La España de Franco

Estado
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quien causo la gueera fueron los republicanos por querer imponer una dictadura comunista, el oro lo hubiera dado igual estábamos a merced de la URSS

la república nunca quiso imponer una dictadura, ni comunista ni mediopensionista, eso es lo que inventaron los franquistas para justificar el golpe, lo que quiso la república es meter a España en el sXX, pero los dueños del chiringuito no estaban por la labor de una España democrática y financiaron a Franco para volver al antiguo regimen, con el apoyo militar de Hitler y Mussolini.

el gobierno republicano empleó las reservas del Banco de España en defender el orden legitimo. pidió ayuda a la URSS una vez comenzada la guerra y porque antes Paris y Londres se habían puesto de perfil.

quién causó la guerra fue Franco. las reclamaciones, al maestro armero.
 
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muertos de ambos bandos, no se puede mirar para otro lado con los muertos que no interesan y ocultar los crímenes de los repubpicanos, Franco no sale del valle y el papa no quiso hablar de Franco, que dejen de manipular

no hace falta que descendiera a hablar de la momia, con eso que dijo ya lo dijo todo.

la momia sale.
 
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Bebel, el futbolista que orinó delante de sus verdugos
Fue jugador del Deportivo en los años treinta y fue fusilado en los primeros compases de la Guerra Civil
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SeguirCarlos Tristán González@trisglez
Madrid
Actualizado:29/03/2019 08:47h

A menos de cuarenta minutos a pie del estadio de Riazor está la calle de los Hermanos de la Lejía. La placa que da nombre al pavimento está ahí desde 2002, cuando el Ayuntamiento de la ciudad quiso homenajear a una familia ilustre que padeció en los primeros compases de la Guerra Civil. Se trata de los García García, cuyos miembros tejieron estrechos lazos con el deporte y la política local.

Antes de asentarse en La Coruña, la familia vivía en Ribadeo. Sin embargo, la profunda convicción socialista del padre les obligó a mudarse. «Los hermanos llegaron a la ciudad procedentes de Ribadeo porque su padre había sido desterrado, por socialista, a 150 kilómetros de la villa», explica el historiador Carlos Fernández.

En el Barrio de Monte Alto de la ciudad costera decidieron empezar de nuevo. Para ello abrieron un negocio que consistía en la fabricación, distribución y venta de lejía. De lo que salía de aquí había que mantener a ocho hermanos. Fue este oficio el que acabó otorgándoles el apodo con el que han pasado a la historia.



Todos los vástagos crecieron en el seno de una familia con unos ideales marcadamente socialistas. Al menos tres de ellos, además, dedicaban parte de su tiempo al deporte: France practicaba boxeo; José, atletismo y ciclismo; y Bebel era futbolista. Es sobre este último en torno a quien gira la historia.

Socialista de cuna
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Bebel nació en 1914 en Ribadeo y debe su nombre a August Bebel, destacado dirigente socialdemócrata alemán. Jugó durante cuatro temporadas en el Deportivo de La Coruña, desde 1932 hasta 1936, cuando el equipo gallego se peleaba con sus rivales en los campos de Segunda división. Bebel no tenía mucho peso dentro de la plantilla, toda vez que solo llegó a jugar 28 partidos en total. Sumó, eso sí, más de una decena de goles.

Pero si sobre el campo no contaba con especial protagonismo, no ocurría lo mismo fuera de él, en los ambientes políticos en los que se movía. Bebel formó parte de las Juventudes Socialistas de La Coruña y vivió de primera mano el estallido de la Guerra Civil. Para una persona de sus ideales, aquello era mucho más importante que el fútbol y no dudo en jugarse la vida.

Previamente, un año antes, tanto France como Bebel habían sido detenidos. El diario de la época 'El Compostelano', en una noticia fechada el 28 de marzo de 1935, así lo atestigua, aludiendo a un incidente en el fortín militar de Adormideras:

«Manifestó el gobernador civil que por investigaciones de la Benemérita se supo que en la mañana de ayer se habían reunido determinadas personas haciendo ejercicios de formación que entonaron cánticos subversivos y algunos de ellos vestidos con camisa roja; las fuerzas de Asalto detuvieron a cuarenta y dos individuos. Y como no estoy dispuesto a permitir mientras esté al frente de la provincia la menor siembra revolucionaria, he acordado el pase a la cárcel con imposición de multa de 250 pesetas a los vestidos de rojo y que son Bébel, France García, [...] por considerarles incursos en actos contra el orden público definidos en los artículos segundo y tercero de la vigente ley de orden público; los demás no vestidos con camisas rojas serán sancionados con arreglo a los antecedentes de cada uno de ellos».

