Leonor de Borbón ,el antídoto de la Corona contra el secesionismo.

E
Nuevatribuna
“¡Oh, sabe leer!, o sobre la adulación”

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12 DE NOVIEMBRE DE 2019 (09:43 H.)

“Los aduladores son como la maleza que crece al lado de la planta principal, ella cree que la están acompañando, pero,
en realidad, la están parasitando y la debilitan”.

William Shakespeare

El pasado lunes, 4 de noviembre, fue un día marcado en el calendario de la Casa Real: un acto en el que la princesa Leonor hizo su intervención en la gala de la entrega de los Premios Fundación Princesa de Girona y la conformación institucional de su imagen pública. Estoy a favor incondicional del respeto y la buena educación que deben acompañar a cualquier acto institucional, lo presida la monarquía, las diversas instituciones del Estado o sea una simple reunión de ciudadanos. Se me hace difícil, en cambio, entenderlo cuando impera lo que los ingleses llaman “flattery”, es decir, la sobreactuación, la desmesura servil y cortesana, la adulación, el servilismo, la sumisión, la untuosa abyección, el halago, el agasajo, la pelotilla, la coba, el bombo, el empalago, la afectación... Los asistentes al acto de entrega -la prensa dice que unos 1500-, aplaudieron la intervención durante más de cinco minutos a las “muy preparadas y bien ensayadas” palabras, bien leídas sí por la princesa, pero no escritas por ella; en protocolo, ser cortés es signo de buena educación, la adulación excesiva y los aplausos como “confeti”, en cambio, son servilismo cortesano. Si los asistentes, siempre según mi republicana opinión, aplaudieron con desmesura la intervención de la princesa, lo ha sobrepasado la prensa con un “halago empalagoso”. Así lo han relatado: “En su debut, la princesa Leonor, a la que los nervios no han traicionado, ha sido arropada por una fuerte, merecida y prolongada ovación del público asistente. Con aplomo ha pronunciado su discurso, con gran dominio de idiomas, pues su formación es políglota, en castellano, en catalán -un guiño muy esperado dada la creciente tensión catalana-, en inglés y hasta en árabe, -idioma de una de las galardonadas este año-. En el breve tiempo de la lectura ha sido el foco de todas las miradas; hasta llegar a ese instante, la curiosidad y la expectación de los españoles por ver el debut real de Leonor ha ido creciendo. La princesa de Asturias, Leonor de Borbón, ha dado un importante paso no solo para la dinastía de los Borbones sino también para la historia de España. Ante la atenta mirada de más de 1.500 asistentes y millones de espectadores de todo el mundo, Leonor ha iniciado oficialmente su camino hacia el reinado. Sus palabras han desprendido felicidad y orgullo de su linaje como hija de rey y también como nieta de reyes”. “Después, Felipe VI ha tomado a su vez la palabra para expresar en primer lugar su admiración por lo bien que lo había hecho su hija, de quien ha dicho que “está empezando a asumir sus obligaciones con ilusión y sentido del deber”. “Me lo ha dejado difícil”, bromeaba el rey con la sonrisa y el aplauso de los asistentes”. Hasta aquí, la prensa.

