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Breve historia del veneno, el protagonista más silencioso


Desde las sustancias vegetales al polonio, los tóxicos se han utilizado para deponer mandatarios y cambiar equilibrios de poder


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Cleopatra, en el momento de suicidarse con la mordedura de un áspid (Heritage Images / Getty)






Abril Phillips
24/05/2020 02:00 | Actualizado a 24/05/2020 03:28


Como símbolo de estatus, como pena de muerte, como arma a veces fulminante y otras agónica, pero a menudo silenciosa y sutil, el veneno ha sido un protagonista muchas veces determinante (aunque casi siempre oculto) en la historia. Tal como recopila la catedrática de Química Inorgánica de la Universidad de Sevilla Adela Muñoz Páez en su libro Historia del veneno: De la cicuta al polonio (Debate), la evolución de estas sustancias es también la historia de intereses espurios, luchas de poder entre las sombras, asesinatos anónimos y hasta grandes matanzas. Aunque, en algunos casos, también de atajos hacia una muerte digna.

A Sócrates le dio la posibilidad de tener una “muerte dulce” inducida por una copa de cicuta, tras ser condenado a pena de muerte en el año 399 a.C. Sin embargo, tal como aclara Adela Muñoz Páez en diálogo con La Vanguardia, para que la de Sócrates pudiera ser una muerte plácida, la copa que bebió tuvo que tener algo más que veneno. “Cuando la cicuta entra en el cuerpo, como con cualquier sustancia tóxica, éste intenta expulsarla y da lugar a una agonía”, apunta la autora, y agrega que “para que fuera una muerte relativamente rápida y con poco dolor, se supone que lo que le dieron también debía de tener algún opiáceo o alcohol (o ambas)”.

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La muerte de Sócrates, vista por el pintor Jacques-Louis David, en 1787
La muerte de Sócrates, vista por el pintor Jacques-Louis David, en 1787 (GraphicaArtis / Getty)

Este tipo de muerte era un privilegio elitista, reservado sólo para aquellos reos que pudieran costearlo. En el caso de Sócrates, sus discípulos lo pagaron por él. Hoy en día, una combinación parecida se utiliza como pena de muerte en algunos países. “No se ha avanzado tanto en el conocimiento de sustancias que puedan quitar la vida de forma rápida y relativamente incruenta. La sustancia activa de la cicuta es parecida a la de la inyección letal”, asegura la química.


Mitrídates VI, rey de Ponto desde 120 a.C. hasta su muerte en 63 a.C., pasaría a la historia no sólo por ser una de las peores pesadillas para los generales romanos, sino también por su incesante búsqueda de un antídoto universal, que lo pudiera proteger de todos los venenos de su época. Esa obsesión, sin embargo, se le terminaría volviendo en contra.


Sócrates probablemente fue drogado además de tomar cicuta; si no, su muerte no habría sido plácida



Después de que su hijo lo traicionara, Mitrídates se vio sin escapatoria y, al igual que Sócrates, quiso recurrir al veneno para asegurarse una muerte no dolorosa. Pero, después de años de antídotos y pruebas con venenos, no hizo efecto y tuvo que pedirle a un ayudante que lo atravesara con una espada.


“Tuvo una infancia muy turbulenta. Hasta su propia madre intentó terminar con él”, cuenta Muñoz Páez sobre Mitrídates, cuyo padre murió envenenado en un banquete. “Estuvo toda su vida obsesionado con dotarse de sustancias que lo hicieran inmune al veneno”, asegura, y agrega que tenía médicos personales dedicados a investigar venenos y probar sus efectos en esclavos. “Es posible que él mismo tomara pequeñas cantidades de sustancias tóxicas que no lo hacían inmune pero sí resistente. Además era un hombre corpulento, lo que seguramente le permitía tener mayor tolerancia. El cuerpo humano se va adaptando y, con el tiempo, puede desarrollarla”, explica la autora.

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Una imagen de Lucrecia Borgia en torno a la cual circuló la leyenda negra del uso de venenos
Una imagen de Lucrecia Borgia en torno a la cual circuló la leyenda negra del uso de venenos (Print Collector / Getty)


Un claro ejemplo de ello es el caso de un grupo de campesinos de los Alpes Estirios que, a principios del siglo XIX, comprobaron haber adquirido una tolerancia a una dosis de arsénico considerada mortal. ¿El motivo? Llevaban años utilizándolo como condimento para sus comidas.


A Cleopatra VII , la última reina de la dinastía ptolemaica del Antiguo Egipto, el veneno de una cobra egipcia la salvó en el año 30 a. C. de algo que ella veía como aún más letal: caer en manos del primer emperador de los romanos, Octavio Augusto, quien supuestamente tenía planeado exhibirla como trofeo en Roma.


Cleopatra, Augusto... las fuentes clásicas recurren constantemente a muertes con sustancias tóxicas



La reina egipcia no sólo estuvo dispuesta a perder la vida para no ser expuesta de forma humillante sino que incluso se aseguró de cuidar su apariencia hasta después de la muerte. “No podía permitirse dejar un cadáver que no fuera hermoso, por eso se supone que empleó el veneno de la cobra, que es más eficaz”, asegura Muñoz Páez, y explica que “El veneno de los animales es mucho más complejo que el de las plantas, porque es un veneno neurotóxico que actúa de forma casi fulminante y no causa efectos indeseables, como espasmos musculares en todo el cuerpo o una deformación de la cara”.


En el mundo grecorromano, el veneno no sólo sirvió como vía de escape sino también como arma arrojadiza en las altas esferas de poder. En los primeros años del imperio romano, ayudó, según algunos autores clásicos, a que emperadores como Tiberio se hicieran con el trono.


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Luis XIV invita a Molière a compartir su cena, representado en una pintura del siglo XIX
Luis XIV invita a Molière a compartir su cena, representado en una pintura del siglo XIX (Gérôme, 1863.)
La leyenda en torno a los venenos tuvo su continuidad en la Edad Media y en la era renacentista. En la época de los Borgia , “los papas, cardenales, obispos y nobles, llevaban consigo a estos probadores, lo que nos da una idea de la presencia especial que tenía el veneno. Era un arma usada de forma indiscriminada por personas con poder para librarse de sus enemigos”, asegura Muñoz Paez.


El veneno también destacó en los juegos de poder que se libraron de manera silenciosa en la Europa de los siglos XVI y XVII. El mayor escándalo de la época quizás haya sido el ‘Asunto de los venenos’ durante el reinado de Luis XIV . Tras una extensa investigación policial entre 1677 y 1682, se desenmascaró una red de complicidades y envenenamientos pactados entre varios miembros de la nobleza con brujas y hechiceros. La más escandalosa fue la alianza de la amante favorita del rey, madame de Montespan, con la bruja ‘la Voisin’, la cual habría confesado, antes de ser quemada en la hoguera, que su clienta no sólo tenía planes de envenenar a su máxima rival, mademoiselle de Fontanges, para retener el favor del monarca, sino incluso al propio Rey Sol.


Las cortes reales en la Edad Media y la Edad Moderna no fueron ajenas a la leyenda (o realidad) de los venenos



El siglo XIX fue el principio del fin para el arsénico, que durante siglos había sido la sustancia tóxica más empleada como veneno, al ser imposible de detectar con cualquiera de los sentidos y de muy fácil acceso (era usado para el control de plagas). José Buenaventura, considerado el padre de la toxicología, fue quien lo destronó como el rey de los venenos, al detectar las propiedades que hasta el momento lo hacían pasar desapercibido.


Durante el siglo XX, otras sustancias tóxicas pasaron a ocupar el protagonismo. El cianuro fue la base utilizada para las cámaras de gas en los campos de exterminio nazi. “Se llevó a cabo el asesinato sistemático y a escala industrial de muchísimas personas judías, homosexuales, gitanos, y enfermos mentales. Era el envenenamiento más rentable, ya que con el menor gasto podía acabar con el máximo de personas”, explica Muñoz Páez.

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Latas del tristemente célebre Zyklon B, utilizado en los campos de exterminio (Scott Barbour / Getty)

Los jerarcas nazis también utilizaron el cianuro como vía de escape hacia el final de la Segunda Guerra Mundial. Antes de pegarse un tiro, Hitler ingirió una cápsula con este veneno junto a su esposa Eva Braun. Pero quizás el final más escalofriante fue el de Joseph Goebbels , el ministro de propaganda nazi, y su esposa Magda, quienes antes de suicidarse mataron a sus seis hijos con chocolatada envenenada. “Me parecía imposible que una madre pudiera matar a todos sus hijos de esta forma tan premeditada. Pero efectivamente, ella estaba convencida de que el mundo que quedaría después del régimen nazi no merecía ser vivido”, asegura Muñoz Páez.


El cianuro también estuvo detrás de la muerte de uno de los mayores héroes de la Segunda Guerra Mundial, el matemático inglés Alan Turing , quien descifró el código Enigma, utilizado por el ejército alemán. Tras ser condenado por su orientación sexual, fue sometido a una castración química.


Venenos que antes se creía que no dejaban rastro ahora sí se pueden detectar



“Eso alteró su organismo de una forma brutal, lo hizo impotente, le crecieron las mamas, y pudo afectarlo mentalmente”, dice Muñoz Páez sobre Turing, quien finalmente se quitó la vida al morder una manzana envenenada. “Desde pequeño, él estaba obsesionado con la bella durmiente, que tuvo el mismo final”, dice la autora.


El talio también se abrió paso durante el siglo XX. Al igual que el arsénico, el talio no tiene sabor ni olor y tiene una ventaja adicional: no hace efecto hasta dos o tres días después de ser ingerido, lo que ayuda a eliminar los rastros de asesino. “Mientras gobernaba Irak, Sadam Hussein lo utilizaba con sus enemigos de alto nivel. Los despedía con un té en la frontera y, si no eran diagnosticados, morían”, apunta Muñoz Páez.

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Alexander Litvinenko, en un hospital de Londres en noviembre de 2006
Alexander Litvinenko, en un hospital de Londres en noviembre de 2006 (Natasja Weitsz / Getty)


Ya en el siglo XXI, el polonio generó un alto impacto, al matar en 2006 en Londres al antiguo miembro de la KGB Alexander V. Litvinenko. “A diferencia del resto de los venenos en el libro, no es un veneno químico, sino una sustancia radioactiva. Este envenenamiento llamó su atención por su crueldad, ya que fueron tres semanas de agonía, y por su altísimo coste, ya que para fabricarlo hacía falta un reactor nuclear”, detalla la química.


A pesar de su oscura historia, los venenos también pueden servir para ofrecer una muerte digna. “Nos volvemos a encontrar con la inyección letal y la cicuta de Sócrates, con un sedante fuerte y una sustancia paralizante, que pueden servir para que muera una persona con una vida tan dura que no quiere seguir viva”, apunta la autora, que profundiza este tema en su libro La buena muerte. Eutanasia para profanos (Debate).

 
La asombrosa historia del médico de Hitler que lo mantuvo en pie durante casi una década a fuerza de cocaína
Theodor Gilbert Morell, un joven y ambicioso médico, admiraba al criminal nazi hasta el delirio. Los altos mandos alemanes no lo querían cerca, pero la relación se transformó en indestructible. Las dolencias que trataba y la sagrada hora de la siesta del führer. Los millones que ganó con una droga y la huida del búnker


Por Alfredo Serra
24 de mayo de 2020

Especial para Infobae





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Theodor Morell fue durante casi una década el médico personal del criminal nazi Adolf Hitler (U.S. National Archives and Records Administration)

Esa mañana de 1936, cuando entró en el dormitorio de Adolf Hitler, el médico Theodor Gilbert Morell llegó a la cumbre: lo admiraba desde 1933, seguía cada palabra y cada gesto –hasta los más ampulosos y payasescos–, y de pronto fue llamado de urgencia: el führer se sentía mal.

Pero lo que encontró Morell, tirado en la cama, gritando (dolor de estómago), flatulento, y con una piel que más tiraba a gris que a blanca, era la contracara de ese antepasado de los poderosos y refulgentes dioses germánicos de la remota antigüedad.

Una triste caricatura de ese hombre amenazante, capaz de derramar diez discursos en una noche.

Acaso un joven médico recién diplomado habría resuelto la dolencia con unas gotas o pastillas adecuadas, y fin de la historia. Pero Morell entrevió su gran oportunidad política.



Tenía buenos cimientos: estudios de medicina en Munich, Grenoble, París, y fue oficial médico en la Primera Guerra Mundial. Y no menos astucia para ascender socialmente: en 1919 se casó con Johanna Moller, actriz, cantante de ópera… y rica. El Grand Prix para el hijo de un maestro de escuela primaria en una mínima aldea: Trais-Munzenberg. Un puntito casi invisible en el mapa de Alemania.

Logró, claro, a entrar en los grandes círculos, sus fiestas y sus tertulias, pero despreciado. No por su origen sino por su mugre.

Ni sus impecables trajes y sus camisas y corbatas de seda pudieron quitarle el baldón de sus apodos: “El grasoso, el hediondo, el maloliente”, ni evitar que las enjoyadas damas, al verlo, pusieran la mayor distancia posible.

Sin embargo, la unión entre Hitler y Morell, desde esa mañana, fue indestructible. El führer le habló largamente de sus dolencias, el médico le aplicó una inyección, y la rápida mejoría fue su gran aliada: Herr Adolf, en una de las decisiones irracionales –las mismas que lo llevaron al derrumbe– lo ungió como su médico personal, a pesar de que más de un general le dijo “es un charlatán”.


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Theodor Morell (en la segunda fila, a la izquierda, sin uniforme), junto a los hombres más cercanos a Hitler (Wikimedia Commons)

Cada mañana, Morell le inyectaba una supuesta combinación de vitaminas, minerales, enzimas, testosterona, s*men de toro para las noches que pasaría con Eva Braun, proteínas, lípidos… Pero camuflada dentro de esa pócima mágica, el verdadero milagro: cocaína.

Desde luego, el amo de medio mundo (su guerra relámpago: tropa, tanques y aviones, barrió a los países más indefensos y llegó al corazón de París en pocas semanas), decidió que el “Factor Morell” debían recibirlo todos sus guerreros, y todo el pueblo alemán. Utopía envasada en unas pastillas, el Pervitin -una metanfetamina que los nazis suministraban a los soldados- que inundaron las farmacias e hicieron ganar una gran fortuna al genio de la estafa.

Pero esa locomotora que avanzaba sin escollos empezó a perder potencia bélica y política.

Más allá de la obediencia ciega y del consabido “Heil Hitler” con el brazo en alto, como apuntando a los cielos, un grupo de generales y coroneles del Alto Mando empezaron a cuestionar sus planes (y sus errores) hasta la extrema solución: matarlo.

Lo intentaron cinco veces, pero la suerte estuvo del mal lado: ileso o casi ileso en esos intentos. Además, los más expertos señores de la guerra sospecharon que los trágicos errores del führer se debían, en gran medida, a esas misteriosas inyecciones cuya fórmula inventó Morell. Por caso, abandonar la batalla de Inglaterra cuando todavía tenía algunas chances a favor, desviar tropas para apoyar a otras en peligro –lógica elemental de los manuales: seguir adelante–, la locura de combatir en los dos frentes, occidental y oriental, despreciando el poder de Rusia, y el peor de todos, el más ridículo, y por fortuna para los aliados, ordenar –pedido de Morell– que no se lo despertara bajo ninguna circunstancia.


