Todo sobre Corinna y el Rey Juan Carlos

...La excursión cinegética era el regalo de cumpleaños del Rey Juan Carlos a Alexander zu Sayn-Wittgenstein, que acababa de cumplir 10 años, y al que él mismo había enseñado a cazar...
Quizas el Emerito y CSW tienen un compromiso irrompible. Adoptó el Emerito al pequeño Alexander? :whistle:
 
En el artículo de Ana Romero en LIC he encontrado la respuesta a una pregunta que allá por 2008 se hicieron muchos medios de comunicación sobre los halagos del campechano a ZP:
http://www.tiempodehoy.com/espana/el-rey-devuelve-los-halagos-a-zp

.....El Premio Cervantes de este año tenía una sorpresa final que nadie esperaba. Las alabanzas del rey Juan Carlos sobre la personalidad de José Luis Rodríguez Zapatero han sido toda una novedad en democracia, ya que por primera vez ha elogiado a un presidente de Gobierno en ejercicio. De ahí que sus palabras hayan generado polémica. ……….Al término de la entrega del Nobel español de Literatura al poeta argentino Juan Gelman, cuando se le acercó la periodista de El Mundo Mercedes Ibaibarriaga preguntándole, libreta en mano, cómo es Zapatero en persona. “Un hombre muy honesto, muy recto, que no divaga. (...) Tiene profundas convicciones. Es un ser humano íntegro”, respondió el Rey. ¿Por qué halagó de esta forma al presidente?.........

Y, la respuesta, nos la da Ana Romero en el artículo de LOC


Esa Semana Santa de 2012, Rajoy entendió lo que José Luis Rodríguez había querido transmitir ……. El presidente saliente, que había mirado hacia otro lado entre 2004 y 2011, el periodo en el que más se deterioró la institución monárquica, se sintió obligado de avisar a su sucesor sobre los problemas que sufría la Corona. ……… un monarca septuagenario que orbitaba en torno a la voluntad de una mujer extranjera de la que el entorno oficial de Juan Carlos I sospechaba las peores artes.

Qué pena siento por mi país dirigido por gañanes, desvariados, putas, personajes sin dignidad, sin convicciones, sin una pizca de integridad

Nunca pensé que lo diría: QUIERO UNA REPÚBLICA
 
"La desestructuración de una familia comandada por un monarca septuagenario que orbitaba en torno a la voluntad de una mujer extranjera de la que el entorno oficial de Juan Carlos I sospechaba las peores artes."

Osease, que toda la culpa es de Coninna... alguien tiene que ser el chivo expiatorio...:whistle::whistle::whistle:.
 
El problema familiar con CSW son las cajas de galletas que no las reparte y están presionando a yayo, le han quitado al médico jejejeje, para que la otra reparta las galletitas con él.
Los plumillas no comenta si la relación amorosa-comercial, ha terminado como el rosario de la aurora o todavía mantienen la relación con mucha discreción. Siempre cuenta lo que ya se sabe, no aportan datos nuevos.
Todo, presuntamente.
 
Si el viejo de merde del Juan Carlos dice que Zapatero es una persona íntegra, de profundas convicciones, honesto... entonces es que Zapatero es mala persona y es deshonesto.
Juan Carlos miente más que habla, siempre miente.
Zapatero es un masón de los de alto grado, de los que conspiran a favor de los grupos de poder en contra de nosotros.
 
Qué tio más miserable!!! Como rey dicen algunos historiadores que es de lo más presentable que hemos tenido pero como persona....qué asco!!!
 
Muy interesante. Pero ¿cuántos millones nos han costado los amiguitos (pero ya no son solo las amiguitas) de este personaje? El viaje a asesinar elefantes era el regalo ¡¡para un niño de 10 años!! Lo leo y no lo creo. Y seguramente jamás tuvo con sus hijos y nietos semejantes (y asquerosos) detalles, tiene toda la pinta. Yo no le dirigiría la palabra jamás
Y 10 años llevaban juntos entonces....
 
En el V aniversario de un real batacazo
13.04.2017

Las efemérides llaman a la celebración, el pesar o el oprobio, pero nunca a la indiferencia. El 14 de abril es una fecha señalada para muchísimos españoles; y no hace falta remitirse a los años 30 y al advenimiento de la II República para dar por hecho que también lo es para la Casa del Rey.

Hace exactamente cinco años, Juan Carlos I de Borbón se sometía a una operación de urgencia después de haber sufrido una aparatosa caída durante un safari de elefantes en Botsuana. Como consecuencia de aquel accidente, el monarca se rompió la cadera y ensombreció la imagen que había logrado construir en torno a su figura durante cuatro décadas de reinado.

EL REY DESNUDO
El rey campechano, el artífice de la Transición, logró levantar en torno a su vida un muro de silencio, con la complicidad de partidos y medios de comunicación. Los rumores sobre sus amantes, sus parrandas y sus actividades en el extranjero eran vox populi, pero nunca le habían pasado factura. Sin embargo, con su última cacería, una aventura irresponsable e inoportuna, cruzó la línea roja. En el momento en que apareció el nombre de Corinna zu Sayn-Wittgesteisn, la opinión pública vio por primera vez al rey desnudo.

El viaje a Botsuana del rey levantó la veda, como prueba el hecho de que sus aventuras remotas hayan seguido ocupando portadas desde entonces. Aunque Juan Carlos I pidió perdón nada más salir de la clínica, el mal estaba hecho. Dos meses después del accidente, tras comprobar que la popularidad de que había gozado se deterioraba estrepitosamente, no tuvo más remedio que anunciar su intención de abdicar en favor del entonces príncipe Felipe. Era el único modo de capear una tormenta perfecta, agravada por la imputación de Iñaki Urdangarin en el caso Nóos -un escándalo de corrupción que salpicaba a la Corona- y por la desafección y el malestar de una ciudadanía terriblemente castigada por la crisis.

