Cuadernos de Historia

La adivinación en Roma, un asunto de Estado

El desbordamiento de un río o el sueño de un general podían representar la diferencia entre la derrota y el triunfo para los romanos.

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Detalle de ‘Aníbal luchando contra Escipión’, Heinrich Aldegrever, 1538. The Cleveland Museum of Art


Rosa de Bustos
15/09/2020 07:05

 
Deslenguadas
No olvidemos —lenguaraces— continuar una larga cadena en la historia y seguir arrebatando palabras al silencio, hablar allí donde aún es preciso rescatar de todos los confinamientos la voz de las mujeres


IRENE VALLEJO

18 SEP 2020 - 00:30 CEST


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EVA VÁZQUEZ


La historia es un tapiz que entreteje las hebras del recuerdo y del olvido, casi siempre a conveniencia de quien maneja los hilos. La invención de la escritura, paralela a la creación de las primeras civilizaciones, permitió fijar mágicamente el enjambre de nuestras palabras en piedra, en arcilla, en papiro, en pergamino. Pero no todas. Ciertas ideas anidaron en el mármol; otras, como pájaros ateridos, quedaron flotando desprotegidas en la frágil memoria oral. Una parte de la humanidad quedó fuera de las murallas, a la intemperie, contemplando aquella fortaleza inexpugnable de textos escritos, un invento milagroso que salvaba el conocimiento y lo legaba al futuro. El relato nació amputado. Ovidio narró esta mutilación en el mito de Lala, la “charlatana”, un nombre onomatopéyico que equivale a nuestro “blablablá”. Cierto día, la cantarina Lala desveló un secreto prohibido: el lujurioso Júpiter perseguía obsesivamente a las ninfas. Para vengarse de ella, el adúltero dios supremo le arrancó la lengua. Como si no fuera suficiente castigo, la entregó a Mercurio para que la violara. A continuación, Júpiter la convirtió en diosa bajo un nuevo nombre: Tácita Muda. Todos los años, en el mes de febrero, Roma la honraba como patrona del silencio. Así fue como Lala pasó de ninfa deslenguada a muda belleza, divina pero sin lengua.

Los antiguos griegos y romanos sabían que quien domina las palabras domina el mundo. A ellos les pertenecía el discurso público de la autoridad, mientras que cualquiera —mujeres incluidas, sobre todo las mujeres— podía practicar la charla, el cotorreo o los chismes de la esfera privada. El teatro fue el gran escenario de debate político en la antigua Atenas, y, tal vez por eso, los pioneros de la democracia decidieron que todos los papeles femeninos serían interpretados por actores masculinos. Antígona, Lisístrata e incluso Desdémona muchos siglos después, tuvieron cuerpo y voz de hombres de pelo en pecho. Esta expulsión de la escena pública se prolongó durante milenios. La película Shakespeare in Love subrayaba las incongruencias de la prohibición: una joven que soñase con interpretar a Julieta no tenía más remedio que disfrazarse de chico que finge ser mujer. Otra película, Adiós a mi concubina, describe el durísimo adiestramiento de un cantante de ópera en la China del siglo XX para entrar en la piel de personajes femeninos.

Aunque permanecen en la penumbra histórica, algunas romanas se rebelaron contra la privatización de sus voces y se atrevieron a hacer política. Fueron señaladas en latín como las axitiosae —activistas—, que venía a significar “las que actúan juntas”. En una comedia de Plauto estrenada hace más de 20 siglos, el marido de una de ellas dice: “Una verdadera mujer, mi mujercita; desde que la conozco, sé lo que es una activista”. En el año 42 antes de Cristo, estas agitadoras vivieron un momento de apogeo y contradicciones. Roma estaba en guerra —como era habitual— y los gastos bélicos amenazaban con vaciar el erario público —como siempre—. Entonces los gobernantes decidieron imponer a las 1.400 mujeres más ricas de la ciudad un impuesto para sufragar el sobrecoste militar. Las dueñas de esas fortunas, orgullosas de su independencia y su prosperidad, se movilizaron contra la medida, pero no encontraron a nadie dispuesto a representar sus intereses. Después de largas búsquedas inútiles, decidieron defenderse solas. Las viejas costumbres se tambalearon cuando habló en público, sin mediación masculina, una elocuente viuda llamada Hortensia: “¿Por qué tendrían que pagar impuestos las mujeres si estamos excluidas de las magistraturas, de los cargos públicos, del mando y de la res publica?”. El argumento de Hortensia es el mismo que siglos más tarde, en 1773, serviría como detonante a la independencia de Estados Unidos, tras la llamada revuelta del té. No taxation without representation gritaron los rebeldes de Boston, tras los pasos de la sublevación romana. En aquel momento, Hortensia y sus aliadas no reclamaban el derecho al voto, simplemente aspiraban a no pagar impuestos, pero sus discursos consiguieron derogar la medida. La paradoja de este episodio es que las activistas organizaron una revolución para quedarse justo como estaban antes.

Frente a la expulsión del ágora pública, algunas mujeres hicieron vibrar sus palabras en boca de hombres poderosos. Fue el caso de la brillante Aspasia, una extranjera que emigró a Atenas cuando esa pequeña polis mediterránea estaba forjando la filosofía, la historia y un concepto revolucionario de ciudadanía. Eso sí, era una ilustración con claroscuros: instauraron la democracia, pero para unos pocos. El sistema excluía a esclavos, extranjeros y mujeres, es decir, a la mayoría de la población. Aspasia no estaba dispuesta a quedarse quieta y encerrada en casa; tomó la inverosímil decisión de dedicarse a la filosofía porque amaba el conocimiento y quería comunicarlo. Cuando se enamoró de Pericles, colaboró en su ascensión política. Las fuentes dan a entender que era una auténtica oradora en la sombra. Sócrates solía visitarla con sus discípulos y disfrutaba de su brillante conversación, incluso llegó a llamarla “mi maestra”. Según Platón, escribió discursos para su marido, entre ellos la famosa oración fúnebre donde defendía apasionadamente la democracia. Todavía hoy, los escritores de los discursos presidenciales de Obama, y antes los de Kennedy, se han inspirado en los pensamientos que probablemente enhebró Aspasia. Sin embargo, ella no aparece en las historias de la política. Sus escritos se perdieron o se atribuyeron a otros.

Las democracias modernas se han atrevido a explorar los ángulos ciegos que los demócratas antiguos nunca afrontaron. Las sufragistas hicieron realidad la revolución que Hortensia solo había atisbado. El poder y la palabra, esos hermanos mellizos, se han abierto a muchas mujeres. Desde un extremo al otro del arco parlamentario, en las tribunas de todos los medios, se escucha la polifonía de sus palabras, con sus diversas sonoridades, tonos y matices. Han escalado por méritos propios a los puestos de gobierno, contando muchas veces con el apoyo de hombres audaces que han defendido su voz y su causa. En estos días, en el mismo corazón de nuestro imperio norteamericano, una mujer aspira a entrar en territorios vedados durante siglos: una vicepresidencia que podría convertirla, en el futuro, en comandante en jefe del ejército más poderoso. De piel oscura, hija de inmigrantes, simboliza la impalpable sensación de extranjería que aún experimentan las candidatas a dirigir cualquier país del mundo. Detrás de ese vértigo, hay siglos de historia y de aduanas rigurosamente vigiladas. Todavía en los años ochenta, el protagonista de la serie británica Sí, ministro sentenciaba irónicamente: “Tenemos derecho a elegir al mejor hombre para el cargo, al margen de su s*x*”.

