Intrigas - Teorías conspirativas - Misterios

Calcularon que el inmenso agujero que apareció en el norte de Chile tiene 64 metros de profundidad, 32 de diámetro y temen que siga creciendo​

La población más cercana a este socavón está ubicada a solo 600 metros​


Por
Cristián Torres
3 de Agosto de 2022
desde Santiago, Chile








El enorme socavón al norte de Chile está bajo vigilancia de las autoridades.

Las autoridades chilenas se mantienen en alerta luego que a inicios de semana apareciera misteriosamente un inmenso agujero al norte del país. Ahora último, se ha calculado que el socavón tiene 64 metros de profundidad y 32 de diámetro, y se teme que siga creciendo.
El fenómeno tuvo origen en la región de Atacama, específicamente en la localidad de Tierra Amarilla.
El agujero apareció en la Mina Alcaparrosa, que es parte de Minera Candelaria, y por esto mismo aún se investiga si su aparición tiene que ver con trabajos mineros.

Nos preocupa, ya que es un temor que hemos tenido siempre como comunidad, el hecho de estar rodeados de yacimientos mineros y trabajos subterráneos bajo nuestra comuna”, expresó Cristóbal Zúñiga, alcalde de Tierra Amarilla, quien agregó que “sigue activo, sigue en crecimiento y es algo que no se había visto en nuestra comunidad”.

Una de las primeras indicaciones que se dieron tras la aparición de este agujero fue que equipos especializados del Servicio Nacional de Geología y Minería (Sernageomin) se dirigieran hasta el lugar para trabajar en terreno y evaluar la situación. Fue así que el director (s) del Sernageomin Atacama, Franklin Céspedes, se hizo presente y manifestó que el socavón tiene “32 metros de diámetro y profundidad de 64 metros. La base de este forado es de 48 metros” y la población más cercana está ubicada a solo 600 metros.


Un extraño origen


Se teme que el enorme orificio descubierto en Chile siga creciendo. REUTERS/Johan Godoy NO RESALES NO ARCHIVE
Se teme que el enorme orificio descubierto en Chile siga creciendo. REUTERS/Johan Godoy NO RESALES NO ARCHIVE

En conversación con el diario Las Últimas Noticias, Diego Zamorano, de la ONG Red Geocientífica de Chile, destacó que “dentro de los orígenes más probables está la extracción de aguas en napas subterráneas; sin embargo, en esta situación el origen parece estar asociado al colapso de túneles o alguna excavación subterránea producto de la minería”.

Entre otras causas el experto destacó que puede ser la lluvia ácida o la manipulación de los flujos de aguas, lo que habría generado vacíos aunque no siempre estaría ligado a la actividad minera.
Por otro lado, a Zamorano también le ha llamado la atención que el socavón sea perfectamente circular. “Todo va cayendo hacia abajo. El colapso parte de un punto y luego simétricamente se va expandiendo hacia afuera, generando círculos (…) Es la forma en que la naturaleza gasta menos energía en el proceso también, ya que no prefiere una dirección por sobre otra”, dijo el experto.

 

Murió un científico ruso acusado por el Kremlin de revelar secretos sobre armamento hipersónico

Valery Mitko era especialista en hidroacústica y enfrentaba un juicio por alta traición. Su caso es el tercero en los ultimos dos años: Román Kovaliov falelció en abril pasado y Víctor Kudriavtsev en 2021​

2 de Octubre de 2022








Valery Mitko (Academia de las Ciencias del Ártico)
Valery Mitko (Academia de las Ciencias del Ártico)

El científico ruso Valery Mitko, especialista en hidroacústica y acusado de desvelar secretos de Estado a China, murió en San Petersburgo, según informó este domingo su abogado.

Es el tercer especialista ruso que muere en los últimos dos años tras ser acusado o condenado por alta traición en relación con la tecnología para el armamento hipersónico.

“Hoy, a los 81 años, murió mi cliente, Valery Mitko, presidente de la Academia de las Ciencias del Ártico”, explicó el abogado al proyecto de derechos humanos Primer Departamento.

Mitko, que su defensor definió como “uno de los mayores especialistas en hidroacústica” de Rusia, fue acusado en 2020 de “entregar materiales, que supuestamente contenían información clasificada como alto secreto, a los servicios especiales de China durante una visita a ese país”.
Dicha información secreta incluía supuestamente datos sobre acústica subacuática y métodos de detección de submarinos.

Mitko, que estaba en arresto domiciliario desde hace dos años, debía comparecer a juicio a finales de este año.

En abril pasado murió de cáncer otro condenado por alta traición, Román Kovaliov, científico del TsNIIMash, instituto de investigación vinculado a la agencia espacial rusa, Roscosmos.

Kovaliov, que fue condenado a siete años de cárcel, falleció dos semanas después de ser liberado por motivos de salud. Su esposa había muerto unos días antes.

Era discípulo de otro científico del mismo centro, Víctor Kudriavtsev, que falleció hace un año también de cáncer después de pasar 18 meses en prisión preventiva.

Sus abogados acusaron entonces al Servicio Federal de Seguridad (FSB, antiguo KGB) de minar su salud
y el avance de la ciencia en Rusia con acusaciones fabricadas.

Según la prensa, a los dos científicos se les acusó de desvelar los resultados técnicos del uso de la tecnología supersónica en el misil de alta precisión Kinzhal y el sistema Avangard.
Precisamente esa tecnología es una de las prioridades del programa de desarrollo de armamento de nueva generación aprobado por el presidente ruso, Vladímir Putin, que lo presentó a bombo y platillo en 2018. Putin, que mantiene que dicho armamento “no tiene parangón” y puede burlar el escudo antimisiles estadounidense, ha asegurado en varias ocasiones que recurrirá a “todos los medios” para defender la integridad territorial de Rusia, a la que pertenecen desde el viernes cuatro regiones ucranianas anexionadas por el Kremlin.


