El baúl de los fragmentos perdidos

Ella era hermosa, hermosa y pálida, como una estatua de alabastro. Uno de sus rizos caía sobre sus hombros, deslizándose entre los pliegues del velo como un rayo de sol que atraviesa las nubes, y en el cerco de sus pestañas rubias brillaban sus pupilas como dos esmeraldas sujetas en una joya de oro.

Cuando el joven acabó de hablarle, sus labios se removieron como para anunciar algunas palabras, pero sólo exhalaron un suspiro, un suspiro débil, doliente, como el de la ligera onda que empuja una brisa al morir entre los juncos.

-¡No me respondes! –exclamó Fernando al ver burlada su esperanza-; ¿querrás que dé crédito a lo que de ti me han dicho? ¡Oh! No… Háblame: yo quiero saber si me amas; yo quiero saber si puedo amarte, si eres una mujer…
-O un demonio… ¿Y si lo fuese?

El joven vació un instante; un sudor frío corrió por sus miembros; sus pupilas se dilataron al fijarse con más intensidad en las de aquella mujer, y fascinado por su brillo fosfórico, demente casi, exclamó en un arrebato de amor:

-Si lo fueses…, te amaría…, te amaría como te amo ahora, como es mi destino amarte, hasta más allá de esta vida, si hay algo más allá de ella.
Los ojos verdes
Gustavo Adolfo Bécquer
 
" Y me contó la historia de un muchacho enamorado de una estrella. Adoraba a su estrella junto al mar, tendía sus brazos hacia ella, soñaba con ella y le dirigía todos sus pensamientos. Pero sabía o creía saber, que una estrella no podría ser abrazada por un ser humano. Creía que su destino era amar a una estrella sin esperanza; y sobre esta idea construyó todo un poema vital de renuncia y de sufrimiento silencioso y fiel que habría de purificarle y perfeccionarle. Todos sus sueños se concentraban en la estrella. Una noche estaba de nuevo junto al mar, sobre un acantilado, contemplando la estrella y ardiendo de amor hacia ella. En el momento de mayor pasión dió unos pasos hacia adelante y se lanzó al vacío, a su encuentro. Pero en el instante de tirarse pensó que era imposible y cayó a la playa destrozado. No había sabido amar. Si en el momento de lanzarse hubiera tenido la fuerza de creer firmemente en la realización de su amor, hubiese volado hacia arriba a reunirse con su estrella.
(...)
Las cosas que vemos son las mismas cosas que llevamos en nosotros. No hay más realidad que la que tenemos dentro. Por eso la mayoría de los seres humanos viven tan irrealmente; porque cree que las imágenes exteriores son la realidad y no permiten a su propio mundo interior manifestarse. Se puede ser muy feliz así, pero cuando se conoce lo otro, ya no se puede elegir el camino de la mayoría. "

Demian - Herman Hesse
 
¿De dónde vienen esas misteriosas influencias que mudan en desánimo nuestra felicidad y nuestra confianza en desamparo? Se diría que el aire, el aire invisible está lleno de incognoscibles Poderes, cuya misteriosa vecindad sufrimos. Me despierto pleno de gozo, con ganas de cantar en la garganta. -¿Por qué?-. Bajo hasta la orilla del río; y de pronto, tras un corto paseo, regreso desolado, como si alguna desgracia me esperase en casa.-¿Por qué?-.¿Es un escalofrío, rozándome la piel, ha roto mis nervios y ensombrecido el alma? ¿Es la forma de las nubes, o el color del día, el color de las cosas, tan variable, que, al pasar por mis ojos, ha perturbado mis pensamientos? ¡Quién sabe! Todo lo que nos rodea, todo lo que vemos sin mirarlo, todo lo que rozamos sin conocerlo, todo lo que tocamos sin palparlo, todo lo que encontramos sin distinguirlo, ¿tendrá sobre nosotros, sobre nuestros órganos y, a través de ellos, sobre nuestras ideas, sobre nuestro propio corazón, efectos rápidos, sorprendentes e inexplicables?
El Horla
Guy de Maupassant
 