Cuando el 17 de julio de 1936 se produjo la rebelión militar en Melilla, acto que inició el golpe de Estado y por consiguiente el estallido de la Guerra Civil, no hubo unanimidad entre los militares de La Coruña. El general Enrique Salcedo decidió no respaldar el golpe, por lo que el general Mola encargó al teniente coronel Luis Tovar Figueras que lo comandase. Así, la decisión que tomó fue la de atacar la sede del Gobierno Civil, que fue defendida por aquellos que se mantenían fieles a la República. Entre ellos estaban los hermanos García.

Detención y condena a muerte
Con el triunfo del levantamiento de 1936 se produjeron multitud de detenciones. Bebel y France fueron detenidos por la Guardia Civil el 25 de julio en Guitiriz, municipio de Lugo, mientras trataban de huir a Asturias. Tras un juicio sumarísimo, fueron condenados a muerte.José María Salvador y Merino, presidente del Deportivo de La Coruña entre 1935 y 1941, asesoró a la autoridad militar en el juicio.

El 29 de julio de 1936, Bebel, quien hasta hace unos años había sido el goleador zurdo y bajito del Deportivo, formó parte de un pelotón de fusilamiento. Murió a los 22 años en el Campo de la Rata, cerca de la emblemática Torre de Hércules que preside la costa de la ciudad. Su última petición, concedida, fue orinar antes de ser disparado. Un acto de rebeldía a las puertas de la muerte. El célebre escritor uruguayo Eduardo Galeano narró este suceso en su libro «Espejos. Una historia casi universal» (2008):

«La Coruña, verano de 1936: Bebel García muere fusilado.

Bebel es zurdo para jugar y para pensar.

En el estadio, se pone la camiseta del Dépor.

A la salida del estadio, se pone la camiseta de la Juventud Socialista.

Once días después del cuartelazo de Franco, cuando acaba de cumplir veintidós años, enfrenta el pelotón de fusilamiento:

-Un momento -manda.

-Y los soldados, gallegos como él, futboleros como él, obedecen.

-Entonces Bebel se desabrocha la bragueta, lentamente, botón tras botón, y de cara al pelotón echa una larga meada.

-Después, se abrocha la bragueta:

-Ahora sí»
https://www.abc.es/deportes/futbol/...no-delante-verdugos-201903290127_noticia.html
 
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El dictador Francisco Franco, en una de sus asistencias bajo palio a una celebración de la Iglesia católica. EFE
De castigos a reconversiones: así fue la barbarie franquista contra las personas LGTBI
Con el fin de la Guerra Civil española hace 80 años, el colectivo LGTBI sufrió la persecución de la dictadura que primero los trató como delincuentes, después como enfermos y los consideraba una amenaza.

RUBÉN SERRANO

28 MARZO, 2019

“La dictadura nos persiguió porque éramos algo que hubiera debilitado al régimen. Nos alejábamos del modelo social que la cruzada franquista propugnaba. Para ese movimiento hercúleo de hombres forjados en la potencia ‘éramos lo peor’, como decía Pedro Zerolo”. La activista Boti García Rodrigo explica con estas palabras las torturas y la cacería legal que sufrieron las personas LGTBI con la llegada de la dictadura de Francisco Franco, que se instauró en todo el país el 1 de abril de 1939, tras el final de la Guerra Civil hace ya 80 años.

No obstante, la represión había comenzado antes, tal y como remarca Ramón Martínez, historiador especializado en la realidad LGTBI: “El asesinato de Lorca fue un primer aviso importante para mucha gente de lo que se avecinaba con el gobierno ilegítimo”. El poeta granadino fue “fusilado y abandonado” en una cuneta el 18 de agosto de 1936 “por rojo y mari**n”, según relataron su delator, Ramón Ruiz Alonso, y su ejecutor, Juan Luis Trescastro. Sus testimonios los ha recogido el periodista Marcos Paradinas en su libro El fin de la homofobia.

