Series y películas de ciencia ficción

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Sucesos en la cuarta fase / Saul Bass / 1974 / EE.UU. / 93 min.

Planteada como un documental, la historia explica y demuestra cómo las hormigas serían las dueñas del mundo si estuvieran en igualdad de condiciones intelectuales con el ser humano. Único largometraje que dirigió Saul Bass, reconocido por ser el autor de algunos de los mejores títulos de crédito de la historia del cine.



 
La épica de la estupidez
Publicado por Roger Senserrich
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Starship Troopers (1997). Imagen: Buena Vista International.
Cuando Starship Troopers se estrenó en estados unidos el 7 de noviembre de 1997, la mayoría de los críticos la recibieron con estupor. Roger Ebert, el crítico de cabecera de la prensa americana, la describió como «unidimensional» y «la película infantiloide más violenta jamás filmada». Scott Rosemberg la calificó como «estúpida hasta la autoderrota» mientras que Ty Burr señalaba que era «lo que La guerra de las galaxias hubiera sido si la Alemania nazi hubiera ganado la Segunda Guerra Mundial».

Quizás por las críticas, quizás porque gastarse más de cien millones de dólares en una película basada en una novela de ciencia ficción publicada en 1959 sin actores conocidos no era una gran idea, Starship Troopers pasó sin pena ni gloria por los cines. Aunque abrió como número uno, el filme de Verhoeven recaudó apenas cincuenta y cinco millones de dólares en Estados Unidos. Aunque los sesenta y seis que recaudó en el resto del mundo bastaron para cubrir costes (y animaron a Sony a lanzar tres secuelas espantosas directamente en DVD), la película fue más o menos ignorada.

Hace unos años Neil Moritz, el productor de la saga Fast and Furious, anunció que estaba empezando a desarrollar un remake de esta semiolvidada película. Aparte de ser el tercer remake de una película de Paul Verhoeven en apenas tres años (siguiendo a Desafío total y Robocop), la noticia hizo que un buen número de críticos y aficionados a la película resurgieran de entre las sombras, y empezaran a reivindicarla como lo que realmente es: una de las mejores películas de ciencia ficción de los últimos treinta años.

La gestación de la película es como mínimo curiosa. En teoría Starship Troopers está basada en una historia de Robert A. Heinlein publicada en 1959, ganadora del Premio Hugo. La novela original es un clásico de la ciencia ficción política y militar de los años cincuenta, escrita con el estilo terso, directo y machote que caracterizaba al autor. Aparte de ser gloriosamente entretenida, Starship Troopersbásicamente inventó el cliché de marine espacial con armadura mecanizada y propulsores de salto. Cientos de novelas, películas y videojuegos han copiado a Heinlein directa o indirectamente, aunque casi nadie ha descrito la (hipotética) vida de un soldado de infantería en una guerra interestelar mejor que él. El libro fue lectura obligatoria en las academias militares del Ejército, Armada y Marines americanos durante décadas, cosa que probablemente dice más de las fuerzas armadas de los Estados Unidos que sobre la novela, pero da fe del «realismo» del relato.

Si solo fuera por el molonismo militar Starship Troopers ya sería una novela notable, pero es solo parte del relato. Aparte de las batallitas contra hordas de arácnidos, Heinlein describe en detalle la sociedad y sistema político de la Federación Terrícola, una sociedad donde el ejército está formado solo por voluntarios y donde solo aquellos que han servido en él durante dos años son ciudadanos con derecho a voto. La piedra fundacional de la virtud cívica y el poder político es tomar responsabilidad de forma voluntaria del bien común; para ello, un ciudadano debe estar dispuesto a sacrificarse sirviendo al Estado durante al menos dos años. Esto no quiere decir necesariamente ser soldado; la Federación está obligada a encontrar algo útil para los voluntarios (desde probar tratamientos clínicos como cobayas humanas a hacer de agente de aduanas en Plutón), pero solo ellos pueden votar. Starship Troopers es, de forma un tanto inusual en la ciencia ficción más o menos reciente, una utopía «de derechas».

Por supuesto, Heinlein odiaría que su novela fuera definida como «utopía». Como furibundo anticomunista que era, Heinlein detestaba esa idea; la sociedad de Starship Troopers es un modelo idealizado, pero es eminentemente práctica. Las disquisiciones filosóficas en el libro no son para justificar la superioridad moral de esta especie de República romana espacial respecto a las decadentes democracias del siglo XX, sino una explicación llena de sentido común (en teoría) sobre por qué la Federación Terrícola funciona bien y sus antecesores no lo hicieron. Algunos han acusado a Heinlein de fascista por los argumentos políticos del libro. Creo que Heinlein es más un utilitarista conservador que otra cosa, aunque como veremos luego, eso no mejora las cosas demasiado.

Starship Troopers, la película, empezó bajo otro título. Sony no consiguió los derechos sobre la novela hasta bien entrada la preproducción; Verhoeven andaba buscando hacer una película sobre marines espaciales, pero no necesariamente sobre el libro de Heinlein. El propio director ha reconocido no haberse leído el libro entero; lo dejó a medias tras unos cuantos capítulos, «aburrido y deprimido» (1), según cuenta, con la retórica de Heinlein. La intención del cineasta, más que adaptar un libro en concreto, era hablar de militares, militarismo y política. La historia de Heinlein, o el andamio inicial, era una excusa como cualquier otra para hacerlo.

El principal tema, o motivo musical, digamos, de Starship Troopers es muy simple: es una película profundamente estúpida. Es épica, decadente, conscientemente estúpida; es una película que hace de la estupidez una de sus grandes señas de identidad, de principio a fin del metraje. Starship Troopers es, en cierto sentido, la mejor película de acción idiota de los años ochenta, por mucho que fuera filmada la década siguiente. Todos los estereotipos, convenciones y violencia de la era Reagan están bien presentes.

Empecemos por los personajes. El protagonista, Johnny Rico (Casper Van Dien), es un armario ropero tan hipermusculado como inexpresivo. Las mujeres de la historia, Carmen Ibañez (Denise Richards) y Dizzy Flores (Dina Meyer), siguen la habitual combinación de Barbie guerrera hipersexualizada sin ningún atisbo de talento. Zander Barcalow (Patrick Muldoon), el rival amoroso de Rico, es el tradicional cretino mujeriego con aires de Lorenzo Lamas. Por acumular arquetipos, Starship Troopers también incluye al coleguita simpático y cargante, al superior machaca benevolente y al soldado negro que muere antes que nadie. Verhoeven ha admitido sin rubor que dado que se iba a gastar todo el dinero en explosiones, bichos asesinos y efectos especiales el talento de los actores principales le importaba más bien poco. Con la excepción de Neil Patrick Harris (el único actor presente que parece entender los chistes) y Michael Ironside, todo el reparto tiene una capacidad interpretativa más bien nula.