Pericles murió en el año 429 antes de Cristo víctima de una gravísima epidemia que azotó Atenas. Viuda, el rastro de Aspasia se perdió en el misterio. Dejó de influir. Volvió a ser una extranjera sin visado, expulsada de la esfera política por los vigías de la palabra. Casi cinco siglos más tarde, Plutarco transcribe una retahíla de insultos contra la subversiva primera dama ateniense tomados de textos de la época, donde es tachada de impúdica, concubina con cara de perra y carne de burdel, entre otras lindezas. No sabemos si fue realmente una hetaira, como afirman los autores antiguos, o ese término se usaba como bandera de burla para condenar a todas las mujeres libres que no se sometían al encierro impuesto.
Su historia, como la de Lala y Hortensia, pertenece a un tiempo desaparecido, pero nuestro mundo todavía oculta, tan lejos y tan cerca, territorios de exilio sonoro. No olvidemos —agradecidas— esa genealogía valiente y parlanchina que rompió cerrojos y horadó ventanas. No olvidemos —lenguaraces— continuar esa larga cadena, seguir arrebatando palabras al silencio, hablar allí donde aún es preciso rescatar de todos los confinamientos la voz de las mujeres.


Irene Vallejo es escritora. Es autora de El infinito en un junco (Siruela).



 
El hijo de la emperatriz Sissi y María Vetsera: la historia de amor más oscura de la realeza
Más de un siglo después seguimos sin conocer la verdad sobre aquella noche

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Fotograma de la película 'Mayerling' de 1968, donde se narra esta historia. (Winchester Productions)

ALEXANDRA BENITO
20/09/2020 05:00

 
Lo mejor que el Imperio romano hizo por nosotros fue… caer
Su derrumbe abrió un periodo de policentrismo que, a largo plazo, abrió la puerta a la modernidad, según el nuevo libro del historiador Walter Scheidel


Foto: Saqueo de Roma en el año 455 d. C. por Karl Briullov.


Saqueo de Roma en el año 455 d. C. por Karl Briullov.



AUTOR
NACHO ALARCÓN
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@nacho_alarcon
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HISTORIA
19/09/2020



La humanidad ha tenido dos golpes de suerte que han definido su existencia por encima de cualquier otro acontecimiento. Uno fue hace 65 millones de años, cuando un asteroide nos hizo el favor de borrar a los dinosaurios de la faz de la tierra. El segundo, mucho más reciente, fue la caída del Imperio romano. Puede sonar raro. Es un momento recordado normalmente con un punto de nostalgia por la gloria perdida. Al fin y al cabo, Roma ha hecho mucho por la civilización occidental, como bien saben los Monty Pyton.

Para Walter Scheidel, profesor de la Universidad de Standford, la pregunta "¿Qué ha hecho Roma por nosotros?" tiene una respuesta clara y directa: caer.



'Escape from Roma'.


'Escape from Roma'.



Un nuevo imperio
¿Por qué nunca surgió un nuevo imperio romano? ¿Se estuvo cerca en algún momento? Está claro que la idea de la herencia de Roma está casi siempre detrás de cualquier proceso de construcción imperial en Europa. Si hoy usted decidiera empezar el camino hacia la construcción de un imperio europeo lo más probable es que piense en Roma. Un consejo: no lo intente. Es algo que le darían también Justiniano, Carlomagno, los Austrias españoles o Napoleón. Todos lo intentaron, todos fracasaron. Scheidel los analiza a todos, y ni siquiera con cambios sustanciales en la historia, eliminando por ejemplo a Lutero del camino de Carlos V, el resultado hubiera sido distinto.

Y eso se puede explicar por bastantes razones. La principal es que Europa, por cuestiones geográficas, no es el mejor lugar para ser un emprendedor imperial, así que una vez cae Roma es difícil que vuelva a levantarse algo comparable. Entran en juego toda una serie de condiciones, como culturales, institucionales o lingüísticas, que se mezclan con algo que ya venía ocurriendo desde antes: la fragmentación del poder.

Uno de los principales motivos que complican que Roma se vuelva a alzar son los impuestos, o más bien la ausencia de ellos tras el desmantelamiento del sistema de recaudación imperial. El ejército solía estar en mano de señores locales que podían fácilmente rebelarse contra el poder central o interponerse en el proceso de construcción de una gran entidad política. Sin impuestos con los que pagar más hombres, ¿cómo consolidar tu poder? ¿Cómo aplastar la resistencia interna?

A lo largo del libro se compara Europa de manera continua con otras regiones, y especialmente con el caso de China, que es claramente el ejemplo de construcción imperial. Y es especialmente interesante cuando se comparan las condiciones geográficas. De nuevo aquí los europeos tienen que dar las gracias a algo que ocurrió hace un buen rato: en el final del Cretácico las placas tectónicas de África y Eurasia chocaron, generando la Orogenia Alpina, lo que resultó en el nacimiento no solo de los Alpes, sino también de los Cárpatos.

¿Qué tiene que ver esto con la construcción imperial? Pues que sin los Cárpatos nunca habría existido Transilvania, lo que se traduciría en que una bonita estepa, ideal para el pasto de caballos, llegaría a las puertas de lo que hoy es Viena. En otras palabras: en el siglo XIII sería una autopista de lujo para las invasiones mongolas. Los herederos de Gengis Kan llegarían mucho más lejos de lo que lo hicieron cuando invadieron el este de Europa. Y la experiencia china nos muestra que la amenaza de los guerreros de las estepas fue uno de los principales motores de la construcción imperial. No es casualidad que la mayoría de los procesos de imperiogénesis del gigante asiático comenzaran en el norte.

Sin ese golpe de suerte, nunca mejor dicho, entre las placas de África y Eurasia, el continente habría estado mucho más expuesto a invasiones y, como forma de defensa, es probable que hubiera surgido alguna entidad política grande con capacidad de protagonizar un proceso de construcción imperial. Por suerte para todos, eso no ocurrió.


Hacia la modernidad
¿Por qué por suerte? ¿Acaso no fue un drama la caída del glorioso imperio romano? Pues no. La caída de Roma abrió el paso a lo que Scheidel denomina como un proceso de 'policentrismo'. División en entidades políticas más pequeñas y caóticas. A partir del año 1000 la desaparición de las instituciones imperiales, que sobrevivieron más o menos medio milenio tras la caída del imperio, dio paso al progreso económico, al aumento exponencial del comercio y la innovación. No son pocas las razones para defender que, con un nuevo imperio romano o algo comparable, eso no habría ocurrido.