“Desde el comienzo, la homosexualidad se consideró una afrenta al régimen franquista. Es aterrador ver cómo las cuatro décadas de dictadura sirvieron para perfeccionar una sanguinaria maquinaria estatal con la que erradicar las heterodoxias”, recalca el historiador. Aun así, durante los primeros 15 años de la dictadura, Franco “estaba bastante ocupado con la aniquilación de los rivales políticos”, señala Pardinas, y no fue hasta pasada “esa purga” que decidió ir a por las personas LGTBI con la modificación en 1954 de la Ley republicana de Vagos y Maleantes.

No obstante, usar estas siglas en el marco de la dictadura no es del todo correcto ya que supone ser infiel a la forma en la que el régimen entendía la diversidad y porque por aquel entonces aún no se había organizado el movimiento LGTBI que conocemos hoy en día. “El denominador común del franquismo es que todos eran maricones. No supo distinguir entre orientación sexual e identidad de género. Las mujeres trans eran consideradas travestis u homosexuales”, incide Raúl Solís, autor del libro La doble transición donde recoge la vida de ocho mujeres trans durante estos años de totalitarismo. “Trans, homosexuales y bisexuales iban al mismo saco conceptual de los ‘desviados’”, apunta Martínez.

Como expuso Fernando Olmeda en su libro El látigo y la pluma, con la dictadura se implementó en la sociedad española una idea muy concreta de masculinidad y de lo que debía ser un hombre. Martínez coincide con el periodista y especifica que al varón se le aplicaba “la versión más férrea de los roles de género. Cualquiera que lo incumpliera no solo era un traidor a su s*x*, sino también un traidor a la patria, que necesitaba ‘hombres de verdad’ para fecundar mujeres que dieran a luz a españoles de bien. Hay textos que incluso se plantean si los hombres no heterosexuales son recuperables o no para la causa de la propagación de la raza”. Solís lo sentencia así: “En un sistema patriarcal lo que se privilegia es la copia del patriarca. Las personas LGTBI cuestionaban la columna vertebral del nacionalcatolicismo. Por eso nos perseguían”.

Una condena disfrazada de precaución
La Segunda República había descriminalizado la homosexualidad en el Código Penal de 1932, pero tampoco se puede afirmar que fuera “una buena aliada”: “Solo Gregorio Marañón empatizaba un poco porque consideraba la homosexualidad un problema médico, no un delito. Hoy nos parece algo inaceptable, pero fue posiblemente el mayor avance hasta la fecha. Un jurista como Jiménez de Asúa, que fue presidente de la República en el exilio, protestó firmemente cuando la dictadura de Primo de Rivera persiguió penalmente la homosexualidad y estuvo detrás de la despenalización al llegar la República”.

Si bien es cierto que el régimen franquista tardó tres lustros en legislar contra las personas LGTBI, el Tribunal Superior se pronunció al respecto el 15 de octubre de 1951. En una sentencia que recoge el escritor Arturo Arnalte en su obra Redada de violetas, el órgano judicial dictó que “la homosexualidad es ‘vicio repugnante en lo social, aberración en lo sexual, perversión en lo psicológico y déficit en lo endocrino’”. Tres años más tarde, el 15 de julio de 1954, Franco retocó el texto de la Ley de Vagos y Maleantes para “convertirlo en una norma que perseguía la diversidad y que reconocía a las personas homosexuales como posibles delincuentes”, manifiesta Martínez.

“La idea que subyacía es que alguien por el simple hecho de no ser heterosexual está más cerca de cometer un delito y que, por ello, debe ser detenido”, narra el historiador. Por su parte, Pardinas remarca en El fin de la homofobia que las medidas no se establecían como “penas”, sino como “medidas de seguridad”. “La aberración era triple: se persigue la identidad y no el acto sexual, se establece una persecución ‘preventiva’ y se prescinde la necesidad de prueba alguna para hostigar a los sospechosos”, resalta.

Por culpa de esta Ley “existieron auténticos campos de concentración para homosexuales en nuestro país durante al menos dos décadas. La colonia agrícola de Tefía, en Fuerteventura, es un ejemplo de aquel horror”, cuenta Martínez. Según un informe de Amnistía Internacional de 2015, allí sometían a los presos a “condiciones inhumanas, trabajo hasta el agotamiento, palizas y hambre”. El testimonio más revelador fue el de Octavio García Hernández, que falleció el año pasado.