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Imagen: Buena Vista International.
La falta de recursos actorales de todos los presentes no hace más que reforzar los a menudo dementes diálogos. No contento con tener un montón de clichés andantes en el plató, Verhoeven y su guionista de cabecera, Ed Neumeier, les hacen soltar una cantidad de bravuconadas grandilocuentes tremebunda durante todo el metraje, en una especie de grandes éxitos del militarismo cinematográfico reciente. Starship Troopers tiene una cantidad absolutamente ridícula de frases gloriosas («¿Qué pasa, micos, acaso queréis vivir para siempre?») esparcidas por todo el guión; la película está llena de citas memorables.

Verhoeven, por supuesto, no es solo un aficionado al machismo desaforado y viril; también es un director con un largo historial en el género. En Starship Troopers se permite también citar visualmente otros filmes, desde Aliens hasta El día más largo, pasando por una estupenda (y muy gore) recreación de Zulú. Todo ello acompañado, por cierto, de una de las mejores partituras épicas del impagable Basil Poledouris, que parece pasar un rato estupendo componiendo marchas militares.

Starship Troopers podría quedarse en una mastodóntica película de acción con alienígenas, pero sin embargo no acaba por conformarse con eso. Para empezar, Verhoeven no se anda con matices sobre la visión política de Heinlein o sus teorías en la novela: en la película, los humanos viven en un régimen casi abiertamente fascista. La historia se abre con un anuncio de reclutamiento de la Infantería Móvil, copiada casi plano a plano de una escena de El triunfo de la voluntad de Riefenstahl. A partir de ahí, no deja nada a medias; todo en la Federación Terrícola, desde los uniformes hasta los delirantes programas informativos, flirtean abiertamente con el totalitarismo.

Empezamos con la primera paradoja de Starship Troopers: Verhoeven realmente no tiene que añadir gran cosa para dar esa impresión. Los fragmentos de diálogo más pasado de vueltas («la violencia es la autoridad suprema») o bien están sacados directamente de la novela de Heinlein, o bien son clichés oídos mil veces en otras películas de acción. Lo único que Verhoeven añade es la arquitectura brutalista, los uniformes estilo Gestapo y una alegre xenofobia antialien. Starship Troopers no se aleja de las convenciones del género; lo único que hace es colocarlas bajo una estética distinta. El resultado para el espectador es ver cómo un montón de clichés usados repetidamente en mil películas antes y después suenan increíblemente totalitarios en otro contexto. Es como una recreación de Soldado universal, Predator o Arma letal filmada por Leni Riefenstahl.

Más allá de la subversión de la retórica habitual del género, Starship Troopers juega sobre todo con la identificación del espectador. Verhoeven se esfuerza muchísimo en presentar a los personajes de la historia como tipos completamente ajenos al totalitarismo que les rodea. Rico, Ibañez y compañía son productos de este Estado totalitario bien poco disimulado, y parecen estar perfectamente satisfechos y cómodos en él. Durante toda la película Verhoeven no deja de recordarnos (vía cintas propagandísticas cada vez más histéricas) que estamos ante una sociedad francamente espantosa y probablemente genocida, pero nadie parece tener el más mínimo deseo de cuestionar nada. El único pobre diablo con dudas es un periodista que muere horriblemente sin que nadie le preste atención; toda una declaración de intenciones.

Los héroes de la película son tipos limitados defendiendo un Estado totalitario contra una invasión alienígena, y lo son hasta el punto de hacer dudar al espectador si se identifica con ellos o no. Johnny Rico es un héroe del fascismo estelar, envuelto en todas las convenciones del cine de acción contemporáneo; si en vez de exterminar arácnidos con armas nucleares portátiles se dedicara a invadir Polonia sería un malvado de libro. En Starship Troopers, sin embargo, Rico es el héroe, y Verhoeven nos reta a decidir si estamos cómodos con esa idea. La pregunta implícita de Starship Troopers es qué sucede si el fascismo, la guerra eterna contra el enemigo exterior, resulta que nos gusta. Qué reacción tenemos cuando sospechamos que, detrás de la convicción de nuestra virtud y fe en la victoria, de hecho los malos somos nosotros.

En cierto sentido, Starship Troopers es un alegoría sobre el 11S y la era del terrorismo, a pesar de haber sido estrenada cuatro años antes del ataque a las Torres Gemelas. Scott Tobias ha señalado el paralelismo entre el mundo descrito por Verhoeven y los Estados Unidos de la era Bush. Salvando las distancias (Estados Unidos no es un régimen fascista ni de lejos, y como toda alegoría, la cosa tiene sus límites), Starship Troopers es una sátira sobre la bondad de «los nuestros», y lo tristemente fácil que es caer en la glorificación de la violencia cuando somos nosotros quienes la estamos ejerciendo.

El resultado es una película que se las arregla para ser tan cavernícola como sarcástica, a la vez increíblemente obvia y extrañamente incomprendida. Los críticos en el momento de su estreno quisieron verla como una peligrosa glorificación del fascismo, como si el público no fuera a entenderla. La sátira en Starship Troopers no está en los uniformes y los gloriosos documentales patrióticos, sino en que la película lo mezcle con el hecho de que se supone que debemos estar apoyando a esos tipos vestidos de nazi, porque son los nuestros. Como señala John Perich, Verhoeven no superpone propaganda fascista sobre una película de acción. El problema central es que las películas de acción son de forma implícita propaganda fascista.

Apoyamos a los nuestros, aunque sospechamos (sabemos) que defienden al régimen equivocado. Starship Troopers es la mejor de las sátiras, ya que nos hace parte del problema.

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(1) Robley, Les Paul (November 1997). «Interstellar Exterminators. Ornery insects threaten the galaxy in Starship Troopers». American Cinematographer (California, United States of America: American Society of Cinematographers) 78 (11): 56–66
https://www.jotdown.es/2018/11/la-epica-de-la-estupidez/
A @Fecality , con mi agradecimiento.
 
La épica de la estupidez
Publicado por Roger Senserrich
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Starship Troopers (1997). Imagen: Buena Vista International.
Cuando Starship Troopers se estrenó en estados unidos el 7 de noviembre de 1997, la mayoría de los críticos la recibieron con estupor. Roger Ebert, el crítico de cabecera de la prensa americana, la describió como «unidimensional» y «la película infantiloide más violenta jamás filmada». Scott Rosemberg la calificó como «estúpida hasta la autoderrota» mientras que Ty Burr señalaba que era «lo que La guerra de las galaxias hubiera sido si la Alemania nazi hubiera ganado la Segunda Guerra Mundial».

