Qué leer.

Leopoldo Abadía: «El matrimonio tiene que hacer el amor todos los días del año»
Entrevista con el autor de «Treinta y seis cosas que hay que hacer para que una familia funcione bien» (Espasa)
leopoldo-abadia-k07B--620x349@abc.jpg


SeguirCarlota Fominaya@carlotafominaya
MADRID
Actualizado:03/04/2019 02:02h
13Leopoldo Abadía: «Hay que formar a los jóvenes en el optimismo»

Hoy 3 de abril Leopoldo Abadía celebra haber tenido la primera cita en solitario con su mujer, este mismo día allá por 1957, cuatro días después de haberse conocido. La declaración llegó el 18 de abril, y ella le pidió seis días para pensárselo. «Nunca he sabido por qué tenían que ser seis», se ríe ahora.

Pero el caso es que dijo que sí. Y doce hijos, once yernos y nueras, y cuarenta y un nietos después, próximamente celebrará también su sesenta aniversario de boda. Hemos entrevistado a Abadía en el Edificio Cuzco IV, durante los ciclos de conferencias organizadas por el edificio en exclusiva para sus arrendatarios, donde hemos charlado sobre su libro «Treinta y seis cosas que hay que hacer para que una familia funcione bien» (Espasa).

setenta y cinco de familia «directa». Bueno, pues los setenta y cinco aparecieron por allí, los hijos hacían turnos para estar con su madre...

¿Usted siempre supo que quería tener 12 hijos?

Un amigo mío dice que yo de soltero un día dije la siguiente frase: «Yo tendré doce hijos». Pero no lo recuerdo. Otras veces me preguntan que ¿cómo ha tenido usted doce hijos? Siempre contesto lo mismo: uno detrás de otro. Lo que sí que recomiendo a la gente es que hable antes de casarse de estos temas, porque es bueno ponerse de acuerdo en algo tan importante. Yo reconozco que todavía no lo he hecho. El otro día Jordana (mi mujer) me dijo que no habíamos hablado del número de hijos que queremos tener. Lleno de buena voluntad le pregunté: «¿quieres que hablemos?» Y ella, con una cara muy especial me dijo: «¿Para qué?». Pero la realidad es que tienes que saber con quién te casas. Planearlo un poco.

Muchos matrimonios fracasan. ¿Puede ser que la gente hoy se casa sin creer en el para siempre?

Parece que sí. A mi eso no me pasa. Llevo sesenta años con mi mujer. ¿Es mucho esfuerzo? No. Hay que mantenerse joven, en el sentido de no hacer el idiota. lo he visto en señores que se enamoran y dicen: voy a aprovechar el último tren del amor. Idiotas. Una de las cosas que digo en el libro «Treinta y seis cosas que hay que hacer para que una familia funcione bien» (Espasa), es decir una cosa que puede sonar un poco rara: que el matrimonio tiene que hacer el amor todos los días del año. El amor no se tiene, se fabrica día a día, con alegrías, con tristezas, con algunos éxitos, con muchos fracasos, con la idea clara de que «aunque me canse, aunque no pueda, aunque reviente, aunque me muera, ese matrimonio lo saco adelante, pase lo que pase». Eso es el matrimonio, eso forma la familia. Eso hace que los hijos presuman después de ser de esa familia. Eso hace que los hijos, después formen familias así.

Otra cosa en la que insiste usted es que al otro hay que quererle tal y como es, no como nos gustaría (en teoría), que fuera.

Claro. Cuando yo era joven me gustaba mucho Rita Hayworth. Hace poco pusieron una película suya en televisión y me quedé a verla, para comprobar si yo tenía buen gusto o mi entusiasmo era una locura de juventud. ¡Y tenía muy buen gusto! Esa chica era una monada. Pero la Hayworth era una persona, y mi mujer, otra. Mi mujer tal como es. No tal como, en sueños, yo la pintaría. Porque si yo dijera que ojalá mi mujer fuera como es, pero con el aspecto de Rita Hayworth, mi mujer diría que ojalá fuera yo como soy, pero sin mal genio y con la cara de Brad Pitt. Es decir, ella y yo estaríamos enamorados de dos personas inexistentes, en vez de preocuparnos por querer a las existentes.

Perdonar al otro suele resultar bastante complicado también.

Hay otra cosa que es más difícil aún que perdonar. Y es olvidar. Si olvidas, no hay nada que perdonar. No me creo nada a esa gente que dice: perdono pero no olvido. Entonces, no has perdonado. Saber perdonar las pequeñas ofensas, que no son tan terribles... La felicidad del matrimonio está en las pequeñas cosas. Y en una familia, hay miles de pequeñas cosas.

Hoy en día, con las redes sociales, internet... ¿resulta más difícil ser padre?

Sí creo que ser padre ahora es más difícil, por estas cosas de las redes sociales, que los viejos no entendemos. Pero los padres hoy no pueden decir: no quiero saber nada. Hay que informarse para saber qué pasa, hay que estar al día. Y hablar con ellos siempre (con los hijos, con tu marido, o tu mujer...), cosa que normalmente quieren cuando tú estás más cansado. Pero no hay más remedio, hay que interesarse mucho. El otro día estaba con Guy de Liébana, que es una persona muy divertida, que comentaba que hoy los hijos están sobreprotegidos.

Antes educaban los padres. Ahora a los chavales se les sobreprotege, y son pequeños monstruos, por lo que me cuentan. Por tanto, sí, ser padre es más difícil. La generación de ahora son un poco blanditos. Mi mujer dice que hace falta una posguerra. Mejor no, digo yo, porque eso significa que ha habido antes una guerra. Pero antes éramos más austeros. No gastábamos en móvil, ni en gasolina... Creo que hay que ser más austero, gastar más con la cabeza, no con los pies... Queremos el último móvil, pero seguramente podemos aguantar con el que tenemos un poco más.

Hace un tiempo monté una empresa con cuatro chavales jóvenes. Cuando nos reuníamos preguntaba: ¿cómo ha ido el día? Y me contestaban: «Estoy agotado. He tenido una reunión de 9:00 am. a 11:00, tres llamadas, otra reunión...». ¿Has trabajado? Preguntaba yo. Es que trabajar cansa, sí. Pero está prohibido agotarse. Trabajar es lo mejor para la salud. ¿Es que usted no se cansa? Mira, hoy me he levantado en Segovia, he hecho mal la maleta, he comido... A mi edad estoy cansando, casi siempre me duele algo... pero no se puede dar la tabarra.

Comparta con nuestros lectores uno de sus consejos preferidos para educar a uno, a dos, o a doce hijos, por favor.

Bueno, lo que me ha funcionado a mi, no tiene por qué funcionar al resto. Tengo matrimonios amigos que se dicen uno al otro: «Es que Leopoldo dice». En tu casa, Leopoldo no dice nada. Dicho lo cual, en principio libertad absoluta, y luego matizamos un poco. Hay que enseñar a los hijos a distinguir entre el bien y el mal. Los hijos no mienten nunca. Hay que confiar en los hijos. Si yo tengo doce, todavía me están engañando seguro. Me creo todo lo que me dicen. Si el periódico dice no sé qué raro, por supuesto se ha equivocado el periódico, si me lo dice un hijo mío. Te dejas manipular. Hay que querer a la gente de tu casa tal como son. Hay que amarles con sus problemas, con su ingenio, con sus ambiciones... y decirlo en voz alta. Totalmente. E intentar mejorarla, igual que intentas dejarte mejorar tú también.
https://www.abc.es/familia/padres-h...cer-amor-todos-dias-201904030202_noticia.html
 
«Bondrée», trampa en el bosque
La canadiense Andrée Michaud, pese a no ser muy conocida, deslumbra por su forma de narrar
michaud-k1sF--620x349@abc.jpg

@ABC_Cultural
Actualizado:04/04/2019 01:32h

Las divisiones del género negro son infinitas, pero hay una transversal, que se impone sobre el resto: existe la novela negra en la que la trama es el centro y aquella en la que el crimen es sólo la excusa para llevar a una serie de personajes hasta el límite y analizar sus comportamientos con la pericia de un taxidermista. «Bondrée», de la canadiense Andrée A. Michaud (Quebec, 1957), pertenece a este segundo grupo. Aunque no tan popular en nuestro país como sus compatriotas Margaret Atwood y Louise Penny, la literatura de Michaud ha obtenido numerosos reconocimientos tanto en Francia como en Canadá y, tras la lectura de «Bondrée, la frontera del bosque» serán muy pocos los que la olviden.

El paisaje y la voz
En la novela, ambientada a finales de los años sesenta en la zona fronteriza de los bosques de Maine, la autora describe cómo la paz idílica de una comunidad híbrida, conformada por familias con ganas de pasar el verano disfrutando del aire libre, se ve rota tras la desaparición de Zaza Mulligan, una adolescente con ínfulas de Lolita y una amiga inseparable, Sissy Morgan. «Podía describir el sabor amargo del bosque, que se le quedaba durante mucho tiempo en la boca después de que su marido, a golpes de lengua luminosa, intentara inocularle la esencia que contiene la belleza de los árboles».

Con un tono sensorial y poético, la memoria de la pequeña Aundrey, una niña más del vecindario, cuya mirada asombrada y descreída se parece a la de Cecilia en «Las vírgenes suicidas», nos sumerge en un mundo donde los límites de la naturaleza se desdibujan e invaden a paso de leyenda, para fundirse con ella, una realidad civilizada, construida alrededor de patrióticos rituales cotidianos.

Dolores Redondo, aunque adictiva, forma parte de esa primera clase de novelas en las que la trama es lo único que hay, mientras que la de Michaud es mucho más, es paisaje y es voz; un lienzo de trazos gruesos y colores muy vivos donde la tragedia simboliza la inocencia perdida, la toma de conciencia de una terrible certeza: más tarde o más temprano, el tiempo del verano y la luz, donde no existe preocupación alguna, se acaba para todos.

«Bondrée, la frontera del bosque». Andrée A. Michaud
Narrativa. Trad.: A. Martorell. Alianza, 2019. 528 páginas. 19,50 euros
https://www.abc.es/cultura/cultural/abci-bondree-trampa-bosque-201904040128_noticia.html
 
Tuve miedo al nacer: me horrorizaba decepcionar a mis padres y no estar a la altura de sus expectativas. Quizá por eso no tardé en sufrir una meningitis que tuvo la virtud de trasladarles mi miedo y tenerlos asustados hasta que, milagrosamente según cuenta la leyenda, me curé. Su miedo compensó el mío, o puede que, gracias a un instinto prematuro, intuyera que ellos, que tanto habían sufrido a lo largo de su vida de comunistas eternamente expuestos a los azares de la revolución proletaria, la Guerra Civil, el exilio y el antifranquismo, estaban más preparados que yo para enfrentarse al miedo.

2

Cuando me parió, mi madre ya había tenido cuatro hijos. Estaba sobradamente preparada para combatir cualquier tipo de miedo. Siempre fue valiente y nunca presumió de serlo porque, aunque le costara admitirlo, sabía que a veces esa misma valentía se había vuelto en su contra y había degenerado en precipitación o temeridad. «No se puede tener todo», solía decir (a veces a los valientes les asalta un momento de lucidez y deben conformarse con no ser cobardes). Mi padre, en cambio, tuvo que esforzarse para que no le consideraran más valiente de lo que era en realidad. En su época de líder clandestino, le detuvieron y fue torturado por expertos profesionales del sector. Nunca quiso presumir de resistencia al dolor e insistió en subrayar que no hizo más que limitarse a seguir el protocolo de confesar su pertenencia al partido de sus amores, identificarse y negarse a dar los nombres de sus camaradas.

3

La interpretación más fácil de aquel episodio desató una campaña internacional con un poema incluido de Rafael Alberti en el que Juan Panadero le cantaba unas coplas sospechosamente parecidas a las que les había cantado a otros (luego descubrí que aquellas coplas seguían la disciplina del partido y se iban aplicando, con ciertos retoques, a distintos héroes en función de las necesidades políticas del momento). Mi padre tuvo suerte: gracias al ruido exterior y a la solidaridad internacional de sus camaradas se libró de las peores condenas y le expatriaron a México, un gesto que en aquella época (1955) era más un premio que un castigo. Como líder liberado, aprendió a convivir con su aureola y arrastró toda su vida la leyenda de ser valiente aunque intentó quitarle importancia. Es más: en sus memorias cuenta que lo que más miedo le daba es que sus torturadores tuvieran un método especial para hacerle hablar y que por eso rechazaba el agua del botijo que le ofrecían.