Un tardofranquismo corrector

Las mujeres lesbianas y bisexuales no llegaron a sufrir esta persecución tan dura porque “legalmente no se las perseguía”, puntualiza Martínez. Boti Garcia Rodrigo lo recuerda así: “Para la dictadura no existíamos. No podían imaginar que hubiera mujeres que prescindieran del varón para hacer su vida. Ellos sufrieron torturas y humillaciones pero nosotras terminábamos en el convento, en matrimonios forzados o en el psiquiatra. No sé si es mejor que te peguen o que ni te vean ni te hagan persona. Estábamos condenadas a la invisibilidad más absoluta, a la no existencia”, explica la que fuera presidenta de la Federación Estatal de Lesbianas, Gais, Transexuales y Bisexuales (FELGTB).

Sin embargo, las medidas contra las identidades LGTBI se endurecieron con la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social de 1970, que Martínez ha descrito en su libro Lo nuestro sí que es mundial como “la barbarie antihomosexual más descarnada”. El objetivo de esta ley era reeducar y reinsertar a los hombres homosexuales con prácticas de reconversión que iban desde los electroshocks y las terapias de psicoanálisis hasta las lobotomías. Con este texto, y según señala Pardinas, “ya no son delincuentes a los que castigar, sino enfermos a los que curar”.

Martínez aclara que aunque en teoría buscaban devolver a los homosexuales (y también a las personas trans) al camino de la sexualidad correcta, el objetivo era otro: “Querían erradicarnos. Nos decían que iban a reeducarnos porque decir que pretendían exterminarnos recordaba a otra cosa, que era precisamente la que intentaban hacer”. Además, se construyó una prisión en Badajoz para los homosexuales pasivos, otra en Huelva para los activos y se destinaron a muchos otros junto con mujeres trans a las cárceles de Carabanchel y de la Modelo (Barcelona).

El ejemplo de la represión más cruel reside en Lorca, pero también fueron víctimas de esta opresión otros nombres como Antonio Ruiz, expreso valenciano que lideró la lucha de la eliminación de las fichas policiales; el cantante de copla Miguel de Molina, que sufrió una paliza casi mortal; la poeta Gloria Fuertes a la que se la encasilló como una escritora para niños; y el dramaturgo Agustín Gómez Arcos que terminó en el exilio.

A pesar de esta barbarie, gais, lesbianas, bi y trans siguieron reuniéndose en la clandestinidad, se armaron para levantar el movimiento LGTBI español y pelear por sus derechos. “Estoy muy orgullosa de mi colectivo porque hemos buscado nuestra libertad como seres humanos. Somos unos resistentes”, concluye García Rodrigo.

Ahora, cuando se cumplen 80 años del final de la Guerra Civil, el Ayuntamiento de Barcelona, gobernado por Ada Colau, interpuso una querella contra varios jueces de la dictadura por sus sentencias homófobas. La Justicia, sin embargo, ha rechazado investigar estos casos ya que se ajustaban al orden legal cuando fueron dictadas.

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Una persona centrada en el pasado tiene muy mal pronóstico.

Un pueblo que se centra en el pasado bloquea sus posibilidades de futuro.

Un lider que propicia esos procesos claramente patológicos de fijación al pasado es un oportunista político, pero sus efectos perversos van mucho más allá transformándolo en un saboteador, un enemigo del pueblo, un bloqueador de las fuerzas de futuro.
 
ESPAÑA SECUESTRADA80 AÑOS DEL FIN DE LA GUERRA CIVILIr a la portada del especial
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OPINIÓN

Tomasa y la memoria de las rojas
ANDREA MOMOITIO

29 MARZO, 2019
Tomasa Cuevas compraría su magnetófono en alguna tienda de pequeños electrodomésticos. Recorrió con él todo el Estado español buscando testimonios de resistencia, recogiendo voces de mujeres que habían estado encerradas durante la dictadura franquista. Su trabajo, que guarda las historias de más de 300 presas, marcó un antes y un después en la historiografía. De viva voz, ahí estaban las presas, ahí estaban las mujeres. No siempre hacen falta excusas y, a pesar de los materiales tan valiosos que Tomasa Cuevas puso a disposición de la historia, todavía no conocemos con exactitud qué pasó con las mujeres en la franquismo. Qué quiso Franco de nosotras y qué hicimos nosotras para evitarlo. Dicen que en torno a la dictadura se ha construido un muro de silencio, que resulta muy difícil derribar.

