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El tren como escena del crimen: 11 películas con fascinantes asesinatos sobre raíles
El tren es, posiblemente, el medio de transporte más cinematográfico que existe. Aunque fuese solo por razones históricas: está en los genes del arte desde que en 1895 los hermanos Lumière exhibiesen ante el público parisino ‘Llegada del tren a la estación de La Ciotat’.
Film que no solo provocó una profunda impresión en el público de la época, también marcó las bases de lo que hoy entendemos como profundidad de foco, el perfecto enfoque de primeros y últimos elementos de la imagen que convertía en realista el acercamiento de la locomotora hacia la cámara (y hacia los despreocupados espectadores).
Pero, además, el tren forma parte indispensable de la tradición narrativa hollywoodiense. Tras la Guerra de Secesión, la construcción del ferrocarril en terreno estadounidense supuso también una forma de coser las heridas abiertas entre bandos y volver a conectar un territorio profundamente dividido. Así, la considerada como la mayor hazaña tecnológica del siglo XIX unió Este y Oeste, aniquiló a indios y se convirtió en mito fundacional de todo el país.
Por ende, también de una forma de expresión artística aún balbuciente llamada cine, que en 1903 volvería a cogerle el gusto a las vías con ‘Asalto y robo de un tren’, de Edwin S. Porter: una de las más influyentes películas de la historia en términos de montaje y narrativa. Y también del curioso maridaje que, desde entonces, harían el crimen y las locomotoras. Con el estreno de la nueva versión de ‘Asesinato en el Orient Express’ de Kenneth Branagh, repasamos once películas que ahondan en este auténtico subgénero.
Alarma en el expreso (The Lady Vanishes, 1938)
En su penúltimo film inglés, Alfred Hitchcock realizó una verdadera virguería audiovisual rodada íntegramente en estudio y utilizando el decorado interior de un vagón de tren. Una demostración de genio que no se limitaba solo a juguetear con los límites formales del género policíaco dibujados hasta la fecha, también a insuflar en ellos discursos sociales y humor ácido de fábrica.
Durante uno de sus trayectos, el Transcontinental Express se ve obligado a parar por un temporal y ofrece a los viajeros pernoctar –verbo a reivindicar- en un hotel cercano. Allí la joven Iris Henderson (Margaret Lockwood) conoce a la señora Froy (una May Whitty que volvería a repetir con el director en 'Sospecha'). Pero cuando se reanuda el viaje, la vieja no está y todo el mundo parece ponerse de acuerdo para hacer creer a Iris que la ha imaginado. Con una premisa que recuerda a ‘Plan de vuelo: Desaparecida’ pero en locomotora, Hitchcock configura una genial intriga que, en el fondo, no se toma demasiado en serio a sí misma y basa su poder narrativo en geniales toques de humor negro ya moralmente debatibles en el 38.
Richard Fleischer nació con una pata en el mundo del cine. En el de la animación, para ser más concretos. Su padre, Max Fleischer, había creado al popular personaje animado Betty Boop y él debutaría tempranamente en la industria con una serie documental sobre la animación para la RKO. Para cuando estrenó ‘Testigo Accidental’, con poco más de treinta años, había dirigido ya once films. El del tren sería –sin duda-, su mejor película hasta la fecha, aunque luego llegarían ‘20.000 leguas de viaje submarino’ o ‘El estrangulador de Rillington Place’.
La viuda de un reconocido gánster debe llegar a Los Ángeles para testificar en un juicio que supondría un duro golpe a la mafia local. Un agente debe protegerla durante el viaje, pues no son pocos los viajeros del mismo tren que están dispuestos a que no llegue viva al juicio. Decíamos que era su obra más conseguida hasta el momento, en gran medida, por su hábil utilización de recursos: en ‘Testigo Accidental’, Fleischer convierte la limitación de movimientos de sus personajes en el interior del tren, en motor dramático insólito. Algo que su remake noventero con Gene Hackman de protagonista y Peter Hyams (el responsable de 'Timecop, policía en el tiempo') tras la cámara intentaría con un resultado bastante más cuestionable.