REGENERAR LA CORONA
A día de hoy es incuestionable que Felipe VI ha reflotado la imagen de la Monarquía. Así lo demuestran todos los sondeos y así lo reflejaba el estudio de SocioMétrica para el ESPAÑOL de enero, en el que el 72% respalda su gestión. Sin embargo, recomponer la reputación de la Corona ha sido una tarea ardua que ocupó de forma evidente los tres primeros años de su reinado. Felipe VI asumía el cargo un mes antes de que Podemos, un partido que defiende un cambio de régimen, llegara al Parlamento Europeo, así que era preciso regenerar la Corona a toda prisa para recuperar el crédito perdido.

El nuevo rey apartó definitivamente a su hermana Cristina de los focos y luego le revocó el título de duquesa de Palma, se bajó el sueldo un 20%, disminuyó los gastos de su Casa y redujo la Familia Real a su figura, la de la reina, la de la princesa Leonor y la infanta Sofía, y las de los reyes eméritos.

Felipe VI ha hecho esfuerzos ímprobos por romper con el pasado y transmitir austeridad, rigor y decoro. Es el justo peaje que ha tenido que pagar después del accidente de Juan Carlos I en Botsuana: un batacazo real en la que al rey padre se le vino encima el elefante, Corinna y la Corona
 
CINCO AÑOS DE LA DEBACLE
La noche en la que a Juan Carlos I se le cayeron encima un elefante, Corinna y la Corona

El 13 de abril de 2012 el rey tropezó en Botsuana, se rompió la cadera e inició el camino que conduciría a su abdicación.

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La relación de los acontecimientos tras la caída en Botsuana.

GONZALO ARALUCE @GonzaloAraluce
13.04.2017 02:48 h.

Ocurrió en la madrugada del 13 de abril de 2012, entre las cuatro y las cinco. Caída con un pronóstico complicado: fractura de cadera. El tropiezo de Juan Carlos I, entonces 74 años sobre los hombros, fue la pieza que desencadenó el efecto dominó. De los elefantes de Botsuana a la abdicación. Y el fin del silencio que acompañaba a la vida personal del rey, entonces ligada a la princesa serenísima Corinna zu Sayn-Wittgenstein. Este jueves se cumplen cinco años de aquel incidente grabado a fuego en la trayectoria del monarca emérito, hoy relegado a representar a la Corona en los actos institucionales a los que no puede asistir su hijo Felipe.

El incidente ocurrió en un escenario poco accesible, por lo inhóspito del terreno y por el desembolso económico que supone el transporte hasta el lugar de caza: tras aterrizar en Maun, al norte de Botsuana, Juan Carlos I tomó un avión privado hasta el delta del río Okavango, poderoso torrente de agua que desemboca en costas de Namibia. Tuvo que pagar los gastos de alojamiento y de la cacería. No menos de 50.000 euros (por persona) por visitar la región del elefante, pieza cotizada entre cazadores. El monarca abatió uno de ellos el 11 de abril. La empresa Rann Safaris organizó los pormenores de la expedición.

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Juan Carlos I junto a Jeff Rann, director de Rann Safaris.

Allí se encontraban Juan Carlos I, Corinna, de 47 años, y el hijo de ésta, Alexander, de 10, amén de otros amigos próximos. El batacazo tendría unas consecuencias que pocos de los presentes podían imaginar. Se abrió la caja de Pandora.



¿Qué hacer? ¿Dónde tratarlo? Los primeros pronósticos hacían temer lo peor: las asistencias sanitarias (básicas) que encontraban en la región no eran suficientes para ocuparse del paciente. Se temía la fractura de la cadera derecha.

¿CÓMO AFRONTAR LA CRISIS?
Había que trasladarlo a España de urgencia. Y eso obligaba a nuevas preguntas: ¿cómo tratar el accidente ante los medios y la opinión pública? ¿Se debía ocultar lo sucedido? ¿Maquillar los acontecimientos? ¿O contar desde el primer momento la realidad con todo lo que esto podía conllevar?

Al Centro Nacional de Inteligencia (CNI), dirigido por el general Félix Sanz Roldán, no le ha sido fácil gestionar la vida privada del monarca. El episodio de Botsuana fue uno de los más delicados que tuvieron que afrontar. Se optó por explicar el incidente ante la opinión pública, sin entrar en pormenores, y sólo cuando la intervención se hubiera efectuado con éxito.

El doctor Ángel Villamor realizó tan complicada operación, no tanto por la dificultad de la práctica como por lo mediático de la misma. Ocurrió el 14 de abril, aniversario de la proclamación de la segunda República en 1931. Esa noche todos los medios se hicieron eco de la noticia. El diario El Mundo, entonces dirigido por Pedro J. Ramírez, fue el único que aquel día editorializó sobre el tema con un artículo titulado 'Un viaje irresponsable en el momento más inoportuno'.

Pero las explicaciones sobre el incidente sabían a poco y el foco -también las críticas- se trasladó sobre el propio monarca. A los cuatro días, con la compostura y la cadera apoyadas sobre la muleta, Juan Carlos I hizo una declaración pública sin precedentes ante las cámaras de televisión: “Lo siento mucho, me he equivocado y no volverá a suceder”, apuntó en dependencias del Hospital USP San José.