Hoy se conoció que OTAN ha remitido una nota de inteligencia a sus países miembros en la que alerta de la movilización del submarino nuclear ruso ‘K-329 Belgorod’, portador del misil nuclear Poseidón, también conocido como el Arma del Apocalipsis, según informa este domingo el diario italiano La Repubblica.

El nuevo submarino fue botado en julio y ahora se habría sumergido en aguas del Ártico tras su posible implicación en el sabotaje de los gasoductos Nord Stream, según distintas fuentes extraoficiales.

La OTAN teme que su misión sea ahora realizar una prueba del súpertorpedo Poseidón, un proyectil con capacidad para desplazarse hasta 10.000 kilómetros bajo el agua y luego hacer explosión cerca de la costa para causar un tsunami radiactivo.

(Diario Sputnik New)
(Diario Sputnik New)

El torpedo nuclear fue presentado en 2018 por Rusia como la vía para garantizar la supremacía militar rusa, aunque los expertos nucleares han argumentado que se puede lograr el mismo efecto con un misil intercontinental como los que están en funcionamiento desde la década de 1960.
Estados Unidos ha activado la red de satélites para hacer el seguimiento de torpedos que aprovecha el gran calor que desprenden los proyectiles cuando se activan. Pero no son capaces de detectarlos bajo el mar.

El ‘Belgorod’ tiene 184 metros de eslora y 15 de manga y puede viajar a unos 60 kilómetros por hora bajo el agua. Se estima que puede pasar hasta 120 días sin tener que regresar a la superficie.
Entre su arsenal cuenta con el súpertorpedo Poseidón, un proyectil de 24 metros con capacidad para portar una cabeza nuclear de unos dos megatones. “Es un nuevo tipo de arma completamente nueva que obligará a las marinas occidentales a cambiar su planificación y a desarrollar nuevas contramedidas”, apuntó el experto HI Sutton, según detalla La Reppubblica.

El Poseidón podría destruir puertos y ciudades costeras. Algunos expertos temen que los torpedos de la nave puedan detonarse bajo el agua para causar un tsunami radiactivo y afectar las ciudades costeras con olas de casi 100 metros de altura.

El enorme buque depende de la secreta Dirección Principal de Investigación Submarina de Rusia, y se cree que es fundamental para la operación de recopilación de inteligencia de de ese país.
Los comandantes del submarino informan directamente al presidente Vladimir Putin en lugar de a los altos mandos navales del país, por lo que se considera que el Belgorod se parece más a una agencia de inteligencia de aguas profundas que a un submarino convencional.

 

Carlos V tenía un código secreto y endiablado para comunicarse. Lo sabemos porque lo acabamos de descifrar


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26 Noviembre 2022
Pablo Martínez-Juarez @mjuarez_pablo

Proteger las comunicaciones delicadas siempre ha sido una prioridad de los estados. La necesidad de ocultar mensajes es tan antigua como la misma comunicación, Pero algunos sistemas han sido mejores que otros a la hora de ocultar información a las miradas indiscretas. Algunos lograron tal nivel de astucia que han hecho falta siglos para su descifrado.

Puede decirse que el sistema que usaba el emperador del Sacro Imperio Carlos V (conocido en estos lares como Carlos I) era uno de estos códigos realizados con gran habilidad. Han hecho falta casi cinco siglos y el invento de los ordenadores para descifrarlo.


El código aparecía en una carta que el gobernante hispano-germano había enviado a su embajador en Francia, Jean de Saint-Mauris, hacia el año 1547. La misiva en cuestión se encontraba en Francia, en la biblioteca municipal de la ciudad de Nancy.

Carlos V tenía buenos motivos para ser receloso de los mensajes que enviaba a su embajador, y es que Europa se veía entonces envuelta en diversas guerras y conflictos en las que estaban inmiscuidos tanto los Habsburgo (dinastía a la que pertenecía Carlos V), como los dominios de Francisco I, el monarca francés contemporáneo. Los países estaban nominalmente en paz entre ellos, pero las tensiones eran grandes.


En juego estaba La supremacía por el continente europeo, y el teatro de estos conflictos estaba en la Península Itálica del renacimiento y en los dominios del Sacro Imperio Romano Germánico, donde multitud de subdivisiones internas luchaban en conflictos como la guerra de Esmalcalda, una de las primeras guerras de religión que asolaron Europa en los siglos XVI y XVII.

Descifrar un texto oculto con tanto celo ha requerido un equipo multidisciplinar, en el que expertos en criptografía e informática trabajaron codo con codo con historiadores para descifrar el texto de la misiva. Al frente del equipo estaba la experta en criptografía Cécile Pierrot.

Pierrot y su equipo clasificaron los 120 símbolos utilizados en el texto, agrupándolos en “familias”. Fue un trabajo complejo, “palabras enteras estaban encriptadas con un único símbolo” explicaba Pierrot. Carlos V pudo haberse inspirado en la escritura árabe para crear otro truco: sustituir aquellas vocales que seguían a una consonante por marcas sencillas.