4

Ese miedo a decepcionar a sus camaradas fue, sospecho, el combustible más eficaz de su valentía. Durante el intento de golpe de Estado del 23 de febrero de 1981, él ejercía de diputado electo del PSUC y asistía al famoso pleno interrumpido por Tejero y sus alcoholizados secuaces. En aquellos días yo estaba haciendo el servicio militar en Vitoria, así que, cuando sonaron los primeros disparos, él, que estaba en el lugar de los hechos, sintió miedo por mí y yo le correspondí con todo el miedo del mundo en mi calidad de soldado de infantería movilizado y a la espera de órdenes. Fue una noche muy larga. Lo primero que hizo él para combatir su miedo fue comerse todas las páginas de su agenda de teléfonos para que la autoridad militar y totalitaria que fuera a salir de todo aquello no pudiera perjudicar a sus camaradas. Agachado en el escaño, tuvo tiempo de considerar que estaba preparado para sufrir otra tanda de torturas pero no para decepcionar a los suyos. Yo, en cambio, pasé un miedo a granel, mucho menos mental, y, aunque si quisiera podría hacerme el interesante y elaborar algunas teorías sobre aquellas horas, debo admitir que el cortocircuito emocional fue tan intenso que no me acuerdo de casi nada (cómo estará mi memoria que creo recordar que los soldados nos juntamos en la sala de televisión y que vimos un episodio de la serie Dallas).

5

Desde que murieron mis padres he ido descubriendo que los pasajes más aparentemente valientes de sus vidas siguen un patrón lógico: nunca dejaron de tener miedo pero siempre encontraron motivos más importantes para superarlo. Todo era cuestión de prioridades. De tanto practicar esta gimnasia de no amedrentarse, desarrollaron una musculatura anímica que, ante una situación propensa a producir pánico, activaba su ironía, su sentido del humor o, en momentos más delicados, su compromiso con un tipo de responsabilidad a prueba de bombas. A mi madre solo la vi asustada en sus últimos meses, cuando le costaba distinguir lo imaginario de lo real y ya no controlaba sus propias decisiones ni los dictados de su carácter, marcados por una combinación de tozudez, convicción, franqueza y autoestima. Mi padre, en cambio, sabía torear los miedos y tenía un gran talento para transferirlos a otros. Ejemplo (lo contaré utilizando el presente histórico, que mola más): después de encontrarse mal durante meses, vamos al médico para que nos informe de los resultados de distintas pruebas. El médico, que lleva unas sospechosas gafas de montura blanca y que manosea un teléfono móvil en el que no deja de sonar la melodía de Tubular Bells, le informa de que tiene, entre otras cosas, cáncer de próstata. Mi padre es un personaje conocido y suele provocar en sus interlocutores una mezcla absurda de simpatía, paternalismo y admiración que les hace parecer menos inteligentes de lo que son. Como no es indiferente al halago, también le gusta dejarse querer, incluso en una situación tan teóricamente desagradable como que te convoquen para comunicarte que tienes, entre otras cosas, cáncer de próstata. Además, mi padre es moderadamente sordo y, para no enterarse de las muchas cosas innecesarias que le rodean, suele olvidarse deliberadamente de su audífono o dejar que las pilas agonicen y se gasten hasta producir extraños y psicofónicos acoplamientos. Hoy se ha olvidado el audífono en casa así que recurre al plan A: fingir que escucha atentamente a quien apenas oye y sonreír con su prestigiosa y ya mítica sonrisa de valiente que resistió la tortura, el exilio, la clandestinidad y blablablá. Yo ejerzo de lo que mejor se me da: de escudero especializado en acumular, con generosa entrega, todos los miedos que los valientes desatienden y desprecian. Para que no haya dudas, pido al Doctor Tubular Bells que hable más fuerte y a mi padre que le escuche con atención. El médico repite su diagnóstico pero lo hace quitándole importancia e insistiendo en que a esa edad (cerca de los noventa años) nadie se muere de cáncer de próstata y que solo hay que someterse a un tratamiento a base de hormonas. Viendo la sonrisa de mi padre, el médico siente la intrépida necesidad de continuar por la vía del optimismo y, poniéndose estupendo, sigue quitándole hierro al cáncer de marras. Yo le escucho horrorizado, consciente de lo que se avecina (los cobardes siempre somos muchos más visionarios que los valientes), hasta que mi padre, fiel a su diplomática capacidad para el sarcasmo, le dice: «Por la manera como me lo cuenta, pues, deduzco que debería alegrarme». Y luego, sin darle posibilidad de réplica, añade: «Dele todas las instrucciones del tratamiento a mi hijo. Él se encarga de estas cosas».

6

No se trata de un acto de cinismo sino de respeto. Los que sí estamos preparados para soportar todos los miedos que nos echen y hemos vivido siempre de terror en terror y de pánico en pánico somos adictos a la sensación de inminencia de la catástrofe y a las preocupaciones (si son inconcretas y abstractas, perfecto; si son concretas y reconocibles, mejor). La responsabilidad de un cáncer de próstata vivido en calidad de enfermero ayudante y asesor permanente es un privilegio que mi padre me concede y que yo acepto encantado. (Nota para el lector: aquí abandono el presente histórico y recupero un modo más convencional de referirme al pasado). Él tenía experiencia: su padre había sido un hombre jovial, valiente y de apetito insaciable pero a su madre, mi abuela Timotea, se la conoce porque, cuando las cosas iban bien, solía suspirar dramáticamente y decir: «¡Ay, qué desgracia más grande debe estar a punto de pasarnos con el tiempo que hace que no nos pasa nada!».

7

Breve biografía de un cobarde (y tal)
Publicado por Sergi Pàmies
oie_4124436dx3x5D1U.jpg

Fotografía: G. C Woolley / CEphoto, Uwe Aranas (CC)

Como paciente, mi padre fue extraordinariamente disciplinado. Siguió todas las instrucciones que le di (siguiendo al pie de la letra las sabias y eficaces instrucciones del doctor Tubular Bells) y, en efecto, pocos meses más tarde los indicadores de los análisis ya revelaron que el índice de PSA había descendido. Mi padre nunca habló de la enfermedad, nunca le tuvo miedo y cuando le preguntaban cómo estaba, respondía con su sonrisa-franquicia y con una especie de mantra de humor aragonés: «Muy bien dentro de la gravedad». Con los años, he ido asumiendo la evidencia de mi propensión a acumular los miedos que mis hermanos intrépidos eran incapaces de experimentar, los miedos de mis padres, los miedos a que pudiera ocurrirles algo a mis novias o a mis amigos, los miedos de la humanidad en general y de mi país en particular y, sobre todo, los miedos a que pudiera pasarles algo malo a mis hijos (definición de algo malo: la suma enciclopédica de todos los peligros que uno es capaz de imaginar y que siempre se ven superados por los peligros que uno no ha sido capaz de imaginar). Ahora que mis padres han muerto, sigo sintiendo miedo por novias que se cansaron legítimamente de mi tendencia a pasar miedo y mis hijos, que ya son mayores de edad, han encontrado el modo de hacerme entender que intente no darles demasiado el coñazo con mis patológicas angustias. En estas circunstancias, he tenido que acostumbrarme a practicar un miedo individual y solitario, sin ondas expansivas ni daños colaterales. Se trata de un daño que, depende del día, puede ser líquido, mineral, gaseoso y que, en el mejor de los casos, puedo convertir en escritura. Es como un zumbido permanente en el alma que resultaría doloroso e insoportable si le diera demasiada importancia y que, en los días de sol, parece una broma absurda e inofensiva. Sé que quitarle importancia no conduce a nada, pero nos llevamos bien y se ha ido convirtiendo en el sentimiento humano que mejor conozco y en mi vínculo más sólido con esa abuela Timotea a la que apenas conocí, pero con la que me siento plena e impotentemente identificado.
https://www.jotdown.es/2019/04/breve-biografia-de-un-cobarde-y-tal/
 
La primera Ginzburg regresa a los lectores
La editorial Acantilado publica la primera novela de la autora italiana, El camino que va a la ciudad acompañada de tres relatos. La traducción es de Andrés Barba

detalle-portada-libro-publica-Acantilado_1233486709_13315217_1020x574.jpg

Un detalle de la portada del libro, que publica Acantilado.
KARINA SAINZ BORGO
PERFIL
EMAILTWITTER


PUBLICADO 07.04.2019 - 05:15
ACTUALIZAD O7.4.2019 - 14:11

Es una de las voces más importantes de la literatura italiana del siglo XX. Olvidada durante algún tiempo, a raíz del centenario de su nacimiento hace ya dos años, los lectores volvieron la mirada hacia Natalia Ginzburg, a quien Oriana Falacci describió como una mujer profunda, hecha para llevar cargas y dolores con entereza, algo que resuena con fuerza en sus libros y su biografía. Comenzó a publicar en la década de los cuarenta y estuvo ligada a figuras de la izquierda intelectual italiana como Cesare Pavese, Italo Calvino, Giulio Einaudi y su primer marido, Leone Ginzburg, que fue asesinado en una cárcel de la capital por las fuerzas fascistas.

Entre las novedades literarias para este mes, el sello Acantilado ofrece en su catálogo un volumen que reúne su primera novela, publicada en 1942, El camino que va a la ciudad, acompañada de los relatos Una ausencia, la historia de un matrimonio tras años de convivencia; Una casa en la playa y Mi marido, un libro que explora la naturaleza de las relaciones, la noción de identidad y fidelidad. Muchos de estos textos ya fueron publicados por Lumen. Sin embargo, lo que distingue los que publica Acantilado es la traducción, en esta ocasión a cargo del escritor Andrés Barba, quien ya ha traducido para el mismo sello Y eso fue lo que pasó, la segunda novela de Ginzburg publicada en 1947, así como me Me casé por alegría, una obra de teatro hasta entonces inédita en español.

Acantilado publica la primera novela de Ginzburg y una selección de relatos. La traducción pertenece al escritor Andrés Barba

Nacida en Palermo en 1916, pronto se trasladó a Turín, una de sus novelas más importantes es Léxico familiar, la narración autobiográfica de los recuerdos de infancia y juventud de la escritora, capturados en retazos de conversaciones, en frases familiares e íntimas o en las charlas que los intelectuales del Turín de los años treinta, mientras comienza a alzarse el fantasma del fascismo. la novela fue reconocida con el Premio Strega, en 1963. En ese libro, Ginzburg sintetizó sus principales temas: las relaciones ínitmas, la familia y lo próximo como metáfora de un tapiz mayor.

Los cimientos de la madurez literaria de Ginzburg aparecen en El camino que va a la ciudad. En sus páginas cuenta la historia deDelia, una chica que vive con sus padres y sus cuatro hermanos en una minúscula casa de campo en la Italia de los años cuarenta. Delia tiene 16 años y anhela dejar atrás la monotonía del hogar, que delata incluso la triste letanía del gramófono de la familia, en el que suena siempre la misma canción. Así pues, la muchacha decide seguir los pasos de su hermana mayor y tomar el único camino que le permitirá marchar a la ciudad y cambiar de vida: el matrimonio.

"Quería escribir una novela, no sólo un relato breve. Pero no sabía si me iban a alcanzar las fuerzas"

La Delia de El camino que va a la ciudad comparte espíritu Todos nuestros ayeres, en cuyas páginas la autora recorre un tramo de la historia europea a través de la mirada de Anna, una apocada niña que vive en un pueblo del norte de Italia en los años previos a la Segunda Guerra Mundial. Anna nunca habla, pero observa y escucha todo. Justamente por eso ella se convierte en los ojos y oídos del lector. Sin embargo, el libro más hermoso de todos, el más urgente y luminoso son sus ensayos, publicados por primera vez en español.

"Comencé a escribir El camino que va a la ciudad en septiembre de 1941 -escribe Ginzburg en el prólogo que acompaña este libro. Me rondaba la idea del mes de septiembre, el septiembre nada lluvioso y más bien cálido y tranquilo de la campiña en los Abruzzos, cuando la tierra enrojece; me rondaba la idea de la nostalgia de Turín y tal vez también El camino del tabaco de Caldwell, que había leído, creo, por aquella época y me había gustado un poco, pero no demasiado. Todas esas cosas se confundían y mezclabanen mi interior. Quería escribir una novela, no sólo un relato breve. Pero no sabía si me iban a alcanzar las fuerzas".Le alcanzaron, por supuesto. Armó la novela con la lógica íntima de lo cercano, lo minúsculo, lo humano.

detalle-cubierta-libro-publicado-Acantilado_1233486708_13315184_660x1042.jpg

Un detalle de la cubierta del libro, publicado por Acantilado
https://www.vozpopuli.com/altavoz/cultura/primera-Ginzburg-regresa-lectores_0_1233477462.html
 
La epopeya de los apaches
Publicado por E. J. Rodríguez
oie_7PkolmOvBmSB.jpg

Gerónimo (Goyaałé) en 1887. Fotografía: Ben Wittick / The U.S. National Archives (DP).
Antes me movía por donde quería, como el viento. Ahora me rindo y eso es todo.