Esos días se produjo otra escena incómoda para la Corona: al centro clínico llegaron, en el mismo coche, la reina Sofía la infanta Cristina e Iñaki Urdangarin. La explosión del caso Nóos había abierto el debate sobre si la imagen de Urdangarin debía seguir vinculándose a la de la Casa Real; el monarca no digirió fácilmente aquella fotografía.

LA VIDA PRIVADA DEL REY
Cuando se rompió la cadera, ¿con quién se encontraba? ¿Quién era Corinna? Los medios se afanaron en dar una respuesta. Estallaba el silencio que envolvía la vida privada de Juan Carlos I al entenderse que también se trataba de un asunto de Estado. A la empresaria alemana, princesa serenísima -título heredado tras su matrimonio, el segundo, con el príncipe Casimir, también alemán-, se le había visto en varios actos públicos a los que también había asistido el rey.

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El rey Juan Carlos saludando a Corinna Zu Sayn-Wittgenstein. EFE

¿En qué posición quedaba entonces la reina Sofía? Corrieron ríos de tinta sobre la esposa de Juan Carlos I. Todos ellos desembocaban en el distanciamiento con su marido. No tardarían en conocerse las reformas que la Casa del Rey había efectuado sobre la finca La Angorrilla, en El Pardo, muy cerca del Palacio de la Zarzuela. Corinna fue la principal beneficiada de esas obras: era ella quien ocupaba la vivienda. Un camino unía directamente la casa del monarca con la de la princesa alemana.

El barco que Juan Carlos I trataba de reflotar hacía aguas por varios frentes. El escándalo de los elefantes y su relación Corinna eran dos torpedos que impactaron de pleno a su línea de flotación. Aún habría que añadir un tercero, también relacionado con la princesa alemana. En esta ocasión la carga llegaba desde Mallorca, donde transcurrían los capítulos más agitados del caso Nóos.

El empresario Diego Torres trataba de demostrar la implicación Iñaki Urdangarin en los actos delictivos que se le imputaban. Y amenazaba con un incendio: los correos que, aseguraba, reflejaban la relación más allá de lo profesional entre Corinna y el yerno del rey. “Traté de encontrar a Iñaki un empleo compatible con su posición”, se defendió la princesa germana en una entrevista en El Mundo.

La imagen de la monarquía había caído a mínimos históricos. De acuerdo al CIS de abril de 2013, los españoles valoraban a la institución con un 3,68 sobre 10, muy lejos del 7,48 que había registrado en noviembre de 1995.

A Félix Sanz Roldán, director del CNI no le fue fácil afrontar esa situación. Sobre su espalda cayó la responsabilidad de mediar con Corinna. Ella asumió el mensaje del general y viajó cada vez con menos frecuencia a España. Rehuyó de cualquier protagonismo.

LA PASCUA MILITAR
Las dudas se cernían sobre el estado en el que se encontraba el rey para hacer frente a sus responsabilidades. Aquellos que pedían su abdicación se dividían entre los que esgrimían razones morales -especialmente tras los últimos casos que salpicaban su imagen- y los que aducían a su salud.

Juan Carlos I, ya con 75 años, volvió a pasar por los quirófanos en septiembre de 2013. Esta vez la cadera izquierda. Era su quinta intervención quirúrgica en apenas un año y medio, la decimotercera de toda su vida. Algunas de sus lesiones -rodilla y muñeca- se habían producido en la nieve, accidentes derivados de su pasión por el esquí; las últimas dolencias, no obstante, estaban relacionadas con achaques o con las prótesis que se le habían implantado a lo largo de su extenso historial clínico.

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Juan Carlos I pronuncia su discurso en la Pascua Militar de 2014. EFE

La agenda institucional de Juan Carlos I sufrió varias alteraciones fruto de estas intervenciones. El calendario, no obstante, marcaba algunas fechas en rojo; como la Pascua Militar, que inevitablemente se celebra el 6 de enero. En este acto, el jefe de Estado, como máximo representante de las Fuerzas Armadas, hace balance del último año ante las principales autoridades castrenses.

La Pascua Militar de 2014 no fue una más. El monarca se atropelló con su propia lengua. Encontró dificultades superlativas para leer su discurso y volvió a encender el debate sobre su estado de salud. Desde la Corona se trató de dar una imagen de fortaleza e impermeabilidad ante las críticas, pero las dudas podían más que esas certezas. ¿Estaba Juan Carlos I en plenas facultades para afrontar una agenda tan cargada de actividades?

El paso del tiempo terminó por dar respuesta a esa pregunta: aquella Pascua fue el último gran acto público en el que participó. El 2 de junio de 2014, la Casa Real hacía pública la abdicación. Su hijo asumiría la jefatura del Estado con el nombre de Felipe VI. El entonces Príncipe de Asturias encarnaba, tal y como afirmó Juan Carlos I, la “estabilidad” de la Corona: “Tiene la madurez, la preparación y el sentido de la responsabilidad necesarios para asumir con plenas garantías la Jefatura del Estado y abrir una nueva etapa de esperanza”. Y un guiño: “Contará para ello, estoy seguro, con el apoyo que siempre tendrá de la Princesa Letizia”.

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Juan Carlos I abdicó en su hijo Felipe el 2 de junio de 2014. EFE

JUAN CARLOS, HOY
Cinco años después de aquella fractura de cadera en Botsuana, las funciones institucionales de Juan Carlos I se han recortado considerablemente. En su agenda ya no están las reuniones con otros jefes de Estado, presidentes u otros altos cargos representativos; al menos, con la cadencia con la que las afrontaba cuando aún mantenía la corona.

Como emérito, se le ha podido ver en la toma de posesión de algunos mandatarios americanos, así como en los funerales celebrados en Cuba por Fidel Castro. También en algunos actos empresariales de envergadura, como la ampliación del canal de Panamá, acometida por la firma española Sacyr.

