qué zona¿?Yo sigo pensando que por esa zona había un depredador...
***
Alguien q actúa así no es su primera vez.
Anglés tiene un bonito historial. Muy interesante el caso de Nuria. No lo conocía. Ni lo de su madre.. ni q toda su familia lo trataria de loco y le tienen pavor.
Ese sí q cuadra a la perfección.
Y ¿dónde se supone q está? (Con el arma seguramente..)
Una 'fiera' acorralada
Antonio Anglés "no dudará en defender su libertad a tiro limpio", según sus amigos
JESÚS DUVA
Valencia 2 FEB 1993
Antonio Anglés, uno de los presuntos asesinos de las niñas de Alcasser, "siempre tenía unas zapatillas preparadas para salir volando" en caso de que la Guardia Civil se presentase a detenerle, según uno de sus amigos. El que se ha convertido en el enemigo público número uno es un tipo "cruel", que tenía atemorizada a toda su familia. El abogado Pedro Esquembre Menor, que defendió hace un par de años a Miguel Ricart -el único detenido hasta ahora por su participación en el triple crimen- recuerda que su cliente "estaba totalmente dorninado" por Anglés.
Anglés logró escapar el pasado miércoles de su casa de Catarroja, tras saltar desde una ventana hasta un patio colindante Una vez más burló a la Guardia Civil, posiblemente gracias a su costumbre de tener siempre a mano unas zapatillas deportivas. Un hombre permanentemente acosado sabe que es muy difícil huir descalzo. Se mueve como un gato por los tejados y como una pantera por el monte. Los que le conocen bien dicen que no dudará en defender su libertad a tiro limpio.Su biografía demuestra que es un tipo duro. En enero de 1990 secuestró a Nuria Pera Mateu, de 20 años, porque ésta se había inyectado una dosis de heroína. que Anglés le había dado para que vendiese a otros drogadictos. "Estuvo a punto de estrangularme y me dio tanto miedo que me hice mis necesidades encima", relató después la muchacha, a la que llevó a una vieja casa de Catarroja, donde la dejó encadenada a un pilar durante dos días. Los familiares de Anglés, que residían en esa vivienda, no se atrevieron a liberar a la víctima, hasta que decidieron llamar anónimanente a la Guardia Civil.
El relato de los horrores sufridos por Nuria causa escalofríos. "Antonio me dio golpes por todo el cuerpo. Me amenazaba con clavarme un cuchillo y hacerme una marca en la cara. Me dijo que me iba a tirar a un pozo que había en la casa y él tiraba cosas dentro para que yo oyera lo profundo que estaba". Pero las torturas no acabaron ahí. "Antes de marcharse, Antonio llevó un doberman, que él tenía entrenado para atacar. Me dijo que empezara a rezar porque los doberman huelen la sangre. Estaba aterrorizada cuando el perro se puso encima y empezó a olerme", narró el 29 de enero de 1990 ante el juez.
Cuando la Guardia Civil la rescató, Nuria se negó a. decir quién la había tenido esclavizada por miedo a que Antonio tomara represalias", según reconoció. El mismo terror mostraron la madre del cruel individuo, su hermano Enrique y el camionero Miguel Ricart, que siete meses antes de este incidente se había aposentado en la casa de los Anglés. Ricart, que está encarcelado por su participación en la violación y asesinato de las niñas de Alcásser, confesó en aquellas fechas que no había ayudado a Nuria porque tenía "mucho miedo" a Antonio Anglés. "El que le hace alguna faena, se la paga. Nunca perdona", explicó.
Neusa Martíns estuvo a punto de morir abrasada a manos de su hijo. "Una vez me echó de casa", relató, "porque no le di dinero. Me tuve que ir a dormir a un coche abandonado y, cuando estaba dentro, llegó él y le prendió fuego". Dolores Anglés reconoce que tiene "un miedo tremendo" a su hermano Antonio, del que dice que "está loco" y es "quien lleva la voz cantante y quien ordena y manda" en su casa.
El fugitivo Antonio Anglés ha suplantado en numerosas ocasiones la identidad de su hermano Enrique, que días atrás fue detenido por su presunta implicación en el asesinato de las niñas de Alcasser, aunque el juez le dejó posteriormente en libertad.