Deseos humanos (Human Desire, 1954)
Con ‘Los sobornados’, Glenn Ford, Gloria Grahame y Fritz Lang habían conseguido, sin proponérselo, lo que sería una de la obras clave del cine negro de siempre. Reunir a los actores y el director apenas un año después parecía ser algo fácil y digno de verse. Pero si resulta interesante ‘Deseos humanos’ es, justamente, porque en ella podemos encontrar un ejemplo primigenio de cómo la química entre artistas en el cine es tan volátil como una estrella fugaz: dura lo que dura y sólo nos queda maravillarnos cuando aparece.
‘Deseos humanos’ narra una historia de celos y muerte en un matrimonio de capa caída. Un maquinista le pide a su mujer, durante un viaje de tren, que convenza a su superior de que no le despida de la compañía ferroviaria. Pero cuando se entera de cómo lo consigue, él pierde los estribos y asesina al hombre. Y esto es solo la premisa. Lang adaptaba un texto de Émile Zola, profundo misógino que volvía una y otra vez sobre el tema de maltratar a mujeres en ferrocarriles con ‘La bestia humana’, perverso relato que también contaría con una versión de Jean Renoir y otra de Daniel Tinayre.
Los crímenes en trenes también son, a menudo, trinchera de la batalla contra el menosprecio de la voz femenina. Como pasaba con Iris Henderson en ‘Alarma en el expreso’, en ‘El tren de las 4:50’, la vieja Miss Marple cree fehacientemente que se ha cometido un asesinato en el ferrocarril de la estación de Paddington. Pero todos la ignoran.
Miss Marple, un personaje de Agatha Christie que muchos no dudan en describir como bastante más interesante que el mismísimo Poirot, nunca estuvo tan bien interpretada como en este film gracias a una Margaret Rutherford cuyo encanto y magnetismo hacía que lo que la rodeba siempre pareciese un complemento de su personalidad. El realizador, George Pollock, haría con ella una pequeña saga que, en realidad, se convirtió en una vía para la triste autoparodia con ‘Después del funeral’, ‘Asesinato a bordo’ y ‘La señora McGinty ha muerto’.
El tren es, posiblemente, el medio de transporte más cinematográfico que existe. Aunque fuese solo por razones históricas: está en los genes del arte desde que en 1895 los hermanos Lumière exhibiesen ante el público parisino ‘Llegada del tren a la estación de La Ciotat’.
Film que no solo provocó una profunda impresión en el público de la época, también marcó las bases de lo que hoy entendemos como profundidad de foco, el perfecto enfoque de primeros y últimos elementos de la imagen que convertía en realista el acercamiento de la locomotora hacia la cámara (y hacia los despreocupados espectadores).
Pero, además, el tren forma parte indispensable de la tradición narrativa hollywoodiense. Tras la Guerra de Secesión, la construcción del ferrocarril en terreno estadounidense supuso también una forma de coser las heridas abiertas entre bandos y volver a conectar un territorio profundamente dividido. Así, la considerada como la mayor hazaña tecnológica del siglo XIX unió Este y Oeste, aniquiló a indios y se convirtió en mito fundacional de todo el país.
Por ende, también de una forma de expresión artística aún balbuciente llamada cine, que en 1903 volvería a cogerle el gusto a las vías con ‘Asalto y robo de un tren’, de Edwin S. Porter: una de las más influyentes películas de la historia en términos de montaje y narrativa. Y también del curioso maridaje que, desde entonces, harían el crimen y las locomotoras. Con el estreno de la nueva versión de ‘Asesinato en el Orient Express’ de Kenneth Branagh, repasamos once películas que ahondan en este auténtico subgénero.
Alarma en el expreso (The Lady Vanishes, 1938)
En su penúltimo film inglés, Alfred Hitchcock realizó una verdadera virguería audiovisual rodada íntegramente en estudio y utilizando el decorado interior de un vagón de tren. Una demostración de genio que no se limitaba solo a juguetear con los límites formales del género policíaco dibujados hasta la fecha, también a insuflar en ellos discursos sociales y humor ácido de fábrica.