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Theodor Morell acompañó a su mejor paciente hasta el bunker, pero cuando el fragor del final crecía, el Canciller Aguja o el Ministro Inyector -como lo llamaban en el Alto Mando- le pidió permiso a Hitler para huir (National Archives and Records Administration)

La Inteligencia nazi creyó que el Día D -la mayor operación de la era moderna por aire, mar y tierra- sucedería desde Calois, el punto más estrecho entre Inglaterra y Francia, y allí concentraron su mayor poderío…, cuando el desembarco (hábil treta) se desplegó en Normandía.

Era vital mover todo el aparato defensivo, pero –como en todo y como siempre–, consultar a Hitler. Y pobre del que desobedeciera… El teléfono del amo sonó cien o mil veces, pero la respuesta fue inamovible:

–El führer duerme, y hay orden de no despertarlo.

Con sorna, uno de los generales dijo:

–Los libros de historia dirán que perdimos la guerra porque su máximo jefe dormía la siesta. Más que un drama, será una grotesca comedia.

Pero aún con los ojos abiertos, el delirio lo habría cegado: mientras Berlín estaba despedazada y rodeada, él seguía soñando con la victoria, drogado por las últimas inyecciones que le aplicó Morell, y con un Parkinson evidente más allá de sus esfuerzos por ocultar su mano izquierda.

Pero su médico personal, millonario gracias al Pervitin y la cadena de farmacias que trazó desde su lugar de privilegio, ganó su guerra. Acompañó a su mejor paciente hasta el bunker, pero cuando el fragor del final crecía, el Canciller Aguja o el Ministro Inyector (como lo llamaban en el Alto Mando) le pidió permiso a Hitler para huir. Lo consiguió, y el 22 de abril de 1945 trepó a uno de los últimos aviones.

Detenido por una patrulla norteamericana, pasó varios meses en un campo de prisioneros, quedó en libertad, y nunca fue acusado de crimen alguno. Murió a los 38 años, obeso y adicto a la morfina, de apoplejía.


 
El delincuente que era maestro internacional de ajedrez: jugó en equipo con Bobby Fischer y estuvo preso en Alcatraz con Al Capone
Norman Whitaker fue un gran protagonista del juego en las primeras décadas del siglo XX, pero empañó su vida y carrera con sus atrocidades en el mundo del hampa. Llegó a vencer al cubano Capablanca
Por Carlos Ilardo
30 de Mayo de 2020



(Creative Commons)
(Creative Commons)


Esta es una crónica rescatada de las sombras; sus grandezas fueron tiznadas por las bajezas de su protagonista. Sabe de paradojas y contradicciones en la vida de un hombre con varias personalidades y dos profesiones. Norman Tweed Whitaker fue un abogado que estudió la ley para saber infringirla, y un ajedrecista que aprendió tácticas y estrategias para aplicarlas a sus fechorías. Sentado frente al tablero venció a dos campeones mundiales, y en Alcatraz compartió la prisión con Al Capone. En la senectud trabó amistad con un niño llamado Bobby Fischer.

El 9 de abril de 1890, llegó Norman al hogar de los Whitaker; primer retoño y fruto del amor del Dr. Hebert (profesor en matemáticas) y su esposa Agnes (campeona de Whist -tradicional juego inglés de cartas-).

Norman atravesó sus años de infancia y juventud como referente de sus hermanos mientras completaba sin sobresaltos sus etapas de primaria y secundaria en las escuelas de Filadelfia. Durante la adolescencia, descubrió el ajedrez; sus padres lo iniciaron y juntos pulieron sus rudimentos. Pero una tarde, al ver en acción al maestro norteamericano, Harry Pillsbury, brindando una exhibición de partidas simultáneas a la ciega (de espalda a los tableros), el joven quedó embelesado ante tamaña muestra de ingenio y decidió descifrar ese misterio. Para ello buceó a fondo en el ajedrez; quería conocer todos sus secretos.


Se inscribió en el Franklin Mercantile Chess Club (entidad vicedecana y vigente desde 1885), creada en honor a Benjamin Franklin, entusiasta ajedrecista de Filadelfia y considerado Padre Fundador de Estados Unidos; sus avances y buenas actuaciones le abrieron paso para integrar el equipo del Club en diversos desafíos. Ya sin pausas, y mientras completaba sus estudios en la Universidad de Pensilvania, con una licenciatura en literatura alemana, Whitaker sacudiría el tablero con dos jugadas inmortales: lograría dos asombrosas victorias -ambas en sesiones simultáneas, ante dos campeones mundiales-, que modificaría el destino de su vida y elevaría su autoestima hasta los astros.

En 1907 venció al entonces campeón, el alemán Emanuel Lasker (había viajado a EE.UU. para enfrentarse con el local, Frank Marshall), y en 1909, al cubano José Raúl Capablanca, que sucedería a Lasker a partir de 1921.

La cárcel de Alcatraz, en San Francisco, donde Whitaker estuvo preso junto a Al Capone.
La cárcel de Alcatraz, en San Francisco, donde Whitaker estuvo preso junto a Al Capone.

Hubo que esperar hasta 1913 para que Norman Tweed Whitaker, de 23 años, ahora como estudiante de derecho, en la Universidad de Georgetown, hiciera su debut en un torneo internacional, en el mítico Chess Manhattan Club, con 14 participantes, y entre ellos, cinco de los mejores jugadores del momento. Capablanca resultó ganador y Whitaker finalizó, 8°. En el duelo entre ambos, el norteamericano casi rozó la hazaña; superó al cubano en la apertura y el medio juego, pero cayó en el final (con pronóstico de empate) tras 66 jugadas.

A los 26, y ya con el título de abogado, Whitaker se trasladó a Washington donde le asignaron un puesto gubernamental como funcionario de la Oficina de Marcas y Patentes de Estados Unidos. Con el poder del nombramiento y su fama junto al ajedrez, el chico de Filadelfia parecía encaminado a concretar “El sueño americano”; pero al joven se le dispararon los demonios y modificó el final de la película; dejó la actuación del muchachito de Hollywood por el papel de Don Corleone.

Amparándose en las facultades de su cargo, Whitaker viajó intensamente por el interior del país para el eludir el llamado al Servicio Militar coincidente con la Primera Guerra Mundial. Su ocultamiento no le impidió participar en los abiertos de la Wester Chess Association, más tarde llamado Campeonatos Abiertos de Estados Unidos. En 1916 fue 2°, detrás de Showalter y, 4°, en el torneo que lo ganó Edward Lasker, en 1917.

Al año siguiente, y después de estar sólo un día alistado en las fuerzas armadas, Whitaker fue dado de alta, tras la presentación de un dudoso certificado médico que desaconsejaba su ingreso debido a una visión defectuosa. Pocos meses después su nombre volvió a ocupar espacios en la prensa, su nuevo momento de gloria estuvo asociado a la victoria sobre el ex campeón norteamericano, Jackson Showalter, por 4 a 1 y tres empates, en un match de desafío, pactado a 8 juegos. Ahora, el ajedrecista y abogado, iba tras los pasos de Frank Marshall, el histórico campeón americano (entre 1909 y 1935), pero las negociaciones se estancaron por la falta de un acuerdo económico.

Pero Whitaker comenzó a exhibir extraños comportamientos de personalidad; un trastorno mental que le dispararía sus peores deseos reprimidos. Su accionar parecía sacado de la obra “El extraño caso del doctor Jekyll y Mr. Hyde". Acaso, creído que su fama y poder lo inmunizarían frente al mundo lumpen al que había decidido asociarse, Whitaker comenzó sus primeros pasos con pequeñas estafas, y más tarde se involucró en robos, crímenes, secuestro, tráficos de drogas y prost*tutas, y abusos por ped*filia.

En 1921, mientras comenzaban a circular los primeros rumores sobre los alcances de sus estafas, Whitaker, que ya había aprendido a tartamudear excusas, se presentó a jugar el torneo del 8°Congreso Americano, en Atlantic City en el que cumplió una destacada actuación: finalizó escolta del polaco David Janowski, y relegó al 3er puesto a Frank Marshall. La noticia en los medios alertó a la policía que no tardó en detenerlo y enviarlo a cumplir una mínima condena. Algunos ajedrecistas sostienen que enterado de lo sucedido, el norteamericano Marshall aceptó ex profeso a poner en juego su título de inmediato frente el joven de Filadelfia, sabiendo que su invitación no recibiría respuesta; Whitaker no pudo presentarse a jugar porque estaba detenido.

En su pubertad, Bobby Fischer compartió equipo con el ya maduro Whitaker, y llegaron a viajar juntos para disputar torneos en distintas ciudades. Llevaban un tablero magnético para desafiarse en el trayecto, aunque casi siempre ganaba Whitaker.
En su pubertad, Bobby Fischer compartió equipo con el ya maduro Whitaker, y llegaron a viajar juntos para disputar torneos en distintas ciudades. Llevaban un tablero magnético para desafiarse en el trayecto, aunque casi siempre ganaba Whitaker.

Cuando recuperó su libertad, Norman eligió seguir por el camino de las sombras y planeó un nuevo golpe; ahora, con mayor alevosía. Formó un clan con sus amigos y hermanos, y pergeñó un elaborado esquema que consistía en el supuesto robo de automóviles con fraude a las compañías de seguros, que incluía el traslado de los vehículos a otros estados (de Nueva Jersey a California) y así, más tarde, poder cobrar sus pólizas. Cuando la maniobra fue descubierta, sólo su capacidad jurídica y conocimientos para transitar por los vericuetos de la Ley, le permitió demorar con apelaciones, durante más de tres años, los distintos llamados de la justicia. En tanto, el corazón de papá Hebert Whitaker no soportó el escozor de la noticia al enterarse que todos sus hijos habían sido arrestados; falleció en 1925. Norman asumió la responsabilidad de la maniobra, con lo que liberó de la culpa a sus hermanos. Perdió su trabajo y fue expulsado del Colegio de Abogados, mientras era declarado culpable y sentenciado a una condena de 30 meses en la Penitenciaria Federal de Leavenworth. Allí dejaría anécdotas para un libro, y adoptaría el apodo de “Zorro”, que lo acompañaría hasta sus últimos días de vida.

A fines de 1927, Whitaker abandonó la prisión y también a su familia; antepuso la acción al pensamiento y regresó al ajedrez. Viajó a Michigan y participó del Primer Torneo de la National Chess Federation (antecesora de la Federación de Ajedrez de EE.UU.); con una sorprendente actuación (6,5 puntos en 8 ruedas) se quedó con el título y relegó al puesto de escolta, a Samuel Reshevsky, uno de los mejores ajedrecistas norteamericano junto a Bobby Fischer, en la segunda parte del siglo XX. Su doble vertiente de ajedrecista y delincuente había comenzado a causar malestar en el ambiente de los gambitos y enroques; no fue extraño que al año siguiente, pese a su condición de campeón americano, no recibiera la invitación para defender su título en Bradley Beach.

Con soledad de soltería, y más de 30 abriles ya cansados de soñar, Norman Whitaker creyó que era el momento de iniciar un viaje y comenzar una nueva vida en número par. De su colección de amores eligió el más rápido sí y se marchó a Holanda, con dos objetivos: disfrutar de su luna de miel en La Haya, y jugar el II Campeonato Mundial Amateur. El sueño casi se vuelve pesadilla cuando un accidente de tren en el que viajaba su mujer (quedó muy mal herida) perdieron la vida nueve personas. Sin culpas ni remordimientos, el corazón pétreo de Whitaker ni siquiera pareció darse por aludido; continuó jugando el certamen (ganado por el local Max Euwe) y alcanzó el 4° lugar, con 9,5 puntos sobre 14 posibles. Por su labor cobró un premio en metálico que guardó en su aún abultada billetera.

A su regreso a Estados Unidos fue recibido con poco menos que indiferencia por sus colegas y dirigentes; jugó un torneo en St. Louis, otro en Chicago y representó al equipo de Washington DC en un match por radio ante Londres. Cuando la federación no lo tuvo en cuenta (por su pasado delictivo) en la formación de los equipos americanos para la Olimpíada de Hamburgo en 1930 y de Praga en 1931, Whitaker recurrió a su experiencia de abogado y presentó demandas contra dirigentes e instituciones. Pero sus reclamos que llegaron incluso a la Federación Internacional de Ajedrez (FIDE, fundada en París en 1924) nunca fueron atendidos. Sin su presencia, EE.UU. finalizó 6° en Alemania y ganó el oro en Checoslovaquia. Sin posibilidades de progresar y vivir del ajedrez, el “Zorro” volvió a las andadas. Fue apresado en Florida, tras cometer un nuevo fraude con el robo de automóviles. Y aunque logró salir bajo fianza, lo peor aún estaría por suceder.

El 1 de marzo de 1932, el pueblo norteamericano se conmovió frente al terror de la noticia; habían secuestrado en su propia cuna, a Charles Lindbergh Jr, un niño de 18 meses, hijo del héroe de la aviación de Estados Unidos, Charles Lindbergh, el primer piloto que cruzó el Atlántico uniendo Nueva York con París en 1927. Norman, que por entonces estaba peor que en banda, recordó que en los momentos de crisis suelen presentarse nuevas oportunidades.

Frente a la patética situación social su reventada mente planificó un nuevo golpe; se contactó con un viejo pillo, Gaston Means, un ex agente del Departamento de Justicia, y juntos visitaron a Evalyn Walsh McLean, millonaria y coeditora de The Washington Post, asegurándole que tenían contacto con los secuestradores y que podrían regresar el niño a salvo, a cambio de los u$s 104.000 puestos en recompensa.

Means cobró el dinero y huyó como el verde en otoño; frente a la traición, el Zorro no trepidó y puso en marcha un plan B. Visitó a la periodista y le comunicó que los secuestradores habían rechazado el dinero porque ella había publicado su numeración en el periódico. Le pidió a cambio u$s 35.000 y la promesa de regresarle su anterior pago, pero McLean sospechó del engaño y llamó al FBI. Semanas más tarde, el bebé fue encontrado muerto y Whitaker y su socio Means fueron encarcelados. Con más dudas que certezas, un carpintero alemán, Bruno Hauptmann fue acusado del crimen y condenado a la silla eléctrica. En 1933, durante el juicio, Whitaker fue interrogado sobre el destino del dinero percibido. Sólo se limitó a responder: “Preferiría no recordarlo”. Y fue condenado por “intento de extorsión” con 18 meses de prisión en Alcatraz. En cambio, Means le cayeron 15 años y falleció en la cárcel.

En Alcatraz, Norman Whitaker fue alternativamente amigo y enemigo de Alphonse Gabriel Capone (famoso gángster norteamericano, aunque su tarjeta personal rezaba vendedor de antigüedades), y que desde 1932, previo paso por Atlanta, cumplía una pena de 11 años de prisión por evasión de impuestos, tras su arresto por Eliot Ness. En 1936 el Zorro y Al Capone tuvieron un duro enfrentamiento cuando éste no quiso ser parte de una huelga que encabezó Whitaker. Años más tarde, ambos reflotaron la interesada amistad.

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Otra vez en libertad, el ajedrecista ignorado y abogado suspendido, retornó al juego sin olvidarse de su pasado delictivo. Ideó nuevas fechorías y ruines bajezas. Pasó más de veinte años entre las rejas tras nuevas condenas, ahora por casos de ped*filia y el envío de sustancias prohibidas a través del correo.