Cambio de identidad
Tras ser capturado por el secuestro de la joven Nuria, Antonio tuvo la sangre fría de asegurar que su verdadero nombre era Enrique. En tantas ocasiones ha suplantado la identidad de éste que incluso los guardias civiles Octavio Heras y Antonio Ríos comparecieron en el juzgado de Catarroja para asegurar, erróneamente, que el detenido se llamaba Enrique.
El Fiero Antonio Anglés es un hombre "solitario", que sólo busca la compañía de los demás cuando les necesita, según el abogado Pedro Esquembre Menor. Actualmente utiliza los carnés de identidad de su, hermano Enrique y de sus compañeros de correrías Antonio Partera Zafra y Rubén Dario Romero Pardo, sobre los que ejerce un liderazgo indiscutible.
Esquembre nunca imaginó que uno de los asesinos de las tres niñas fuera Miguel Ricart, al que defendió en el juicio por el secuestro de Nuria. "Es un chico sin personalidad, de caracter débil, dominado por Anglés. Nunca pensé que volviera a delinquir", agrega.
https://elpais.com/diario/1993/02/02/espana/728607617_850215.html
«un joven esquizofrénico de Catarroja»
https://www.lasprovincias.es/v/20130128/comunitat/hombre-derrumbo-ricart-20130128.html*
*
(..) Ellas son Míriam, Toñi y Desirée, las niñas de Alcàsser. Tal día como hoy, un casi nevado 27 de enero de 1993, Gabriel Aquino y José Sala salieron de sus casas de Llombai cuando el alba no había ni siquiera despuntado. Agricultores jubilados, lo suyo era entonces las abejas. Los apicultores cogieron el camino de La Romana para ver sus colmenas. Jamás llegaron. Un brazo asomando de la tierra caliza, con un reloj de niña en su muñeca, les dejó congelados. A ellos y a toda España.
Los 75 días de angustiosa búsqueda de las niñas de Alcàsser acababan con un escalofrío generalizado. «Jamás en mi vida había visto un crimen más asqueroso», llegó a decir el ex fiscal jefe Enrique Beltrán, un hombre con mucha toga a sus espaldas. Comenzaba el duelo por el triple crimen. Empezaba la búsqueda de dos diablos.
Y Juan Miguel Pérez, capitán de la Brigada de Información de la Guardia Civil, no tardó en mirar directamente a los ojos del mal. Como experto antiterrorista, lo suyo en los 90 era perseguir a los entonces activos Grapo y a miembros de ETA. Pero a las pocas horas de aquella aciaga mañana del 27 de enero, todo guardia civil y policía nacional de la Comunitat Valenciana tenía un objetivo en mente: dar con un demonio. Antonio Anglés, el asesino de las niñas de Alcàsser, se convertía en el enemigo público número uno.
Un volante médico hecho pedazos entre romeros junto a la siniestra tumba de las niñas guió a los agentes hasta la casa de Neusa, la matriarca del clan Anglés. El parte médico llevaba escrito el nombre de Enrique Anglés, un joven esquizofrénico de Catarroja. Aunque la Guardia Civil no tardó en atar cabos. Una simple consulta en los archivos de antecedentes pusieron rostro al asesino: Antonio Anglés, en permiso penitenciario tras salir de prisión por secuestrar, violar y torturar a su novia, era el hombre buscado.
«Empezó a hacer aguas»
Cuando los agentes llegaron al piso, Antonio ya se había esfumado. Por la calle deambulaba un joven bajito y de pelo claro. Miguel Ricart, 'El Rubio', devoraba un pitillo tras otro en las inmediaciones del número 101 del Camí Nou. «Él acudió por su propio pie a la casa. Una vez allí nos lo llevamos al cuartel de Patraix. Pero solo como amigo de Antonio, para interrogarlo a ver qué sabía acerca de por dónde se movía Anglés», recuerda hoy Juan Miguel Pérez, ya guardia civil retirado.