En el ámbito educativo la evaluación es uno de los temas de mayor importancia. No porque se trate de un tema imprescindible para progresar en el sistema educativo, sino porque toda la sociedad, administración, profesorado, padres de familia y los propios alumnos, son conscientes de que el hecho de evaluar o de ser evaluado es uno de los objetivos del proceso educativo, pues determina, en gran medida, lo que los alumnos aprenden y cómo lo aprenden y lo que los profesores enseñan y cómo lo enseñan. La propia cultura de evaluar no se limita a la escuela, sino que se extiende al resto de las actividades de la sociedad. Valorar educativamente el rendimiento de un alumno sobre una pregunta de la que se le ha proporcionado la respuesta y se le ha permitido ensayarla hasta la extenuación para al final leerla, no puede considerarse honesta evaluación ni, por tanto, merecedora de aprobación; no sería ético ni educativo premiarle o aplaudirle. Desde el sano criterio y la justa equidad que debe regir todo acto de valoración y evaluación educativas, la lectura del discurso por una niña -cuyo alcance político e histórico seguro que desconoce-, aunque sea princesa y que todo se le ha proporcionado sin esfuerzo y mérito alguno, solo por ser hija del monarca, considero que no es merecedora de tanta “flattery” o adulación vacía. ¿Acaso un tribunal o un claustro de profesores aplaudiría a un estudiante por leer la respuesta a una pregunta cuya solución se le ha proporcionado previamente y encima se le ha ensayado durante largo tiempo?
Si medimos con criterios justos la valoración de los méritos de unos (que lo tienen todo) y otros (que casi nada poseen) y además le damos imagen y publicidad servil, flaco favor hacemos a la equidad educativa y a los restantes niños y niñas; la evaluación educativa no se mide por “el trono que ocupa el alumno” sino por el esfuerzo personal que pone en lo que hace. No es extraño, pues, que la sociedad se conduzca mal cuando a unos se les proporciona “puente de plata” y a otros ni siquiera “caminos roturados”.
Decía el escritor francés François de La Rochefoucauld que “la adulación es una moneda falsa que tiene curso gracias sólo a nuestra vanidad”. La adulación, cuya característica principal es el elogio excesivo, el aplauso desmedido o la expresión exagerada de admiración, forma parte de fines estratégicos, interesados y espurios; el adulador siempre persigue congraciarse con el adulado, con la finalidad se conseguir algún beneficio. La adulación no existe si no hay otro que la demande; florece allí donde hay terreno propicio para ello. A diferencia del reconocimiento genuino de los auténticos valores, la adulación siempre tiene una “agenda secreta” con el fin de obtener prebendas. Sostenía Aristóteles que “todos los aduladores son mercenarios y hombres serviles de bajo espíritu”. La mejor corona que adorna a una persona no son sus joyas, sino sus valores. Calístenes de Olinto, historiador griego, sobrino de Aristóteles y discípulo suyo, puso en boca de Alejandro Magno una sentencia famosa: “Si a mi padre le debo la vida, a mi maestro le debo el triunfo”. Con nuestra realeza sucede lo contrario, a los padres -los reyes- los hijos -infanta o princesa- les deben todo: la vida, el triunfo, el trono…; y muy poco a los maestros; como hemos visto en la ceremonia comentada, con enseñarles a leer lo que otros han escrito, tienen ya garantizados los aplausos.
Desde la Antigüedad griega, a lo largo del Imperio romano y de las Edades Media y Moderna, nos ha llegado un género literario: la “Educatio Principis” o la educación del Príncipe; mediante estos escritos se trataba de educar al futuro monarca para que su reinado fuera un compendio de buen gobierno y una suma de buenos ejemplos para la posteridad. Por ejemplo, en las Siete Partidas de Alfonso X se dice que toda la educación de los príncipes debía tener como fundamento el honor. Sólo el honor debía regir la conducta del príncipe, cuyo porte debía ser siempre sencillo y de hondos sentimientos. Y ese honor obligaba a que en la educación de los príncipes no hubiese jamás engaño. En mi opinión, en la ceremonia de los Premios Fundación Princesa de Girona, la fuerte, merecida y prolongada ovación del público asistente -como destacó la prensa-, no fue un gesto de correcto protocolo, como exigía el acto, sino un engaño de excesiva adulación por la lectura de una líneas previamente escritas y ensayadas. Con ironía, me imagino que al recibir tan sonoro y prolongado aplauso, la princesa Leonor pensaría en su interior: “Si por tan poca cosa, que cualquier niña leería tan bien como yo, me aplauden así, cuando dedique mi vida, con sencillez en el porte, buena educación en las formas, con dedicación y entrega a los más necesitados de los españoles, sin alardes ni soberbia, sin preocuparme por vestir la moda de pasarela, sin buscar los halagos cortesanos…, serán los cielos abiertos los que aplaudan mi conducta”.
También Maquiavelo en “El príncipe” le recomendaba que hay que tener al lado a quien nos dice desinteresadamente cómo son las cosas, apreciar a quien nos corrige y aceptar sus correcciones, huyendo, al mismo tiempo, como de la peste de todo adulador, pues la adulación es uno de los más nocivos enemigos; en vez de ayudar a alcanzar la verdad perdida, la adulación confirma en la mentira que busca el adulador y en la que se instala”. Son también muy claros los consejos que da Séneca acerca de su educación: “Para educar al infante, hay que ayudarle a escuchar la verdad, apartando la infamia de la adulación; que sienta respeto por la verdad; que no consiga nada con la cólera; que lo que se le negó mientras lloraba, se le ofrezca cuando esté tranquilo; que no tenga a la vista ni a su disposición las riquezas de los padres”.
No niego la importancia que tiene en la sociedad el protocolo, es decir, saber cómo deben ser la conducta y el comportamiento de acuerdo al mismo, o, como se decía hace años, “la buena educación en las formas”, según las normas de la urbanidad, a las que puso figura y cartel Ricard Opisso, el popular dibujante catalán en sus pasquines y versos: “El niño y la niña bien educados” y “El niño y la niña mal educados”; en el fondo, el protocolo, en síntesis, no es más que saber estar, comportarse de un modo adecuado según una serie de normas y pautas de comportamiento en las que se determina la precedencia y honores que deben tener las personas y cómo se deben desarrollar los actos importantes que se producen en la sociedad con el debido respeto.
Otra cosa muy distinta es la conducta de la buena educación en valores; es decir, el verdadero sentido formativo de la escuela y su eficacia social y pedagógica; consiste en dejar claro que la educación es, por naturaleza, una cuestión de valores, un proceso de formación moral. Los valores son la base para construir sobre ellos el “edificio de la persona”, en cuanto a sus creencias y orientaciones de vida, con implicación de sentimientos éticos profundos. En el prólogo del libro “Cómo educar en valores”, del profesor Serafí Antúnez, se puede leer: “La educación en valores se justifica por la necesidad que tenemos los individuos de comprometernos con determinados principios éticos que nos sirvan para evaluar nuestras propias acciones y las de los demás; sirven para guiar las conductas de las personas; son principios normativos y duraderos que indican que una determinada conducta es personal y socialmente preferible a otras que se consideran opuestas o contradictorias”. El concepto “valor”, está relacionado con la propia existencia de la persona, afecta a su conducta, configura y moldea sus ideas y condiciona sus sentimientos.