En 1954, y tras casi 20 años de ausencia en la alta competencia, Whitaker se inscribió en el 55° Open de EE.UU. que se jugó en Nueva Orleans; allí, el local Larry Evans y el español Arturo Pomar compartieron el 1° puesto con 9,5 puntos, y entre 109 participantes, Norman finalizó en el 19° lugar, con 7,5.

A los 66 años, Whitaker, y después de una deleznable y fallida propuesta de matrimonio a una niña de 14 años, se refugió definitivamente en el ajedrez; regresó a su primer club, Franklin Mercantile Chess Club, donde aún era considerado un fuerte ajedrecista y un buen challenger para las mejores promesas de la institución. Allí conoció a Forry Laucks, un adinerado ajedrecista conocido como “el viejo nazi”, que usaba sombrero tirolés, camiseta y pantalón caqui, con corbata oscura, bigote hitleriano y una insignia negra esmaltada con una esvástica dorada; en el sótano de su casa, Laucks había creado una sala de ajedrez “Log Cabin”, donde se reunían a diario un grupo de amigos entre los que sobresalía un joven de 13 años llamado Bobby Fischer. En1956, Laucks organizó para el grupo, un viaje de 5600 Km, que incluía la participación en varios torneos por equipos al sur del país y una escala final en Cuba para desafiar al conjunto local: El Club Capablanca. Whitaker fue seleccionado para defender el 1er tablero, y Bobby Fischer, el 2°.

Sus últimos años, Whitaker los pasó recorriendo el país en un Volkswagen Beetle anotándose en cuanto torneo de ajedrez encontrase y con los pequeños premios mantenía su vida errante.

Sus últimos años, Whitaker los pasó recorriendo el país en un Volkswagen Beetle anotándose en cuanto torneo de ajedrez encontrase y con los pequeños premios mantenía su vida errante.

“O voy yo, o Bobby no viaja”, fue la tajante respuesta de Regina Wender (madre de Fischer) enterada que el niño compartiría el viaje con un delincuente y ped*filo. Finalmente la mamá fue invitada a abordar la camioneta, poco fiable, Chrysler 1950, propiedad de Laucks. Bobby viajó en el primer asiento flanqueado por un fascista y un delincuente, acaso, sin saber lo que sucedía a su alrededor; a él sólo le interesaba jugar al ajedrez y vencer a Norman que era el único integrante del equipo que siempre lo derrotaba.

Durante el largo viaje jugaron partidas con un tablero magnético y también a la ciega; generalmente Norman era el triunfador. En el libro “Endgame” una biografía de Fischer escrita por Frank Brady, el autor cuenta que Whitaker era un gran contador de historias y chistes (por lo general de mal gusto), con los que solía matizar las horas del viaje, pero el pequeño Bobby en la mayoría de las veces necesitaba que le explicaran el desenlace. “Conozco una mujer que pagaría 1000 dólares por verme desnudo”, dijo Norman. ¿Y quién es? pregunto ingenuamente Bobby. “Una señora ciega”, le respondió Norman con sonrisa estridente, mientras Regina y el resto le golpeaban la cabeza calva y el niño repetía desconsolado, ¿y por qué lo haría?.

Aunque los cubanos ganaron el match por 26,5 a 23,5, el New York Time que seguía los pasos de Fischer publicó lo sucedido en la isla caribeña. Sólo Whitaker y Fischer triunfaron con holgura en sus tableros; cada uno derrotó a su rival por 5,5 a 1,5; el resto de los integrantes del equipo perdieron sus duelos. Bobby, además, aprovechó la ocasión para mostrarse como un serio jugador, y con 13 años brindó una simultánea frente a 12 tableros, con 10 victorias y 2 empates.

El último llamado que Whitaker recibió de la Justicia fue como consecuencia de un accidente de tránsito en 1961, en Arkansas, en el que falleció su amigo Glenn Hartleb. Frente a la duda, el hombre de 71 años conservó su libertad. Luego, sin conocerse cómo obtuvo los medios, Norman adquirió un Volkswagen Beetle con el que durante casi una década recorrió una infinidad de kilómetros por el sur de país participando en cuánto torneo consiguiera inscribirse. La poca fuerza de sus rivales le aseguraba la obtención de premios, y las monedas necesarias para subsistir el día a día, y continuar su viaje hacia una nueva parada. En 1965, la FIDE en un relevamiento de sus ajedrecistas, le otorgó el título de maestro internacional (un peldaño inferior a gran maestro, el máximo) y lo posicionó entre los 25 mejores jugadores del mundo en 1918.

En 1975, el hombre que con monstruosidades empañó su carrera deportiva, murió en Alabama; tenía 85 años y de su paso frente al tablero dejó un mínimo legado: el libro, “Selección de 365 finales de ajedrez; uno para cada día del año”, y el enriquecimiento de la teoría del juego, con una variante de la defensa francesa bautizada con su nombre. Veinticinco años más tarde, en 2000, John Samuel Hilbert sacó a luz todas sus atrocidades; necesitó más de 500 páginas para escribir tanto espanto: “Shady side: The life and crimes of Norman Tweed Whitaker, chessmaster”.

Norman Tweed Whitaker, un personaje inolvidable; creador de mínimas proezas en el juego, y el autor de los más grandes jaques miserables.

 
El trágico triángulo amoroso de Pablo Escobar, su sicario Popeye y Wendy, la modelo que terminó asesinada
La serie “El Coronel Naranjo” pone el foco en la larga lista de mujeres de el famoso narco. De ellas, Wendy Chavarriaga Gil fue la única que pudo reemplazar a la esposa del Patrón. Las razones de su traición y la escena de su final, digna de un guión de película

31 de mayo de 2020



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Pablo Escobar, Wendy y Popeye

Suena el teléfono en un lujoso restaurante de Medellín. Un mozo llama a la modelo Wendy Chavarriaga Gil. Pero ella nunca llega a atender. Del otro lado del teléfono, su novio Popeye, al que usó de señuelo para vengarse de Pablo Escobar Gaviria, escucha dos sonidos contrapuestos: los tacos de la joven de 28 años y de pronto los disparos que ahogaron los gritos de esa bella mujer a la que Popeye definía como una escultura de ojos verdes, cuyas piernas parecían salirle de la nuca.

Él nunca llegó a la última cena, como había prometido.

En pocos pasos, en el camino de Wendy se unieron la sensualidad y la muerte.

El episodio tiene el estilo de El Padrino, el clásico de Francis Ford Coppola, una de las películas favoritas de Escobar, admirador además de Al Capone.



En especial tiene algo de la escena en la que Michael Corleone se reúne en un restaurante con Sollozo, uno de los enemigos de su padre. Un mafioso que esperaba llegar a una tregua.

La tensión de ese momento aumenta cuando el mozo tarda en abrir la botella de vino, el rostro de Al Pacino, que parece una máscara rígida (y no anticipa ninguna decisión, si lo va a matar o no seguirá el legado de su familia) y el paso de un tren que marca el ritmo de la escena.

El desenlace es Michael sacando un arma escondida en el baño y matando a un policía que había ido a comer carne exquisita.

Detrás de ese acto estaba la orden de su padre Vito.

Detrás del acto de Popeye estaba la orden de Escobar.

Jhon Jairo Velásquez Vásquez, alias Popeye, ex jefe de sicarios del narco colombiano, la había citado en ese lugar. Mandó a dos de sus hombres porque no quería hacerlo él.

El asesino impiadoso que se jactaba de haber matado a más de tres mil personas, no pudo matar a su novia. “Seguía enamorado”, confesó.

“Me paré a media cuadra. Y llamé por teléfono al restaurante. Mis muchachos tenían la orden de actuar cuando el camarero preguntara en voz alta por la señorita Wendy. Oí sus tacones aproximándose al bar, y luego los tiros y su grito. Quería oírla morir, porque yo me sentí pequeño, usado, idiota”.

Luego la vio muerta, en un charco de sangre, y sintió una mezcla brutal de odio, amor, tristeza y alivio.

"Como si me saliera de dentro un espíritu maligno”, contó. "Me había traicionado a mí y a mi Dios, don Pablo”.


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Wendy Chavarriaga Gil cometió lo que para Escobar era un pecado imperdonable: quedar embarazada

Wendy no fue una amante más en la larga lista de mujeres (desde modelos, reinas de belleza y jóvenes vírgenes) que desfilaron por la cama del narco más famoso de la historia: 49 de ellas terminaron asesinadas.

Según los chacales que respondían al hombre del bigote, terminaron así por delatoras o por hablar de más. A una de ellas le “dibujaron” en el cuerpo una cruz a balazos. 28 balazos,

La serie “El General Naranjo”, que está en pantalla, además de recrear la cacería que comandó Oscar Naranjo contra el Cartel de Medellín, muestra al Escobar mujeriero. Y Wendy aparece mencionada como espía de Escobar y luego con relaciones de la DEA.

La relación de la modelo con el capomafia fue confirmada por Victoria Henao, la esposa de Escobar, y por Virginia Vallejos, la periodista que hechizó al narco durante una entrevista.

“Pablo no tuvo más amantes que esa pobre niña Wendy y yo”, dijo Vallejos.

“Las otras eran prost*tutas muy bonitas de una noche porque a Pablo, sobre todo cuando empezó a esconderse, le daba mucho miedo que sirvieran de señuelo a sus enemigos. Les pagaba bien y las despachaba. Nosotros teníamos otro tipo de relación o no hubiera durado cinco años a pesar de todas las separaciones. Yo lo dejaba y él me hacía regresar. Qué serenatas, qué súplicas cuando yo me iba con mi amigo el lord inglés y viajábamos por el mundo”.

En su libro “Mi vida y mi cárcel con Pablo Escobar”, la viuda del criminal que murió rodeado por la Policía el 2 de diciembre de 1993, refiere en el capítulo “Las mujeres de Pablo”, parte de la triste historia de Wendy. “Lo que hizo Pablo fue una bestialidad”.

De la pasión al horror


Cuando despertó, Pablo Escobar seguía a su lado. Desorientada y con la visión nublada, Wendy Chavarriaga miró a su alrededor.

Sangre aun sin limpiar y el punzante dolor que sentía en su abdomen le advirtió lo que estaba a punto de escuchar de boca de su amante: “Te lo saqué”.

Wendy cerró los ojos y respiró profundo. Un veterinario y dos sicarios acababan de practicarle un aborto.

Sabía dónde estaba y acababa de conocer al lado más oscuro de su amante.

Intentó tirarse por una ventana, pero los guardaespaldas de Escobar la sostuvieron a tiempo. Estaba embarazada de cinco meses.

Ese día juró venganza y emprendió su plan. Corría 1983. Juan Pablo, el hijo mayor del narcotraficante, tenía seis años. En septiembre, después de cinco intentos fallidos y un costoso tratamiento de fertilidad, Victoria Eugenia Henao le anunció a su marido que estaba embarazada de Manuela.

Sabía que Wendy era una de sus amantes, incluso percibía que había ganado más territorio que “las otras”; pero décadas después se enteró de que al momento de concebir a su segunda hija, Wendy estaba embarazada.“Me dolía su infidelidad, pero no tenía la valentía suficiente para dejarlo. La historia que yo misma me contaba para sobrellevar semejante drama era aquella vieja frase: ‘todos los hombres son iguales’. Entonces, pensaba, ‘no lo voy a dejar por eso’. Además, cuando nos casamos, el engaño estaba dentro de lo probable dados sus antecedentes y por eso tomé la decisión de no perseguirlo, no mirarle la agenda de teléfonos, no revisar si la camisa tenía colorete. El que busca, encuentra, dice el refrán y preferí no encontrar”, explicó en su libro la viuda de Escobar. “Tata”, como le dicen, miraba hacia otro lado mientras su marido crecía en la carrera criminal y se potenciaba su apetito sexual.


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Virginia Vallejos dijo que las únicas amantes del jefe narco fueron ella y Wendy

Una vez, de vacaciones en la hacienda Nápoles, el patrón quedó expuesto. Sus amigos no sabían que su mujer se encontraba con él y aterrizaron en un jet privado con diez modelos.

“No quiero quedarme un segundo más en este lugar, Pablo. Es una falta de respeto lo que hacés conmigo”, le recriminó delante de todos.“Mi amor, Héctor (Roldán) trajo a esas muchachas para la diversión de los muchachos. Yo no tengo nada que ver con eso. Son mujeres para mis amigos y no puedo decirles que no las traigan”, esquivó el mafioso.

Ella se quedó en silencio. Años después reconoció que sabía que le estaba mintiendo. Después de todo, estaba al tanto no sólo de las cabañas que Escobar había mandado a construir en las hectáreas de su hacienda para encontrarse con sus amantes, sino que hasta sabía la dirección del lujoso penthouse en el que su marido organizaba las fiestas. La propiedad de dos pisos ubicada sobre la avenida Colombia, en el centro de Medellín, era su escondite de soltero.

“La escarcha”, era la palabra clave con la que le advertía a sus escoltas que comenzaran con los preparativos que incluían, entre otras cosas, reclutar hermosas mujeres –en su mayoría menores de edad- que desfilaban entre los asistentes como si se tratara de un remate de ganado. Pero Wendy no era “una de esas mujeres”.

Sus ojos verdes y su 1,85 metro de altura encandilaron al patrón a mediados de 1981
. Un socio de Escobar le dijo que una mujer había viajado de Estados Unidos con una idea para hacer negocios. De inmediato, el patrón dispuso una reunión en “La escarcha”.

“Pablo no contaba con que su invitada llegaría con un cuerpo espectacular”, reconoció años después su viuda.El encuentro duró sólo 25 minutos, pero activó el deseo de Escobar.

Era la primera mujer a la que no podía encandilar con su dinero, ni con su poder.

Wendy tenía su propia fortuna y se convirtió en un verdadero desafío para el desgastado Escobar, quien nunca dejó de sentirse acomplejado por su 1,65 metro de altura y odiaba que le dijeran “enano”.

Llevaba décadas acostumbrado a que “sus hombres” se encargaran de conseguirle mujeres.

El ritual era siempre el mismo: al llegar a un lugar, miraba a su alrededor y si encontraba una mujer de su agrado, mandaba a sus escoltas a que le compraran una botella de champagne o whisky.

Lo hacía con la certeza de que la joven regresaría más tarde para agradecer el regalo. Incluso durante el cortejo de su mujer Victoria Henao, que comenzó cuando ella tenía sólo 13 años, Escobar se valió de la ayuda de Yolanda, una amiga en común que ofició de celestina y fue quien lo ayudó a sortear cada uno de los obstáculos que le ponían los Henao. Escobar era romántico y le regalaba flores, dulces y hasta el long play de Camilo Sesto.

Victoria iba a ser la única mujer de su vida, pese a haberse acostado con cientos. Podía estar con otras, pero ella recuerda que siempre volvía a su cama. Hasta solía esperarlo.


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Pablo Escobar y su esposa, Victoria Henao

La conquista del león

Wendy fue, en efecto, la única mujer a la que tuvo que conquistar sin ayuda de nadie.


“Soy un campeón”, se jactó ante sus amigos el día que logró que la bella mujer aceptara empezar un affaire con él. Wendy vivía a sólo dos cuadras de la casa familiar de los Escobar. Tenía un lujoso departamento en los alrededores del Club Campestre de Medellín.

“Tata” no lo sabía, pero comenzaba un romance que llegó a poner en jaque a su matrimonio.“Patrona, creo que ese fue el único momento en el que tambaleó su reinado. Nos daba pena verla toda inocente, pero nosotros no podíamos decirle nada porque él nos lo tenía prohibido”, le reconoció años después Jerónimo, uno de los sicarios de Escobar. Poco a poco, Wendy comenzó a ejercer su poder y redecoró las oficinas de Pablo.