Quizás por las críticas, quizás porque gastarse más de cien millones de dólares en una película basada en una novela de ciencia ficción publicada en 1959 sin actores conocidos no era una gran idea, Starship Troopers pasó sin pena ni gloria por los cines. Aunque abrió como número uno, el filme de Verhoeven recaudó apenas cincuenta y cinco millones de dólares en Estados Unidos. Aunque los sesenta y seis que recaudó en el resto del mundo bastaron para cubrir costes (y animaron a Sony a lanzar tres secuelas espantosas directamente en DVD), la película fue más o menos ignorada.

Hace unos años Neil Moritz, el productor de la saga Fast and Furious, anunció que estaba empezando a desarrollar un remake de esta semiolvidada película. Aparte de ser el tercer remake de una película de Paul Verhoeven en apenas tres años (siguiendo a Desafío total y Robocop), la noticia hizo que un buen número de críticos y aficionados a la película resurgieran de entre las sombras, y empezaran a reivindicarla como lo que realmente es: una de las mejores películas de ciencia ficción de los últimos treinta años.

La gestación de la película es como mínimo curiosa. En teoría Starship Troopers está basada en una historia de Robert A. Heinlein publicada en 1959, ganadora del Premio Hugo. La novela original es un clásico de la ciencia ficción política y militar de los años cincuenta, escrita con el estilo terso, directo y machote que caracterizaba al autor. Aparte de ser gloriosamente entretenida, Starship Troopersbásicamente inventó el cliché de marine espacial con armadura mecanizada y propulsores de salto. Cientos de novelas, películas y videojuegos han copiado a Heinlein directa o indirectamente, aunque casi nadie ha descrito la (hipotética) vida de un soldado de infantería en una guerra interestelar mejor que él. El libro fue lectura obligatoria en las academias militares del Ejército, Armada y Marines americanos durante décadas, cosa que probablemente dice más de las fuerzas armadas de los Estados Unidos que sobre la novela, pero da fe del «realismo» del relato.

Si solo fuera por el molonismo militar Starship Troopers ya sería una novela notable, pero es solo parte del relato. Aparte de las batallitas contra hordas de arácnidos, Heinlein describe en detalle la sociedad y sistema político de la Federación Terrícola, una sociedad donde el ejército está formado solo por voluntarios y donde solo aquellos que han servido en él durante dos años son ciudadanos con derecho a voto. La piedra fundacional de la virtud cívica y el poder político es tomar responsabilidad de forma voluntaria del bien común; para ello, un ciudadano debe estar dispuesto a sacrificarse sirviendo al Estado durante al menos dos años. Esto no quiere decir necesariamente ser soldado; la Federación está obligada a encontrar algo útil para los voluntarios (desde probar tratamientos clínicos como cobayas humanas a hacer de agente de aduanas en Plutón), pero solo ellos pueden votar. Starship Troopers es, de forma un tanto inusual en la ciencia ficción más o menos reciente, una utopía «de derechas».

Por supuesto, Heinlein odiaría que su novela fuera definida como «utopía». Como furibundo anticomunista que era, Heinlein detestaba esa idea; la sociedad de Starship Troopers es un modelo idealizado, pero es eminentemente práctica. Las disquisiciones filosóficas en el libro no son para justificar la superioridad moral de esta especie de República romana espacial respecto a las decadentes democracias del siglo XX, sino una explicación llena de sentido común (en teoría) sobre por qué la Federación Terrícola funciona bien y sus antecesores no lo hicieron. Algunos han acusado a Heinlein de fascista por los argumentos políticos del libro. Creo que Heinlein es más un utilitarista conservador que otra cosa, aunque como veremos luego, eso no mejora las cosas demasiado.

Starship Troopers, la película, empezó bajo otro título. Sony no consiguió los derechos sobre la novela hasta bien entrada la preproducción; Verhoeven andaba buscando hacer una película sobre marines espaciales, pero no necesariamente sobre el libro de Heinlein. El propio director ha reconocido no haberse leído el libro entero; lo dejó a medias tras unos cuantos capítulos, «aburrido y deprimido» (1), según cuenta, con la retórica de Heinlein. La intención del cineasta, más que adaptar un libro en concreto, era hablar de militares, militarismo y política. La historia de Heinlein, o el andamio inicial, era una excusa como cualquier otra para hacerlo.

El principal tema, o motivo musical, digamos, de Starship Troopers es muy simple: es una película profundamente estúpida. Es épica, decadente, conscientemente estúpida; es una película que hace de la estupidez una de sus grandes señas de identidad, de principio a fin del metraje. Starship Troopers es, en cierto sentido, la mejor película de acción idiota de los años ochenta, por mucho que fuera filmada la década siguiente. Todos los estereotipos, convenciones y violencia de la era Reagan están bien presentes.

Empecemos por los personajes. El protagonista, Johnny Rico (Casper Van Dien), es un armario ropero tan hipermusculado como inexpresivo. Las mujeres de la historia, Carmen Ibañez (Denise Richards) y Dizzy Flores (Dina Meyer), siguen la habitual combinación de Barbie guerrera hipersexualizada sin ningún atisbo de talento. Zander Barcalow (Patrick Muldoon), el rival amoroso de Rico, es el tradicional cretino mujeriego con aires de Lorenzo Lamas. Por acumular arquetipos, Starship Troopers también incluye al coleguita simpático y cargante, al superior machaca benevolente y al soldado negro que muere antes que nadie. Verhoeven ha admitido sin rubor que dado que se iba a gastar todo el dinero en explosiones, bichos asesinos y efectos especiales el talento de los actores principales le importaba más bien poco. Con la excepción de Neil Patrick Harris (el único actor presente que parece entender los chistes) y Michael Ironside, todo el reparto tiene una capacidad interpretativa más bien nula.

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Imagen: Buena Vista International.
La falta de recursos actorales de todos los presentes no hace más que reforzar los a menudo dementes diálogos. No contento con tener un montón de clichés andantes en el plató, Verhoeven y su guionista de cabecera, Ed Neumeier, les hacen soltar una cantidad de bravuconadas grandilocuentes tremebunda durante todo el metraje, en una especie de grandes éxitos del militarismo cinematográfico reciente. Starship Troopers tiene una cantidad absolutamente ridícula de frases gloriosas («¿Qué pasa, micos, acaso queréis vivir para siempre?») esparcidas por todo el guión; la película está llena de citas memorables.

Verhoeven, por supuesto, no es solo un aficionado al machismo desaforado y viril; también es un director con un largo historial en el género. En Starship Troopers se permite también citar visualmente otros filmes, desde Aliens hasta El día más largo, pasando por una estupenda (y muy gore) recreación de Zulú. Todo ello acompañado, por cierto, de una de las mejores partituras épicas del impagable Basil Poledouris, que parece pasar un rato estupendo componiendo marchas militares.