Aunque algo hemos avanzado, viendo el protocolo adulador que gran parte de la sociedad mantiene en todo lo relacionado con la “casa real, la monarquía y las personas que la componen”, desde la buena educación en valores, aún no hemos superado ese cínico protocolo cortesano llamado “servilismo”. Una cosa es ser servicial y otra muy distinta, servil, o como a veces se dice: “ser vil”.
El servilismo es una tendencia del comportamiento en la que una persona decide satisfacer a otra (regularmente con poder para resolverle sus intereses o necesidades), aun poniendo en riesgo su integridad física, su moral y su ética. Quien es servil busca complacer al poderoso, sin más referente que hacerle realidad sus intereses, necesidades u objetivos. En su libro “Metafísica”, Kant afirmaba que el servilismo es un indicador de la devaluación individual de la persona; ser servil implica una actitud deferente o sumisa hacia otros, producida por la ignorancia, la incomprensión o la devaluación de sí mismo, reconociendo en el otro una condición de superioridad absoluta. El servil se dedica a sobrevalorar las cualidades del poderoso y hacerlas valer aun sacrificando su integridad o su propia dignidad. La dignidad personal es una de las premisas que hoy más que nunca se requiere para cambiar el rumbo que lleva el país. La democracia -incluso la monarquía cortesana- exige siempre dignidad, no servilismo. Es bueno recordar aquel Discurso del Rey Juan Carlos, en la Navidad de 2011, en el que decía que la corona ya no se heredará simplemente por la sangre, sino que habrá que conquistarla todos los días con un comportamiento adecuado y ejemplar.
En el Cap. XXIII de “El príncipe”, titulado “Cuándo se debe huir de los aduladores”, escribe Maquiavelo: “… de los aduladores todas las cortes están llenas y atestadas. Pero se complacen tanto los príncipes en lo que por sí mismos hacen, y se engañan en ello con tan natural propensión, que librarse del contagio de los aduladores les cuesta Dios y ayuda, y aun con frecuencia les sucede que por inhibirse sistemáticamente de semejante contagio corren peligro de caer en el menosprecio. Para obviar inconveniente tamaño bástale al príncipe dar a comprender a los que le rodean que no le ofenden por decirle la verdad”.
Es recomendable e instructivo leer a Shakespeare en el diálogo entre Hamlet y Polonio, el padre de Ofelia. Polonio representa a un trepador que intenta ganar la confianza del príncipe a través de una admiración y una complacencia fingida y ridícula para poder manipularlo e, incluso, conseguir algún poder. Hamlet se ríe con ironía de la capacidad de adulación de Polonio, demostrando lo oportunista que puede ser un adulador con tal de satisfacer los deseos o creencias de su amo:
Hamlet: ¿Veis aquella nube cuya forma es muy semejante a un camello?
Polonio: es verdad que parece un camello realmente.
Hamlet: Yo creo que parece una comadreja.
Polonio: Sí, tiene el dorso de una comadreja.
Hamlet: O de una ballena.
Polonio: Exacto; de una ballena.

