Enrique Martinez, desaparecido en el pueblo abandonado de La Mussara

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Se cumplen 22 años de la desaparición de Enrique Martínez en el pueblo abandonado de La Mussara (Tarragona)​

Octubre 20, 2013

El hecho de que esta semana no presentemos el aniversario de un asesinato sin resolver obedece a los inexplicables y desconcertantes elementos que confluyen en la desaparición, hace 22 años, de Enrique Martínez Ortiz, un tarraconense de 37 años que salió una mañana con sus amigos a recoger setas y del que no se ha vuelto a saber absolutamente nada a pesar de los esfuerzos judiciales, policiales e, incluso, del Ejército por conocer su paradero.

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Ocurrió el 16 de octubre de 1991 en el pueblo abandonado de La Mussara, una localidad deshabitada desde el año 1959, con fama de maldita entre los aficionados al ocultismo y lo paranormal, que hablan del ambiente opresivo que se respira entre sus ruinas, sitas en plena montaña de la comarca del Baix Camp, a más de 1.000 metros de altitud y a 30 kilómetros de Tarragona. Dicen los amigos de lo desconocido que en La Mussara surgen de pronto nieblas espesas que impregnan al visitante de una intensa sensación de ahogo, acentuada por el color plúmbeo que difumina los restos de la aldea. También hablan de apariciones fantasmales, sonidos sobrecogedores y de una piedra conocida como la Vila del Sis (la Villa del Seis), que –a decir de algunos iniciados- transporta a quien la salta a otro espacio temporal o a una dimensión paralela.
Sea como fuere, La Mussara pasaba por ser un pueblo más bien próspero hasta bien entrado el siglo XX. Tras las frecuentes noches de copiosas nevadas, sus habitantes portaban la nieve hasta una gran balsa de piedra ubicada en el centro de la localidad (y que aún hoy se conserva) y allí la compactaban para conseguir el hielo que luego vendían en Tarragona y otras localidades. La invención del frigorífico moderno arruinó la economía del pueblo y, por ende, toda su futura existencia. Los únicos restos del municipio reconocibles hoy en día son las ruinas de la iglesia de San Salvador y la antigua balsa, rodeados de piedras desperdigadas de lo que un día fueron casas.

Una cesta con una sola seta. ¿Y Enrique?

El miércoles 16 de octubre de 1991, Enrique Martínez y tres amigos llegaron de buena mañana a La Mussara para coger níscalos y espárragos, de los que abundan por la zona. Solían hacerlo con frecuencia y disponían de una táctica bien ensayada para abarcar el mayor campo de acción posible: los cuatro se separaban una distancia prudencial y, mientras avanzaban, hablaban continuamente para ubicarse, ya que no había contacto visual entre ellos. Después de unos metros sin escuchar la voz de Enrique, los amigos le preguntaron si todo iba bien. Silencio. Volvieron a llamarle a voces. Silencio. A Enrique le había pasado algo. Corrieron hacia el punto en el que le habían oído hablar por última vez y sólo encontraron la cesta de mimbre que portaba con una única seta en su interior. Después de recorrer la zona un par de veces sin resultado, los amigos se dirigieron hacia los coches, que habían dejado aparcados unos metros antes de llegar a las ruinas de La Mussara. El de Enrique continuaba perfectamente estacionado, y en su interior encontraron la documentación del desaparecido, el tabaco y una medicina que debía tomar varias veces al día. Todo estaba tal y como su amigo lo había dejado.

Cómo si se le hubiese tragado la tierra

Martínez Ortiz
conocía perfectamente el terreno desde hacía años, por lo que sus amigos consideraron altamente improbable que se hubiese perdido, de modo que se dirigieron al cuartelillo de la Guardia Civil más cercano a pedir ayuda. Varios agentes del Instituto Armado realizaron una primera batida de urgencia por la zona, con resultado​
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negativo. Los rastreos seguirían durante varios días, y a los guardias civiles se sumaron grupos de voluntarios además de unidades de guías caninos con perros adiestrados para la detección de rastros de personas. No encontraron absolutamente nada; era como si a Enrique Martínez se le hubiese tragado la tierra. Las autoridades decidieron entonces que se sumase a las tareas de búsqueda una unidad de Zapadores de Montaña del Ejército, además de 200 soldados de la cercana base de Los Castillejos. No podían creer que una persona pudiera haberse volatilizado así, sin más, sin dejar la más mínima pista que seguir, huellas, restos de ropa, olor corporal, lo que fuera.
En un último intento de impulsar la busca, el gobernador civil de Tarragona ordenaba que se sumasen a las batidas otros 50 militares del cuartel General Contreras de Tarragona. Todo fue inútil, y Enrique Martínez Ortiz pasó a engrosar la lista de “desapariciones inquietantes” que manejan las Fuerzas de Seguridad del Estado. Los investigadores habían descartado de inmediato la posibilidad de que Enrique se hubiese marchado voluntariamente porque no tenía motivos para ello, por el dato de la medicina y porque estaba muy unido a su familia, hasta tal punto que nunca se ausentaba de casa sin dejar dicho dónde iba. También descartaron que hubiese sido presa de las alimañas del bosque ya que, en ese caso, algún resto tenía que haber aparecido necesariamente y no fue así.