Starship Troopers podría quedarse en una mastodóntica película de acción con alienígenas, pero sin embargo no acaba por conformarse con eso. Para empezar, Verhoeven no se anda con matices sobre la visión política de Heinlein o sus teorías en la novela: en la película, los humanos viven en un régimen casi abiertamente fascista. La historia se abre con un anuncio de reclutamiento de la Infantería Móvil, copiada casi plano a plano de una escena de El triunfo de la voluntad de Riefenstahl. A partir de ahí, no deja nada a medias; todo en la Federación Terrícola, desde los uniformes hasta los delirantes programas informativos, flirtean abiertamente con el totalitarismo.

Empezamos con la primera paradoja de Starship Troopers: Verhoeven realmente no tiene que añadir gran cosa para dar esa impresión. Los fragmentos de diálogo más pasado de vueltas («la violencia es la autoridad suprema») o bien están sacados directamente de la novela de Heinlein, o bien son clichés oídos mil veces en otras películas de acción. Lo único que Verhoeven añade es la arquitectura brutalista, los uniformes estilo Gestapo y una alegre xenofobia antialien. Starship Troopers no se aleja de las convenciones del género; lo único que hace es colocarlas bajo una estética distinta. El resultado para el espectador es ver cómo un montón de clichés usados repetidamente en mil películas antes y después suenan increíblemente totalitarios en otro contexto. Es como una recreación de Soldado universal, Predator o Arma letal filmada por Leni Riefenstahl.

Más allá de la subversión de la retórica habitual del género, Starship Troopers juega sobre todo con la identificación del espectador. Verhoeven se esfuerza muchísimo en presentar a los personajes de la historia como tipos completamente ajenos al totalitarismo que les rodea. Rico, Ibañez y compañía son productos de este Estado totalitario bien poco disimulado, y parecen estar perfectamente satisfechos y cómodos en él. Durante toda la película Verhoeven no deja de recordarnos (vía cintas propagandísticas cada vez más histéricas) que estamos ante una sociedad francamente espantosa y probablemente genocida, pero nadie parece tener el más mínimo deseo de cuestionar nada. El único pobre diablo con dudas es un periodista que muere horriblemente sin que nadie le preste atención; toda una declaración de intenciones.

Los héroes de la película son tipos limitados defendiendo un Estado totalitario contra una invasión alienígena, y lo son hasta el punto de hacer dudar al espectador si se identifica con ellos o no. Johnny Rico es un héroe del fascismo estelar, envuelto en todas las convenciones del cine de acción contemporáneo; si en vez de exterminar arácnidos con armas nucleares portátiles se dedicara a invadir Polonia sería un malvado de libro. En Starship Troopers, sin embargo, Rico es el héroe, y Verhoeven nos reta a decidir si estamos cómodos con esa idea. La pregunta implícita de Starship Troopers es qué sucede si el fascismo, la guerra eterna contra el enemigo exterior, resulta que nos gusta. Qué reacción tenemos cuando sospechamos que, detrás de la convicción de nuestra virtud y fe en la victoria, de hecho los malos somos nosotros.

En cierto sentido, Starship Troopers es un alegoría sobre el 11S y la era del terrorismo, a pesar de haber sido estrenada cuatro años antes del ataque a las Torres Gemelas. Scott Tobias ha señalado el paralelismo entre el mundo descrito por Verhoeven y los Estados Unidos de la era Bush. Salvando las distancias (Estados Unidos no es un régimen fascista ni de lejos, y como toda alegoría, la cosa tiene sus límites), Starship Troopers es una sátira sobre la bondad de «los nuestros», y lo tristemente fácil que es caer en la glorificación de la violencia cuando somos nosotros quienes la estamos ejerciendo.

El resultado es una película que se las arregla para ser tan cavernícola como sarcástica, a la vez increíblemente obvia y extrañamente incomprendida. Los críticos en el momento de su estreno quisieron verla como una peligrosa glorificación del fascismo, como si el público no fuera a entenderla. La sátira en Starship Troopers no está en los uniformes y los gloriosos documentales patrióticos, sino en que la película lo mezcle con el hecho de que se supone que debemos estar apoyando a esos tipos vestidos de nazi, porque son los nuestros. Como señala John Perich, Verhoeven no superpone propaganda fascista sobre una película de acción. El problema central es que las películas de acción son de forma implícita propaganda fascista.

Apoyamos a los nuestros, aunque sospechamos (sabemos) que defienden al régimen equivocado. Starship Troopers es la mejor de las sátiras, ya que nos hace parte del problema.

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(1) Robley, Les Paul (November 1997). «Interstellar Exterminators. Ornery insects threaten the galaxy in Starship Troopers». American Cinematographer (California, United States of America: American Society of Cinematographers) 78 (11): 56–66
https://www.jotdown.es/2018/11/la-epica-de-la-estupidez/
A @Fecality , con mi agradecimiento.
si bien la adaptación es un poco churrera (se olvidan de los exoesqueletos, y algunos detalles más) me sigue flipando lo bien que salió para la época en la que está hecha
 
9 miradas a un futuro donde sueñan con ovejas eléctricas


No solo de Black Mirror beben las distopías: repasamos diferentes cronistas de una realidad a la que en ocasiones asusta asomarse

Texto publicado originalmente en el número 20 de la revista de eldiario.es: Internet, el futuro y la libertad

José Antonio Luna
06/01/2019 - 20:30h
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Fotograma de la película Ready Player One, dirigida por Steven Spielberg

La autoconciencia de los robots, los implantes cibernéticos o incluso el big data han dado lugar a fantasías de futuro que hoy ya forman parte de un imaginario popular a caballo entre la fascinación y el horror. A pesar de ello, las quimeras de cables y engranajes no son exclusivas de la era Zuckerberg. París en el siglo XX(1863) de Julio Verne y Metrópolis de Fritz Lang (1927) son obras diferentes con un nexo común: ambas funcionan como profecías.

Sociedades planteadas por autores como Philip K. Dick o George Orwell estaban muy lejos de pertenecer al país de las maravillas. Más bien, eran pesadillas que jugueteaban con la hipótesis de que un superestado controlase todas nuestras compras o nuestros viajes de verano. Ese día ya ha llegado, pero la maquinaria de fabricar monstruos continúa activa. A través de series, videojuegos o películas continuamos soñando con ovejas eléctricas que, quizá algún día, pasen a la vigilia. Y no, no solo de Black Mirror está hecho el terror.

1. Cyberpunk 2077
Cyberpunk 2020 no es solo un juego de mesa, sino la biblia de todo un universo de piratas informáticos y pandilleros que malviven entre la decadencia. Pero la obra va a alcanzar un nuevo nivel, y los personajes descritos en su libro de instrucciones pasarán a ser modelos 3D con todo lujo de detalles. En el E3 2018, la feria anual más importante de videojuegos, apareció el primer tráiler de Cyberpunk 2077 y las ovaciones no han tardado en llegar.