Para completar la lista de engaños, el texto contaba con símbolos carentes de significado, puestos ahí simplemente para dificultar la tarea de los curiosos. “Fue un trabajo arduo y largo, pero hubo un gran avance que se produjo un día, cuando de repente dimos con la hipótesis correcta” añadía Pierrot. Como en una Buena historia de detectives, los investigadores contaron con una pista inesperada. Se trataba de una anotación que había realizado el propio embajador Saint-Mauris en el margen de otra carta, con una traducción de texto codificado.

La suerte también jugó un papel fundamental en el redescubrimiento de la carta, olvidada entre los archivos de la biblioteca municipal. No fue hasta que Pierrot oyó hablar de ella que se puso en marcha el trabajo de descifrado.

¿Y qué dice la carta?​

La carta en sí misma combinaba texto convencional con el texto recodificado en secreto. El texto no parece contener importantes estrategias militares ni la ubicación de ningún arma secreta. Según explica el equipo encargado de su descifrado, la carta confirmaba, eso sí, el mal estado de las relaciones diplomáticas entre Carlos V y Francisco I.

En la misiva, el emperador menciona el rumor de la existencia de un pasado complot para asesinarlo, detrás del cual se encontraría el monarca francés. Sería uno de los muchos intentos de “debilitar” al rival que ambas potencias habrían estado llevando a cabo. Quizá el temor por la propia vida sea algo más digno de ocultarse que cualquier estrategia militar desde el punto de vista de un monarca renacentista.

No es la única carta real que las nuevas tecnologías nos permiten descifrar tras siglos de misterio. Algunos de los secretos así desvelados tenían un carácter más personal, como el caso de las cartas que la malograda reina de Francia, María Antonieta, enviaba a una de sus amistades cercanas. En aquel caso el enigma no se escondía tras un código secreto, sino bajo algo mucho más mundano: tachones.

Pero ni siquiera los sobres cerrados se escapan a las miradas indiscretas de los investigadores contemporáneos. El año pasado un equipo de investigadores estudió una misiva oculta tras un sistema conocido como letterlocking. Se trata de un mecanismo en el que la carta se pliega de tal manera sobre sí misma que no puede ser desplegada y leída sin dejar pruebas de la indiscreción cometida.

Los ejemplos son diversos. Hace unos meses el manuscrito Harley MS 2874 (cuyo nombre se debe a que perteneció a la colección de Lord Edward Harley pasaba a adquirir significado para los investigadores que habían desvelado su código. Se trataba de un manual de exorcismos.

El equipo de Pierrot recurrió a la ayuda de ordenadores para descifrar un código de la misma manera que lo hiciera Alan Turing. La informática tal y como la conocemos ahora surgiera precisamente de intentar romper el cifrado más complejo creado hasta la fecha. Parece que algunas cosas no han cambiado, pero aún quedan misterios centenarios que no hemos sido capaces de resolver ni con la ayuda de estas máquinas.

Imagen | Stanislas Library, Nancy

 

Gritos, empujones y ametralladoras: el fusilamiento del dictador rumano y su esposa que fue filmado minuto a minuto

El 25 de diciembre de 1989 el sangriento dictador Nicolae Ceaucescu y su esposa Elena fueron derrocados por una revuelta popular. Pero no hubo justicia para ellos, sino venganza: en un juicio que se transformó en una farsa fueron condenados a muerte y ejecutados mientras las cámaras de la tevé del país europeo registraban todo​


Por
Alberto Amato



Entre gritos e insultos, Ceaucescu y su esposa son detenidos luego de un juzgamiento express (Captura de video)
Entre gritos e insultos, Ceaucescu y su esposa son detenidos luego de un juzgamiento express (Captura de video)

El murió con los versos de “La Internacional” en la boca, ella con la boca llena de insultos a sus fusiladores. Y todo fue tan patético, tan decadente, tan sombrío, que ni siquiera simbolizó la caída de un régimen político que llevaba dos décadas de poder supremo en Rumania, sino que asemejó un cadalso del medioevo, con el toque de modernidad que daban los fusiles Kalashnikov
Así murieron Nicolae Ceaucescu y su mujer, Elena, en la tarde de navidad de 1989. Atadas sus manos a la espalda, con una venda negra en los ojos, mal fijadas en las nucas, con unos abrigos de pieles que parecían protegerlos del invierno helado del Este europeo, y ametrallados por tres fusileros del cuerpo de paracaidistas, antes leal al dictador y ahora en rebeldía junto al resto del ejército rumano. Todo fue tan apresurado, tan confuso y disparatado, que ni siquiera se sabe con exactitud quién disparó y quién no.

Todo está filmado y a disposición de los ojos morbosos que quieran certificar el espanto. Filmado incluso está el juicio sumarísimo al que fueron sometidos Ceaucescu y su mujer, otro disparate jurídico que duró apenas dos horas, no tuvo causa previa, se llevó adelante a gritos entre fiscal, juez y acusados, y terminó con una condena a muerte que ya estaba dictada y que era inamovible. El parte oficial de la muerte de las dos personas más poderosas de Rumania, parecía una broma: “La condena es definitiva y fue ejecutada”, un oxímoron en sí mismo: si la condena fue ejecutada da igual si era definitiva, provisoria o revocable. Pero así era todo en la Rumania de Ceaucescu: el mundo había dado una vuelta carnero a su alrededor, y el viejo dictador no se había dado cuenta. El bloque comunista de Europa había caído en parte o tambaleaba sin rumbo; el Muro de Berlín se había hecho añicos un mes y medio antes y Alemania estaba a punto de volver a ser una y unida, bajo las notas de la Novena Sinfonía de Beethoven; los estados comunistas de Polonia, Checoslovaquia y Hungría, además de la Alemania del Este, eran historia después de revoluciones pacíficas, no del todo incruentas, pero sin el aura trágico de las revueltas de décadas anteriores. Era el turno de Rumania. Y Ceaucescu no lo vio. O no lo quiso ver.