Los investigadores le tomaron declaración en una primera ocasión, pero Ricart no arrojó datos demasiado clarividentes sobre el sospechoso. Los agentes habían terminado con él, pero 'El Rubio' no se marchó de la zona de la Comandancia. Seguía paseando por allí, como esperando algo. O a alguien... «Parecía que le reconcomiera alguna cosa. Entonces se me acercó un compañero de Información y me dijo: '¿No te suena ese?'. Resulta que tres años antes lo habíamos detenido por asaltar unas instalaciones de la Guardia Civil para robar un cargador». Los investigadores decidieron entonces someter a Ricart a una segunda declaración. El cerco sobre el asesino de las niños de Alcàsser se estrechaba.
Dos décadas después, el capitán Juan Miguel Pérez, hoy con 65 años, aún recuerda muchos de los detalles de las casi tres horas de interrogatorio (poco tiempo para el habitual en casos de asesinatos) que pasó con Miguel Ricart en un cuarto de la Comandancia de la calle Calamocha de Valencia. Fue el comienzo del fin de la vida en libertad de 'El Rubio'.
«Todo empezó como una conversación sobre temas banales, personales, sin importancia. Para que se relajara. La intensidad de las preguntas fue subiendo. Hasta que surgieron las primeras contradicciones. Empezó a hacer aguas», rememora hoy Juan Miguel Pérez, el hombre que hizo derrumbarse a Miguel Ricart.
Él fue una pieza más en la resolución de un caso cuya 'alma mater', una de las piezas fundamentales todo el mundo coincide en señalar (entre los cientos de agentes que participaron en su indagación): el subteniente de la Guardia Civil Pablo Pizarro, hoy fallecido y que declaró como instructor de la investigación durante el juicio. El gran sabueso en toda esta dramática historia.
Pérez y el resto de encargados de asediar con sus preguntas a Miguel Ricart no tardaron en descubrir el punto débil que debía servirles para derrumbar a 'El Rubio'. Ricart era un pelele de Antonio Anglés. 'El Asuquiqui' no solo era su camello, un 'dios' para las múltiples adicciones de su secuaz. «Anglés lo dominaba por completo. Lo manejaba a su antojo», recuerda el excapitán de Información. Los agentes decidieron aprovechar ese 'filón'. Empezaron a sacar de quicio a Ricart. A tratar de vencer su resistencia con insinuaciones hasta sobre su orientación sexual. «Le dije, 'venga, Miguel, que sabemos que Anglés hasta te obligaba a tener s*x* con él'». Armas psicológicas para tratar de sacar a la luz la verdad. «Empezó a no sostener la mirada como al principio», detalla el interrogador.
El pacto con el diablo
'El Rubio' estaba ya en caída libre en aquel cuarto de la Comandancia de Valencia. El humo abarrotaba la estancia. En apenas tres horas, Ricart se fumó más de un paquete de tabaco. Y acabó estallando. «Él estaba dolido con Antonio Anglés. Quería vengarse de él por encima de todo, aunque eso le costara la cárcel. Era mayor soportar el yugo que Anglés le tenía puesto», rememora Pérez.
Y Ricart cayó. Soltó la misma versión que ha mantenido desde los álbores del caso Alcásser y que hoy incluso confiesa al capellán de la cárcel de Herrera de la Mancha, en la que ya ha cumplido 19 años de privación de libertad: que él no mató a las niñas, aunque sí estaba en el lugar de los crímenes y colaboró en el rapto.
«Su relato fue siempre completamente sincero. Hasta nos dijo en qué sitios se escondía Antonio Anglés». Y la posterior búsqueda del triple asesino, en la que también participó Juan Miguel Pérez, corroboró que 'El Rubio' decía la verdad.
Mientras, la fosa de La Romana volvía a quedarse desierta. Mientras, la indignación y el dolor se adueñaban de Alcásser entre el 27 y el 28 de enero de 1993. Mientras, los cuerpos de las tres niñas eran trasladados al entonces llamado Instituto Anatómico Forense de Valencia. Mientras todo eso ocurría, la lucha sin cuartel por dar con 'El Asuquiqui' se desataba.
Pero, si una pizca de fortuna acompañó a los agentes para arrestar a Ricart, con este 'paseándose' ante la casa de los Anglés y la Comandancia, la suerte les abandonó por completo en la caza del triple homicida. «Parecía como si Anglés hubiera hecho un pacto con el diablo...», sostiene Pérez.
-¿Cree que sigue vivo?
