Qué leer.

Los jóvenes, por los jóvenes
Publicado por Karlos Zurutuza
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Santi Azurmendi es uno de esos libreros que solo recurre al ordenador cuando no encuentra un título en su cabeza, y eso no ocurre casi nunca. «¿Un libro sobre Argelia para ti? Nuestras riquezas, es sobre una librería en Argel». Sin quererlo, aquel iba a ser un viaje que empezaría y acabaría en una librería. La de partida es un pequeño negocio familiar en el centro de San Sebastián, en una plaza circular que preside una hermosa fuente. Santi dice que se nota bajada en la clientela cuando no funciona. No tengo ninguna duda de que es verdad. La segunda librería está en una calle en cuesta del centro de Argel, a unos cincuenta metros de la placa en mármol negro del antiguo Grand hotel de L’Agha: «Confort moderno, agua corriente, baños y duchas». El agua es siempre muy importante.

No puedo decir que devoré el libro en el avión porque, a pesar del exotismo que rezuma un vocablo como «Argelia», basta apenas una hora hasta aterrizar en este rincón del Magreb. Tampoco puedo decir que viajara hasta allí a visitar una librería por muy especial que esta sea, y por muy literario que eso suene. Durante los últimos meses, el país vive las mayores revueltas de su historia reciente desde el pasado mes de febrero, cuando el gerontócrata en el poder decidió extender su mandato más allá de su propia vida. Había que contarlo, pero no aquí. Ya hemos dicho antes que esto va de librerías.

«Desde que llegaste a Argel no has hecho más que tomar calles en pendiente, subirlas para luego bajarlas, hasta desembocar finalmente en Didouche Mourad, atravesada por numerosas callejuelas y un centenar de historias, a algunos pasos de un puente que comparten suicidas y enamorados». Así arranca el libro que me recomendó Santi. Es de Kaouther Adimi, una argelina del 86 que vive hoy en Francia. Empecé otra vez desde el principio, ya instalado en Argel y, precisamente, en un hotel de la avenida Didouche Mourad. No fue algo premeditado: realmente uno acaba siempre en la Didouche Mourad en esta ciudad. Las calles se dan un aire a París; arquitectura colonial con balcones de filigrana en forja y estatuas que aguantan paredes sucias y desconchadas. Es verdad que pueden provocar cierta pena pero, a diferencia de las de la metrópoli, disfrutan de las vistas al mar y del salitre en la cara.

Pero volvamos al libro. Cuenta la historia de Edmond Charlot quien, en mayo de 1936 y con tan solo veintiún años, se lanzó al mundo editorial con una tirada de quinientos ejemplares de Rebelión en Asturias, escrita conjuntamente por un tal Albert Camus y otros jóvenes escritores franceses. Era una obra de teatro que versaba sobre la brutal represión de la revuelta minera de 1934 a manos del Gobierno español. La obra acabó censurada por las autoridades argelinas, y aquella primeriza aventura editorial en naufragio. Lejos de dejarse arrastrar por el desánimo, Charlot abriría una pequeña librería pocos meses después con un eslogan: «Los jóvenes, por los jóvenes y para los jóvenes». La llamó Las Verdaderas Riquezas.

«Desde que abrimos no dejan de venir clientes para llevarse prestado o comprar algún libro. Nunca tienen prisa, les gusta opinar de todo: sobre los escritores, sobre el color de la sobrecubierta, el tamaño de la letra… En su mayoría son profesores, estudiantes, artistas, pero también algunos obreros que ahorran para comprar una novela. La gran aventura está en marcha», escribe Charlot a las dos semanas de abrir. O al menos así consta en el diario imaginario que es el libro. Charlot se atrinchera en ese habitáculo de cuatro metros de ancho por siete de largo y una entreplanta en la que no se puede incorporar, pero sí leer, editar, dormir y amar. Le ayuda Camus, sea corrigiendo manuscritos o rellenando las fichas de suscripción de una red cada vez mayor. Se extiende desde Las Verdaderas Riquezas por todo Argel, e incluso más allá. Desde la orilla opuesta del Mediterráneo, los editores de Cartas a un joven poeta, de Rilke, se muestran intrigados por la venta de varios centenares de ejemplares en esa pequeña librería de la colonia francesa. También desde el norte le llega a Charlot la carta de movilización al comienzo de la Segunda Guerra Mundial.

Diez meses más tarde volverá a casa, a sus libros, para publicar Prólogo, de Lorca, a pesar de la acuciante falta de papel y de tinta. También a pesar de la censura. Son muchos los editores que se pliegan a la ocupación nazi y la Francia de Vichy, pero Charlot no es uno de ellos. Editará y publicará, además, a Emmanuel Roblés, Kateb Yacine, André Gide o a Henry Bosco, pero será una traducción de Gertrude Stein la que le hará pisar la cárcel por primera vez. Contra todo pronóstico, Las Verdaderas Riquezas aguanta los embates del totalitarismo hasta que, a finales de 1942, Argelia se convierte en la única parte de Francia en ser liberada, Argel en la capital de la Francia libre y Charlot en su editor principal. La nueva coyuntura lo arrastra hasta París en diciembre 1944 —al Ministerio de Información francés—, pocos meses después del último vuelo de reconocimiento de Saint-Exupéry. También conoció y editó al piloto literato más famoso de la historia, por lo que su desaparición será muy sentida en el grupo de Argel. Allí, Charlot deja la librería en manos de su hermano Pierre, y abre una nueva en la metrópoli, en un antiguo burdel del que, decían, contó con Apollinaire entre sus clientes.

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Los pedidos se acumulan; algunas ventas alcanzan incluso los cien mil ejemplares pero Charlot se ve obligado a buscar en el mercado negro para conseguir material de impresión. «Necesito menos éxito y más papel», intuimos que llego a decir cuando las deudas le roban el sueño. Y es que no llega para pagar a autores ni proveedores, ni las invitaciones a comer, ni los catálogos… Los bancos le niegan el crédito, y ni todo el prestigio del mundo es capaz de mantener el barco a flote. Los autores también sufren. Roblés, por ejemplo, se vuelve a Argelia a pesar de recibir numerosos premios; Gide vende muy bien en la URSS pero no está autorizado a sacar rublos del país. El Kremlin le indemniza con toneladas de tela con las que el escritor se ha hecho confeccionar un buen número de trajes. En el verano de 1948, los propios accionistas de Ediciones Charlot piden a Charlot su salida de la empresa. Gallimard, Le Seuil y Julliard se quedan con la mayoría de sus autores, y Charlot vuelve a Argel para abrir una nueva librería con la ayuda de su tío Albert.

Los siguientes diez años transcurrirán plácidamente en la orilla sur del Mediterráneo, sin estridencias ni sobresaltos. Hasta que Charlot y los suyos acaban en el punto de mira de la Organización Armada Secreta, un grupo paramilitar que persigue a todo aquel que se signifique por la independencia de Argelia. En septiembre de 1961, una bomba atribuida a la OAS le hace perder un veinte por ciento de sus fondos; cinco meses después, una segunda explosión a manos de los mismos acaba con miles de libros, manuscritos, documentos y fotografías: todo. Charlot, nieto de un panadero que llegó a Argelia en 1830; francés para los argelinos y argelino para los franceses —los llamaban pied-noirs, «pies negros»— volverá a París cuando el país en el que nació y soñó se libra del yugo colonial en 1962. Murió en 2004, tras un periplo que le llevaría a dirigir el Centro Cultural Francés de Izmir (Turquía), el de Tánger, y tras abrir dos nuevas librerías en la pequeña localidad francesa de Pézenas.

Abril de 2019

Es una historia como esta la que le lleva a uno a callejear por el centro de Argel y plantarse en la calle Hamani buscando Las Verdaderas Riquezas. «Un hombre que lee vale por dos», dicen que se encuentra escrito en algún escaparate. El primer intento fue un viernes, el séptimo de protestas consecutivas desde que comenzaran a mediados de febrero. No hubo suerte: imposible dar con el cartel del hombre que lee, porque casi todos los locales tenían la persiana echada —el viernes es el equivalente a nuestro domingo en cualquier país musulmán—. El único que abría era un pequeño restaurante de comida rápida. El dueño decía que algo le sonaba lo de la librería en cuestión, pero que solo llevaba diez años allí. «No sabría decirle». Salió conmigo a la calle para escrutarla cuesta abajo buscando alguna pista. «Pregunte a los más mayores, seguro que se acuerdan», me dijo en francés antes de despedirse.

Fue al día siguiente, ya con las persianas levantadas, cuando descubrí que Las Verdaderas Riquezas se encontraba precisamente el local anexo; no dos o tres más arriba o más abajo, sino justo al lado. En descargo del cocinero hay que decir que ya no se trata de una librería al uso, sino de un anexo de la Biblioteca Nacional donde solo se prestan libros. Sí, ese «Hombre que lee vale por dos» se lee en la puerta de cristal y aluminio, pero es tan vulgar y anodina que resulta imposible adivinar que, justo detrás, los libros se siguen apilando a ambos lados de ese espacio de cuatro por siete metros. Levantando la vista para buscar la entreplanta, la mirada tropieza con una placa negra: «Edmond Charlot: 1915-2004»; justo debajo, una funcionaria con velo que responde al nombre de madame Merouan se deja preguntar, aunque avisa de que está prohibido sacar fotos. Según dice, la librería se cerró en 1994 para reabrirse cuatro años más tarde convertida en lo que es hoy. Poco más.

«¿Ha leído el libro? Pues entonces conoce la historia», zanja el asunto la argelina, antes de dejarnos sacar fotos con la condición de que ella no sea retratada.

A escasos trescientos metros de allí, Argel bulle con miles de individuos que protestan contra tiranos que llegaron al poder justo cuando Charlot hizo las maletas; cuando la geografía se abrió bajo los pies negros de ese hombre sin más patria que las letras. Estoy seguro de que le habría gustado ver lo de hoy, habría disfrutado con la energía que destila esa hornada de jóvenes argelinos. Seguro que les habría invitado a pasar a su mágico habitáculo para agasajarles con café y libros. «Los jóvenes, por los jóvenes y para los jóvenes», les habría espetado el viejo. Seguro.

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Descifran el Códice Voynich, el «Santo Grial» de la criptografía histórica
Según un académico de la Universidad de Bristol, el manuscrito medieval estaría escrito en un lenguaje extinto anterior a las lenguas romances
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@abc_ciencia
Madrid Actualizado:17/05/2019 21:20h

Se le considera el «Santo Grial» de la criptografía histórica porque desde su descubrimiento para los investigadores a principios del siglo XX, intento tras intento de saber qué eran los símbolos y variopintos dibujos de su interior, todos han resultado fallidos - incluidos los de la CIA y de la inteligencia artificial-. Hasta ahora. El indescifrable Códice Voynich, que los expertos datan a principios del siglo XV, ha sido descodificado por un académico de la Universidad de Bristol (Reino Unido) que «con ingenio y pensamiento lateral» ha averiguado que está escrito en una lengua extinta anterior a las lenguas romances. Y solo ha necesitado dos semanas.