Y concluye Shakespeare: “Quien se complace de ser adulado es digno del adulador”. Buena advertencia para cualquiera que detente el poder

Excelente artículo. Gracias por traerlo, @laseca .
 
:panda::rolleyes::panda:
.:rolleyes::panda:
Y pensar que reclaman ser descendientes del Rey David y ostentan el titulo de REY DE JERUSALEM ..........
Pero le venden armas a los paises Arabes , aceptan sus comisiones y regalos carisimos que no declaran...........
.
Querida prima Cleo : Como nos leen , estoy segura que el proximo discurso lo dara en la Sinagoga
de Madrid para el acercamiento con nuestra comunidad judia sefardita y alabaran nuestra
aportacion a la cultura de Espanya, etc. etc. y la Menina MeZZiaz hablara en arameo , caldeo y
hebreo antiguo...................ah !!!! y en Ladino (el espanyol antiguo que todavia se habla por los descendientes
de los desterrados de la Inquisicion)............................Aleluyah !!!!!!!!!
.
Shalom y bendiciones !!!!!!! ??



¿Rey de Jerusalem ? ... ¿ de verdad?...mira que para allá lo mandamos......
 
¿Rey de Jerusalem ? ... ¿ de verdad?...mira que para allá lo mandamos......
Aqui tienes sus titulos según la wiki. Alguno da risa como el de Rey de los Algarves, Archiduque de Austria (no se si habra pisado alguna vez esa tierra y ya es archiduque)

La Constitución española, en su Título II, artículo 56, párrafo 2, designa que el rey puede usar otros títulos y dignidades, generalmente referidos a entidades históricas, y que han estado tradicionalmente asociadas a la Corona española:[49][50]
También puede utilizar el título de rey católico y, además, es canónigo honorífico y hereditario de la catedral de León y de la basílica de Santa María la Mayor en Roma. No obstante, la mayoría de estos títulos tienen un carácter meramente honorífico.
El último titular de la Corona del Imperio bizantino, Andrés Paleólogo, vendió su título imperial a Fernando II de Aragón y V de Castilla e Isabel I de Castilla antes de su muerte en 1502.[51] Sin embargo, no se tiene constancia de que ningún monarca español haya usado los títulos imperiales bizantinos.
Otros títulos asociados al titular de la Corona son los siguientes:
Y mas

Debido a la gran cantidad de títulos asociados a la Monarquía Hispánica, solo se escribían los más importantes, terminando la lista con un «etc.» o «&c.». Refiriéndose así a títulos secundarios y en desuso. Estos son:
 
Última edición:
Aqui tienes sus titulos según la wiki. Alguno da risa como el de Rey de los Algarves, Archiduque de Austria (no se si habra pisado alguna vez esa tierra y ya es archiduque)

La Constitución española, en su Título II, artículo 56, párrafo 2, designa que el rey puede usar otros títulos y dignidades, generalmente referidos a entidades históricas, y que han estado tradicionalmente asociadas a la Corona española:[49][50]
También puede utilizar el título de rey católico y, además, es canónigo honorífico y hereditario de la catedral de León y de la basílica de Santa María la Mayor en Roma. No obstante, la mayoría de estos títulos tienen un carácter meramente honorífico.
El último titular de la Corona del Imperio bizantino, Andrés Paleólogo, vendió su título imperial a Fernando II de Aragón y V de Castilla e Isabel I de Castilla antes de su muerte en 1502.[51] Sin embargo, no se tiene constancia de que ningún monarca español haya usado los títulos imperiales bizantinos.
Otros títulos asociados al titular de la Corona son los siguientes:
Y mas

Debido a la gran cantidad de títulos asociados a la Monarquía Hispánica, solo se escribían los más importantes, terminando la lista con un «etc.» o «&c.». Refiriéndose así a títulos secundarios y en desuso. Estos son:



¡Que barbaridad! con razón la laz lizta picó alto y papa oso no puede aceptar que le llamen republicano. Gracias por la info.

