Habían estado buscándolo por todas partes. Isabel finalmente se había ido. Eso dijeron, que se había ido, como si se hubiera levantado por su propio pie. Una hora antes, cuando habían pasado a verla, estaba como siempre. y ahora se había ido.
A menudo Ray se había preguntado qué cambiaría.
Y de pronto el vacío de su ausencia le parecía asombroso.
Miró a la enfermera, perplejo. Ella pensó que iba a preguntarle lo que había que hacer a continuación, así que empezó a explicárselo. Le informó de todo. Ray la entendía perfectamente, pero seguía ensimismado.
Creía que lo de Isabel había sucedido hacía mucho tiempo, pero no. No hasta ese momento.
Isabel ya no estaba. Había desaparecido definitivamente, como si nunca hubiera existido. Y la gente actuaba con prisas, como si ese hecho atroz pudiera superarse cumpliendo cpn las formalidades. También Ray obedeció las costumbres, firmó donde le dijeron que firmara, para disponer de los restos. Eso dijeron.
Qué excelente palabra: <<restos>>. Como algo que se seca y forma capas mohosas en un armario.
Y antes de darse cuenta estaba de nuevo en la calle, fingiendo que tenía una razón tan buena como cualquier otra persona para poner un pie delante del otro.
Cuando lo que llevaba consigo, lo único que llevaba consigo era una carencia, la sensación de que le faltaba el aire, de que los pulmones no le funcionaban bien, una opresión que creyó que no lo abandonaría nunca.
La chica con la que había hablado, a la que conocía de antes, mencionó sus hijos. La pérdida de sus hijos. Acostumbrarse a eso. Un problema a la hora de la cena.
Podría decirse que era una experta en pérdidas: a su lado, Ray era un novato. Y de pronto no pudo recordar su nombre. Había perdido el nombre de la chica, a pesar de que lo sabía. Vaya racha de pérdidas. Vaya broma.
Iba subiendo los escalones de su casa cuando le vino a la cabeza.
Leah.
Recordarla fue un alivio completamente desmesurado.
MI vida querida
Alice Munro
A menudo Ray se había preguntado qué cambiaría.
Y de pronto el vacío de su ausencia le parecía asombroso.
Miró a la enfermera, perplejo. Ella pensó que iba a preguntarle lo que había que hacer a continuación, así que empezó a explicárselo. Le informó de todo. Ray la entendía perfectamente, pero seguía ensimismado.
Creía que lo de Isabel había sucedido hacía mucho tiempo, pero no. No hasta ese momento.
Isabel ya no estaba. Había desaparecido definitivamente, como si nunca hubiera existido. Y la gente actuaba con prisas, como si ese hecho atroz pudiera superarse cumpliendo cpn las formalidades. También Ray obedeció las costumbres, firmó donde le dijeron que firmara, para disponer de los restos. Eso dijeron.
Qué excelente palabra: <<restos>>. Como algo que se seca y forma capas mohosas en un armario.
Y antes de darse cuenta estaba de nuevo en la calle, fingiendo que tenía una razón tan buena como cualquier otra persona para poner un pie delante del otro.
Cuando lo que llevaba consigo, lo único que llevaba consigo era una carencia, la sensación de que le faltaba el aire, de que los pulmones no le funcionaban bien, una opresión que creyó que no lo abandonaría nunca.
La chica con la que había hablado, a la que conocía de antes, mencionó sus hijos. La pérdida de sus hijos. Acostumbrarse a eso. Un problema a la hora de la cena.
Podría decirse que era una experta en pérdidas: a su lado, Ray era un novato. Y de pronto no pudo recordar su nombre. Había perdido el nombre de la chica, a pesar de que lo sabía. Vaya racha de pérdidas. Vaya broma.
Iba subiendo los escalones de su casa cuando le vino a la cabeza.
Leah.
Recordarla fue un alivio completamente desmesurado.
MI vida querida
Alice Munro