Gerard Cheshire, investigador asociado de la citada universidad, es el autor de un estudio revisado por pares en la revista «Romance Studies». En su artículo Cheshire describe cómo descifró con éxito el códice del manuscrito y señala que se trata del único ejemplo conocido de la lengua anterior a las lenguas romances -de las que luego se derivarían el español, el portugués, el italiano o el francés, entre otras-.

«Experimenté una serie de momentos 'eureka' mientras descifraba el código, seguido de una sensación de incredulidad y emoción cuando me di cuenta de la magnitud del logro, tanto en términos de su importancia lingüística como de las revelaciones sobre el origen y el contenido del manuscrito», explica el académico para portal científico Phys.org.

Según Cheshire, aunque él se ha limitado solo a saber en qué idioma estaba escrito, las revelaciones de su contenido «son aún más sorprendetes que los mitos y fantasías que ha generado». Del manuscrito se ha dicho desde que era un tratado desde un herbario a un tratado alquímico. El investigador ha descubierto, por ejemplo, que el códice fue compilado por unas monjas dominicas como fuente de referencia para María de Castilla (reina de Aragón), que vivió entre 1401 y 1458, lo que coincidiría con las pistas aportadas por la prueba del carbono catorce, que datan el códice entre 1404 y 1438.

«Tampoco es exagerado decir que este trabajo representa uno de los desarrollos más importantes hasta la fecha en la lingüística románica. El manuscrito está escrito en proto-romance, ancestral de las lenguas romances actuales. El idioma utilizado era utilizado en el Mediterráneo durante el período medieval, pero rara vez estaba escrito en documentos oficiales o importantes porque el latín era el idioma de la realeza, la iglesia y el gobierno. Como resultado, el proto-romance se perdió del registro. Hasta ahora», indice el experto.

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Aquí se muestra la palabra 'palina', que es una vara para medir la profundidad del agua. La letra 'p' ha sido extendida - Códice Voynich
Al ser un lenguaje extinto, su decodificación ha sido más complicada: «Su alfabeto es una combinación de símbolos tanto desconocidos como familiares. No incluye signos de puntuación, aunque algunas letras tienen variantes de símbolos para indicar puntuación o acentos fonéticos. Todas las letras están en minúsculas y no se reflejan las dobles consonantes. Incluye diptongos, trivalentes, cuadrifongos e incluso quintifongos para la abreviatura de componentes fonéticos. También incluye algunas palabras y abreviaturas en latín», indica en el estudio.

Controversia en las redes
Por supuesto, las voces críticas con el estudio de Cheshire no han tardado en aparecer. Lisa Fagin Davis, directora de la Medieval Academy of America, escribía a través de las redes sociales: «Lo siento, amigos, pero el 'lenguaje proto-románico' no es un concepto. Es solo una tontería ambiciosa».

Al portal especializado Ars Technica, la propia Fagis comenta que la teoría del académico británico «comienza con una teoría sobre lo que podría significar una serie particular de glifos, generalmente debido a la proximidad de la palabra a una imagen que cree que puede interpretar. Luego investiga cualquier número de diccionarios medievales en lengua románica hasta que encuentra una palabra que parece adaptarse a su teoría. Después argumenta que debido a que ha encontrado una palabra en lengua romance que se ajusta a su hipótesis, su hipótesis debe ser correcta. Sus "traducciones" de lo que es esencialmente incomprensible, una amalgama de múltiples idiomas, son en sí mismas aspiraciones en lugar de ser traducciones reales».

Descifrar todo el códice
El siguiente paso es utilizar este conocimiento para traducir todo el manuscrito y compilar un léxico, que Cheshire reconoce que llevará tiempo y financiación, ya que consta de más de 200 páginas. «Ahora que el lenguaje y el sistema de escritura ha sido descifrados, las páginas del manuscrito han sido abiertas para que los académicos exploren y revelen, por primera vez, su verdadero contenido lingüístico e informativo». Esperemos que no se tarde otro siglo.

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¿Qué palabra del castellano merece salvarse de la extinción?
Publicado por Karlos Zurutuza
Hay palabras como «peseta», «tamagochi» o «mariconera» que desaparecen simplemente porque el objeto al que se refieren ya no existe. Esto no resulta traumático, pero sí que otras igualmente preciosas se evaporen incluso cuando los objetos, acciones o cualidades que designan sigan entre nosotros. Muchas de las que se fueron, o están a punto de hacerlo, se las escuchamos a nuestros padres o abuelas, a literatos ilustres o a personajes no tan brillantes. Sabemos que es imposible resistirse a la inexorable desaparición de las palabras, pero algunas merecen una última oportunidad, algo así como un indulto fallero antes de la quema. Voten, hagan el favor, al final de la lista, o añadan en los comentarios las que crean convenientes.

Nota: El CREA es el Corpus de Referencia del Español Actual, una herramienta de la RAE que mide la frecuencia de las palabras del español. La preposición «de» y el artículo «la» encabezan la lista, con 65545.55 y 41148.59 puntos respectivamente.

(La caja de voto se encuentra al final del artículo)

Chabacano

Primera aparición en un diccionario: 1729

Frecuencia en el CREA: 0.57

¿Llegaremos alguna vez a conformarnos con el simplón y reduccionista «cutre» para lo chabacano o ramplón? Bien es cierto que podríamos recurrir a «ordinario» o «vulgar», pero todo apunta a que «cutre» acabará siendo como lo de los coj*nes del castellano, que valen para todo. Nos gusta «chabacano», tanto por su sonora y elocuente rotundidad como por su fascinante origen. Parece que era el término con el que se conocía a la jerga que hablaban los soldados españoles con los nativos de algunas zonas de las Islas Filipinas. Muchos de los militares eran analfabetos y, por lo visto, empleaban una variante algo rota del idioma: el chabacano. Dicen que el castellano más puro nunca se llegó a consolidar en el archipiélago pero, en realidad, es así como se crean las lenguas: por contacto. De lo contrario, sería como pretender que se siguiera hablando latín clásico en la cuenca norte del Mediterráneo en vez de castellano, italiano, corso… El maravilloso gráfico cronológico de uso de la DIRAE muestra que «chabacano» disfrutó de su punto álgido allá por 1825, aunque tampoco hay que fiarse mucho de los datos del XIX. Los del XX muestran un repunte en 2002 al que sigue una caída no demasiado dramática. Hay esperanza.

Chachi

Primera aparición en un diccionario: 1989

Frecuencia en el CREA: 0.2

¿Queda alguien que lo use? Lo cierto es que no hace tanto que la gente zanjaba asuntos con un «chachi piruli», o un «guay del Paraguay». Sin complejos. A veces incluso se llegaba a oír algún «chanchi», pero fue algo mucho más pasajero y minoritario. Que no hay motivos para avergonzarse de «chachi» queda claro cuando escuchamos las teorías sobre su origen. La primera se remonta a la posguerra española. En Cádiz la gente tampoco tenía gran cosa que llevarse al estómago, por lo que el contrabando con los ingleses de Gibraltar era casi obligatorio. El primer ministro británico entonces era Winston Churchill; para decir que un producto provenía de Inglaterra y que, por lo tanto, era bueno, los ingleses contrabandistas lo señalaban y decían Churchill, cuya traducción al gaditano era «chachi». Jo, la verdad es que nos gusta la historia, aunque tampoco es descartable la que apunta a que procede del caló gitano, al igual que «pinrel», «chaval» o «fetén». Nos quedamos las dos.

Petimetre

Primera aparición en un diccionario: Desconocida

Frecuencia en el CREA: 0.29

La secular y maravillosa «petimetre» no es sino la castellanización del francés Petit-Maître, «pequeño maestro», de cuando los jóvenes peninsulares se las daban de hablar francés aunque no supieran más de dos palabras. Cuando desaparezca, si es que no lo ha hecho ya, habrá que recurrir al también agonizante «pedante» o a fórmulas mucho menos evocadoras como «listillo» o «resabiado». Nada podrá superar a ese vocablo digno del capitán Haddock que nos podía trasladar a la cubierta de un ballenero cada vez que se enredaba en nuestras neuronas. Atendiendo a las gráficas, «petimetre» fue un fenómeno decimonónico que se apagó con el cambio de siglo. Hubo un nuevo chispazo en 1929, pero noventa años más tarde pinta muy mal. Voten y recen.

Piscolabis

Primera aparición en un diccionario: 1846

Frecuencia en el CREA: 0.17

Puede sonar repelente, pero solo cuando uno indaga en su pasado y, sobre todo, en su sustituto (luego hablaremos de él) entiende que «piscolabis» ha de quedarse. La palabra imita un futuro latino en segunda persona, como en cibabis («comerás») o saturabis («te saciarás»); es una especie de «tomarás un pellizquito», aunque muchos de ustedes estén pensando ya en un «picotearás». No queríamos decirlo, pero sabíamos desde el principio que sería imposible obviarlo: lo de «sacar algo de picoteo», o «picotear» es una alternativa que no nos atrevemos siquiera a contemplar. Hay quien sustituye la «c» por la «k» en un intento de amortiguar el drama, pero solo empeora las cosas. Solo por evitarlo es «piscolabis» merecedor de un indulto: pura higiene mental. Las gráficas muestran un momento de máximo esplendor de «piscolabis» en 1891 y, si bien no constatan un declive acusado, hay que tener en cuenta que solo llegan hasta 2009. Y eso es antes de que ese sustantivo y su verbo que no queremos volver a pronunciar jamás empezaran a taladrar nuestras mentes. Nos gustaría pensar que «refrigerio» nos librará del apocalipsis, pero este también se nos va.

Niqui

Primera aparición en un diccionario: 2001

Frecuencia en el CREA: 0.03

Sabemos que se han quedado estupefactos por la aparición de «niqui» en esta lista, pero seguro que desconocen su origen. Parece ser que el término llegó de Alemania, pero que se popularizó con una película de Nicholas Ray, Llamar a cualquier puerta (1949), en la que aparecía un niño llamado Nicky que vestía siempre dicha prenda. A diferencia de lo que ocurrió con la «rebeca» de Alfred Hitchcock, «niqui» no cuajó, y la palabra ha tenido un paso fugaz por los diccionarios. Su inclusión en 2001 el de la RAE se produjo tres años después de brillar como una supernova antes de morir. No podemos decir que nos de mucha pena. Con la perspectiva que da el tiempo nos suena algo raro, aunque tampoco es que «polo» nos entusiasme. No malgasten su voto con ella.

Macanudo

Primera aparición en un diccionario: 1925

Frecuencia en el CREA: 0.22

Adjetivo de origen disputado donde los haya. Se apunta a un inmigrante escocés, un tal Mac Canna (probablemente Mac Kenna) que abrió un bar en Buenos Aires y se hizo muy popular por las fantásticas historias que contaba el susodicho. Otros sostienen que nos llega de maqana,«garrote» en quechua, que es también el nombre que se da a las porras de los antidisturbios. Las gráficas la ponen en el mapa ya a finales del XIX, y en línea ascendente hasta 1969. Los incondicionales peninsulares de Bigote Arrocet y el Puma harán lo imposible para evitar su pérdida a este lado del Atlántico. El resto no sufrirá.