Había nacido el 26 de enero de 1918, sobre los restos del imperio austro-húngaro atomizado por la Primera Guerra Mundial. Era hijo de un pastor que adhería al Partido Campesino y fue un comunista desde adolescente, desde que llegó del campo a Bucarest, cuando tenía once años, para ganarse la vida en lo que fuese. A los catorce años estaba afiliado al Partido Comunista Rumano, que era ilegal, y al año siguiente fue arrestado por participar de peleas callejeras durante una huelga y por recoger firmas en favor de los trabajadores ferroviarios en dificultades. Su prontuario de rebelde de dieciséis años decía: “Peligroso agitador comunista; distribuidor activo de propaganda comunista y antifascista”.

Nicolae y Elena Ceaucescu condujeron con mano de hierro a su país durante 22 años

Nicolae y Elena Ceaucescu condujeron con mano de hierro a su país durante 22 años

A los dieciocho años era un clandestino endeble: fue capturado y condenado a dos años de cárcel. En 1940, en plena guerra y con Rumania aliada de los nazis, el comando de ocupación alemán funcionó en una residencia de Bucarest que en los años 90 fue sede de la embajada Argentina, Ceaucescu conoció a Elena Petrescu, la mujer que iba a cambiar su vida y sería decisiva en su carrera política. Volvieron a arrestarlo en pleno romance y en 1943 lo trasladaron al campo de concentración de Tárgu Jiu. Allí conoció a quien iba a ser su mentor y su protector: Gheorghe Gheorghiu-Dej. Cuando pasó la guerra y Rumania quedó del lado soviético, según el reparto de Europa que acordaron en Yalta Franklin Roosevelt, Winston Churchill y José Stalin, líderes de las potencias vencedoras, Ceaucescu se convirtió en secretario de la Unión de la Juventud Comunista. Tenía 27 años.

Hizo una carrera veloz y brillante. Los comunistas llegaron al poder en 1947 y Gheorghiu-Dej al gobierno rumano. Ceaucescu fue ministro de Agricultura, vice ministro de las fuerzas armadas, viceministro de Defensa y jefe de la Dirección Superior de Política del Ejército con el grado de mayor general. En 1952 Gheorghiu-Dej lo llevó al Comité Central del Partido, un cargo clave en la antigua estructura de poder del mundo comunista, y, en 1954 fue miembro pleno del Politburó.
A la muerte de Gheorghiu-Dej en marzo de 1965 Ceaucescu se convirtió en el líder del PC rumano y, en 1967 llegó a la presidencia del Consejo de Estado, un cargo equivalente al de primer mandatario. Su figura se hizo popular enseguida: enarboló una supuesta política “independiente” de la influencia soviética, que le ganó incluso el reconocimiento de Occidente. Sacó a Rumania del Pacto de Varsovia (la OTAN de la URSS) y, en 1968, se opuso a la invasión soviética de Checoslovaquia que ahogó un intento reformista en ese país. La supuesta oposición a los dictados del Kremlin duró incluso hasta 1984: Rumania fue uno de los pocos estados socialistas que participaron de los Juegos Olímpicos de Los Ángeles de 1984, boicoteados por la URSS.

Ceaucescu y su esposa Elena, anfitriones de los reyes de Espaá en 1985. Cuatro años después serían derrocados, juzgados y fusilados (Photo by Gianni Ferrari/Cover/Getty Images)
Ceaucescu y su esposa Elena, anfitriones de los reyes de Espaá en 1985. Cuatro años después serían derrocados, juzgados y fusilados (Photo by Gianni Ferrari/Cover/Getty Images)

Aquel plantarle cara a los soviéticos era una ilusión, una estrategia: Ceaucescu, junto a su mujer, Elena, no dejó nunca de lado la obediencia debida a la URSS, nunca rompió con Moscú, incluso ni cuando coqueteó con el comunismo chino de Mao Tse Tung al que elogió para que rabiaran los rusos. Era un juego peligroso en una jaula de tigres que no eran de papel. La estrategia le sirvió para tejer buenas relaciones con Occidente: Rumania fue el primer estado socialista en establecer relaciones con la comunidad europea. Ceaucescu viajó fuera de Rumania, estuvo de gira por América Latina y en 1974, en Argentina recibió de manos de Juan Perón la Orden del Libertador General San Martín. Perón había recibido el apoyo de Ceaucescu durante su exilio español y viajaba a menudo a Rumania, bajo el influjo de la doctora Ana Aslán, pionera en geriatría y gerontología, que ofrecía los secretos de la eterna juventud.

Los primeros años de gobierno de Ceaucescu pusieron en marcha la economía de un país pobre y necesitado. Impulsó un programa de industrialización intensiva que aspiraba a la autosuficiencia económica de Rumania y que, en realidad, estaba en marcha desde 1959 sin poder quebrar del todo el alma campesina de la economía; creó nuevas universidades para formar a ingenieros, economistas, técnicos y juristas que, se suponía, administrarían el desarrollo inminente del país; los logros en sanidad se unieron a ciertas mejoras en las condiciones de vida de los rumanos, sobre todo en comparación con los números de la posguerra.