Felipe VI ha tomado las riendas de una monarquía que goza de buen estado de salud. Según el último macrosondeo de EL ESPAÑOL, el 71,9% de los ciudadanos aprueban la gestión del nuevo monarca.

La Corona ha vivido su particular revolución en el último lustro. Cinco años que han dejado, Botsuana mediante, un rey emérito. Sobre Juan Carlos I -y su vida privada- siguen escribiéndose nuevos episodios, aunque el estruendo de los elefantes y las cacerías ya han quedado en el pasado. Su última aparición pública, bastón en mano, tuvo lugar este 4 de abril, en la inauguración de una exposición -con el Guernica de Picasso como late motiv- en el museo Reina Sofía. A su lado, en una imagen de estabilidad institucional, la reina emérita, tratando de enterrar aquella noche de hace cinco años en la que al rey se le vino encima el elefante, después su relación con Corinna y, finalmente, la corona que ostentaba desde el 22 de noviembre de 1975.

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Juan Carlos I y la reina Sofía, en la inauguración de la exposición sobre Picasso
 
Última edición por un moderador:
CARTA DEL DIRECTOR
La prótesis
Pedro J. Ramírez@pedroj_ramirez
13.04.2017

Esta carta fue publicada originalmente por Pedro J. Ramírez en el diario El Mundo el 22 de abril de 2012. El ahora director de EL ESPAÑOL hace mención al episodio de la desafortunada cacería del Rey Juan Carlos en Botsuana que, a la postre, motivó su abdicación en Felipe VI.

La primera decisión en la que tuvo que participar el doctor Villamor a primera hora del viernes de la semana pasada, después de hablar con el Rey y con el intensivista que le acompañaba durante su cacería en el delta del Okavongo, quedó encauzada por su rotundo consejo: "¡Tráetelo para acá!".

Todos los detalles sobre la rigidez de la pierna del Monarca tras su caída de madrugada en el bungalow y su propio conocimiento del proceso de artrosis que afectaba a sus caderas le llevaron a la rápida conclusión de que se había producido una fractura cercana a la cabeza del fémur, afectando probablemente a la inserción del psoas con el trocánter. El temor de Villamor era que si le ingresaban en cualquier hospital de la zona, aunque fuera para hacerle unas placas, terminara cediendo a la tentación de calmar sus dolores sometiéndose allí a una cirugía de urgencia. Y el fantasma que se le pasó por la cabeza es el mejor resumen de la imprudencia del viaje: cualquier operación de cadera, con hematoma de por medio, puede requerir de una transfusión que compense la pérdida significativa de sangre y en Botsuana más de un tercio de la población es portadora del virus del sida.

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Juan Carlos I junto a Jeff Rann, director de Rann Safaris.

Han pasado casi 22 años desde aquel primer domingo de septiembre del 90 en que yo publiqué un artículo titulado Un verano en Mallorca en el que criticaba que en lugar de interrumpir sus vacaciones para implicarse en la búsqueda de una solución diplomática a la crisis desatada por la invasión de Kuwait por Irak, el Rey hubiera continuado todo el mes de agosto en Marivent "rodeado de una aristocracia de cuaderno de bitácora, en una atmósfera de superficialidad y necedades".

Mi tesis era que "ni el papel político de la Monarquía puede seguir pivotando tan esencialmente sobre las rentas del 23-F, ni la imagen de los miembros de la familia real depender de la discreción y sentido de la responsabilidad del paparazzi de turno". Tan insólito era criticar entonces lo que en ese artículo bauticé como "el escapismo del Rey", que El Mundo se agotó en los quioscos y muchos lectores se presentaron en nuestra destartalada sede fundacional buscando ejemplares.

A la mañana siguiente me llamó el entonces jefe de la Casa Real, Sabino Fernández Campo, para invitarme a tomar café con él ese mismo día. Apenas llevábamos 10 minutos en su despacho de La Zarzuela cuando se abrió la puerta, entró el Rey y me planteó sonriendo la más nítida de las disyuntivas: "Bueno, qué… ¿amigos o enemigos?". Pocos minutos después remató la faena con una referencia pinturera a mi destitución como director de Diario 16 año y medio antes: "Es verdad que le dije a Juan Tomás de Salas -el propietario del periódico- que no se sentara a mi lado mientras tú siguieras siendo el director, pero no pensé que fuera a ser tan tonto de hacerme caso".

Aunque yo hubiera sido el más cínico de los folicularios, la campechanía del jefe del Estado, ese salir dando la cara al encuentro de los problemas, su desparpajo hasta para convertir una metedura de pata en elemento de complicidad con el perjudicado, su cercanía al preguntarte por la familia o hacerte depositario de confidencias políticas, me habrían ganado para su causa. Cuando mis hijos eran pequeños nos regaló uno de sus golden retriever y le pusimos de nombre Rex. Soy uno de esos millones de españoles a los que el acierto con que Don Juan Carlos ha ejercido en líneas generales sus funciones nos ha hecho monárquicos de conveniencia, pero tendríamos que volver a nacer -probablemente varios siglos atrás- para sentirnos súbditos, o no digamos cortesanos.

