El baúl de los fragmentos perdidos

Habían estado buscándolo por todas partes. Isabel finalmente se había ido. Eso dijeron, que se había ido, como si se hubiera levantado por su propio pie. Una hora antes, cuando habían pasado a verla, estaba como siempre. y ahora se había ido.
A menudo Ray se había preguntado qué cambiaría.
Y de pronto el vacío de su ausencia le parecía asombroso.
Miró a la enfermera, perplejo. Ella pensó que iba a preguntarle lo que había que hacer a continuación, así que empezó a explicárselo. Le informó de todo. Ray la entendía perfectamente, pero seguía ensimismado.
Creía que lo de Isabel había sucedido hacía mucho tiempo, pero no. No hasta ese momento.
Isabel ya no estaba. Había desaparecido definitivamente, como si nunca hubiera existido. Y la gente actuaba con prisas, como si ese hecho atroz pudiera superarse cumpliendo cpn las formalidades. También Ray obedeció las costumbres, firmó donde le dijeron que firmara, para disponer de los restos. Eso dijeron.
Qué excelente palabra: <<restos>>. Como algo que se seca y forma capas mohosas en un armario.
Y antes de darse cuenta estaba de nuevo en la calle, fingiendo que tenía una razón tan buena como cualquier otra persona para poner un pie delante del otro.
Cuando lo que llevaba consigo, lo único que llevaba consigo era una carencia, la sensación de que le faltaba el aire, de que los pulmones no le funcionaban bien, una opresión que creyó que no lo abandonaría nunca.
La chica con la que había hablado, a la que conocía de antes, mencionó sus hijos. La pérdida de sus hijos. Acostumbrarse a eso. Un problema a la hora de la cena.
Podría decirse que era una experta en pérdidas: a su lado, Ray era un novato. Y de pronto no pudo recordar su nombre. Había perdido el nombre de la chica, a pesar de que lo sabía. Vaya racha de pérdidas. Vaya broma.
Iba subiendo los escalones de su casa cuando le vino a la cabeza.
Leah.
Recordarla fue un alivio completamente desmesurado.
MI vida querida
Alice Munro
 
CANTAR DE MIO CID

RIMERA PARTE
[Laguna del folio inicial del códice, suplida con elementos cro-
nísticos medievales.

EL CID COBRA TRIBUTOS PARA SU REY AL DE SEVILLA.
GARCÍA ORDÓÑEZ, VENCIDO, LE ENVIDIA
El rey don Alfonso a mio Cid por las parias embió
al rey de Sevilla, pechero de don Alfón,
enemigo del de Granada a aquella sazón.
Con este era entonces el conde García Ordóñez de Grañón.
A mio Cid cuando lo sopo mucho le pesó;
fue a ellos, e con ellos en campo lidió;
la batalla desde ora de tercia fasta mediodía duró.
Los moros e los cristianos mio Cid Ruy Díaz venció,
a García Ordóñez e otros prisioneros tomó
e una pieça de la barva al conde le mesó.
A los suyos coger los averes e las riquezas mandó;
tóvolos presos tres días, desí a todos los quitó.
El Cid con su compaña al rey de Sevilla tornó;
moros e cristianos le llamaron el Cid Campeador.
El rey de Sevilla buenos dones e las parias le dio;
tornose mio Cid para Alfonso su señor.
El rey fue muy pagado e bien le rescibió;
por esto le ovo embidia el conde: mucho mal le buscó,
mesclole con Alfonso; el rey luego le creyó.
Anónimo
 