¿Cómo podemos saberlo? De nuevo es interesante la comparación con China, especialmente en lo relacionado con el comercio, que fue uno de los principales motores de la economía europea. Los comerciantes chinos estaban atados a los deseos de la corte imperial, que daba bandazos entre una estrategia u otra dependiendo de a qué sector escuchara el emperador. Es innegable que si hablamos de comercio europeo hay que hablar del descubrimiento de América. Hay razones para pensar que un gran imperio europeo habría tardado más en llegar a las costas americanas, incluso contando con mayores recursos y mejores naves para navegar el Atlántico. Vayamos al ejemplo chino.

China podría haber descubierto América. Tenía enormes naves y miles de hombres a su disposición. Podría haberlo hecho, pero no lo hizo. ¿Por qué? Sencillo: era un imperio. Los intereses de un imperio dependen de quién manda en la corte, y tan pronto cambia el emperador, cambian las prioridades. China hizo grandes expediciones marítimas que acabaron tan pronto como el emperador se cansó de ellas, algo que ocurrió bastante rápido.

Sin embargo en el Viejo Continente, gracias al 'policentrismo' y lo que el autor califica como 'fragmentación competitiva' sí que se daban las condiciones. En Europa si un explorador no lograba que un país le apoyara en un proyecto podía lograr que otra corona lo hiciera. A veces el patrocinio real solamente llegaba por miedo a que otro país pudiera llegar a sacar ventaja. Si un explorador iba a la corte imperial en China y recibía un sonoro portazo, ¿dónde podía acudir? Además el poder central era muy celoso con aquellos que intentaban seguir sus aventuras al margen de la corte. No había opciones, no había alternativa.

Ese ejemplo ilustra la manera en la que la caída de Roma abrió el camino hacia la modernidad: la competencia entre Estados, la lucha continua por avanzar y por dominar, sin tener nunca la capacidad de hacerlo del todo, fue clave. En general, las palabras centrales son competencia y alternativa. Si para una comunidad de comerciantes las cosas se ponían feas en España siempre podían ir a los puertos de otros países. Lo mismo pasó con las ideas: si te perseguían en un país siempre podías huir a otro. "El flujo de nuevas ideas no podía ser tan restringidas como podrían ser en una entidad política grande unificada", explica Scheidel en una entrevista reciente en el podcast de historia 'Tides of History'.

La conclusión del libro es clara: si un imperio hubiera llegado a reconstruirse sobre las cenizas de Roma, Europa no habría liderado el camino hacia la modernidad, o al menos ese progreso habría tardado mucho más tiempo en llegar.


¿Y ahora?
La lectura haría las delicias de un 'brexiter' de manual: acostumbrado a acusar a la Unión Europea de ser una especie de imperio en ciernes, le deleitará la defensa que Scheidel hace de los Estados nación y de la fragmentación de Europa como la fórmula que convirtió en éxito el camino hacia la modernidad. Lamentablemente Scheidel no se introduce en el mundo actual en el que China sigue siendo un imperio y los grandes bloques parecen mandar.

Quizás estas preguntas darían para otro libro, pero: ¿de verdad la Unión Europea se asemeja en algo a un proceso de imperiogénesis? Y si es así, e independientemente de que el resultado de ese experimento fuese positivo o negativo, ¿siguen en pie las condiciones que hicieron prácticamente imposible una restauración imperial en Europa? Incluso, a la vista de China, ¿siguen dándose las condiciones por las cuales los imperios obstruyen el progreso? Quizás esta última no sea la pregunta más adecuada, sino que quizás sea más correcto preguntarse si todavía sigue existiendo el mundo del que escribe Scheidel.


 
¿Qué usábamos antes del papel higiénico? Los no tan cómodos antecedentes de nuestra higiene personal
El cepillo de dientes o las duchas dentro de casa son inventos relativamente recientes

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Una ilustración de los baños compartidos durante la Antigua Roma, con un tersorium real


I. V.
MADRID Actualizado:22/09/2020 08:53h

 
¿Por qué el siglo XX fue tan violento? Una respuesta inesperada
El historiador Julián Casanova tiene nuevo libro: 'Una violencia indómita: el siglo XX europeo', publicado por Crítica



AUTOR
JORDI COROMINAS I JULIÁN
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TAGS
HISTORIA
GUERRA
SIGLO XX
PRIMERA GUERRA MUNDIAL

23/09/2020



La centura pasada quedó marcada por violencia desatada y furibunda según recoge Julián Casanova en 'Una violencia indómita: el siglo XX europeo'(Crítica) Todos los adjetivos, no debemos olvidarnos del comodín dantesco, sirven para definirlo. El elegido por el historiador aragonés es la guinda al título de su último ensayo desde una evidente voluntad pedagógica, casi como si las páginas nos invitaran a recorrer Europa desde ese aspecto tan característico de un itinerario repleto de exterminios, matanzas y baños de sangrerepartidos a lo largo y ancho de nuestra geografía.

El inicio siempre es una pregunta, y aquí sin duda es por qué. La respuesta obedecería a distintos parámetros de origen decimonónico, entre ellos, según el autor del libro, la gran diferencia entre las clases adineradas y las humildes, bien visible no sólo durante la Segunda mitad del Ochocientos, cuando el surgimiento del nihilismo y la propaganda por el hecho apunta a una sucesión en esas clásicas concatenaciones contra las cabezas visibles del poder entre asesinatos de reyes, primeros ministros y perfiles cercanos a esa órbita en la cúspide de la pirámide.

La diferencia con otras épocas, algo desde mi punto de vista no suficientemente ponderado en el volumen, es la trascendencia de los medios de comunicación como vehículo difusor de estos crímenes, pues tanto esos rusos primigenios como los anarquistas esparcidos por medio continente tenían muy presente el valor del foco mediático para expandir su evangelioentre puñales, revólveres, pólvora y dinamita.


'Una violencia indómita' (Crítica)


'Una violencia indómita' (Crítica)



De este modo conseguían replicar las omnímodas garras de las clases privilegiadas, con la aristocracia y la burguesía empecinadas en ostentar, como bien advirtió Max Weber en 1919, desde el Estado el monopolio legítimo de la violencia, en la metrópolis desde movientes económicos, territoriales en el escenario colonial, campo de pruebas para aplicar una serie de mecanismos después traspasados al continente, desde la limpieza étnica hasta la construcción de campos de concentración para el hacinamiento y tortura del enemigo, antitética si tomáramos al pie de la letra la supuesta misión civilizadora, comprensible, aunque injustificable, a partir de la guerra cultural por la supremacía racial, preludio de nacionalismos más furibundos sin necesidad de traspasar sus propias fronteras.


