Muere Cristina Macaya

04/03/2023

CRISTINA MACAYA, GUARDIANA DE LOS SECRETOS DE MALLORCA​

LA MUERTE DE CRISTINA MACAYA:“LA QUIMIO HA SIDO DURA PERO NUNCA ME DOLIÓ”​

Murió el jueves como ella siempre quiso: con discreción y sin que nadie lo supiera. María Eugenia Yagüe, que la conoció bien, recorre una vida llena de más luces que sombras. La familia es su mejor legado


“A TI, CRISTINA, ¿QUÉ ES LO QUE que más te gusta hacer?”
“Lo que más me gusta es vivir”, contestó sonriendo, con su optimismo habitual. Y así vivió hasta este jueves, en Es Canyar, la mansión de estilo toscano, espectacular y elegante como ella misma, que había comprado hace 24 años, a 15 kilómetros de Palma.
Del cáncer contra el que luchó hasta el final hablaba sin dramatismos. “Me han operado tres veces y la quimio ha sido pesada, pero a mí nunca me ha dolido nada. Y no soy depresiva, aunque echo de menos llorar. No lloro y dicen que es sanísimo, porque te desahogas. Puedo llorar por dentro, pero lágrimas no”.
Decir que Cristina López Mancisidor, (Macaya era el apellido de su marido), era un personaje irrepetible y único no es un tópico amable para calificar a alguien que ya se ha ido. Cuando tenía 28 años y embarazada de María, su cuarto hijo, Javier Macaya sufrió un infarto fulminante mientras conducía. Y allí se quedó ella con los niños, dispuesta a salir adelante sin dramas. Trabajó en el mundo inmobiliario hasta que su vecino en La Moraleja, el ex ministro Enrique de la Mata, presidente de Cruz Roja, se dio cuenta de su valía como persona resuelta y de mundo y le encargó la parte internacional de la entidad.
Los viajes a los sitios más conflictivos del planeta entrenaron a Cristina en resolver situaciones extremas y buscar medios imaginativos. Ella fue quien creó el famoso Sorteo de Oro de Cruz Roja, una fuente de ingresos considerables para la organización.
Cuando se cruzó en su vida Plácido Arango él era un multimillonario mexicano de origen asturiano que estaba poniendo en marcha Aurrerá, la primera cadena de supermercados en España, y más tarde el Grupo Vips. Ella relacionó al magnate con la mejor sociedad del país, le apoyó como presidente de la Fundación Príncipe de Asturias, aportando a la entrega de premios invitados del más alto nivel. También compartió con él su pasión por el arte. Arango atesoró una de las mejores colecciones privadas del país. La pareja brillaba en los salones de Nueva York y descansaba en la mansión de Palm Beach, decorada con el buen gusto de Macaya.
Después de 18 años juntos y de que sus respectivos hijos fueran como una familia, Cristina quiso formalizar la relación con un matrimonio, del que el empresario no tenía necesidad. La negativa del magnate no fue un problema para que mantuvieran intacta su amistad y la generosidad de Arango con su ex pareja, estuvo a la altura de su grandeza como persona.
Cuando la hija de Cristina, Sandra, vivió un divorcio tormentoso con Fernando Ballvé, dueño de Campofrío, tuvo el apoyo incondicional de Plácido Arango en todos los sentidos y para los otros hijos de Macaya fue un padre generoso. María, la hija menor, estudió en el Aiglon College, un exclusivo centro suizo, por donde pasaron Marta Ortega, Gabriela Palatchi, hija del creador de Pronovias, la princesa Tatiana de Grecia, Alfonso de Orleans-Borbón o Edoardo Ponti, hijo de Sofía Loren. Un internado por el que los alumnos pagan unos 105.000 euros año.
El joven Príncipe Felipe estuvo muy interesado por María y coincidía con ella en alguna de las fiestas de Macaya en Mallorca. María está licenciada en Relaciones Internacionales e Historia del Arte en Boston, trabajó en el MOMA de Nueva York y se casó con Fernando Rodés, un importante empresario catalán, con el que vive en Suiza. Finalmente se dedica a dar clases de yoga y es la más bohemia de la familia.
Los otros hijos de Macaya también hicieron bodas importantes. Años después de Ballvé, Sandra se casó con un empresario alemán con el que vive en Milán. Por su parte, el primer marido de Cristina hija, fotógrafa de vocación y profesión en Nueva York, fue un magnate libanés. Su boda, celebrada en el impresionante pabellón acristalado, situado en medio de la finca mallorquina de su madre, fue una fiesta que hizo historia en la isla.
Javier Macaya, el único varón, es un financiero que vive entre Londres y Manhattan. Se casó primero con una de las Cisneros venezolanas, hija de la coleccionista Ella Fontanals, y años después tuvo otras relaciones hasta su matrimonio actual.
Muchos hijos, muchos nietos, pero Cristina Macaya murió sola en Es Canyar. Era su casa favorita después de ir dejando la de Madrid, que había puesto a la venta. En ese chalé de Madrid tenía una doncella que era prima de Pedro Almodóvar y al abrir la puerta, lo comentaba orgullosa a todo el mundo. En Gstaad Macaya veía mucho a su amiga Marta Gayá, la mallorquina que fue importante para el Rey Juan Carlos.
Tuvo fama de perfecta anfitriona y de embajadora de una isla que adoraba por su belleza y por su gente. Vestía túnicas estilo caftán, bisutería de tipo étnico, una simple coleta con la que recogía su pelo liso y negro, nunca teñido, apenas maquillaje y un porte de gran señora que nunca ocultó su edad, 78 años.
Le gustaba recibir, hospedar a sus amigos y darles libertad para que disfrutaran sin horarios de aquella casa rodeada de bancales y miles de naranjos y una casita que hizo construir en lo alto de la colina para que escribiera a gusto Carlos Fuentes o ensayara Nacho Duato.
En aquel paisaje idílico celebró su boda Pelayo Cortina Koplowitz cuando se casó con Jane Coppée. Cristina les cedió su casa para la fiesta nupcial. Una mansión en la que vivieron Adolfo Suárez y su esposa mientras les construían su casa mallorquina. Allí se refugiaron también Carmen Posadas y su marido Mariano Rubio cuando el ex gobernador del Banco de España salió de prisión. “Era mi amigo del alma y yo quiero mucho a mis amigos. Y si los abandonas cuando te necesitan, es que la amistad no era tal. El mundo está lleno de ingratos, sobre todo cuando son incómodos. Algunos vienen cuando están en la cumbre del poder y al año siguiente vuelven aunque lo hayan perdido todo”, contaba un día a esta periodista.
LOLES Y KIRK DOUGLAS
Sus huéspedes eran diversos porque su hospitalidad no entendía de clases sociales. Loles León fue una de sus invitadas y Kirk Douglas estuvo en una de las recepciones de Cristina en su única visita a la isla. También Felipe González, Isabel Preysler, los príncipes de Kent, Sabino Fernández Campo, Elena Benarroch, el matrimonio Clinton, Valentino y el Rey Juan Carlos, al que conocía bien pero no era un amigo cercano. Macaya fue invitada a la fiesta del embajador James Costos cuando Michelle Obama pasó por la isla.
A pesar de este despliegue de celebridades en torno a Macaya ella no buscaba hacerse notar ni le gustaba la chismografía social. Su agenda internacional era envidiable. En invierno estaba invitada a cacerías en Inglaterra y Portugal y en verano dejaba Mallorca para viajar a la isla griega de Spetses con Marta Gayá, invitadas por el naviero Peter Goulandris.
Siempre colaboró activamente con Proyecto Hombre, la onegé contra la droga, “pero no soy partidaria de organizar fiestas solidarias, yo las hago para mis amigos, porque me interesan mucho más los demás y creo que por eso estoy siempre contenta, es una manera como otra de sobrevivir”, confesaba. “No está la vida para estar llorando todo el día”.
El último encuentro que disfruté con Cristina fue una tarde de final de agosto. Los patios de buganvillas de Es Canyar, el lugar más cosmopolita de Mallorca, antes tan animados, estaban silenciosos. Sólo se escuchaba el agua de una fuente. Hablamos de lo divino y lo humano, sobre todo de lo humano, el cáncer inesperado que acabó con fiestas y viajes. Habían ido a visitarla sus amigos Michael Douglas y Catherine Zeta-Jones. Isabel Preysler también había viajado para verla. Cristina se lo agradeció mucho.
Contaba que sus hijos se turnaban para visitarla pero entendía que tenían su vida ya organizada y muchos compromisos. Todo transmitía soledad y melancolía.
Esta última Navidad, sin planes familiares, hacía las maletas para irse a su piso de Marrakech, donde tenía muchos amigos y hacía sol y buen tiempo, contaba con voz ronca por la quimio. “Nos vemos pronto”, dijo. Las dos sabíamos que era la última vez.
 
04/03/2023

CRISTINA MACAYA, GUARDIANA DE LOS SECRETOS DE MALLORCA​

LA MUERTE DE CRISTINA MACAYA:“LA QUIMIO HA SIDO DURA PERO NUNCA ME DOLIÓ”​

Murió el jueves como ella siempre quiso: con discreción y sin que nadie lo supiera. María Eugenia Yagüe, que la conoció bien, recorre una vida llena de más luces que sombras. La familia es su mejor legado


“A TI, CRISTINA, ¿QUÉ ES LO QUE que más te gusta hacer?”
“Lo que más me gusta es vivir”, contestó sonriendo, con su optimismo habitual. Y así vivió hasta este jueves, en Es Canyar, la mansión de estilo toscano, espectacular y elegante como ella misma, que había comprado hace 24 años, a 15 kilómetros de Palma.
Del cáncer contra el que luchó hasta el final hablaba sin dramatismos. “Me han operado tres veces y la quimio ha sido pesada, pero a mí nunca me ha dolido nada. Y no soy depresiva, aunque echo de menos llorar. No lloro y dicen que es sanísimo, porque te desahogas. Puedo llorar por dentro, pero lágrimas no”.
Decir que Cristina López Mancisidor, (Macaya era el apellido de su marido), era un personaje irrepetible y único no es un tópico amable para calificar a alguien que ya se ha ido. Cuando tenía 28 años y embarazada de María, su cuarto hijo, Javier Macaya sufrió un infarto fulminante mientras conducía. Y allí se quedó ella con los niños, dispuesta a salir adelante sin dramas. Trabajó en el mundo inmobiliario hasta que su vecino en La Moraleja, el ex ministro Enrique de la Mata, presidente de Cruz Roja, se dio cuenta de su valía como persona resuelta y de mundo y le encargó la parte internacional de la entidad.
Los viajes a los sitios más conflictivos del planeta entrenaron a Cristina en resolver situaciones extremas y buscar medios imaginativos. Ella fue quien creó el famoso Sorteo de Oro de Cruz Roja, una fuente de ingresos considerables para la organización.
Cuando se cruzó en su vida Plácido Arango él era un multimillonario mexicano de origen asturiano que estaba poniendo en marcha Aurrerá, la primera cadena de supermercados en España, y más tarde el Grupo Vips. Ella relacionó al magnate con la mejor sociedad del país, le apoyó como presidente de la Fundación Príncipe de Asturias, aportando a la entrega de premios invitados del más alto nivel. También compartió con él su pasión por el arte. Arango atesoró una de las mejores colecciones privadas del país. La pareja brillaba en los salones de Nueva York y descansaba en la mansión de Palm Beach, decorada con el buen gusto de Macaya.
Después de 18 años juntos y de que sus respectivos hijos fueran como una familia, Cristina quiso formalizar la relación con un matrimonio, del que el empresario no tenía necesidad. La negativa del magnate no fue un problema para que mantuvieran intacta su amistad y la generosidad de Arango con su ex pareja, estuvo a la altura de su grandeza como persona.
Cuando la hija de Cristina, Sandra, vivió un divorcio tormentoso con Fernando Ballvé, dueño de Campofrío, tuvo el apoyo incondicional de Plácido Arango en todos los sentidos y para los otros hijos de Macaya fue un padre generoso. María, la hija menor, estudió en el Aiglon College, un exclusivo centro suizo, por donde pasaron Marta Ortega, Gabriela Palatchi, hija del creador de Pronovias, la princesa Tatiana de Grecia, Alfonso de Orleans-Borbón o Edoardo Ponti, hijo de Sofía Loren. Un internado por el que los alumnos pagan unos 105.000 euros año.
El joven Príncipe Felipe estuvo muy interesado por María y coincidía con ella en alguna de las fiestas de Macaya en Mallorca. María está licenciada en Relaciones Internacionales e Historia del Arte en Boston, trabajó en el MOMA de Nueva York y se casó con Fernando Rodés, un importante empresario catalán, con el que vive en Suiza. Finalmente se dedica a dar clases de yoga y es la más bohemia de la familia.
Los otros hijos de Macaya también hicieron bodas importantes. Años después de Ballvé, Sandra se casó con un empresario alemán con el que vive en Milán. Por su parte, el primer marido de Cristina hija, fotógrafa de vocación y profesión en Nueva York, fue un magnate libanés. Su boda, celebrada en el impresionante pabellón acristalado, situado en medio de la finca mallorquina de su madre, fue una fiesta que hizo historia en la isla.
Javier Macaya, el único varón, es un financiero que vive entre Londres y Manhattan. Se casó primero con una de las Cisneros venezolanas, hija de la coleccionista Ella Fontanals, y años después tuvo otras relaciones hasta su matrimonio actual.
Muchos hijos, muchos nietos, pero Cristina Macaya murió sola en Es Canyar. Era su casa favorita después de ir dejando la de Madrid, que había puesto a la venta. En ese chalé de Madrid tenía una doncella que era prima de Pedro Almodóvar y al abrir la puerta, lo comentaba orgullosa a todo el mundo. En Gstaad Macaya veía mucho a su amiga Marta Gayá, la mallorquina que fue importante para el Rey Juan Carlos.
Tuvo fama de perfecta anfitriona y de embajadora de una isla que adoraba por su belleza y por su gente. Vestía túnicas estilo caftán, bisutería de tipo étnico, una simple coleta con la que recogía su pelo liso y negro, nunca teñido, apenas maquillaje y un porte de gran señora que nunca ocultó su edad, 78 años.
Le gustaba recibir, hospedar a sus amigos y darles libertad para que disfrutaran sin horarios de aquella casa rodeada de bancales y miles de naranjos y una casita que hizo construir en lo alto de la colina para que escribiera a gusto Carlos Fuentes o ensayara Nacho Duato.
En aquel paisaje idílico celebró su boda Pelayo Cortina Koplowitz cuando se casó con Jane Coppée. Cristina les cedió su casa para la fiesta nupcial. Una mansión en la que vivieron Adolfo Suárez y su esposa mientras les construían su casa mallorquina. Allí se refugiaron también Carmen Posadas y su marido Mariano Rubio cuando el ex gobernador del Banco de España salió de prisión. “Era mi amigo del alma y yo quiero mucho a mis amigos. Y si los abandonas cuando te necesitan, es que la amistad no era tal. El mundo está lleno de ingratos, sobre todo cuando son incómodos. Algunos vienen cuando están en la cumbre del poder y al año siguiente vuelven aunque lo hayan perdido todo”, contaba un día a esta periodista.
LOLES Y KIRK DOUGLAS
Sus huéspedes eran diversos porque su hospitalidad no entendía de clases sociales. Loles León fue una de sus invitadas y Kirk Douglas estuvo en una de las recepciones de Cristina en su única visita a la isla. También Felipe González, Isabel Preysler, los príncipes de Kent, Sabino Fernández Campo, Elena Benarroch, el matrimonio Clinton, Valentino y el Rey Juan Carlos, al que conocía bien pero no era un amigo cercano. Macaya fue invitada a la fiesta del embajador James Costos cuando Michelle Obama pasó por la isla.
A pesar de este despliegue de celebridades en torno a Macaya ella no buscaba hacerse notar ni le gustaba la chismografía social. Su agenda internacional era envidiable. En invierno estaba invitada a cacerías en Inglaterra y Portugal y en verano dejaba Mallorca para viajar a la isla griega de Spetses con Marta Gayá, invitadas por el naviero Peter Goulandris.
Siempre colaboró activamente con Proyecto Hombre, la onegé contra la droga, “pero no soy partidaria de organizar fiestas solidarias, yo las hago para mis amigos, porque me interesan mucho más los demás y creo que por eso estoy siempre contenta, es una manera como otra de sobrevivir”, confesaba. “No está la vida para estar llorando todo el día”.
El último encuentro que disfruté con Cristina fue una tarde de final de agosto. Los patios de buganvillas de Es Canyar, el lugar más cosmopolita de Mallorca, antes tan animados, estaban silenciosos. Sólo se escuchaba el agua de una fuente. Hablamos de lo divino y lo humano, sobre todo de lo humano, el cáncer inesperado que acabó con fiestas y viajes. Habían ido a visitarla sus amigos Michael Douglas y Catherine Zeta-Jones. Isabel Preysler también había viajado para verla. Cristina se lo agradeció mucho.
Contaba que sus hijos se turnaban para visitarla pero entendía que tenían su vida ya organizada y muchos compromisos. Todo transmitía soledad y melancolía.
Esta última Navidad, sin planes familiares, hacía las maletas para irse a su piso de Marrakech, donde tenía muchos amigos y hacía sol y buen tiempo, contaba con voz ronca por la quimio. “Nos vemos pronto”, dijo. Las dos sabíamos que era la última vez.


Que triste que muriera sola, después de haber sacado sola adelante a sus hijos yo creo que se merecía algo más, por muchos compromisos que tuvieran de verdad estos eran más importantes que su propia madre?
 

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