Pero una pregunta ...muchos de esos títulos , los de los reinos de España no tenían nada que ver con los Borbones ¿ es que heredan todo lo que conquistaron otros , o otra familia ? ...así se explica que la menina solo tiene que salir con su caballera de oro puro y los vasallo a aplaudir hasta con las orejas...jo....
 

Francia se rinde a la Princesa Leonor
La prensa francesa ha valorado muy positivamente las recientes apariciones de la Princesa Leonor en los Premios Princesa de Asturias y los Princesa de Girona.
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La revista francesa ‘Point de Vue’ ha dedicado un reportaje especial en el que Leonor es la protagonista. Sus páginas analizan la puesta en escena de la futura Reina de España en la última edición de los Premios Princesa de Asturias, en el Teatro Campoamor de Oviedo, así como en los galardones Princesa de Girona. Sobre este último acto, celebrado en una Barcelona convulsa tras la sentencia del ‘procés’, la publicación ha destacado que se produjo en un momento muy delicado, y como «telón de fondo la crisis catalana y el bloqueo político en el actual se encuentra el país».

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La revista resalta, además, la labor del rey como padre y como maestro en la formación como futura monarca de su hija, a quien guía. Consideran que Felipe ejerce “el trabajo que debe desempeñar en su labor como rey”. Y subrayan la especial relación que existe entre ellos. “Padre e hija son más cómplices que nunca. Sus recientes apariciones en la vida pública son señal de que la monarquía española continúa escribiendo su historia en torno a la unidad nacional», dicen.
 
Pues parece que el mundo mundial se esta rindiendo frente a la menina que leyó una parrafada de 5 minutos con un pelo dorado y ondulado que nos hacia recordar los tirabuzones de Shirley Temple y ahora su mama bajando por las escalinatas del avión a su llegada a Cuba mostrando patuca y sacando un montón de trapitos .

Y es que leer una parrafada y sacar trapitos varios parece ser que , de acuerdo a nuestra babosa prensa , es suficiente para caer todos rendidos....bueno todos todos no, no creo que ni Pedro ni Pablo , hayan cambiado su actitud hacia el chiringuito. A ver que pasa en los próximos meses.
 
E
Nuevatribuna
“¡Oh, sabe leer!, o sobre la adulación”

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12 DE NOVIEMBRE DE 2019 (09:43 H.)

“Los aduladores son como la maleza que crece al lado de la planta principal, ella cree que la están acompañando, pero,
en realidad, la están parasitando y la debilitan”.

William Shakespeare

El pasado lunes, 4 de noviembre, fue un día marcado en el calendario de la Casa Real: un acto en el que la princesa Leonor hizo su intervención en la gala de la entrega de los Premios Fundación Princesa de Girona y la conformación institucional de su imagen pública. Estoy a favor incondicional del respeto y la buena educación que deben acompañar a cualquier acto institucional, lo presida la monarquía, las diversas instituciones del Estado o sea una simple reunión de ciudadanos. Se me hace difícil, en cambio, entenderlo cuando impera lo que los ingleses llaman “flattery”, es decir, la sobreactuación, la desmesura servil y cortesana, la adulación, el servilismo, la sumisión, la untuosa abyección, el halago, el agasajo, la pelotilla, la coba, el bombo, el empalago, la afectación... Los asistentes al acto de entrega -la prensa dice que unos 1500-, aplaudieron la intervención durante más de cinco minutos a las “muy preparadas y bien ensayadas” palabras, bien leídas sí por la princesa, pero no escritas por ella; en protocolo, ser cortés es signo de buena educación, la adulación excesiva y los aplausos como “confeti”, en cambio, son servilismo cortesano. Si los asistentes, siempre según mi republicana opinión, aplaudieron con desmesura la intervención de la princesa, lo ha sobrepasado la prensa con un “halago empalagoso”. Así lo han relatado: “En su debut, la princesa Leonor, a la que los nervios no han traicionado, ha sido arropada por una fuerte, merecida y prolongada ovación del público asistente. Con aplomo ha pronunciado su discurso, con gran dominio de idiomas, pues su formación es políglota, en castellano, en catalán -un guiño muy esperado dada la creciente tensión catalana-, en inglés y hasta en árabe, -idioma de una de las galardonadas este año-. En el breve tiempo de la lectura ha sido el foco de todas las miradas; hasta llegar a ese instante, la curiosidad y la expectación de los españoles por ver el debut real de Leonor ha ido creciendo. La princesa de Asturias, Leonor de Borbón, ha dado un importante paso no solo para la dinastía de los Borbones sino también para la historia de España. Ante la atenta mirada de más de 1.500 asistentes y millones de espectadores de todo el mundo, Leonor ha iniciado oficialmente su camino hacia el reinado. Sus palabras han desprendido felicidad y orgullo de su linaje como hija de rey y también como nieta de reyes”. “Después, Felipe VI ha tomado a su vez la palabra para expresar en primer lugar su admiración por lo bien que lo había hecho su hija, de quien ha dicho que “está empezando a asumir sus obligaciones con ilusión y sentido del deber”. “Me lo ha dejado difícil”, bromeaba el rey con la sonrisa y el aplauso de los asistentes”. Hasta aquí, la prensa.