El título creado por CD Projekt Red (reconocidos por la saga The Witcher) todavía se encuentra en una fase muy temprana de desarrollo, pero la promesa de un mundo abierto con estética ciberpunk donde cada cual interpreta su propio personaje resulta demasiado alentadora. En él tendremos la oportunidad de vagar por Night City, una metrópolis violenta controlada por megacorporaciones donde cada decisión importa para definir la historia. El mando, literalmente, lo tiene el jugador.

2. Detroit: Become Human
¿Pueden los androides desarrollar sentimientos? No es precisamente un interrogante inaudito, pero tampoco lo son sus respuestas y quizá por eso sigue despertando interés. El videojuego desarrollado por Quantic Dream, el equipo tras Heavy Rain, nos pone bajo la piel sintética de tres robots que luchan por hacerse un hueco en una sociedad que les discrimina por ser considerados trozos de metal al servicio de los humanos.

Aquellos que se escapan de sus funciones, las de limpiar basura o cuidar a discapacitados, son automáticamente tachados como divergentes a extinguir. Paradójicamente seremos nosotros, humanos, los que tendremos que decidir el futuro de máquinas con emociones propias y de enfrentarnos a nosotros mismos. ¿Cuál es la diferencia entre ellos y los humanos? Señalarla no es fácil, sobre todo cuando es un androide quien lo pregunta.

3. Gattaca
La cinta de Andrew Niccol plantea un futuro cercano donde la ingeniería genética ha avanzado hasta tal punto que permite modificar el destino de las personas desde su nacimiento. La premisa, ya planteada por Aldous Huxley en el libro Un mundo feliz, invita a reflexionar sobre el albedrío de la identidad cuando su control se ha convertido en tendencia.

"Solían decir que un niño concebido con amor tenía una mayor probabilidad de ser feliz, ahora ya nadie lo dice", señala Vincent Freeman, protagonista de la historia. Él es diferente al resto por haber nacido de forma natural, sin que sus padres hayan elegido el color de sus ojos o de su piel. Pero el método tradicional, como le indica la ciencia, no sale bien: morirá a los 30 años y tendrá problemas cardiacos. Por ello, es designado como alguien "no válido" y acaba en el último escalafón de la sociedad, algo que no le impedirá luchar contra los números para cumplir su sueño.

4. Ex Machina
"Propongo considerar la siguiente cuestión: ¿Pueden pensar las máquinas?", se planteaba el matemático británico Alan Turing. Para ello desarrolló un test que básicamente era una prueba de inteligencia artificial orientada a androides, la cual mide su capacidad de respuesta hasta el punto de detectar si pueden considerados objetos pensantes. Más tarde, Blade Runner lo bautizaría como Voight-Kampff.

A medio camino entre lo real y lo irreal también se sitúa el largometraje de Alex Garland. Su trama se centra en un programador llamado Caleb que tiene la oportunidad de visitar las instalaciones de su jefe multimillonario y de enfrentarse a uno de sus últimos experimentos: un androide llamado Ava que sesión tras sesión va desarrollando mayores capacidades cognitivas. En la historia solo aparecen tres personajes y un escenario, pero son elementos suficientes para crear un laberinto cinematográfico cuya salida está por desencriptar.

5. Horizon
Año 3017, en algún lugar de la Tierra. Aloy, una guerrera, se oculta bajo la maleza escondiéndose de la raza que ahora domina el planeta: las máquinas. El título desarrollado por Guerrilla Games, autores de Killzone, invierte los papeles tradicionales y transforma al cazador en el cazado. El jugador habituado al ataque pasa aquí a un plano defensivo, donde la estrategia y el sigilo se convierten en ingredientes principales.

Se trata de una nueva Edad de Piedra en la que la civilización comparte hogar con robots de todo tipo, desde ciervos mecánicos que parecen inofensivos hasta enormes cocodrilos cuyos dientes son en realidad afiladas placas de acero. Aun así, la actitud del jugador no es meramente contemplativa. Tendrá que hacer uso del arco, los explosivos y, no menos importante, el diálogo, para sobrevivir en un entorno donde la amenaza es constante.

6. Ready Player One
El último taquillazo de Spielberg se basa en la novela popular de Ernest Cline, catalogada por algunos como El guardián entre el centeno de las nuevas generaciones. Al margen de si la comparación hace o no justicia a la realidad, lo único que se puede ratificar es que el futuro ochentero de Cline ha logrado hacerse un hueco en muchas estanterías y, ahora, en pantallas.

Al igual que obras como Matrix, esconde un mensaje basado en el mito de la caverna de Platón sobre la pertenencia a dos mundos: uno aparente y otro verdadero. Nos sitúa en el año 2045, una nueva era dominada por la realidad virtual donde todos son adictos a un mundo lleno de posibilidades que ha terminado sustituyendo al mundo terrenal: OASIS. Allí no importa la basura ni los coches oxidados, ni siquiera la hambruna ni la falta de recursos que asola al mundo. Todo es posible, hasta conducir la famosa moto roja de Akira.

7. HER
"Sabes, a veces siento que ya he sentido todo lo que voy a sentir jamás. Y de aquí en adelante nunca voy a sentir algo nuevo. Solo versiones más pequeñas de lo que ya he sentido", confiesa Theodore Twombly. En plena era de los asistentes virtuales, Alexa, Siri y Cortana dejan de ser nombres desconocidos para transformarse en apodos cotidianos, que nos acompañan a la cama y nos recomiendan qué pedir cuando tenemos hambre. Es lo mismo que ocurre con Samantha, la voz de un avanzado sistema operativo que acaba enamorando a su dueño.

"¿Estos sentimientos siquiera son reales? ¿O son solo programación?", sobre lo que al principio solo parecía un software cualquiera. En el futuro planteado por Her no hay coches voladores ni neones brillantes por cada calle. Spike Jonze consigue construir un relato cargado de sutilezas donde, por encima de la tecnología, al final acaba sobresaliendo un sentimiento común a toda época: el amor.

8. Ghost in the Shell
Masamune Shirow es responsable de uno de los mangas más revolucionarios de la historia: Ghost in the Shell. Sin embargo, no fue hasta el lanzamiento de la cinta de 1995 cuando aquel universo acabó convirtiéndose en toda una referencia dentro del género cyberpunk. Su director, Mamoru Oshii, consiguió reflejar el verdadero trasfondo filosófico de un universo marcado por la interacción entre los humanos, los androides y los implantes cibernéticos, hasta tal punto que ni siquiera es posible distinguir entre unos y otros.