Esquijama

Primera aparición en un diccionario: Desconocida

Frecuencia en el CREA: 0.03

La palabra es tan chabacana que hasta el procesador de textos la subraya en rojo. Evidentemente, es un compuesto de «esquí» y «pijama», una prenda unisex, aunque demasiado masculina para entrar en más detalles, sobre todo cuando se usa sin ropa interior; sobre todo cuando esa segunda piel de felpa se convierte en una prenda todo-tiempo y todo-lugar que vale para bajar al súper a por un pack de veinticuatro cervezas, o al último videoclub sobre la biosfera. Paramos ya y vamos con la gráfica: aparece en 1966 y alcanza su cima entre 2001 y 2002. La única excusa para indultar «esquijama» sería que hubiesen visto caer las torres gemelas enfundados en uno, aunque también es posible que no lo hayan lavado desde entonces. Y es que esa pareció siempre otra de las cualidades de este producto: que no hay que lavarlo. Por nosotros puede arder en el infierno.

Cabe

Primera aparición en un diccionario:

Frecuencia en el CREA:

¿Se han preguntado alguna vez para qué sirve «cabe» además de para completar la lista de las preposiciones? ¿Lo han visto en uso alguna vez? Nosotros tampoco, tanto es así que la que ya es nuestra preposición favorita empieza a caerse incluso de las gramáticas. Intenten ahora cantar la lista de las preposiciones sin ella: difícil, ¿verdad? Solo por esto merecería seguir con nosotros, pero también por el enorme complejo que debe sentir junto a sus compañeras (ya dijimos al principio que «de» es el retop del castellano). Por si a alguien aún le interesa, «cabe» viene de «cabo, orilla, borde», de ahí que implique cercanía física, como en «Juan está cabe el río» («junto a»). Lo que tiene el olvido más atroz es que nos cuesta imaginarla en fórmulas como «Nekane vive cabe el Mercadona», lo cual tampoco está mal.

Cuchipanda

Primera aparición en un diccionario: 1884

Frecuencia en el CREA: 0.03

Nos encanta «cuchipanda», ¿qué puede salir mal? Una «comilona», por usar un sustituto más común que la deliciosa pero también agonizante «francachela», puede acabar en un envenenamiento colectivo; en vómitos y diarreas, pero jamás una cuchipanda. Poco sabemos de su etimología pero la sonoridad del término nos invita a hacer cosquillas a ese simpático animal que recibe su nombre de un utilitario igualmente simpático. También sugiere veladas en las que sobres de Tang de naranja se disuelven en jarras de cristal; de ahí a vasos de Duralex ámbar para empujar triángulos de pan Bimbo (fuagrás Apis o salchichón). Ni siquiera los que vivimos aquello llegamos a usar «cuchipanda», pero sí que se lo oímos a nuestras abuelas. No en vano, su momento de máximo esplendor llegó en los albores de la guerra civil española y luego, claro, se desplomó. Salvar «cuchipanda» también es reparación.

Mamandurria

Primera aparición en un diccionario: 1917

Frecuencia en el CREA: 0.01

«Sueldo que se disfruta sin merecerlo, ganga permanente», que dice la RAE. ¿Se les ocurre algún sustituto capaz de llenar el enorme espacio que ocupa «mamandurria»? A nosotros tampoco. Por si no lo han adivinado, viene de «mamar». Buscando antecedentes a una reciente y providencial intervención que lo ha vuelto a poner sobre la mesa, damos con un «Seamos honestos: a todos nos gustaría tener una mamandurria», que decía el periodista y escritor Jaime Campmany, en un artículo publicado en ABC en 2002. Poco más. Las gráficas hablan de un desplome del que jamás se recuperó tras la explosión de 1903, pero ya hemos dicho que solo llegan hasta 2009. Cuando se analicen los datos más recientes darán una lectura tan distinta que nos harán recuperar la fe en el ser humano, aunque este se apellide Aguirre. Sabemos que este factor puede condicionar a priori el voto de muchos, pero no lo descarten, por favor. No lo descarten.

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Cuatro ensayos y una novela
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Un detalle de la portada de 'Malaherba', novela de Manuel Jabois.
KARINA SAINZ BORGO
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PUBLICADO 21.05.2019 - 05:15
ACTUALIZADO hace 3 horas

Se acerca la Feria del Libro de Madrid, que comienza el próximo 27 de mayo, y con ella las novedades del mundo editorial, que este año va cargado de aniversarios históricos y literarios, como por ejemplo el centenario de Doris Lessing o Primo Levi, lo cual condiciona de manera notable los catálogos. En el caso de esta breve selección, toca el turno a George Orwell de cuyo Homaneja a Cataluña se cumplen 80 años este 2019.

En ocasión de esa fecha, el sello Debate ha editado una adaptación gráfica y actualizada de la gran obra de George Orwell que Jordi de Miguel y Andrea Lucio adaptan al formato cómic. En su desarrollo, la edición presenta algunos de los escenarios de la Barcelona de Orwell con un enfoque periodístico y moderno. Es así como se logra una sensación de juego entre pasado y presente que convierte la experiencia de Orwell en un espejo en el que se refleja una Barcelona repolitizada", aseguran sus editores.

En ocasión del quinto centenario de la expedición de Magallanes, la editorial Ariel publica El orbe a sus pies. Magallanes y Elcano: cuando la cosmografía española midió el mundo, del profesor de filosofía Pedro Insua, quien reivindica en estas páginas la plena españolidad de la primera circunnavegación del planeta. A lo largo de seis capítulos, Insúa defiende que a Magallanes se debe el logro de hallar el «paso» estrecho que une el Atlántico y el Pacífico, con lo que sorteó el muro que el continente americano representaba para la navegación.

Sin embargo, y a pesar de la importancia de Magallanes, Insúa plantea que quien verdaderamente dio la vuelta a la Tierra y convirtió en una experiencia lo que hasta entonces no era más que un concepto matemático fue el español Juan Sebastián Elcano, quien consiguió surcar el océano Índico y bordear por el Atlántico el continente africano sin hacer escalas. "La esfericidad del orbe terrestre, cuya circunferencia había sido medida con sorprendente precisión por Eratóstenes en el siglo iii a.C., se vio por primera vez recorrida por los pies de un hombre", escribe.

A mitad de camino entre el ensayo y la divulgación, Juan Eslava Galánecha mano de su lectura escéptica, esta vez aplicada a la conquista. Se trata de La conquista de América contada para escépticos (Planeta), en cuyas páginas expone las circunstancias de la conquista del Nuevo Mundo, con sus luces y sus sombras. Relativiza, por supuesto, muchas de las crónicas de indias; coloca a Colón como un buscavidas y un embustero así como relata la relación entre Hernán Cortes y los mexicas, a los que describe como los prusianos de América, debido a su naturaleza de aristocracia militar.

El sello Fórcola ha editado esta primavera una de sus acostumbradas entregas musicales. Se trata de Musica reservata, título del programa de referencia en Radio Clásica de RNE dirigido por José Luis Téllez, del que se presenta una amplia selección tanto de episodios temáticos del espacio, así como de sus artículos publicados en los últimos veinte años, junto a otros ensayos y textos de reflexión musical menos conocidos del autor. De Bach y Mozart a Stravinski y Shostakóvich, el libro se propone un recorrido tanto por el repertorio clásico como moderno.

Entre las novedades merece la pena destacar una novela que se distingue por su aspereza y sencillez, pero sobre todo por su eficacia narrativa. Se trata de Malaherba, la novela del periodista Manuel Jabois, quien asume la mirada y la voz de un niño para desplegar una historia de descubrimiento, oscuridad y ternura. La novela, publicada por Alfaguara, ha llegado la semana pasada a las librerías y se presentará en Tipos Infames, el próximo sábado 25 de mayo. Es un libro sólido, bien escrito y resuelto, en el que Jabois acomete una voz literaria convincente y, sobre todo, contundente.

https://www.vozpopuli.com/altavoz/cultura/cuatro-ensayos-novela-feria-libro_0_1246975760.html
 
Seis libros que no te puedes perder esta primavera


Hacemos un escaneado por las novedades literarias de esta temporada para sorprenderte con algún debut y otros autores consolidados o reeditados

Elisabeth G. Iborra
22/05/2019 - 06:27h
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Portada de 'Mi azucena de te espera', de Ángeles Hernández Martín.

Mi azucena te espera - Ángeles Hernández Martín
La poesía vive un boom inimaginable hace unas décadas no sólo a nivel de lectores sino de editoriales especializadas que están publicando a cientos de poetas de diferentes estilos. Entre todos esos autores, es difícil elegir alguno especial, pero Ángeles Hernández Martín le ha conferido un estilo muy personal de erotismo enamorado y descriptivamente muy rico a su poemario Mi azucena te espera (Círculo Rojo Editorial). Y lo ha hecho desde su Canarias natal, cuyo paisaje sirve de decorado a sus versos: el agua, el sol, la naturaleza, flores y animales, tormentas y lava del volcán que esta mujer lleva dentro sirven de figuras para describir con pasión los encuentros sexuales de tórridos amores que transcurren página tras página. No se corta tampoco a la hora de recordarnos que el s*x* es s*x*, como denota esta estrofa de su poema Besarla con las pestañas:

Deseándote, el labio inferior me muerdo.

Y sabiendo —y lo haces— que a una mujer la seduce

el delicado y experto caballero

que sepa besarla con las pestañas,

sonreírle con los ojos

y follarla con las palabras.

A la venta en formato tapa blanda en El Corte Inglés, Amazon, Agapea y 4000 librerías más bajo pedido y en ebook en El Corte Inglés.

El desierto y su semilla - Jorge Baron Biza
El desierto y su semilla es la obra de arte literario que su propio autor nunca aspiró a escribir. El argentino Jorge Baron Biza vomitó la historia, sospechosamente autobiográfica, casi como una forma de catarsis para soltar por algún lado sus emociones más o menos negativas con respecto a su progenitor, un escritor que se pasó media vida divorciándose de su madre hasta que la roció con ácido y, a continuación, se suicidó. Eso marcó los siguientes años de la existencia de este joven que se encargó de acompañar a su madre a Italia para que le reconstruyeran el rostro, proceso que describe con unas metáforas precisas y preciosas, con un virtuosismo que contrasta con su grado de alcoholismo. Un librazo de la editorial argentina Eterna Cadencia.

El libro de Gila - Jorge de Cascante
Jorge de Cascante ha editado una fantástica Antología tragicómica de obra y vida de Miguel Gila, con motivo del centenario de su nacimiento, que recopila centenares de anécdotas, textos, viñetas, fotografías, apuntes personales, carteles de sus películas y actuaciones… Todas las diversas expresiones artísticas, culturales y humorísticas que era capaz de desarrollar aquel genio del humor absurdo. Absurdo con toda la lógica con la que afirmaba que «la solemnidad tiene la culpa de todas las desdichas humanas. Si todas las personas supieran reírse de sí mismas no habría guerras, ni violencia, ni frustración. La vida pasa en un suspiro, no hagamos de ella un asunto demasiado serio». Blackie Books lo edita a todo color.

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Retrato de Miguel Gila. Foto: Blackie Books. © Herederos de Miguel Gila.