Para ganar una guerra tienes que conquistar pueblo a pueblo a tu enemigo. Tienes que conquistar sus tierras, sus recursos naturales y conquistar a sus mujeres. La guerra, el arte de matar, es un asunto de caballeros. Las mujeres hemos sido excepciones: honrosas y avergonzantes, según la ocasión, según qué guerra. Triunfan algunos de ellos y perdemos casi todas nosotras. Franco ganó un país derrotado y quiso reconstruirlo a su imagen y semejanza: pequeño, violento y acomplejado; machista, recalcitrante, avergonzado de su pasado y cerrado, a cal y canto, a cualquier futuro. Así juega el fascismo. También ahora.

El régimen franquista invisibilizó cualquier evidencia de sexualidad, de gozo, de cuerpos, de disfrute en libertad; trató de borrar del mapa todas las resistencias y se esforzó por relegar a las mujeres al ámbito del hogar. Eso sí, la dictadura española no inventó nada nuevo. Esa dicotomía, tan promocionada durante el franquismo, de mujeres putas y santas, de buenas y malas, esas con las que te casas y a las que te follas a escondidas no es, ni muchísimo menos, patrimonio español. Esa figura de mujer ángel del hogar tiene mucho de burguesía anglosajona, pero la Sección Femenina heredó un país pobre y la pobreza no casa bien con esos roles de género delicados que trataban de promover.

Es fácil encontrar en internet un anuncio de coñac Soberano que resume a la perfección con qué mujeres soñaba Franco, pero ¿cuántas familias españolas compraban coñac? Las mujeres que podían ser delicadas preferían que fueran otras, brutas y pobres, las que atendieran a sus maridos. El ángel del hogar, siempre dispuesto a servir a su esposo, funcionó bien como ideal, que no conocieron ninguna de las miles de mujeres que tuvieron que trabajar como Franco decía que solo tienen que trabajar los hombres. La división sexual del trabajo nunca ha sido tal para las pobres, que han visto cómo el trabajo se multiplicaba para ellas sin parar.

El franquismo justificó la existencia de mujeres descarriadas, rojas y rebeldes, asegurando que no sabían lo que hacían, pero castigando sus errores como si fueran premeditados. Para la dictadura, que creía que las mujeres españolas eran devotas por naturaleza, aquellas que buscaban su propio destino estaban, por lo menos, poseídas por el mismísimo demonio. Todas ellas, las que habían formado parte activa de la resistencia y las que mantenían alguna relación con hombres militantes, fueron encarceladas en prisiones insalubres.

En Málaga, por ejemplo, el penal conocido como ‘Caserón de la Goleta’ acogió –qué verbo tan generoso para algo así– a más 4000 presas. A pesar de las condiciones a las que estaban sometidas, siempre dignas, se pusieron en huelga de hambre para denunciar la falta de higiene de la alimentación que recibían. Ganaron aquella pequeña batalla y desde entonces empezaron a limpiar las patatas y algunas verduras. Qué cabrones.

Mientras, fuera de prisión, la vida seguía con cierto desdén al ritmo que marcaba el franquismo. La dictadura fue tan larga que, incluso, cambió el ideal de feminidad que proponían desde el poder. Las mujeres de la posguerra dejaron paso a otras que se subieron al cargo del consumismo que promovían los medios de comunicación en los setenta. En el imaginario social se construía la imagen de una nueva mujer mientras ninguna –igual que pasa ahora– se parecía del todo a los modelos impuestos. ‘La mujer’ esa de la que hablan los medios nunca se ha parecido mucho a nosotras.

La reforma del Código Civil de 1958, por ejemplo, supuso un cierto avance en algunas materias. La comunidad internacional miraba con cierto recelo las situación de las mujeres en España y el dictador decidió dar pequeños pasos. A partir de entonces y, en pleno auge del consumismo setentero, comienza a construirse en España un modelo de mujer que debe aunar lo mejor de la tradición con lo mejorcito de la modernidad que podía asumir el dictador. Ese arquetipo, el de la superwoman, es uno de los más habituales hoy. Ni la cultura ni la economía pueden permitirse ya que las mujeres nos dediquemos en exclusiva al hogar, así que hoy sufrimos las consecuencias de la doble y triple jornada laboral. Algunas, claro. Otras todavía tienen todavía en la mesilla una campanita para llamar al servicio. Es mucho lo que tenemos que celebrar algunas mujeres, pero en nuestros cuerpos, todavía, queda mucho franquismo. A ver si conseguimos, al menos, exhumarlo de ahí.
 