"Menos mal que la fiebre del primer amor sólo se pasa una vez. Porque es una fiebre, y una carga también, digan los poetas lo que digan. A los veintiún años uno no es valiente. Está lleno de pequeñas cobardías, de miedos pueriles, infundados, y es tan fácil herirnos. ¡Se nos lastima con tan poca cosa! La más leve palabra espinosa se nos clava con crueldad. Hoy, arropada por la benévola armadura de una madurez que se aproxima, las diminutas punzadas cotidianas no arañan más que levemente y pronto se olvidan; pero ¡a aquella edad! ¡Cómo perdura el efecto de una palabra poco amable, dicha sin intención, hasta convertirse en un estigma imborrable! ¡Y cómo una mirada altanera se nos queda marcada en el alma como algo eterno"
Rebecca
Daphne du Maurier


 
Jesús, el Hijo del Hombre


1928

[...] Se encontraba descansando a la sombra
del ciprés que está frente al jardín de mi
casa. Lo observaba a través de la ventana.
Su figura irradiaba paz y majestad; parecida
a esas estatuas de piedra que se ven en Antioquía
y otras ciudades norteñas. En ese instante
llegó una de mis doncellas, la egipcia,
y me dijo:
–Ahí está otra vez ese hombre, sentado frente
al jardín.
Lo observé con detenimiento y se emocionó
mi espíritu hasta lo más profundo de mí misma,
porque era realmente hermoso. Su cuerpo
era incomparable.
Todas sus líneas se habían uniformado armoniosamente,
tanto que me parecieron estar
enamoradas unas de otras. En ese momento
me atavié con mi mejor traje damasquino
para ir a hablarle. ¿Era mi soledad la que me
llevó hasta él o fue el perfume de su cuerpo?
¿Acaso era la codicia de mis ojos que
anhelaban la belleza, o era su belleza lo que
buscaban mis ojos?
Hasta hoy no lo he podido saber. Del vestido
perfumado que yo llevaba, surgían mis pies
calzados con las sandalias doradas que el
general romano me había obsequiado, sí,
eran las mismas sandalias. Y cuando hube
llegado hasta él, lo saludé diciéndole:
–Buenos días.
–Buenos días, María –me respondió.
Luego me miró. Sus ojos negros vieron en mí
lo que no vio hombre alguno antes que él.


Gibran Kahlil Gibran, María Magdalena. Sus encuentros con Jesús en Jesús, el Hijo del Hombre, traducción de Fath Al-Santott, Barcelona, Edicomunicación, 2001, pp. 29-30.
 
No lo pienses más, Giovanni Drogo, no te vuelvas hacia atrás ahora que has llegado al borde de la altiplanicie y el camino está a punto de hundirse en el valle. Sería una estúpida debilidad. La conoces piedra a piedra, podría decirse, la Fortaleza Bastiani, desde luego no corres peligro de olvidarla. El caballo trota alegremente, el día es bueno, el aire tibio y ligero, la vida aún larga por delante, casi está aún por empezar; ¿qué necesidad habría de echar un último vistazo a las murallas, a las casamatas, a los centinelas de turno en el borde de los reductos? Se vuelve así lentamente una página, se extiende al lado opuesto, agregándose a las otras ya acabadas, por ahora es sólo una capa fina, las que quedan por leer son, en comparación, un montón inagotable. Pero de todos modos siempre es una página gastada, mi teniente, una porción de vida.
El desierto de los tártaros
Dino Buzzati