“Cuando llegué, me llamó la atención el refinado estilo de todo en el lugar, pero principalmente la oficina de mi marido; que claramente había sido decorada por alguien con mucho gusto. La intuición me indicó que allí debía estar la mano de la novia de Pablo. No estaba equivocada, aunque como casi siempre, habría de confirmalo mucho tiempo después”, dice en su best seller la única mujer que amó Escobar. Pablo se jactaba de su conquista cada vez que podía, aunque guardaba las apariencias cuando estaba con su familia. Llegó incluso a viajar en más de una oportunidad a Estados Unidos. Fue durante una escapada de tres días a Nueva York que, dicen, El Patrón se mostró desbordado de felicidad por las calles de la Gran Manzana junto a su novia.

Al regresar, le regaló a su mujer una lujosa joya que atesoró durante años, hasta que se enteró de que había sido “la amante” quien la había elegido. “Volvió con una hermosa polvoreda redonda de oro, con zafiros; grabada con mi nombre. La tengo todavía. Sobrevivió a las bombas, a las persecuciones, a la guerra. Meses después habría de enterarme de que Pablo había dicho mentiras y que en realidad fue a encontrarse con Wendy y fue ella quien escogió la polvoreda para mí”.Por ese entonces, Escobar ya tenía ambiciones políticas y aspiraba a llegar a la Cámara de Representantes. Si la humillación de la joya no fue suficiente, “Tata” comprendió la gravedad del asunto cuando vio a la amante de su marido junto a su marido durante uno de los actos de campaña. “Una de mis hermanas, que sabía de la relación, pero no me había dicho nada para no verme sufrir, protagonizó un incidente con ella”. Todos se encontraban en la plaza principal del municipio de Envigado. Era un sábado por la tarde. Escobar pronunciaba su discurso, mientras su amante lo alentaba en el lugar. A pocos metros, “Tata” decidió mirar para otro lado, pero no pudo impedir que su hermana “la pusiera en su lugar”.“En voz baja, pero con un tono de furia, mi hermana le dijo: ‘Este es el lugar de mi hermana y si no te bajas ya, te tiro por el balcón”.

Wendy se retiró del lugar en silencio. Había cruzado un límite, pero todavía no había cometido el pecado mortal, que jamás le perdonó Escobar: haber quedado embarazada. El triángulo amoroso se sostuvo durante algunos meses, con el condimento de las ocasionales acompañantes adicionales de Escobar.

Todos “convivían” en armonía, respetando los marcados límites impuestos por el narco. Pero algo comenzó a cambiar y Wendy lo esquivaba. Se acababa de enterar de que estaba embarazada y, consciente de lo que eso implicaba, había decidido escapar a Estados Unidos para seguir su vida en un territorio que sabía su amante jamás podría pisar.“Lo único que Escobar les tenía prohibidísimo a sus amantes era que quedasen embarazadas y Wendy no cumplió. Ella quedó embarazada por plata, pero el patroncito no quiso saber nada y le mandó a dos ‘pelaos’ y al veterinario para que le sacaran el bebe”, confesó años después “Popeye”, un hombre clave en el oscuro destino que le esperaba a la modelo. El teléfono de la modelo sonó. “Quiero verte”, llegó a decirle Escobar. Wendy sabía lo que eso significaba y se dirigió a “La escarcha”, el mismo departamento en el que había conocido al narcotraficante. Estuvieron abrazados por horas hasta que el patrón dio la orden y sus hombres -entre ellos se encontraban Yeison, la Yuca, Carlos Negro y Pasquín- la sujetaron para que un enfermero le aplicara un sedante. Cuando despertó, Wendy se sintió dentro de una pesadilla. La relación se sostuvo durante algunos meses, aunque ya nada era igual. Asqueado por la “traición” de quedar embarazada, el narcotraficante dio por concluido el vínculo. Pero Wendy regresaría de una forma impensada a su vida: como la nueva novia de “Popeye”, uno de sus sicarios más sanguinarios.


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Escobar y Popeye

La modelo sabía dónde encontrarlo y fingió un encuentro casual en uno de los boliches de moda de Medellín. Velásquez Vásquez no creía lo que veía: la ex amante de su patrón estaba dispuesta a pasar la noche con él. Durmieron en un departamento que el propio Escobar le había comprado a Wendy cuando era su amante. El soldado no lo dudó y se acostó en la cama de su general. Pero la lealtad de “Popeye” no estaba en los cálculos de la modelo.

Al día siguiente, el sicario le confesó todo lo sucedido al patrón. “Estaba en la discoteca y me encontré con la Wendy”, le confió.Sorprendido, el capo narco indagó: “¿Y qué pasó?”. “Me la llevé para la casa, patrón. Y nos enredamos ahí no más”, contó el sicario. Escobar olió algo. “Hace el amor muy bueno, Pope… pero déjeme que le diga que usted no es un hombre para Wendy: ella es para capos. Tenga cuidado, ahí hay algo raro”.

Y su intuición no fallaría. Con la aprobación de El Patrón, Wendy y “Popeye” estuvieron juntos siete meses. “Don Pablo hablaba francamente y miraba a los ojos. Yo era un sicario y ella buscaba narcos. Era una mujer muy cara. Yo no podía darle nada de eso. Él tenía un octavo sentido”.

En efecto, Escobar decidió tomar sus recaudos y empezó a seguir los movimientos de su ex amante. Llegó incluso a intervenirle el teléfono. Fue ese el momento que comprendió que todo formaba parte de una venganza y confirmó que la modelo colaboraba con el Bloque de Búsqueda, una unidad de operación especial de la Policía colombiana que tenía como único objetivo capturarlo: vivo o muerto.

“Popeye no me dijo aún dónde está Pablo. Sí, sí, cuando me diga le aviso”, fue la frase que sentenció a muerte a la modelo. Otra vez el teléfono, jugando un papel clave en la trama.

Escobar no lo dudó y mandó a llamar a “Popeye”.

“La reunión fue tensionante. Estaba Pipina, la mano derecha de Pablo. Y yo sabía que cuando el jefe mandaba a matar a uno de la organización se lo encargaba a su mejor amigo. El ambiente se sentía pesado, pero yo me preguntaba: ‘¿Qué hice?’. Entonces, el patroncito me pone la grabación y escucho la voz de Wendy”.“¿Qué hacemos ahí, Pope? Se acuerda que le advertí”, le espetó Escobar. “Pues usted tiene toda la razón, Patrón. Esto es gravísimo. Yo sé qué tengo que hacer”, le respondió “Popeye”. Tenía, lo sabía, que asesinar a su novia. “Yo la quería con toda mi alma, pero me sentí usado. Ella me enamoró para vengarse de Pablo. Me estaba utilizando para llegar a él. Y sabía que me mataban a ella o me mataban a mí. Y preferí que fuera ella”.

Cuando casi treinta años después se enteró por la serie “El patrón del mal” del aborto forzado al que había sido sometida Wendy, la viuda de Pablo se derrumbó.


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Popeye, uno de los sicarios más sangrientos de Escobar

“No tenía idea de que eso había sucedido. Inicialmente pensé que lo que acababa de ver era producto de la imaginación de un libretista y no un episodio de la vida real”. Hasta ese momento, “Tata” sólo sabía que la modelo había sido asesinada por “Popeye”, después de que su marido descubriera que trabajaba como informante para el Gobierno colombiano. “Me dejó horrorizada: Wendy estaba embarazada y Pablo cometía la salvajada de contratar a un enfermero para dormirla y sacarle la criatura”. Decidida a saber qué había sucedido realmente, la mujer interpeló a uno de los sicarios de su marido durante un viaje a Medellín. “Me encontré por casualidad a Yeison, uno de los hombres de Pablo. Hablamos de todo por un largo rato, hasta que me decidí a preguntarle por el asunto de Wendy y lo que yo había visto por televisión”.

-Patrona, para qué quiere saber; para qué le sirve, han pasado muchos años, no tiene sentido.- fue la respuesta.

Victoria juntó valor y escuchó en detalle lo que sucedió aquella madrugada en “La Escarcha”. “Me sentí profundamente indignada al confirmar la bestialidad que había cometido Pablo, a lo que había llegado con tal de no tener hijos por fuera del matrimonio”, reconocería años después su viuda, quien en un irónico giro del destino soportó durante años las infidelidades de su marido repitiéndose una y otra vez que, pese a todo, ella era la única madre de los hijos de Pablo Escobar.

Wendy no fue una más.

Pese a su final inevitable, la modelo logró algo que parecía imposible: enamorar a un frío sicario y ser la única que no se dejó comprar por los lujos que ofrendaba Pablo.

Pagó un alto precio por no vender su alma al diablo.

 
El trágico triángulo amoroso de Pablo Escobar, su sicario Popeye y Wendy, la modelo que terminó asesinada
La serie “El Coronel Naranjo” pone el foco en la larga lista de mujeres de el famoso narco. De ellas, Wendy Chavarriaga Gil fue la única que pudo reemplazar a la esposa del Patrón. Las razones de su traición y la escena de su final, digna de un guión de película

31 de mayo de 2020



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Pablo Escobar, Wendy y Popeye

Suena el teléfono en un lujoso restaurante de Medellín. Un mozo llama a la modelo Wendy Chavarriaga Gil. Pero ella nunca llega a atender. Del otro lado del teléfono, su novio Popeye, al que usó de señuelo para vengarse de Pablo Escobar Gaviria, escucha dos sonidos contrapuestos: los tacos de la joven de 28 años y de pronto los disparos que ahogaron los gritos de esa bella mujer a la que Popeye definía como una escultura de ojos verdes, cuyas piernas parecían salirle de la nuca.

Él nunca llegó a la última cena, como había prometido.

En pocos pasos, en el camino de Wendy se unieron la sensualidad y la muerte.

El episodio tiene el estilo de El Padrino, el clásico de Francis Ford Coppola, una de las películas favoritas de Escobar, admirador además de Al Capone.



En especial tiene algo de la escena en la que Michael Corleone se reúne en un restaurante con Sollozo, uno de los enemigos de su padre. Un mafioso que esperaba llegar a una tregua.

La tensión de ese momento aumenta cuando el mozo tarda en abrir la botella de vino, el rostro de Al Pacino, que parece una máscara rígida (y no anticipa ninguna decisión, si lo va a matar o no seguirá el legado de su familia) y el paso de un tren que marca el ritmo de la escena.

El desenlace es Michael sacando un arma escondida en el baño y matando a un policía que había ido a comer carne exquisita.

Detrás de ese acto estaba la orden de su padre Vito.

Detrás del acto de Popeye estaba la orden de Escobar.

Jhon Jairo Velásquez Vásquez, alias Popeye, ex jefe de sicarios del narco colombiano, la había citado en ese lugar. Mandó a dos de sus hombres porque no quería hacerlo él.

El asesino impiadoso que se jactaba de haber matado a más de tres mil personas, no pudo matar a su novia. “Seguía enamorado”, confesó.

“Me paré a media cuadra. Y llamé por teléfono al restaurante. Mis muchachos tenían la orden de actuar cuando el camarero preguntara en voz alta por la señorita Wendy. Oí sus tacones aproximándose al bar, y luego los tiros y su grito. Quería oírla morir, porque yo me sentí pequeño, usado, idiota”.

Luego la vio muerta, en un charco de sangre, y sintió una mezcla brutal de odio, amor, tristeza y alivio.

"Como si me saliera de dentro un espíritu maligno”, contó. "Me había traicionado a mí y a mi Dios, don Pablo”.


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Wendy Chavarriaga Gil cometió lo que para Escobar era un pecado imperdonable: quedar embarazada

Wendy no fue una amante más en la larga lista de mujeres (desde modelos, reinas de belleza y jóvenes vírgenes) que desfilaron por la cama del narco más famoso de la historia: 49 de ellas terminaron asesinadas.

Según los chacales que respondían al hombre del bigote, terminaron así por delatoras o por hablar de más. A una de ellas le “dibujaron” en el cuerpo una cruz a balazos. 28 balazos,

La serie “El General Naranjo”, que está en pantalla, además de recrear la cacería que comandó Oscar Naranjo contra el Cartel de Medellín, muestra al Escobar mujeriero. Y Wendy aparece mencionada como espía de Escobar y luego con relaciones de la DEA.

La relación de la modelo con el capomafia fue confirmada por Victoria Henao, la esposa de Escobar, y por Virginia Vallejos, la periodista que hechizó al narco durante una entrevista.

“Pablo no tuvo más amantes que esa pobre niña Wendy y yo”, dijo Vallejos.

“Las otras eran prost*tutas muy bonitas de una noche porque a Pablo, sobre todo cuando empezó a esconderse, le daba mucho miedo que sirvieran de señuelo a sus enemigos. Les pagaba bien y las despachaba. Nosotros teníamos otro tipo de relación o no hubiera durado cinco años a pesar de todas las separaciones. Yo lo dejaba y él me hacía regresar. Qué serenatas, qué súplicas cuando yo me iba con mi amigo el lord inglés y viajábamos por el mundo”.

En su libro “Mi vida y mi cárcel con Pablo Escobar”, la viuda del criminal que murió rodeado por la Policía el 2 de diciembre de 1993, refiere en el capítulo “Las mujeres de Pablo”, parte de la triste historia de Wendy. “Lo que hizo Pablo fue una bestialidad”.

De la pasión al horror


Cuando despertó, Pablo Escobar seguía a su lado. Desorientada y con la visión nublada, Wendy Chavarriaga miró a su alrededor.

Sangre aun sin limpiar y el punzante dolor que sentía en su abdomen le advirtió lo que estaba a punto de escuchar de boca de su amante: “Te lo saqué”.

Wendy cerró los ojos y respiró profundo. Un veterinario y dos sicarios acababan de practicarle un aborto.

Sabía dónde estaba y acababa de conocer al lado más oscuro de su amante.

Intentó tirarse por una ventana, pero los guardaespaldas de Escobar la sostuvieron a tiempo. Estaba embarazada de cinco meses.

Ese día juró venganza y emprendió su plan. Corría 1983. Juan Pablo, el hijo mayor del narcotraficante, tenía seis años. En septiembre, después de cinco intentos fallidos y un costoso tratamiento de fertilidad, Victoria Eugenia Henao le anunció a su marido que estaba embarazada de Manuela.

Sabía que Wendy era una de sus amantes, incluso percibía que había ganado más territorio que “las otras”; pero décadas después se enteró de que al momento de concebir a su segunda hija, Wendy estaba embarazada.“Me dolía su infidelidad, pero no tenía la valentía suficiente para dejarlo. La historia que yo misma me contaba para sobrellevar semejante drama era aquella vieja frase: ‘todos los hombres son iguales’. Entonces, pensaba, ‘no lo voy a dejar por eso’. Además, cuando nos casamos, el engaño estaba dentro de lo probable dados sus antecedentes y por eso tomé la decisión de no perseguirlo, no mirarle la agenda de teléfonos, no revisar si la camisa tenía colorete. El que busca, encuentra, dice el refrán y preferí no encontrar”, explicó en su libro la viuda de Escobar. “Tata”, como le dicen, miraba hacia otro lado mientras su marido crecía en la carrera criminal y se potenciaba su apetito sexual.