Pero no todo eran rosas. La policía política de Ceaucescu, la temida Securitate, mantuvo un rígido control sobre las voces opositoras, persecución, cárcel y asesinatos, y ejerció una fuerte presión sobre los medios de comunicación: Ceaucescu, que había sido opositor, no toleraba ahora a sus opositores. En 1978, uno de los miembros de la Securitate, Mihai Pacepa, desertó a Estados Unidos y reveló en un libro, “Horizontes rojos – Crónicas de un espía comunista”, que el régimen de Ceaucescu había colaborado con extremistas árabes y espiado a varias industrias del mundo occidental. El libro es de 1986, tres años antes de la muerte de Ceaucescu.

Un rebelde apunta en las calles de Timisoara, Rumania. Allí comenzó la insurrección contra Ceaucescu (Photo by Jacques Langevin/Sygma/Sygma via Getty Images)
Un rebelde apunta en las calles de Timisoara, Rumania. Allí comenzó la insurrección contra Ceaucescu (Photo by Jacques Langevin/Sygma/Sygma via Getty Images)

En la década del 70, Ceaucescu se empeñó en implantar un culto a su personalidad. Ese es el instante en el que, al decir de Mario Vargas Llosa, se joden los países: cuando sus líderes se proclaman padres de la patria, madre de sus habitantes, abuelos de sus chicos. Ceaucescu se dio el título de “Conductor” (Conducator ) y exigió ser adorado como lo que no era ni representaba. Un viaje a la China de Mao y a la Corea del Norte en manos de Kim Il-sung, le sirvió a Ceaucescu, y a su mujer, para delinear el perfil del hombre nuevo rumano: autosuficiente, nacionalista y guiado por el conducator. Planificaron entonces una “revolución cultural” como la que China había desencadenado en los años 60: culto a la personalidad, hombre nuevo, nacionalismo acendrado, revolución cultural, aquello era populismo en estado puro. El resultado fue un autoritarismo estalinista, sostenido por las atrocidades de la policía secreta y avalado por un sector de los intelectuales rumanos, imprescindibles para los planes del dictador. El día del cumpleaños de Ceaucescu se convirtió en fiesta nacional; un poeta le cantó: “Eres la conciencia vigilante que da luz / El Partido, Ceaucescu, Rumania / es todo lo que tenemos / cerca de nuestros corazones”. Con el tiempo, como siempre pasa, estas tonterías perdieron su intención sacra y pasaron a ser circenses: Ceaucescu se hizo llamar “El Danubio Azul del socialismo”.

La sacralidad incluía también a Elena Ceaucescu. El ascenso a presidente del marido le había valido un sospechoso doctorado en química, cuando Elena era una mujer de rudimentaria cultura, que había trabajado en un laboratorio después de dejar el colegio, a los catorce años y, luego, la habían convertido en directora del Instituto Químico de Bucarest. Las universidades de Moscú, Teherán y Buenos Aires le dieron doctorados honoris causa, distinciones que se negaron a otorgar Oxford y Cambridge, pese a la presión de la diplomacia de su país. En 1974 fue nombrada miembro de la Academia Rumana, el título más alto al que puede aspirar un científico. Y en 1980 ya era viceministra y gobernaba codo a codo con su marido: era una mujer temida y aborrecida, una mano de hierro que ni siquiera usaba un guante de seda.

La revolución cultural rumana, y Ceaucescu y su mujer, echaron al barranco todo el andamiaje de la Rumania socialista. Al presidente le atacó la megalomanía, hizo demoler un antiguo y simpático barrio de Bucarest para construir el edificio más grande del mundo, que debía alojar a todas las instituciones del Estado. Quien lo vio, no lo olvida. Es un monstruo de piedra, una especie de monumento a la burocracia y a la desidia estatal que hoy alberga al Parlamento. Es el segundo edificio más grande del mundo, debajo del Pentágono.

La dura represión en Timisoara se cobró 60 vidas, pero los insurgentes, en el fasesco juicio a Ceaucescu, adujeron que los muertos habían sido 60 mil y que los tanques habían aplastado niños  (Photo by Jacques Langevin/Sygma/Sygma via Getty Images)
La dura represión en Timisoara se cobró 60 vidas, pero los insurgentes, en el fasesco juicio a Ceaucescu, adujeron que los muertos habían sido 60 mil y que los tanques habían aplastado niños (Photo by Jacques Langevin/Sygma/Sygma via Getty Images)

La economía empezó a dar tropiezos cada vez más grandes. En 1977 los mineros iniciaron una feroz huelga, llegaron a secuestrar al ministro de minería, hasta ser aplastados por la policía. En 1987 una revuelta popular, en Brasov, fue sitiada por el ejército y terminó en una matanza de rebeldes. La oposición clandestina a Ceaucescu rara vez veía la luz y hasta el final, fue avalado por los mandatarios occidentales: en 1983 George W Bush lo calificó como “El buen comunista”.

La búsqueda de la independencia económica ahogó el proyecto de industrialización y producción de Rumania. Un préstamo otorgado por el FMI, que Ceaucescu intentó pagar de inmediato, derivó en serias restricciones a la energía eléctrica y al gas, y al racionamiento de productos de primera necesidad. Las calles de Bucarest estaban a oscuras y los restaurantes vacíos de público y de productos para elaborar sus menús. El gobierno impuso un duro racionamiento de productos básicos y Rumania volvió a un hambre que su pueblo había vivido durante la Segunda Guerra.
El principio del fin estalló en Timisoara, una bella ciudad industrial del oeste del país. Allí predicaba un pastor húngaro, Lazlo Tokes, un fuerte crítico del gobierno. El 16 de diciembre de 1989, frente a la Iglesia Reformada Calvinista, la policía política del régimen intentó apresar a Tokes para, en el mejor de los casos, expulsarlo del país. Los sermones del pastor eran parte, mínima, de los cambios profundos que sufría en esos días el mundo comunista del este de Europa y que, en solo dos años más, iban a llevar a la disolución de la URSS.