1914 como gran lanzadera
En este breve repaso previo a la Primera Guerra Mundial Casanova obvia dos vectores de gran relevancia. El primero se vincularía a través del crimen a la violencia casual, fruto del acelerón de la era. Jack el destripador - o más bien uno de los firmantes bajo ese nombre- declaró, inaugurado el siglo XX en 1888, siendo lo suyo acciones de crónica negra, bien distintas a las perpetradas por la policía cuando aplicaba todo su ardor en ventilar manifestaciones a golpe de porra. Hoy en día nos escandalizamos si algún participante pierde un ojo o si hay heridos de cierta gravedad. Hasta hace bien poco la decena o el centenar de bajas civiles en esas marchas era normal, y era así por lo impune de la autoridad, incontestada y dominante desde unos niveles de organización incomparables, y sólo cuando el proletariado aprendió ciertas lecciones y apostó, al menos en Occidente, por la configuración sindical pudo nivelarse la balanza.



'La carga' (Ramón Casas, 1899)


'La carga' (Ramón Casas, 1899)



Aun así, el gran salto para apuntalar el dominio de las altas esferas acaeció con el conflicto de 1914, cuando la logística alcanzó otro nivel desde las movilizaciones y los traslados de millones de hombres al frente bélico, algo apenas intuido con anterioridad. Este aspecto se vio más propulsado si cabe por un verdadero auge tecnológico, no sólo en lo armamentístico.

El gran problema de la Gran Guerra fue el exceso de confianza de esos mandamases. Podían disponer de los ciudadanos como carne de cañón sin calcular el daño del absurdo entre trincheras y motivos irrelevantes para esa soldadesca hastiada, como tan bien han reflejado películas como 'Senderos de gloria', de Stanley Kubrick, u obras literarias como 'El miedo', de Gabriel Chevalier y, desde un tono más ácido y actual, 'Nos vemos allá arriba', de Pierre Lemaitre.

Estas componendas se nutrieron de otros ingredientes, algunos bien calculados en el orden de los factores, con otros fuera de la ecuación hasta disparar el termómetro a una fiebre insensata. Por un lado, el nacionalismo, causante de tantos millones de víctimas en los campos de batalla, campaba indiscutido en su fachada, impoluta en contraste con su interior, donde los mosaicos imperiales iban disgregándose para configurar un nuevo mapa, alud emocional desde el nacimiento e independencia de tantos países antaño supeditados. Esta situación podía ser el acicate para incrementar la persecución contra minorías, como sucedió en el Imperio Otomano, protagonista del primer gran genocidio del Novecientos al aniquilar por sistema al pueblo armenio, algo aún no reconocido por algunos parlamentos, como el español, y mucho menos por Turquía, heredera del Sultanato.

Por otro, la Primera Guerra Mundial no tenía la ideología como premisa para el combate, y como muestra el botón de los partidos socialdemócratas entregados a la causa al apoyar presupuestos extraordinarios dado lo insólito de ese verano de Sarajevo. La excepción irrumpió en una Rusia a la deriva con la revolución bolchevique, y así fue como izquierda y derecha ocuparon ambos polos del cuadrilátero con mucha ansiedad para hilvanar el mundo brotado de tanta ceniza.


Entreguerras como paradigma de violencia
El gran acierto de 'Una violencia indómita' estriba, desde mi parecer, en el apartado dedicado a entreguerras, al exponer con suma brillantez cómo la guerra civil europea tuvo continuidad entre 1918 y 1939 desde la amargura de los derrotados, algo bien palpable en ambos hemisferios del Viejo Mundo hasta prosperar en férreas dictaduras con sus antecedentes alemanes, itálicos y si me apuran españoles, vuelta de tuerca paramilitar ante la impotencia estatal para controlar las rebeliones socio-comunistas y llevar las riendas encomendadas durante los primeros años veinte.




Una caricatura de finales de los años 30 después del pacto Ribbentrop-Mólotov en la que Hitler y Stalin contraen matrimonio. (Archivo)


Una caricatura de finales de los años 30 después del pacto Ribbentrop-Mólotov en la que Hitler y Stalin contraen matrimonio. (Archivo)



Esos preludios fascistas tuvieron su gemelo soviético desde otras circunstancias, de la Revolución a la Guerra Civil hasta el éxtasis del Estado, reformulador de su tenaza con Lenin y Stalin, quienes optaron por un surtido espantoso para eliminar a disidentes, adversarios, oponentes y antiguos camaradas entre juicios, el célebre gulag, hambrunas programadas y un obstinado decálogo de ortodoxia para enmudecer, con o sin últimos suspiros, cualquier atisbo de inteligencia, como reprodujo a posteriori en la Polonia invadida tras el pacto germánico-soviético al ejecutar a sangre fría a todos los cuadros medios, estiletes del cerebro, números discretos, la mente suele fijarse más en nombres y apellidos, para tantas escalofriantes estadísticas.

En Occidente Hitler adoptó un estilo similar, y si bien Martin Amis tiende a comparar a los dos mayores asesinos desde la cúspide podemos distinguirlos por otro punto para la polémica. El líder nacionalsocialista no ocultó su voluntad de terminar con las razas consideradas inferiores desde su cosmovisión, y sólo manejó cierto sigilo con la Solución Final, mientras la opacidad de la Unión Soviética favoreció los designios criminales del zar georgiano, comunista sí, pero imbuido de ese otro legado en la asunción de unas prerrogativas inhumanas.

El silencio casado con la violencia tiene, por desgracia, poesía, pero sobre todo es puro terror. Es el colaboracionista de 'Lacombe Lucien' de Louis Malle, con guion de Patrick Modiano, llamando al padre de un resistente para comunicarle el fusilamiento de su hijo, es Queipo de Llano y su presunto “a este más café” para decretar sin firma el ajusticiamiento de García Lorca, así como la mansedumbre del funcionario encargado del gaseo en los campos de exterminio del Este, la banalidad del mal de Hannah Arendt.







Casanova acierta al ver en Oriente el culmen de la violencia desde premisas culturales y choques civilizatorios. Durante la posguerra los satélites soviéticos sirvieron para un atiborrado mosaico de la temática entre represiones, rebeliones, cumplimiento a rajatabla de lo ordenado y el mantenimiento de una mutación más de lo imperial, trasladado en el bloque capitalista a largas noches franquistas, enfrentamientos generacionales, descontentos desde la izquierda en forma de guerrilla urbana en los años setenta, guerra sucia estatal y neologismos siempre existentes y nunca incluidos en este particular diccionario, como la violencia mental, quizá la más prevalente en nuestro siglo, donde siempre suele citarse la ausencia de grandes cifras mortuorias en cualquier tipo de conflagración armada, sea esta desde parámetros legales o terroristas.


La violencia del pasado, relato para el futuro
En 2017, desde otro contexto, Josep Borrell soltó aquello de “para cerrar heridas deben desinfectarse”, y no le faltaba razón si usamos su frase con relación a los traumas incrustados en el imaginario europeo. En Francia no fue hasta 1995 cuando se hizo examen de conciencia por el colaboracionismo, abriéndose un melón clave para entender la intensidad de tanta violencia en nuestra órbita, pues las Guerras Mundiales conllevaron enfrentamientos civiles prolongados durante décadas al no zanjarse los semilleros de los mismos, como bien sabemos en España, aunque en nuestra piel de toro determinadas legislaciones consecuentes en su momento, como la Amnistía de 1977, se revelaron contraproducentes a posteriori, más aún si se paragonan con el proceder de otros países donde se dirimieron estas perspectivas históricas con comisiones de la verdad.