He aquí también unos árboles cuya rugosidad conozco, un agua que saboreo. Estos perfumes de hierba y de estrellas, la noche, ciertas tardes en las que el corazón se dilata, ¿cómo iba a negar yo este mundo cuya potencia y cuyas fuerzas experimento? Y sin embargo toda la ciencia de esta tierra no me dará nada que me garantice que este mundo es mío. Me lo describís y me enseñáis a clasificarlo. Enumeráis sus leyes y, en mi sed de saber, admito que son ciertas. Desmontáis su mecanismo y mi esperanza aumenta. En último término, me enseñáis que este universo prestigioso y abigarrado se reduce al átomo y que el átomo mismo se reduce al electrón. Todo eso está bien y espero que continuéis. Pero me habláis de un invisible sistema planetario donde los electrones gravitan en torno a un núcleo. Me explicáis ese mundo con una imagen. Reconozco entonces que habéis ido a parar a la poesía: nunca conoceré. ¿Me da tiempo a indignarme? Ya habéis cambiado de teoría. Así, esta ciencia que debía enseñármelo todo termina en hipótesis, esta lucidez se sume en la metáfora, esta incertidumbre se resuelve en obra de arte. ¿Qué necesidad tenía yo de tantos esfuerzos? Las suaves líneas de estas colinas y la mano de la tarde sobre este corazón agitado me enseñan mucho más. He vuelto al principio. Comprendo que aun cuando pueda, a través de la ciencia, captar los fenómenos y enumerarlos, no por ello puedo aprehender el mundo. Aunque hubiera seguido con el dedo todo su relieve, no sabría más que ahora. Y vosotros me dais a escoger entre una descripción que es cierta, aunque no me enseña nada, y unas hipótesis que pretenden enseñarme, pero que no son ciertas. Extraño a mí mismo y a este mundo, armado por todo bagaje con un pensamiento que se niega a sí mismo en cuanto afirma, ¿cuál es esta condición en la que sólo puedo alcanzar la paz negándome a saber y a vivir, en la que el apetito de conquista tropieza con unos muros que desafíen sus asaltos? Querer es suscitar paradojas. Todo está ordenado para que nazca esa paz emponzoñada que dan la indiferencia, el sueño del corazón o los renunciamientos mortales.
El mito de Sisifo
Albert Camus
 
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Pero si deseamos establecer una relación más personal, porque vivimos solos y gustamos de tener a alguien que se alegre de nuestro regreso al hogar y nos reciba, entonces nos procuraremos un perro. No creamos que sea cruel tener a uno de estos animales en una vivienda urbana. Su felicidad depende principalmente del tiempo que podamos pasar con él y de las veces que pueda acompañarnos en nuestros paseos o salidas. No le importará esperar horas delante de nuestro gabinete de trabajo, si al fin le llega la ansiada recompensa que supone para él el dar un paseo de diez minutos con nosotros. Para el perro todo se resume en la amistad personal. Pero conviene meditar bien antes la responsabilidad que nos alcanza, porque la amistad con un perro fiel es firme y dilatada. Abandonarlo equivale a darle la muerte. Y pensemos también, si somos muy sentimentales, que la duración de la vida de nuestro amigo es mucho más breve que la nuestra y que es inevitable una triste separación después de diez o catorce años.
Hablaba con las bestias, los peces y los pájaros
Konrad Lorenz
 
CANTAR DE MIO CID EN CASTELLANO MODERNO
Tirada 1
1. El Cid convoca a sus vasallos; éstos se destierran con él. Adiós del Cid a Vivar. (Envió a buscar a todos sus parientes y vasallos, y les dijo cómo el rey le mandaba salir de todas sus tierras y no le daba de plazo más que nueve días y que quería saber quiénes de ellos querían ir con él y quiénes quedarse. A los que conmigo vengan que Dios les dé muy buen pago; también a los que se quedan contentos quiero dejarlos. Habló entonces Álvar Fáñez, del Cid era primo hermano: "Con vos nos iremos, Cid, por yermos y por poblados; no os hemos de faltar mientras que salud tengamos, y gastaremos con vos nuestras mulas y caballos y todos nuestros dineros y los vestidos de paño, siempre querremos serviros como leales vasallos." Aprobación dieron todos a lo que ha dicho don Álvaro. Mucho que agradece el Cid aquello que ellos hablaron. El Cid sale de Vivar, a Burgos va encaminado, allí deja sus palacios yermos y desheredados. Los ojos de Mío Cid mucho llanto van llorando; hacia atrás vuelve la vista y se quedaba mirándolos. Vio como estaban las puertas abiertas y sin candados, vacías quedan las perchas ni con pieles ni con mantos, sin halcones de cazar y sin azores mudados. Y habló, como siempre habla, tan justo tan mesurado: "¡Bendito seas, Dios mío, Padre que estás en lo alto! Contra mí tramaron esto mis enemigos malvados".
2 Agüeros en el camino de Burgos Ya aguijan a los caballos, ya les soltaron las riendas. Cuando salen de Vivar ven la corneja a la diestra, pero al ir a entrar en Burgos la llevaban a su izquierda. Movió Mío Cid los hombros y sacudió la cabeza: "¡Ánimo, Állvar Fáñez, ánimo, de nuestra tierra nos echan, pero cargados de honra hemos de volver a ella!
 