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Virginia Vallejos dijo que las únicas amantes del jefe narco fueron ella y Wendy

Una vez, de vacaciones en la hacienda Nápoles, el patrón quedó expuesto. Sus amigos no sabían que su mujer se encontraba con él y aterrizaron en un jet privado con diez modelos.

“No quiero quedarme un segundo más en este lugar, Pablo. Es una falta de respeto lo que hacés conmigo”, le recriminó delante de todos.“Mi amor, Héctor (Roldán) trajo a esas muchachas para la diversión de los muchachos. Yo no tengo nada que ver con eso. Son mujeres para mis amigos y no puedo decirles que no las traigan”, esquivó el mafioso.

Ella se quedó en silencio. Años después reconoció que sabía que le estaba mintiendo. Después de todo, estaba al tanto no sólo de las cabañas que Escobar había mandado a construir en las hectáreas de su hacienda para encontrarse con sus amantes, sino que hasta sabía la dirección del lujoso penthouse en el que su marido organizaba las fiestas. La propiedad de dos pisos ubicada sobre la avenida Colombia, en el centro de Medellín, era su escondite de soltero.

“La escarcha”, era la palabra clave con la que le advertía a sus escoltas que comenzaran con los preparativos que incluían, entre otras cosas, reclutar hermosas mujeres –en su mayoría menores de edad- que desfilaban entre los asistentes como si se tratara de un remate de ganado. Pero Wendy no era “una de esas mujeres”.

Sus ojos verdes y su 1,85 metro de altura encandilaron al patrón a mediados de 1981
. Un socio de Escobar le dijo que una mujer había viajado de Estados Unidos con una idea para hacer negocios. De inmediato, el patrón dispuso una reunión en “La escarcha”.

“Pablo no contaba con que su invitada llegaría con un cuerpo espectacular”, reconoció años después su viuda.El encuentro duró sólo 25 minutos, pero activó el deseo de Escobar.

Era la primera mujer a la que no podía encandilar con su dinero, ni con su poder.

Wendy tenía su propia fortuna y se convirtió en un verdadero desafío para el desgastado Escobar, quien nunca dejó de sentirse acomplejado por su 1,65 metro de altura y odiaba que le dijeran “enano”.

Llevaba décadas acostumbrado a que “sus hombres” se encargaran de conseguirle mujeres.

El ritual era siempre el mismo: al llegar a un lugar, miraba a su alrededor y si encontraba una mujer de su agrado, mandaba a sus escoltas a que le compraran una botella de champagne o whisky.

Lo hacía con la certeza de que la joven regresaría más tarde para agradecer el regalo. Incluso durante el cortejo de su mujer Victoria Henao, que comenzó cuando ella tenía sólo 13 años, Escobar se valió de la ayuda de Yolanda, una amiga en común que ofició de celestina y fue quien lo ayudó a sortear cada uno de los obstáculos que le ponían los Henao. Escobar era romántico y le regalaba flores, dulces y hasta el long play de Camilo Sesto.

Victoria iba a ser la única mujer de su vida, pese a haberse acostado con cientos. Podía estar con otras, pero ella recuerda que siempre volvía a su cama. Hasta solía esperarlo.


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Pablo Escobar y su esposa, Victoria Henao

La conquista del león

Wendy fue, en efecto, la única mujer a la que tuvo que conquistar sin ayuda de nadie.


“Soy un campeón”, se jactó ante sus amigos el día que logró que la bella mujer aceptara empezar un affaire con él. Wendy vivía a sólo dos cuadras de la casa familiar de los Escobar. Tenía un lujoso departamento en los alrededores del Club Campestre de Medellín.

“Tata” no lo sabía, pero comenzaba un romance que llegó a poner en jaque a su matrimonio.“Patrona, creo que ese fue el único momento en el que tambaleó su reinado. Nos daba pena verla toda inocente, pero nosotros no podíamos decirle nada porque él nos lo tenía prohibido”, le reconoció años después Jerónimo, uno de los sicarios de Escobar. Poco a poco, Wendy comenzó a ejercer su poder y redecoró las oficinas de Pablo.

“Cuando llegué, me llamó la atención el refinado estilo de todo en el lugar, pero principalmente la oficina de mi marido; que claramente había sido decorada por alguien con mucho gusto. La intuición me indicó que allí debía estar la mano de la novia de Pablo. No estaba equivocada, aunque como casi siempre, habría de confirmalo mucho tiempo después”, dice en su best seller la única mujer que amó Escobar. Pablo se jactaba de su conquista cada vez que podía, aunque guardaba las apariencias cuando estaba con su familia. Llegó incluso a viajar en más de una oportunidad a Estados Unidos. Fue durante una escapada de tres días a Nueva York que, dicen, El Patrón se mostró desbordado de felicidad por las calles de la Gran Manzana junto a su novia.

Al regresar, le regaló a su mujer una lujosa joya que atesoró durante años, hasta que se enteró de que había sido “la amante” quien la había elegido. “Volvió con una hermosa polvoreda redonda de oro, con zafiros; grabada con mi nombre. La tengo todavía. Sobrevivió a las bombas, a las persecuciones, a la guerra. Meses después habría de enterarme de que Pablo había dicho mentiras y que en realidad fue a encontrarse con Wendy y fue ella quien escogió la polvoreda para mí”.Por ese entonces, Escobar ya tenía ambiciones políticas y aspiraba a llegar a la Cámara de Representantes. Si la humillación de la joya no fue suficiente, “Tata” comprendió la gravedad del asunto cuando vio a la amante de su marido junto a su marido durante uno de los actos de campaña. “Una de mis hermanas, que sabía de la relación, pero no me había dicho nada para no verme sufrir, protagonizó un incidente con ella”. Todos se encontraban en la plaza principal del municipio de Envigado. Era un sábado por la tarde. Escobar pronunciaba su discurso, mientras su amante lo alentaba en el lugar. A pocos metros, “Tata” decidió mirar para otro lado, pero no pudo impedir que su hermana “la pusiera en su lugar”.“En voz baja, pero con un tono de furia, mi hermana le dijo: ‘Este es el lugar de mi hermana y si no te bajas ya, te tiro por el balcón”.

Wendy se retiró del lugar en silencio. Había cruzado un límite, pero todavía no había cometido el pecado mortal, que jamás le perdonó Escobar: haber quedado embarazada. El triángulo amoroso se sostuvo durante algunos meses, con el condimento de las ocasionales acompañantes adicionales de Escobar.

Todos “convivían” en armonía, respetando los marcados límites impuestos por el narco. Pero algo comenzó a cambiar y Wendy lo esquivaba. Se acababa de enterar de que estaba embarazada y, consciente de lo que eso implicaba, había decidido escapar a Estados Unidos para seguir su vida en un territorio que sabía su amante jamás podría pisar.“Lo único que Escobar les tenía prohibidísimo a sus amantes era que quedasen embarazadas y Wendy no cumplió. Ella quedó embarazada por plata, pero el patroncito no quiso saber nada y le mandó a dos ‘pelaos’ y al veterinario para que le sacaran el bebe”, confesó años después “Popeye”, un hombre clave en el oscuro destino que le esperaba a la modelo. El teléfono de la modelo sonó. “Quiero verte”, llegó a decirle Escobar. Wendy sabía lo que eso significaba y se dirigió a “La escarcha”, el mismo departamento en el que había conocido al narcotraficante. Estuvieron abrazados por horas hasta que el patrón dio la orden y sus hombres -entre ellos se encontraban Yeison, la Yuca, Carlos Negro y Pasquín- la sujetaron para que un enfermero le aplicara un sedante. Cuando despertó, Wendy se sintió dentro de una pesadilla. La relación se sostuvo durante algunos meses, aunque ya nada era igual. Asqueado por la “traición” de quedar embarazada, el narcotraficante dio por concluido el vínculo. Pero Wendy regresaría de una forma impensada a su vida: como la nueva novia de “Popeye”, uno de sus sicarios más sanguinarios.


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Escobar y Popeye

La modelo sabía dónde encontrarlo y fingió un encuentro casual en uno de los boliches de moda de Medellín. Velásquez Vásquez no creía lo que veía: la ex amante de su patrón estaba dispuesta a pasar la noche con él. Durmieron en un departamento que el propio Escobar le había comprado a Wendy cuando era su amante. El soldado no lo dudó y se acostó en la cama de su general. Pero la lealtad de “Popeye” no estaba en los cálculos de la modelo.

Al día siguiente, el sicario le confesó todo lo sucedido al patrón. “Estaba en la discoteca y me encontré con la Wendy”, le confió.Sorprendido, el capo narco indagó: “¿Y qué pasó?”. “Me la llevé para la casa, patrón. Y nos enredamos ahí no más”, contó el sicario. Escobar olió algo. “Hace el amor muy bueno, Pope… pero déjeme que le diga que usted no es un hombre para Wendy: ella es para capos. Tenga cuidado, ahí hay algo raro”.

Y su intuición no fallaría. Con la aprobación de El Patrón, Wendy y “Popeye” estuvieron juntos siete meses. “Don Pablo hablaba francamente y miraba a los ojos. Yo era un sicario y ella buscaba narcos. Era una mujer muy cara. Yo no podía darle nada de eso. Él tenía un octavo sentido”.

En efecto, Escobar decidió tomar sus recaudos y empezó a seguir los movimientos de su ex amante. Llegó incluso a intervenirle el teléfono. Fue ese el momento que comprendió que todo formaba parte de una venganza y confirmó que la modelo colaboraba con el Bloque de Búsqueda, una unidad de operación especial de la Policía colombiana que tenía como único objetivo capturarlo: vivo o muerto.

“Popeye no me dijo aún dónde está Pablo. Sí, sí, cuando me diga le aviso”, fue la frase que sentenció a muerte a la modelo. Otra vez el teléfono, jugando un papel clave en la trama.

Escobar no lo dudó y mandó a llamar a “Popeye”.

“La reunión fue tensionante. Estaba Pipina, la mano derecha de Pablo. Y yo sabía que cuando el jefe mandaba a matar a uno de la organización se lo encargaba a su mejor amigo. El ambiente se sentía pesado, pero yo me preguntaba: ‘¿Qué hice?’. Entonces, el patroncito me pone la grabación y escucho la voz de Wendy”.“¿Qué hacemos ahí, Pope? Se acuerda que le advertí”, le espetó Escobar. “Pues usted tiene toda la razón, Patrón. Esto es gravísimo. Yo sé qué tengo que hacer”, le respondió “Popeye”. Tenía, lo sabía, que asesinar a su novia. “Yo la quería con toda mi alma, pero me sentí usado. Ella me enamoró para vengarse de Pablo. Me estaba utilizando para llegar a él. Y sabía que me mataban a ella o me mataban a mí. Y preferí que fuera ella”.

Cuando casi treinta años después se enteró por la serie “El patrón del mal” del aborto forzado al que había sido sometida Wendy, la viuda de Pablo se derrumbó.


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Popeye, uno de los sicarios más sangrientos de Escobar

“No tenía idea de que eso había sucedido. Inicialmente pensé que lo que acababa de ver era producto de la imaginación de un libretista y no un episodio de la vida real”. Hasta ese momento, “Tata” sólo sabía que la modelo había sido asesinada por “Popeye”, después de que su marido descubriera que trabajaba como informante para el Gobierno colombiano. “Me dejó horrorizada: Wendy estaba embarazada y Pablo cometía la salvajada de contratar a un enfermero para dormirla y sacarle la criatura”. Decidida a saber qué había sucedido realmente, la mujer interpeló a uno de los sicarios de su marido durante un viaje a Medellín. “Me encontré por casualidad a Yeison, uno de los hombres de Pablo. Hablamos de todo por un largo rato, hasta que me decidí a preguntarle por el asunto de Wendy y lo que yo había visto por televisión”.

-Patrona, para qué quiere saber; para qué le sirve, han pasado muchos años, no tiene sentido.- fue la respuesta.

Victoria juntó valor y escuchó en detalle lo que sucedió aquella madrugada en “La Escarcha”. “Me sentí profundamente indignada al confirmar la bestialidad que había cometido Pablo, a lo que había llegado con tal de no tener hijos por fuera del matrimonio”, reconocería años después su viuda, quien en un irónico giro del destino soportó durante años las infidelidades de su marido repitiéndose una y otra vez que, pese a todo, ella era la única madre de los hijos de Pablo Escobar.

Wendy no fue una más.

Pese a su final inevitable, la modelo logró algo que parecía imposible: enamorar a un frío sicario y ser la única que no se dejó comprar por los lujos que ofrendaba Pablo.

Pagó un alto precio por no vender su alma al diablo.

Muy interesante, muchas gracias por traerlo.
 
La audaz espía que puso en jaque a la Gestapo y causó mas de mil bajas en las filas nazis
Nancy Wake se convirtió en una leyenda de la Resistencia francesa por su valor y las acciones contra el Ejército de ocupación y degolló a un soldado alemán con sus propias manos
Pedro García CuartangoSEGUIR Actualizado:08/06/2020 13:57h
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Fue la mujer más buscada de Francia por la Gestapo, que llegó a ofrecer cinco millones de francos por su cabeza. Pero nunca la capturaron pese a tener bajo sus órdenes a cientos de miembros de la Resistencia. Nancy Grace Wake había nacido en Nueva Zelanda en 1912, pero vivía en Marsella en 1939 cuando estalló la II Guerra Mundial. Los alemanes la bautizaron como «El Ratón Blanco» por su carácter escurridizo, convertido en leyenda.

Estaba recién casada con un industrial llamado Henri Edmond Fiocca cuando el Ejército de Hitler entró en París en junio de 1940. Nancy Wake se alistó en la Resistencia, jugando un papel clave en la organización y los contactos de su red clandestina en Marsella. La Gestapo empezó a sospechar de ella y la sometieron a una discreta vigilancia. Pero tras un chivatazo de un confidente de los alemanes, logró huir a Gran Bretaña después de cruzar los Pirineos en el otoño de 1943. Su marido optó por quedarse en su domicilio y fue arrestado, torturado y ejecutado. Pero su esposa no lo supo hasta que acabó la contienda.

Nada más llegar a Londres fue reclutada por la unidad de operaciones especiales del Ejército británico. Unos meses después, en abril de 1944, fue lanzada en paracaídas en la región de Auvernia para contactar con sus viejos amigos de la Resistencia. Su misión era servir de enlace con el Gobierno de Londres, que ya estaba preparando el desembarco de Normandía.

Durante las semanas que transcurrieron hasta ese momento, Nancy Wake operó en el área de Montluçon, donde se dedicó a sabotear vías e instalaciones industriales. También dirigió un ataque con decenas de hombres contra la sede de la Gestapo en esa localidad.

Con los aliados en suelo francés, Wake siguió trabajando en misiones tras el frente enemigo. Asumió la coordinación de los maquis desperdigados por el interior y, concretamente, planeó y ejecutó misiones de castigo contra los miembros de la Gestapo y de las SS. Se calcula que causó más de mil bajas en las filas nazis.

Wake era una mujer de extraordinario valor que no dudó en degollar a un soldado alemán cuando iba a dar la alarma. También viajó en bicicleta cientos de kilómetros para entregar unos códigos de comunicación a un grupo de la Resistencia. Tras el final de la guerra, sus jefes alabaron su increíble coraje. Y ello le reportó condecoraciones como la Legión de Honor, la Croix de Guerre y la Medalla de la Libertad, otorgada por el Congreso de Estados Unidos.