Con estas melancólicas palabras reconoció su derrota final el legendario líder apache Gerónimo, uno de los principales protagonistas de la última gran guerra de resistencia india. La última y, siniestra realidad, perdida de antemano. Gerónimo y los suyos nunca pudieron y nunca iban a poder, aun a golpe de heroicidad, detener el cruel rodillo de la historia. Los apaches, como estaba escrito con sangre en la profecía ya cumplida para otras naciones indias, perdieron sus tierras y todo lo que habían tenido, incluyendo la opción de vivir a su manera sobre su propio suelo ancestral. Se desvanecieron bajo el constante acoso de dos nuevas repúblicas que crecían como la mala hierba, devorando tierras sin que nada pareciese saciar su hambre: los Estados Unidos y México.

Las mismas palabras de Gerónimo sirven para titular la última novela del escritor mexicano Álvaro Enrigue, Ahora me rindo y eso es todo, una crónica monumental, vivaz y absorbente de la desaparición de la apachería, aquel país que sabemos existió porque estuvo en los mapas, como cualquier otro país, y del que ya no queda sino el recuerdo. Del libro podría decirse que es una novela histórica, porque la narración novelada de aquel tiempo y aquellos sucesos domina buena parte del texto, además enriquecida con el detallismo erudito propio de un ensayo; Enrigue se documentó durante años sobre las guerras apaches y el esfuerzo se deja notar. De ese trabajo previo de preparación emergen decenas de deliciosos detalles y curiosidades históricas.

Pero también es una novela mestiza, en varios sentidos de la palabra; en ella encontramos la interpolación de fragmentos escritos en primera persona por el propio autor —o más bien, por una versión ficticia del autor— a modo de reflexión sobre lo escrito, y aún hay veces en las que diríamos estar leyendo un libro de viajes. Las páginas basculan entre épocas, entre la aventura y la crónica, entre el punto de vista del narrador impersonal y el de los personajes que forman parte de la propia trama. Esta estructura, ambiciosa sin duda, tiene vocación de epopeya porque el alcance de lo que relata es enorme, como visto desde el espacio, como contado por un demiurgo. Los personajes de Ahora me rindo y eso es todo forman parte de un retablo fatalista gobernado por el tiempo y para ellos todo ha de acabar como sabemos que acabó: con la desaparición de los apaches como nación soberana.

Es una novela fronteriza no solo en lo geográfico, sino también en lo temporal: situada en el final de una era, en el colapso de una manera de entender la existencia, como las leyendas artúricas, las biografías de los pintores impresionistas y hasta las Crónicas marcianas de Ray Bradbury, en las que los alienígenas desempeñaban el baqueteado papel de apaches. Álvaro Enrigue, con gran habilidad, permite que el lector viaje a aquellos tiempos y contemple, casi como con sus propios ojos, la destrucción de todo un mundo y su sustitución por otro.

Una de las reflexiones implícitas de la novela, no casual en esta época del auge rampante de nacionalismos en Europa y las Américas, y tampoco casual en un escritor mexicano que está casado con una gringa y vive en los Estados Unidos, es la noción de que las naciones desaparecen, todas. Desapareció la apachería, pero también desapareció el imperio español. Y, con el tiempo, desaparecerán México, los Estados Unidos, España. Lo que permanece son los seres humanos, sus recuerdos y sus costumbres, algunas de ellas más viejas que cualquier país; como dice Enrigue, «las naciones precolombinas ya no están, pero los mexicanos seguimos comiendo tacos». Y aun así, en mitad de esta visión opuesta a lo eterno, el exterminio sistemático de los apaches se antoja sangrante, improcedente, como si hubiese sido acelerado más allá de lo que el propio ritmo de la historia requería.

El argumento de la novela arranca con el secuestro de una mujer llamada Camila —uno de los varios personajes que existieron en la vida real, como el teniente coronel Zuloaga— a manos de los indios. Y luego continúa con varios secuestros más: el de la tierra apache, sobre la que ya no cabía pagar rescate porque nadie iba a devolverla y porque los apaches tampoco hubiesen tenido con qué pagar la recompra. El secuestro de los recuerdos de un pueblo a manos del folclore nacionalista estadounidense y de la poderosa mitología del wéstern. Como bien recuerda Enrigue, varios de los protagonistas más célebres de las guerras apaches —Gerónimo, Cochise, Mangas Coloradas— nacieron en territorios que entonces pertenecían a la república de México y por lo tanto son, al menos en terminología historiográfica, dignatarios mexicanos. Pero nuestra nación hermana cedió los términos del relato a los gringos, por lo que Ahora me rindo y eso es todo se propone recuperar esos términos, rememorando los días finales de los apaches, pero con orgulloso arraigo en los usos y costumbres de la literatura hispánica. Así, aunque una parte del libro es un wéstern por derecho propio, no se limita a una mera reelaboración de argumentos cinematográficos sobre indios y pistoleros; tiene mucho más en común, al menos en cuanto a tono, estilo y espíritu, con la novela hispanoamericana de segunda mitad del siglo XX.

La admirable ambición de Álvaro Enrigue hubiese servido de poco sin su arma principal como escritor mexicano: una prosa vivaz, aguda, al mismo tiempo escrupulosa y populachera, y con frecuencia sorprendente. Una prosa que recoge influencias, cómo no, de autores como Borgesen cuanto a las escapadas ensayísticas y García Márquez en cuanto a estilo. Del nobel colombiano escribió el propio Enrigue que «el sentido del humor sardónico, sumado a su dicción desenfadada, genera la impresión de un habla popular en su escritura», y, sin ánimo de comparar, parecidos términos se le podrían aplicar al desparpajo cervantino de Ahora me rindo y eso es todo. Una novela fatalista y realista donde el siniestro destino final de los apaches le llega al lector tal como les llegó a sus contemporáneos, en forma de un armagedón acallado por el fragor de innumerables, pequeñas y distintivas tragicomedias cotidianas.

Nadie llegó nunca hasta donde terminaba Nueva España, o si llegó no dijo nada o no volvió: se lo comieron los osos, lo flecharon los indios, se lo cargó el frío.

Los amantes de las historias fronterizas, de las sagas indias, de un realismo mágico cuyos fantasmas fueron individuos de carne y hueso que tenían otro color de piel y hablaban otro idioma y que fueron convertidos en espectros por la fuerza, encontrarán en Ahora me rindo y eso es todo una lectura en la que perderse por unas cuantas horas.
https://www.jotdown.es/2019/04/la-epopeya-de-los-apaches/
 
Seis mujeres barbudas que lucharon por su dignidad rompiendo cánones

Creación cultural

La editorial Antipersona publica el breve ensayo de Pilar Pedraza El salvaje interior y la mujer barbuda, una obra actual y brillante sobre la construcción de la 'otredad' en el imaginario popular

Pedraza recopila historias de feminidad subversiva y destaca la vida de mujeres pilosas que enfrentaron todo tipo de vicisitudes por su aspecto

Francesc Miró
09/04/2019 - 22:04h
Fotografia-Clementine-Delait_EDIIMA20190404_0994_19.jpg

Fotografía de Clémentine Delait (1923)

Pilar Pedraza

La cara B de la cultura es tan fea como la pintan


En la construcción incesante de un 'nosotros', la cultura occidental no ha escatimado medios para conseguir crear la imagen del 'ellos'. A veces, antes incluso de definir qué somos y qué nos identifica como sociedad en común. Nuestra historia es una prueba palmaria de cómo se ha inoculado con toda suerte de estrategias la idea del otro para dibujar las líneas de lo que es aceptable y lo que no, de lo que es adecuado o todo lo contrario.

En esta construcción, a lo largo del siglo XX, losfreak shows, los circos de variedades y los museos ambulantes de rarezas jugaron un papel fundamental. Mediante la otredad de lo expuesto como un entretenimiento baladí, la clase dominante era capaz de justificar el saqueo o el genocidio de la población de otros países -las personas racializadas a veces eran exhibidas en safaris humanos-, pero también de señalar cuáles eran los mandatos sociales o de comportamiento.

"En la sociedad europea, esto recayó en muchas ocasiones sobre la mujer", describe el prólogo de El salvaje interior y la mujer barbuda, publicado por el pequeño sello Antipersona. "La bruja, la histérica, la mendiga o la barbuda fueron fuertemente perseguidas, explotadas y castigadas por desobedecer las normas sociales que decían cómo debía ser la conducta y el aspecto físico de la mujer".

En su último ensayo, la escritora, investigadora y doctora en Historia del Arte Pilar Pedraza aborda esa construcción del otro. Pero lo hace con especial atención a la mujer, como ya hizo en otros brillantes textos como Máquinas de amar (Valdemar, 1998) o Brujas, sapos y aquelarres(Valdemar, 2014). En este reivindica la figura de mujeres que subvirtieron el imaginario heteronormativo y por ello fueron exhibidas como monstruos o enfermas, cuando solo eran mujeres con barba.

Antonieta Gosalvus
Retrato-Antonieta-Gosalvus-Lavinia-Fontana_EDIIMA20190404_0993_5.jpg

Retrato de Antonieta Gosalvús atribuido a Lavinia Fontana (1552-1614)



La del cuadro que precede estas líneas es Antonieta Gosalvus retratada, se cree, por la pintora boloñesa Lavinia Fontana. Nació en la segunda mitad del siglo XVI, se crió entre palacios con refinados modales. Era hija de Petrus Gosalvus, un hombre canario que formaba parte de la corte de Enrique II de Francia, casado con una mujer parisina llamada Catherine y con cuatro hijos e hijas.

Debido a su hipertricosis - conocido como síndrome de Ambras y cuya principal característica es el exceso vello en todo el cuerpo-, tanto Antonieta como su familia fueron retratados en múltiples ocasiones. Devinieron una compañía de lujo para la corte de Enrique II.

"Creo que nuestra sociedad ha ido recalificando el estatus de lo femenino casi a conveniencia", explica Pilar Pedraza en conversación con eldiario.es. "Gosalves fue una mujer de palacio, cuidaba de los más pequeños y tenía una vida de cortesana. Pero a la hora de la verdad, se podría decir que ella, como otras mujeres pilosas, no era vista más que como un animal de compañía". Según la escritora, "en las cortes europeas del siglo XVI se conocen muchas figuras que, como Gosalves, pertenecían al mundo de la diversión palaciega o de lo doméstico. De hecho fueron muy comunes en la España de los Austrias".

Bárbara Urselin
Barbara-UrselinJPG_EDIIMA20190404_1000_5.jpg

Barbara Urselin por G. Scott. Grabado punteado de finales del siglo XVIII a principios del siglo XIX. National Portait Gallery.



Bárbara Urselin no corrió la misma suerte Antonieta Gosalves. Nació en Kempten, Alemania, en 1629. Sus padres, que no eran pilosos, la exhibieron desde muy pequeña como La mujer cubierta de pelo, previo cobro de entrada, hasta que la casaron con un hombre que hizo lo mismo por freak shows de toda Europa, por entonces espectáculos para gente adinerada o pudiente.

Pedraza cuenta que la imagen de la mujer, al igual que la construcción del concepto de 'otredad', es maleable en nuestra cultura. "La Edad Media heredó y manipuló la cultura clásica. Lo que eran amazonas, lo convirtió en monstruosidades. Lo que eran oráculos sagrados, pasaron a ser despreciables alucinadas", cuenta la escritora. De aquellos polvos estos lodos: "La misoginia se instaló en nuestra cultura y se aceptó que la mujer era inferior en todos los sentidos".

"Por aquel entonces", explica Pedraza, "personas como Bárbara Urselin se veían como una fauna exótica. Se les pintaban cuadros y se les hacían efigies que muchos nobles coleccionaban como rarezas".

Julia Pastrana
julia-pastranajpeg_EDIIMA20190404_1009_5.jpg

Cuerpo momificado de Julia Pastrana. Fotografía de G. Wick (1900)



Se la conocía como 'la mujer más fea del mundo', 'Bearded and Hairy Lady' o la 'Nondescript'. Además del síndrome de Ambras, su rostro estaba marcado por un prognatismo mandibular agudo. A pesar de hablar tres idiomas, tocar varios instrumentos y ser una mujer inteligente y cultivada, su aspecto físico la llevó a dedicarse al mundo del espectáculo.

Julia Pastrana nació en una familia humilde de una tribu de indios de Sierra Madre (México) y trabajó durante años como asistenta en casa de un potentado. A los veinte se inició en el mundo del teatro de variedades y conoció a Theodor Lent, un empresario que se casó con ella "para evitar deserciones", tal y como cuenta Pedraza. Ambos tuvieron un hijo, también con hipertricosis, que murió al poco de nacer. Ella falleció en 1860. Lent los embalsamó a ambos y los exhibió durante años sin ningún pudor.