En una selva oscura - Nicole Krauss
Nicole Krauss triunfó en su debut en 2005 con su título La historia del amor, un bestseller internacional que ha tenido a la crítica esperando confirmar si aquello era un golpe de suerte o estábamos ante un verdadero talento de la literatura norteamericana. Y parece ser que ha vuelto a poner el nivel muy alto con esta novela que narra los denodados intentos de huida de una oscura selva en la que se han quedado atrapados sus protagonistas… a nivel metafórico, claro. La humanidad queda aquí desnuda a través de la ficción, retratada con ingenio, humor y una prosa irreprochable y elegante. Enhorabuena, Salamandra, por adquirir los derechos de publicación.

Todos los cuentos - Carmen Martín Gaite
No solo está primavera sino siempre es un placer leer a Carmen Martín Gaite, y Siruela recopila en este tomo Todos sus cuentos, desde su primera etapa más experimental y existencial, publicados en la revista universitaria de Salamanca Trabajos y Días; hasta los de su última fase vital, con su trayectoria ya consolidada y reconocida. En todos ellos desborda su imaginación y su libertad para crear un universo femenino propio donde se confunden la realidad, lo emotivo y las evocaciones más descriptivas.

Las benévolas - Jonathan Littell
Jonathan Littell escribió en 2006 Las benévolas, un novelón que marcaría un hito en la historia de la literatura por ser la primera en describir el nazismo desde el punto de vista del verdugo que obedece y ejecuta órdenes sin complejos, ni remordimientos, ni miramientos, ni la menor empatía en general. Básicamente, porque odia el mundo y a sí mismo y su manera de canalizar ese odio es matar, poner en marcha La Solución Final. Galardonada con el Premio Goncourt y el Gran Premio de Novela de la Academia Francesa, Galaxia Gutemberg la reedita ahora para darnos otra oportunidad de disfrutar de su prosa magistral.
https://www.eldiario.es/edcreativo/blog/libros-puedes-perder-primavera_6_899820013.html
 
La monumental historia de la cruel guerra de Vietnam
Max Hastings publica el relato de la guerra que no tuvo bando bueno
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En guerra. Helicópteros de combate en Vietnam en el año 1967 durante la operación Pershing, dedicada a la búsqueda y destrucción en la llanura de Bong Son y el valle An Lao en el sur del país. Los soldados esperan la nueva oleada de helicópteros (Patrick Christain / Getty)
JUSTO BARRANCO, BARCELONA
25/05/2019 01:24
Actualizado a 25/05/2019 08:01

Muchos nos equivocamos en Vietnam pensando que porque los americanos no eran los buenos, los otros tenían que serlo”, recuerda el historiador británico Max Hastings. No lo eran. El autor de libros como Armagedón. La derrota de Alemania , aborda ahora una guerra que vivió de primera mano: la del Vietnam, donde fue joven corresponsal de la BBC.

Allí vio atrocidades por parte de los americanos y dos gobiernos crueles e incompetentes al norte y sur del Vietnam. Una historia que, tras cientos de entrevistas y de escarbar en numerosos documentos, plasma en La guerra de Vietnam. Una tragedia épica 1945-1975(Crítica).

Equivocación histórica
“Erramos pensando que como los americanos no eran los buenos, los otros tenían que serlo”

Hastings (Londres, 1945)explica en una entrevista telefónica que comenzó a escribir el libro por tres razones: Primero, porque la mayoría de libros sobre la guerra eran de estadounidenses y la trataban como una guerra americana, “y fue una tragedia asiática, con dos millones, quizá tres millones de vietnamitas, muertos. Cuarenta vietnamitas por estadounidense. Quería poder contar la historia de los vietnamitas”. En segundo lugar, añade, “la guerra me causó una impresión tremenda como corresponsal joven y estúpido. Y quería volver a mirarla”. Y tercero, “porque en los sesenta y los setenta todos nos dábamos cuenta de que la guerra era un desastre y EE.UU. no podían ganar, y además luchaban de manera terrible”, y de ahí nació el error de pensar que los norvietnamitas tenían que ser los buenos. “Una de las cosas más importantes que intento establecer en mi libro son las cosas horrorosas que los estadounidenses realizaron, pero también las de los comunistas. Yo quedé anonadado por cómo los americanos lanzaban misiles por el campo indiferentes a quien hubiera debajo, fueran tropas o campesinos. Pero también relato cómo los comunistas para imponer su ideología infligieron un sufrimiento terrible a los vietnamitas. Cuando la guerra acabó en 1975, muchos pensaban en el sur que nada podía ser peor que el régimen de Saigón apoyado por los americanos. Tras vivir el gobierno comunista cambiaron de opinión”.

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El joven corresponsal de guerra Max Hastings (derecha) en Vietnam, donde informaba para la BBC y de donde fue evacuado al final de la contienda desde la embajada americana (MAXHASTINGS.COM)
Hastings prosigue: “La mayoría de las guerras, y lo aprendes tras muchos años de escribir sobre ellas, no tienen causas absolutamente buenas o malvadas. En Vietnam, cuando llegué en el año setenta, estaba muy sorprendido de que los americanos no merecieran ganar, pero no creo que la otra parte mereciera ganar tampoco. Sientes una enorme piedad por los millones de personas que tienen que sufrirlas cuando ambas partes cometen actos espantosos”. En ese sentido, recuerda la crueldad de los norvietnamitas. “En casi todas las batallas morían más vietnamitas pero a Le Duan, el fanático que regía Vietnam del Norte, no le importaba. Estaba determinado a la victoria a cualquier coste. Su crueldad era increíble. Hay momentos en los sesenta en los que Ho Chi Minh habría aceptado una paz de compromiso. Entonces pensábamos que él estaba al mando. Pero no, y fue Le Duan el que dijo que ningún acuerdo, sólo aceptarían la victoria total”.

Odio a los extranjeros
“Los norvietnamitas ganaron porque eran vietnamitas y los estadounidenses no”

Además Occidente no se enteraba de nada. “Todo el mundo, incluida la Casa Blanca, estaba convencida hasta el final de la guerra de que esta se luchaba por los norvietnamitas a las órdenes de Mao y Breznev. Ahora sabemos que los rusos estaban muy disgustados con la guerra. Y los chinos no estaban contentos. Recordaban Corea. Los americanos desesperados podrían usar armas nucleares o invadir Vietnam del Norte y tendrían al ejército americano en su frontera. Pero en ese periodo Rusia y China luchaban por el liderazgo del mundo comunista y se vieron obligados a asistir al Norte y su gobierno fue muy inteligente. Pero los rusos estacionados en Vietnam vivieron un tiempo terrible, no se les permitía hablar con civiles o viajar libremente. Nunca confiaron en ellos. Los vietnamitas odiaban a los extranjeros de cualquier tipo”.

De hecho, el historiador asegura que “la principal razón por la que los norvietnamitas ganaron es que eran vietnamitas y los estadounidenses no. Y los estadounidenses, y los británicos, en las guerras desde 1945 nunca han sido buenos identificándose con las culturas locales. La gran lección del Vietnam es que no importa cuántas batallas ganas. No significan nada a menos que tengas algún compromiso social, cultural y político con la sociedad local. No existió en Vietnam, ni Afganistán, ni Siria, ni Irak”.

Si el gobierno del Norte era cruel, el del Sur no era de carmelitas. “Ngo Dinh Diem, el dictador del Sur, era un títere americano. Una figura curiosa. Tenía ciertas cualidades, era un patriota apasionado y también un católico fanático en un país budista. Si pudiera haber gobernado un poco mejor podría haber tenido éxito como en Corea del Sur, donde tras la guerra rigió un terrible dictador títere pero dio lugar a la democracia y hoy es un país exitoso. Pero él promovió a católicos a expensas de los budistas y dio a su familia, gente terrible, una autoridad extraordinaria para la opresión y para explotar el país para hacer dinero. Al final, los americanos se convencieron de que con él el país no podía prosperar y permitieron a sus generales matarle. Una vez fueron cómplices de su asesinato perdieron cualquier posición moral. Tras Diem los americanos apoyaron a una sucesión de generales que los vietnamitas, a los que no les gustaban los extranjeros, veían que no podían despertarse sin preguntar a los americanos”.

Para Occidente también hay mucha estopa. “Si De Gaulle hubiera sido inteligente habría visto que en 1945 no había manera de que los franceses mantuvieran Vietnam como colonia. Pero Francia estaba tan humillada por la derrota de 1940 que no negociaron con los comunistas vietnamitas y comenzaron diez años de guerra hasta perderla”, señala. Hastings cuenta que los americanos pagaron esa guerra. “Los franceses estaban arruinados. En 1951 ya se dieron cuenta de que no podían ganar y fueron los americanos los que se obsesionaron con hacerlo. Les parecía una batalla muy importante en la guerra fría y para 1952 cada proyectil y cada bomba de los franceses lo pagaban los americanos. Había tropas francesas con cascos, jeeps, aeronaves y armas americanos. Cuando las tropas americanas llegaron años más tarde, los campesinos vietnamitas pensaron que eran la misma gente”.

Sobre los estadounidenses, Hastings dice que hay que recordar la circunstancia histórica: “Apoyaban terribles regímenes en América del Sur sólo porque eran anticomunistas. Con Diem en Vietnam pensaron que tenía un régimen corrupto y cruel pero no peor que muchos de los sudamericanos. Por qué debía caer”. Luego, sigue, “en cada momento los líderes americanos tomaban las decisiones no por lo que fuera mejor para los vietnamitas sino sobre todo para los políticos americanos. Johnson en cada momento pensaba cómo afectaría a sus posibilidades de ser reelegido. Nixon y Kissinger, al tomar posesión en 1969, sabían que la guerra estaba perdida. Pero siguieron presidiendo sobre decenas de miles de personas muriendo pensando en qué podía soportar el electorado americano. EE.UU. tenía un orgullo inmenso por haber ganado la Segunda Guerra. Ningún presidente se sintió capaz de decirle a la gente que no podían hacer las cosas como quisieran. Y fue un trauma terrible para los estadounidenses ver los límites de su poder”, concluye.

https://www.lavanguardia.com/cultura/20190525/462441015216/la-guerra-que-no-tuvo-bando-bueno.html
 
Demi Moore supera sus miedos
La actriz se sincera en sus memorias sobre sus adicciones y amores
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Su última aparición. Fue en la gala Met el pasado 6 de mayo en Nueva York con un escotado vestido negro (Karwai Tang / Getty)
ELENA CASTELLS, BARCELONA
28/05/2019 02:58 Actualizado a 28/05/2019 04:00

Con una espectacular melena ondulada y un vestido negro con escotazo de Saint Laurent apareció Demi Moore hace unos días en la gala Met de Nueva York. Cincuenta y seis años tiene la actriz que un día conmovió a los espectadores con su papel de viuda en Ghost o cuando se rapó la cabeza al cero para interpretar a la musculadateniente O’Neil.

Ahora, la artista de Hollywood está preparando un libro de memorias en el que promete contar detalles íntimos de su vida como sus problemas con las drogas y sus tres sonados divorcios.