Cada pedazo del Viejo Mundo tiene su rémora persiguiéndole. Los mandatarios pueden disolverla si encauzan con solvencia el relato del pasado para construir el presente y sentar las bases para el futuro; si ese corriente se desborda de su cauce corremos el riesgo de profundas inundaciones hasta anegar el debate público desde la manipulación populista, erigiéndose la Historia en un motor maligno al no ajustarse bien los engranajes, urgidos de normalidad, y cuando esta no se ha conseguido en este sentido democrático algunos aman fundar disparaderos para martillearnos con relatos espurios, bien útiles para la cizaña social. Quizá, para no alentar esa violencia inspirada en la mentira y de claro cariz mental, reforzar la educación y meditar consensos políticos evitaría tantos quebraderos de cabeza, más bien pesadillas ininterrumpidas del discurso, y limpiaría el terreno de tantas minas contrarias a la convivencia, erradicables de la superficie con medidas consecuentes para el bien de toda la ciudadanía, sin egoísmos y valentía para aparcar tanto partidismo parasitario, ciego al sueño de un mañana más despejado, cabal y sin tanto efímero ruido blanco.


 
El misterio de las guerreras samurái: las intrépidas heroínas que Japón borró de su historia

Según el historiador Stephen Turnbull, «sus hazañas son la historia más importante jamás contada del legado de los samuráis», después de que desaparecieran a mediados del siglo XIX. Se tiene registro de ellas desde el año 200 d. C., cuando invadieron la actual Corea

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Un gurpo de guerreras samuráis de Japón, en la segunda mitad del siglo XIX

El misterio de las guerreras samurái: las intrépidas heroínas que Japón borró de su historia

Según el historiador Stephen Turnbull, «sus hazañas son la historia más importante jamás contada del legado de los samuráis», después de que desaparecieran a mediados del siglo XIX.

Se tiene registro de ellas desde el año 200 d. C., cuando invadieron la actual Corea

Israel Viana
MADRID
Actualizado:25/09/2020 01:19h

 
EL PRIMER GRAN REFORMISTA
El Conde Duque de Olivares, una oportunidad perdida para España
Culto y mecenas de artistas, dramaturgos y eruditos; fue el gran protector de Velázquez en la Corte y de él salió la idea de construir el Palacio del Buen Retiro



Foto: Gaspar de Guzmán y Pimentel, conde-duque de Olivares.


Gaspar de Guzmán y Pimentel, conde-duque de Olivares.



Por
Álvaro Van den Brule
25/09/2020 - 20:29 Actualizado: 25/09/2020



“No puedes convencer a un creyente de nada porque sus creencias no están basadas en evidencias, están basadas en una enraizada necesidad de creer”

Carl Sagan.



Nunca se podrá decir de Olivares, que fuera un vago o un currante indolente. Peleó con denuedo cuando España ya había descrito la curva de la gloria y comenzaba su decadencia. Su carrera en la corte podría resumirse como la de un político poco honorable –nada nuevo bajo el sol -, que no supo dar con la tecla adecuada para responder a los desafíos de un imperio colosal sí, pero con pies de barro. Lo intentó, e incluso, quizás pudo ser un gran estadista como apunta el historiador John H. Elliott, en una Europa desarticulada y enfrentada en un todos contra todos donde se dirimían las afrentas nacionales sí, pero también donde se batía España en medio de una mediocre gestión, que a la postre se convertiría en el prólogo de un funeral anunciado para aquel gran imperio que fuimos.

Durante dos décadas muy agitadas y con cinco frentes de guerra abiertos – y luego llamamos a Napoleón avaricioso-, Gaspar de Guzmán, el Conde-Duque de Olivares nacido en el año del señor de 1587 y con pasaporte caducado en el año 1645, condujo la política española durante dos décadas en la época de Felipe IV, otro para darle de comer aparte.

Atento a las corrientes científicas e intelectuales emergentes allende los Pirineos, intentó que el país elevara vuelo, pero asimismo se podría decir que fue un visionario excesivamente engreído, narcisista enfermizo, y en muchas ocasiones, cruel. Ese espíritu reformista chocó frontalmente con la resistencia de una burocracia agostada y esclerotizada y al mismo tiempo con las elites aristocráticas y sus pétreos derechos con lacre.

Hombre trabajador donde los haya, tenía un equipo competente, pero le devaluaba el trato al que los tenía sometidos; la humillación era su tarjeta de presentación en las relaciones con sus subordinados. Su permanencia en el poder lo fue convirtiendo en un ser denostado y odiado, algo que derivó con el tiempo en un aislamiento progresivo por la notoria falta de empatía.


Desde que entró en 1615 al servicio del príncipe Felipe, futuro Felipe IV, no paró ni un instante de intrigar a diestro y siniestro granjeándose enemigos a destajo. En 1623 consiguió el más alto cargo que podía darle la administración; ser el valido de Felipe IV. A partir de aquí su ascenso al olimpo de la corrupción fue in crescendo convirtiéndolo en un intocable por su relación regia. Amasaría una fortuna colosal gracias a las rentas, territorios y títulos que se auto otorgó. La bancarrota del país estaba al caer, como así fue.

En este orden de cosas, el deterioro de la situación provocó el descontento del pueblo. No hay que olvidar que el Conde-Duque de Olivares era como Jano, tenía dos caras muy definidas. Una de sus loables facetas fue la del impulsor de un polémico proyecto de castellanización de los territorios de la Corona Hispánica. No olvidemos que España probablemente nunca haya estado tan cerca de ser un estado federal como con los Austrias. Esa controvertida política nos conduciría a importantes conflictos internos no exentos de pataleos periféricos. No hay que olvidar que España en ese momento estaba constituida por varios reinos y virreinatos, que tenían en común la figura y autoridad del monarca con algunas excepciones singulares como la del País vasco ,Cataluña y Portugal.


La manía de meternos en follones con las constantes intervenciones militaresen el exterior (Guerra de los Treinta Años) cargaba sobre las espaldas de Castilla problemas enquistados que había que resolver sí o sí. Entonces, el Conde-Duque de Olivares creó un sistema económico y militar para que no fueran solamente los castellanos los que cargaran con ese lastre. De ello, nació la Unión de Armas.




Felipe IV (Wikipedia)


Felipe IV (Wikipedia)



El objetivo de estas políticas de centralización que más tarde se harían efectivas a partir del reinado de Felipe V,- el primer Borbón peninsular-, tendría como eje la distribución proporcional en lo tocante a la aportación de soldados y dinero entre los distintos territorios hispánicos para poder financiar los innumerables conflictos bélicos. Se impuso un servicio militar obligatorio a más de 100.000 hombres de armas para combatir al emergente hegemon francés; todo ello, por ende, afectaría a la corona de Aragón y a nuestros hermanos portugueses (en ese momento existía aun la tan ansiada Unión Ibérica entre ambos países). Esto y la progresiva castellanización de estas áreas del Gran Reino derivaron en un guirigay del copón.