Así cayó Valencia en manos de Franco


Hace 80 años las tropas militares franquistas ocuparon la capital del Turia

Empezó el período más sombrío de represión que vivió la ciudad en todo el siglo XX

“El modelo del Estado franquista se instauró en el País Valenciano mediante una inmediata, brutal, furibunda y contundente represión”, sostiene el historiador Ricard Camil Torres

Lucas Marco - Valencia
30/03/2019 - 22:18h
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Desfile de las tropas franquistas en la plaza del Ayuntamiento el 31 de marzo de 1939 FINEZAS (BIBLIOTECA VALENCIANA)

El escultor Tonico Ballester levantó la mirada el 29 de marzo de 1939 para observar los aviones franquistas que, por primera vez, lanzaban octavillas en vez de bombas sobre Valencia. Era la señal.

—Vi soldados de la República desperdigados por el paseo de la Alameda, acostados en los bancos, tumbados por tierra, sin saber qué hacer, silenciosos, tristes, heridos —escribió el escultor, hermano de la artista Manuela Ballester y cuñado de Josep Renau—. Me parecieron una viva metáfora de la agonía de la República.

Los soldados republicanos retornados del frente de combate vagaban por la ciudad meditando aterrorizados si abandonaban todo y huían desde el puerto de Alicante a un indeterminado exilio. Fueron “horas de tristes pensamientos, incertidumbre y desesperación”, rememoró el escultor.

Por aquellas mismas calles también caminaba el joven militar republicano Eduardo Bartrina antes de recluirse en su casa y ser detenido días después, señalado por un antiguo compañero de escuela falangista. “Aquellos pocos días (...) fueron de auténtico pánico aunque tratase de disimularlo. Aún hubo algún soldado despistadillo que me hizo un saludo militar”, dice Bartrina en su testimonio publicado en 1996 en Cuadernos Republicanos. Para Tonico Ballester, “ya sólo se planteaban problemas de tipo individual, pues no funcionaba ningún elemento de gobierno o mando militar; con los ejércitos a la deriva, cada cual depende de sí mismo”.

El irremediable derrumbamiento de los frentes de guerra propició escenas de caos e improvisación. “En los últimos días de la guerra se produjo una descomposición total de la retaguardia republicana valenciana. Las estampas más impactantes fueron la desaparición de los poderes municipales y de las autoridades militares, quienes normalmente huyeron primero en vehículos y, en contraposición a esto, la desbandada masiva de soldados a pie de regreso a sus casas”, explica en su despacho de la Facultad de Historia de la Universitat de València la joven investigadora Mélanie Ibáñez.

Durante aquella jornada salieron de sus escondites los miembros de la Quinta Columna que prepararon la entrada a la ciudad de las tropas regulares franquistas. El falangista valenciano Luis Molero Massa, junto con los jefes de escuadra y los enlaces de centuria, esperaba en su casa desde la noche anterior las órdenes de los dirigentes Luis Gutiérrez Santamarina y Manuel Blasco Pamplona, que se habían fugado dos días antes de la sala de detenidos del Hospital Provincial.

“Desde mi casa presenciábamos el paso de los grupos de milicianos que volvían abandonando el frente y el caminar raudo de los coches de los directivos que huían hacia Alicante con la esperanza de embarcar camino del extranjero”, escribió aquel mismo año en unas memorias editadas por Falange, uno de cuyos raros ejemplares se encuentra en la Biblioteca Valenciana.

Cuando llegó la orden —“Valencia es nuestra. Todos a la calle. ¡Arriba España!”— Molero y sus camaradas callejearon la ciudad en un camión gritando a pleno pulmón “¡Franco! ¡Franco! ¡Franco!” y sustituyeron la bandera tricolor por la rojigualda en la Capitanía General de la plaza de Tetuán. El quintacolumnista de Falange recordaba la “emoción sublime con la que vestí, por primera vez, la camisa azul”.

Enfrente de la Capitanía, desde un pequeño ventanal del entresuelo de lo que hoy es el edificio de la Fundación Bancaja, el joven Eduardo Bartrina observaba junto a su superior en el Ejército republicano las primeras camisas azules que desfilaban por la que fue capital de la República entre noviembre de 1936 y octubre de 1937.

