluye desde 2016, el último año de Obama en la Casa Blanca, a los EEUU entre las "democracias frágiles" (flawed) del mundo.
En su último informe (Freedom in the World 2020), Freedom House da a los EEUU 86 puntos, ocho menos que en 1994 y seis menos que a España. Lo suspende (3 de 10) en derechos políticos.
Según el último informe sobre Democracia Global de IDEA, desde 2012 en los EEUU se han deteriorado los indicadores de calidad/limpieza electoral: dificultades de las minorías, manipulación de censos (gerrymandering), opacidad de la financiación de campañas (más de 11.000 millones de dólares este año), colegio electoral transnochado, injerencia exterior, identificación de votantes....
 
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