Sublevación catalana
La sublevación catalana que concluiría en un baño de sangre no sin antes declararse república, se inició con las protestas de los aparceros de Gerona tal que un día de Corpus. Las consecuencias están registradas en los libros de historia pues tras la dura represión del “Corpus de Sang” no quedó ni el Tato sin recibir un correctivo. Lo cierto, es que se derramó mucha sangre y esos ecos, perduran aún hasta hoy.

Los catalanes se levantaron contra este ordenamiento con causa o sin ella, generando perjuicios adicionales de desestabilización para un país que ya andaba escorado y hubo que enviar tropas con el consiguiente sangrado para el erario público. Aquella enésima rebelión catalana sería sofocada, y lo que pretendía Olivares obtuvo el efecto contrario; más rencor, más odio, más…Las telarañas andaban en los cofres de la hacienda real como Pedro por su casa

Tal llegó a ser la situación, que este morlaco engolado y de mirada torva, mascarón de proa de la indecencia más descarada, que atesoraba todo tipo de bienes, pudiendo incluso rescatar de la quiebra a la propia monarquía con su peculio, pidió un préstamo jugoso a los judíos portugueses para salir de la situación. ¿Cinismo o un sinvergüenza de tomo y lomo? Quevedo ya le dedicó en su momento algunas invectivas y coplillas que no tienen pérdida.

Este amoral sujeto, era el conseguidor de aventuras horizontales del monarca, el que le ponía a Felipe IV las féminas a tiro de bragueta descubierta cuando había alguna que se le antojaba (su idilio con la Calderona y sus aproximadamente treinta hijos bastardos rozaban el escándalo en tiempos de impunidad total para las testas coronadas); eran ambos, rey y valido, dos piezas de armas tomar y libertinos de manual. De Felipe IV se cuenta que se llevó por delante a la mitad del convento de las monjitas de San Plácido, cometiendo un sacrilegio con palabras mayores con estas servidoras del altísimo. Las jerarquías eclesiásticas miraban para otro lado pues obviamente también estaban metidas en el ajo, así, tal cual.

Si no fuera por las alentadoras y desconcertantes palabras de Bismarck que aludían a una España que era indestructible a pesar de estar habitada por nosotros los españoles; el tema sería para mear y no echar gota. Es increíble que este país con este tipo de dirigencia haya llegado hasta hoy. Es algo realmente milagroso. A lo mejor va a resultar que Dios existe.

No debemos de olvidar que una buena idea puede ser perfectamente el germen de un desastre si no se calibra bien o no se dan las compensaciones mínimas para evitar sobresaltos. La diplomacia siempre primero, luego, hay otros recursos.


La Unión de Armas
La Unión de Armas provocó un desaguisado tremebundo en la estructura de La Corona y, por ende, del entero país, reino o lo que sea esta jaula de grillos. Portugal se alzaría finalmente con la independencia, un fracaso para un proyecto tan ilusionante. Las Provincias Unidas holandesas y sus quebraderos durante ochenta años en la peor decisión política que España ha tomado en toda su historia, desembocaron en la emancipación de las mismas. La derrota ante Francia, marca el principio del fin de cerca de dos siglos de dominación mundial. La Paz de los Pirineos nos deja un regusto amargo y la Francia de Luis XIV, aparece con brillo propio en el escenario europeo. Felipe IV y su compinche de correrías, condenan a España a jugar en segunda.




'La entrevista de Luis XIV y Felipe IV en la isla de los Faisanes', de Jacques Laumosnier (1660).
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La entrevista de Luis XIV y Felipe IV en la isla de los Faisanes', de Jacques Laumosnier (1660).




Se hace necesario recordar que al igual que en las campañas contra Francia entre Felipe IV y el galo Luis XIII padre del Rey Sol, hubo un momento en que por una decisión errónea, no se tomó París estando esta a tiro de piedra. Habría sido un golpe de efecto tremendo, ver a los Tercios españoles desfilar por los Campos Elíseos y “prendre le petit-déjeuner, croissant et café au lait, ensemble” rematando siglos de lucha de forma tan sublime. Pero la historia es muy caprichosa y tras arrearles sin parar a nuestros vecinos transpirenaicos, acabamos trastabillando y haciendo eses. La vida…

Este hombre de talla, valido de un rey melifluo, se metió en harina para resolver los enormes problemas que albergaban los entresijos de ese imperio tan colosal, que, como el humo, era imposible de aprehender.
Tal vez, su final no fue justo, pero si es cierto que, siendo un hombre de grandes ideas, no contaba con los recursos necesarios para emprender proyectos faraónicos. No pudo coger por los cuernos la historia del que fue este monumental país y paradójicamente iría a morir a Toro en Zamora.
La historia, tiene unas extrañas y misteriosas dimensiones.

El Conde Duque de Olivares, el primer gran reformista de este entretenido parvulario, se había estrellado contra un meteorito, España.




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El infierno de Vietnam en primera persona
Se publica en España, «Nam», crónica oral de Mark Baker que recoge 150 testimonios de veteranos y combatientes

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David Morán
BARCELONA
Actualizado:27/09/2020 01:27h

Primero llega el shock; luego el escalofrío. «Salí corriendo y ¡Dios!, allí estaban esas personitas con sus sombreros en forma de cono corriendo de aquí para allá al otro lado de la verja. El aire olía diferente y todo parecía diferente. Al principio eres una idiota y no te enteras de nada», recuerda una enfermera que llegó a Vietnam en septiembre de 1970 con una maleta de 45 kilos y las reservas de ingenuidad todavía bien surtidas. Sigamos. «A mí me encantaba acercarme a tíos que acababan de recibir un balazo en el pecho o en las tripas y fingir que era médico. Tenías carta blanca para hacer lo que te diera la gana. Estás rodeado de cadáveres, así que si quieres hacer algo absurdo, lo haces y punto», relata un poco más adelante un soldado de infantería encargado de la radio que ya había empezado a sospechar que todo aquello era un inmenso sinsentido. ¿Más? «Puede que haya perdido la cabeza, pero lo tengo todo bajo control», sostiene un veterano que, ya en casa, se dio cuenta de que si había sobrevivido a My Lai, al agente naranja y a la selva tropical, podía lidiar con cualquier cosa.