—Quedamos horrorizados —dice Bartrina— cuando en aquel momento vimos venir a un teniente de nuestra agrupación que estaba de baja en Valencia por enfermedad. Delante de él, que iba como nosotros de uniforme y con pistola al cinto, un camión con muchachas que vestían la falda negra y la blusa azul de la Falange, increpándole.

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El quintacolumnista y agente de la Brigada Político Social Antonio Cano / Archivo Ministerio del Interior

A mediodía, los militares sublevados ocuparon Sagunto y se hicieron con el control del puerto y de las instalaciones de la industria siderúrgica. “Recuerdo el recorrido triunfal hasta Sagunto de nuestro camión y el encuentro en este pueblo con la avanzadilla de las tropas nacionales, mandadas por un capitán amigo, al que abracé llorando”, dice Luis Molero Massa en su libro La horda en el Levante feliz.

Otro de los quintacolumnistas que salió a las calles aquellos días de “radiante primavera valenciana” fue el agente Antonio Cano González, que vivía clandestinamente en Valencia junto a su hermano falangista y su hermana monja tras ser expulsado de la Policía republicana. Los informes que constan en su expediente del Archivo del Ministerio del Interior aseveran que el futuro jefe de la Brigada Político Social formó parte de “los grupos que restablecieron el orden y coadyuvaron” a preparar la entrada de las tropas franquistas en Valencia.

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Falleras y falangistas brazo en alto durante el 'desfile de la Victoria'

Así, a las nueves de la mañana del jueves 30 de marzo, se hizo cargo oficialmente de la ciudad la Columna de Orden Público y Ocupación del coronel Aymat. Casi al mismo tiempo tomó posesión de la Audiencia el coronel auditor Pedro Fernández Valladares, “acompañado de los 86 tenientes que cubrirían los distintos juzgados provinciales”, explica Vicente Abad en Valencia, marzo de 1939, un libro descatalogado del Ayuntamiento. Los falangistas advertían en Radio Valencia a la población civil que no circulara por las calles “más que para casos estrictamente necesarios”.

A las tres de la tarde, las tropas sublevadas contra la legalidad democrática de la II República —conformadas por la Bandera Valenciana de Falange, el Batallón de Arapiles de la 57 Brigada y el Tercer Tabor de Regulares de Ceuta— entraron en la ciudad desde el paseo de la Alameda y la calle Sagunto. “Reina un orden absoluto”, destacaba la prensa falangista. La filóloga María Moliner observó la escena, junto a su marido y sus hijos, desde el balcón de su casa en el entresuelo del número 22 de la Gran Vía Marqués del Turia. “Nada bueno podían esperar quienes habían creído en el proyecto cultural de la República”, advierte su biógrafa Inmaculada de la Fuente en El exilio interior. La vida de María Moliner (Turner, 2018).

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Tanques franquistas desfilan por la plaza del Ayuntamiento de Valencia / EFE

En la actual plaza del Ayuntamiento, aún nombrada en la prensa franquista por la denominación republicana de plaza de Castelar, desfiló la columna motorizada, compuesta por la Guardia Civil y los Servicios de Orden Público. Diez minutos después aparecieron los generales Aranda y Martín Alonso, a los que un grupo de mujeres entregó un ramo de flores. Las nuevas autoridades se asomaron al balcón principal del consistorio y fueron vitoreadas, ante la mirada de la Virgen de los Desamparados. Aquella mañana el día era “espléndido”, asegura el diario falangista Imperio. Sobre las once, desfiló la Falange femenina y media hora más tarde entraron a la ciudad las Divisiones 56, 58 y 63, la vanguardia de las tropas franquistas de Galicia que habían deshecho las líneas defensivas del Ejército republicano.

En ese preciso instante, el dramaturgo Jacinto Benavente, premio Nobel de Literatura, empezó a interpretar su mejor papel teatral, con el que salvaría el pellejo en la posguerra. Apareció en el balcón del Ayuntamiento y saludó con el brazo en alto y lágrimas en los ojos al General Aranda. Así narraba la prensa franquista la patética escena: “Lloraba emocionado y se abrazaba al victorioso General Aranda, explicando en un gesto significativo cómo había sido víctima de la horda marxista y explotado inicuamente”. Benavente, que había sido cofundador en 1933 de la Asociación de Amigos de la Unión Soviética, le dijo a Aranda: “ya sabe mi general: me obligaron”.