-Yo creo que sí lo está. No hay ninguna razón objetiva para pensar que esté muerto. El único vestigio de su paso por el 'City of Plymouth' (el barco a bordo del cual supuestamente escapó de Portugal a Irlanda) es un fragmento palmario en su camarote. Esa palma podría ser igual tuya que mía... Ni una sola huella. Y un tipo sano, que no se drogaba y atlético como él, que hoy tendría 46 años, no hay razón para pensar que esté muerto».
Las consecuencias, o las fatalidades, se aliaron con Anglés desde los primeros instantes de aquellos 27 y 28 de enero de 1993. «Ricart nos aseguró a última hora del 27 de enero que su cómplice estaba escondido en la estación abandonada de Vilamarxant. Pero entonces recibimos una llamada del alcalde de Catarroja, asegurándonos que Anglés estaba en una caseta derruida del municipio. Le dimos más credibilidad a esta versión...», apunta el excapitán Pérez. Y se equivocaron.
'Esperanza' en la fosa
Las Fuerzas de Seguridad cercaron durante toda la noche el lugar sospechoso en Catarroja para asaltarlo al alba. Ni un alma dentro. Solo basura y excrementos. El dispositivo de búsqueda voló hasta Vilamarxant, hasta la estación señalada por 'El Rubio'. Demasiado tarde... «Enseñamos la foto de Anglés a varios gitanos. Nos dijeron, '¡no, este no es Anglés, es 'Rubén!', uno de los seudónimos del prófugo». Los testigos añadieron que ese individuo había volado de su refugio hacia las tres de la madrugada. El enemigo público número uno se había esfumado.
Hoy, amanezca como amanezca en Alcàsser, será un día negro. Para las familias y para todos los vecinos que vivieron aquellos oscuros inicios de 1993.
Pascual vive en la calle Joaquín Sorolla del municipio valenciano. Prefiere no dar apellidos. A nadie le gusta, ni 20 años después, ver su nombre mezclado con el dolor de aquellas heridas que aún duelen. Él estuvo en La Romana cuando se descubrieron los cadáveres. Curioseando alejado por el precinto policial, pero lo bastante cerca para palpar el ambiente. «Había cierta esperanza junto a la fosa de que no fueran las niñas. Que fuera alguien mayor o con una muerte accidental», recuerda el hombre.
Demasiadas coincidencias: la zona, el aspecto juvenil del reloj de la muñeca que asomaba bajo la tierra... Cuando los guardias civiles y la comisión judicial empezaron a cavar, todo el mundo se vino abajo. «Lo poco que se oía se acalló. Nadie decía nada. Parece que ni respiraban». Allí estaban ellas. Los cuerpos de Míriam, Toñi y Desirée. Los tres ángeles a los que dos demonios hicieron descender a su trastornado infierno de s*x* y tortura. Allí siguen hoy las tres sabinas que las recuerdan. Un homenaje para no olvidarlas nunca. Un símbolo tal vez con otro mensaje: que quizás nunca haya que dejar de buscar a Anglés. Vivo o muerto.
Los 75 días de angustiosa búsqueda de las niñas de Alcàsser acababan con un escalofrío generalizado. «Jamás en mi vida había visto un crimen más asqueroso», llegó a decir el ex fiscal jefe Enrique Beltrán, un hombre con mucha toga a sus espaldas. Comenzaba el duelo por el triple crimen. Empezaba la búsqueda de dos diablos.
Y Juan Miguel Pérez, capitán de la Brigada de Información de la Guardia Civil, no tardó en mirar directamente a los ojos del mal. Como experto antiterrorista, lo suyo en los 90 era perseguir a los entonces activos Grapo y a miembros de ETA. Pero a las pocas horas de aquella aciaga mañana del 27 de enero, todo guardia civil y policía nacional de la Comunitat Valenciana tenía un objetivo en mente: dar con un demonio. Antonio Anglés, el asesino de las niñas de Alcàsser, se convertía en el enemigo público número uno.