Lo onírico y lo poético se mezcla en una obra que, al igual que ocurrió con Akira (1988), supo romper con todos los cánones impuestos en el cine de animación. Posteriormente, con el filtro de Hollywood activado, tendría otra adaptación en 2017 protagonizada por Scarlett Johansson que ha provocado cientos de comparaciones con la obra original y ninguna de ellas positiva.

9. Deus Ex: Human Revolution
"A estas alturas ya deberías saber que los aumentos neuronales te hacen pensar y reaccionar más rápido, realmente pueden mejorar la vida. ¡Las de todos!", explica el personaje Megan Reed consciente de los beneficios del transhumanismo, un movimiento que apoya el uso de la tecnología y los implantes cibernéticos como vía para evolucionar como especie. En el año 2027, según el videojuego desarrollado por Eidos ese será el motivo que dividirá la sociedad.

https://www.eldiario.es/tecnologia/miradas-futuro-suenan-ovejas-electricas_0_853565150.html
 
7. HER
"Sabes, a veces siento que ya he sentido todo lo que voy a sentir jamás. Y de aquí en adelante nunca voy a sentir algo nuevo. Solo versiones más pequeñas de lo que ya he sentido", confiesa Theodore Twombly. En plena era de los asistentes virtuales, Alexa, Siri y Cortana dejan de ser nombres desconocidos para transformarse en apodos cotidianos, que nos acompañan a la cama y nos recomiendan qué pedir cuando tenemos hambre. Es lo mismo que ocurre con Samantha, la voz de un avanzado sistema operativo que acaba enamorando a su dueño.

"¿Estos sentimientos siquiera son reales? ¿O son solo programación?", sobre lo que al principio solo parecía un software cualquiera. En el futuro planteado por Her no hay coches voladores ni neones brillantes por cada calle. Spike Jonze consigue construir un relato cargado de sutilezas donde, por encima de la tecnología, al final acaba sobresaliendo un sentimiento común a toda época: el amor.

En contra de la opinión mayoritaria, a mí esta película me parece de una ridiculez sonrojante. Teniendo en cuenta que el simulador artificial se amolda a tus deseos y forma de pensar para ser tu compañía perfecta, no existe la unión de dos individualidades diferentes y, por tanto, no puede surgir el milagro del amor. Es como decir que si tu perro pudiese hablar, podrías enamorarte de él y tener relaciones sexuales vía una prost*t*ta, porque lo de directo sería zoofilia. Y para colmo, encima es tan cursi esa relación, con los típicos ataques de celos...

Penosa...
 
3. Gattaca
La cinta de Andrew Niccol plantea un futuro cercano donde la ingeniería genética ha avanzado hasta tal punto que permite modificar el destino de las personas desde su nacimiento. La premisa, ya planteada por Aldous Huxley en el libro Un mundo feliz, invita a reflexionar sobre el albedrío de la identidad cuando su control se ha convertido en tendencia.

"Solían decir que un niño concebido con amor tenía una mayor probabilidad de ser feliz, ahora ya nadie lo dice", señala Vincent Freeman, protagonista de la historia. Él es diferente al resto por haber nacido de forma natural, sin que sus padres hayan elegido el color de sus ojos o de su piel. Pero el método tradicional, como le indica la ciencia, no sale bien: morirá a los 30 años y tendrá problemas cardiacos. Por ello, es designado como alguien "no válido" y acaba en el último escalafón de la sociedad, algo que no le impedirá luchar contra los números para cumplir su sueño.

La mejor de la mejor, el determinismo biológico, la concepción a la carta, ¿da lugar a seres superiores? ¿qué cualidad indica la "superioridad" de una persona?

Maravillosa distopia que demostró que se puede hacer una obra maestra con poco presupuesto.
 
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Sucesos en la Cuarta Fase (Saul Bass, 1974, Estados Unidos)

Planteada como un documental, la historia explica y demuestra cómo las hormigas serían las dueñas del mundo si estuvieran en igualdad de condiciones intelectuales con el ser humano. Único largometraje que dirigió Saul Bass, reconocido por ser el autor de algunos de los mejores títulos de crédito de la historia del cine.

 
Nunca me había pasado por este hilo y me voy con varias recomendaciones de películas que no conocía, así que muchas gracias!! Tengo que investigar un poquito en las de terror y fantasía, que junto con la ciencia ficción son mis géneros favoritos :geek:

Yo la última que he visto es Teorema Zero de Terry Gilliam, y aunque no le ponen muy buenas críticas a mí la verdad que me ha gustado.

 
Premoniciones y desatinos: el vestuario de las películas de ciencia ficción.
Publicado por Laura Minguez.
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El cineasta James Cameron afirma en su libro Historia de la ciencia ficción que esta nunca predice el futuro, pero puede prevenirnos de él si le prestamos atención.

Esta sentencia se podría aplicar a muchos de los artefactos que aparecen en las películas del género —más si son del modelo apocalíptico— y es del todo cierto que en materia de predicciones muchos de los filmes, de momento y que sepamos, han desviado el tiro en sus vaticinios. O tal vez nos han alertado con tiempo y hemos tomado buena nota, como sugiere el director de Terminator, Aliens o Avatar, por reseñar parte del currículum que le otorga un doctorado en el tema.

En lo que se han equivocado bastante casi todas las series y largometrajes es en cómo íbamos a ir vestidos ahora que ya ha llegado ese futuro que imaginaban las producciones cinematográficas del siglo pasado.

Error de 180º.

Tengamos en cuenta, antes de nada, que el atuendo forma parte de la elaboración de los arquetipos en el cine, como ocurre con las gabardinas de los detectives o los borsalinos que suelen usar los gánsteres; si todavía funcionan es porque en las pantallas el hábito sí hace al monje.

El cine fantástico ha ido creando algunos clichés para los habitantes del porvenir —todos uniformados y con ropa monocolor, el aspecto de los extraterrestres, calvos y con ojos tremendos, o el de los científicos, invariablemente flacos— instalados en el imaginario de los aficionados al género de ciencia ficción porque constituyen una parte de su identidad.

Sin embargo, ni los diseños ni los materiales que han lucido los personajes en el celuloide han determinado lo que realmente usamos en la actualidad y si en algo se asemejan nuestras prendas a lo que preveían las grandes producciones es porque algún creativo se ha inspirado en esas películas. Las vestimentas a las que parecíamos abocados los seres humanos han tenido poco o nulo éxito en aquel futurible en el que vivimos ahora.

El origen de los estereotipos se remonta a la aparición de un nuevo género literario en el siglo XIX que elucubraba sobre sociedades futuras y universos paralelos basándose en los descubrimientos científicos de la época. La literatura, que ya de por sí es fábula, añadía el componente de la ciencia para pensar en un futuro casi más horripilante que el previsto por algunos de los visionarios precedentes.