El próximo otoño saldrá a la venta su libro, ‘Inside out’, y estrenará su última película, ‘Corporate animals’

La semana pasada, en su cuenta de Instagram compartió la portada del libro, Inside out, que saldrá a la venta el 24 de septiembre. La que llegó a ser la actriz mejor pagada de Hollywood por su película striteas* desvelará episodios de su vida marcados por el alcohol y las drogas. Como cuando estuvo a punto de perder su papel en St. Elmo, punto de encuentro en 1985 debido a su adicción a la cocaína. En aquel entonces, con 23 años, ingresó por primera vez en un centro de rehabilitación. Sus recaídas fueron constantes hasta que tocó fondo en el 2012, cuando terminó hospitalizada después de meses de desenfreno y fiestas y una considerable pérdida de peso. La actriz explicó hace poco que entró en “una espiral autodestructiva de la que no sabía salir”. Los desórdenes alimenticios, como la anorexia, también han marcado su vida. “ Inside out es ante todo la historia de una mujer; y esa mujer resulta ser una de las actrices más importantes de nuestros tiempos, que ha escrito un relato de supervivencia, éxito, fuerza y aceptación propia”,
ha descrito Jennifer Barth, editora de Harper’s Magazine. Algu-nas actrices, como Gwyneth Paltrow o Melanie Griffith ya han manifestado su deseo de leerla.

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Portada del libro de Demi Moore (moore2d/instagram)
Nacida como Demetria Gene Guynes en un pueblo de Nuevo México llamado Roswell, tuvo una infancia difícil marcada por una familia desestructurada con una madre alcohólica, que tenía un largo historial delictivo por conducir ebria o haber provocado un incendio. Además, su padrastro se suicidó siendo ella muy joven y nunca conoció a su padre biológico.

A los 16 años se instaló en Los Ángeles. Y cuando aún no había cumplido los 18 años se casó con el músico Freddy Moore, con quien estuvo cuatro años y de quien se quedó el apellido. Para entonces ya había empezado a hacer sus primeros pinitos en la televisión, donde apareció en la serie Hospital General. En esa época tuvo una historia con el también actor Emilio Estévez, con quien llegó a comprometerse. Luego llegaron dos matrimonios mucho más sonados. Con Bruce Willis formó una de las parejas más llamativas de Hollywood durante doce años, desde 1987 hasta el año 2000, y con él tuvo a sus tres hijas, Rumer, Tallulah y Scout. Y luego, en el 2005, pasó otra vez por el altar con Ashton Kutcher, 16 años más joven que ella, y del que se separó ocho años después. Recientemente la prensa del corazón la ha emparejado con Masha Mandzuka, una estilista serbia de 43 años.

Aunque nunca ha destacado por su calidad interpretativa y tampoco ha ganado ninguno de los grandes premios de la industria –aunque sí cuatro antioscar, los Raspberry–, Demi ha protagonizado medio centenar de películas en el cine, algunas de las cuales como Acoso, Una proposición indecente, y sobre todo striteas*, la convirtieron en un sex symbol en los años noventa. El próximo otoño estrenará su última película, la comedia de terror Corporate animals, donde tiene el papel protagonista, que en un principio debía interpretar Sharon Stone.

https://www.lavanguardia.com/gente/20190528/462528389899/demi-moore-libro-trayectoria-vida.html
 
La última palabra.
Publicado por Marta Hernández.
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Holland House, Londres, 1940. Fotografía: DP

La primera frase de una novela se escribe para el lector. La última es la que escritor guarda solo para él. Sin la responsabilidad de que alguien siga leyendo. Sin el peso de la seducción.

THIS IS NOT A EXIT. Escribió Bret Easton Ellis al final de American Psycho. No sospechaba entonces lo mucho que le costaría salir de ahí.

Terminal. Escribió John Barth en El fin del camino. Era, desde el título, la mejor forma de acabar.

Hay autores que llevan una palabra encerrada, que desean soltar como una bomba antes del último punto. Como un mecanismo de relojería que resuena al mismo tiempo que la novela avanza sobre el teclado. Una palabra que necesita ser escupida. La tenía dentro, como un reto antiguo que alguna vez tendría que cumplir, Richard Brautigan cuando escribió La pesca de la trucha en América. Mayonesa. Sí. Una vieja aspiración.

Aunque, a veces, no se puede ni llegar a ese punto final. Sucede —o, mejor, no sucede— en Una mujer infortunada. Quedan diez líneas por escribir en esta página y he decidido no usar la última. Se la dejaré a la vida de alguna otra persona. Espero que haga mejor uso del que hubiera hecho yo. Pero de verdad lo he intentado. Después, un agradecimiento en cursiva, a los fabricantes del bolígrafo y de la libreta. Y una conclusión, «Ifigenia, papá ha vuelto de Troya». Brautigan no había completado esa última línea que quedaba huérfana. Se suicidó en su casa de California, frente a una ventana por la que se veía el Pacífico. Encontraron su cuerpo un mes después. Su cadáver estaba en avanzado estado de descomposición.

¿Qué fue lo último que leyó antes de volarse la cabeza?

John Singer Sargent murió mientras dormía a los sesenta y nueve años. Junto a él tenía un libro de Voltaire. No se puede confirmar dónde se quedó antes del sueño. Como no se puede saber si Shelley estaba leyendo el libro de Sófocles que guardaba en el bolsillo cuando se ahogó. ¿Llegó Freud al último capítulo de su Balzac cuando murió? Es el libro más adecuado que puedo leer en este momento ya que trata del empequeñecimiento y la inanición.

La última línea que nos espera. Que no necesariamente coincide con la última que imaginó el escritor. La última línea que escribe un poeta. O la que se le atribuye en un papel desgastado. Y este sol de la infancia.

No habéis venido aquí a leer. O esto sería el Paraíso. La Muerte, siempre tan explícita. Como en un cuadro de Brueghel, el Viejo.

Vorbis se levantó, y después de un momento de vacilación, siguió a Brutha a través del desierto. La muerte los vio alejarse. Así acabó Terry Pratchett Dioses menores. Con su personaje favorito. Ella.

AT LAST, SIR TERRY, WE MUST WALK TOGETHER. Escribió su amigo Rob Wilkins, en su cuenta de Twitter el día que Pratchett falleció.

Hay escritores que quieren que nos vayamos todos en la última página. Se queda en silencio el teclado. Y el lector. Y el libro acaba cuando alguien se marcha.

Comprendí que todo era inútil. Era como si me despidiera de una estatua. Transcurrió un momento, salí y abandoné el hospital. Y volví al hotel bajo la lluvia. El adiós de Hemingway en Adiós a las armas.

De vuelta a casa, caminó hacia los árboles, se internó en las sombras, y dejó atrás el ancho cielo, el susurro de las voces del viento en el trigo que se doblaba. Truman Capote para terminar A Sangre fría.

John Updike. Corre, Conejo. Ah, corre. Corre.

A veces el autor tiene que llevarse a su personaje para poder salvarle. Así libera Joseph Heller a su protagonista en Trampa 22. El cuchillo pasó a escasos milímetros de Yossarian, que a continuación se marchó.

El final de Mary Shelley para Frankenstein: las olas lo alejaron, y muy pronto se perdió de vista en la oscuridad y la distancia.

El final de Bram Stoker para Drácula: más tarde comprenderá que unos hombres la amaron tanto que se atrevieron a todo por ella.

Quizá lo que entendía Sylvia Plath en el último de sus diarios era aquello que había sospechado desde el principio. Sobre el amor de los hombres. Sobre el amor de un hombre en particular. Deseo cosas que al final me aniquilarán, había anotado casi una década antes. Pero nunca sabremos qué escribió antes de suicidarse. Su último diario fue destruido por Ted Hughes.

Como los diarios de Philip Larkin. Veinticinco volúmenes que mantuvo durante más de medio siglo. Cumpliendo su testamento, su albacea los hizo desparecer. Quizá leyó la última frase. Quizá no.

En sus diarios, escritos en clave, Samuel Pepys apuntó que había visto Macbeth nueve veces. También escribió que se sentía culpable por su adicción al teatro. Era un experto en el espinoso asunto de cómo las coronas cambian de cabeza y cómo las lealtades se mueven con ellas. No es de extrañar que la tragedia escocesa le fascinara.

Lady Macbeth ha muerto. El bosque de Birnam se mueve como vaticinaron las brujas. Macduff presenta ante Malcolm la cabeza de Macbeth. Os damos gracias a todos y cada uno de vosotros, y a Scone os invitamos para la ceremonia de la coronación. Entre el público, tres mujeres extrañas sonríen. El Rey ha muerto. Viva el Rey.

No puedo resistir leer ni una sola línea de poesía. Lo he intentado últimamente con Shakespeare y lo he encontrado tan intolerablemente aburrido que me ha producido náuseas. Charles Darwin certificando el final de Shakespeare.

¿Escribió realmente Mozart una partitura para La tempestad? ¿Estaba la última línea del pentagrama en su imaginación? ¿Está la ópera fantasma solo en la nuestra?

Liberadme de mis ataduras; hacedlo con vuestras propias manos. Próspero rindiéndose antes de que caiga el telón.

Como un mago al que se cae la tramoya.

Estoy tan contenta de estar de nuevo en casa. John Waters no era el único niño que hubiera preferido que L. Frank Baum dejara a Dorothy en Oz.

Sudsudoeste, Sur, Sudeste, Este. No es la invocación de Dorothy a las brujas sobre el camino de baldosas amarillas. Es el vuelo del helicóptero al final de Un mundo feliz.

El autor que te dice que has empezado a leer un libro, también te avisa cuando llegas al final. Un momentito, estoy a punto de acabar Si una noche de invierno un viajero, de Italo Calvino.

O te advierte de que el texto ha acabado cuando aún quedan letras por delante. Se quiebran las frases y se quiebra él. Francis Scott Fitzgerald en El Crack-Up.

… Y entonces me rompí como un plato viejo en cuanto oí las noticias.

Ese es el auténtico final de este relato. Lo que habría de hacer tendría que apoyarse en lo que se suele llamar «abismo del tiempo».

Finales ambiguos. Finales en anacoluto. Como si el escritor no quisiera despedir todavía al lector. O como si le dejara a él la última palabra. Como ese fundido a negro con el que Jonathan Safran Foer decide terminar Todo está iluminado.

En la casa todos duermen excepto yo. Escribo esto ante la luz de la televisión, y lamento que resulte difícil de leer, Sasha, pero me tiembla mucho la mano. No es por debilidad que ahora, mientras todos dormís, voy a ir al cuarto de baño, ni tampoco porque no pueda resistirlo. ¿Me comprendes? Voy a caminar sin hacer ruido, voy a abrir la puerta a oscuras y voy a

Todo está iluminado. O no.

David Foster Wallace, iluminado por Wittgenstein, mientras escribía su tesis doctoral en Literatura Inglesa. Se convertiría en su primera novela, La escoba del sistema, que también acaba sin acabar.

Puedes confiar en mí —dice R. V., contemplando la mano de ella— soy un hombre de

Y esta historia sobre las palabras termina sin la palabra palabra.

Virgilio tardó once años en componer la Eneida. 9896 versos en hexámetro dactílico. El último: vitaque cum gemitu figit indignata sub umbras. Y la vida, exhalando un gemido, huye rebelde a la región de las sombras. Dice la tradición que antes de que Virgilio se adentrara en la sombra de la muerte pidió quemar su poema. Porque estaba incompleto.

El Ulises de Joyce tiene 260 430 palabras. La última es sí.

Finales que afirman frente a historias que se cierran con una interrogación. ¿Hay alguna pregunta?, escribió Margaret Atwood en El cuento de la criada.