Un volante médico hecho pedazos entre romeros junto a la siniestra tumba de las niñas guió a los agentes hasta la casa de Neusa, la matriarca del clan Anglés. El parte médico llevaba escrito el nombre de Enrique Anglés, un joven esquizofrénico de Catarroja. Aunque la Guardia Civil no tardó en atar cabos. Una simple consulta en los archivos de antecedentes pusieron rostro al asesino: Antonio Anglés, en permiso penitenciario tras salir de prisión por secuestrar, violar y torturar a su novia, era el hombre buscado.
«Empezó a hacer aguas»
Cuando los agentes llegaron al piso, Antonio ya se había esfumado. Por la calle deambulaba un joven bajito y de pelo claro. Miguel Ricart, 'El Rubio', devoraba un pitillo tras otro en las inmediaciones del número 101 del Camí Nou. «Él acudió por su propio pie a la casa. Una vez allí nos lo llevamos al cuartel de Patraix. Pero solo como amigo de Antonio, para interrogarlo a ver qué sabía acerca de por dónde se movía Anglés», recuerda hoy Juan Miguel Pérez, ya guardia civil retirado.
Los investigadores le tomaron declaración en una primera ocasión, pero Ricart no arrojó datos demasiado clarividentes sobre el sospechoso. Los agentes habían terminado con él, pero 'El Rubio' no se marchó de la zona de la Comandancia. Seguía paseando por allí, como esperando algo. O a alguien... «Parecía que le reconcomiera alguna cosa. Entonces se me acercó un compañero de Información y me dijo: '¿No te suena ese?'. Resulta que tres años antes lo habíamos detenido por asaltar unas instalaciones de la Guardia Civil para robar un cargador». Los investigadores decidieron entonces someter a Ricart a una segunda declaración. El cerco sobre el asesino de las niños de Alcàsser se estrechaba.
Dos décadas después, el capitán Juan Miguel Pérez, hoy con 65 años, aún recuerda muchos de los detalles de las casi tres horas de interrogatorio (poco tiempo para el habitual en casos de asesinatos) que pasó con Miguel Ricart en un cuarto de la Comandancia de la calle Calamocha de Valencia. Fue el comienzo del fin de la vida en libertad de 'El Rubio'.
«Todo empezó como una conversación sobre temas banales, personales, sin importancia. Para que se relajara. La intensidad de las preguntas fue subiendo. Hasta que surgieron las primeras contradicciones. Empezó a hacer aguas», rememora hoy Juan Miguel Pérez, el hombre que hizo derrumbarse a Miguel Ricart.
Él fue una pieza más en la resolución de un caso cuya 'alma mater', una de las piezas fundamentales todo el mundo coincide en señalar (entre los cientos de agentes que participaron en su indagación): el subteniente de la Guardia Civil Pablo Pizarro, hoy fallecido y que declaró como instructor de la investigación durante el juicio. El gran sabueso en toda esta dramática historia.
Pérez y el resto de encargados de asediar con sus preguntas a Miguel Ricart no tardaron en descubrir el punto débil que debía servirles para derrumbar a 'El Rubio'. Ricart era un pelele de Antonio Anglés. 'El Asuquiqui' no solo era su camello, un 'dios' para las múltiples adicciones de su secuaz. «Anglés lo dominaba por completo. Lo manejaba a su antojo», recuerda el excapitán de Información. Los agentes decidieron aprovechar ese 'filón'. Empezaron a sacar de quicio a Ricart. A tratar de vencer su resistencia con insinuaciones hasta sobre su orientación sexual. «Le dije, 'venga, Miguel, que sabemos que Anglés hasta te obligaba a tener s*x* con él'». Armas psicológicas para tratar de sacar a la luz la verdad. «Empezó a no sostener la mirada como al principio», detalla el interrogador.
El pacto con el diablo
'El Rubio' estaba ya en caída libre en aquel cuarto de la Comandancia de Valencia. El humo abarrotaba la estancia. En apenas tres horas, Ricart se fumó más de un paquete de tabaco. Y acabó estallando. «Él estaba dolido con Antonio Anglés. Quería vengarse de él por encima de todo, aunque eso le costara la cárcel. Era mayor soportar el yugo que Anglés le tenía puesto», rememora Pérez.
Y Ricart cayó. Soltó la misma versión que ha mantenido desde los álbores del caso Alcásser y que hoy incluso confiesa al capellán de la cárcel de Herrera de la Mancha, en la que ya ha cumplido 19 años de privación de libertad: que él no mató a las niñas, aunque sí estaba en el lugar de los crímenes y colaboró en el rapto.