Cien mil personas, en su mayoría estudiantes, salieron a la calle en defensa del pastor, pero en contra del gobierno de Ceaucescu. Cantaban “Libertad” y “¡Despierta, rumano!”. Dos días después, el dictador dio orden de disparar contra los manifestantes: murieron cerca de sesenta personas y hubo dos mil heridos. Los enfrentamientos duraron seis días, viajaron a toda velocidad hacia Bucarest y ganaron la capital. La represión fue feroz. En Timisoara, los opositores al régimen dieron una cifra de muertos mucho mayor a la real y hasta manipularon los cadáveres que mostraron a la prensa. Las cifras oficiales, que nunca lo son, fijaron en 1.104 los muertos y en 3.552 los heridos durante los enfrentamientos que precedieron a la caída de Ceaucescu que, el 21 de diciembre, al regresar de un viaje a Irán, llamó a una asamblea del PC rumano en la que pretendía ganar el apoyo popular. Pero Timisoara estaba muy fresco y la multitud le gritó: “¡El pueblo somos nosotros! ¡Abajo el dictador! ¡Muerte a los criminales!”. El ejército baleó a los manifestantes.

Tanques en las calles de Bucarest el 17 de diciembre de 1989. Ceacescu ordenó a sus tropas disparar contra su pueblo. Poco después, el Ejército lo abandonó y ese fue el fin del dictador (Photo by Patrick Durand/Sygma via Getty Images)
Tanques en las calles de Bucarest el 17 de diciembre de 1989. Ceacescu ordenó a sus tropas disparar contra su pueblo. Poco después, el Ejército lo abandonó y ese fue el fin del dictador (Photo by Patrick Durand/Sygma via Getty Images)

Todo tarde y mal. Bucarest fue la capital de la rebelión. Los rumanos parecían haber perdido el miedo, sostenidos como lo estaban por la crisis del comunismo en el este europeo. Ceaucescu recurrió a lo que creyó su carisma vigente y, de paso, a satisfacer su pasión por los grandes aglomeraciones: convocó a un gran acto popular para hablar desde los balcones del PC rumano. Era el jueves 21 de diciembre. Los aplaudidores oficiales, siempre los hay, fueron arreados en micros y camiones y en el inicio del acto, Ceaucescu fue aplaudido y vitoreado. Llegó a acercarse al micrófono y hacer un anuncio que, pensó, calmaría las aguas: “Esta mañana hemos decidido que, durante el próximo año, aumentaremos el salario mínimo”.

Hasta que alguien gritó “¡Timisoara”! Entonces empezaron los abucheos, por sobre los vítores se escucharon los primeros gritos de “¡Asesinos”! ¡Ratas!”. Todo transmitido en directo por la televisión. Esas imágenes también rondan internet, ya no para los ojos morbosos, sino para los interesados en la historia. Ceaucescu y su mujer hacen gestos desesperados para intentar contener los gritos. O para calmar la furia. O para pedir ser escuchados, una vez más. Fue inútil. En esos instantes sucedieron dos hechos extraños, probable parte de un complot de entrecasa, de esos que se sabe cómo empiezan, pero no cómo terminan: primero sonó un petardo; luego, la televisión dejó de transmitir. Eso fue todo. Miles de personas salieron a las calles para saber qué había pasado. El negro de la televisión duró tres minutos, el tiempo que tarda en disiparse el humo del estruendo.
Ante el tamaño de la movilización, y el tono de las protestas, Ceaucescu terminó su discurso y la pareja gobernante rumana, seguida por sus dirigentes comunistas, dejó el balcón, aturdida y perpleja, para perderse, junto al resto, en el interior del edificio. Por la noche, el ejército disparó a los manifestantes que todavía celebraban en las calles de Bucarest lo que intuían, e intuían bien, era el final de la dictadura. Fue una larga noche de guerra civil en Bucarest.

El momento en que Ceaucescu y su mujer, Elena, reciben los disparos con que se cumplió la sentencia de muerte (Captura de Video)
El momento en que Ceaucescu y su mujer, Elena, reciben los disparos con que se cumplió la sentencia de muerte (Captura de Video)

Al día siguiente, viernes 22, las protestas fueron aún más masivas. Ceaucescu, todavía al frente de Rumania, acusó de traidor a su ministro de Defensa, el general Vasile Milea, por haber actuado con tibieza en Timisoara, o por haber enviado a sus tropas sin municiones suficientes para hacer más amplia la matanza. Milea se suicidó ese mismo 22, aunque su familia dijo siempre que había sido asesinado por orden de Ceaucescu.

De inmediato, el ejército rumano entendió cómo y cuánto había cambiado todo y cómo y cuánto debía cambiar todavía. Dejó de enfrentar a los manifestantes y se pasó de bando. Sin el apoyo del ejército, Ceaucescu y Elena huyeron de Bucarest en un helicóptero hasta la residencia del presidente, en Snagov. Pero volvieron a partir con rumbo quién sabe adónde: debieron aterrizar cerca de Targoviste, a menos de cien kilómetros de la capital, porque las fuerzas armadas habían cerrado el espacio aéreo de todo el país. Las dos figuras que habían gobernado a Rumania por más de veintidós años, hicieron dedo en la ruta, para poder huir. Shakespeare había pintado algo semejante en “Ricardo III”, Fueron recogidos por un médico, que los abandonó con una excusa cuando descubrió a quiénes había cargado, y por un segundo automovilista al que detuvo un control policial. Los Ceaucescu fueron detenidos y entregados a los militares rebeldes.