Hace doscientos años que vieron la luz los primeros relatos que mezclaban fantasía y terror: Frankenstein de Mary Shelley (1818), Jules Verne y sus novelas de viajes imposibles en los sesenta, o H. G. Wells, a caballo entre los dos siglos, conjeturaban sobre los efectos para los humanos de las nuevas tecnologías tildándolas, por lo general, de funestas.

Esos iluminados fueron precursores de las llamadas distopías del siglo XX, obras que describen mundos imaginarios terroríficos, deshumanizados y sometidos a la dictadura —implacable— de científicos que se han hecho con el poder o de poderosos que se han apropiado de los instrumentos de la ciencia.

Las sociedades que imaginaron A. Huxley en Un mundo feliz (1932), G. Orwell en 1984 (1948) o R. Bradbury en sus Crónicas marcianas (1950) y Farenheit 451 (1953) eran antiutópicas, monocolores, de pensamiento único, con estructuras jerarquizadas o militarizadas y dominadas por las máquinas: la cosa no pintaba muy bien para la humanidad como especie.

Al margen de esas grandes obras, surgió una literatura popular, conocida como pulp —llamada así porque se plasmaba en rústica con pulpa vegetal—, que trataba muy libremente casi todos los géneros y, entre ellos, una ciencia ficción más bajuna, poblada de héroes con superpoderes galácticos; a veces estos libros llevaban ilustraciones o eran un conjunto de viñetas de muy fácil lectura. Fueron muy célebres pero muy denostados por las élites culturales, que los consideraban bodrios dignos de las clases a las que iban dirigidos. En España se llamaron folletines y se leían tan ávidamente como cambiaban de mano.

Las novelas pulp tuvieron mucho que ver en el nacimiento de los cómics, que desde mediados de siglo aparecían periódicamente en la prensa estadounidense; en ellos la fantasía se desbordaba, porque el dibujo así lo permitía, creando héroes como Flash Gordon (1934), padre putativo de muchos protagonistas del celuloide.

El cine y la televisión, que adaptaron todo tipo de literatura a la nueva sociedad de la imagen, se fijaron enseguida en los escritos fantásticos, que eran muy impactantes y que podían dar mucho juego en la pantalla.

Las producciones de los relatos futuristas resultaban bastante caras, pues había que edificarmundos ficticios para los que, a falta de referencias, se recurría a lo conocido y a civilizaciones antiguas, compaginando leyendas con lo más novedoso del panorama científico y con lo más avanzado del ambiente del momento.

Las primeras películas de ciencia ficción integraban en las vidas de sus protagonistas lo último en tecnología y revelaban para el gran público inventos inverosímiles de universos quiméricos que hoy nos resultan del todo cotidianos, como ocurre, por ejemplo, con ordenadores y mandos electrónicos; otros se fueron directamente al cajón del olvido o han sido superados por la propia realidad, cuyos afanes de progreso ya conocemos.

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Brigitte Helm durante el rodaje de Metropolis, 1927. Fotografía: Cordon Press.
Las estructuras sociales, los habitáculos, las naves y otros vehículos de transporte, los medios de comunicación, los aparatejos y el vestuario se diseñaron atendiendo a las figuraciones de los textos con la concurrencia de las nuevas técnicas; para todo ello se echó mano, abierta o subrepticiamente, de las pulp —el caso de Batman, por ejemplo— y de los cómics.

Los diseñadores de vestuario no eran imprescindibles en una producción cinematográfica y tampoco se disponía de los materiales que hoy tenemos y que pueden determinar los cánones de la indumentaria: a principios del siglo XX eran exclusivamente de origen natural, ya animal (proteicos), ya vegetal (celulósicos), y no se podía jugar con ellos como se hace ahora. Los procedimientos con los que se trataban esos materiales eran los tradicionales —tejidos de urdimbre o punto, apelmazados, etc.—, que tenían sus límites, aunque estos evolucionarían también al compás de la tecnología.

Desde los inicios del cine hasta finales de los años cincuenta el vestuario cinematográfico reflejaba, por lo general, la moda de la época en la que se rodaban las películas, aunque el argumento estuviera situado en años o incluso siglos muy posteriores, y se le prestaba menos atención que a los cacharros estrambóticos que aparecían en ellas.

Pero a partir de la Segunda Guerra Mundial las novedades se sucedieron a ritmo vertiginoso: aparecieron las fibras artificiales, derivadas de productos de origen animal y vegetal, y las sintéticas, procedentes de derivados del petróleo, que, gracias a su ductilidad, abrieron la inventiva a todo tipo de diseños.

Algunas, como el rayón, que ya se conocía con anterioridad a la guerra, fueron incorporándose a la vida cotidiana —paracaídas y medias de señora—. En 1938 DuPont se hace con la patente del nailon, un tejido sintético que revolucionó los textiles y cuyas propiedades más importantes eran la elasticidad, la resistencia, la facilidad de lavado y de secado y la eliminación de las arrugas.

En 1944 aparecen las fibras acrílicas trabajadas como género de punto, comercializadas por DuPont con el nombre de Orlón, que se caracterizaban por su suavidad y por ser muy lustrosas, aunque daban mucho calor. En los años cincuenta se crean en Inglaterra las fibras de poliéster, que añadían elasticidad y solidez a los tejidos, pero eran muy sensibles a la acción del calor y generaban incomodísimas cargas electrostáticas, y, a finales de la misma década, también DuPont registra el elastano, más conocido por licra, que elimina muchos de los inconvenientes de los anteriores y añade su gran elasticidad, la resistencia al calor y un secado muy rápido.

Estos nuevos tejidos, que revolucionaron la costura, se emplearon en los vestuarios de las películas e introdujeron la modernidad en sus diseños; dieron también relevancia a los profesionales del ramo que empezaron a aparecer en los créditos y a ser demandados por las grandes productoras.

La primera película de género fantástico fue El viaje a la Luna, rodada por G. Méliès en 1902, en blanco y negro y muda, cuyos protagonistas formaban dos grupos bien diferenciados: los astrónomos, por un lado, y, por otro, el ejército de selenitas que, al mando de su rey, defendían el territorio lunar.

Los astrónomos vestían para su viaje levitas y chisteras, pero los selenitas, ejército de monstruitos, llevaban unos uniformes rayados con máscaras que les identificaban directamente como extraterrestres.

Conmueve la ingenuidad con la que se presentaban los personajes en esos tiempos y la simpleza con la que se transmitían dos estereotipos: mientras los científicos vestían ropas reconocibles para sus contemporáneos, los selenitas tenían un aspecto casi diabólico al estilo de las pinturas que desde la Edad Media representan a los demonios y de las que parecen copiar sus modelos —como las de la Capilla de los Españoles en Santa Maria Novella de Florencia—.

En 1929 Fritz Lang estrenó Metrópolis, igualmente muda, que planteaba una visión apocalíptica de la sociedad del futuro, totalmente distópica, formada por dos clases sociales: una élite de propietarios/pensadores y una casta de trabajadores.