En el ámbito educativo la evaluación es uno de los temas de mayor importancia. No porque se trate de un tema imprescindible para progresar en el sistema educativo, sino porque toda la sociedad, administración, profesorado, padres de familia y los propios alumnos, son conscientes de que el hecho de evaluar o de ser evaluado es uno de los objetivos del proceso educativo, pues determina, en gran medida, lo que los alumnos aprenden y cómo lo aprenden y lo que los profesores enseñan y cómo lo enseñan. La propia cultura de evaluar no se limita a la escuela, sino que se extiende al resto de las actividades de la sociedad. Valorar educativamente el rendimiento de un alumno sobre una pregunta de la que se le ha proporcionado la respuesta y se le ha permitido ensayarla hasta la extenuación para al final leerla, no puede considerarse honesta evaluación ni, por tanto, merecedora de aprobación; no sería ético ni educativo premiarle o aplaudirle. Desde el sano criterio y la justa equidad que debe regir todo acto de valoración y evaluación educativas, la lectura del discurso por una niña -cuyo alcance político e histórico seguro que desconoce-, aunque sea princesa y que todo se le ha proporcionado sin esfuerzo y mérito alguno, solo por ser hija del monarca, considero que no es merecedora de tanta “flattery” o adulación vacía. ¿Acaso un tribunal o un claustro de profesores aplaudiría a un estudiante por leer la respuesta a una pregunta cuya solución se le ha proporcionado previamente y encima se le ha ensayado durante largo tiempo?
Si medimos con criterios justos la valoración de los méritos de unos (que lo tienen todo) y otros (que casi nada poseen) y además le damos imagen y publicidad servil, flaco favor hacemos a la equidad educativa y a los restantes niños y niñas; la evaluación educativa no se mide por “el trono que ocupa el alumno” sino por el esfuerzo personal que pone en lo que hace. No es extraño, pues, que la sociedad se conduzca mal cuando a unos se les proporciona “puente de plata” y a otros ni siquiera “caminos roturados”.
Decía el escritor francés François de La Rochefoucauld que “la adulación es una moneda falsa que tiene curso gracias sólo a nuestra vanidad”. La adulación, cuya característica principal es el elogio excesivo, el aplauso desmedido o la expresión exagerada de admiración, forma parte de fines estratégicos, interesados y espurios; el adulador siempre persigue congraciarse con el adulado, con la finalidad se conseguir algún beneficio. La adulación no existe si no hay otro que la demande; florece allí donde hay terreno propicio para ello. A diferencia del reconocimiento genuino de los auténticos valores, la adulación siempre tiene una “agenda secreta” con el fin de obtener prebendas. Sostenía Aristóteles que “todos los aduladores son mercenarios y hombres serviles de bajo espíritu”. La mejor corona que adorna a una persona no son sus joyas, sino sus valores. Calístenes de Olinto, historiador griego, sobrino de Aristóteles y discípulo suyo, puso en boca de Alejandro Magno una sentencia famosa: “Si a mi padre le debo la vida, a mi maestro le debo el triunfo”. Con nuestra realeza sucede lo contrario, a los padres -los reyes- los hijos -infanta o princesa- les deben todo: la vida, el triunfo, el trono…; y muy poco a los maestros; como hemos visto en la ceremonia comentada, con enseñarles a leer lo que otros han escrito, tienen ya garantizados los aplausos.
Desde la Antigüedad griega, a lo largo del Imperio romano y de las Edades Media y Moderna, nos ha llegado un género literario: la “Educatio Principis” o la educación del Príncipe; mediante estos escritos se trataba de educar al futuro monarca para que su reinado fuera un compendio de buen gobierno y una suma de buenos ejemplos para la posteridad. Por ejemplo, en las Siete Partidas de Alfonso X se dice que toda la educación de los príncipes debía tener como fundamento el honor. Sólo el honor debía regir la conducta del príncipe, cuyo porte debía ser siempre sencillo y de hondos sentimientos. Y ese honor obligaba a que en la educación de los príncipes no hubiese jamás engaño. En mi opinión, en la ceremonia de los Premios Fundación Princesa de Girona, la fuerte, merecida y prolongada ovación del público asistente -como destacó la prensa-, no fue un gesto de correcto protocolo, como exigía el acto, sino un engaño de excesiva adulación por la lectura de una líneas previamente escritas y ensayadas. Con ironía, me imagino que al recibir tan sonoro y prolongado aplauso, la princesa Leonor pensaría en su interior: “Si por tan poca cosa, que cualquier niña leería tan bien como yo, me aplauden así, cuando dedique mi vida, con sencillez en el porte, buena educación en las formas, con dedicación y entrega a los más necesitados de los españoles, sin alardes ni soberbia, sin preocuparme por vestir la moda de pasarela, sin buscar los halagos cortesanos…, serán los cielos abiertos los que aplaudan mi conducta”.
También Maquiavelo en “El príncipe” le recomendaba que hay que tener al lado a quien nos dice desinteresadamente cómo son las cosas, apreciar a quien nos corrige y aceptar sus correcciones, huyendo, al mismo tiempo, como de la peste de todo adulador, pues la adulación es uno de los más nocivos enemigos; en vez de ayudar a alcanzar la verdad perdida, la adulación confirma en la mentira que busca el adulador y en la que se instala”. Son también muy claros los consejos que da Séneca acerca de su educación: “Para educar al infante, hay que ayudarle a escuchar la verdad, apartando la infamia de la adulación; que sienta respeto por la verdad; que no consiga nada con la cólera; que lo que se le negó mientras lloraba, se le ofrezca cuando esté tranquilo; que no tenga a la vista ni a su disposición las riquezas de los padres”.
No niego la importancia que tiene en la sociedad el protocolo, es decir, saber cómo deben ser la conducta y el comportamiento de acuerdo al mismo, o, como se decía hace años, “la buena educación en las formas”, según las normas de la urbanidad, a las que puso figura y cartel Ricard Opisso, el popular dibujante catalán en sus pasquines y versos: “El niño y la niña bien educados” y “El niño y la niña mal educados”; en el fondo, el protocolo, en síntesis, no es más que saber estar, comportarse de un modo adecuado según una serie de normas y pautas de comportamiento en las que se determina la precedencia y honores que deben tener las personas y cómo se deben desarrollar los actos importantes que se producen en la sociedad con el debido respeto.
Otra cosa muy distinta es la conducta de la buena educación en valores; es decir, el verdadero sentido formativo de la escuela y su eficacia social y pedagógica; consiste en dejar claro que la educación es, por naturaleza, una cuestión de valores, un proceso de formación moral. Los valores son la base para construir sobre ellos el “edificio de la persona”, en cuanto a sus creencias y orientaciones de vida, con implicación de sentimientos éticos profundos. En el prólogo del libro “Cómo educar en valores”, del profesor Serafí Antúnez, se puede leer: “La educación en valores se justifica por la necesidad que tenemos los individuos de comprometernos con determinados principios éticos que nos sirvan para evaluar nuestras propias acciones y las de los demás; sirven para guiar las conductas de las personas; son principios normativos y duraderos que indican que una determinada conducta es personal y socialmente preferible a otras que se consideran opuestas o contradictorias”. El concepto “valor”, está relacionado con la propia existencia de la persona, afecta a su conducta, configura y moldea sus ideas y condiciona sus sentimientos.