"No existe otra condición humana que necesite tanto de verdaderas y libres advertencias como la de los Reyes", sostiene Montaigne en su deslumbrante ensayo Sobre la experiencia. Siempre he pensado que lo mejor que los medios de comunicación podíamos hacer por la Corona era aplicarle el rasero de la normalidad institucional, informando con respeto de sus yerros y aciertos, sin incurrir en el empalagoso paternalismo inverso que aún practican los monárquicos profesionales. De ahí que El Mundo se hiciera eco en su momento de que el Rey no estaba en España el día en que aparecía datado con su firma el decreto de creación de la Universidad de la Rioja, estemos investigando los manejos de Urdangarin como un caso de corrupción más o dijéramos el domingo pasado sin pelos en la lengua que esta cacería en Botsuana había sido "un viaje irresponsable en el momento más inoportuno".

Don Juan Carlos conoce como pocos los resortes emocionales de los españoles y comprendió que había llegado el momento de ceñirse el sayal de esparto y pedir perdón

Y de ahí también que esa mañana me preocupara la muy diferente actitud de nuestros principales colegas, que o bien ponían el foco del problema en un asunto secundario como técnica de control de daños o bien directamente presentaban a Don Juan Carlos como víctima de una confusa campaña antimonárquica. Si se consolidaba esa brecha entre la opinión pública que bullía con furia a borbotones en las redes sociales y una opinión publicada postizamente atornillada a una interpretación extensiva del principio penal de que the King can make no wrong, sólo podía resultar lo enunciado en la segunda parte de ese párrafo de Montaigne sobre los monarcas mal aconsejados: "Como acostumbran a callarles todo cuanto les desvía de su camino, vense, sin sentirlo, hundidos en el odio y la antipatía de su pueblo; con frecuencia por motivos que habrían podido evitar, incluso sin menoscabo de sus placeres, si se les hubiera avisado y corregido a tiempo".

Afortunadamente no ha sido el caso y, junto a la influencia positiva de algunas voces duchas en los más diversos lances de la sociología de la imagen, ha prevalecido una vez más el instinto de supervivencia del propio Rey. Don Juan Carlos conoce como pocos los resortes emocionales de los españoles y comprendió que había llegado el momento de ceñirse el sayal de esparto y pedir perdón, con esa sencillez que es privilegio de los grandes, cual si de un miércoles de ceniza algo retrasado se tratara.

Para entonces El Mundo ya había desvelado que el paganini de la nueva excursión cinegética había sido una vez más Eyad Kayali, agente en Madrid del poderoso príncipe Salman, por el que necesariamente tuvo que pasar el contrato del siglo para el AVE Ryad-La Meca, obtenido por un consorcio de empresas españolas. Esta circunstancia hubiera permitido a Don Juan Carlos escurrir el bulto inscribiendo el viaje a Botsuana en esa especie de "compromisos sociales" que siempre rodean a los grandes negocios, pero prefirió con buen criterio no autoengañarse sobre el pulso de la calle. Todo se resumía en que el ciudadano medio, con un ojo en la prima de riesgo y otro en el peligro de perder su empleo, no podía comprender que en una semana especialmente complicada para España el jefe del Estado tuviera cuerpo de jota como para irse a pegar tiros a África. Veintidós años después, el problema volvía a ser "el escapismo del Rey".

Al pedirnos perdón a todos los españoles, Don Juan Carlos ha demostrado que él no es "el rey saltarín" -the skipping king- "escoltado de casquivanos calaveras" y "promiscuidades injuriosas para su reputación" que se describe en Enrique IV, ni el "rey despilfarrador" -the wasteful king- al que los dos jardineros de Ricardo II reprochan que "no haya sabido arreglar y adornar su país como nosotros lo hacemos con su jardín", sino un hombre falible en su buena voluntad y en su probada determinación de servir al Estado.

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El Rey Juan Carlos.

Aunque yo no me hubiera roto nada, el haber pasado exactamente con dos semanas de antelación -me operé el sábado anterior a Semana Santa- con la misma patología por el bisturí del mismo doctor, en el mismo quirófano y el haber recibido las mismas atenciones entrañables en la misma Unidad de Cuidados Intensivos, antes de ser trasladado a esa misma habitación 326 de ese mismo hospital cuasifamiliar, en el que se come por cierto como en los mejores restaurantes de alta gama, me otorga bastante conocimiento de causa como para alegar que cuando te dan el alta y uno sale aferrado a esas mismas muletas, consciente de sus fragilidades y sus dudas, después de haber practicado la subida y bajada de peldaños en esas mismas escaleras interiores, no se está para pamemas. Si el Rey dijo "lo siento" es que lo sentía, si añadió "me he equivocao" es que se había equivocao y si concluyó que "no se volverá a repetir" es que está decidido a ello.

Pero harían mal el Gobierno y la oposición en dar por zanjados estos cinco días que conmocionaron a España y volver a su rutinario zarandeo mutuo a costa de la crisis, como si nada hubiera sucedido. Ambos tienen una asignatura pendiente para cuya superación deberían tomar nota de la lógica con que el doctor Villamor resolvió el segundo de los dilemas que se le plantearon aquel viernes.

Una vez confirmado el diagnóstico de la fractura lo sencillo hubiera sido suturarla, estabilizarla y dejar al paciente unas semanas en reposo para ahorrarse cualquier potencial complicación. Algún reputado traumatólogo ha dado a entender que él hubiera hecho eso. Sin embargo, el doctor Villamor pensó que ya que el Rey pasaba por el quirófano su obligación era intentar que saliera con mejor calidad de vida que la que tenía al entrar. Puesto que durante meses había ido paliando los dolores y molestias que se derivaban de la artrosis de cadera del Monarca, haciéndole infiltraciones con los factores de crecimiento centrifugados a partir de su propia sangre, había llegado la hora de implantarle una prótesis.