 
Como los escribas continuarán, los pocos lectores que en el mundo había van a cambiar de oficio y se pondrán también de escribas. Cada vez más los países serán de escribas y de fábricas de papel y tinta, los escribas de día y las máquinas de noche para imprimir el trabajo de los escribas. Primero las bibliotecas desbordarán de las casas, entonces las municipalidades deciden (ya estamos en la cosa) sacrificar los terrenos de juegos infantiles para ampliar las bibliotecas. Después ceden los teatros, las maternidades, los mataderos, las cantinas, los hospitales. Los pobres aprovechan los libros como ladrillos, los pegan con cemento y hacen paredes de libros y viven en cabañas de libros. Entonces pasa que los libros rebasan las ciudades y entran en los campos, van aplastando los trigales y los campos de girasol, apenas si la dirección de vialidad consigue que las rutas queden despejadas entre dos altísimas paredes de libros. A veces una pared cede y hay espantosas catástrofes automovilísticas. Los escribas trabajan sin tregua porque la humanidad respeta las vocaciones y los impresos llegan ya a orillas del mar. El presidente de la república habla por teléfono con los presidentes de las repúblicas, y propone inteligentemente precipitar al mar el sobrante de libros, lo cual se cumple al mismo tiempo en todas las costas del mundo. Así los escribas siberianos ven sus impresos precipitados al mar glacial, y los escribas indonesios etcétera. Esto permite a los escribas aumentar su producción, porque en la tierra vuelve a haber espacio para almacenar sus libros. No piensan que el mar tiene fondo, y que en el fondo del mar empiezan a amontonarse los impresos, primero en forma de pasta aglutinante, después en forma de pasta consolidante, y por fin como un piso resistente aunque viscoso que sube diariamente algunos metros y que terminará por llegar a la superficie. Entonces muchas aguas invaden muchas tierras, se produce una nueva distribución de continentes y océanos, y presidentes de diversas repúblicas son sustituidos por lagos y penínsulas, presidentes de otras repúblicas ven abrirse inmensos territorios a sus ambiciones etcétera. El agua marina, puesta con tanta violencia a expandirse, se evapora más que antes, o busca reposo mezclándose con los impresos para formar la pasta aglutinante, al punto que un día los capitanes de barcos de las grandes rutas advierten que los barcos avanzan lentamente, de treinta nudos bajan a veinte, a quince, y los motores jadean y las hélices se deforman. Por fin todos los barcos se detienen en distintos puntos de los mares, atrapados por la pasta, y los escribas del mundo entero escriben millares de impresos explicando el fenómeno y llenos de una gran alegría. Los presidentes y los capitanes deciden convertir los barcos en islas y casinos donde orquestas típicas y características amenizan el ambiente climatizado y se baila hasta avanzadas horas de la madrugada. Nuevos impresos se amontonan a orillas del mar, pero es imposible meterlos en la pasta, y así crecen murallas de impresos y nacen montañas a orillas de los antiguos mares. Los escribas comprenden que las fábricas de papel y tinta van a quebrar, y escriben con letra cada vez más menuda, aprovechando hasta los rincones más imperceptibles de cada papel. Cuando se termina la tinta escriben con lápiz etcétera; al terminarse el papel escriben en tablas y baldosas etcétera. Empieza a difundirse la costumbre de intercalar un texto en otro para aprovechar las entrelíneas, o se borra con hojas de afeitar las letras impresas para usar de nuevo el papel. Los escribas trabajan lentamente, pero su número es tan inmenso que los impresos separan ya por completo las tierras de los lechos de los antiguos mares. En la tierra vive precariamente la raza de los escribas, condenada a extinguirse, y en el mar están las islas y los casinos o sea los transatlánticos donde se han refugiado los presidentes de las repúblicas, y donde se celebran grandes fiestas y se cambian mensajes de isla a isla, de presidente a presidente, y de capitán a capitán.
Historias de cronopios y de famas
Julio Cortázar
 
Él era en aquel entonces un joven notablemente apuesto, de gran inteligencia, energía y brillantez, y Anne, una joven extraordinariamente bonita, dulce, modesta y dotada de gusto y sensibilidad… Habría bastado con la mitad de los atractivos en el uno y en el otro, porque él no tenía nada que hacer, y ella a nadie a quien amar; pero la conjunción de tantas prendas no pudo dejar de tener su efecto. Se fueron conociendo poco a poco; y una vez que se conocieron, se enamoraron rápida y profundamente. Sería difícil decir cuál de los dos había visto en el otro la más alta perfección, o cuál fue el más feliz: si ella al aceptar la declaración de él y sus proposiciones, o él al verlas aceptadas.
Persuasión
Jane Austen
 