En los cuarteles de Targoviste empezó entonces un juicio sumarísimo, ilegal, absurdo, con apariencia legítima de tribunal militar, en el que se acusó a los Ceaucescu de genocidio por la muerte de “sesenta mil personas” en Timisoara, algo que no era verdad, la cifra real era de sesenta muertos; también fueron acusados de dañar a la economía rumana, de enriquecimiento ilícito, con cuentas en el exterior por más de mil millones de dólares, y por el uso de las fuerzas armadas contra civiles. El juicio fue un culebrón. También las imágenes del proceso rondan la internet. Ceaucescu acusó a sus captores de golpistas: “¡Están destruyendo la independencia rumana” Y el fiscal: “¡Hay más de sesenta y cuatro mil muertos en todas las ciudades!” ¡Ustedes llevaron a la miseria al pueblo! ¡Ustedes aplastaron a los niños con sus tanques…!” Y Ceaucescu, con un gesto de burla, “Me niego a contestar”. Y Elena, también en tono burlón: “Sí, sí… Asesinamos a niños. Esto es una provocación”. Y fiscal se burla de ella: “Aquí está la científica analfabeta que no sabe leer ni escribir”.

El festejo de los rumanos tras la caída del dictador AFP 163
El festejo de los rumanos tras la caída del dictador AFP 163

Así llegó la sentencia de muerte, a ser cumplida de inmediato. La farsa del juicio había durado dos horas. Las imágenes, todo fue filmado, muestran primero la incredulidad en la pareja. Después, los esfuerzos de los militares a cargo del juicio por atarles las manos a la espalda, todos incomodados por las gruesas ropas que vestían los Ceaucescu. Elena grita: “Mátennos juntos. Tenemos derecho a morir juntos”. Luego, ambos son empujados a un patio exterior, puestos de espaldas a una pared y a un oficial que coloca, o intenta colocarles una venda negra.

En 2009 uno de sus ejecutores dio detalles de aquel fusilamiento. Dorin Marian Carlan tenía entonces veintisiete años. Era entonces suboficial del regimiento de paracaidistas de Boteni. Dijo que el general Víctor Stanculescu convocó a ocho paracaidistas y les reveló que los Ceaucescu estaban arrestados y que iban a ser enjuiciados: “¿Puedo contar con ustedes hasta el final?” De los ocho, Stanculescu eligió a Carlan y a otros dos suboficiales, que son quienes atan las manos de los Ceaucescu en la sala de documentación del cuartel, donde se celebró el juicio.

“Camino del paredón -contó entonces Carlan- él, Nicolae Ceaucescu, se volvió hacia mí, que iba detrás con el arma en la mano, y me miró durante unos segundos. Vi lágrimas en sus ojos”. Condenados y verdugos caminaron quince metros hasta la pared. Ceaucescu gritó entonces: “¡Viva la Rumania socialista, libre e independiente! ¡Muerte a los traidores! ¡La Historia me vengará!”, mientras Elena insultaba a los militares. Después, Ceaucescu empezó a cantar los versos de “La Internacional”: “Arriba, parias de la Tierra / En pie, famélica legión Atruena la razón en marcha / es el fin de la opresión”. Entonces sonaron los disparos. Ceaucescu y su mujer cayeron lentamente. “Él se levantó un metro del suelo al recibir los disparos. Murió enseguida, por mis balas y por las de Ionel Boeru, otro de los paracaidistas -contó Carlan- Elena no murió de inmediato, pese a que tenía varios tiros en la cabeza. Hacía unos movimientos raros, macabros. La rematé de un disparo.”

La primera tumba de Nicolae Ceaucescu con el nombre de Popa Dan   (Photo by Cynthia Johnson/Getty Images)
La primera tumba de Nicolae Ceaucescu con el nombre de Popa Dan (Photo by Cynthia Johnson/Getty Images)

Años antes, para la BBC, Boeru había dado otra versión del fusilamiento en la que se hacía cargo de todos los disparos que acabaron con la vida de los Ceaucescu. Dijo que uno de sus camaradas se había paralizado, y que al otro se le había trabado el arma. Las imágenes no dan la sensación de que se haya disparado uno solo de los tres fusiles Kalashnikov. Es más, se contaron más de ciento vainas servidas de otros tantos proyectiles que dieron en los condenados, en especial en Elena.

El matrimonio fue enterrado en el cementerio civil de Ghencea, en Bucarest. En julio de 2010 se exhumaron los cuerpos para certificar las identidades. El 4 de noviembre el Instituto de Medicina Legal de Rumania confirmó que las pruebas de ADN certificaban que el muerto era Nicolae Ceaucescu. En los restos de Elena, y por el ensañamiento que había sufrido a manos del pelotón de fusilamiento, no había material suficiente para una prueba confiable.

Los dos, sepultados en 1989 por separado, fueron enterrados ahora juntos en diciembre de 2010, en una nueva tumba recubierta de granito rojo. No hay símbolos religiosos. La lápida dice: “Nicolae Ceaucescu, presidente de la República Socialista de Rumania – 1918-1989 . Elena Ceaucescu – 1919-1989″.

La tumba, en la que nunca faltan flores, es objeto hoy de cierta veneración popular.