Doble tirabuzón. Colocar al final una pregunta con una onomatopeya. Los pájaros trinaban. Un pájaro le dijo a Billy Pilgrim: «¿Pío-pío-pi?». Kurt Vonnegut, Matadero Cinco. Poo-tee-weet?

Esas ocasiones en las que el autor decide cerrar el círculo y termina la novela con la frase que le da título. O quizá elige el título por la frase con la que corona la novela. Edipa se acomodó en la silla y se puso a esperar la subasta del lote 49.

Triple tirabuzón. Acabar la novela con la palabra que le da título que es además la palabra con la que el escritor ha comenzado su historia. Lolita.

La idea de Nabokov de que Cervantes tendría que haber rematado las aventuras de Alonso Quijano con un duelo entre el Quijote verdadero y el de Avellaneda. Aunque Cervantes prefiere hacer lo que aconsejaba Cicerón: irse antes de que la obra empiece a ser aburrida, hacer desaparecer a su personaje cuando recupera el juicio.

Ya estaba curado. La naranja mecánica. Sí, Anthony. Sí.

No sé una put* mierda. Eso debe de significar que por fin estoy cuerda. Y este es un momento excelente para empezar a volverme loca de nuevo. La epopeya alquímica-lisérgica de Daniel Pearse en Introitus Lapidis acaba con segundo cuaderno de notas de Jennifer Raine. Y acaba también con Daniel capturado por el diamante que ha buscado a lo largo de más de quinientas páginas. Lo explica Thomas Pynchon en el prólogo de la novela de Dodge. Como explica también que la última y principal regla de la magia es guardar silencio.

¿Es el mismo silencio del que habla Salinger al final de El guardián entre el centeno? No hables con nadie de nada. Si lo haces, empezarás a perder a todo el mundo. Quizá fue lo único que pasó por alto David Chapman, que después de asesinar a Lennon declaró con desatada incontinencia ante la policía. «Estoy seguro de que gran parte de mí es Holden Caulfield, que es el protagonista de este libro. Otra parte más pequeña de mí debe de ser el Diablo». También habló durante horas con un equipo psiquiátrico. Y con Dios. Fue Su voz la que le ordenó que se declarara culpable en el juicio. Amén.

La última palabra de la Biblia.

No le puedes enseñar nada a Dios. El club de la lucha, Chuck Palahniuk.

Siempre hay una ultima vez para todo. Arriba, sin ninguna conmoción, las estrellas se estaban apagando. Arthur C. Clarke en Los nueve mil millones de nombres de Dios.

Aunque a veces las estrellas no se apagan. Y el final viene cargado con una luz que nace directamente de la oscuridad. Esa luz que Alejando Dumas pone en el último capítulo de El conde de Montecristo. Toda la sabiduría humana se puede resumir en dos palabras: confiar y esperar.

Que es lo que Margaret Mitchell le concede a Escarlata O’Hara en Lo que el viento se llevó.

El portazo de Nora.

Finales que en realidad son otro principio. Finales que parecen fulminar al personaje. La muerte en falso de Sherlock Holmes en las cataratas de Reichenbach.

¿Cómo terminaban las ciento diez obras perdidas de Sófocles? De no haber desaparecido, ¿habría llevado Shelley alguna de ellas en el bolsillo el día que se ahogó?

Señora, todas las historias, si continúan lo suficiente, acaban en la muerte. Dijo Hemingway.

La quiero y ese es el fin y el principio de todo. Scott sobre Zelda en una carta a un amigo.

Y lo era. Lo había escrito para despedir a Gatsby. Así seguimos, golpeándonos, barcas contracorriente, devueltos sin cesar al pasado.

Esa es la frase que se puede leer sobre la lápida de Scott y Zelda en el cementerio de St. Mary en Rockville. El mismo cementerio donde un cura le negó sepultura a Fitzgerald por ser un alcohólico que no abrazaba la fe con la regularidad debida. El mismo cementerio donde su hija consiguió que los restos de sus padres fueran trasladados tres décadas después. Esta vez, el arzobispo de la diócesis era un lector fiel. Sobre el mármol bajo el que yacen, la única frase que podía acompañarles para la eternidad.

So we beat on, boats against the current, borne back, ceaselessly into the past.

Eso es un final.

https://www.jotdown.es/2019/05/la-ultima-palabra/
 
Los libros más vendidos de la semana (1 de junio de 2019)
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Lista semanal de los libros más vendidos en Catalunya en las categorías de ficción y no ficción, en castellano y en catalán

REDACCIÓN
03/06/2019 05:55Actualizado a03/06/2019 07:45


Isabel Allende y su nueva novela Largo pétalo de mar se han situado, nada más salir, en cabeza de ficción castellano. La escritora latinoamericana desarrolla esta vez una historia romántica y de desarraigo protagonizada por Víctor y Roser, que huyen de la Guerra Civil en un barco fletado por Pablo Neruda. La pareja vivirá en Chile hasta el golpe contra Allende, que les obligará a una nueva errancia. En ficción en catalán hay que resaltar el buen funcionamiento de la última historia de Irene Solà, Canto jo i la muntanya balla con peripecias de gentes que habitan entre Camprodon y Prats de Molló. En no ficción castellana, entra Barcelona. La ciudad que fue, recuperación de una obra en la que F. Jiménez Losantos evoca la ciudad de los setenta, antes del nacionalismo - S.C.

NOTA: Los establecimientos consultados para elaborar la lista son los siguientes: Saltamartí (Badalona) | Casa del Llibre, La Central, El Corte Inglés, FNAC, Laie, +Bernat y Troa Garbí (Barcelona) | Empúries y Llibreria 22 (Girona) | Punt de Llibre (Lleida) | Llar del Llibre (Sabadell) | Odissea (Vilafranca). (N: Libro nuevo en la lista) Clasificación elaborada por Carles Barba.

https://www.lavanguardia.com/cultur...vendidos-de-la-semana-1-de-junio-de-2019.html
 
Algunos libros para leer la ciudad
Con motivo de la Feria del Libro de Madrid, repasamos algunos títulos recientes que tratan asuntos urbanos desde distintas perspectivas
Pedro Bravo
03/06/2019 - 21:22h
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Una de las imágenes de 'Microgeografías de Madrid', de Belén Bermejo. BELÉN BERMEJO

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'Safari en la pobreza', de Darren McGarvey (Capitán Swing).

Crónica desde el lado olvidado de la ciudad
El libro empieza por la cárcel y no es casualidad. Como esos autores de suspense tan seguros de su trama que no temen contar primero el final para luego explicar cómo se llegó ahí, Darren McGarvey arranca su Safari en la pobreza por uno de los términos posibles cuando naces y creces en el lado olvidado de la ciudad. Él es de Pollock, al sur de Glasgow, una de esas reservas de pobreza que rompe la armonía de la urbe presumida. Es una brecha física, que se demuestra en la configuración del barrio y en la dificultad de acercarse desde él a un centro que es mucho más que geográfico, pero también lo es moral, emocional e intelectual. McGarvey es rapero y su nombre artístico es Loki, como el del hermano de Thor al que nunca dejaron ser bueno (quizá aquí haya también mensaje). Y es activista y educador social. Y fue alcohólico, hijo de una madre también adicta. Lo cuenta en el libro, como cuenta los problemas con las bandas, la violencia y la ira constante en su entorno, el vacío asistencial, los problemas de vivienda o la llegada de la regeneración para romper definitivamente los lazos comunitarios. Lo hace sin dogmas y sin excusas, repartiendo responsabilidades por doquier pero recordando las de cada uno, empezando por las suyas. No hay idealización de la pobreza ni del barrio, lo cual hace el trago todavía más amargo. Por eso es recomendable, porque lo que pasa en Pollock es lo que pasa en Villaverde, en Ciutat Meridiana, en Otxarkoaga y en muchos otros lugares y necesitamos que nos lo cuenten.
Safari en la pobreza, Darren McGarvey (traducción de Martin Schifino). Capitán Swing.

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'Microgeografías de Madrid', de Belén Bermejo (Plan B).

Parar por las calles
En la introducción, Belén Bermejo cita dos conceptos: el no lugar y la psicogeografía. Después de pasear por el libro, a uno se le ocurre que, además de Marc Augé y Guy Debord, podría mencionar también a Lao Tse y al tao. Las microgeografías de Belén son imágenes de Madrid que salen no tanto de su cámara fotográfica sino de una mirada que sabe pararse en el ahora y ver que, entre toda la velocidad y el ruido, hay literatura en la calle. Belén es editora, fotógrafa y, sobre todo, andarina y, por eso, curiosa. Y el libro es un libro de fotos con algunas notas, una obra sin pretensiones que, sin embargo y probablemente sin querer, enseña a ver de otra forma y con otro ritmo la ciudad. "Cuando miro una pared, veo mapas", escribe en una de sus notas. Y el volumen, efectivamente, está lleno de muros, geometrías y encuadres que recuerdan a planos. Mapas que están fuera del mapa, como el libro que menciona en los agradecimientos, el excelente Fuera del mapa (Blackie Books, 2017), de Alastair Bonnett. Por cierto, hay otra cosa muy importante en esa parte final que nadie nunca lee, el agradecimiento a las personas que forman parte del sistema de sanidad pública: "Estoy aquí porque sin ellos no habría podido seguir haciendo fotos".
Microgeografías de Madrid, Belén Bermejo. Plan B.

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'Construir y habitar. Ética para la ciudad', de Richard Sennett (Anagrama).



Ética para la ciudad
Richard Sennett explica aquí cómo la ciudad es un sistema complejo que debe mantenerse lo más abierto posible para que siga siendo diverso, vivo y rico, para que siga siendo ciudad. Y lo hace en un libro, el tercero de su trilogía del Homo faber (tras El artesano y Juntos) que es en sí mismo un sistema complejo abierto. Es una obra sobre la historia del urbanismo —un repaso, por ejemplo, por el legado de Haussmann, Olmsted, Cerdà o Le Corbusier—, un tratado sobre pensamiento urbano —con un análisis sobre las miradas divergentes de Jane Jacobs y Lewis Mumford muy interesante—, una muestra de sus propias experiencias como urbanista y sociólogo —una muestra con autocrítica, lo cual es infrecuente—, un relato sobre los avances tecnológicos —y sobre como, paradoja mediante, no necesariamente hacen avanzar a la ciudad— y muchas otras cosas más. Es, así, un libro complejo y también abierto, porque deja espacio para la reflexión personal. Es, por eso, un libro necesario para entender todo esto; recomendable para cualquiera, pero sobre todo para los que dicen estar preocupados por administrar mejor las cosas urbanas.
Construir y habitar. Ética para la ciudad, Richard Sennett (traducción de Marco Aurelio Galmarini Rodríguez). Anagrama.

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'Hacia una arquitectura del placer', Henri Lefebvre (CIS).