Con estos mismos labios que ha de comer la tierra,
te beso limpiamente los mínimos cabellos
que hacen anillos de ébano, minúsculos y bellos,
en tu cuello, lo mismo que el pinar en la sierra.

Te muerdo con los dientes, te hiero en esta guerra
de amor en que enloquezco. Sangras. Y pongo sellos
a las heridas tibias con besos, besos... Ellos
que han de quedar comidos, mordidos por la tierra.

Tal ímpetu me come la entrañas, que sorbo
tu carne palmo a palmo, cerco de llama el s*x*,
te devoro a caricias, y a besos, y a mordiscos.

Ni la muerte, ni el ansia, ni el tiempo son estorbo.
El abrazo es lo mismo si cóncavo o convexo,
y yo soy un cordero que trisca en tus apriscos.

Tigres en el jardín
Antonio Carvajal
 
¡Si pudiera volver un solo momento a aquella época para traerse de regreso un poco de la alegría de esos instantes y poder preparar la rosca de Reyes con el mismo entusiasmo que entonces! Si pudiera comerla más tarde con sus hermanas como en los viejos tiempos, entre chanzas y bromas, cuando aún no tenían que disputarse Rosaura y ella el amor de un hombre, como cuando ella aún ignoraba que le estaba negado el matrimonio en esta vida, como cuando Gertrudis no sabía que huiría de la casa y trabajaría en un burdel, como cuando al sacarse el muñeco de la rosca se tenía la esperanza de que lo que se deseara se cumpliría milagrosamente al pie de la letra. La vida le había enseñado que la cosa no era tan fácil, que son pocos los que pasándose de listos logran realizar sus deseos a costa de lo que sea, y que obtener el derecho de determinar su propia vida le iba a costar más trabajo del que se imaginaba. Esta lucha la tendría que dar sola, y esto le pesaba.
Como agua para chocolate
Laura Esquivel
 
Pensaba que Louisa tenía de verdad mejor aspecto que antes. Quizás hubiera empezado a darse colorete. Tenía la piel pálida, olivácea, y Jim Farrey creía recordar sus mejillas sin color. Además, se vestía con más gracia, y se esforzaba más por ser simpática. Antes era según le daba. También había empezado a beber whisky, aunque nunca sin ahogarlo en agua. Antes sólo bebía un vaso de vino. Jim Frarey pensó si sería un novio quien la habría hecho cambiar así; pero un novio podía mejorar su aspecto sin necesidad de que sintiera más interés por todo, y estaba casi seguro de que eso es lo que había ocurrido. Lo más probable es que se debiera a que el tiempo pasaba y a que la guerra mermaba terriblemente las perspectivas de encontrar marido. Eso podía servirle de estímulo a una mujer. Además, era más lista y más guapa y tenía mejor conversación que la mayoría de las casadas. ¿Qué ocurría con una mujer así? A veces, simple mala suerte. O mal cálculo en el momento importante. ¿Un poco demasiado lista y segura de sí misma, para aquella época, de manera que hacía sentirse incómodos a los hombres?
Entusiasmo
Alice Munro
 
Imagen española de la muerte
¡Ahí pasa! ¡Llamadla! ¡Es su costado!
¡Ahí pasa la muerte por Irún:
sus pasos de acordeón, su palabrota,
su metro del tejido que te dije,
su gramo de aquel peso que he callado ¡si son ellos!

¡Llamadla! Daos prisa! Va buscándome en los rifles,
como que sabe bien dónde la venzo,
cuál es mi maña grande, mis leyes especiosas, mis códigos terribles.
¡Llamadla! Ella camina exactamente como un hombre, entre las fieras,
se apoya de aquel brazo que se enlaza a nuestros pies
cuando dormimos en los parapetos
y se para a las puertas elásticas del sueño.

¡Gritó! ¡Gritó! ¡Gritó su grito nato, sensorial!
Gritara de vergüenza, de ver cómo ha caído entre las plantas,
de ver cómo se aleja de las bestias,
de oír cómo decimos: ¡Es la muerte!
¡De herir nuestros más grandes intereses!