En 1947, decidió volver a Australia, donde había vivido durante su infancia y adolescencia. Se presentó como candidata a diputada en el Parlamento por el Partido Liberal. No salió elegida y tampoco en la convocatoria siguiente. Frustrada por esos fracasos, decidió retornar a Gran Bretaña, donde se casó con un piloto de la RAF.

Siempre mantuvo una relación difícil con su país de adopción y de nacionalidad. Acusaba al Gobierno de Canberra de no reconocer su contribución en la guerra y, por ello, se negó a ser condecorada. No fue hasta 2004, siete años ante de su muerte, cuando aceptó ser distinguida con la Orden de Australia.

Volvió a Londres a pasar el último periodo de su vida en una residencia para excombatientes y murió en 2011, a los 98 años, de una afección respiratoria. Cumpliendo su voluntad, sus restos mortales fueron incinerados y esparcidos en los campos de Montluçon, donde había combatido a los nazis.

 
Olof Palme, caso cerrado: la Fiscalía identifica al asesino del primer ministro sueco
Suecia cierra el caso después de 34 años de investigaciones fallidas y señala a El Hombre de Skandia, muerto hace 20 años, como único responsable del magnicidio del socialdemócrata

Stig Engström, el 'hombre de Skandia', presunto asesino del primer ministro sueco Olof Palme en 1986, en el lugar del crimen ese mismo año. En vídeo, perfil de Palme y la historia de su asesinato. CORDON PRESS / VÍDEO: EPV/REUTERS

Belén Domínguez Cebrián
Madrid - 10 jun 2020 - 3:47 ART

Suecia se ha despertado este miércoles pegada a la televisión. En una comparecencia histórica, el fiscal Krister Petersson ha revelado la identidad del que casi con toda seguridad asesinó en 1986 al primer ministro sueco, el socialdemócrata Olof Palme, a la edad de 59 años. Se trata del ciudadano sueco Stig Engström, conocido como El Hombre de Skandia (por la empresa en la que trabajaba), que falleció hace ya 20 años. Engström fue en un primer momento testigo del caso y, después, sospechoso. Al haberse suicidado en el año 2000, las autoridades se ven incapaces de continuar con la investigación y han decidido ponerle punto final. Tras 34 años de pesquisas, la sociedad sueca se queda ahora con la agridulce sensación de que el caso está cerrado, pero no aclarado.

“Hemos llegado lo más lejos que hemos podido”, ha dicho Petersson en una comparecencia virtual –a causa de la prohibición de reuniones de más de 50 personas para prevenir los contagios de coronavirus– que ha sido seguida en directo por más de medio millar de periodistas en diferentes países al estar interpretada en inglés. El asesinato de Palme, un hombre controvertido, defensor de los derechos humanos e incómodo para muchos Gobiernos a los que criticó abierta y duramente –como al de Estados Unidos por la intervención en la guerra de Vietnam; al sudafricano por el régimen del apartheid contra la mayoría negra; y a la dictadura franquista, entre otros–, representó un trauma para Suecia y conmocionó a toda la socialdemocracia europea la noche del 28 de febrero de 1986. Palme, primer ministro de Suecia entre 1969 y 1976 primero, y entre 1982 y 1986 después, murió antes de entrar en el hospital en la madrugada del 1 de marzo.

Pese a que los investigadores no han sido específicos a la hora de desvelar el móvil del asesinato, se sabe que Engström, de padres suecos pero nacido en la India en 1934, había mostrado su rechazo al discurso político progresista de Palme días antes de pegarle dos tiros por la espalda. Los investigadores han señalado que los testimonios de algunos testigos han sido “de gran importancia” para acabar responsabilizando, ya definitivamente, a El Hombre de Skandia. Las declaraciones de esos testigos han insistido durante años en que un hombre con abrigo oscuro y sombrero se esfumó de la escena del crimen por unas escaleras aquella fría noche. Engström estuvo ese viernes del crimen hasta tarde en la oficina en la que trabajaba como diseñador gráfico, según las imágenes recogidas por las cámaras del edificio. Eso le dijo también a su esposa ya que al día siguiente, sábado, se iba a esquiar y no pudo preparar el viaje. Poco antes de la hora del asesinato, el sospechoso salió del edificio de Skandia vistiendo precisamente un abrigo oscuro y un sombrero, tal como aparece en las imágenes de prensa de aquellos años. “Se dirigía al metro”, han sentenciado los investigadores. Justo el mismo camino que Palme y su esposa Lisbet recorrieron –sin guardaespaldas– aquel día, después de ver la película Los hermanos Mozart en el Grand Cinema de Estocolmo.

El fiscal Petersson, frío, tranquilo y bastante impasible pese a la expectación que había despertado su comparecencia, sostiene como prueba del asesinato que Engström tuvo acceso a un revólver del mismo tipo y modelo con el que Palme fue tiroteado: un Magnum .357 Smith&Wesson. Pese a las últimas conjeturas en redes sociales y en la prensa local —que se añaden a la larguísima lista de hipótesis y teorías conspirativas que acarrea el caso Palme—, el fiscal ha insistido este miércoles varias veces en que, después de 34 años, el arma sigue en paradero desconocido.

Otro indicio, quizás más llamativo que el de la pistola, es la revelación de que Engström era miembro de un club de tiro, según el fiscal. Las autoridades están prácticamente seguras de que él no era el propietario de la ya mítica Magnum .357 Smith&Wesson, pero que “alguien en su vecindario” de Estocolmo tenía una habitación de su casa “llena” de pistolas y que una de ellas coincide con el calibre utilizado para matar a Palme. Engström “tenía una [pistola] que parece que coincide con la del crimen”, ha dicho Petersson. “Creemos que Engström llevaba consigo una pistola aquella noche”, ha añadido.

El Hombre de Skandia era ya un viejo conocido, pues fue él mismo quién a la mañana siguiente llamó a la policía para avisar de que él fue a la escena del crimen para socorrer a Palme y que estaba preocupado por que le pudieran confundir con el asesino. Tras años de estudio milimétrico y de vaivenes en la investigación, Petersson ha podido confirmar que la versión que dio Engström como testigo primero, y sospechoso después, no coincide con la información que revelan las cámaras de seguridad de su empresa, la declaración de su esposa y varios testimonios de otros testigos.

Las esperanzas de que el enigma se iba a resolver hoy eran altísimas en el país escandinavo de alrededor de 10 millones de habitantes, pero han resultado en un “anticlímax”, describe por correo electrónico Ulf Bjereld, reputado politólogo de la Universidad de Gotemburgo y simpatizante del Partido Socialdemócrata, la formación de Palme. “Las expectativas de que el fiscal iba a presentar pruebas nuevas y sustantivas eran altas. Pero no, no había arma homicida, ni ADN, ni confesión, ni nuevos testimonios cruciales”, resume. “Sí, Stig Engström es realmente un sospechoso. Pero no hay evidencia clara de que él también sea el asesino”, opina. El actual primer ministro, el también socialdemócrata Stefan Löfven, espera que con esta última comparecencia de los investigadores se cierre la herida que el asesinato de Palme supuso para la sociedad sueca, recoge Reuters. Aunque reconoce que hubiera sido más deseable obtener evidencias más determinantes sobre el caso. Martin, uno de los hijos de Palme y Lisbet, cree que el resultado de la investigación es “correcto”, pero también reconoce que no hay una certeza absoluta que vincule a Engström con el crimen, según la radio sueca.

El caso queda hoy, tras 12.522 días de misterio, cerrado, y el único responsable, El Hombre de Skandia, ya no puede ser juzgado pese al ánimo del fiscal Petersson, que reabrió el caso en 2017, de arrojar un poco de luz en un magnicidio equiparado al del mítico presidente de Estados Unidos, John F. Kennedy, en 1963.


Investigación

Varios tertulianos políticos y algunos medios suecos habían avivado estos días el debate previo a una comparecencia oficial que ahora pone fin a 34 años de una investigación llena de descuidos y torpezas. Por ejemplo, no se acordonó con suficiente rapidez la escena del crimen, que fue contaminada; una de las dos balas fue hallada por una persona ajena a la investigación, entre otros descuidos.

La vía de investigación que iba tomando más fuerza era la sudafricana. Palme era un hombre abiertamente crítico con el régimen del apartheid y una semana antes de su muerte no solo pidió su abolición, sino que mostró su apoyo al Congreso Nacional Africano. “Apoyaba a los países del tercer mundo y su derecho a la independencia”, recuerda Bjereld. Pero el fiscal ha sido contundente: “No hay nada específico. Desafortunadamente no hay pruebas suficientes [para inculpar a los servicios secretos de Sudáfrica]”.

Palme era incómodo, incluso polarizador, recuerda el politólogo. “Mucha gente lo amaba, algunas personas lo odiaban. Era muy inteligente, un excelente retórico y su lenguaje político era muy ideológico”. Por eso, desde el principio, las hipótesis sobre la autoría -material e intelectual- se multiplicaron. El partido kurdo PKK, el KGB (servicios secretos soviéticos), Yugoslavia y hasta la CIA (servicios secretos de EE UU). Incluso un delincuente común, Christer Pettersson, pasó unos meses en la cárcel, pero fue liberado por falta de pruebas. Meses después, quedó en libertad por falta de pruebas. Todos habían sido sospechosos alguna vez de estar detrás de un magnicidio que conmocionó a la sociedad europea de finales del siglo pasado. “Las especulaciones continuarán, pero a nivel social creo que habrá una aceptación de que ahora sabemos lo que es posible que sepamos y que tal vez nunca obtengamos la respuesta absoluta sobre la pregunta sobre quién mató a Olof Palme”, sentencia Bjereld.

 
La verdad sobre Leopoldo II de Bélgica, el autor del mayor crimen europeo en África
Los crímenes del Monarca cuya estatuas han sido atacadas este fin de semana fueron dados a conocer al gran público por el famoso escritor Joseph Conrad en la conocida novela «Heart of darkness»

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César CerveraSEGUIR Actualizado:09/06/2020 01:05h

La ola de protestas del movimiento Black Lives Matter vivió este fin de semana un estallido de furia iconoclasta contra personajes históricos considerados racistas, lo que según una visión propia del siglo XXI viene a ser todos... En Bristol (Reino Unido) la estatua de bronce de Edward Colston, un negrero del siglo XVIII, fue derribada y arrastrada hasta el agua, mientras que un monumento en Londres a Winston Churchill, uno de los principales responsables de la derrota nazi en la Segunda Guerra Mundial, fue vandalizado por las opiniones que el estadista británico tenía sobre los negros africanos, a los que situaba en un nivel muy inferior que los blancos anglosajones dentro de las jerarquías raciales.

Churchill era un personaje de su época, que hablaba el idioma de la época en la que le tocaba vivir y que, aunque creía en las jerarquías raciales, no compartía la idea de que a la gente de los escalones inferiores hubiera que tratarlos de forma inhumana o, como defendían tantos líderes totalitarios, exterminarlas. En 1937, declaró en la Comisión Real para Palestina: «No admito que se haya cometido una injusticia contra estos pueblos [los Indios Rojos de América y el pueblo negro de Australia] por el hecho de que una raza superior, una raza de grado superior, una raza con más sabiduría sobre el mundo por decirlo de alguna manera, haya llegado y haya ocupado su lugar».

Lo más sorprendente de todo es que el Monarca, perteneciente a la dinastía Sajonia-Coburgo Gotha, no tuvo que disparar una sola bala para hacerse con el Congo
El matiz merece ser puesto en su contexto, en un contexto donde el racismo era admitido incluso en algunas teorías científicas, para comprender el abismo que separa a Churchill de personajes del siglo XX como Hitler o el Rey Leopoldo II de Bélgica que sí abogaban directamente por políticas de exterminio.

¿Quién fue Leopoldo II?


Las estatuas del Rey Leopoldo II de Bélgica en Bruselas, Amberes y Gante también fueron atacadas con pintura por los manifestantes el pasado domingo. Léopold de Saxe-Cobourg et Gothase (1865-1909) auspició durante su reinado que el Congo pasara de una población de 20 millones de habitantes a 10 millones. Lo más sorprendente de todo es que el Monarca,

perteneciente a la dinastía Sajonia-Coburgo Gotha, no tuvo que disparar una sola bala para hacerse con este territorio. Leopoldo no heredó o conquistó el Congo (de hecho solo a su muerte se integró en Bélgica), le bastó con convencer a la comunidad internacional de que si le daban su soberanía protegería a sus habitantes de las redes de traficantes de esclavos árabes.

Estatua de Leopoldo II
Estatua de Leopoldo II - AFP

Nada más lejos de la realidad, el verdadero objetivo del belga, que solía definir a su pequeño reino europeo como «Petit pays, petit gens» («Pequeño país, gente pequeña»), era hacerse con una colonia y exprimir hasta la última gota de sus recursos económicos.

Leopoldo supo disimular su afán económico generando una imagen de monarca humanitario y altruista, que financiaba asociaciones benéficas para combatir la esclavitud en el África Occidental y costeaba el viaje de misioneros a esas regiones. En 1876 convenció con su elegancia y buenos modales a un selecto grupo de geógrafos, exploradores y activistas humanitarios en una Conferencia Geográfica, celebrada en Bruselas, de que su interés era «absolutamente humanitario». Fue, además, elegido aquí presidente de la recién creada Asociación Africana Internacional, transformada con el tiempo en la Asociación Internacional del Congo.

Como consecuencia de estos movimientos sibilinos, en febrero de 1885, catorce naciones reunidas en Berlín, y encabezadas por Gran Bretaña, Francia, Alemania y los Estados Unidos, le regalaron a Leopoldo II todo el Congo a través de la asociación que él presidía. Un territorio 20 veces el tamaño de Bélgica, donde se comprometió a «abolir la esclavitud y cristianizara a los salvajes» a cambio de su cesión. Las grandes potencias concedieron al rey de los belgas el Congo, sin saber qué clase de persona era y, sobre todo, porque desconocían el gran tesoro que se escondía entre sus árboles.

Mutilaciones, en nombre del caucho

Además del marfil de sus elefantes, Leopoldo se sintió atraído por el Congo debido a sus grandes reservas de caucho. Durante su reinado se disparó la demanda internacional de goma, que se extraía de los árboles del caucho que se contaba muy numerosos en el Congo. El problema de la recolección de esta materia resultaba la ingente cantidad de mano de obra que se necesitaba y las duras condiciones para estos empleados. Para solventar el asunto, el rey de los belgas diseñó un sistema de concesiones que, en esencia, condenó a la esclavitud a la totalidad de los congoleños.

El Monarca hizo del Congo su cortijo particular entre 1885 y 1906, siendo plenamente consciente de lo que estaba pasando en el interior del país.

El explorador Henry Morton Stanley (el primer europeo en recorrer los varios miles de kilómetros del río Congo) y otros enviados del Rey se encargaron, entre 1884 y 1885, de que los jefes indígenas de la geografía congoleña firmaran, sin saberlo, contratos por los que cedían la propiedad de sus tierras a la Asociación Internacional del Congo. En estos «tratados», los caudillos se comprometieron a trabajar en las obras públicas de aquella institución que, creyeron, iban a servir para expulsar a los esclavistas y modernizar el país.

De esta forma tan descarada, Leopoldo II se valió del trabajo local para la recolección del caucho y para que sirvieran a los funcionarios, soldados y policías belgas que vinieron a instalarse en el país. Una esclavitud que ocupaba las 24 horas del día de los congoleños; y que deparaba sádicos castigos para los recolectores que no entregaban el mínimo exigido. El catálogo de violaciones de los derechos humanos podría ocupar libros enteros: desde latigazos, agresiones sexuales al robo de sus poblados. Las mutilaciones de manos y pies dejaron a tribus enteras mancas y cojas, cuando no eran directamente exterminadas aldeas enteras.