El empresario llegó a casarse con otra mujer barbuda, Marie Bartel, a la que cambió el nombre por Zenora Pastrana e hizo pasar por hermana de la fallecida y momificada Julia. Marie, mucho más joven que Lent, terminaría metiéndole en un manicomio, afeitándose la barba y casándose otra vez con el fin de llevar una vida tranquila.

"De las mujeres barbudas como Pastrana sí tenemos mucha información", explica Pedraza. La ficción, de hecho, se ha acercado a la figura para tratarla de distintas formas, como en Se acabó el negocio, una película en la que Marco Ferreri y Rafael Azcona utilizaron la leyenda de Julia Pastrana como inspiración para una extraña comedia negra. "La mujer pilosa representaba 'lo otro', abyecto o exótico", cuenta Pedraza, "son casos reales, casos de personas con estas características físicas que quisieron introducirse en la normalidad y que fracasaron porque el mal ya estaba hecho, ya se había asentado socialmente".

Krao Farini
Krao-farini_EDIIMA20190404_1010_5.jpg

Krao Farini junto a William Leonard Hunt, el Gran Farini (1883)



Algo menos turbia, resulta ser la historia de Krao Farini (aunque también lo es). Se cree que nació en 1876 en la frontera entre Laos y Tailandia, pero más tarde conseguiría la ciudadanía estadounidense. Sus primeras apariciones públicas en Europa datan de principios de 1880, siendo aún muy pequeña. La dio a conocer otro empresario del espectáculo Guillermo Antonio Farini, conocido como El Gran Farini, que solía contar que procedía de una tribu perdida de aspecto simiesco que vivía en las copas de los árboles. Que la había conseguido, como si de un mueble se tratase, de manos de los reyes de Birmania.

Farini la adoptó como hija y fue de gira con ella por todos los Estados Unidos durante años. Más tarde viajó con el circo Ringling Brothers de forma independiente y gestionando su fama y su dinero hasta que, cansada, se retiró a un piso de Brooklyn. Cuenta Omar López Mato en su libro Monstruos como nosotros: Historias de freaks, colosos y prodigios que Krao gozaba de muy buena fama en su barrio y que vivió pacíficamente el resto de sus días. Era conocida y respetada por sus vecinos, y más célebres que su vello facial eran las fiestas que oficiaba y la comida que preparaba. A su muerte, pidió que la incinerasen, conocedora de lo que había ocurrido con el cadáver de Julia Pastrana.

El caso de Krao, según Pedraza, es significativo porque nos muestra que aunque escasas, "también hubo historias de mujeres con características físicas diferentes que salieron adelante". La escritora describe que Farini pertenecía a "un mundo muy desconocido, pero que nos enseña mucho no solo sobre el imaginario cultural sino también sobre la historia del espectáculo que en Europa y en América moldeó el concepto de 'quién y cómo es el otro'". Según ella, "todo esto hay que saberlo porque ilustra muchos problemas actuales: el miedo al diferente viene de muy lejos".

Clémentine Delait
Fotografia-Clementine-Delait_EDIIMA20190404_0995_5.jpg

Fotografía de Clémentine Delait (1923)



Clémentine Clattaux nació el 5 de marzo de 1865 en Chaumousey (Francia), en el seno de una familia dedicada a la agricultura. A ello dedicó gran parte de su vida, pues su trabajo en el campo resultaba imprescindible para el subsistir familiar. Pero a los trece años empezó a crecerle vello facial, que se afanaba en afeitarse.

En 1885, cuando contaba con veinte años, se casó con un panadero local llamado Joseph Paul Delait, con quien llevaría el negocio y luego un bar. Un día, cuando ella contaba con 36 años, aceptó la apuesta de un feriante de dejarse crecer la barba a cambio de 500 francos, que equivaldrían a más de 5.000 € actuales. Sin embargo, el feriante desapareció antes de pagar lo debido y ella empezó a gustarse y aceptarse con barba. Así que se la dejó crecer sin esconderla ni un día más el resto de su vida.

Tal fue el recibimiento de quien la conocía que decidió rebautizar el bar que llevaba con su marido como Le café de la Femme à Barbe. A su clientela habitual se sumaban curiosos y, más tarde, reporteros y fotógrafos a los que cobraba. Sus imagen se convirtió en un icono de la época y sus postales se vendían en toda Francia. Tras la Primera Guerra Mundial, sin embargo, la pareja y su hija adoptiva Fernande empezaron a sufrir dificultades y tuvieron que echar el cierre al popular local.

Tras rechazar varias propuestas de circos ambulantes, algunas de ellas millonarias, Delait empezó a aceptar invitaciones de personas importantes como el príncipe de Gales e intentar sacar partido de su vello para sacar a su familia de una crisis que terminó afectando a la salud de su manadero. Con el tiempo, ella abriría otra cafetería que regentaría hasta el final de sus días. Falleció en 1939, a los 74 años, e hizo esculpir en su epitafio: "Aquí yace Clémentine Delait, una mujer con barba".

Jennifer Miller
Jennifer-Miller-Foto-Nina-Mouritzen_EDIIMA20190404_1021_5.jpg

Jennifer Miller. Foto: Nina Mouritzen (2015)



Todas estas mujeres, para Pilar Pedraza, son "parte de nuestra herencia cultural". De ahí que no dude en reivindicar por último a Jennifer Miller, mujer barbuda y creadora del Circus Amok.

A finales de los setenta del siglo pasado, Miller se dio a conocer entre las vanguardias artísticas de Estados Unidos a través de la performance y la danza. "Recibió una educación privilegiada en un ambiente intelectual y progresista", cuenta Pedraza, y se significó como una artista singular en múltiples ámbitos. Su circo, a medio camino entre la performance estética y la agitación cultural callejera, ha recorrido el mundo entero.

"El cuerpo es un territorio de opresiones", diría Miller. "Las mujeres sufren por tener que plegarse a una imagen, y para ellas una barba es inconcebible. Una mujer no lleva barba porque ante todo, tiene que ser femenina. Pero legitimar la diferencia es también legitimar sus sufrimientos. Seré, pues, una mujer barbuda, sin que por eso sea diferente".

https://www.eldiario.es/cultura/libros/mujeres-barbudas-lucharon-dignidad-rompiendo_0_885062411.html
 
Cuando Chernóbil eclipsó la destrucción de un millón de libros
La escritora Susan Orlean saca del olvido el incendio de la Biblioteca de Los Ángeles, que tuvo lugar tres días después del accidente nuclear y cuya autoría es un misterio
incendio-bilioteca-los-angeles-kXCH--620x349@abc.jpg


Seguir Inés Martín Rodrigo@imartinrodrigo
Madrid Actualizado:11/04/2019 11:18h

0 Chernóbil, el laboratorio del fin del mundo

Todo el mundo de una cierta edad conserva en su memoria, pese a que cada vez es más frágil y corta, el accidente nuclear de Chernóbil (actual Ucrania). Quizás no para concretar el año, y mucho menos el día, en que el reactor 4 de la central se descontroló y provocó la explosión de vapor que desencadenó el infierno. Pero sí para hablar, con cierto conocimiento de causa, de uno de los mayores desastres de nuestra Historia reciente. Sin embargo, nadie, o casi nadie, sabe lo que sucedió unos días después al otro lado del mundo. Concretamente, en Los Ángeles (Estados Unidos), donde el 29 de abril de 1986 ardió laBiblioteca Central, ubicada en el «downtown».

Para los que gusten de ejemplos un poco exagerados, es como si en España se hubiera incendiado la Biblioteca Nacional, con todas sus joyas dentro. Si tienen madera cerca, tóquenla, no vaya a ser que por mentar a la bicha, que en este caso es el fuego, vayamos a tener un disgusto. El caso es que la noticia del fuego en la ciudad de los sueños fue eclipsada, lógicamente, por Chernóbil y su cobertura reducida, casi, al ámbito local. Ni siquiera tuvo repercusión en Nueva York, centro neurálgico de las pasiones informativas más encendidas.

Allí vivía, en aquel momento, la periodista y escritora Susan Orlean(Cleveland, Ohio, 1955), que, como tantos otros, permaneció ajena a lo sucedido en esta Biblioteca durante muchos años. En concreto, hasta 2011. Se acababa de mudar, precisamente, a la costa oeste estadounidense y su pasión por las bibliotecas le llevó a visitar, un día, la Central de Los Ángeles. Inquieta y curiosa, Orlean empezó a recorrer los pasillos de aquel inmenso edificio, diseñado por el célebre arquitecto Bertram Goodhue e inaugurado en 1926. Seguía, como persiguiendo un rastro, al guía que había contratado para que le amenizara la visita, hasta que éste, de repente, se detuvo en una de las secciones y cogió un libro de un estante. «Aún huele a humo», dijo, y Orlean, perpleja, se apresuró a preguntar a qué venía aquella apreciación.

«La biblioteca en llamas» (Temas de Hoy), el libro que decidió escribir aquel mismo día, tras su conversación con el guía, y en el que reconstruye, con precisión de fiscal, todo lo que sucedió antes, durante y después de un incendio cuya autoría hoy sigue siendo un misterio.

El valor
Según el estudio hecho por varias compañías aseguradoras, en 1986 el valor de la Biblioteca Central de Los Ángeles era de unos 69 millones de dólares. Esa estimación incluía unos dos millones de libros, la mitad de los cuales quedaron reducidos a cenizas aquel 29 de abril. Entre ellos, una copia del Quijote, fechada en 1860 e ilustrada por Doré. Pero, también, todos los libros sobre la Biblia, la cristiandad y la historia de la Iglesia, incluida una de las páginas de la «Biblia de Coverdale» (1635). Ardieron todas las biografías, de la H a la K, y todas las obras de teatro estadounidenses y británicas. Se perdió todo Shakespeare. Unos 90.000 libros sobre astronomía, física, química, biología, ingeniería, metalurgia, sismología y medicina se calcinaron, y el mismo final tuvieron 45.000 obras literarias de autores entre la A y la L, 12.000 libros de cocina, toda la colección de libros de arte, tres cuartas partes de los microfilmes de la Biblioteca y un libro de Andrea Palladio del siglo XVI.

incendio-bilioteca-los-angeles-2-kXCH--510x349@abc.jpg

Un bombero, en uno de los pasillos calcinados de la Biblioteca de Los Ángeles - ABC
Sin olvidar los cinco millones de patentes estadounidenses registradas desde 1799 que fueron pasto de las llamas. La mayor pérdida en una biblioteca pública en la historia de EE.UU. «Muchas de aquellas obras eran irremplazables. Cuando un libro es destruido, es como una voz que queda silenciada, hay una pérdida que todos sentimos muy dentro y tiene un impacto emocional», reflexiona Orlean. En el caso de la Biblioteca de Los Ángeles, la autora describe la catástrofe como «una colección de conocimiento construida a lo largo de muchos años y que quedó destruida».

La investigación abierta tras el incendió apuntó a un supuesto culpable, que finalmente fue dejado en libertad por falta de pruebas. Se trataba de Harry Peak, un aspirante a actor en cuyo currículum figuraban trabajos de dudosa reputación y al que, sobre todo, le gustaban los focos y llamar la atención. De hecho, llegó a presumir entre sus amigos, a los pocos días del incencio y en mitad de una borrachera, de haber sido el causante del fuego. Aunque luego cambiaría de versión en tantas ocasiones que la Policía le dejó por imposible. Murió el 13 de abril de 1993, víctima del sida. «Cometía errores tontos constantemente y casi todo lo que le ocurría era porque era estúpido. Quería caer bien a todo el mundo y no creo que quisiera hacer el mal intencionadamente, pero nunca lo sabremos», remata Orlean.

La Biblioteca Central de Los Ángeles volvió a abrir sus puertas el 3 de octubre de 1993. Hoy, aquel incendio es sólo el recuerdo de una de las peores pesadillas vividas en la ciudad de los sueños.
https://www.abc.es/cultura/libros/a...ccion-millon-libros-201904110124_noticia.html
 
En la distopía del s*x*
Domingo, 14 abril 2019 - 10:15
Durante décadas, el ser humano ha temido el momento en el que el s*x* y el amor sean realidades ajenas la una a la otra. ¿Ha llegado ya ese día? Novelas como Sudor de Alberto Fuguet y Mañana tendremos otros nombres, de Patricio Pron, retrata esa realidad.