(Porque elabora su hígado la gota que te dije, camarada;
porque se come el alma del vecino)

¡Llamadla! Hay que seguirla
hasta el pie de los tanques enemigos,
que la muerte es un ser sido a la fuerza,
cuyo principio y fin llevo grabados
a la cabeza de mis ilusiones,
por mucho que ella corra el peligro corriente
que tú sabes y que haga como que hace que me ignora.

¡Llamadla! No es un ser, muerte violenta,
sino, apenas, lacónico suceso;
más bien su modo tira, cuando ataca,
tira a tumulto simple, sin órbitas ni cánticos de dicha;
más bien tira su tiempo audaz, a céntimo impreciso
y sus sordos quilates, a déspotas aplausos.
Llamadla, que en llamándola con saña, con figuras,
se la ayuda a arrastrar sus tres rodillas,
como, a veces,
a veces duelen, punzan fracciones enigmáticas, globales,
como, a veces, me palpo y no me siento.

¡Llamadla! ¡Daos prisa! Va buscándome,
con su cognac, su pómulo moral,
sus pasos de acordeón, su palabrota.
¡Llamadla! No hay que perderle el hilo en que la lloro.
De su olor para arriba, ¡ay de mi polvo, camarada!
De su pus para arriba, ¡ay de mi férula, teniente!
De su imán para abajo, ¡ay de mi tumba!
De España, aparta de mí este cáliz (1939)