Aunque algo hemos avanzado, viendo el protocolo adulador que gran parte de la sociedad mantiene en todo lo relacionado con la “casa real, la monarquía y las personas que la componen”, desde la buena educación en valores, aún no hemos superado ese cínico protocolo cortesano llamado “servilismo”. Una cosa es ser servicial y otra muy distinta, servil, o como a veces se dice: “ser vil”.
El servilismo es una tendencia del comportamiento en la que una persona decide satisfacer a otra (regularmente con poder para resolverle sus intereses o necesidades), aun poniendo en riesgo su integridad física, su moral y su ética. Quien es servil busca complacer al poderoso, sin más referente que hacerle realidad sus intereses, necesidades u objetivos. En su libro “Metafísica”, Kant afirmaba que el servilismo es un indicador de la devaluación individual de la persona; ser servil implica una actitud deferente o sumisa hacia otros, producida por la ignorancia, la incomprensión o la devaluación de sí mismo, reconociendo en el otro una condición de superioridad absoluta. El servil se dedica a sobrevalorar las cualidades del poderoso y hacerlas valer aun sacrificando su integridad o su propia dignidad. La dignidad personal es una de las premisas que hoy más que nunca se requiere para cambiar el rumbo que lleva el país. La democracia -incluso la monarquía cortesana- exige siempre dignidad, no servilismo. Es bueno recordar aquel Discurso del Rey Juan Carlos, en la Navidad de 2011, en el que decía que la corona ya no se heredará simplemente por la sangre, sino que habrá que conquistarla todos los días con un comportamiento adecuado y ejemplar.
En el Cap. XXIII de “El príncipe”, titulado “Cuándo se debe huir de los aduladores”, escribe Maquiavelo: “… de los aduladores todas las cortes están llenas y atestadas. Pero se complacen tanto los príncipes en lo que por sí mismos hacen, y se engañan en ello con tan natural propensión, que librarse del contagio de los aduladores les cuesta Dios y ayuda, y aun con frecuencia les sucede que por inhibirse sistemáticamente de semejante contagio corren peligro de caer en el menosprecio. Para obviar inconveniente tamaño bástale al príncipe dar a comprender a los que le rodean que no le ofenden por decirle la verdad”.
Es recomendable e instructivo leer a Shakespeare en el diálogo entre Hamlet y Polonio, el padre de Ofelia. Polonio representa a un trepador que intenta ganar la confianza del príncipe a través de una admiración y una complacencia fingida y ridícula para poder manipularlo e, incluso, conseguir algún poder. Hamlet se ríe con ironía de la capacidad de adulación de Polonio, demostrando lo oportunista que puede ser un adulador con tal de satisfacer los deseos o creencias de su amo:
Hamlet: ¿Veis aquella nube cuya forma es muy semejante a un camello?
Polonio: es verdad que parece un camello realmente.
Hamlet: Yo creo que parece una comadreja.
Polonio: Sí, tiene el dorso de una comadreja.
Hamlet: O de una ballena.
Polonio: Exacto; de una ballena.