Él había descubierto en su interior un horror y una soledad crecientes. La idea de comer solo le asustaba: a menudo prefería hacerlo con personas que aborrecía. Viajar, que en otro tiempo le había encantado, le parecía, en último extremo, insoportable, algo con color pero sin sustancia, una caza fantasmal tras la sombra de sus propios sueños.
Si soy esencialmente débil, pensó, necesito un trabajo factible. Le preocupaba la idea de ser, después de todo, nada más que una mediocridad con facilidad de palabra, sin contar siquiera con el aplomo de Maury ni el entusiasmo de Dick. No querer nada parecía una tragedia, y sin embargo quería algo. En ocasiones, durante breves instantes, sabía lo que era: una senda de esperanza que le condujera hacia lo que consideraba una inminente y ominosa ancianidad.
Hermosos y malditos
Francis Scott Fitzgerald

 
24 de abril de 1994. Alguien recordó aquella observación de Sartre sobre la poesía: que trabajaba sobre la materialidad de las palabras. Si la observación se queda ahí, es muy parcial. El problema es justamente la modulación del significado a través de la materialidad del lenguaje: qué le agrega o le quita o le modifica al significado un determinado lenguaje. El asunto es complicadísimo. Por ejemplo: cuando hablamos de “materialidad”, ¿en qué pensamos? ¿En el sonido? ¿En la fonética? Solo en parte. Las palabras no ocupan siempre el mismo lugar en los usos del idioma. A veces es callejera y vulgar y la elegimos en un texto que no lo es para dar cierto contraste. Allí lo que modifica el tono del significado no es la “materialidad”, sino el lugar que ocupa en el uso del lenguaje en ese periodo de tiempo.
Fragmentos del diario de Alejandro Rossi
 
La fascinación no puede existir sin que la envidia social de las personas sea una emoción común y generalizada. La sociedad industrial que ha avanzado hacia la democracia y se ha detenido a medio camino es la sociedad ideal para generar una emoción así. La persecución de la felicidad individual está reconocida como un derecho universal. Pero las condiciones sociales existentes hacen que el individuo se sienta impotente. Vive en la contradicción entre lo que es y lo que le gustaría ser. Entonces, o cobra plena conciencia de esta contradicción y de sus causas, y participa en la lucha política por una democracia integral, lo cual entraña, entre otras cosas, derribar el capitalismo; o vive sometido continuamente a una envidia que, unida a su sensación de impotencia, se disuelve en inacabables ensueños.

Esto permite comprender que la publicidad siga siendo creíble. El abismo entre lo que la publicidad ofrece realmente y el futuro que promete corresponde al abismo existente entre lo que el espectador-comprador cree ser y lo que le gustaría ser. Los dos abismos se convierten en uno; y en lugar de salvarlo con la actuación o la existencia vivida, se intenta rellenarlo con un fascinante soñar despierto.

Las condiciones de trabajo vienen a veces en ayuda de este proceso.

El interminable presente de las horas sin sentido es “equilibrado” por un futuro soñado en el que la actividad imaginaria reemplaza a la pasividad del momento. En sus sueños diurnos, el obrero pasivo se convierte en consumidor activo. El yo trabajador envidia al yo consumidor.

No hay dos sueños iguales. Unos son instantáneos, otros prolongados. El sueño es siempre algo muy personal para el soñador. La publicidad no fabrica sueños. Se limita a decirnos a cada uno de nosotros que no somos envidiables todavía… pero podríamos serlo.

La publicidad tiene otra importante función social. El hecho de que esta función no sea deliberadamente planeada por los que hacen y usan la publicidad no disminuye en lo más mínimo su importancia. La publicidad convierte el consumo en un sustituto de la democracia. La elección de lo que uno come (o viste, o conduce) ocupa el lugar de la elección política significativa. La publicidad ayuda a enmascarar y compensar todos los rasgos antidemocráticos de la sociedad. Y enmascarar también lo que está ocurriendo en el resto del mundo.
Modos de ver
John Berger


 

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