César Vallejo

 
EL POEMA DEL MIO CID EN CASTELLANO MODERNO

Así acampó Mío Cid cual si anduviera en montaña.
Prohibido tiene el rey que en Burgos le vendan nada
de todas aquellas cosas que le sirvan de vianda.
No se atreven a venderle ni la ración más menguada.
5
Martín Antolínez viene de Burgos a proveer de víveres al Cid.
El buen Martín Antolínez, aquel burgalés cumplido,
a Mío Cid y a los suyos los surte de
pan y vino;
no lo compró, que lo trajo de lo que tenía él mismo;
comida también les dio que comer en el camino.
Muy contento que se puso el Campeador cumplido
y los demás caballeros que marchan a su servicio.
Habló Martín Antolínez, escuchad bien lo que h
a dicho:
"Mío Cid Campeador que en tan buen hora ha nacido,
descansemos esta noche y mañana ¡de camino!
porque he de ser acusado, Cid, por haberos servido
y en la cólera del rey también me veré metido.
Si logro escapar con vos, Campeador, sano y vivo,
el r
ey más tarde o temprano me ha de querer por amigo;
las cosas que aquí me dejo en muy poco las estimo."
Tirada 6
El Cid, emprobrecido, acude a la astucia de Martín Antolínez.
Las arcas de arena.
Habla entonces Mío Cid, que en buen hora ciñó espada:
"¡O
h buen Martín Antolínez, el de la valiente lanza!"
Si Dios me da vida he de doblaros la soldada.
Ahora ya tengo gastado todo mi oro y mi plata,
bien veis, Martín Antolínez, que ya no me queda nada.
Plata y oro necesito para toda mi compaña,
No me lo darán
de grado, lo he de sacar por las malas.
Martín, con vuestro consejo hacer quisiera dos arcas,
Las llenaremos de arena por que sean muy pesadas,
bien guarnecidas de oro y de clavos adornadas.
7
Las arcas destinadas para obtener dinero de dos judíos burgal
eses.
Bermejo ha de ser el cuero y los clavos bien dorados.
Buscadme a Raquel y Vidas, decid que voy desterrado
por el rey y que aquí en Burgos el comprar me está vedado.
Que mis bienes pesan mucho y no podría llevármelos,
yo por lo que sea justo se los d
ejaré empeñados.
Que me juzgue el Creador, y que me juzguen sus santos,
Dijeron Raquel y Vidas: "Se los daremos de
grado".
"El Cid tiene mucha prisa, la noche se va acercando,
necesitamos tener pronto los seiscientos marcos".
Dijeron Raque y Vidas: "No se hacen así los tratos,
sino cogiendo primero, cuando se ha cogido dando".
Dijo Martín Antolínez: "No tengo ningún r
eparo,
venid conmigo, que sepa el Cid lo que se ha ajustado
y, como es justo, después nosotros os ayudamos
a traer aquí las arcas y ponerlas a resguardo,
con tal sigilo que en Burgos no se entere ser humano".
Dijeron Raquel y Vidas: "Conformes los dos esta
mos.
En cuanto traigan las arcas tendréis los seiscientos marcos".
El buen Martín Antolínez muy de prisa ha cabalgado,
van con él Raquel y Vidas, tan satisfechos del trato.
No quieren pasar el puente, por el agua atravesaron
para que no lo supiera en Burgo
s ningún cristiano.
Aquí veis cómo a la tienda del famoso Cid llegaron;
al entrar fueron los dos a besar al Cid las manos.
Sonrióse Mío Cid, y así comenzara a hablarlos:
"Sí, don Raquel y don Vidas, ya me habíais olvidado.
Yo me marcho de Castilla porque e
l rey me ha desterrado.
De aquello que yo ganare habrá de tocaros algo,
y nada os faltará, mientras que viváis, a ambos".
Entonces Raquel y Vidas van besarles las manos.
Martín Antolínez tiene el trato bien ajustado
de que por aquellas arcas les darán seis
cientos marcos,
bien se las han de guardar hasta el cabo de aquel año,
y prometido tenían y así lo habían jurado,
que si las abrieran antes queden por perjuros malos
y no les dé en interés don Rodrigo ni un ochavo.
Dijo Martín Antolínez: "Raquel y Vidas, l
leváos
las dos arcas cuanto antes y ponedlas a resguardo,
yo con vosotros iré para que me deis los marcos,
que ha de salir Mío Cid antes de que cante el gallo."
¡Que alegres que se ponían cuando los cofres cargaron!
Forzudos son, mas cargarlos les costó mu
cho trabajo.
Ya se alegran los judíos en los dineros pensando,
para el resto de sus días por muy ricos se juzgaron.
10
Despedida de los judíos y el Cid.
Martín Antolínez se va con los judíos a Burgos.
Raquel coge a Mío Cid la mano para besarla:
"Campea
dor, el que en buena hora se ciñó la espada,
hoy de Castilla os vais para las tierras extrañas.
Vuestra suerte así lo quiere, grandes son vuestras ganancias.
Una piel morisca quiero de rico color de grana,
humildemente os pido me la traigáis regalada."