15549948670991.jpg

ANTOINE D'AGATA
Ahora que están de moda las distopías, podemos recordar cuatro acercamientos del género al tema del s*x*. Primero: en Un mundo feliz, de Aldous Huxley, la reproducción está desligada del acto sexual y del cuerpo de la mujer, hasta el punto de que El Salvaje, su héroe, es un personaje maldito porque ha nacido del vientre de su madre. Liberada de la función reproductiva, la sociedad del Estado Mundial vive enuna rutina de orgías eficientemente programadas y ejecutadas. Segundo: en Barbarella, la película de Roger Vadim de 1968 basada en el cómic de Jean-Claude Forest, el Gobierno provee a sus ciudadanos de orgasmos a través de píldoras. Cuando Barbarella (Jane Fonda) es enviada a una misión especial en los confines de la galaxia, descubre el antiguo y prohibido mecanismo del coito y su historia cambia para siempre.

Seguimos. En Blade runner 2049, el Blade runner de Denis Villeneuve, el personaje del oficial K (Ryan Gosling) resuelve sus deseos a través de una replicante de infinita dulzurallamada Joi (Ana de Armas), a la que enciende, apaga y duplica según su voluntad. Y cuarto: en El cuento de la criada, de Margaret Atwood, la obsesión por la reproducción es tan apremiante que la sexualidad se ha convertido en un sistema de explotación esclavista, desligado de las ideas de placer o amor.

Conclusión: desde hace décadas, el hombre intuye, teme o fantasea con la quiebra de la complicadísima cultura que ha unido el placer sexual, el anhelo romántico y la función reproductiva. Intuye, teme o fantasea con el momento en el que ya no haga ninguna falta enamorarse de alguien para encontrar con quien acostarse y en el que ese encuentro no esté dirigido, antes o después, a la procreación. Es decir: la ruptura de uno de los temas centrales de nuestra vida social desde hace siglos.

Ahora, miremos a nuestro alrededor: la segunda parte de la distopía es una realidad aceptada y vivida con naturalidad desde la popularización de la píldora anticonceptiva. Hace mucho que el s*x* no es una conducta que se celebre con el fin, expreso o aplazado, de tener hijos y perpetuar la especie. No merece la pena darle más vueltas.

En cuanto a la primera parte de la fantasía, la que tiene que ver con la separación entre amor y s*x*, puede que ya hayamos atravesado las puertas de la distopía sin darnos cuenta. La tecnología más cotidiana de nuestro mundo, el teléfono móvil y sus aplicaciones dirigidas al encuentro entre desconocidos, es el acelerador y la expresión obvia de un cambio que llevaba en el ambiente desde la época de las vanguardias. Grindr, Tinder y similares son algo más que una anécdota, algo más que una moda para ligones como otras tantas que se han sucedido en el último siglo y medio.

15549957269533.jpg

Alberto Fuguet.ANTONIO M. XOUBANOVA
Tomemos ahora dos novelas recientes que retratan la nueva sexualidad. Por ejemplo, Sudor, del chileno Alberto Fuguet (Random House) que es fácilmente caricaturizable como «la novela del Grindr». Muy en resumen: Alf, el narrador de Sudores un editor en Santiago de Chile que, aunque también es un poco mayor y un poco sentimental para la gran fiesta de la promiscuidad gay, está en el juego. Los amantes vienen y van. Algunos propician un amago de conexión personal, más bien precaria, y otros dan miedo. Un día, visita Santiago un viejo gigante de la literatura en español que se parece mucho a Carlos Fuentes y al que acompaña su hijo, Rafael. Rafael es diabólico, guapísimo y hemofílico y Alf, obviamente, se enamora de él. Lo gracioso es que desde ese estado, que se supone que es de enajenación, el narrador adquiere la lucidez de entender que lo de Grindr no es tan divertido como parece.

«Prefiero lo romántico y analógico en oposición de lo digital, tal como al final lo prefiere Alf en Sudor y creo que, de a poco, a muchos que andan a la caza les pasa eso. Lo mejor de esta orgía digital es que está llegando a su fin, o quizá no sea tanto como eso pero sé que muchos ya están captando que tiene que haber otra cosa. Que debe existir un lazo. Que lo realmente erótico y sexy es la confianza y la intimidad y la complicidad. Cierto hartazgo está abriendo nuevas formas de interacción más vintage: bares, baños de vapor, citas a ciegas, sistemas de conocer gente cara a cara, etcétera. Y, si acaso, uno puede ayudarse con lo digital, tal como uno se ayuda con decenas de tecnologías», explica Fuguet en un correo enviado desde Buenos Aires.

Y continúa: «Creo que Instagram es el nuevo Grindr. Pero es diferente, ya hay un grado de exposición y de ciertos lazos que humanizan todo. Al final se arman contactos por temas estéticos y de morbo pero también por la onda y por los lugares y los libros que leen los usuarios. Puedo ser ingenuo pero intuyo que todo es pendular. Acabo de ver una cinta argentina, Fin de siglo, y es más sexy una cita con baile de dos heteros que terminan besándose y follxxxx que las de los gays que parecen robots y se conocen por Grindr. Y acabo de filmar una cinta llamada Siempre sí que está llena de whatssaps, Spotifty e Instagram, pero en la que el chico protagonista recorre la Ciudad de México ligando a la antigua: con los ojos, la sonrisa, la conversación, la disco».

Fuguet habla desde la experiencia de ser un hombre homosexual, lo que significa que todo le ha pasado un poco antes._La gran «orgía digital» empezó hace años y el agotamiento ha llegado ya. Para los heterosexuales, todo es más nuevo. Por eso, el equivalente de Sudor para las relaciones heterosexuales es un libro de descubrimiento, aturdimiento y estupefacción.

Mañana tendremos otros nombres (Alfaguara), de Patricio Pron, habla de una pareja sin hijos de casi 40 años. Gente educada y amable, ni rica ni pobre, que un día se separa por nada en concreto: por hastío o por melancolía. La ruptura es deprimente, pero la reconstrucción de los personajes tras el trauma es el verdadero meollo. Él y Ella (así se llaman los personajes de Pron) descubren que la amistad, el s*x* y el anhelo de romanticismo se resuelven a través del móvil, pero no dan con las claves.

«En realidad», explica Pron, «la escisión entre el apego y el s*x* es una constante histórica; estaba en la concepción del matrimonio como un contrato entre dos familias destinado a incrementar su patrimonio y/o su ascendente político y fue una de las reivindicaciones más importantes de la generación de la liberación sexual. La vinculación entre lo amoroso y lo sexual se produce sólo en el ámbito del ideal romántico, pero éste comenzó en el siglo XVIII y sólo se concretó efectivamente en el XX, especialmente a partir de 1950. Es un tiempo muy breve. La excepción antes que la regla».

15549957139258.jpg

Patricio Pron.JORDI SOTERAS
~Entonces, ¿eso de desligar amor y s*x* no es una distopía?

~Lo que subyace a estas distopías no es la amenaza de un cierto pragmatismo sexual, sino más bien la visión de una sociedad en la que no se establezca el apego. No hay distopía que no constituya una expresión temerosa de una utopía específica, y es evidente que las distopías acerca de sociedades sin experiencia amorosa señalan los límites potenciales de los esfuerzos continuados por separar s*x* y sentimentalidad en el marco de la hegemonía del ideal romántico.

Pron alerta contra las visiones apocalípticas: «Atravesamos un período de incertidumbre, que suscita en algunos una nostalgia de unos valores tradicionales que en realidad nunca existieron. Y sin embargo, es precisamente en esa incertidumbre en torno a los límites y posibilidades de las relaciones entre hombres y mujeres donde radica la posibilidad de una adecuación a los nuevos tiempos: en la posibilidad de que nuestra inadecuación al 'nuevo mundo' nos lleve a una discusión acerca de la forma en que hemos amado, y por consiguiente, de la manera en que deseamos amar y ser amados en el futuro».

La ensayista Brigitte Vasallo, autora de Pensamiento monógamo, terror poliamoroso (La Oveja Roja) aporta la perspectiva feminista al debate. «Hay una cuestión de género. Las mujeres, sobre todo las mujeres que se acuestan con hombres, y los hombres que se acuestan con hombres siempre han tenido claro que hay una separación entre lo romántico y lo sexual, porque hay una masculinidad que siempre ha desligado esas dos esferas. Las redes de ligue lo que han hecho ha sido igualar el rasero. La idea de que alguien se acueste contigo y luego no vuelva a cogerte el teléfono es bastante común para las personas que se acuestan con hombres».

«Yo creo que es muy positivo desligar el s*x* de lo romántico y del amor también», continúa Vasallo. Su teoría es que «la sexualidad se convirtió en una moneda de cambio» en un sistema en el que el amor es una representación deformadora y manipulada del afecto, una expresión especialmente molesta del sistenma capitalista.

15549950562635.jpg

ANTOINE D'AGATA
Y una visión más: la de Luisge Martín, que en su primer ensayo, el reciente El mundo feliz (Anagrama), desmiente el miedo a una distopía científica que nos conduzca a un presunto mundo sin amor: «Yo creo que el amor siempre ha tenido que ver con el s*x*, pero no al revés. Es decir, el amor implica un impulso sexual, pero el s*x* va por libre. La prostit*ción, el adulterio y la promiscuidad no son un resultado de nuestro tiempo, forman parte de la historia de la humanidad. Lo único que ha hecho nuestro tiempo es facilitar tecnológicamente el encuentro y hacerlo por lo tanto más inmediato».

LLAMEN A MICHEL
Muy bien. ¿Hablamos ya de Michel Houellebecq? En Ampliación del campo de batalla (Anagrama, 1994), el novelista francés presentaba a un ingeniero que, ¡ajá!, trabaja en tecnologías de la comunicación, pero también está deprimido y no gusta a nadie, de modo que se siente excluido del mercado del s*x*. Donde la palabra clave es mercado. La idea más interesante de Ampliación del campo de batalla es que el mundo occidental había pasado del estado del bienestar sexual, en el que todo el mundo tenía derecho a algo de s*x* (aunque no fuera mucho) a través del matrimonio, a un modelo neoliberal, en el que algunos tienen muchísimo y otros no tienen nada.

Ese hilo lleva hasta los incels (las redes de hombres «célibes involuntarios», recalcitrantes y a veces violentos), pero ése es otro tema. Nos interesa más la mercantilización del s*x*.

«El s*x* siempre ha sido mercado, con ciertos supuestos standards de lo que es y no es erótico», responde Fuguet. «Pero sin duda esta liquidez ha vuelto todo algo cercano a una bien de consumo. Enfatizo consumo. Consumir, devorar, desechar, anular, bloquear. Hay algo simétrico en la manera en cómo se parte el ligue y en cómo se termina. Antes, al existir más nervios o lazos o interacción y probablemente conversación, el lazo duraba más. Quizás no el lazo sexual pero sí el lazo de amistad y respeto y hasta el cariño y la amistad. La hermandad del s*men, digamos, que exploro en Sudor. No odiar a alguien con quien no sigues o con quien tuviste algo; sino al revés, celebrar y honrar ese momento de intimidad. Lo fugaz, lo que no cuesta, lo instantáneo, es más desechable. Es más comida rápida. Es más terminar y bloquear porque fue tan fácil partir».

«El ligue siempre ha sido un bien de consumo para el hombre heterosexual. Claro que hay un mercado de la sexualidad y también de los afectos La idea de que lso afectos están libres del sistema es muy ingenua», termina Vasallo.

En cambio, Luisge Martín ve las cosas con más distancia. ¿Conducen los atracones de promiscuidad a esos domingos de depresión que siguen a los ataques de consumismo? «Me suena un poco tópica esa idea. La adicción al s*x* puede ser una patología y tener las mismas consecuencias de desequilibrio emocional que otras adicciones. Pero si hablamos simplemente de una promiscuidad bien aprovechada, la causa del vacío y de la tristeza será otra. Si tuviéramos claro que los afectos y el s*x* son dos cosas diferentes -como los afectos y la gastronomía, aunque a menudo quedemos a cenar con amigos-, nos ahorraríamos muchos dramatismos innecesarios».

Última pregunta para Martín: aquellos que hemos sido educados en la cultura del amor/s*x*, ¿somos ya máquinas obsoletas, de reciclaje improbable? «Yo creo que es perfectamente posible la reeducación. De hecho, me atrevo a decir que la edad va reeducando en estos aspectos. Uno se da cuenta de que puede nadar y guardar la ropa».
https://www.elmundo.es/cultura/laesferadepapel/2019/04/14/5caf574821efa04f218b4589.html
 
Kosmopolis 2019
Publicado por Diego Cuevas
32513518337_d450f53d46_b_result.jpg

©CCCB, 2019. Autor: Miquel Taverna.
Jot Down para CCCB

En su etapa escolar, Julian Barnes consideraba la literatura como una tarea lectiva que no guardaba relación alguna con la vida real. Pero el futuro le demostró que estaba completamente errado cuando Antón Chéjov se convirtió en una de sus figuras más admiradas y las letras asfaltaron su carrera profesional: en la actualidad, Barnes ha firmado trece novelas, tres colecciones de historias cortas y numerosos ensayos. El periódico The Times reveló que la trama de su último libro, La única historia (Anagrama, 2019), también se retroalimentaba del mundo real al reflejar un romance entre un adolescente y una mujer madura que, según el chivatazo de un conocido, estaba basado en una relación sentimental que había tenido el propio autor. Ante aquella confidencia inesperada, Barnes aclaraba con sorna que solo revelaría la verdad en una futura biografía póstuma.

