NUTRICIÓN- LOS ENGAÑOS DE LOS PRODUCTOS INFANTILES

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Cierta industria alimentaria vende como beneficiosos productos en absoluto saludables para los niños. ¿Cuáles son las técnicas más habituales para confundir a los padres?


VIDEO:https://elcomidista.elpais.com/elcomidista/2017/10/09/articulo/1507571101_700706.html

MIKEL LÓPEZ ITURRIAGA 19/10/2017 - 08:00 CEST
¿Recuerdas esos bollitos en los que pone "50% más de hierro"? ¿Esos yogures infantiles con "más proteínas"? ¿Y esas galletas avaladas por alguna asociación de médicos o pediatras? Te los encuentras en el súper cada vez que vas, y si no estás muy alerta, puedes comprárselos a tus hijos pensando que son saludables.

No lo son. En absoluto. Según un estudio de la Escuela de Salud Pública, el 80% de los productos comestibles para niños que se anuncian con ese tipo de reclamos no son beneficiosos para los menores, sino que son pobres en cualidades nutricionales y ricos en azúcar, sal o grasas trans. Es decir, perjudiciales.

Más de una cuarta parte de los niños españoles sufre de sobrepeso. Uno de cada 10 es obeso. Sin embargo, cierta industria alimentaria insiste no sólo en cautivar a los críos con trucos de mercadotecnia y un inclemente bombardeo publicitario (7.500 impactos anuales por infante), sino también en confundir a los adultos con todo tipo de triquiñuelas que disfrazan los efectos nocivos de sus productos. Si quieres conocerlos y que no te la cuelen, deberías ver el vídeo de arriba.

 
Y no sólo eso, productos que nos venden para bebés como papillas que dicen ser sanas, tienen increíbles cantidades de azúcar, así como los yogures de frutas para bebés. Es increíble ver a madres y padres dar esas mierda a bebés de 4-5 meses por simple ignorancia. No hay nada mejor que las papillas hechas en casa con productos naturales!
 
A mi hace poco me dieron muestras de leche de continuación... flipé con la lista de ingredientes! Aceite de palma, azúcar...
Miré los ingredientes de distintas leches en polvo y un poco mas de lo mismo... hasta la leche para recién nacidos, aquella que es su único alimento si no toman leche materna, está plagada de porquerias!
Siento una frustración enorme sabiendo que hay mucha gente que por desconocimiento compran estos "alimentos" pensando que son buenos para sus bebés...

Obviamente esas muestras fueron directamente a la basura.
 

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NUTRICIÓN
Las patatas fritas y otros 3.500 alimentos van a cambiar su receta (a mejor)
¿Por qué ha pasado inadvertido un plan que podría ser la mejor noticia del siglo?

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MARTA DEL VALLE
1 MAY 2018 -



La Agencia Española de Consumo, Seguridad Alimentaria y Nutrición (Aecosan), adscrita al Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad, dentro de la Estrategia NAOS (para la nutrición, actividad física y prevención de la obesidad) ha puesto en marcha el Plan de colaboración para la mejora de la composición de los alimentos y bebidas 2017-2020, que, entre otras medidas, invita a los fabricantes a que reformulen sus productos y reduzcan ciertos nutrientes como arma prioritaria para combatir la obesidad. ¿Hay algo de malo?

Así definen la reformulación: "Mejorar el contenido de ciertos nutrientes seleccionados […] de los alimentos, modificando alguno de sus componentes sin que esto conlleve un aumento del contenido energético del alimento ni el de otros nutrientes". La justificación: "Poner a disposición de los ciudadanos más productos con menos sal, menos grasas saturadas o trans (mejor perfil lipídico) y con menos azúcares añadidos […], facilitará la adquisición y mantenimiento de pautas adecuadas de consumo o de una dieta con una composición variada y una cantidad de nutrientes acordes a las recomendaciones de las instituciones sanitarias". Y esto, para los expertos, es mucho decir.