Se rodó en el periodo de entreguerras, cuando ya había triunfado la Revolución soviética y se estaba gestando el crack económico que produjo tanta ruina; estos acontecimientos se filtraron en la cinta, cuya acción se situaba en un hipotético año 2000 al que se trasladaban temas como la lucha de clases y la alienación del individuo en los regímenes comunistas: los trabajadores aparecen vestidos con idénticas ropas de trabajo y formando parte de una masa ingente de explotados por la élite social que dispone de la riqueza. Los obreros se mueven, perfectamente organizados en algunas escenas, de la misma manera que se moverían los soldados de un ejército; quizá eran imágenes premonitorias del nazismo.

Lang confió el vestuario a Aenne Willkomm, diseñadora de moda, que optó por vestir a las élites con trajes futuristas pero inspirados en el art déco, mientras los proletarios lo hacían con uniformes de color neutro totalmente anodinos.

Las ideas de alienación mental y jerarquía/militarización se trasladaban al espectador precisamente a través de la uniformidad del vestuario de las clases explotadas, lo que influiría en algunas producciones posteriores que recogen ese binomio como ocurrió en las adaptaciones al cine de las obras de Huxley, Orwell y Bradbury.

Mientras tanto, en los Estados Unidos, apareció como novedad la conocida como ropa anatómicaque cubre e individualiza cada una de las partes del cuerpo —los brazos, el tronco y las piernas— y que permite una movilidad mayor; era el modelo que vestían los personajes de condición social inferior, pero acabó imponiéndose como atuendo futurista en forma de monos, o bien cubriendo toda la figura como si de una segunda piel se tratara, como ya lucían los héroes de las pulp y de los cómics.

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Natalie Portman durante el rodaje de Star Wars: Episode I – The Phantom Menace, 1999. Fotografía: Lucasfilm / Disney.
Poco después, dos acontecimientos especialmente significativos se conjugaron para despertar el interés tanto en la adaptación de novelas como en la producción de guiones originales: se extendió el uso de la televisión, inventada en 1926, y se fundó la NASA en 1958.

El primero abría la ventana a la cultura de masas y el segundo ampliaba el espectro de los temas futuristas con las aventuras espaciales.

A partir de la década de los sesenta se disparó la realización de series para televisión y de películas para la gran pantalla y en ellas tuvieron ya un papel fundamental los diseñadores de vestuario.

La NASA contrató a Wernher von Braun, un ingeniero alemán que tuvo como ayudante aHarry Lange, también alemán y emigrado a los Estados Unidos en la década de los cincuenta; recibieron el encargo de diseñar los primeros trajes de astronautas y esta experiencia haría saltar a Lange al mundo del celuloide con 2001: Una odisea en el espacio de Stanley Kubrick, que lo fichó como diseñador. Sus conocimientos técnicos, unidos a una poderosa imaginación y un perfeccionismo extremo, lo llevaron a ser nominado para su primer Óscar y a ser reclamado por otros directores: George Lucas lo reclutó para la trilogía de Star Wars, por cuyos diseños recibió su segunda nominación a los Óscar.

Para La guerra de las galaxias aplicó algunos de los elementos que ya se habían empleado en las primeras películas de ciencia ficción, y en ella se deja sentir mucho la influencia de sus trabajos para la agencia espacial: los personajes importantes vestían con túnicas amplias que no señalaban ningún aspecto de su anatomía, confiriéndoles un aura de autoridad; los colores utilizados eran monocromos, fundamentalmente blancos y neutros, y se hacían guiños a la historia en algún peinado, como los rodetes que luce la princesa Leia Organa y que tanto recuerdan a los de la Dama de Elche.

Menos espaciales se mostraban los diseños que Jacques Fonteray realizaría para la adaptación del cómic fanta-erótico Barbarella, del director francés Roger Vadim, en 1967: bodys pegados al cuerpo, de charol y metalizados, con botas altas, en colores neutros —excepto un traje verde diseñado por Paco Rabanne—. También se encargó a Fonteray el diseño de vestuario de Moonraker, película de la serie de James Bond rodada en 1979 con la que el superagente hace una incursión en el espacio sideral.

Las novelas de ciencia ficción que se llevaron a imágenes también muestran diseños uniformados y monocolores: en la serie para TV Un mundo feliz, producida en 1980, se clasifica a los individuos estandarizados según los colores de su casta: verde para los beta, caqui para los delta y negro para los epsilones. En el mismo año, la BBC produjo una miniserie basada en las Crónicas marcianas de Bradbury, protagonizada por Rock Hudson, en la que los extraterrestres, vestidos por Kent Warner, lucían túnicas blancas y brillantes totalmente uniformadas.

De la misma manera, uniformados pero con los colores oscuros de la era postpunk —mallas rotas, chaquetas de cuero, grandes cuellos y tacones con puntas— visten los personajes de Blade Runner, que R. Scott dirigió en 1982 y cuyo vestuario, diseñado por Michael Kaplan, recibió un premio Bafta y el homenaje en forma de colecciones de moda de Alexander McQueen en 1998 y J. P. Gaultier en 2009.

De tono oscuro es asimismo el vestuario totalmente uniformado que visten los personajes de la trilogía Matrix (1999-2003) dirigida por las hermanas Wachowski, diseñado por Kym Barret,que pretendía anunciar la llegada de un nuevo milenio posmoderno en el que vestiríamos solo ropas funcionales y de carácter simbólico. O sea, y una vez más, uniformados y monocromáticos.

Si las películas intentaban predecir mundos venideros, es evidente que en cuestiones de vestimenta, como ya se ha dicho, no acertaron nada de nada, porque la tecnología apunta en la actualidad a otros objetivos: el reciclaje de los materiales, el aprovechamiento ecológico de sus propiedades con la reducción del gasto energético —mayor para la obtención de fibras naturales— y la invención de tejidos inteligentes, como los transpirables e impermeables, los que aprovechan el calor corporal mediante la incorporación de microcápsulas PCM, los cosmetotextiles, los que conducen la electricidad, los que tienen memoria de forma… y tantos otros que, ellos sí, parecen de ciencia ficción.

El diseño de moda es hoy lo contrario de uniforme y monocolor, entre otras razones porque se ha convertido en una industria mundial que genera muchos capitales y puestos de trabajo.

El cine, como la vida, va por su propio camino. Ya lo dijo Martin Scorsese al recibir el Premio Princesa de Asturias de las Artes: «Lo notable del cine para mí es que siempre es el presente».

Y está claro que, para este presente, los diseñadores de las ropas de ciencia ficción atinaron bastante poco.

https://www.jotdown.es/2019/04/prem...estuario-en-las-peliculas-de-ciencia-ficcion/
 
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