 

Hallan un dodecaedro enterrado en un campo y crece el misterio nacido en 1739​

Notable descubrimiento arqueológico en Bélgica. ¿Que significaban estos raros objetos de vinculados a romanos y celtas?​


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Fragmento del dodecaedro romano que el arqueólogo aficionado Patrick Schuermans encontró con un detector de metales en Bélgica. Foto: EFE

04/02/2023 12:38

Actualizado al 04/02/2023 17:06

Cada cierto tiempo, en un páramo olvidado, en el baúl de un anticuario o en un yacimiento excavado en los dominios de la antigua Roma, resurge el misterio sobre los dodecaedros romanos, unos extraños objetos milenarios de bronce cuya función se desconoce.




El dodecaedro romano es una figura geométrica con doce caras pentagonales perforadas con círculos no idénticos y rematadas en los vértices con pequeñas bolas que sobresalen. Datan de los siglos II y III d. C, son huecos y tienen el tamaño de una pelota de tenis, aunque los ejemplares varían en factura y dimensiones.


El primero se encontró en 1739 en Aston, Inglaterra, y desde entonces se han descubierto unos 120 en Europa, más los que pueda haber en colecciones privadas o aún enterrados, pero en concreto no se sabe aún qué verdadero significado tenían.


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Los arqueólogos aún hoy no saben a ciencia cierta qué función cumplían los dodecaedros en la cultura romana. Foto: EFE

El último ha aparecido en la localidad belga de Kortessem. Un arqueólogo aficionado llamado Patrick Schuermans, que exploraba un campo de labranza con un detector de metales, se topó con un fragmento metálico de unos 6 centímetros que ha resultado ser un dodecaedro, y se lo entregó a la Agencia del Patrimonio de Flandes.


"Se han formulado muchas hipótesis sobre la función de estos extraños objetos, pero no existe una explicación concluyente", resume esa institución sobre unas piezas que no aparecen mencionadas en los textos históricos.





Dodecaedros: misterio, brujería y videncia​





La lista de posibles usos que se les atribuyen es amplia y variada: un arma, una herramienta para planear la siembra, un candelabro, un aparato para tejer guantes, un juguete, un amuleto, un dado, un peso para las redes de pesca, un instrumento musical, un portaestandartes, un artilugio para calcular distancias en el campo de batalla, una junta, un utensilio para calibrar tuberías...

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El arqueólogo Patrick Schuermans muestra el fragmento de dodecaedro romano que encontró con un detector de metales. Foto: EFE

Pero los arqueólogos belgas que han estudiado el objeto de unos 1.600 años sospechan que se empleaban en rituales mágicos relacionados con la brujería o la adivinación.


"Es bastante posible (...). Por ahora no tenemos una proposición satisfactoria para una utilización práctica, aunque hay muchas hipótesis. Un uso como un objeto mágico o algún tipo de 'defixio' (tablilla de maldición) sigue siendo posible", explica a EFE Guido Creemers, conservador del Museo Galorromano de Tongeren.


La falta de referencias escritas respondería a que la videncia y la brujería eran muy populares entre celtas y romanos pero "no estaban permitidas oficialmente y había severos castigos".


"Conocemos una categoría de placas de metal con inscripciones mágicas (...) que se colocaban, por ejemplo, en las casas en un lugar donde no eran visibles. Fueron fabricados por magos y su destino era maldecir al dueño de la casa. Podría ser que los dodecaedros sirvieran para un propósito comparable, por ejemplo, la adivinación", añade.

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Los dodecaedros son unos extraños objetos milenarios de bronce cuya función se desconoce. Foto: EFE

Otra pista es el hallazgo en Ginebra en 1982 durante los trabajos de restauración de la Catedral de San Pedro de un dodecaedro macizo, y no hueco, con los signos del zodíaco grabados en latín, apunta.


"Si me veo obligado a dar alguna explicación, debería buscarla en esta dirección", añade el arqueólogo.


El nuevo dodecaedro belga refuerza también la teoría bastante extendida de que estaban vinculados a las culturas celtas y no a las prácticas de la península itálica, por lo que no serían galorromanos.


Han aparecido en Italia o en Hungría, pero sobre todo en Francia, Bélgica, Países Bajos, Alemania y Gran Bretaña. Es decir, en lo que fueran Galia, Germania y Britania, territorios celtas invadidos por Julio Cesar entre el 58 y el 51 a. C., y en gran parte administrados por Roma hasta el siglo V.


"Es notable que los dodecaedros no estén presentes en absoluto en el área alrededor del Mar Mediterráneo como Hispania o el norte de África, sino en "una zona que coincide con la de la civilización celta", señala la Agencia de Patrimonio de Flandes.


La ciudad que los romanos denominaban Atuatuca Tungrorum (Tongeren en flamenco o Tongres en francés) era en donde vivían las tribus germano-célticas de los eburones, comandados por Catuvolco y Ambiorix y derrotados por las tropas romanas de Julio César.


En el siglo XIX, al calor de las corrientes romántico-nacionalistas, Ambiorix se convirtió en uno de los héroes nacionales de un incipiente Estado belga necesitado de símbolos patrios y hoy tiene consagradas plazas, estatuas y calles en todo el país.


La localización geográfica de los dodecaedros es coherente, además, con el hecho de que se elaboraron con la complicada técnica escultórica de vaciado de cera y los celtas eran grandes maestros metalúrgicos.


El nuevo fragmento se expondrá a partir de marzo en el Museo Galorromano de Tongeren, que cuenta con un ejemplar completo encontrado en 1939. Un tercero hallado en Bélgica, en 1888 en el municipio de Bassenge, se muestra en el museo Grand Curtius de Lieja. EFE


 
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