Durante uno de sus trayectos, el Transcontinental Express se ve obligado a parar por un temporal y ofrece a los viajeros pernoctar –verbo a reivindicar- en un hotel cercano. Allí la joven Iris Henderson (Margaret Lockwood) conoce a la señora Froy (una May Whitty que volvería a repetir con el director en 'Sospecha'). Pero cuando se reanuda el viaje, la vieja no está y todo el mundo parece ponerse de acuerdo para hacer creer a Iris que la ha imaginado. Con una premisa que recuerda a ‘Plan de vuelo: Desaparecida’ pero en locomotora, Hitchcock configura una genial intriga que, en el fondo, no se toma demasiado en serio a sí misma y basa su poder narrativo en geniales toques de humor negro ya moralmente debatibles en el 38.
- Crítica en Espinof: Alfred Hitchcock: 'Alarma en el expreso'
Richard Fleischer nació con una pata en el mundo del cine. En el de la animación, para ser más concretos. Su padre, Max Fleischer, había creado al popular personaje animado Betty Boop y él debutaría tempranamente en la industria con una serie documental sobre la animación para la RKO. Para cuando estrenó ‘Testigo Accidental’, con poco más de treinta años, había dirigido ya once films. El del tren sería –sin duda-, su mejor película hasta la fecha, aunque luego llegarían ‘20.000 leguas de viaje submarino’ o ‘El estrangulador de Rillington Place’.
La viuda de un reconocido gánster debe llegar a Los Ángeles para testificar en un juicio que supondría un duro golpe a la mafia local. Un agente debe protegerla durante el viaje, pues no son pocos los viajeros del mismo tren que están dispuestos a que no llegue viva al juicio. Decíamos que era su obra más conseguida hasta el momento, en gran medida, por su hábil utilización de recursos: en ‘Testigo Accidental’, Fleischer convierte la limitación de movimientos de sus personajes en el interior del tren, en motor dramático insólito. Algo que su remake noventero con Gene Hackman de protagonista y Peter Hyams (el responsable de 'Timecop, policía en el tiempo') tras la cámara intentaría con un resultado bastante más cuestionable.
Deseos humanos (Human Desire, 1954)
Con ‘Los sobornados’, Glenn Ford, Gloria Grahame y Fritz Lang habían conseguido, sin proponérselo, lo que sería una de la obras clave del cine negro de siempre. Reunir a los actores y el director apenas un año después parecía ser algo fácil y digno de verse. Pero si resulta interesante ‘Deseos humanos’ es, justamente, porque en ella podemos encontrar un ejemplo primigenio de cómo la química entre artistas en el cine es tan volátil como una estrella fugaz: dura lo que dura y sólo nos queda maravillarnos cuando aparece.
‘Deseos humanos’ narra una historia de celos y muerte en un matrimonio de capa caída. Un maquinista le pide a su mujer, durante un viaje de tren, que convenza a su superior de que no le despida de la compañía ferroviaria. Pero cuando se entera de cómo lo consigue, él pierde los estribos y asesina al hombre. Y esto es solo la premisa. Lang adaptaba un texto de Émile Zola, profundo misógino que volvía una y otra vez sobre el tema de maltratar a mujeres en ferrocarriles con ‘La bestia humana’, perverso relato que también contaría con una versión de Jean Renoir y otra de Daniel Tinayre.
- Crítica en Espinof: 'Deseos Humanos', Fritz Lang superando a Jean Renoir
Los crímenes en trenes también son, a menudo, trinchera de la batalla contra el menosprecio de la voz femenina. Como pasaba con Iris Henderson en ‘Alarma en el expreso’, en ‘El tren de las 4:50’, la vieja Miss Marple cree fehacientemente que se ha cometido un asesinato en el ferrocarril de la estación de Paddington. Pero todos la ignoran.
Miss Marple, un personaje de Agatha Christie que muchos no dudan en describir como bastante más interesante que el mismísimo Poirot, nunca estuvo tan bien interpretada como en este film gracias a una Margaret Rutherford cuyo encanto y magnetismo hacía que lo que la rodeba siempre pareciese un complemento de su personalidad. El realizador, George Pollock, haría con ella una pequeña saga que, en realidad, se convirtió en una vía para la triste autoparodia con ‘Después del funeral’, ‘Asesinato a bordo’ y ‘La señora McGinty ha muerto’.