Dos maestros: Gaviria y Lefebvre
Mario Gaviria murió en abril del año pasado dejando un hueco muy grande en muchos sitios. En la sociología, en el ecologismo, en el urbanismo, en el análisis crítico del turismo. Gaviria no firma este libro y, sin embargo, es inevitable hablar de él para hacer un comentario del volumen. Porque fue el navarro quien encargó a Henri Lefebvre hacer este análisis. Fue en 1973 y mientras Gaviria está haciendo un estudio de impacto ecológico de las nuevas ciudades turísticas en Benidorm, un trabajo para el que el francés fue asesor. Lefebvre había sido profesor y era maestro de Gaviria y éste quiso que el pensador reflexionase sobre esos nuevos lugares dedicados al descanso y al ocio. Lo hizo y el texto fue guardado en un cajón por el discípulo. ¿Por qué? Quizá porque esperaba algo casi imposible: que Henri Lefebvre se centrase en algo muy concreto. No fue hasta 2011 que Gaviria recuperó el texto y empezó a preparar su edición, como explica el sociólogo Ion Martínez Lorea en una estupenda detallada que finalmente no pudo realizar a medias con Gaviria. Aquí, el autor de El derecho a la ciudad y La producción del espacio hace un repaso histórico, filosófico, económico y hasta artístico del asunto para desear una concepción de los espacios dedicados al verdadero disfrute que no encuentra sino todo lo contrario. Y vuelve a una de sus constantes, que sólo se puede avanzar en positivo desde el uso social, orgánico y fuera de normas.
Hacia una arquitectura del placer, Henri Lefebvre (traducción de Natalia Ruiz Martínez). Centro de Investigaciones Sociológicas.

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'La ciudad infinita', Sergio C. Fanjul (Reservoir Books).

Madrid, a la deriva
A Sergio C. Fanjul no hay que pedirle que camine ni que escriba. Son dos cosas que hace porque no puede evitarlo, aunque no está claro si es capaz de hacer ambas al mismo tiempo. Sin embargo, a Sergio, astrofísico de formación, periodista de profesión y poeta de vocación, le encargaron para Veranos de la Villa 2018 unas crónicas caminantes por Madrid que aquí son recopiladas en una versión extendida. Son recorridos y textos sobre las ciudades que conforman la ciudad, sobre paisajes urbanos y humanos que, a pesar de ser cercanos, son cada vez más desconocidos por culpa de esa fuerza centrípeta que nos hace olvidar las periferias, incluso las que habitan en el mismo centro de la urbe. El autor parte de Lavapiés hacia los límites de esta capital que no se acaba nunca y lo comparte con una forma de escribir sencilla, capaz de trasladar al lector a cualquiera de sus derivas y de ir sumándole la información histórica, urbanística y sociológica necesaria para entender los complicados mecanismos que hacen que la ciudad siga viva, a pesar de todo.
La ciudad infinita, Sergio C. Fanjul. Reservoir Books.

https://www.eldiario.es/desde-mi-bici/libros-leer-ciudad_6_905769429.html
 
El 'Cantar del Mío Cid' se expone por primera vez durante 15 días tras seis siglos de encierro

Creación cultural

El icónico cantar de gesta podrá verse por primera vez en la historia en la Biblioteca Nacional, pero solo durante 15 días a partir de este miércoles, debido a su "delicado estado de conservación"
Se trata del único poema épico castellano conservado en casi toda su totalidad después de pasar por diferentes vicisitudes a lo largo de la historia

Paula Corroto
04/06/2019 - 21:57h
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El Códice del Cantar del Mío Cid se expone por primera vez al público en la Biblioteca Nacional EFE/JAVIER LIZÓN

El Cid: mito y realidad
Durante seiscientos años, los únicos que pudieron acercarse al Cantar del Mío Cidfueron los pocos transeúntes de diferentes conventos y casas de eruditos donde se hallaba. La que fue considerada por el estudioso Ramón Menéndez Pidal como "el acta fundacional de la literatura española" se guardaba bajo siete llaves. Ahora, sin embargo, por primera vez estará expuesta a cualquier ciudadano en la Biblioteca Nacional. Eso sí, solo durante quince días a partir de este miércoles.

El motivo de este periodo tan restringido es que el pergamino, que cuenta con 64 páginas, "se encuentra en un delicado estado de conservación y en muchas de sus hojas hay manchas de color pardo oscuro debido a los reactivos utilizados desde el siglo XVI", explica Javier Docampo, jefe del Departamento de Manuscritos, Incunables y Raros de la Biblioteca Nacional. Por ello, su lugar de exposición es una vitrina que permanece a 21 grados y con un 45% de humedad constante. Todo cuidado es poco para esta obra recogida en el Códice de Vivar.

La historia del legajo
Este legajo, el único poema épico castellano conservado casi en toda su totalidad y que narra los últimos años de vida del Cid Campeador, Rodrigo Díaz de Vivar –desde su destierro en 1081 a 1099–, ha pasado por diferentes vicisitudes a lo largo de la historia. Sus orígenes como cantar de gesta, la literatura oral del Medievo, se datan entre finales del siglo XII y principios del XIII, cuando el Cid histórico se convirtió en héroe de leyenda literaria.

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'Cantar del Mío Cid'



La primera copia la hizo Per Abbat en 1207, pero desapareció. La que ha llegado hasta la Biblioteca Nacional y se expone en la actualidad fue realizada en el siglo XIV. Esta copia pasó por archivos y conventos como el de las Clarisas y diferentes manos privadas hasta que en 1863 llegó a Pedro José Pidal, que era historiador y ministro del presidente Ramón María Narváez. Desde entonces y durante décadas permaneció en posesión de la familia Pidal, pese a recibir numerosas ofertas por parte de museos como el Británico y la Biblioteca de Washington.

En 1913, el códice fue tasado con un precio de 250.000 pesetas y fue trasladado a una caja fuerte del Banco Madrid. Con el inicio de la Guerra Civil, y al igual que sucedió con varios cuadros del Museo del Prado, fue trasladado a Ginebra. No regresó a España hasta el final de la contienda. Finalmente, en 1960 fue comprado a la familia por la Fundación March por 10 millones de pesetas y donado pocos meses después a la Biblioteca Nacional, que lo ha tenido bajo resguardo durante casi seis décadas.

El códice y Ramón Menéndez Pidal
La exposición del Cantar del Mío Cid se acompaña con la muestra Dos españoles en la historia: el Cid y Ramón Menéndez Pidal, un homenaje al mayor estudioso del poema épico y del que se cumple este año el 150 aniversario de su nacimiento. Menéndez Pidal (A Coruña, 1869 – Madrid, 1968) tuvo conocimiento del manuscrito ya desde su infancia, puesto que en ese momento estaba en posesión de su tío segundo Alejo Vidal.

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El filólogo, reconocido cazador de romances –las canciones populares que han pasado de boca en boca desde hace siglos– también estudió otros cantares medievales que se exponen en la muestra, como El Debate de Elena y María, cuyo origen se remonta a 1280 y que narra una conversación entre dos mujeres y la relación que ambas tenían con un clérigo y un caballero. En el poema tratan de dilucidar cuál de los dos era mejor partido.

Este cantar, que como comenta el comisario de la exposición, Enrique Jerez, "seguramente estaba destinado a la lectura privada de las mujeres", perteneció durante siglos a la Casa Ducal de Alba, y es la primera vez que también se ofrece al público. Otro de los poemas expuestos es el de Roncesvalles, del siglo XIV, cien versos que recogen la leyenda de Roncesvalles, aunque en este caso lo que se expone es una reproducción, ya que el original se encuentra en la Biblioteca Nacional de Francia. Por último, los visitantes pueden observar el Poema de Yusuf, un códice aljamiado –en letra árabe– escrito en aragonés.

La muestra abunda en la vida de Menéndez Pidal, su pasión por el Mío Cid y también por los paseos por la montaña, como un senderista a comienzos del siglo XX, tradición que le venía de sus padres, de origen asturiano. De hecho, su viaje de novios con María Goyri –con quien formó un gran equipo investigador y a ella también le pertenece casi todo lo que sabemos hoy del Cantar y del romancero medieval– fue por la Ruta del Cid.

Otra de las anécdotas es el paseo que dio junto a un joven Federico García Lorca y su hija Jimena –hasta ahí llegaba su obsesión por el Cid– por los barrios gitanos de Granada en busca de romances populares. "Y solo tres años después Lorca escribiría el Romancero Gitano, por lo que esta experiencia pudo ser determinante", señala Jerez.

El Cid y la cultura popular
Su estudio de la lengua española queda reflejado en sus diversos libros sobre esta materia –aunque no terminó su obra magna, La historia del español, pese a vivir casi cien años– y en aquellos que dedicó a la historiografía, de los que se ofrece también una muestra.

La parte más popular está dedicada al reflejo del Cid en películas y obras de teatro. Se puede ver el cartel de la película de Anthony Mann protagonizada por Charlton Heston y Sophia Loren en 1961 y que llegó ser portada en The New York Times, junto a una foto en la que sale el propio Menéndez Pidal asesorando a Heston mientras este manipula el halcón que había donado Félix Rodríguez de la Fuente para la película.

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La exposición se cierra con la figura del Cid histórico, de quien se conserva su firma tras la conquista de Valencia en 1094. Por último, se incluyen algunas declaraciones políticas del filólogo, como la carta que le envió al dictador Miguel Primo de Rivera en la que se quejaba del trato hacia la universidad pública que fue publicada en el periódico El Sol. Además se aprecia un texto, también en este periódico, en el que se posicionaba en contra de la reivindicaciones federalistas de Catalunya, País Vasco y Galicia durante la II República, si bien el filólogo había defendido a la República en un manifiesto de apoyo en 1931.

De hecho, se exilió durante la Guerra Civil –pesaba sobre él un expediente de depuración– y con la llegada de la dictadura de Franco, como se cuenta también en la muestra, tuvo opiniones críticas: en 1956 pidió la libertad para los universitarios encarcelados tras las protestas y en 1962 publicó el libro En torno a la lengua vasca, en la que defendía la protección del euskera, y firmó un manifiesto para pedir los bienes incautados por la dictadura a la Institución Libre de Enseñanza.

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https://www.eldiario.es/cultura/libros/Cantar-Cid-expone-primera-ciudadanos_0_906410135.html
 
La bibliofilia y el género.
Publicado por Yolanda Morató.

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Mara Wilson en "Matilda" 1996.

En los últimos años ha surgido un interés por publicar artículos, libros y entradas en blogs sobre bibliofilia y librerías (algunos de ellos incluso han recibido premios) y ahora el lector cuenta con varias propuestas con las que documentarse sobre ellas sin moverse del sofá. Seguramente si hablo de textos en los que se dan cita librerías como la Strand de Nueva York, la Shakespeare and Company parisina, La Gran Pulpería venezolana, Faulkner House Books en Nueva Orleans o cualquiera de las que adornan o adornaron Cecil Court en Londres, algunos tendrán ya en la cabeza este o aquel volumen sobre el lugar que ocupan las librerías en el imaginario colectivo. Pero lo más probable es que no estemos pensando en los mismos referentes. En mi caso, me resulta imprescindible hablar de Un mundo de libros, una antología de ensayos publicada por la Asociación de Amigos del Libro Antiguo de Sevilla y el Secretariado de Publicaciones de la Universidad de Sevilla en 2010. Quizás por ser uno de los primeros libros de este siglo en ahondar sobre el asunto, ha quedado sepultado por otros intereses e iniciativas que con frecuencia se olvidan de citarlo. Pero hay varias razones por las que conviene hablar de este libro. Entre ellas, por no decir la primera, porque reúne los ensayos —trece, en concreto— de aquellos que han «ejercido» la bibliofilia antes de las modas.