Usted no está gordo (solo) por comer patatas fritas.
Ni dejará de estarlo porque estas tengan menos sal y grasas saturadas. Aecosan menciona 13 grupos de alimentos a reformular. Y, de ellos, solo ciertos aperitivos, refrescos, bollos, galletas y cereales para el desayuno, cremas de verduras, derivados cárnicos, polos, néctares de frutas (recuerde: los zumos, por ley, no pueden llevar azúcar añadido), pan especial envasado (de molde, tostado…), platos preparados (anillas, croquetas, empanadillas, lasañas y surimi), salsas y lácteos (yogures y postres) deberán reducir su contenido en azúcares añadidos entre un 5% (bollería) y un 18% (salsa mayonesa); entre un 5% (ketchup) y un 16% (embutidos) de sal; y entre un 5% (galletas y derivados cárnicos) y un 10% (aperitivos y platos preparados) de grasas saturadas (por cierto, unos porcentajes acordados con las patronales, sin base científica). Y no, no está la pizza ni ningún otro snack o comida rápida: solo los productos en los que las empresas participantes se han puesto de acuerdo.

Calificar —generalizando— de "elecciones adecuadas" a todos estos alimentos, facilitando que formen parte de lo que en nuestro imaginario significa una dieta saludable, quizá no sea lo más acertado, por mucho que sean mejores que antes. Ni los ingredientes ni los nutrientes son el problema. Así lo reconocen la OMS y la FAO, aceptando la clasificación NOVA, referente mundial para las pautas dietéticas, que no entra en cantidades específicas de sal, grasa y/o azúcar, sino en cómo se transforma un alimento (hasta dónde y con qué fin) como factor determinante en la configuración del sistema alimenticio y la relación entre la naturaleza de la dieta, la salud y el bienestar.

Es en los países en cuyas casas entran más alimentos ultraprocesados (aquellos cocinados con ingredientes industriales como antioxidantes, estabilizantes, conservantes, colorantes, potenciadores del sabor, humectantes…) donde la tasa de obesidad en adultos es mayor. Lo demuestra un estudio de la Universidad de São Paulo, publicado en febrero en Public Health Nutrition.

Es verdad que lo listo para comer tiene azúcar, grasas y/o sal. Los reducimos y un problema menos: una secuencia lógica que se tambalea en los pilares porque, aunque no hay procesado que no lleve al menos uno de ellos, tampoco son los únicos ingredientes a vigilar. Y, como reconoce Aecosan, la mayoría de los mecanismos que desencadenan la obesidad "están ligados al estilo de vida y el comportamiento con respecto a cómo y qué se come y si se realiza actividad física de forma constante y habitual [aunque el ejercicio no compense un exceso de calorías de la dieta, proporciona mejor salud independientemente de su peso]". Y la genética, la cultura, el medioambiente y la disponibilidad de alimentos y entornos saludables también tienen un importante papel.

Tal y como declaró Carlos Monteiro, director del estudio, a The Guardian, "consumimos a diario una cantidad de sustancias artificiales de las que no tenemos ni idea qué problemas nos traerán". Además, su colega Jean-Claude Moubarac, profesor de nutrición de la Universidad de Montreal (Canadá), asegura que los [ultra]procesados tienen una calidad nutricional muy baja, que tienden a tener menos proteínas, minerales y vitaminas y que desplazan a los naturales o mínimamente procesados (lavados, cortados, refrigerados, congelados, fermentados, fileteados, embolsados…).

Pese a todo, es una buena noticia (y su paladar no se enterará)
Sabiendo esto, la iniciativa es un compromiso que hay que celebrar y que requiere un gran esfuerzo por parte de la industria. Cambiar la composición para que satisfaga de igual manera a todos nuestros sentidos, no solo a nuestras papilas, es todo un reto. Aecosan enumera algunas de las dificultades que supone cumplir con esta parte importante del compromiso: "El dulzor que proporciona el azúcar es el más agradable, equilibra el sabor agrio, salado y picante y proporciona volumen; la sal es un conservante; y la grasa saturada aporta palatabilidad". ¿Cómo lo hacen las marcas que lo han conseguido?

Aunque el yogur no es uno de los preparados en los que más azúcar añadido consumimos los españoles, Danone lleva desde 2016 mejorando sus productos. "Por una parte estamos haciendo el camino que hizo el pan con la sal: ir reduciendo la cantidad de azúcar añadido sin edulcorar, educando el gusto", comienza Silvia Ramón-Cortés, directora de comunicación de Danone. "Y tocando otras cosas. Por ejemplo, 1919 parece igual de sabroso que un original o un Oikos [el postre con yogur griego de la marca] porque hemos jugado con la proteína, los fermentos, las fermentaciones, para la textura, y el azúcar de caña, que endulza igual con un 30% menos", continúa Carlos Bosch, director de medios. Laura González, responsable de nutrición de Nestlé, resume otra de las estrategias que se siguen en sus marcas: "Cambiar la ubicación del azúcar en el alimento, por ejemplo, poniéndolo en la superficie en vez de dentro. Así, como es lo primero que entra en contacto con la lengua, la percepción de dulzor es la misma con menos cantidad".