Si un cirujano y su equipo han asumido sus responsabilidades, sacrificando la comodidad a la conveniencia, nuestros dirigentes políticos deberían hacer lo propio

Fue así como, después de superar unos minutos de canguelo por la responsabilidad que asumía y bajo la atenta mirada del guardaespaldas regio que disfrazado de enfermero permanecía en el quirófano, Villamor practicó con su bisturí electrónico una incisión de 10 centímetros -dos más que la mía, que para eso es el Rey- en el borde del glúteo derecho del paciente, por la que después procedería a insertar la cavidad de tantalio y politileno con su bola y vástago correspondientes.

Pensar que esos cuerpos extraños se van a alojar en tu mismidad física horadando tu carne y alterando tu estructura ósea mediante una violación quirúrgica produce a priori una especie de resistencia, rayana en la náusea mental: mientras pueda evitarlo yo no llevaré eso. Pero doy fe de que ya a los pocos días de efectuado el implante -anteayer me quitaron las muletas- las ganancias en la funcionalidad y movilidad de esa parte de tu cuerpo diluyen toda repulsión.

Eso mismo sucederá con la Monarquía cuando se inserte en el cuerpo original de su escueta regulación constitucional, con el que se las ha apañado hasta ahora, la prótesis legislativa que compense las erosiones y atrofias del paso del tiempo y mejore las prestaciones de la institución a los españoles. Esa prótesis es una ley orgánica, pactada entre PP y PSOE, que yo siempre he denominado "ley del Rey", cuyo contenido debería resolver desde las incompatibilidades de los miembros de la Familia Real hasta los regalos que puede aceptar el jefe del Estado, pasando naturalmente por una regulación sencilla y operativa de sus viajes privados al extranjero. Bastaría a este respecto que esos viajes fueran comunicados siempre de manera formal al Ejecutivo y que éste tuviera la posibilidad de desaconsejarlos o incluso vetarlos en circunstancias excepcionales. No se trataría de restringir el margen de maniobra del Rey, menos aún de humillarle, sino por el contrario de permitirle pisar sobre seguro en muchos aspectos cotidianos sometidos al ámbito de lo discutible.

Si un cirujano y su equipo han asumido sus responsabilidades, sacrificando la comodidad a la conveniencia, nuestros dirigentes políticos deberían hacer lo propio, pues no en vano han sido elegidos como médicos de la salud pública y en el fondo lo que ha quedado demostrado en esta crisis es que la fuerza representativa de la Corona prevalece de tal modo que, con las salvedades propias de la democracia, sigue siendo cierto lo que comenta el soldado Rosencrantz a su compañero de guardia ante el palacio de Hamlet: "Nunca exhaló el rey a solas un suspiro sin que gima con él -o contra él- la Nación entera
 
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CINCO AÑOS DE LA CAZA DEL ELEFANTE
La ruina cayó sobre Botsuana tras la cacería del rey y otras tres maldiciones más
Siete meses después de que el rey matase al elefante, el Gobierno de Botsuana prohibió la caza en el país. Tribus como bosquimanos y bayei pagan las consecuencias y el turismo ha caído en picado. Juan Carlos, Corinna y su amigo Eyad Kayali también sufrieron desgracias.

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Juan Carlos I junto a Jeff Rann, director de Rann Safaris.

GONZALO ARALUCE @GonzaloAraluce
15.04.2017 01:25 h.

Cuando a los organizadores de safaris de Botsuana se les pregunta por Juan Carlos I y el elefante que abatió el 11 de abril de 2012, muchos hablan de la prohibición de caza que el Gobierno local promulgó siete meses después. Su presidente, Ian Khama, aplicó un veto restrictivo -entre otros motivos, por la presión ecologista de la comunidad internacional- que ha tenido consecuencias directas entre la población: los bosquimanos, curtidos cazadores, ya no tienen qué llevarse a la boca; tampoco los bayei, que se repartían la carne de los paquidermos que antes mataban los adinerados visitantes extranjeros. El turismo también ha caído en picado en cuestión de años, traduciéndose en pérdidas económicas.

Fueron siete los disparos que el rey efectuó con su rifle Rigby Express de calibre 470. El elefante cayó a sus pies. Se desató la maldición sobre Botsuana. También sobre los miembros que componían la expedición: él mismo, Corinna zu Sayn-Wittgenstein y el multimillonario sirio Mohamed Eyad Kayali.

Cuenta la leyenda que en la antecámara de la tumba de Tutankamónhabía un escrito en un fragmento de cerámica: “La muerte vendrá sobre alas ligeras al que estorbe la paz del faraón”. El líder de aquella expedición de 1922, Howard Carter, falleció al tiempo -de “muerte natural” a los 67 años-, así como algunos de sus compañeros. Regresamos a Botsuana y a los siete disparos de Juan Carlos I: sustituyan la palabra “muerte” por “desgracia”, “faraón” por “elefante”, y se harán cargo de la cadena de acontecimientos que propició aquella cacería, de la que esta semana se han cumplido cinco años.

Los hermanos Clive y Linda Eaton, responsables de Tholo Safaris -firma que gestiona las visitas de los turistas y cazadores en la región del Okavango- ofrecen a través del teléfono algunos detalles del terremoto que supuso en el país africano el accidente de Juan Carlos I.

- ¿Recuerdan lo que ocurrió aquel día?

- ¡Claro! Aquí, en Botsuana, se comenta mucho este tema. Más aún entre los que nos dedicamos a organizar este tipo de viajes. Los medios estuvieron mucho tiempo hablando sobre ello. ¡Como para olvidar la caída de un rey!