En marzo de 2019, durante la décima edición del festival de literatura amplificada Kosmopolis celebrada en el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona, aquel escritor inglés se sentó junto a la periodista y guionista Anna Guitart para hablar sobre el sentido de los relatos. Sobre como ellos se contagian de la vida real y al mismo tiempo la transforman. Sobre cómo los relatos mueven el mundo.

k19_barnes_result.jpg

©CCCB, 2019. Autor: Miquel Taverna.
Kosmopolis 19

El festival bienal Kosmopolis, una celebración del arte literario en sus diferentes vertientes, ofició la décima edición durante el pasado mes de marzo apuntalando su propuesta sobre tres temas tan actuales como necesarios: el feminismo, el postcapitalismo y la física cuántica. Cinco jornadas, enmarcadas bajo el título Relatos que mueven el mundo, que han sido capaces de reunir a más de ciento cincuenta participantes a lo largo de cincuenta y seis actividades diferentes. Una programación visitada por más de trece mil asistentes que fueron testigos de los diálogos entre Julian Barnes y Anna Guitart, Richard Sennett y Carles Muro, Enrique Vila-Matas y Gonçalo Tavares, Susan Orlean y Bel Olid, o Han Kang y Jorge Carrión.

Greatest hits K19

La neoyorquina Lisa Randall fue la primera profesora titular mujer de física teórica en el Instituto Tecnológico de Massachusetts, en la Universidad de Harvard y en el departamento de físicas de la Universidad de Princeton, una investigadora especializada en la física de partículas y la cosmología a quien la prensa ha llegado a apodar como la «científica superestrella de América». Alguien cuyo nombre suele aparecer con frecuencia en las quinielas que tratan de predecir el próximo Nobel de física, y una persona que también ha firmado durante su tiempo libre varios best sellers sobre física (Warped Passages, Universos ocultos, Llamando a las puertas del cielo) e incluso elaborado el libreto de una ópera basada en uno de sus modelos matemáticos (Hypermusic Prologue: A Projective Opera in Seven Planes). Randall ha dedicado su carrera científica a tratar de desenmarañar el funcionamiento interno del universo a través de los modelos de teoría de cuerdas y es la ideóloga, junto a Raman Sundrum, del Modelo de Randall-Sundrum que idea un universo basado en la geometría deformada y las dimensiones extra.

En el marco de Kosmopolis Randall se acercó hasta Barcelona para ofrecer la conferencia Llamando a las puertas del cielo: cómo la física escala el universo. Una ponencia donde la científica revelaba cómo las teorías cuánticas son capaces de ayudarnos a entender una realidad oculta a los sentidos pero que influye en nuestra vida cotidiana.





El director de cine J. A. Bayona (responsable de llevar la batuta en El orfanato, Lo imposible, Un monstruo viene a verme y Jurassic World: el reino caído) aprovechó los Diálogos K para sentarse junto a esa enciclopedia del cine de género que es Ángel Sala (director del festival de cine de Sitges) y hablar de los mundos de ficción, los monstruos, la suspensión de la incredulidad y el modo en el que el fantástico juega a invocar la verdad de nuestro mundo en las producciones cinematográficas. Una charla donde se desgranaron los universos ficticios construidos en el cine, la televisión y la literatura, analizando sus mutaciones, concibiendo a las criaturas del género fantástico como un reflejo de nosotros mismos y saltando entre David Lynch, Westworld, Penny Dreadful, Guerra mundial Z, Michael Crichton, lo terrorífico del Drácula de John Baham y los mecanismos de los cuentos clásicos. Un debate donde se trataba de descubrir si la realidad en sí misma es tan valiosa como la ficción cuando se nutre de ella.





En la conversación Libertad completa, la escritora de origen marroquí Najat El Hachmi y la periodista egipcia-estadounidense Mona Eltahawy expusieron los retos a los que se ven obligadas a enfrentarse en Europa las descendientes de familias musulmanas. Una generación que trata de encontrar el camino hacia la emancipación personal en un entorno donde confluyen dos fuerzas acostumbradas a recortar las libertades individuales de las mujeres: la tradición patriarcal atada a las creencias religiosas y el envalentonamiento reciente de una extrema derecha de mentalidad racista dispuesta a erigir muros entre países. Durante la charla Eltahaway narra, con bastante más gracia de la que realmente tiene un asunto tan serio, sus experiencias y cómo descubrió el feminismo: «La gran ironía de mi vida es que descubrí el feminismo en Arabia Saudí y suelo decir que me traumaticé en el feminismo. Porque solo tienes dos opciones: perder la cabeza o convertirte en una feminista, y a veces ambas cosas ocurren a la vez ».





El físico, químico y divulgador científico Phillip Ball y el físico cuántico español José Ignacio Latorre comandaron Claves y dilemas del relato cuántico. Un diálogo sobre la computación cuántica que resultó tremendamente ameno al combinar relatos sobre mojitos degustados por el último científico vivo que participó en el Proyecto Manhattan (durante la charla también se proyectó el documental That’s the Story, dirigido por María T. Soto y Óscar Cusó, centrado en el desarrollo de la bomba atómica), la naturaleza de los sistemas de mecánicas cuánticas con respecto a cómo son observados y los cajones de calcetines desordenados como ejemplo práctico para discutir sobre convenciones científicas.





El periodista británico Paul Mason (BBC, Channel 4 News, The Guardian) y autor del libro Postcapitalismo: una guía para nuestro futuro, se presentó en Kosmopolis con una de las propuestas más curiosas: revisitar una novela de ciencia ficción, donde la amenaza extraterrestre enarbola determinados ideales políticos, y teorizar sobre el devenir de la trama en caso de haber transcurrido en el contexto del mundo actual. Para ello se sirvió de Red Star, una novela ochentera de Aleksandr Bogdanov en la que una sociedad marciana comunista decidía eliminar la Tierra tras observar que sus habitantes habían sido incapaces de evitar el capitalismo. La revisión de Manson situaba el planeta rojo y a sus rojos habitantes en el día de hoy, y tanteaba si los nuevos movimientos del mercado neoliberal habrían llevado a los marcianos a tomar una decisión completamente distinta a la reflejada en la historia original.





Ray Loriga y Dave Eggers protagonizaron uno de los encuentros más sorprendentes para los asistentes a Kosmopolis. Jordi Nopca se las vio y se las deseó para moderar una charla entre el escritor, guionista y director madrileño Ray Loriga y el estadounidense Dave Eggers que intervenía vía videoconferencia desde el otro lado del océano junto a Mokhtar Alkhanshali, protagonista del libro de no ficción El monje de Moka de Eggers. Un encuentro donde Loriga presentó su currículo ante el norteamericano con un «Escribí un libro y tuvo éxito. El siguiente no, el siguiente tampoco y el siguiente tampoco. El siguiente fue premiado y fue un éxito de nuevo» para acabar explicando que el resto de sus logros figuraban en la Wikipedia.

Alkhanshali, un norteamericano de origen yemení que decidió volver a la tierra de sus ancestros para cultivar café, explicó cómo se convirtió en protagonista de una novela al quedarse atrapado en medio de una guerra y Eggers, un hombre que probó su primera taza de café a los treinta y cinco años, confesó que los granos tostados eran lo de menos. El monje de Moka nació tras tres años de investigación, ideada inicialmente como un reportaje periodístico sobre aquellos yemeníes estadounidenses que fueron abandonados por su país durante los bombardeos de Arabia Saudí, ataques en los que irónicamente también colaboraron, poniendo las bombas, los propios Estados Unidos. Cuando Eggers se despidió, Loriga se encargó de mantener vivo el espectáculo destrozando todo formalismo en este tipo de actos, e incluso negándose a promocionar su libro y aconsejando al auditorio que no gastase su dinero en lo que alguien se empeñe en venderles. Para algunos la intervención fue cuestionable, y probablemente será recordada en ediciones venideras, pero para otros eminentes asistentes resultó brillante e inteligentísima.

40481735613_0f4ccd2266_b_result.jpg

©CCCB, 2019. Autor: Miquel Taverna
Entre el resto actividades a destacar también se encontró el diálogo oficiado por Helen Hester y Nick Srnicek, un debate sobre la era postrabajo titulado Después del trabajo ¿qué nos queda? La intervención de Paula Bonet para derribar los tabúes a la hora de hablar sobre el aborto espontáneo en la charla Cuerpo de embarazada sin embrión. Los Guionistas obsesionados con la física a los que representaban Víctor Sala, Joan Burdeus y Sonia Fernández-Vidal. La reunión de Eva Baltasar con Marta Orriols, Tina Vallès y Laura Pinyol en una mesa redonda, bautizada Primeras novelas de éxito, donde se expusieron las dificultades de las escritoras para encontrar su propio espacio. Y la actuación, a modo de gran final de fiesta, de la cantante flamenca María José Llergo acompañada de Marc López a la guitarra.

47395904482_06337c16e8_b_result.jpg

©CCCB, 2019. Autor: Carlos Cazurro
Fabricando relatos

La sección Laboratorio de historias estableció un espacio dentro del festival Kosmopolis donde experimentar con el desarrollo narrativo, sus herramientas y los diversos soportes sobre el que puede tener lugar. Allí fue posible sorprenderse ante instalaciones como Lady Chatterley’s Tinderbot, una curiosa pieza que muestra como la inteligencia artificial de un bot ha sido capaz de ligar con diferentes usuarios vía Tinder utilizando frases extraídas de la novela romántica El amante de Lady Chatterley. Y también comenzar a dudar sobre las naturaleza del arte al descubrir el proyecto El mal alumne, una máquina capaz de aprender los sonetos de Josep Pedrals y elaborar los suyos propios imitando el estilo del poeta, difuminando el concepto clásico de musa y enfrentándose en último lugar al propio Pedrals en una batalla lírica de improvisación en directo. O sentarse en la mesa junto a artistas y científicas como Anna Giralt Gris, Carme Torras y Lali Barrière para analizar las posibilidades de la creatividad automatizada y jugar a tratar de descubrir cuándo una pieza es fruto de la mano humana o de los algoritmos que integran una inteligencia artificial.

33557282788_4a7ff37d28_h_result.jpg

©CCCB, 2019. Autor: Miquel Taverna
Bajo el techo del laboratorio de historias también tuvieron cobijo las encarnaciones contemporáneas de la literatura: el fenómeno de los booktubers, la nueva oralidad escrita representada en la época moderna por los audio libros y los podcasts, las adaptaciones audiovisuales de novelas o la percepción de las redes sociales como terrenos donde plantar ficciones: Manuel Bartual, un dibujante y director de cine que revolucionó Twitter al convertir un hilo sobre sus propias vacaciones en un relato fantástico, se presentó en el lugar para intentar aclarar qué es la postficción en un mundo digital dominado por la postverdad. Hamid Sulaiman (autor de Freedom Hospital) repasó la historia del cómic y el oficio de gestar una novela gráfica mientras Jose Valenzuela y Luis Martínez ofrecieron un taller práctico donde se analizaron las herramientas necesarias para trasladar la divulgación científica al universo de las viñetas. Y los nuevos mundos interactivos se vieron representados por propuestas como Gris, un videojuego que convierte el género de las plataformas en un artefacto narrativo poderoso y emocionante, o Unmemory, una aventura que mezcla todos sus referentes (de Memento a Muholland Drive, pasando por libros como La casa de las hojas o juegos como The Secret of Monkey Island y Her Story) para fabricar una novela digital que propone al jugador adentrarse en un thriller donde el texto es el escenario y la memoria el puzle a resolver.

46724517634_7681a382aa_b_result.jpg

©CCCB, 2019. Autor: Miquel Taverna
La sección Los relatos que inspiraron a Kubrick exploró las musas del artífice de 2001: una odisea del espacio al tiempo que ejercía de cierre para la exposición Stanley Kubrick. El Kosmopolis se despidió de la instalación que honraba al cineasta estadounidense tras haber plantado en el CCCB la semilla de lo que vendrá: el nueve de abril, el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona inaugurará oficialmente la expo Cuántica, un recorrido entre los paradigmas de la ciencia moderna a través del trabajo de diferentes científicos, artistas y divulgadores.