No está previsto que el etiquetado cambie más allá del correspondiente baile de ingredientes si lo hubiera, o de proporción de los tres elementos perseguidos por el plan. Eso puede ser un problema con los azúcares: aunque la hoja de ruta del organismo de seguridad alimentaria (y la OMS) reconoce que los que se deben reducir son los añadidos y no los naturalmente presentes en los alimentos (intrínsecos), como los de la leche o la fruta, detalla que estos últimos se encuentran en los alimentos no procesados, sin explicar que también están en los procesados que utilicen los naturales de ingrediente. Y, además, no se permite diferenciarlos en el cuadro nutricional (solo aparecen los azúcares totales: la suma de los intrínsecos más los añadidos).


RESTAURANTES, COMEDORES Y SUPERMERCADOS TAMBIÉN TIENEN QUE CAMBIAR


Mejorar los menús con más primeros y guarniciones de hortalizas y legumbres; priorizar las carnes magras y los aceites de girasol alto oleico y oliva; aumentar la frecuencia de platos a la plancha o al horno sin salsas; reducir los fritos precocinados; incluir pan integral, más pescado a la semana y otros alimentos que conforman una dieta saludable; incorporar productos reformulados; ampliar la oferta de frescos… ¿Y los supermercados? "Nuestra misión es detectar la demanda para modificar los lineales. Los productos con alegaciones nutricionales saludables tienen mucho éxito", explica Aurelio del Pino, portavoz de la Asociación de Cadenas Españolas de Supermercados.

https://elpais.com/elpais/2018/04/30/buenavida/1525106497_007877.html

 
Etiquetas “sin” en los alimentos: cuando la información confunde al consumidor
“Sin conservantes”, “Sin colorantes”, “Sin transgénicos”, “Sin aspartamo”... ¿por qué lo ponen las marcas? ¿Son más saludables?


BEATRIZ ROBLES MARTÍNEZ
23 MAY 2018

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Etiquetado sin gluten en un alimento infantil. ROBERT COUSE-BAKER


“Sin conservantes”, “Sin colorantes”, “Sin E artificiales”, “No contiene Organismos Genéticamente Modificados (OGM)”, “Sin aspartamo”, “Sin glutamato”… La lista de alegaciones sobre los ingredientes que algunos productos alimentarios NO contienen es tan larga que las etiquetas se quedan pequeñas para todas las declaraciones que podrían incluirse (y que ocupan un lugar mucho más visible que la información realmente importante).

Es una pura estrategia de márketing rentable y eficaz: a coste cero (o casi) se mejora la imagen de marca y se influye sobre la elección de los consumidores. Y no nos damos cuenta.


¿Por qué elegimos un producto “sin”?
Los expertos en publicidad saben que las compras que hacemos no son racionales, sino emocionales. Si nuestras decisiones dietéticas fueran el resultado de un ejercicio intelectual, la publicidad no tendría más sentido que dar a conocer un producto y exponerlo “al desnudo”. Y nadie consumiría alimentos insanos.

Pero sabemos que no es así.


Se da la paradoja de que conseguir alimentos en nuestro entorno es una tarea muy sencilla y la oferta crece cada día, pero esto no hace más que complicar la elección porque ningún consumidor puede dedicar tiempo a investigar las características de cada producto que se nos ofrece. Por lo tanto, tomamos las decisiones rápidamente y en función de información que tengamos a nuestro alcance en el punto de venta. Es decir, de lo que nos diga la etiqueta.

Cuando un producto nos indica que no contiene determinado ingrediente, nos saca de nuestra línea de decisión habitual. Destacar las propiedades de un alimento es una forma de inclinar nuestra balanza y se utiliza continuamente en alegaciones como “alto contenido en (vitaminas, proteínas o minerales) o “fuente de (fibra)”. Genera una imagen positiva hacia la que nos decantamos.

Pero si lo que se resalta es que está libre de aditivos, transgénicos o aceite de palma el proceso mental es más complejo. Rompe nuestros esquemas y nos obliga a ir un paso más allá, a reflexionar sobre por qué la etiqueta nos está dando esa información.

Y la conclusión a la que llegamos de forma instintiva es que el producto es mejor precisamente por carecer de un ingrediente. El mensaje implícito de que determinado compuesto es perjudicial ya está lanzado. Nuestro proceso mental de toma de decisiones hace el resto.


Bailando con la normativa

Hay determinadas situaciones en las que sí se puede hacer referencia en el etiquetado a la ausencia de algunos compuestos. Están reguladas y se especifican las condiciones que deben cumplirse para poder hacer la alegación (en este artículo publicado en el European Journal of Risk Regulation hay un análisis pormenorizado de la normativa “sin”).

Cuando nos referimos a nutrientes, el Reglamento 1924/2006 recoge que puede indicarse “sin aporte energético”, “sin azúcar o “sin azúcares añadidos”, “sin grasa”, “sin grasas saturadas” y “sin sodio o sin sal”. Es lo que se conoce como declaración nutricional. Según el propio Reglamento, es “cualquier declaración que afirme, sugiera o dé a entender que un alimento posee propiedades nutricionales benéficas específicas con motivo de (…) y/o de los nutrientes u otras sustancias que contiene, que contiene en proporciones reducidas o incrementadas, o que no contiene”.

Pero la norma establece que solo pueden hacerse las declaraciones nutricionales que están recogidas en ese Reglamento y que esas declaraciones no pueden dar lugar a dudas sobre la seguridad y/o adecuación nutricional de otros alimentos.

Esta limitación hace que el etiquetado “libre de aceite de palma”, por ejemplo, esté bordeando (si no directamente incumpliendo) la legislación.

Otra alegación “sin” permitida y regulada por el Reglamento de Ejecución 828/2014 es la que indica si un producto es “sin gluten” o “muy bajo en gluten”. No da carta blanca para que cualquier producto “sin gluten” lo indique en el etiquetado. Está limitado, porque “no se puede insinuar que un alimento posee características especiales, cuando todos los alimentos similares poseen esas mismas características.” ¿Has visto leche “sin gluten”, arroz “sin gluten” o alcachofas en conserva “sin gluten”? A esos casos se refiere la norma: ninguno de esos alimentos contiene gluten, lo destaque o no la etiqueta. Hay que respetar las reglas del juego.

En el caso de los alimentos “sin aditivos” o “sin OGM” entramos en un terreno más escabroso: el de la quimiofobia. El miedo irracional a todo lo que suene a “sintetizado en un laboratorio”, incluso aunque sea un compuesto presente en el medioambiente de forma natural.

En este punto es necesario decir que todos los aditivos que se utilizan en la Unión Europea están autorizados y sometidos a evaluaciones periódicas sobre su seguridad. Y algo importante: los aditivos cumplen una función tecnológica en los alimentos. Sí, en algunos casos se emplean “solo” para mejorar las propiedades organolépticas (el sabor, el color o el aroma). Es una función importante para mejorar la aceptabilidad del consumidor, y puede parecer una razón menor por limitarse a una aparente estrategia de venta. No es así.

Pero asumiendo que solo la industria se beneficia de esa función tecnológica, centrémonos en otras propiedades por las que se emplean los aditivos: la capacidad para conservar los alimentos y alargar su vida útil. Es decir, para que mantengan más tiempo su aspecto, textura, sabor….y para que no contengan microorganismos que puedan producir toxiinfecciones alimentarias. Una función absolutamente necesaria para que tengamos acceso a determinados productos y no enfermemos.

Entonces, ¿podemos atiborrarnos sin preocupaciones de productos con aditivos? No. Pero porque es probable que el producto que los contenga sea un alimento ultraprocesado, con un pobre perfil nutricional.

Lo que no debe confundirnos y llevarnos al razonamiento opuesto, que es precisamente el que pretende la etiqueta “sin”: si no tiene aditivos es un producto saludable. No. Es una táctica de la industria que, por otro lado, no deja de ser tirar piedras contra su propio tejado: en otros muchos de sus productos la presencia de aditivos es necesaria.

Al elegir un alimento deberíamos preocuparnos por la calidad de los ingredientes, el grado de procesamiento, el origen y la sostenibilidad… no por lo que resalte la etiqueta.


¿Se puede destacar la ausencia de un aditivo? De nuevo chocamos con la legislación.


El reglamento 178/2002 (uno de los pilares de la legislación alimentaria actual) ya establece que el etiquetado, la publicidad o la presentación de los alimentos no deben inducir a error a los consumidores. Y el Reglamento 1169/2011 (el cimiento de la información alimentaria que recibimos) nos vuelve a decir dice que la información alimentaria no inducirá a error “al insinuar que el alimento posee características especiales, cuando, en realidad, todos los alimentos similares poseen esas mismas características, en particular poniendo especialmente de relieve la presencia o ausencia de determinados ingredientes o nutrientes”.


¿Las alegaciones “sin” inducen a error?

Considerando las investigaciones que se han llevado a cabo sobre este particular, parece evidente que, efectivamente, menciones como “libre de aditivos” o “sin OGM” llevan al consumidor a pensar equivocadamente que los productos son más saludables. Y esta percepción se extiende a otros compuestos como el gluten o la lactosa, que solo suponen un problema para personas sensibles que desarrollan reacciones adversas.

Pero no solo la industria alimentaria ha jugado con el término “sin aditivos” (y con otros, como “natural” u “orgánico”). Esta táctica también la ha empleado una poderosa industria: la del tabaco. Con el mismo (e increíble) resultado: se percibe como menos perjudicial el tabaco así etiquetado.



LA CONFUSIÓN "SIN"


Algunas personas pueden argumentar (con toda lógica) que cuanta más información recibamos los consumidores, mejores decisiones tomaremos. Sin embargo, no es un secreto que el exceso de información también es una estrategia ampliamente usada en comunicación para ocultar el mensaje.

Las alegaciones “sin” nos confunden porque:

1-. No significan que el producto no lleve aditivos: se puede destacar la ausencia de un determinado tipo de compuestos (como los conservantes o los colorantes) pero puede contener otros que cumplen otras funciones tecnológicas (y son igualmente “químicos”): antiaglomerantes, espesantes, potenciadores del sabor, endurecedores, espumantes, emulgentes, sales de fundido… Sin embargo, los consumidores llegamos a la conclusión de que el producto no contiene ninguno.

2-. Un alimento con un perfil nutricional malo seguirá siendo poco saludable, aunque se eliminen los aditivos. Reformular los alimentos no mejora necesariamente su valor nutricional ni su efecto metabólico: podemos encontrar alimentos “100% naturales” que no deberían formar parte de una dieta saludable. Incluso conocidas marcas de bebidas energéticas han visto como hacerse un hueco en la cesta de la compra y lanzan líneas que “no contienen saborizantes, colorantes, conservantes o aditivos artificiales, como el ácido fosfórico”.

3-. Se crea un efecto halo: en la toma de decisiones seguimos atajos (heurísticos) para reducir la complejidad del proceso y ahorrar recursos. Son necesarios para no eternizar nuestras elecciones. Las declaraciones de la etiqueta hacen que tomemos una característica del producto (“sin conservantes”, “sin colorantes”, “sin glutamato", etc.) y elaboremos una opinión general sobre él, atribuyéndole propiedades positivas en otros aspectos que no tienen nada que ver con la presencia o ausencia de aditivos.

4-. Contribuyen a perpetuar mitos sobre determinados compuestos, aunque ya estén sobradamente desmentidos por la evidencia científica. Se aprovechan de los miedos de los consumidores, los potencian y nos ofrecen la supuesta solución.

5-. Son una práctica de mercado desleal porque implícitamente señalan a otros productos como “peores” o “perjudiciales” solo porque los segundos no destacan “sin…” en el etiquetado (aunque tengan la misma composición).

Cuando hablamos de alimentación, a los consumidores se nos pide un incomprensible esfuerzo extra para hacer buenas elecciones. Se nos exige formación y conocimientos.

No hay una regla universal para no equivocarse interpretando etiquetas. Pero una buena idea puede ser no dejarse llevar por el ruido (etiquetas llenas de declaraciones).

Mensajes sencillos: información de calidad frente a cantidad de información.

Y los mejores productos que puedes incorporar a tu alimentación no llevan etiquetas.



Beatriz Robles (@beatrizcalidad) es tecnóloga de alimentos, máster en auditoría de seguridad alimentaria y entusiasta de la divulgación científica (www.seguridadalimentariaconbeatriz.com)

NUTRIR CON CIENCIA es una sección sobre alimentación basada en evidencias científicas y en el conocimiento contrastado por especialistas. Comer es mucho más que un placer y una necesidad: la dieta y los hábitos alimenticios son ahora mismo el factor de salud pública que más puede ayudarnos a prevenir numerosas enfermedades, desde muchos tipos de cáncer hasta la diabetes. Un equipo de dietistas-nutricionistas nos ayudará a conocer mejor la importancia de la alimentación y a derribar, gracias a la ciencia, los mitos que nos llevan a comer mal.


https://elpais.com/elpais/2018/05/23/ciencia/1527030157_987628.html

 
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