La visión de los hermanos Eaton coincide con la de otros organizadores de safaris de Botsuana consultados por EL ESPAÑOL: la pieza que se cobró Juan Carlos I fue una de las últimas que acaparó las portadas de los medios de Botsuana. Siete meses después, el 5 de noviembre de 2012, el Gobierno del país africano adoptó la decisión de prohibir esta actividad: “Detendremos la caza comercial, disparar a los animales puramente por deporte o para conseguir trofeos no es compatible con nuestro compromiso de preservar la fauna local como un tesoro nacional”, rezaba la ley promulgada en su artículo 127. La normativa entró en vigor de forma definitiva en 2014.

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La cacería de Juan Carlos I se celebró en el delta del Okavango.

De acuerdo a los expertos locales que han atendido a este medio -la mayoría optan por mantenerse en el anonimato-, la imagen de aristócratas, famosos y miembros de la nobleza europea cazando elefantes en Botsuana fue uno de los motivos que empujó al Gobierno local a prohibir su caza: no era fácil defender esta actividad ante organizaciones ecologistas. El debate ya estaba sobre la mesa cuando Juan Carlos I sufrió su accidente en el delta del Okavango, pero en la memoria colectiva de los organizadores de safaris están relacionados, al menos por su proximidad temporal, la imagen del monarca y el veto gubernamental.

LAS CONSECUENCIAS DE LA PROHIBICIÓN
Aquella ley estricta, tan bien recibida en un principio por organizaciones ecologistas, no ha tardado en mostrar una cara oculta, contraria a los intereses de las tribus locales. Julio González, responsable de la empresa Atlas Hunting, resume las consecuencias de la prohibición: “La caza de elefantes, antes controlada para no alterar la población de estos animales -en Botsuana hay 150.000 ejemplares-, reportaba grandes beneficios”.

González apunta a la industria de la caza, que dejaba grandes beneficios entre las empresas locales: por cada elefante abatido se debían pagar unos 40.000 dólares [unos 37.600 euros]; ahora sólo se pueden cazar animales en recintos privados, nunca en espacios naturales. Botsuana ha perdido uno de sus principales atractivos turísticos: en 2010, antes de la prohibición, recibió 3,2 millones de visitantes; en 2014, apenas superó los 2 millones.

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El elefante es uno de los símbolos de Botsuana y una atracción para los turistas.

El representante de Atlas Hunting también habla de cómo se repartía la carne de paquidermo entre las tribus, como los bayei: “Es gente que apenas caza y que toda la carne que consume procede de esta caza. Ahora pasan hambre”.

Más extrema es la situación a la que se enfrentan los bosquimanos, pueblo indígena integrado por unas 95.000 personas; unas 40.000 residen en pequeños poblados esparcidos mayoritariamente por la región norte de Botsuana. Su tradición es ancestral; también sus genes, relacionados con los primeros humanos que abandonaron África. Viven de la recolección de pequeños frutos y de la caza. Ahora deben de pagar una multa cada vez que abaten una pieza, sea cual sea su especie; muchos terminan entre rejas al no poder abonar la sanción.

La organización Survival International es una de las que mejor conoce la situación que atraviesan los bosquimanos en Botsuana. Laura de Luis, portavoz del grupo en España, explica que “pueblos indígenas como los bosquimanos necesitan cazar para vivir”: “Siguen cazando para alimentarse, pero se enfrentan a graves abusos cuando se les detiene por ello”. De Luis denuncia que la prohibición no es más que un pretexto para obtener otros beneficios: “Con esta medida se obliga a los cazadores bosquimanos a pasar hambre para que abandonen su tierra, mientras dentro de la reserva se desarrolla minería de diamantes”.

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Unos 40.000 bosquimanos viven en Botsuana. Survival International

Pese a todo, la caza furtiva de elefantes sigue desarrollándose en Botsuana, de acuerdo a los datos que maneja la portavoz de Survival: “Perseguir a los cazadores indígenas desvía la atención y evita que se actúe contra los verdaderos furtivos: criminales que a menudo conspiran junto a funcionarios corruptos. El tráfico ilegal de marfil continúa. Hace solo unos días, el Sunday Standard, un periódico de Botsuana, denunciaba la implicación de miembros del servicio de inteligencia del país con la caza furtiva”.

LA ABDICACIÓN DEL REY
Al rey, entonces con 74 años, le salió cara aquella incursión en el corazón africano. El 9 de abril, por la mañana, posó con su familia a la salida de misa de Pascua en la catedral de Palma. Le acompañaban la reina Sofía, su hijo Felipe, su nuera Letizia y las hijas de ambos, Leonor y Sofía. No tardaría en despedirse de ellos para encontrarse con Corinna zu Sayn-Wittgenstein, princesa alemana de 47 años, el hijo de ésta, Alexander, de 10, y un amigo íntimo del monarca, el multimillonario sirio Mohamed Eyad Kayali. Todos juntos tomaron un vuelo chárter rumbo al aeropuerto de Maun, al norte de Botsuana. Desde ahí marcharon hasta Qorokwe, un campamento en pleno corazón del delta del Okavango, paraíso de cazadores.

Quienes han conocido la región detallan el enrevesado tejido fluvial que la atraviesa y la frondosidad de sus selvas. Uno de los medios de transporte más populares son las canoas; al menos, entre las tribus locales. Los turistas y cazadores extranjeros -especialmente los más adinerados- observan este paraíso natural a vista de pájaro, a bordo de helicópteros o avionetas previo pago de 1.500 dólares (unos 1.400 euros) por trayecto. Esta fue la opción escogida por Juan Carlos I.

El delta del Okavango está dividido, sobre el papel, con escuadra y cartabón. El monarca y el resto de la comitiva tenían planeado cazar elefantes en el área NG32. La empresa Rann Safaris les buscó acomodo en un campamento de lujo, en el que no faltaban detalles del agrado de los huéspedes. Hablamos con Julio González, de Atlas Hunting, especialista en este tipo de viajes:

- ¿Cómo son esos campamentos?