Siete monjes transparentes

Después de semanas de batidas y rastreos en balde, las autoridades decidieron levantar el dispositivo de búsqueda por falta de avances. Los amigos que acompañaban a Enrique Martínez el infausto día de su desaparición decidieron entonces prolongar por su cuenta los trabajos para intentar encontrarle. Entonces –según han explicados ellos mismos, incluso ante el juez- sucedió algo estremecedor, difícil de comprender al ser más propio de lo sobrenatural que de un caso policial de desaparición de un ciudadano.
En enero de 1992, tres meses después de los hechos, Jorge Roberto Boluda, uno de los amigos de Enrique Martínez, acudió a los juzgados de Tarragona visiblemente alterado y pidió hablar con el juez que llevaba el caso de la desaparición de su amigo, el titular del juzgado número 4. La declaración de Jorge dejó descolocados completamente a los responsables de las pesquisas, hasta el punto de que decidieron​
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no tener en cuenta su insólita historia, por ser a todas luces tan imposible de verificar como difícil de creer.

Jorge explicó que la tarde anterior había acudido a las inmediaciones de La Mussara con los otros dos jóvenes amigos de Enrique para seguir buscando al desaparecido. Tras una buena caminata, exhaustos y hambrientos, se dirigieron a las ruinas del pueblo a descansar un rato antes de regresar a casa. Pasaban unos minutos de la medianoche cuando escucharon ruido de cascos de caballos provenientes de la zona de la iglesia de San Salvador. Al asomarse a la puerta del templo abandonado, los tres jóvenes contemplaron, horrorizados, a unas figuras semitransparentes ataviadas con una especie de hábitos de monje de color oscuro o negro, con la capucha puesta. Según este testimonio, serían en total unas siete figuras las que deambulaban dentro de la iglesia, intentaron hablar con ellas pero fueron ignorados y, al cabo de unos cuatro minutos, desaparecieron súbitamente.

Adoradores de Satán

Hasta aquí los hechos tal y como sucedieron. La causa judicial abierta por la desaparición de Enrique Martínez Ortiz fue archivada hace ya bastantes años, mientras que este suceso provocó que el enigmático pueblo abandonado de La Mussara y sus semiderruidos edificios recibieran durante meses la visita de aficionados a las ciencias ocultas, lo paranormal y los fenómenos inexplicables, lo que contribuyó a alimentar su leyenda de “pueblo maldito”. Desde entonces no es raro encontrarse en la iglesia con restos de rituales satánicos así como pintadas esotéricas en las paredes del otrora edificio religioso. Los más osados aseguran que Enrique pasó a otra dimensión al saltar sobre la Vila del Sis, y que la suya es sólo una de las numerosas desapariciones inexplicables que han tenido lugar en este punto geográfico concreto. Nosotros, como siempre, nos quedamos con la parte de la historia que hemos podido constatar y verificar: la desaparición de una persona (hace exactamente 22 años), su búsqueda infructuosa y el archivo judicial del sumario.

José Manuel Gabriel
 
Muchísimas gracias por traer este caso. Es inquietante de narices, la verdad. Lo de los monjes semi transparentes es difícil de creer, pero aún así es una desaparición súper misteriosa.
 
Lo he leído ahora porque viendo los titulares tenía mal rollito de leerlo por la noche ?.
No conocía y es raro-raro. Lo de los monjes satánicos que aparecen y desaparecen me recordó a un Iker Jiménez que vi en YouTube
 
La verdad es que es muy raro, la gente no se evapora en el aire...
Dice la noticia que los tres amigos vieron a los monjes transparentes, pero sólo uno fue a declarar este hecho, tampoco es muy lógico ir a buscar de noche y pararte a comer algo allí a esas horas antes de regresar a casa...
He leído que dos de los amigos ya fallecieron y el tercero no está bien psicológicamente...
 
La verdad es que es muy raro, la gente no se evapora en el aire...
Dice la noticia que los tres amigos vieron a los monjes transparentes, pero sólo uno fue a declarar este hecho, tampoco es muy lógico ir a buscar de noche y pararte a comer algo allí a esas horas antes de regresar a casa...
He leído que dos de los amigos ya fallecieron y el tercero no está bien psicológicamente...

Creo que hemos ido a leer al mismo sitio ;)
Preguntaban en los comentarios de un blog sobre cómo ponerse en contacto con esos amigos y respondían eso, que dos estaban fallecidos y el otro estaba mal.
Es que han pasado 29 años, estas desapariciones son terribles para las personas que las viven: familia, amigos...es imposible recuperarse alguna vez de algo así. No habrá día que pase sin pensar en ello. Una muerte es dura, si es violenta o traumática aún más, pero la angustia de una desaparición tiene que ser algo tremendo...
 