"Co
ncedido, dijo el Cid, la piel os será mandada,
si no, la descontaréis de lo que valen las arcas".
Los cofres de Mío Cid los judíos se llevaban,
el buen Martín Antolínez por Burgos los acompaña.
Así con muy gran secreto llegaron a su morada.
Tendieron un co
bertor por el suelo de la cámara
y encima de él una sábana de tela de hilo muy blanca.
Contó Don Martín de un golpe trescientos marcos de plata,
con la cuenta le bastó, sin pesarlos los tomaba,
los otros trescientos marcos en otro se los pagaban.
Cinco esc
uderos traía y los cinco llevan carga.
Cuando acabó Don Martín, a los judíos hablaba:
"En vuestras manos, Raquel y Vidas, están las arcas
mucho ganáis, bien merezco que me deis para unas calzas".
11
El Cid, provisto de dinero por Martín Antolínez, se dis
pone a marchar.
Entonces Raquel y Vidas allí a un lado se apartaron:
"En verdad que esta ganancia él es quien nos la ha buscado."
Dicen: "Martín Antolínez, burgalés bien afamado,
merecido lo tenéis, os daremos buen regalo,
calzas os podréis comprar, buena
piel y rico manto.
La donación os hacemos, don Martín, de treinta marcos,
y bien los habréis merecido si nos guardáis este trato,
que vos sois el fiador de aquello que hemos pactado."
Lo agradece don Martín, recibe los treinta marcos,
de su casa quiere ir
se, ya se despide de ambos.
Por Burgos atravesó, el Arlanzón ha pasado,
encamínase a la tienda de Mío Cid bienhadado.
Ruy Díaz le ha recibido, abiertos ambos los brazos:
"Ya estás aquí, don Martín Antolínez, fiel vasallo,
Dios quiera que llegue el día en q
ue pueda darte algo."
"Aquí estoy, Campeador, y buena ayuda os traigo,
para vos seiscientos marcos, y para mí treinta he sacado.
Mandad recoger la tienda y a toda prisa partamos;
que en San Pedro e Cardeña nos coja el cantar del gallo.
Veremos a vuestra es
posa, esa prudente hijadalgo.
Muy corta sea la estancia, de Castilla no salgamos,
así es menester, que el plazo del destierro va expirando."
12
El Cid monta a caballo y se despide de la catedral de Burgos,
prometiendo mil misas al altar de la Virgen.
Es
to dicho, manda el Cid alzar su tienda en seguida.
El Cid y todos los suyos cabalgan a mucha prisa.
La cara de su caballo vuelve hacia Santa María
alza la mano derecha y la cara se santigua:
"A ti lo agradezco, Dios, que el cielo y la tierra guías;
que con
vos en deuda quedo de haceros cantar mil misas".
Hoy a Castilla abandono, del rey me arroja la ira:
¡quién sabe si he de volver en los días de mi vida!
Que vuestro poder me valga al marcharme de Castilla,
y que él me ayude y me acorra de noche como de día
.
Si así lo hacéis, Virgen Santa, y si la suerte me auxilia
a vuestro altar mandaré muchas cosas y muy ricas,
que con Vos en deuda quedo de haceros cantar mil misas."
13
Martín Antolínez se vuelve a la ciudad.
Con mucho dolor se arranca el Campeador de
allá.
Las riendas soltaron todos, empiezan a cabalgar,
Dijo Martín Antolínez, aquel burgalés leal:
"Vuelvo a Burgos, que a mi esposa despacio tengo que hablar
y advertir a los de casa de lo que en mi ausencia harán.
Si el rey me quita mis bienes poco se me
importará.
Con vos estaré otra vez cuando el sol quiera rayar."
14
El Cid va a Cardeña a despedirse de su familia.
Don Martín se torna a Burgos, su camino el Cid siguió,
llegar quería a Cardeña, el caballo espoleó
y con él los caballeros que de su co
mpaña son.
Aprisa cantan los gallos y quebrar quiere el albor
del día, cuando a San Pedro llega el buen Campeador.
Estaba el abad don Sancho muy buen cristiano de Dios,
rezando a San Pedro apóstol y a Cristo Nuestro Señor:
"Tú, que eres guía de todos, guía
me al Campeador."
15
Los monjes de Cardeña reciben al Cid.
Jimena y sus hijas llegan ante el desterrado.
A la puerta llaman; todos saben que el Cid ha llegado.
¡Dios, qué alegre que se ha puesto ese buen abad don Sancho!
Con luces y con candelas los monj
es salen al patio.
"Gracias a Dios, Mío Cid, le dijo el abad don Sancho,
puesto que os tengo aquí, por mí seréis hospedado."
Esto le contesta entonces Mío Cid el bienhadado:
"Contento, de vos estoy y agradecido, don Sancho,
prepararé la comida mía y la de
mis vasallos.
Hoy que salgo de esta tierra os daré cincuenta marcos,
si Dios me concede vida os he de dar otro tanto.
No quiero que el monasterio por mí sufra ningún gasto.
Para mi esposa Jimena os entrego aquí cien marcos;
a ella, a sus hijas y damas podr
éis servir este año.