El bando firmado por el general Orgaz aquel mismo día sometía a la jurisdicción militar “todos los delitos cometidos a partir del 18 de julio de 1936, sea cualquiera su naturaleza, cuya tramitación e instrucción se ajustará al procedimiento sumarísimo de urgencia”. Se abría así el aciago desfile de republicanos valencianos ante los Consejos de Guerra Permanentes, inaugurado el 2 de abril con la condena a muerte de 20 personas.

“El modelo del Estado franquista se instauró en el País Valenciano, al igual que en el resto del Estado, mediante una inmediata, brutal, furibunda y contundente represión”, escribe el historiador Ricard Camil Torres. Con la entrada de las tropas, el Estado de Guerra fue automáticamente declarado y, aunque la guerra terminó oficialmente el 1 de abril, continuó vigente hasta 1948.

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Fichas de republicanos perseguidos por los aparatos represivos franquistas / Archivo Intermedio Militar de Valencia

Las cifras que han aportado los historiadores ilustran cómo se inició la fúnebre posguerra en la ciudad caída a manos del franquimo. “El 30 de marzo había en la cárcel Modelo, con una capacidad para 500 presos, 235. El 1 de abril sumaban 15.210 y aún en 1941 eran más de 10.000”, explica el profesor Ramiro Reig en València (1808-1991) en trànsit a la gran ciutat (Biblioteca Valenciana, 2007).

“Desde el inicio de la entrada de las tropas, automáticamente empiezan a pedir información al archivo de la hemeroteca municipal para localizar a gente significada políticamente a través de la prensa. Piden informes sobre determinadas personas de las cuales tenían noticias y descubren a otras implicadas en el bando republicano”, explica por teléfono la historiadora Vicenta Verdugo, coautora de la guía Mujeres y represión franquista (UV, 2017).

Según cuenta, lo primero que hicieron las nuevas autoridades fue recluir en la Plaza de Toros a miles de republicanos atrapados en Valencia para después redistribuirlos en Sant Miquel dels Reis, la prisión militar de Monteolivete (situada donde está hoy en día el Museo Fallero), las Torres de Quart o el campo de concentración de Portaceli en la sierra Calderona, entre otros lugares. En los primeros cuatro años de posguerra, 35.000 presos políticos pasarán por la cárcel Modelo y 2.700 mujeres republicanas serán encarceladas en el Convento de Santa Clara y en la Prisión Provincial de Mujeres, según los cálculos de Vicenta Verdugo y de la profesora Ana Aguado.

En la Modelo, entre chinches y otros parásitos, acabó el joven Eduardo Bartrina: “en aquellos primeros días los falangistas, vestidos de uniforme, campaban a sus anchas por las galerías de la prisión; ellos se llevaron de nuestra celda a un joven de mi edad, con muy malos modos, y nunca supimos más de él”.



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El dictador Francisco Franco en Valencia



La fisonomía urbana de Valencia pronto cambió. “En pocos días desaparecieron los escudos republicanos que colgaban en la Lonja cuando ésta se convirtió en el Parlamento, o en el paraninfo de la Universidad de Valencia”, cuentan los divulgadores Lucila Aragó, José María Azkárraga y Juan Salazar, tres de los mejores conocedores de la transformación urbana de la urbe en las décadas de 1930 y 1940. "Así, cuando el 3 de mayo Franco visita la ciudad, las calles están limpias de República”, añaden. Valencia quedaba, como evocó la joven poetisa Angelina Gatell, con “su tiempo resignado y tanta sangre /brotando con violencia y estruendo /del desamparo de las tapias”.

Al llegar a la ciudad, un mes después de su ocupación, las campanas retumbaron para saludar al general Francisco Franco. En su discurso de aquel día, el dictador advirtió a los valencianos que el régimen “arrollará a quien vacile porque está amasado con la sangre de los muertos”. Inauguró así la que fue, según el fallecido historiador Ramiro Reig, la etapa “más triste, oscura y despreciable” de la historia de Valencia.

Hoy se cumplen 80 años de aquella catástrofe.
https://www.eldiario.es/cv/Valencia-franquismo-posguerra-represion-Franco_0_883312049.html

30/03/2019 - 22:18h
 
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