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Mark Baker

Las tres voces, planteamiento, nudo y desenlace de la gran derrota militar de Estados Unidos amén de la Primera Guerra Pop del siglo XX, se enredan y anudan «Nam. La guerra de Vietnam en palabras de los hombres y mujeres que lucharon en ella», apabullante historia oral que reúne testimonios en primera persona de 150 veteranos que, como cantaba Springsteen, fueron enviados a una tierra extranjera «to go and kill the yellow man». ««Nam » no es la verdad en mayúsculas sobre Vietnam. Simplemente escuché a las personas explicar sus «historias de guerra». Historias llenas de emoción, sin duda inexactas en algunos puntos, exageradas o minimizadas. Historias que, despojadas de ambición y romance, están más cerca de la verdad de lo que realmente sucedió que las que teníamos antes», explica Mark Baker, autor de un libro que, publicado originalmente en 1982, se traduce por primera vez al castellano de la mano de la editorial Contra. «Quería saber qué se sentía, cómo olía; quería saber acerca del heroísmo y el horror de los hombres y mujeres que lucharon allí. Y al final resultó que muchas otras personas también querían saberlo», relativiza Baker.

Así, hilvanado a partir de testimonios anónimos y en primera persona que Baker empezó a recopilar en 1972, «Nam» viaja de los centros de reclutamiento al aeropuerto de Bien Hoa; de la eternas esperas en Okinawa al aterrizaje forzoso en la jungla; del primer disparo mortal con un M-16 («Clint Eastwood estaría habría estado orgulloso de mi», dice un soldado tras cobrarse su primera baja) a los trofeos cada vez más retorcidos que exhibían algunos de los soldados. «Si tenías un collar de orejas quería decir que eras un buen asesino, un buen soldado. Se nos alentaba a cortar orejas, narices, los nepes de los hombres», recita otro. Una imagen que colisiona salvajemente con la idea de que Vietnam fue una guerra librada en su mayor parte por «chavales desafectos de diecinueve años, como tus amigos del barrio», tal y como apunta el escritor Kiko Amat en el prólogo. O, como señala otra de las voces del libro, un puñado de críos a los que habían invitado a jugar con los mayores: «Yo no sabía una mierda de Vietnam. Pensaba: «¡Bah! Seguro que mandarán a tíos de verdad para combatir. No van a mandar a los niñatos como yo». Pero ahí estaba yo, con el resto de los niñatos, pasándomelo en grande».

Romper el silencio
No cuesta entender que en su momento «Nam» fue una revelación; un volumen que hizo dupla con «Despachos de Guerra», de Michael Herr, e hizo trizas el espeso e incómodo silencio que lo engulló todo tras la derrota. «Nadie quería recordar aquello. Nos lavamos las manos e intentamos olvidarlo. Aunque la guerra cultural y generacional continuó, ambas partes guardaron un silencio agradecido, tal vez culpable, sobre Vietnam. Los veteranos de la guerra a menudo ocultaban su servicio militar a los empleadores, no hablaban con sus cónyuges sobre sus experiencias y casi nunca compartían con sus amigos lo que había sucedido. Era como si todos los que participaron en la guerra ya estuvieran muertos o desaparecidos», explica. Pero no estaban muertos. Simplemente, estaban callados. «Había una historia privada oculta, pero estaba muy cerca de la superficie. Todo lo que tenía que hacer era preguntar. Así que eso es lo que hice», añade.

Mitificada en el cine y narrada y cantada hasta la saciedad -«The Rolling Stones, Jimi Hendrix, Country Joe & the Fish, Joe Cocker, John Fogerty, Creedence Clearwater Revival, Janis Joplin , Jefferson Airplane, Sly & the Family Stone... Para mí existe una conexión instintiva entre lo que escucho en mi cabeza y lo que que sucedía en aquel momento», explica Baker-, la guerra de Vietnam, como todas las demás, también ha acabado sucumbiendo al paso del tiempo y a una mirada cada vez más anestesiada.

«Las personas que lean este libro hoy habrán sido testigos de infinidad de conflictos y actos de terrorismo en las últimas décadas, desde Kosovo y Serbia a Irak, Afganistán, las Malvinas, Chechenia y Crimea. Muchas de las historias de terror de la guerra de Vietnam han sido adoptadas por las películas y superadas por la vida real. Así que muchas de las historias de «Nam» siguen siendo emocionalmente conmovedoras, empáticas, a veces incluso crudas, sí, pero creo que ya no son impactantes», sostiene.

Una afirmación que, sin embargo, tiene poco que ver con el cuerpo de colisión múltiple que se le queda a uno después de enfrentarse a heridas infestadas de gusanos, masacres «perpetradas con entusiasmo» y sesos desparramados por el suelo. «Matar es lo fácil, pero estás agotado, siempre, todo el puto tiempo», que resume uno de los soldados.

«Creía que el Gobierno se ocuparía de nosotros, pero Kennedy ya no estaba»
Después de recorrer la jungla y las trincheras calado hasta los huesos, «Nam» se cierra con un último capítulo dedicado a la problemática vuelta a casa. Un retorno que no solo puso a prueba la cordura de los propios veteranos, sino que convirtió en estigma de apestoso purulento lo que en otra época hubiese sido reverencia y respeto. «Los jóvenes percibían la guerra de Vietnam como algo inútil e innecesario. Y la generación de sus padres se sintió a menudo avergonzada por una pérdida militar tan terrible. Los veteranos quedaron varados en el medio, sin saber por qué fueron odiados o, peor aún, ignorados», explica Baker. «Cuando regresé de Vietnam no esperaba que me recibieran como a un héroe, pero si esperaba tener un trabajo digno. Creía que el gobierno se ocuparía de nosotros. Pero éramos los hijos de Kennedy y él ya no estaba cuando volvimos, así que nos jodieron», resume uno de los veteranos. Lo que vino a continuación, con todos esos Ron Kovic y Teniente Dan Taylor que alimentaron las pesadillas de la posguerra y la imagen del veterano inadaptado y marginal, es de sobras conocido, aunque Baker prefiere resaltar la otra cara de la moneda. «Lo sorprendente no es que algunos de estos hombres y mujeres fuesen sintecho y se metiesen en las drogas o en el crimen. Lo sorprendente es que la gran mayoría de ellos finalmente regresó a la vida normal por su cuenta, como esposos y esposas, padres y madres, empleados valiosos y miembros productivos de la sociedad estadounidense».

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Manuel P. Villatoro
Actualizado:29/09/2020 00:38h

 
HISTORIA
'Los Protocolos del Mal': cómo triunfó la más loca mentira antisemita y por qué vuelve
Es la teoría de la conspiración que más y mejor ha calado nunca, una de las falsificaciones y plagios literarios más evidentes de la historia


Foto: Caricatura antisemita.


Caricatura antisemita.