- En estas concesiones [espacios destinados a la caza en el delta del Okavango] no están permitidas las construcciones sólidas. Por eso se instalan tiendas de campaña grandes en lugares muy concretos. Los generadores aportan luz y electricidad de forma constante; agua no falta en la región, pero se filtra para que los clientes la puedan utilizar. También se transporta toda la comida que se pueda requerir. No falta de nada.

Juan Carlos I, Corinna, el saudí Eyad Kayali y el resto del equipo pernoctaron tres días en estas instalaciones hasta que por fin, el 11 de abril, cumplieron sus aspiraciones. Ese día, acompañados de un cazador profesional, rastreadores y un trabajador del Gobierno que debía controlar que la pieza cumplía con los requisitos legales, se encontraron frente a frente con el ejemplar. Era un elefante de unos 50 años y pesaba unos 5.000 kilos; sus colmillos medían 117 y 112 centímetros (el izquierdo y el derecho, respectivamente), con un peso cada uno de ellos de 37,6 kilos, tal y como describió Crónica, de El Mundo. Su amigo Kayali abatió otra pieza algo más pequeña, pero de una envergadura respetable a ojos de los cazadores.

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El rey Juan Carlos saludando a Corinna Zu Sayn-Wittgenstein. EFE

Aquella batida fue el principio de la debacle. La maldición se materializó sobre la figura de Juan Carlos I en un tropiezo fatídico. Entre las cuatro y las cinco de la madrugada del 13 de abril, en el interior de su tienda de campaña, no encontró apoyo y cayó de forma contundente sobre el suelo. Dolor y voces de alarma: el rey de España se había fracturado la cadera derecha. A partir de ahí los acontecimientos se precipitaron en la trayectoria vital del monarca.

Se le trasladó de urgencia a Madrid, donde el doctor Ángel Villamor le intervino de urgencia. El accidente reveló los detalles del viaje que hasta entonces habían permanecido en secreto para la sociedad española: la cacería de elefantes, la compañía de Corinna, la relación del rey con la princesa alemana… Aún en dependencias del hospital USP San José, el rey pidió disculpas ante las cámaras de televisión: “Lo siento mucho, me he equivocado y no volverá a suceder”.

Aquella petición de perdón salvó el primer match-ball para Juan Carlos I, que seguía aferrándose al trono. Pero con los meses, como ya detalló EL ESPAÑOL, al monarca se le vinieron encima el elefante, Corinna y la Corona. Se conocieron más detalles de su vida con la princesa alemana, que también se vio salpicada por el escándalo. A los pocos meses del accidente en Botsuana se supo que la Casa Real había reformado, en beneficio de la princesa alemana, una vivienda en la finca La Angorrilla, en el Pardo, muy cerca de la Zarzuela y que comunicaba mediante un camino directamente con las dependencias del monarca.

Al rey se le acumulaban los problemas. Al de Corinna debía añadir la implicación de su yerno Iñaki Urdangarin con el caso Nóos. También surgieron las dudas sobre su estado de salud y su capacidad para cumplir con la agenda de un jefe de Estado. La monarquía alcanzó -según datos del CIS- mínimos históricos en popularidad. Finalmente, el 2 de junio, y tras un reinado de 38 años, la Casa Real anunció la abdicación de Juan Carlos en su hijo, el príncipe Felipe.

EYAD KAYALI, EN LOS PAPELES DE PANAMÁ
La trayectoria del multimillonario sirio que acompañó a Juan Carlos I también se ha visto salpicada por los escándalos después de aquella cacería. Nacido en Alepo el 29 de mayo de 1936, Mohamed Eyad Kayali, de 81 años y con pasaporte español, tiene estrechos vínculos con la familia real saudí. Su imagen, pelo blanco y gafas ahumadas, es habitual en los encuentros comerciales o lúdicos hispano-sauditas.

El nombre de Eyad Kayali salió de nuevo a la luz en abril de 2016 relacionado con los papeles de Panamá. De acuerdo a la investigación del Consorcio Internacional de Periodistas publicada por El Confidencial, quince sociedades radicadas en Panamá y en las Islas Vírgenes Británicas -todas ellas con la firma británica Rawi & Co. como agente intermediario- están o han estado relacionadas en algún momento con el magnate sirio.

La noticia obligó a Eyad Kayali a ofrecer explicaciones. El multimillonario negó que las compañías radicadas en paraísos fiscales tuviesen alguna relación con sus empresas radicadas en España. La documentación de los papeles de Panamá, no obstante, demostraba lo contrario. La maldición del elefante también cayó sobre el compañero de cacerías de Juan Carlos I.

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Eyad Kayali, en una de sus cacerías.

LA MALDICIÓN, ¿HASTA CUÁNDO?
Los episodios de esta maldición se han desarrollado durante los últimos cinco años, precisamente desde que Juan Carlos I apretase el gatillo en siete ocasiones para abatir a aquel elefante. El primero que la sufrió fue él mismo, que con aquel tropiezo en el delta del Okavango activó los mecanismos que conducirían a su abdicación. Su compañera de viaje, Corinna, también sufrió las consecuencias del escándalo, así como el multimillonario sirio Mohamed Eyad Kayali.

A los pocos meses de que el monarca abatiera aquella pieza, el Gobierno de Botsuana prohibió toda caza en su territorio. Las tribus que vivían de esta actividad padecen la restricción.

Juan Carlos I disparó siete veces y pidió disculpas. La repercusión de aquel accidente todavía perdura
 
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