«Su relato fue siempre completamente sincero. Hasta nos dijo en qué sitios se escondía Antonio Anglés». Y la posterior búsqueda del triple asesino, en la que también participó Juan Miguel Pérez, corroboró que 'El Rubio' decía la verdad.
Mientras, la fosa de La Romana volvía a quedarse desierta. Mientras, la indignación y el dolor se adueñaban de Alcásser entre el 27 y el 28 de enero de 1993. Mientras, los cuerpos de las tres niñas eran trasladados al entonces llamado Instituto Anatómico Forense de Valencia. Mientras todo eso ocurría, la lucha sin cuartel por dar con 'El Asuquiqui' se desataba.
Pero, si una pizca de fortuna acompañó a los agentes para arrestar a Ricart, con este 'paseándose' ante la casa de los Anglés y la Comandancia, la suerte les abandonó por completo en la caza del triple homicida. «Parecía como si Anglés hubiera hecho un pacto con el diablo...», sostiene Pérez.
-¿Cree que sigue vivo?
-Yo creo que sí lo está. No hay ninguna razón objetiva para pensar que esté muerto. El único vestigio de su paso por el 'City of Plymouth' (el barco a bordo del cual supuestamente escapó de Portugal a Irlanda) es un fragmento palmario en su camarote. Esa palma podría ser igual tuya que mía... Ni una sola huella. Y un tipo sano, que no se drogaba y atlético como él, que hoy tendría 46 años, no hay razón para pensar que esté muerto».
Las consecuencias, o las fatalidades, se aliaron con Anglés desde los primeros instantes de aquellos 27 y 28 de enero de 1993. «Ricart nos aseguró a última hora del 27 de enero que su cómplice estaba escondido en la estación abandonada de Vilamarxant. Pero entonces recibimos una llamada del alcalde de Catarroja, asegurándonos que Anglés estaba en una caseta derruida del municipio. Le dimos más credibilidad a esta versión...», apunta el excapitán Pérez. Y se equivocaron.
'Esperanza' en la fosa
Las Fuerzas de Seguridad cercaron durante toda la noche el lugar sospechoso en Catarroja para asaltarlo al alba. Ni un alma dentro. Solo basura y excrementos. El dispositivo de búsqueda voló hasta Vilamarxant, hasta la estación señalada por 'El Rubio'. Demasiado tarde... «Enseñamos la foto de Anglés a varios gitanos. Nos dijeron, '¡no, este no es Anglés, es 'Rubén!', uno de los seudónimos del prófugo». Los testigos añadieron que ese individuo había volado de su refugio hacia las tres de la madrugada. El enemigo público número uno se había esfumado.
Hoy, amanezca como amanezca en Alcàsser, será un día negro. Para las familias y para todos los vecinos que vivieron aquellos oscuros inicios de 1993.
Pascual vive en la calle Joaquín Sorolla del municipio valenciano. Prefiere no dar apellidos. A nadie le gusta, ni 20 años después, ver su nombre mezclado con el dolor de aquellas heridas que aún duelen. Él estuvo en La Romana cuando se descubrieron los cadáveres. Curioseando alejado por el precinto policial, pero lo bastante cerca para palpar el ambiente. «Había cierta esperanza junto a la fosa de que no fueran las niñas. Que fuera alguien mayor o con una muerte accidental», recuerda el hombre.
Demasiadas coincidencias: la zona, el aspecto juvenil del reloj de la muñeca que asomaba bajo la tierra... Cuando los guardias civiles y la comisión judicial empezaron a cavar, todo el mundo se vino abajo. «Lo poco que se oía se acalló. Nadie decía nada. Parece que ni respiraban». Allí estaban ellas. Los cuerpos de Míriam, Toñi y Desirée. Los tres ángeles a los que dos demonios hicieron descender a su trastornado infierno de s*x* y tortura. Allí siguen hoy las tres sabinas que las recuerdan. Un homenaje para no olvidarlas nunca. Un símbolo tal vez con otro mensaje: que quizás nunca haya que dejar de buscar a Anglés. Vivo o muerto.
Última edición: