Libros, libros, libros

Debo estar en una época en la que nada me engancha....:wacky:.
Acabo de abandonar a P. Reverte, demasiado espeso, poco fluido . Será que no he elegido correctamente.
He empezado " La sombra del viento" de Ruiz Zafon. No me ha dado tiempo a revisar el foro x si hay algo referente a el. Sus primeras 20 pag ok:bookworm:
.Tengo ganas de leer algo de Murakami, qué recomendáis?:pompous:.
Gracias.
 
Yo empecé con 1Q84. Me encantó. Me encantó su fantasía, sus personajes, su manera de escribir...

Luego "Tokyo Blues", "Kafka en la orilla", "de qué hablo cuando hablo de correr" ( lo léi cuando yo corría...no es una novela en sí, es el relato de su experiencia corriendo), "Los anos de peregrinación del chico sin color"...

Pero creo que cualquiera te gustaría. Tal vez no el de correr, si no tienes tú misma una afinidad con ese deporte.

Tener los tengo TODOS :D , pero como me gusta tanto, me los voy racionando para que no se me acaben [emoji23][emoji23][emoji23].
Me los apunto a la lista de compras ya que no he leído nada de Murakami y ya el cuerpo me lo pide ;)
 
50 AÑOS DE 'CIEN AÑOS DE SOLEDAD'
Tiempo para la soledad, tiempo para la gloria
    • LEONARDO PADURA
  • 2 jun. 2017 21:08

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EFEALCUADRADO

Cien años de soledad festeja, como se merece, sus 50 años de existencia. Ese fue justo la mitad del tiempo que su autor, Gabriel García Márquez, le concedió en su novela a la estirpe de los Buendía para transitar de la gloria a la condena y desaparecer de la faz de la tierra. Más o menos el tiempo que una obra, acompañada en su nacimiento por la popularidad, el júbilo y el deslumbramiento tiene para agotar esas veleidosas compañías, muchas veces coyunturales y efímeras, y, en algún que otro caso, alcanzar al estatus de clásico que todos citan y nadie lee, o el peor destino: el olvido. Porque también 50 han sido, exactamente, los años más que suficientes para convertir a la novela de García Márquez en una obra ya inmortal en la historia de la literatura, un relato alucinado que aún se lee con renovado entusiasmo y se relee con merecida reverencia.

Todo o casi todo se ha dicho en estas cinco décadas de existencia del libro más comentado y reconocido de la literatura latinoamericana y el más ponderado entre los escritos en lengua española en el siglo XX. Su único rival en celebridad y estudios, a estas alturas, es El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes , y quizá el éxito y la canonización de ambos libros mucho tenga que ver con lo que constituye su esencia artística: son fábulas, construcciones novelescas, por momentos aparentemente enloquecidas y siempre desproporcionadas, en las que toda la mentira recopilada, organizada y procesada por sus autores dan como producto literario grandes verdades, más creíbles y creídas que muchas historias que pretendieron lograrlo por la vía de la exactitud y el realismo.

Porque, más que a lo dicho sobre ella por los críticos y académicos, o al reconocimiento intelectual de un autor coronado con el Premio Nobel que solía jugar con su aparente simplicidad, la fuente de la permanencia y la celebridad de Cien años de soledad se debe a las reacciones que fue y es capaz de provocar en los lectores: a su fuerza como obra literaria, como Novela, así, sin apellidos y con mayúsculas.

En tiempos como los que ahora corren, en que Colombia se recompone con acuerdos de paz que prometen o pretenden desterrar la violencia que ha acompañado la vida política de ese país desde su bolivariana fundación, la pertinencia de Cien años de soledad se hace quizás más evidente que nunca. Desde el ángulo sesgado que ofrece la perspectiva de Macondo -un pueblo imaginario pero quizás más real y conocido en el mundo que ningún otro, censado e histórico, de ese país suramericano-, valiéndose solo con la fuerza de la literatura de ficción, García Márquez creó la crónica de cien años de violencia ejemplar y fratricida que revela de modo esperpéntico pero tremendamente verosímil (la realidad de la literatura) lo que ha sido el gran drama de la historia colombiana.

También, desde ese rincón ficticio del Caribe donde todo era antiguo y todo era nuevo, el escritor nos concedió la posibilidad de hacer una lectura de la crónica socio-cultural de todo el continente americano, con sus mitos, mestizajes, fabulaciones, frustraciones, colores y sonidos, atrincherado apenas tras un parapeto de palabras (muchas de ellas adjetivos) encargadas de forjar un mundo imaginario pero posiblemente más real que el de todos los discursos y textos que han tratado de expresarlo o explicarlo.

Ese es el gran poder de la literatura, ese es el poder de este libro ahora medio centenario y celebrado en todo un mundo que se extiende, desde Macondo, hacia los cuatro puntos cardinales de la geografía física y cultural terrestre.

En mi caso, todavía hoy, tantos años después, puedo evocar el efecto o sensación o desazón visceral (o todo a la vez) que me provocó la primera lectura de la novela, en unos tiempos ya casi remotos en los cuales apenas comenzaba a soñar con la posibilidad de escribir. Ahora mismo cierro los ojos y puedo evocar con una 'garciamarquiana' lucidez de espanto aquella tarde dominical, erguida en el abarrotamiento de mi memoria, cuando realicé, casi enfebrecido, sin pausas, con angustia, la lectura de las últimas 200 páginas de la novela. Recuerdo, tal vez por los movimientos apocalípticos que generó en mi sensibilidad de joven dispuesto a todos los asombros, el tránsito por el tramo más extraño del relato, cuando ya se presiente el destino que sufrirán la estirpe y su mundo, una vorágine de decadencia y tristeza a la que me arrastró la maestría literaria del escritor

Y puedo además evocar la sensación de vacío a que me fui abocando, como si la tormenta macondiana me hubiera envuelto a mí también y me fuese despojando de las páginas del libro ya escrito. Pero, a la vez, siento cómo iban encarnándose en mi piel, como espinas que dejarían un rastro de sangre (y no precisamente sobre la nieve) en mi vocación y oficio literarios, los finales agónicos de unos personajes y un mundo con el que había convivido unos pocos días o quizás todo un siglo. Con el que he convivido por 50 años de repetidas lecturas de una novela de la que soy capaz de recitar párrafos y que siempre me sorprende como si nunca la hubiese leído.

El mérito excepcional de la gran revolución literaria que desató y encabezó Cien años de soledad fue, pienso, su carácter puramente novelesco y solo en segunda o tercera de otras índoles. Las lecturas políticas, históricas, sociológicas vendrían después y siempre estarían supeditadas a la magia de la creación subyugante.

La gran novela de Gabriel García Márquez, esa obra hacia la que lo condujeron sus relatos anteriores y de los que no pudieron desligarse sus obras posteriores merece siempre la celebración, pues 'Cien años de soledad' constituye una de las pruebas más patentes de la victoria de la imaginación, de la creación, de la palabra utilizada con propósitos artísticos, el éxito tremendo de esa gran mentira que es una novela capaz de revelarnos muchas grandes verdades. Y con vida y con belleza.

Leonardo Padura es escritor cubano y Premio

Princesa de Asturias de las Letras.
 
Pensativ0
03/06/2017 11:07 horas


Necesité cerca de quince arrancadas para poder darle una completa lectura al libro. Todos mis amigos hablaban excelencias del libro y a mí se me resistía completamente. Estaba entonces en la Facultad y tenía pocos momentos seguidos que dedicarle al dichoso libro. Hasta que leí unas entrevistas que le hicieron al Gabo. Él consideraba cada capítulo como un ladrillo de un muro. Algo único e indivisible. Hasta que no tenía completamente acabado, pulido, tallado, abrillantado uno, no pasaba al siguiente. Mes pareció una muestra de respeto hacer yo lo mismo. Y empecé a disfrutar. Dedicaba el tiempo preciso para deleitarme con el aroma y sabor de cada capítulo. De uno en uno. Un manjar. Un placer. 50 años de placer. 100 años de compañía.
 
He estado este fin de semana visitando la feria del libro y me he comprado varios libros. Entre ellos: "La lista de mis deseos" de Gregoire Delacourt. Hablaron muy bien de ella. Ya les contaré.
 
Se me había olvidado decirles que he leído el libro de Espido Freire: Llamadme Alejandra (si mal no recuerdo, alguien preguntó por este libro en este hilo), el cual me ha encantado y me tuvo enganchada desde la primera página. A 100 años de la abdicación obligatoria del zar Nicolás II de Rusia y casi 99 del fusilamiento de la familia Romanov, este libro es la historia de la última zarina de Rusia, Alejandra, en los últimos días de su vida, recordando lo que fue la misma antes, durante y después de su matrimonio con Nikki, como ella llama al zar. Es como una especie de diario de la zarina, que al ser narrativa carece de diálogos propiamente dichos, pero es una lectura amena que está bien documentada (la llegada de la zarina a Rusia y la reacción del pueblo al verla aparecer tras el féretro del zar Alejandro III es un gran ejemplo de ello) y quien escribe el libro presta mucha atención a los detalles. He encontrado fascinante este libro, pues da una perspectiva distinta a hechos históricos, y las transiciones pasado-presentes son orgánicas y naturales. Nada en este libro es forzado. Les he dicho ya que estoy encantada con este libro?
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He estado este fin de semana visitando la feria del libro y me he comprado varios libros. Entre ellos: "La lista de mis deseos" de Gregoire Delacourt. Hablaron muy bien de ella. Ya les contaré.
Me encantó. En un momento dado, la prota va a una tienda de telas-merceria en Paris, da nombre y direccion pero he perdido el apunte. Con la lista de libros pendientes, no tengo tiempo para buscarlo. Porfa, cuando lo leas acuerdate de reseñarlo aqui y me pones la direccion de la tienda- Merci.:):)
 
Me encantó. En un momento dado, la prota va a una tienda de telas-merceria en Paris, da nombre y direccion pero he perdido el apunte. Con la lista de libros pendientes, no tengo tiempo para buscarlo. Porfa, cuando lo leas acuerdate de reseñarlo aqui y me pones la direccion de la tienda- Merci.:):)
¡Sin problema. Intentaré acordarme!.
 
ASUNTOS INTERNOS
La vida en una burbuja de algoritmos
    • LUCÍA MÉNDEZ
  • 5 jun. 2017 03:07

LIVRO: EL FILTRO BURBUJA
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Réplica de la cabaña en la que vivió Thoreau MUNDO


El ascetismo y la comunión con la naturaleza son inesperada tendencia, o tal vez lógica por agotamiento tecnológico y globalizador. En Estados Unidos se han reeditado con mucho éxito los libros de Henry David Thoreau, apóstol de la desobediencia civil, que vivió aislado en una cabaña a finales del XIX sin querer saber nada del progreso. Comiendo sólo lo que encontraba por los alrededores. Thoreau relató su experiencia en Walden, obra de culto del ecologismo. Han llegado también a las librerías, con un éxito también inopinado, libros sobre el arte de cortar la madera o la apasionante vida de un pastor.

Esta tendencia de buscar la soledad puede parecer un anacronismo absurdo y naif en un mundo dominado por la intercomunicación. Thoreau se asomaba a la ventana y siempre veía lo mismo: el mismo lago y los mismos árboles. Y nosotros creemos que asomándonos a la ventana del ordenador y del móvil tenemos el mundo entero y todos los conocimientos de la historia de la humanidad al alcance de la vista.

Falsa impresión. En realidad, vivimos en un mundo que gira alrededor de nosotros mismos. Lo único que nos diferencia del asceta norteamericano es que él vivía en una cabaña y nosotros habitamos en los lugares donde quieren los algoritmos de Google, Facebook, Apple o Microsoft. Mucho menos romántico, pero mucho más rentable para los que dirigen nuestras vidas y venden al mejor postor publicitario nuestros deseos, gustos, costumbres y emociones.

Si alguien cree que exagero, puede leer 'El filtro burbuja', escrito por Eli Pariser, un libro clarificador al tiempo que estremecedor acerca de lo que esconden las pantallas que ya no son un artefacto para facilitar nuestras comodidades, sino un instrumento para dirigir nuestra vida hacia donde quieran los algoritmos de esas compañías. Ellos deciden lo que somos, lo que nos debe gustar, lo que leemos, lo que vemos, lo que compramos y lo que pensamos. Y lo hacen a través de los filtros personalizados que se establecen a partir de cada click con el que damos información sobre nosotros mismos. "Los filtros personalizados presentan cierta clase de autopropaganda invisible,
adoctrinándonos con nuestras propias ideas". El experto nos alerta sobre la posibilidad real de "quedarnos atrapados en un bucle infinito sobre nosotros mismos", consumiendo sólo aquello que nos ofrece el filtro de nuestros propios gustos y deseos. Todo lo demás permanecerá invisible a nuestros ojos. No existirá esfera pública porque los algoritmos la condenarán a un punto ciego.


Si siguen creyendo que exagero, el autor del libro dedica un amplio espacio a hablar del periodismo y de los periódicos. Concretamente, de cómo los algoritmos están sustituyendo a los periodistas en la edición de las noticias, a fin de que los usuarios -que es como se llama ahora a los lectores- obtengan la información que se ajusta a sus gustos, intereses y preferencias. Como señala uno de los gurús de la cosa, el mejor periódico se acabará llamando Daily Me.

El libro de Pariser pone los pelos de punta y después de acabarlo, no extraña nada que la vida en plan ermitaño se haya puesto de moda. Ya que se trata de vivir en una burbuja, mejor en una cabaña a la orilla de un lago. Por lo menos nos da el aire al abrir la ventana.
 
Me encantó. En un momento dado, la prota va a una tienda de telas-merceria en Paris, da nombre y direccion pero he perdido el apunte. Con la lista de libros pendientes, no tengo tiempo para buscarlo. Porfa, cuando lo leas acuerdate de reseñarlo aqui y me pones la direccion de la tienda- Merci.:):)

¿Es alguna de estas dos?

Recorro la calle Jean-Jaurès hasta la estación de metro de Boulogne-Jean Jaurès, línea 10, dirección Gare d’Austerlitz, transbordo en La Motte-Picquet. Miro mi papelito.
Tomar la 8, dirección Créteil-Préfecture, y bajar en Madeleine; cruzar el bulevar de la Madeleine, bajar por la calle Duphot, girar a la izquierda en la calle Cambon y seguir hasta el 31.


Apenas tengo tiempo de alargar la mano cuando la puerta se abre sola por obra y gracia de un portero. Dos pasos y penetro en otro mundo. Hace fresco. La luz es suave. Las dependientas son guapas y discretas; una de ellas se acerca, susurra, ¿puedo ayudarla, señora? Estoy mirando, estoy mirando, mascullo, impresionada, pero es ella la que me mira a mí
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Más tarde —todavía tengo tiempo antes de que salga el tren— voy a rebuscar al mercado de Saint-Pierre, en la calle Charles Nodier. Es mi cueva de Alí Babá.


Mis manos se sumergen entre las telas, mis dedos tiemblan en contacto con el organdí, el fieltro fino, el yute, el patchwork. Siento entonces la embriaguez que debió de sentir aquella mujer que pasó encerrada toda una noche en una tienda Sephora, en el bonito anuncio de televisión. Ni todo el oro del mundo podría comprar este vértigo. Aquí todas las mujeres son guapas. Les brillan los ojos. Viendo un pedazo de tela ya imaginan un vestido, un cojín, una muñeca. Fabrican sueños; tienen la belleza del mundo en la yema de los dedos. Antes de irme compro tela Bemberg, cinta de polipropileno, cinta serpentina y pompones de fantasía.

;);)
 
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