La bibliofilia es, si se me permite el símil, como la religión judía: una creencia en el libro con mayúsculas, pero, sobre todo, una opción ante la vida que no aspira a captar a nadie que no esté ya dentro. La prueba del algodón es sencilla: un bibliófilo superficial te hablará de librerías y te aconsejará que vayas a ellas por las razones que considere oportunas; un auténtico bibliófilo te hablará de los libros que encontró en ellas sin que su intención sea otra que transmitir el relato de una hazaña que es muy probable que nunca olvide. La segunda razón reside en la foto que arrojan estos textos: en realidad, muchos bibliófilos no tenemos bibliotecas como las que salen en las revistas o en esos bonitos volúmenes en los que algunos escritores enseñan sus despachos y bibliotecas como la alta sociedad enseña su salón. La bibliofilia es, nos cueste más o menos admitirlo, un vicio y, como cualquiera de ellos, se alimenta de un afán acumulativo. Acaso por ello los ingleses distingan entre bibliófilos y bibliómanos. He conocido a bibliófilos con hermosas estanterías ordenadas, pulcras, casi de museo y de inmediato he preguntado, si sabía que la afición de su propietario encajaba más bien en el segundo tipo, dónde estaba el resto. También es cierto que la bibliofilia ha sido durante mucho tiempo denostada como un pasatiempo similar al de los coleccionistas de sellos o monedas: acumuladores de un pasado que no está ni se le espera.

¿Dónde está el atractivo?, se preguntarán algunos. Hasta que un libro llega a los anaqueles de un coleccionista vive mil vidas tan reales como imaginarias: su encuentro inesperado entre un montón de páginas que serán pasto de las llamas, el moho o los pececillos de plata; la llamada o el mensaje del librero que te avisa de que tiene ese título del que le hablaste con tanto entusiasmo hace algún tiempo; la adquisición de esa pieza en una subasta a altas horas de la noche en las que se mide cada euro que pueda asegurar la compra. En 1927, cuando A. S. W. Rosenbach publicó Books and Bidders: the Adventures of a Bibliophile (Boston: Little, Brown, and Co.), realizó una interesante comparación: puede que un matemático paciente sea capaz de contar las facetas del diamante Koh-i-Noor, pero nadie podrá contar nunca los reflejos de la emoción que se despliega durante una subasta en las mentes y los corazones de los hombres y mujeres que están enamorados de los libros.

El asunto de los géneros es igualmente curioso, no solo por las distintas acepciones de la propia palabra, sino por los numerosos malentendidos que provoca. El primero, considerar que el género de la bibliofilia, como mercancía, pero también como clasificación editorial, debe ser de naturaleza intelectual. Dado que es una afición que parece haber comenzado en el siglo XVII, muchos se imaginarán varios tomos encuadernados en piel, vetustas obras que han viajado desde entonces hasta llegar a nuestras manos en nuestros días, señores en anticuarios que sacan el libro de cheques para llevarse a casa una rareza de la náutica, un tratado filosófico o un manuscrito de botánica. Nada más lejos de la realidad: hay bibliófilos de novelas de quiosco, de cubiertas de vanguardia, de ediciones censuradas. Todos ellos, aunque no queramos o no sepamos reconocérselo tanto como sería deseable, están construyendo y documentando con esmero un campo de estudio. La bibliofilia, bien entendida, es un estudio de la cultura y, por extensión, de la historia de la humanidad: qué intereses o temas han proliferado en cierta época; qué maneras de editar, manipular o suprimir ha experimentado la industria; qué libros han desaparecido y cuáles se han quedado, como si de un proceso de selección natural y cultural se tratase.

En cuanto a otro género, el femenino o, dicho de otra forma, si nos detenemos en el papel que ha tenido —o ha dejado de tener— la mujer entre los bibliófilos, el asunto no deja de tener miga. Porque la Historia, así con mayúsculas, demuestra que las mujeres siempre estuvieron presentes entre este grupo de coleccionistas empedernidos, por más que hayan proliferado algunas leyendas en las que las mujeres actúan como una Santa Inquisición de esos pobres maridos bibliófilos, que introducen a hurtadillas en la casa los tesoros que han encontrado en el Rastro, en la cuesta de Moyano o en cualquier librería de las que aún se encuentran en nuestro país. Y mucho se han extendido esas historias a lo largo del tiempo y los distintos ámbitos culturales, pues a mí misma me ha sucedido que, al ir a pagar un libro de esos considerados «raros», el librero me preguntara si era «para mi marido», sin saber quién era mi marido, ni por qué me interesaba a mí ese libro.

Parte de esta creencia o estereotipo se ha basado tradicionalmente en el contexto en el que se hablaba de esta noble afición: los clubes, como el Roxburghe, las reuniones académicas y todos aquellos foros públicos y privados en los que no solía haber mujeres. Porque, para ser bibliófila, había que tener solvencia económica, social e intelectual. O, en palabras de Mary Hyde Eccles, la primera mujer que formó parte del prestigioso club neoyorquino Grolier: recursos, educación y libertad. La creación de la Universidad de Harvard en 1636 surgió de una donación de alguien que tenía estos atributos (el germen fueron los trescientos libros de la biblioteca personal de John Harvard), pero no hay que olvidar que la primera universidad del mundo (situada en Fez), la fundó Fatima al-Fihri, una mujer con las mismas condiciones anteriormente mencionadas. Y, con todo, aún hoy resulta insólito que se oiga hablar de mujeres en el campo del coleccionismo de libros y en la creación de iniciativas que dejen una huella cultural. Incluso en aquellas obras actuales en las que se intenta abarcar la contribución de las mujeres a lo largo del tiempo, las ausencias son notables.

A lo largo de la historia hay casos destacados de bibliófilas que amasaron grandes bibliotecas, entre las que quizás la reina Isabel I sea el ejemplo más conocido. En el siglo XX, una de las que recibió mayor atención fue la también británica Frances Mary Richardson Currer. En 1906, el Times la consideró «la mayor coleccionista de libros». Mecenas del colegio en Yorkshire al que asistían las hermanas Brontë, se cree que Charlotte firmó sus primeras obras como Currer Brontë en homenaje a su benefactora. Currer permaneció ausente por voluntad propia de los listados de bibliófilos de la época, como los famosos almanacs del británico de origen indio Thomas Frognall Dibdin. La causa seguramente le parecía justificada; una de las obras pioneras del siglo XX sobre esta afición, Anatomy of Bibliomania (1930), de Holbrook Jackson, contenía una sentencia que se ha repetido en numerosas ocasiones: «El amor por los libros es tan masculino (aunque no tan común) como dejarse crecer la barba».

Rachel Chanter refleja una realidad algo distinta en un artículo publicado en el blog del conocido librero Peter Harrington. En el siglo VI la condesa Judith de Flandes fue la responsable de muchos de los manuscritos iluminados que se encargaron y conservaron (y que ella donó a la abadía de Weingarten). «Margarita de Navarra, Madame du Barry, María Antonieta, Mary Stuart y Catalina de Médici —recalca Chanter— fueron apasionadas coleccionistas de libros y manuscritos, aunque este hecho apenas se recuerda en sus notas biográficas», y recuerda que Belle da Costa Greene fue quizás uno de los casos más llamativos. Durante cuarenta y tres años, Greene fue la bibliotecaria del economista J. P. Morgan; cuando el estado de Nueva York incorporó los fondos privados de Morgan al sistema público, Greene ocupó el cargo de primera directora de la Pierpont Morgan Library. Su padre, Richard Theodore Greener (el primer abogado negro que se graduó en la Universidad de Harvard), había abandonado a Belle y a sus hermanas. En su hábil huida hacia delante, Belle le quitó la -r final al apellido paterno y se construyó un pasado a medida de la sociedad en la que vivía: pasó por blanca la mayor parte de su vida y se inventó una ascendencia portuguesa con la que se abrió camino en el mundo de la bibliofilia neoyorquino.

El comienzo del siglo XX y el papel de las editoras e intelectuales en las principales capitales y centros urbanos cambiaron mucho el panorama. En París, y no solo gracias a la llegada de modernistas como Nancy Cunard o Sylvia Beach, la bibliofilia ya había comenzado a extenderse entre las mujeres desde finales del siglo XIX. A partir de su constitución como grupo en 1926, las Ciento Una, o Les Cent Une, Société de Femmes Bibliophiles, comenzaron a publicar una obra ilustrada cada dos años y no les faltaban candidatos. La princesa Shakhovskoycapitaneó a estas mujeres bibliófilas en su primera etapa; la condición más estricta consistía en no exceder el número con el que habían bautizado a la asociación. El 16 de mayo de 1943, Paul Valéry le escribió una carta a Victoria Ocampo desde la capital gala, en la que le contaba que había «dado a las Ciento Una (mujeres bibliófilas) dos actos y dos actos [sic] de dos obras de teatro (que no quedarán nunca terminadas)». Marguerite Yourcenarescribió el prólogo a la Cynégétique de Opiano, traducida por Florent Chrestien e ilustrada por Pierre-Yves Trémois en 1955. Y, con todo, la asociación, compuesta en exclusiva por mujeres, aún arrastraba prejuicios heredados. En una declaración que tal vez aspirase a separar la afición que las unía de las luchas sociales de la mujer de la época, se definían a sí mismas como una asociación «femenina, no feminista. No escogemos necesariamente a autoras o ilustradoras». En la revista Atlantic Monthly, por el contrario, parece que ya se fomentaba de manera explícita la incorporación de las mujeres al plano de la cultura y de los libros; en su Anatomy of Bibliomania (1930), Jackson se hacía eco de un texto de febrero de 1927 en el que aclaraban a sus lectores que las mujeres que sabían algo de ciencia y literatura, de viajes y biografías, se sentirían cada vez más atractivas.

Ahora, casi un siglo después, la librería neoyorquina Honey & Wax organiza un concurso anual, dotado con un premio de mil dólares, para mujeres menores de treinta años que presenten formalmente los resultados de su book hunting o batidas librescas. En su última convocatoria han sido distinguidas mujeres como Nora Benedict, quien, con veintinueve años, es estudiante de posdoctorado en la Universidad de Princeton y presentó su colección con el título de «El desarrollo de la industria editorial modernista en Buenos Aires». Sus primeras ediciones incluyen, como cabe esperar, las obras que Borges publicó en distintos sellos argentinos, aunque se está centrando en recopilar todo el catálogo de la Editorial Sur. Por su parte, Jessica Kahan, veintinueve años, una bibliotecaria de Ohio que se alzó con el galardón, presentó su colección con el nombre de «Novelas románticas de las eras del jazz y de la Depresión». Las trescientas piezas que ha coleccionado a tan temprana edad abarcan obras de los años veinte y treinta con unas impresionantes sobrecubiertas. No hay edad ni género de ningún tipo para la bibliofilia; y, teniendo en cuenta cómo se ha depreciado el mercado del libro antiguo, de entre todos aquellos atributos que debía reunir una mujer para cultivar tan noble afición, tal vez solo le haga ya falta sentir curiosidad y ser libre.

https://www.jotdown.es/2019/06/la-bibliofilia-y-el-genero/
 
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