Para ver el reportaje en su integridad, incluyendo videos, por favor seguir este enlace:
https://www.jotdown.es/2019/04/kosmopolis-2019/
 
La matanza de los verdaderos «últimos de Filipinas» en la Segunda Guerra Mundial
Álvaro del Castaño narra la masacre perpetrada por los japoneses contra la comunidad española de Manila a través de los ojos de su abuelo, el cónsul general en el país durante la IIGM
manila-destruccion-kHJ--620x349@abc.jpg


SeguirManuel P. Villatoro@ABC_Historia
Actualizado:19/04/2019 01:30h
0La vergüenza de Guam: así perdió el maltrecho Imperio español su última perla del Pacífico

Febrero de 1945 fue un mes de júbilo para los Aliados. Con Adolf Hitler recluido en el búnker de la Cancillería (y a sabiendas de que solo era cuestión de tiempo que Berlín capitulara ante el empuje soviético) a Estados Unidos solo le quedaba un escollo inmediato por superar antes de lanzarse sobre Japón: expulsar a los soldados nipones atrincherados en Manila, la Perla de Oriente que habían perdido tres años antes. Sus deseos se cumplieron el día 27, cuando el general Douglas MacArthur logró hacerse con la capital tras un mes de cruento asedio. Sin embargo, prefirió no celebrar en exceso aquella victoria al percatarse de que sus enemigos habían dejado tras de sí los cadáveres de un sin fin de civiles. Todos ellos, asesinados por mera venganza antes de la derrota. Miles de hombres, mujeres y niños.

Aquella barbarie poco tenía que ver en principio con una España a caballo entre ambos bandos y que apenas albergaba en Manila una pequeña representación política y una comunidad formada por 3.000 almas. Pero el odio no entiende de neutralidades, como informó el diario ABC el 23 de marzo: «Doscientas cincuenta personas de la colonia española han muerto en los trágicos sucesos. Entre ellas, cincuenta sacerdotes».

Testigo olvidado
La masacre de nuestros compatriotas durante la liberación sacudió a la sociedad. Aunque hubo una persona a la que marcó de por vida: José del Castaño Cardona. Cónsul general en la urbe, evitó la muerte gracias a que aquella jornada no se encontraba en el consulado. La mera suerte le permitió escapar de la muerte. «Se vio obligado a huir con su familia hasta que encontró a los estadounidenses. Habría podido regresar a España mucho antes, pero quiso quedarse para ayudar a sus compatriotas», explica a ABC Álvaro del Castaño Villanueva.

«Muerte en Manila», La esfera de los libros, 2019), sino porque, como bien indica su apellido, José era su abuelo. «Conocí la historia gracias a mi padre. Él llegó a Manila con 14 años, vivió su conquista a manos de los japoneses y, posteriormente, la matanza y la reconquista estadounidense», desvela. En sus palabras, su progenitor regresó a España con 17 primaveras y quiso olvidar aquel amargo recuerdo evitando el tema.

Y así continuó hasta hace bien poco, cuando -junto a la periodista Aurora Lozano-, Álvaro logró que abriera su corazón y que narrara como vivió aquellos trágicos sucesos. Sus palabras se convirtieron en la columna vertebral de la obra. «Las declaraciones se completan con un trabajo de investigación serio y riguroso. Incluso los diálogos han sido extraídos de cartas familiares», añade.

Testigo de la barbarie
Según publicó el diario ABC en la década de los setenta, José del Castaño Cardona «había nacido en el año 1895 e ingresado en la carrera diplomática en 1917». «Mi abuelo fue el primer nombramiento diplomático de Ramón Serrano Suñer, el hombre más importante del régimen después de Francisco Franco. Este quería enviar hasta Manila a una persona de confianza para poner en orden la Falange en Filipinas y recuperar la influencia que España había perdido en el país», señala el autor. En 1940, el cónsul se trasladó con su familia hasta la región, entonces bajo la vara de mando de los Estados Unidos. Según le contó su padre, la influencia norteamericana había convertido la capital en una urbe cosmopolita. «Había clubs nocturnos, campos de golf, grandes coches... A él le recordaba a Hollywood», completa.

La familia vivió en el consulado de forma apacible hasta que, en 1942, los japoneses se hicieron con el control del país. MacArthur se vio obligado a huir de Manila, pero antes de eso pronunció la frase que le hizo pasar a la historia: «Volveré». «Mi abuelo, como diplomático, tuvo que dar la bienvenida a los japoneses con un telegrama. Eso fue traumático porque tanto él como la sociedad manileña estaban integrados en las costumbres norteamericanas», desvela. Los nipones trajeron consigo muchos cambios. «La sociedad se militarizó. Mi padre me contaba que, siempre que pasaban frente a un soldado japonés, tenían que pararse, bajarse de la bicicleta y hacerle una reverencia», explica.

desembarco-manila-kHJ--510x349@abc.jpg

El general desembarca en Manila - ABC
Cuando MacArthur cumplió su promesa y puso sitio a Manila en febrero de 1945, los últimos defensores japoneses (pertenecientes a las Fuerzas Navales Especiales) aplicaron su propia justicia. «Un grupo derribó la puerta de la embajada. Allí estaba el jefe de seguridad, Ricardo García Buch, envuelto en la bandera española. Les dio el alto y le mataron. Luego empezaron a asesinar a todo el mundo y a destrozar todo», afirma el autor. Para su abuelo fue una tragedia de la que se enteró gracias a la única superviviente (una niña, Anna Maria Aguilella) y a una vecina.

José logró encontrarse con los estadounidenses poco después, aunque estos le pusieron bajo arresto domiciliario brevemente por considerarle amigo del comunismo. Pronto se esclareció todo. «A partir de entonces tuvo dos preocupaciones: lograr que la pequeña, huérfana, estuviese bien cuidada y organizar los servicios de ayuda y socorro a los damnificados. Su sistema fue luego copiado por otras naciones», desvela el escritor. José del Castaño regresó a España, donde pudo disfrutar de una extensa carrera diplomática hasta su muerte, en 1972.
https://www.abc.es/cultura/abci-mat...unda-guerra-mundial-201904190130_noticia.html
 
Tres libros del Oeste americano para reflexionar sobre cómo nos contaron la película


La cultura pop y la historia oficial han tendido a relatar la colonización de Norteamérica desde la perspectiva de los vencedores, pero no todos las voces explicaban el mismo Far West

Ignasi Franch
18/04/2019 - 22:06h
Warburg_EDIIMA20190411_0696_19.jpg

Hace más de un siglo, el historiador alemán Aby Warburg hizo diversas visitas a los indios pueblo THE WARBURG INSTITUTE

Muchos crecimos con una imagen reiterada en la televisión de los fines de semana: los indios norteamericanos cayendo de caballos, muriendo sin voz a manos de los soldados o los colonos que protagonizaban tantos westerns clásicos. La representación nunca fue monolítica. Resultaba difícil romper la perspectiva del indígena como Otro, porque a las inercias etnocéntricas se le sumaban las convenciones narrativas de usarlos como antagonistas de los héroes, pero bastantes autores sí les caracterizaron con dignidad... O con una admiración algo pintoresca, como era el caso del Winnetou de las novelas escritas por el alemán Karl May.

Publicaciones como La historia indígena de Estados Unidos, escrito por la historiadora de ascendencia nativa americana Roxanne Dunbar-Ortiz, sacuden periódicamente la manera que tenemos de ver aquel Oeste que se tildaba de salvaje. Con todo, el debate estaba vivo desde hace décadas. Aunque las voces que se escuchasen fuesen (casi) siempre las de los vencedores, no todas contaban el mismo relato. Los que no perdonan, Alce Negro Habla y Recuerdos del viaje al territorio de los indios pueblo en Norteamérica son tres ejemplos de ello.



perdonan_EDIIMA20190410_0483_1.jpg



Desde la perspectiva de los colonos
Publicada originalmente en 1957, Los que no perdonan (Valdemar) sirve como ejemplo de una representación clásica del nativo americano como enemigo casi bestializado. Fue la penúltima novela de Alan Le May, la siguiente después de firmar su obra más conocida: Centauros del desierto. El planteamiento tiene algo de inversión del clásico llevado al cine por John Ford: en lugar de tratar de colonos que quieren recuperar a una niña caída en manos de nativos, son los indios kiowa quienes quieren recuperar a uno de sus vástagos.

Le May, que había escalado trabajosamente de pluma que publicaba en revistas pulp a respetado autor de literatura de género y guionista de Hollywood, no pretendió hacer ningún trabajo de perspectiva. Los indios kiowa son adversarios de mentalidad difícilmente comprensible, salvajes capaces de actos terribles solo humanizados a causa de algunos momentos honorables. En paralelo, las rencillas sociales dentro de la sociedad de los colonizadores tienen bastante peso. El estigma de ser considerado "amigo de los indios" evidencia el clima bélico de la colonización.

La narración fluye a pesar de estar plagada de espaciosos momentos de pausa y espera. Le May, bregado como escritor que debía captar rápidamente y mantener con constancia la atención de lectores y editores, conduce con astucia una novela que quizá tiene menos acción de la que cabría esperar y más descripción de la vida de los hombres y (sobre todo) de las mujeres colonizadoras.

El resultado trasciende, por tanto, las normas de la literatura de consumo rápido sin superar, ni pretenderlo, unos marcos mentales que no eran inherentes a la época. Como destaca el editor Alfredo Lara en su introducción al libro, Los que no perdonan fue llevada a la gran pantalla poco después de su publicación. En la correspondiente adaptación fílmica, la historia adquirió connotaciones antiracistas ausentes en la obra original.



Alce-negro-habla_EDIIMA20190411_0596_1.jpg



La voz de un místico, mediada por un poeta
El año de publicación de un libro no lo explica todo. El uso apologético de la expresión "un hombre de su época" a menudo enmascara las disidencias y divergencias que tienen lugar en cualquier momento histórico. Al fin y al cabo, décadas antes de la publicación de Los que no perdonan, otro hijo de colonos mostraba un evidente espíritu crítico. En el proceso de preparación de un poema épico sobre el Oeste, John G. Neihardt encontró la complicidad inmediata de un oglala lakota que había sido curandero, había vivido la invasión de la tierra de sus ancestros y quiso contarle su historia. El resultado fue Alce Negro habla (Capitán Swing), un peculiar bestseller de misticismo, guerra y tristeza.

A pesar de que el libro se presentaba como una traslación pura de las palabras de Alce Negro, la publicación de las conversaciones originales evidenció las intervenciones del escritor. Capitán Swing presenta una edición anotada que señala diversas modificaciones de Neihardt. Si bien algunas son poetizadoras, otras enfatizan los engaños y manipulaciones que supusieron los sucesivos tratados de paz. Estamos ante un ejemplo atípico de relato de la invasión desde la perspectiva de un invadido pero mediado por el invasor y su cultura: Neihardt no endulza las críticas a las acciones de sus antepasados, sino que las endurece y reitera.

Las diferentes introducciones al libro por parte del mismo Neihardt y de estudiosos como Vine Deloria Jr. y Philip J. Deloria explican la ondulante trayectoria editorial del mismo. Alce Negro habla se convirtió en un éxito durante los años del ácido, y retornó en los años 80 y su mercantilización de la new age, porque relata experiencias místicas que conectaron tanto con los interesados por el LSD como con las nuevas espiritualidades. Las visiones del protagonista, además, tenían sentido histórico: proporcionaban una cierta esperanza de pervivencia en momentos de devastación para los sioux.

El libro contiene mucho más que las visiones de Alce Negro y sus explicaciones sobre las creencias de su pueblo. También es un relato de interés antropológico sobre una vida de apego a la naturaleza y los elementos, de cultivo de la resistencia física para llevar a cabo la caza y el combate. Incluye relatos de episodios bélicos, como la primera muerte en combate cometida por Alce Negro a los dieciséis años, y también el conocimiento de los modos de vida occidentales mediante sus viajes con el espectáculo de Buffalo Bill.



Aby-Warburg_EDIIMA20190411_0608_1.jpg



Reflexiones sobre los rituales de las tribus originarias
Estimulado por diversos documentos etnográficos, el historiador del arte Aby Warburg realizó varias expediciones de puesta en contacto con tribus nativas americanas durante 1895 y 1896. Gracias a la mediación de misioneros que mantenían una relación perdurable con los indígenas, el alemán pudo ser testigo de danzas rituales para el crecimiento del maíz o la llegada de las lluvias.

El resultado principal fue una conferencia que tuvo lugar más de veinte años después y fue publicada como texto contra la voluntad de su autor: El ritual de la serpiente. La conferencia bebía de años de destilación intelectual de su experiencia, inmortalizada en unas fragmentarias páginas de recuerdos y reflexiones sobre el viaje. Estos folios han sido recogidos y anotadas meticulosamente por otro historiador del arte, el italiano Maurizio Ghelardi, bajo el título de Recuerdos del viaje al territorio de los indios pueblo en Norteamérica(Siruela).