El pueblo fantasma de La Mussara​

Cuenta la leyenda que es una puerta dimensional y que la niebla actúa como bisagra a otra realidad, pero lo único cierto es que a sus habitantes se les conocía como ‘ranas​


Joan Soldevila Adán comparte en Las Fotos de los Lectores de La Vanguardia una serie de fotografías que acompañan la historia según la cual “La Mussara es el pueblo abandonado más aterrador”.

“El tema de la niebla, por ejemplo, es probablemente el que más hace castañetear los dientes”, comenta.
“Cuenta la leyenda que La Mussara es una puerta dimensional y la niebla actúa como bisagra a otra realidad”, asegura.

“Un testimonio concreto es puro Interestellar –perdón por el Spoiler–: un fulano desapareció 14 horas y tuvo la sensación de haber desaparecido solo dos”, afirma.

“Por lo menos volvió, pensarán quienes tengan aprendida la historia de La Mussara: se habla de casos de gente que nunca regresó tras su desaparición en la bruma”, detalla el lector.

“Sin embargo, lo que sería capaz de despertar la atención de Iker Jimenéz es la Iglesia de San Salvador. Cuentan los que han tenido a bien (o a mal) entrar en ella que han visto pinturas satánicas y cruces invertidas”, relata el autor de las instantáneas.
“Lo de las psicofonías se da por hecho. La magia, el terror y la fantasía se concretan en un momento: sube la niebla y tañen las campanas que no hay en la Iglesia de San Salvador. Dicen. En cualquier caso, la niebla parece actuar –como en la última novela de Kazuo Ishiguro– como realidad y como metáfora”, afirma el lector.
“Pero poco importa porque todo son rumores, ¿o no? Tú mismo lo puedes constatar… si es que te atreves a ir”, concluye el autor de las fotografías a modo de desafío (o de advertencia).

La Mussara es un despoblado perteneciente al término municipal de Vilaplana, en la comarca del Baix Camp (Tarragona), que no tiene ningún habitante desde 1959.

El pueblo aparece citado en documentos de 1173 donde consta que estaba ya habitado. La iglesia de La Mussara se cita ya en un bula de Celestino III de 1194.

Del pueblo quedan ocho edificios en ruinas, aunque el único que está conservado es la antigua iglesia de San Salvador con un campanario de 1859 y en el que aún se evidencian rastros del primitivo edificio gótico sobre el que se construyó este templo.

En su interior se encontraba una imagen del siglo XIV de la Virgen del Patrocinio que se conserva en el Museo de Reus.


Las ranas​

Más allá de las historias y creencias asociadas a la niebla, a los habitantes del pueblo de La Mussara se les conocía como ranas, ya que, al llover, se formaba un pequeño embalse natural que servía para dar de beber a los animales.

También tiene su origen en este pueblo una frase en catalán, ‘baixar de la Mussara’ (bajar de La Mussara), cuyo significado es el de “ignorar aquello que todo el mundo sabe” y que tendría su equivalente en español en la frase “estar en la higuera”.
 
Lo he leído ahora porque viendo los titulares tenía mal rollito de leerlo por la noche ?.
No conocía y es raro-raro. Lo de los monjes satánicos que aparecen y desaparecen me recordó a un Iker Jiménez que vi en YouTube

Los amigos no fueron sospechosos??? Eso de los monjes por parte de los amigos no lo vieron sospechoso los investigadores, si sales con unos amigos y desapareces lo más normal que esos amigos estén en el punto de mira..
 
Los amigos no fueron sospechosos??? Eso de los monjes por parte de los amigos no lo vieron sospechoso los investigadores, si sales con unos amigos y desapareces lo más normal que esos amigos estén en el punto de mira..

Ya te digo, y al leer lo de los monjes transparentes me río yo de las setas y espárragos que iban a coger estos :ROFLMAO:
 
Los amigos no fueron sospechosos??? Eso de los monjes por parte de los amigos no lo vieron sospechoso los investigadores, si sales con unos amigos y desapareces lo más normal que esos amigos estén en el punto de mira..
Eso es lo que me extraña...
Ir a buscar al amigo tres meses después y de noche, en un paraje perdido, oscuro, y luego ponerse a cenar allí a las 12 de la noche antes de irse a casa suena a locura, sin contar lo de los monjes...
 
Ya te digo, y al leer lo de los monjes transparentes me río yo de las setas y espárragos que iban a coger estos :ROFLMAO:
Eso es lo que me extraña...
Ir a buscar al amigo tres meses después y de noche, en un paraje perdido, oscuro, y luego ponerse a cenar allí a las 12 de la noche antes de irse a casa suena a locura, sin contar lo de los monjes...
Vamos, estos saben más que los ratones colorados.. Yo de verdad que flipo con algunas investigaciones, los 80 y 90 eran casi todas nefastas...
 
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