AUTOR
JULIO MARTÍN ALARCÓN
Contacta al autor
@Julio_M_Alarcon
TAGS
HISTORIA
HOLOCAUSTO

27/09/2020



Es la teoría de la conspiración que más y mejor ha calado nunca, una de las falsificaciones y plagios literarios más evidentes de toda la historia y uno de los paradigmas del populismo y del antisemitismo por su colección de argumentos simplistas, vaguedades, generalidades y ausencia de datos que se puedan contrastar. Se trata de 'Los Protocolos de los Sabios de Sion': el mayor invento conspiranoico jamás creado nunca y que sirvió entre otras cosas para asentar las ideas de la Solución Final del Tercer Reich. La caricatura del judío avaro y diabólico que desde su mezquina existencia forma parte de una red mundial para dominar el mundo. —Si ha llegado hasta aquí recomiendo que se ponga 'Sympathy for the devil' y lea hasta el final del artículo. Está medido—.
Mucho antes del Holocausto, a principios del siglo XX, el texto espoleó los brutales pogromos en Rusia y Europa Central contra los judíos. Una mentira tan destructiva como resistente. ¿De dónde había salido ese misterioso texto que revelaba los planes secretos de los sabios judíos para conquistar el planeta? Se falsificó en la Rusia zarista a principios del siglo XX, viajó a Europa en la década de los años 20, donde cuajó en una Alemania en cuyas cervecerías comenzaba sus discursos incendiarios un joven Adolf Hitler.

Se difundió por Estados Unidos hasta el punto de que un gran magnate de la industria, Henry Ford, puso dinero de su propio bolsillo para su publicación. Todo esto ocurrió en Europa y América, a pesar de que ya en 1921 se había descubierto, no ya que fuera una conspiración inventada, sino que los supuestos 'Protocolos de los Sabios de Sion' eran directamente un plagio perpetrado en Rusia de una obra francesa llamada 'Diálogo en el infierno entre Maquiavelo y Montesquieu' de Maurice Joly.


Spielberg y el 'lobby' judío
En realidad, sigue siendo de alguna forma resistente, o al menos la idea de un 'lobby' judío que maneja los hilos en la mayor potencia hegemónica del mundo, EEUU, ha estado presente hasta que comenzó el siglo XXI. Steven Spielberg y los presidentes de Israel amparados por la banca judía en el mismo corazón de Nueva York, Washington y por supuesto, Hollywood. La sombra de que de alguna forma los judíos lo dominan todo. Durante años hemos tenido nuestra propia versión de los protocolos de Sion actualizados, medio siglo después de que se desplomase el Tercer Reich con su colección de teorías sobre la dominación mundial y la conspiración judeomasónica.




Sátira del caso Dreyfuss.


Sátira del caso Dreyfuss.




Ahora, de nuevo las mismas redes de engaño y manipulación que supusieron los protocolos en el siglo XX, se extienden tan rápido como un virus. Es el caso de 'Qanon;' un primo hermano de las teorías del complot de los sabios de Sion: ya saben, un grupo poderoso y escurridizo en la sombra formado por miles de personas que viven entre nosotros y que conspiran para cambiar el mundo y arrebatarnos nuestra forma de vida. El último en darle cierta validez a las teorías de 'Qanon' ha sido nada menos que Donald Trump presidente de EEUU. Están entre nosotros.

Pero ¿qué son exactamente los Protocolos de los Sabios de Sion? Se cumplen ahora 100 años de su llegada a Europa occidental, el lugar donde más daño hicieron, ya que acabarían siendo otra pieza más del entramado pseudointelectual del nazismo y 'Mi Lucha' de Adolf Hitler. Deberían denominarse los protocolos del mal, porque sirvieron para asentar una idea enfermiza que costó la vida a más de seis millones de judíos en Europa. El documento apareció en 1905 en Rusia: un texto de unas 60 páginas dividido en los 24 protocolos. Una serie de argumentos y exposición de la visión sobre el mundo, la política y la religión y una serie de directrices para tomar el control del planeta.


El fraude
Tuvieron que pasar unos cuantos años hasta que una obra fundamental difundiera como es debido los orígenes y las interioridades del fraude. El historiador británico Norman Cohn, publicó en 1966 'Warrant of genocide: The Myth of the Jewish World Conspiracy and the Protocols of the Elders of Zion', traducido en España por Alianza Editorial como 'El mito de la conspiración judía mundial: Los Protocolos de los Sabios de Sion'. Cohn tomaba el relevo de los periodistas del 'Times' que en 1921 denunciaron el plagio sin mucho éxito a tenor de los acontecimientos posteriores y que lo ligaba a una vieja corriente de la humanidad.

El historiador trazaba las similitudes de la invención con otras más antiguas, como fueron los templarios y todas las órdenes masónicas y a la Revolución Francesa. Más concretamente, situó el primer germen de la idea poco después de la propia obra que había plagiado el panfleto en cuestión. Un alemán, Goeschde ya había usado parte de 'Conversaciones del diablo con Maquiavelo' para trasladarlo a los judíos. En esencia, un auténtico manual contra el liberalismo y el progresismo a partir de la caída de Napoleón III y el comienzo del declive del Antiguo Régimen en Europa, que por entonces aún dominaba el mundo.



Adolf Hitler.


Adolf Hitler.



Adolf Hitler despachó la cuestión con su ministro de Propaganda y profeta del mesianismo hitleriano Joseph Goebbels: "Una de las mejores conversaciones que tuvo Goebbels, según su diario, con Hitler fue relativa a los 'Protocolos de Sion'. Sacó el tema después de comer. Hitler estaba absolutamente seguro de la autenticidad de los protocolos. Los judíos, pensaba, no trabajan para un programa establecido; seguían su propio instinto. Los judíos eran iguales en todo el mundo". —Ian Kershaw, 'Hitler' (Crítica)—. Se sabe que el Führer tuvo acceso a los protocolos de la mano de uno de los ideólogos de la cuestión judía del nazismo, Alfred Rosenberg, que había vivido en Rusia y que habría sido quién le introdujo en la conspiración en la década de los 20, antes incluso de escribir 'Mi lucha' lo que asentaría su visión sobre la raza judía que acabaría en la Solución Final.


De Panfleto a 'bestseller'
¿Por qué triunfó el panfleto claramente plagiario y carente de las más mínimas pruebas? La idea es siempre sugerente. No en vano grandes 'bestsellers' como 'El ocho' de Katherine Neville o la saga de Dan Brown que comenzó con 'El código Da Vinci' han usado la misma e irresistible fórmula. Al menos durante muchos años tuvimos la contrapartida de Umberto Eco, que le prendió fuego hasta los cimientos a las viejas y remozadas conspiracionesde siglos de los templarios y la masonería, los rosacruces y demás grupos secretos con 'El péndulo de Focault' y a los propios 'Protocolos de Sion' con su última novela, 'El cementerio de Praga'. Nadie que haya leído a Eco podría tragarse de nuevo un 'bestseller' como los de Dan Brown.

Es fácil pensar que los acontecimientos de la humanidad no siguen un patrón azaroso, sino que existe una mano negra detrás, ya sea el mismo diablo, como expresaron los Rolling Stones: "Ya sabes, todo policía es un criminal y todo pecador un santo / Merodeaba por San Petersburgo / cuando percibí que era el momento de un cambio / Asesiné al zar y a sus ministros / Anastasia gritó en vano". Una figura que está presente en todo momento. No es casualidad que los Protocolos estuvieran basados en una obra sobre el diablo. Solo que también es mentira. ¿O no? ¡Uh! ¡UH! ¡Uh ¡UH!


 
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