Warburg usó estas vivencias como documentación para sus análisis sobre el arte, que se alejaban del esteticismo y abrazaban la etnografía, la psicología de los pueblos o la comparatística religiosa. Las ceremonias y las ornamentaciones de los indios pueblo le sirvieron para continuar reflexionando sobre las relaciones cruzadas entre la religión, los ritos, la naturaleza y las representaciones figurativas y simbólicas. El historiador profundizaría en ello posteriormente, pero Ghelardi firma una fascinante y compleja introducción que explica cómo el alemán siguió elaborando las ideas plasmadas en sus notas de viaje.

El enfoque intelectualizado de Warburg podría haber supuesto una distancia humana con la comunidad que le enseñó sus ritos. Aún así, como Neihardt, era consciente de las barbaries cometidas por los colonizadores: "Muchos años atrás, habían deportado a los apaches al zoológico humano de las reservas indias situadas en la frontera con Canadá", escribió en sus notas. En ellas, también relata un delicioso cuento mitológico y mágico sobre la migración de una tribu hasta su asentamiento en Walpi (Arizona). Decenas de fotografías tomadas durante los viajes del historiador sirven de apéndice de los textos.

18/04/2019 - 22:06h

https://www.eldiario.es/cultura/tres_libros/libros-Oeste-americano-contado_6_887221285.html
 
El secreto del enigmático Fulcanelli
Se cumplen 50 años de la publicación en España de «El misterio de las catedrales»
800px-Notre-Dame_internal_window-k1CH--620x349@abc.jpg


SeguirMónica Arrizabalaga@arrizabalaga11
Actualizado:25/09/2017 11:50hhttps://www.abc.es/ciencia/abci-man...o-voynich-descifrado&vli=noticia.foto.cultura

«La más fuerte impresión de nuestra primera juventud -teníamos a la sazón siete años- de la que conservamos todavía vívido recuerdo, fue la emoción que provocó en nuestra alma de niño la vista de una catedral gótica. Nos sentimos inmediatamente transportados, extasiados, llenos de admiración, incapaces de sustraernos a la atracción de lo maravilloso, a la magia de lo espléndido, de lo inmenso, de lo vertiginoso que se desprendía de esta obra más divina que humana». En 1967 los españoles leían por primera vez en castellano estas primeras líneas de uno de los libros más enigmáticos jamás publicado. Todo en « El misterio de las catedrales» intrigaba -y aún intriga-: ¿Qué enigma escondían las catedrales? ¿Qué secreto se revelaba entre sus páginas? ¿Quién se ocultaba bajo el seudónimo de Fulcanelli?

El libro había visto la luz por primera vez en Francia en 1926, en una edición de apenas 300 ejemplares lujosamente ilustrada por el pintor Jean Champagne. Firmaba el prólogo el joven Eugène Canseliet, que se presentaba como discípulo del autor. Aquella primera edición «no tuvo repercusión, pero con la segunda y tercera las ventas se dispararon hasta convertirse en un auténtico fenómeno», recuerda el historiador José Luis Corral. El París de entreguerras, donde existía un movimiento de apasionados por los misterios, el ocultismo y la alquimia, era «un campo de cultivo bien abonado» para un libro que aplicaba todos esos temas a las catedrales góticas.

Para el enigmático Fulcanelli, las catedrales constituían un compendio de todos los conocimientos de la alquimia medieval. Los principios de la sabiduría hermética se encontraban allí expuestos, a la vista de todos, pero a través de símbolos incomprensibles para los no entendidos. El alquimista relacionaba, por ejemplo, la planta de las catedrales en forma de cruz con el crisol alquímico y vinculaba los siete medallones de la Virgen en la fachada de Nôtre Dâme con los siete metales del proceso alquímico para la obtención de oro. Afirmaba que el «arte gótico» procedía del término «argot», un lenguaje secreto que solo los iniciados conocían y que la luz que penetraba en el interior de las catedrales poseía propiedades taumatúrgicas porque las vidrieras filtraban los rayos dañinos del sol.

Javier Sierra, su secreto es que «contiene un material imperecedero y altamente fascinante».

«La clave está en que nos enseña a "leer" el arte gótico en general, y las fachadas de la catedral de Notre Dame de París en particular, utilizando la rica simbología de la alquimia. De hecho, nos obliga a preguntarnos cuánto de ese saber "hermético" manejaron los maestros constructores del gótico y de dónde lo obtuvieron», explica el escritor. Ésa es, en su opinión, la mayor aportación del libro: «Nos enseñó a "leer" las catedrales, no solo a (ad)mirarlas».

Para José Luis Corral, ese contenido lleno de simbolismo y con diferentes vías de interpretación es una de las claves que explican su éxito, aunque el misterio siempre ha atraído a miles de lectores «sobre todo si se mezclan y confunden como es el caso de este libro, realidad y fantasía». Historiográficamente, aclara el historiador de la Universidad de Zaragoza, «no aporta nada y está lleno de errores de interpretación» ya que, por ejemplo, «considera como originales de la Edad Media, y así las analiza, esculturas que se labraron en el siglo XIX en las obras de restauración de la catedral de Nuestra Señora de París y lo mismo hizo con las vidrieras, que tampoco eran, salvo el rosetón norte, medievales».

«En cuanto a la interpretación de aspectos lingüísticos, como derivar la palabra "argot" del concepto "arte gótico" y decir que el argot era "el lenguaje de los pájaros" es absurdo», continúa el historiador.

El misterio del misterio
El verdadero secreto del interés que aún hoy despierta Fulcanelli es, a su juicio, «el misterio que rodeó a su autor en todos los sentidos, desde su desconocida e intrigante personalidad hasta su desaparición».

Carlos J. Taranilla de la Varga lo incluye entre los personajes enigmáticos de los que escribe en su último libro sobre «Grandes enigmas y misterios de la Historia» (2017). «A día de hoy, no se sabe a ciencia cierta su identidad. Fulcanelli quedó en el anonimato», subraya este escritor y divulgador leonés antes de relatar un episodio que contribuyó a aumentar su halo misterioso.

En el libro «El retorno de los brujos» (también traducido como «El amanecer de los magos»), se recoge un episodio supuestamente ocurrido en 1937 en el que el científico Jacques Bergier «creyó tener excelentes razones para creer que se hallaba en presencia de Fulcanelli». Bergier trabajaba entonces como ayudante del científico pionero en la investigación nuclear André Helbronner en un laboratorio de ensayos de la Sociedad del Gas, de París, cuando un «misterioso personaje» le advirtió de los peligros de la energía nuclear.

«Los trabajos a que se dedican ustedes y sus semejantes son terriblemente peligrosos. Y no son solo ustedes los que están en peligro, sino también la Humanidad entera (...) Pueden fabricarse explosivos atómicos con algunos gramos de metal, y arrasar ciudades enteras. Se lo digo claramente: los alquimistas lo saben desde hace mucho tiempo (...) Bastan ciertas disposiciones geométricas, sin necesidad de utilizar la electricidad o la técnica del vacío», contaba Bergier que le dijo aquel hombre, anticipándose en ocho años a la detonación de la primera bomba atómica.

«Queda ese enigma de si era Fulcanelli y de si se adelantó con sus declaraciones a los acontecimientos nucleares», admite Taranilla de la Varga algo receloso, porque ese episodio fue escrito por Louis Pauwells «a toro pasado, ya que el libro se publicó en 1963». «Todo huele a tufo», añade.

Javier Sierra indica que, «por desgracia», no existe ningún documento anterior de Bergier que pruebe la veracidad de este testimonio recogido en «El retorno de los brujos». El escritor describe a Bergier como «un hombre fascinante, que estuvo implicado en mil campos -desde el espionaje a la ciencia de vanguardia- y una fuente inagotable de anécdotas». La de Fulcanelli «es una más», aunque sus libros rebosan de otras no menos intrigantes, según Sierra.

«Siempre estuvo muy obsesionado con el uso bélico de la energía nuclear. Solo eso explica que años después afirmase que el famoso manuscrito Voynich, ese libro indescifrable medieval que se guarda en la Universidad de Yale, era en verdad un tratado para el manejo de la fuerza del átomo», añade.

El supuesto encuentro habría tenido lugar ocho años después de que saliera a la venta un segundo libro de Fulcanelli, «Las moradas filosofales» (1929), en el que ampliaba sus teorías alquímicas a otros edificios góticos civiles y militares. Después, desapareció. No así las conjeturas sobre su identidad, que no dejaron de proliferar. Se pensó en su prologuista, en el pintor, en un tal Rosny el Viejo (escritor de obras esotéricas), en el Doctor Jaubert y otros aficionados al ocultismo como Castelot, Fauguerons o Dujols... También se sostuvo que tras el seudónimo se amparaba un colectivo de masones, alquimistas y ricos aficionados a las ciencias ocultas de París que se hacían llamar Los Hermanos de Heliópolis, a los que Fulcanelli dedicó su obra.

«Los únicos que le conocían, Canseliet y Champagne, sostenían lacónicamente que se trataba de un aristócrata de mediana edad, con cuya fortuna había estado a las puertas de descubrir la piedra filosofal», relata Taranilla de la Varga en su libro.

Sevilla y la conexión Heliópolis
Las especulaciones lo llevaron hasta Sevilla, donde varios discípulos dijeron haberlo visto en los años 50, con una apariencia mucho más joven de la que correspondería a su edad debido a que había comprobado los efectos del elixir de larga vida. Allí lo situó José Luis Corral en su novela «Fulcanelli. El dueño del secreto» (2008), vinculando al misterioso alquimista con el barrio sevillano de Heliópolis.

«Cuando se hizo en 1929 la gran Exposición Universal de Sevilla, varios masones participaron en el diseño de la misma. El barrio nuevo que se construyó para albergar los edificios de la exposición recibió el nombre de Heliópolis, "la ciudad del sol", nombre extraño y ajeno por completo a Sevilla», explica Corral.

Él, sin embargo, no cree que Fulcanelli fuera una única persona. «Se han propuesto varios nombres, todos ellos miembros de las tertulias que se reunían en las librerías de temas esotéricos en el barrio de Montparnasse en París. Probablemente se trate de un colectivo formado por varios de ellos, pues el estilo del libro "El misterio de las catedrales" parece obra de varias manos», afirma.

¿Un anagrama?
Para Javier Sierra, «quizá la clave se esconda en el propio pseudónimo de "Fulcanelli"» y en esa primera edición de «El misterio de las catedrales» de 1926, de la que se conserva un ejemplar en la Biblioteca Nacional de Francia en París y media docena de ejemplares (hoy de gran valor) más en manos de particulares o bibliotecas masónicas. El escritor explica que con las letras de su nombre se puede armar una misteriosa frase en francés: «l'écu final» (el escudo final) y en la edición original de 1926 -no en posteriores ni en las traducciones- figura un escudo con otra misteriosa frase: «Uber Campa Agna». «Qué curioso que el nombre completo de Julien Champagne, uno de los eternos candidatos a ser Fulcanelli, un artista bohemio y ocultista del París de principios del siglo XX, fuera Julien Hubert Champagne. Uber Campa Agna, pronunciado a la francesa y rápido, recuerda a ese nombre. Eso es cábala fonética, algo que lauda repetidamente "El misterio de las catedrales"», constata.

En 1999, Jacques d'Arès causó un gran revuelo al sacar a la luz un manuscrito presuntamente escrito por Fulcanelli titulado «Finis gloriae mundi», como el célebre cuadro de Juan de Valdés Leal. Surgieron muchas dudas, «razonables» en opinión de Sierra, porque «ese libro, citado por Fulcanelli, nunca se publicó en vida de éste». Tras leer lo que se ha publicado después sobre él, el escritor considera que «no es improbable que sean notas incompletas del mismo autor de "El misterio de las catedrales" y "Las moradas filosofales"». José Luis Corral discrepa: «Mi opinión es que Fulcanelli, fuera quien fuese, no es el autor de este libro, sino alguien que aprovechó el nombre para intentar seguir atesorando éxito, que no logró».

La identidad de Fulcanelli nunca se ha aclarado, probablemente porque nunca se ha abordado una investigación en serio al respecto, a juicio de Corral. «Cuando se ha hecho desde los "incondicionales" ha primado mantener el misterio y el academicismo -especialmente el francés, que es muy rígido, conservador y poco atrevido- no ha querido entrar en ello por parecerle un tema impropio de una investigación seria. Y así seguimos».
https://www.abc.es/cultura/libros/abci-secreto-enigmatico-fulcanelli-201709250742_noticia.html
 
Back