Dos hijas niñas os dejo, tomadlas a vuestro amparo.
A vos os las encomiendo en mi ausencia, abad don Sancho,
en ellas y en mi mujer ponedme todo cuidado.
Si ese dinero se acaba o si os faltare algo,
dadles lo que necesiten, abad, así o
s lo mando.
Por un marco que gastéis, asl conveto daré cuatro."
Así se lo prometió el abad de muy buen grado.
Ved aquí a doña Jimena, con sus hijas va llegando,
a cada una de las niñas la lleva una dama en brazos.
Doña Jimena ante el Cid las dos rodillas h
a hincado.
Llanto tenía en los ojos, quísole besar las manos.
Le dice: "Graciias os pido, Mío Cid el bienhadado.
Por calumnias de malsines del reino vais desterrado."
16
Jimena lamenta el desamparo en que queda la niñez de sus hijas.
El Cid espera llega
r a casarlas honradamente.
"¡Merced os pido, buen Cid, noble barba tan crecida!
Aquí ante vos me tenéis, Mío Cid, y a vuestras hijas,
de muy poca edad las dos y todavía tan niñas.
Conmigo vienen también las damas que nos servían.
Bien veo, Campeador, que
preparáis vuestra ida;
tenemos que separarnos estando los dos en vida.
¡Decidnos lo que hay que hacer, oh Cid, por Santa María!"
Las dos manos inclinó el de la barba crecida,
a sus dos niñitas coge, en sus brazos las subía,
al corazón se las llega, de tant
o que las quería.
Llanto le asoma a los ojos y muy fuerte que suspira.
"Es verdad, doña Jimena, esposa honrada y bendita,
tanto cariño os tengo como tengo al alma mía.
Tenemos que separarnos, ya los veis, los dos en vida;
a vos os toca quedaros, a mi me to
ca la ida.
¡Quiera Dios y con Él quiera la Santa Virgen María
que con estas manos pueda aún casar nuestras hijas
y que me puede ventura y algunos días de vida
para poderos servir, mujer honrada y bendita!"
17
Un centenar de castellanos se juntan en Burgo
s para irse con el Cid.
¡Qué gran comida le hicieron al buen Cid Campeador!
Las campanas de San Pedro tañían a gran clamor.
Por las tierras de Castilla iba corriendo el pregón
de que se va de la tierra Mío Cid Campeador.
¡Cuántos dejaron su casa, su tierr
a o su posesión!
En aquel día en la puente que pasa el río Arlanzón
júntanse muchos guerreros, mas de ciento quince son.
Todos iban en demanda del buen Cid Campeador.
Llega Martín Antolínez, con ellos se reunió,
y se van para San Pedro en donde está su señ
or.
18
Los cien castellanos llegan a Cardeña y se hacen vasallos del Cid.
Éste dispone seguir su camino por la mañana.
Los maitines en Cardeña.
Oración de Jimena.
Adiós del Cid a su familia.
Últimos encargos al abad de Cardeña.
El Cid camina al des
tierro; hace noche después de pasar el Duero.
Cuando supo que venían Mío Cid el de Vivar
y que su compaña crece, con que más fuerza tendrá,
aprisa monta a caballo, y a recibirlos se va.
¡Cómo se sonríe el Cid cuando ya a su vista están!
Van acercándose to
dos para su mano besar.
Habló entonces Mío Cid con palabras de verdad:
"Yo ruego a nuestro Señor y Padre Espiritual
que a los que por mí dejáis vuestra casa y heredad
antes de morir os pueda con otros bienes pagar,
que lo que perdéis, doblado os lo pudiera
is cobrar".
Muy contento estaba el Cid porque se le juntan más
y muy contentos los hombres que al destierro con él van.
Del plazo de nueve días seis están pasados ya
y nada más que tres días les quedaban por pasar.
Mandado tenía el rey a Mío Cid vigilar,
p
or que si, pasado el plazo, en sus reinos aún está
ni por oro ni por plata se pueda el Cid escapar.
Ya se va acabando el día, la noche quería entrar,
a todos sus caballeros el Cid los manda juntar.
"Oídme, varones, y que esto no os sirva de pesar,
poco ten
go pero quiero a todos su parte dar.
Ahora fijáos muy bien en lo que voy a mandar:
quiero que al amanecer, cuando el gallo cantará,
sin perder tiempo mandéis los caballos ensillar.
A maitines en San Pedro ya tañerá el buen abad
y él nos rezará la misa de l
a Santa Trinidad.
En cuanto acabe la misa echemos a cabalgar,
el plazo ya viene cerca, mucho tenemos que andar".
Así como el Cid lo manda sus caballeros harán.
Pasándose va la noche, viene la mañana ya,
cantan los segundos gallos, y comienzan a ensillar.
T
añe el abad a maitines, mucha prisa que se dan.
Mío Cid y su mujer para la iglesia se van.
Echóse doña Jimena en las gradas del altar
y a Dios reza, lo mejor que ella sabía rezar,
por que a Mío Cid le guarde el Señor de todo mal.
"A Ti, Señor glorioso, Pad
re que en el cielo estás:
hiciste el cielo y la tierra, al tercero día el mar,
luna y estrellas hiciste y el sol para calentar,
en Santa María madre fuiste Tú carne a tomar
y en Belén te apareciste conforme a tu voluntad.
Pastores te glorifican, laudos te
van a cantar,
llegan tres reyes de Arabia que te vienen a adorar
y que se llaman Melchor y Gaspar y Baltasar,
oro, incienso y mirra ofrecen con toda su voluntad.
A Jonás salvaste Tú cuando se cayó en el mar,
a Daniel, de los leones también le fuiste a salv
ar,
en Roma la salvación llevaste a San Sebastián,
libraste a Santa Susana de aquel falso criminal;
por nuestra tierra quisiste treinta y dos años andar
enseñándonos milagros que nunca se han de olvidar,
hiciste vino del agua, de la piedra hiciste pan,
a L
ázaro resucitas, porque así es tu voluntad:
dejaste que te prendieran, luego te dejas llevar
al Gólgota y en la cruz te dejas crucificar;
de tu cruz a cada lado sendos ladrones están;
entra el uno en paraíso, pero el otro no entrará;
desde la cruz gran mil
agro hiciste, Padre eternal:
Longinos, el ciego aquél, que no vio la luz jamás,
con su lanza en el costado te hiere y te hace sangrar,
va la sangre lanza abajo, sus manos hubo de untar,
alza las manos Longinos, y se las lleva a la faz,
abre los ojos y a to
das las parte se pone a mirar;
desde entonces creyó en Ti, se salvó de todo mal.
De la tumba en que te ponen supiste resucitar,
a los infiernos bajaste porque fue tu voluntad,
rompes sus puertas y sacas a muchos santos de allá.
Rey de los reyes Tú eres, Pa
dre de la humanidad,
en Ti creo, a Ti te adoro con toda mi voluntad
y a San pedro ahora le pido que a Ti me ayude a rogar
por el Cid Campeador, que Dios le guarde de mal.
Y que si hoy nos separamos vivos nos vuelva a juntar."
Ya la oracion se termina, la m
isa acabada está,
de la iglesia salieron y prepáranse a marchar.
El Cid a doña Jimena un abrazo le fue a dar
y doña Jimena al Cid la mano le va a besar;
no sabía ella qué hacerse más que llorar y llorar.
A sus dos niñas el Cid mucho las vuelve a mirar.
"A
Dios os entrego, hijas, nos hemos de separar
y sólo Dios sabe cuándo nos volvamos a juntar."
Mucho que lloraban todos, nunca visteis más llorar;
como la uña de la carne así apartándose van.
Mío Cid con sus vasallos se dispone a cabalgar,
la cabeza va volvi
endo a ver si todos están.
Habló Minaya Álvar Fáñez, bien oiréis lo que dirá:
"Cid, en buena hora nacido, ¿vuestro ánimo dónde está?
Pensemos en ir andando y déjese lo demás,
todos los duelos de hoy en gozo se tornarán,
y Dios que nos dio las almas su cons
ejo nos dará.
Al abad don Sancho vuelve de nuevo a recomendar
que atienda a doña Jimena y a las damas que allí están,
a las dos hijas del Cid que en San Pedro han de quedar;
sepa el abad que por ello buen premio recibirá.
Ya don Sancho se volvía, Álvar Fáñ
ez le fue a hablar:
"Si veis venir a más gente para buscarnos, abad,
les diréis que el rastro sigan y marchen a buen andar,
sea en yermo o en poblado ya nos podrán alcanzar".
Sueltan entonces las riendas, empiezan a cabalgar,
que el plazo para salir iba ac
abándose ya.
Mio Cid aquella noche duerme en Espinaz de Can;
de todas partes guerreros se le vienen a juntar.
Otro día de mañana empiezan a cabalgar.
De su tierra va saliendo el Campeador leal,
San Esteban deja a un lado, aquella buena ciudad.
Por Alcubill
a pasó, Castila se acaba ya,
la calzada de Quinea luego hubieron de pasar,
por Navas de Palos van el río Duero a cruzar
y el Cid en la Figueruela descanso manda tomar.
De todas partes guerreros se le vienen a juntar.
 
Aquí tenéis, en canto y alma, al hombre
aquel que amó, vivió, murió por dentro
y un buen día bajó a la calle: entonces
comprendió: y rompió todos sus versos.

Así es, así fue. Salió una noche
echando espuma por los ojos, ebrio
de amor, huyendo sin saber adónde:
a donde el aire no apestase a muerto.

Tiendas de paz, brizados pabellones,
eran sus brazos, como llama al viento;
olas de sangre contra el pecho, enormes
olas de odio, ved, por todo el cuerpo.

¡Aquí! ¡Llegad! ¡Ay! Ángeles atroces
en vuelo horizontal cruzan el cielo;
horribles peces de metal recorren
las espaldas del mar, de puerto a puerto.

Yo doy todos mis versos por un hombre
en paz. Aquí tenéis, en carne y hueso,
mi última voluntad. Bilbao, a once
de abril, cincuenta y uno.
A la inmensa mayoría
Blas de Otero
 
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