El Monarca hizo del Congo su cortijo particular entre 1885 y 1906, siendo plenamente consciente de lo que estaba pasando en el interior del país. Como explica Adam Hochschild en su libro «El fantasma del rey Leopoldo» (Mariner Books), Leopoldo II de Bélgica estaba perfectamente al corriente de los crímenes e incluso llegó a sugerir que se implementaran equipos de niños para que apoyaran el trabajo, de tal modo que miles de menores fueron arrancados de sus familias.

Un niño víctima de atrocidades belgas en el Congo se encuentra con un misionero
Un niño víctima de atrocidades belgas en el Congo se encuentra con un misionero

El sádico Leopoldo no tuvo que realizar ningún disparo para conquistar el Congo, pero ni siquiera debió enfrentarse apenas a resistencia cuando estableció su sistema esclavista, puesto que el Congo se extendía por un terreno gigantesco en el que cada tribu vivía de forma aislada. El historiador Adam Hochschild calculó que murieron diez millones de personas basándose en investigaciones llevadas a cabo por el antropólogo Jan Vansina.

Tampoco se enfrentó a las críticas de la comunidad internacional ni a las de Bélgica, que todavía hoy recuerdan a Leopoldo II como un entrañable estadista. Cuando pastores bautistas norteamericanos lanzaron la primera voz de alarma, la misma propaganda belga que había elevado a Leopoldo II a benefactor de la humanidad salió al paso para llevar las acusaciones ante los tribunales por calumnias. Todavía, en 1889, Leopoldo se atrevería, en un gran ejercicio de hipocresía, a hacer de anfitrión de la Conferencia Antiesclavista.

La tardía respuesta internacional

Debieron pasar años para que Europa y Bélgica empezaran a hacer autocrítica y a asumir los crímenes en el Congo. Los británicos palidecieron al conocer sus salvajes crímenes por un informe de Roger Casement al Foreign Office, pero solo el empeño particular de políticos extranjeros como el vicecónsul británico en el Congo, Roger Casement, o el periodista Edmund Dene Morel, ex-empleado de una compañía naviera de Liverpool, sacaron a la luz el genocidio belga en los últimos años de vida del Monarca. Morel visitó personalmente al presidente norteamericano Theodore Roosevelt para exigirle que su Gobierno hiciera algo al respecto, además de lograr que personalidades como el arzobispo de Canterbury se manifestaran en contra de aquellos horrores.
Los crímenes serían dados a conocer al gran público por el famoso escritor anglopolaco Joseph Conrad en la conocida novela «Heart of darkness» (El corazón de las tinieblas). Por su parte, Conan Doyle, el creador del personaje de Sherlock Holmes, escribiría un opúsculo «Crimen en el Congo» (1909) demostrando su vena más comprometida.

Poco antes de su muerte, Leopoldo legó a Bélgica la propiedad del Congo ante la presión internacional y se estableció una colonia que recibió los problemas estructurales
causados por tanto maltrato y tantísimas muertes. La millonaria indemnización posterior de Bélgica al Congo hizo que la empresa esclavista solo le fuera rentable a Leopoldo.

 
Sale a la luz la evasión belga de los nazis


La historiadora flamenca Sarah de Vlam recoge el testimonio de belgas huidos de los nazis que atraviesan los Pirineos

Sale a la luz la evasión belga de los nazis
Henriette Hanotte, belga que luchó contra los nazis (.)



Henriette Hanotte tiene cien años y vive en Bélgica, su país. Hace 80 años, Henriette tuvo que salir apresuradamente de su casa, en un pueblo fronterizo con Francia por la invasión nazi, pero siempre tuvo claro que volvería. Fue una mujer fuerte y consciente de que había que luchar contra Hitler y lo hizo haciendo lo que mejor aprendió entonces, organizar evasiones entre fronteras, primero entre Bélgica y Francia, y luego entre Francia y España. Ella fue clave en la organización y acciones de la red Comète, especializada en pasar fugitivos de los nazis (resistentes, judíos, aviadores) por los pasos del País Vasco.

La aventura de Henriette es una de las recogidas por la historiadora belga Sarah de Vlam en el libro Passage Pyreneeën, editado a finales de abril en Bélgica. Sarah de Vlam, (Gante, 1977) es historiadora por las universidades de Gante y Complutense de Madrid y vive en La Seu d’Urgell con su marido y su hijo. “El libro nace de una visita al Museu-Presó de Sort cuando veo que por allí pasaron muchos compatriotas belgas durante los peores años de la Segunda Guerra Mundial. Me preguntaba qué había sido de ellos y así empecé a investigar”.

El libro ‘Passage Pyreneeën’ ha abierto la polémica del silencio en Bélgica sobre los que huyeron del nazismo

El libro ha sido recibido muy bien entre la crítica literaria flamenca y ha suscitado la polémica sobre el silencio que se ha cernido sobre los belgas que huyeron de los nazis y que les hicieron frente. “En Bélgica no se tiene tanta consciencia de la memoria histórica como aquí. Era una historia olvidada”, afirma de Vlam. En el caso de Henriette, sus padres eran propietarios de un albergue en la frontera y recordaban con amargura la invasión alemana de 1914.
En 1940 fueron los primeros en socorrer a soldados aliados a pasar a Francia, y muy pronto la joven fue captada por los servicios secretos belgas para organizar otra red en la frontera entre la Francia de Vichy y la España de Franco. Sarah de Vlam entrevistó a Henriette Hanotte y le explicó que finalmente, fue delatada a la Gestapo y tuvo que utilizar la misma red de evasión. “Consiguió llegar a Gran Bretaña y se apuntó a una brigada paracaidista. Quería saltar sobre Europa y seguir luchando pero una lesión la alejó del combate. Volvió a Bélgica y hasta hoy”.
Martial Jean, belga que huía del os nazis por los Pirineos
Martial Jean, belga que huía del os nazis por los Pirineos (.)
Otro superviviente es Jean Martial. Entonces era un joven estudiante de arquitectura de 19 años, que huyó primero a Francia, donde se enroló en la Legión y fue de los primeros en enfrentarse a la Werhmacht. Martial fue hecho prisionero pero logró fugarse y atravesar los Pirineos por Cerbère. Encarcelado en Figueres y en el siniestro campo de Miranda de Ebro, consiguió salir gracias a los diplomáticos del gobierno belga en el exilio y pudo llegar a tiempo para acabar la guerra tras las campañas de liberación de Francia y Bélgica en donde luchó. Tras la guerra fue piloto de las líneas aéreas de su país y hoy todavía puede contar su historia´
La tercera protagonista es Pola Zandmer, judía, nacida en Polonia pero emigrada a Amberes. En 1942 se encontraba con su marido en Niza, refugiada. Ante la ocupación nazi de toda Francia, Pola y Henri consiguen llegar a Luchon y de allí pasar a Les, donde fue acogida y escondida de la policía por María-José Atienza Averós en el Hotel Franco-Español, como muchas otras de los 80.000 personas que pasaron la frontera clandestinamente durante el conflicto. “Consiguieron llegar a Lisboa y de allí al Congo”, explica De Vlam.


Pola Zandmer y Henri en Madrid, belgas que huyeron de los nazis cruzando el Pirineo
Pola Zandmer y Henri en Madrid, belgas que huyeron de los nazis cruzando el Pirineo
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El libro quiere resaltar el esfuerzo físico y emocional de los fugitivos y es un testimonio de historia oral, pero Sarah de Vlam, explica también el contexto temporal en el que se producen. “He consultado archivos y mucha historia y literatura que me han ayudado a contextualizar, desde los trabajos de Josep Calvet (Les muntanyes de la llibertat) a la historiadora francesa, Emilienne Eychenne, una autoridad mundial sobre las redes de evasión, o el libro de Francesc Viadiu, Entre el torb i la Gestapo, que relata la ruta andorrana”.

Sarah de Vlam se refiere a otros fugitivos que tuvieron que atravesar las montañas. Es el caso del primer ministro belga, Hubert Perliot, que junto a su ministro de Exteriores, Paul Henri Spaak (uno de los fundadores de la UE), retenidos en Barcelona por el gobierno de Franco, consiguieron huir a Lisboa, escondidos en una furgoneta con doble fondo. La fuga se produjo el mismo día que Heinrich Himmler buscaba en Montserrat pistas sobre el Santo Grial.

 
PCC,la hermandad de los criminales

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El Primer Comando de la Capital, el grupo más poderoso del crimen organizado de Brasil y de Sudamérica, domina cárceles y favelas además de traficar con drogas. Tiene 35.000 miembros, rituales secretos y una ‘justicia’ propia que prohíbe matar sin permiso


Naiara Galarraga Gortázar|Gil Alessi
São Paulo - 13 jun 2020 - 19:30 ART

Judite recuerda con nitidez el primer contacto. Era 2006, ella tenía 16 años y su hermano Artur acababa de morir en el hospital tras un ataque brutal de unos homófobos cuando el Primer Comando de la Capital (PCC) tocó la puerta de su casa. Al abrir vio “un chaval delgadito, de gafas, con cara de nerd”.

—¿Eres la hermana de Artur? —preguntó.

—Sí, soy yo.
—¿Puedo hablar con tu padre?
—Sí.
Él salió y preguntó:
—¿Qué quieres?
—Hablar sobre Artur. Sabemos que usted es policía, pero venimos a ofrecerle cómo quiere que matemos a los tipos (que mataron a su hijo). ¿Me dice cómo?

Judite cuenta que su padre, impresionado, rechazó la propuesta. Confiaba en la justicia de Dios. “Aquel chaval llegó a decir: ‘Si quiere, grabamos’”, recuerda esta brasileña que creció en Mogi das Cruzes, en la zona metropolitana de São Paulo, en uno de esos barrios donde algunos amigos del colegio fuman crack y otros están presos o muertos. Esta periodista de 30 años prefiere usar ese nombre para protegerse al hablar de la enigmática hermandad de delincuentes que domina la vida cotidiana en decenas de prisiones y cientos de favelas de Brasil. El PCC es la organización criminal más poderosa de Sudamérica.

La banda nació en uno de los presidios más inhumanos de São Paulo, Taubaté, al año siguiente de la peor matanza carcelaria de Brasil. Cuando las prisiones brasileñas eran aún peores que ahora. Cada cárcel tenía un mandamás que permitía violar a la esposa de un preso deudor, abusar sexualmente de los reos más vulnerables o repartía celdas, recuerda Sidney Salles, de 52 años, que se alquiló una para él solo porque quería tener encuentros íntimos. “Los que tenían más dinero vivían mejor y sometían a otros”, cuenta ahora en su casa de Várzea Paulista. “Empezaron a cuidar de los reclusos. Personas a menudo vulnerables, que estaban en peligro. Crearon un poder para protegerlas, para que no les pegaran, violaran…”. Salles estuvo preso en la prisión de Carandirú durante seis años por atraco. Fue testigo del ascenso del PPC. Pudo cambiar los robos por el púlpito de pastor evangélico gracias a que sobrevivió a aquella época en la que cualquier disputa carcelaria se resolvía a puñaladas o puñetazos. “Para no ver llorar a tu madre, hacías llorar a la de otro”, dice. Aquel infierno comenzó a cambiar con un partido de fútbol que se jugó en el patio de la penitenciaría de Taubaté el 31 de agosto de 1993, el día que nació PCC.




Vídeo sobre la historia del PCC. En la imagen, el pastor evangélico Sidney Salles, uno de los presos que sobrevivió a la matanza de 111 reclusos en la cárcel de Carandirú en 1992. RAONI MADDALENA

Esa sigla, que suena a partido comunista chino o cubano, es la de un grupo brasileño del crimen organizado que tiene unos 35.000 “hermanos” bautizados en un ritual secreto. Con São Paulo como epicentro, están repartidos por Brasil y el extranjero. No todos los miembros están cortados por el mismo patrón. Unos son empresarios del crimen; otros, obreros. Son leales a la banda, emprendedores. El grupo posee negocios de drogas por unos 100 millones de dólares anuales (sin contar las fabulosas ganancias del tráfico a Europa), opera en todos los países de Sudamérica y colabora con mafias al otro lado del Atlántico. Esta es la historia de una organización tan peculiar como desconocida fuera de la región, que en enero pasado hizo historia en Paraguay cuando sus miembros protagonizaron la mayor fuga carcelaria del país.

El partido de fútbol que jugaron el Primer Comando de la Capital contra el Comando Caipira en 1993 fue el momento fundacional en que el poder cambió de manos en aquella cárcel, según los investigadores. El equipo ganador mató y decapitó al preso que dominaba la prisión y al subdirector. Patearon la cabeza del primero; la del segundo la pincharon en una estaca a la vista de todos, según describió Fatima Souza en el libro PCC: A facção. Una escena bárbara, inédita entonces. Ya no.

Los ocho presos que ganaron el partido forjaron una alianza. Ellos eran hermanos y el enemigo no serían otros presos, era el sistema. Las autoridades. Exigirían que sus derechos fueran respetados. Aceptaban cumplir su pena, pero no tolerarían que los mataran tras las rejas, que sus parientes fueran vejados o no tener agua para asearse. Lograron convertirse en la voz de los presos ante el Estado. Prosperaron en la delincuencia mientras implantaban sus métodos de gestionar el negocio y resolver conflictos en los barrios más desatendidos.

Celda a celda y calle a calle, el PCC se volvió un poder hegemónico en prisiones y barriadas. Tiene un núcleo duro de 35.000 hermanos bautizados en estos 27 años, explica Lincoln Gakiya, un fiscal que los persigue desde 2006 para sentarlos en el banquillo. Además, cientos de miles de personas más —delincuentes, trapicheros, pero también limpiadoras, albañiles, vendedores ambulantes o de telemarketing— siguen sus normas. Viven al ritmo que marca el Primer Comando de la Capital. Lo llaman estar en sintonía con el PCC (y también se llaman sintonía las áreas de la organización). El crimen organizado anida allí donde el Estado deja espacios.


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Fuente: ‘A Guerra, a ascensão do PCC e o mundo do Crime no Brasil’.





Su funcionamiento es distinto al de los cárteles mexicanos, de la mafia italiana y de otros grupos criminales brasileños, señalan los académicos que lo han estudiado. La organización aplica su propio código de justicia, prohíbe el crack en las cárceles que controla, regula los precios de la droga en São Paulo y presume de estar detrás de la drástica caída de asesinatos de las dos últimas décadas en esa megalópolis. El fiscal Gakiya añade que el PCC controla rutas de tráfico de drogas desde la producción hasta la colocación en puertos al otro lado del Atlántico. Aliados europeos o africanos dan el último paso: llevarla hasta las narices de los europeos.

Aunque tiene un estatuto y difunde circulares, su funcionamiento está rodeado de misterio. Ningún hermano suele admitir ni proclamar que pertenece al PCC. Imposible saber cómo se reconocen entre ellos. Algunos académicos destacan sus modos empresariales, otros sus métodos militares. Para el sociólogo Gabriel Feltran, autor del libro Irmãos, uma historia do PCC, funciona como la masonería: “Es una sociedad secreta que se organiza con una distinción muy clara entre el negocio [de cada uno] y la organización política. Supongamos que somos tres masones. Yo tengo un restaurante, otro tiene un taller de recambios y otro es escritor… Cada uno tiene su negocio, no son negocios de la masonería. Pero cuando decidimos pertenecer a una hermandad, somos hermanos. Que mi restaurante tenga más plata que tu taller no implica distinciones dentro de la hermandad. Es una red de ayuda mutua”, explica en su despacho de la Universidad Federal de São Carlos, a 240 kilómetros de São Paulo. Feltran estudia desde hace 15 años las dinámicas de la banda a través de entrevistas con cientos vecinos de favelas paulistas.