Y concluye Shakespeare: “Quien se complace de ser adulado es digno del adulador”. Buena advertencia para cualquiera que detente el poder
Sólo me queda aplaudir.
Gracias por traer el artículo!
 
Aqui tienes sus titulos según la wiki. Alguno da risa como el de Rey de los Algarves, Archiduque de Austria (no se si habra pisado alguna vez esa tierra y ya es archiduque)

La Constitución española, en su Título II, artículo 56, párrafo 2, designa que el rey puede usar otros títulos y dignidades, generalmente referidos a entidades históricas, y que han estado tradicionalmente asociadas a la Corona española:[49][50]
También puede utilizar el título de rey católico y, además, es canónigo honorífico y hereditario de la catedral de León y de la basílica de Santa María la Mayor en Roma. No obstante, la mayoría de estos títulos tienen un carácter meramente honorífico.
El último titular de la Corona del Imperio bizantino, Andrés Paleólogo, vendió su título imperial a Fernando II de Aragón y V de Castilla e Isabel I de Castilla antes de su muerte en 1502.[51] Sin embargo, no se tiene constancia de que ningún monarca español haya usado los títulos imperiales bizantinos.
Otros títulos asociados al titular de la Corona son los siguientes:
Y mas

Debido a la gran cantidad de títulos asociados a la Monarquía Hispánica, solo se escribían los más importantes, terminando la lista con un «etc.» o «&c.». Refiriéndose así a títulos secundarios y en desuso. Estos son:
Y ni siquiera puede lograr que su esposa no lo deje en público como un pasmarote.....
 
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