“Es una organización única que da mucha independencia a sus miembros en sus actividades criminales en el bien entendido de que no serán predatorias”, coincide Steve Dudley, que estudia el crimen organizado en la fundación Insight Crime. Dudley subraya por correo electrónico que el PCC “prohíbe la extorsión”, algo “nada habitual en una organización que ejerce tanto control sobre el territorio en el que opera”.

Varios presos muestran lemas y las siglas del PCC desde las ventanas de la cárcel de Carandirú, en São Paulo, en la primera gran acción del grupo, un motín simultáneo en una treintena de cárceles a principios de 2001. / AFP
Varios presos muestran lemas y las siglas del PCC desde las ventanas de la cárcel de Carandirú, en São Paulo, en la primera gran acción del grupo, un motín simultáneo en una treintena de cárceles a principios de 2001. / AFP


La idea es que si a los hermanos les va bien, al PCC también. El autor de Irmãos lo describe como una organización notablemente horizontal, pero con posiciones disciplinares y de gestión que la articulan. Una red entre delincuentes que colaboran y cuyo corazón son los debates internos —a veces vía teléfono móvil desde prisión— para consensuar en cada caso la decisión correcta, siempre según sus códigos.

El académico recalca que no hacen negocios con cualquiera. Sus socios “no pueden haber violado, haber matado injustamente (sin su justicia), no pueden haber cometido un error grave en una misión o no haber sido lo suficientemente fuertes para evitar delatar”. Abusar de niños, asesinar sin permiso, pertenecer a un grupo rival o entregar a un hermano se paga con la muerte; algunos errores reiterados, con el destierro. Y las primeras faltas, con amonestaciones o multas.
El estatuto del PCC, reproducido en el libro de Feltran, tiene 18 artículos: los primeros dicen que sus miembros deben comprometerse “a luchar por la paz, justicia, libertad, igualdad y unidad” con la vista puesta “siempre en el crecimiento de la organización” y con respeto a “la ética del crimen”.

1
Todos los miembros deben lealtad y respeto al Primer Comando de la Capital, deben tratar a todos con respeto, dando buenos ejemplos que sean seguidos por la masa, y ser por encima de todo justo e imparcial.

2
Luchar siempre por la PAZ, JUSTICIA, LIBERTAD, IGUALDAD y UNIDAD apuntando siempre al crecimiento de la organización, respetando siempre la ética del crimen.


Al PCC se entra por invitación de al menos dos miembros que serán los padrinos del bautizado, explica la antropóloga Karina Biondi, autora del libro Junto e misturado: Uma etnografia do PCC. Allí cuenta que el grupo busca candidatos con ciertas habilidades. La principal: un enorme poder de persuasión. Pero también buena oratoria y una trayectoria de lealtad al crimen. En la ceremonia de bautismo prometen que la hermandad estará por encima de todo. “Varias mujeres me confesaron que se sintieron heridas cuando sus maridos se adhirieron. Decían: ‘Quedé en segundo plano, prefiere al PCC’”, relata por teléfono Biondi, una profesora de la Universidad Estatal de Maranhão que hace años empezó a investigar las dinámicas carcelarias del grupo mediante entrevistas a presos y parientes mientras visitaba a su marido, encarcelado por un delito del que fue absuelto.

Biondi explica que la banda abrió la puerta a las mujeres, a hermanas, hace unos años, pero que aún son pocas porque es muy arduo hacerse un espacio propio en un mundo tan fuertemente machista. El interés por incluirlas llegó al punto de organizar una campaña en la que ofrecía eximirlas de pagar la cuota mensual si se bautizaban, relata Biondi.

La aportación, que ronda los mil reales (200 dólares, 180 euros) y es menor para los miembros encarcelados, sirve para pagar visitas a las prisiones remotas, armas, alimentos para las familias más necesitadas o juguetes de Navidad.



Estructura de mando del PCC



Mercancía



Dinero



Información



Sintonía de Bob

Venta de marihuana



Sintonía de las corbatas

Contratación y pago

de abogados



Sintonía del progreso

Tráfico de drogas



Sintonía del 100%

Venta de cocaína



Sintonía de la ayuda

Distribución de la cesta

básica o cualquier otro tipo

de auxilio a los integrantes

de la facción



Sintonía de las FMs

Gestiona los puntos

de venta de droga



Sintonía de la cebolla

Pago de la mensualidad

de los miembros de PCC

fuera de prisión



Sintonía

general

final



Sintonía financiera

Brazo económico, responsable

de otras sintonías



Sintonía de la rifa

Organiza los sorteos



Sintonía del registro

Gestiona los registros

de miembros bautizados,

expulsados, encarcelados

o juzgados



Sintonía del cigarro

Contrabando y venta

de cigarrillos



Fuente: ‘A Guerra, a ascensão do PCC e o mundo do Crime no Brasil’.



Con la vista puesta en mantener a la policía lejos y que nada perjudique al negocio de las drogas, el PCC ha creado un sofisticado sistema de justicia propio basado en tres pilares que aplica dentro y fuera de las prisiones: el acusado tiene derecho a defenderse, está prohibido matar sin autorización y los veredictos se debaten hasta alcanzar un consenso. Resuelven disputas de toda índole, explica Rodrigo, el seudónimo elegido por un cineasta de 42 años que vive en Brasilandia, un conjunto de favelas en São Paulo con 280.000 vecinos al que no llega el metro y el que acumula más muertes por el coronavirus en la ciudad. Pocos respetan ahí la cuarentena porque viven hacinados, necesitan salir a ganarse la vida o no se creen que la amenaza sea tan grave.

En barrios como ese no confían en la policía, cuenta Rodrigo. Allí los conflictos se resuelven al modo PCC. “Todos se arreglan con los hermanos. ¿Voy a llamar a la policía para resolver mi problema? No, lo llevo al PCC”. Es lo que llaman llevar un tema a las ideas. “Es cualquier tipo de problema, desde una violación hasta el robo de unas zapatillas de tenis”.

Esta hermandad de delincuentes también resuelve problemas cotidianos, como muestran varios ejemplos que rescata Biondi de sus investigaciones: quejas por un coche mal aparcado que impide el paso; una madre que les pide que hablen con su hijo, enganchado a las drogas; otra que protesta porque el dentista no aparece por el ambulatorio. “Algunos hermanos son más atentos con los vecinos, otros no quieren implicarse con problemas de hombre y mujer”, dice la académica. “Funciona de manera distinta en cada barrio, depende de quién está al frente”. Y cuando el PCC rehúsa implicarse, llegan las críticas del vecindario y se oyen quejas como “el barrio está abandonado, nadie nos cuida”.

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Un callejón en Brasilandia, el mayor conjunto de favelas de São Paulo, una de las muchas barriadas de la megalópolis que el PCC domina./RAONI MADDALENA

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Una vista de Brasilandia, en São Paulo. Este conjunto de favelas tiene 280.000 habitantes. / R. M.

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Aspecto de una calle de la favela de Brasilandia, en São Paulo. / R. M.
Muchas veces, el sistema de la hermandad sustituye a la justicia ordinaria. En enero pasado, cuando la policía interrogó a Giulia Candido, de 21 años, por la muerte de su bebé, y después la dejó ir, el PCC asumió el caso a su manera. El bebé había llegado al hospital sin vida, con marcas de mordiscos en la cara y fracturas en el cráneo, el tórax, la mandíbula, la nariz y la clavícula. Para los agentes no había indicios de que ella hubiera participado en la mortal paliza, según contó la prensa. Pero Candido fue secuestrada por delincuentes afines al PCC para sentarla ante un tribunal del crimen. Tuvo suerte: la policía alcanzó a rescatarla con vida. Según las autoridades, la organización la había sentenciado a muerte.

Las condenas se cumplen en horas. A diferencia de los jurados populares, estos tribunales de delincuentes no culminan con una votación. “Llegan a un consenso, nunca supe de una votación”, explica Feltran, y cuenta que sus fuentes siempre le han hablado de “debates infernales de horas y horas”. El sociólogo estudió un caso en el que llegó a haber 40 participantes al teléfono. Rodrigo, el cineasta, lo describe así: “Si robabas a un vecino, ibas a las ideas (una especie de juicio), las partes discutían, ellos (los hermanos) escuchaban y el que estaba equivocado pagaba. Una pierna rota o incluso la muerte”. La serie brasileña Sintonía, que emite Netflix, recrea uno de estos juicios sin mencionar la sigla de la organización. En una escena, varios criminales debaten de pie, en círculo, en una nave abandonada. Un hermano es acusado de matar sin permiso a un yonqui, otro ejerce de fiscal y un tercero que dirige la sesión telefonea al padrino del primero para que presente los argumentos de la defensa.

Pese a que es un sistema dictado por criminales, el sociólogo Feltran recalca que es lo más parecido a un sistema de justicia rápido, eficaz y gratuito en muchas de las barriadas más pobres y abandonadas de Brasil. En los 13 años que han pasado desde el asesinato homófobo de Artur, aquel treintañero al que su hermana periodista recuerda como alguien “muy moderno, muy diferente” que “daba clases de teatro en la favela”, nadie ha sido juzgado.



La banda ha alumbrado toda una terminología:

  • caxinha (cajita)Cuota mensual
  • ComandoPCC.
  • Coisa (cosa)Enemigo. Policía
  • CuñadasEsposas de miembros del PCC.
  • DecretadoCondenado a muerte
  • EstatutoCódigo de conducta
  • FamiliaPCC
  • HermanosMiembros del PCC.
  • IdeasJuicios para aplicar su propio sistema de justicia
  • SalvesCirculares informativas
  • Sintonía general finalLa cúpula del PCC, la última instancia

El fiscal Lincoln Gakiya (Presidente Prudente, São Paulo, 1966) fue decretado por el grupo criminal por primera vez cuando nació su segundo hijo, hace 15 años. “Estaba regresando con mi mujer de la maternidad cuando me avisaron; (mis jefes) me recomendaron pedir un permiso de 15 días”. El temor convivió con la alegría de la llegada del bebé y las tareas de atender a su otro hijo, cuenta Gakiya en la sede de la Fiscalía paulistana. Al volver al trabajo quiso conocer la seriedad de la amenaza. “Saber quién, cómo, dónde y por qué de la amenaza de muerte”. Así arrancó su persecución del PCC.

El hombre que más ha investigado al PCC desde la justicia explica que el tráfico de drogas es el negocio principal del grupo que opera en toda Sudamérica —sobre todo en Paraguay y Bolivia—, pero tiene miembros en Estados Unidos, Portugal, España, Holanda y Reino Unido. “Todavía venden más dentro de Brasil, pero el tráfico a Europa es un camino sin vuelta porque es un lucro fantástico con poco riesgo”, dice Gakiya. Tanto, que blanquear el dinero es una de las urgencias del PCC. Basta pensar que el gramo de coca que, según la Global Drug Survey, se vende en Brasil por 12 euros, en Barcelona está a 60 euros y en Berlín cuesta 78 euros. Solo en Colombia es más barata.

Las cuarentenas por la pandemia de coronavirus han ahuyentado la clientela que se acercaba a las esquinas a por maría o coca, recalca el fiscal, y el cierre de fronteras ha perjudicado a sus negocios internacionales.

Cuando empezó a investigarlos, Gakiya descubrió que la orden de matarlo había salido de una cárcel cercana a su ciudad, donde estuvieron recluidos durante años los ocho jefes de la banda. Aunque los presos siempre hallan maneras de comunicarse y crean sus propios lenguajes, la telefonía móvil fue la panacea en Brasil. Sin los celulares, el PCC no habría alcanzado su poder actual, coinciden los especialistas.

EN 2006, EL PCC PARALIZÓ LA MEGALÓPOLIS DE SÃO PAULO. SIN LOS TELÉFONOS MÓVILES, NO HABRÍA ALCANZADO SU PODER ACTUAL

La organización dio su primer puñetazo en la mesa hace dos décadas. Gracias a la incipiente telefonía móvil, organizó un motín simultáneo en una treintena de prisiones del estado de São Paulo. El 18 de febrero de 2001, el PCC se presentó ante el gran público tomando como rehenes a los 10.000 parientes que estaban de visita en los presidios.

Cinco años después, otro golpe. Ante el traslado de cientos de sus miembros a otras cárceles porque se descubrió que planeaban amotinarse el Día de la Madre —las madres son sacrosantas—, el PCC respondió con un pulso al Estado. Ningún testigo de aquel mayo de 2006 en São Paulo lo olvida. Paralizaron la mayor ciudad de América Latina durante varios días con decenas de atentados simultáneos contra policías, comisarías, cuarteles… mientras, los presos de decenas de cárceles se levantaban contra sus guardas. Las escuelas, las tiendas y los bancos cerraron. Los autobuses dejaron de circular. Unas 560 personas murieron en dos semanas; parte por tiros de la policía. Fue la versión local del 11-S de Nueva York o el 11-M de Madrid.

Tres semanas después se vivió una de las escenas más surrealistas de la historia del PCC. Ocho diputados de una comisión de investigación sobre tráfico de armas acudieron a la cárcel para escuchar el testimonio del preso Marcos Williams Herbas Camacho, Marcola, un atracador carismático, inteligente y lector voraz, según Irmãos. Líder de la organización durante años, fue uno de los primeros bautizados y es considerado el gran símbolo del PCC. La transcripción oficial de esas cuatro largas horas de comparecencia ocupa más de 200 páginas y permite asomarse al hombre y a las entrañas de la banda, incluida la batalla fratricida que Marcola acababa de ganar. En este extracto habla del enfrentamiento con su predecesor, Geleião:

—El Sr Presidente (diputado Moroni Torgan): ¿Qué pasó?

—El Sr Marcos Williams Herbas Camacho (Marcola): Simplemente hubo una desmotivación para que la amistad continuara.

—¿Qué la causó? ¿Lo sabes?

—Divergencia de opiniones. Era muy radical, yo pensaba que nos acabaría por colocar a todos en una situación muy mala.

—¿Qué tipo de actitudes serían esas?

—Quería volar la Bolsa de valores. No era lo que ha pasado ahora, él quería atentados terroristas y yo era totalmente contrario, en la época, contra ese tipo de situaciones. Entonces empezamos a divergir mucho. Y como él tenía el poder máximo, mi vida corría mucho peligro en el sistema penitenciario de São Paulo.

(…)

Marcola venció aquella guerra por el poder pero perdió a su primera esposa, una abogada a la que sus rivales le pegaron dos tiros en la puerta de casa. El sospechoso de disparar fue asesinado poco después.

Nacido en Osasco, en la periferia de São Paulo, en 1968, hoy tiene 52 años. Aunque empezó como carterista —mal visto en el hampa— llegó a ser atracador, en su día la élite de la delincuencia brasileña. Lleva más de media vida encarcelado, se ha fugado varias veces, y es de los que ha podido saborear los frutos de sus negocios ilegales. A finales de los noventa se movía en avión privado. Su esposa le visita, tiene varios hijos y una de ellos estudia en Australia, según el fiscal.
 
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