Fútbol es Fútbol

Rubiales propone una Copa del Rey a partido único hasta semifinales
  • AGENCIAS
Actualizado Martes, 9 abril 2019 - 16:01
La Supercopa de España cambiaría su formato a una 'Final a Cuatro' que se disputará en enero y fuera del país

15548244795679.jpg

Rubiales, hace unos días en el Parque Nacional de Timanfaya, en Lanzarote. EFE
La Real Federación Española de Fútbol ha propuesto importantes cambios en los formatos de la Copa del Rey, que se disputaría a partido único en casa del equipo de inferior categoría hasta las semifinales, donde ya se jugaría a doble partido, y, sobre todo, en la Supercopa de España, que cuatro clubes disputarían en enero y fuera de España.

"Ambas iniciativas suponen una importante descarga de partidos en el calendario de las próximas temporadas y deberán ser aprobadas el próximo 29 de abril en la Asamblea General Extraordinaria que se celebrará en la sede de la Federación", explicó la RFEF en un comunicado.

Así, el proyecto para los próximos años para la Supercopa de España, que antes solo disputaban los campeones de Liga y Copa, es que se amplíe a un formato 'Final a Cuatro' que se disputará íntegramente fuera de España durante el mes de enero.

En cuanto a la Copa, el torneo se disputará a partido único en casa, siendo local cuando así lo depare el sorteo el equipo de inferior categoría, hasta las semifinales, que serán a doble enfrentamiento. La competición estará integrada desde la primera ronda eliminatoria por equipos de Regional, Tercera división, Segunda B, Segunda y Primera división.

Los escenarios de los partidos de Copa deberán reunir unos requisitos mínimos para poder albergar los encuentros de la competición y, como excepción, los equipos enrolados en la Supercopa se incorporarán a la Copa del Rey en dieciseisavos de final.

Además, la RFEF aprobó abrir un plazo extraordinario de ocho días de mercado para los jugadores y el cuerpo técnico del Ontinyent que han quedado libres tras la retirada de la competición del club y su posterior disolución. Los jugadores tienen hasta el miércoles 17 de abril a las 14.00 horas para encontrar equipo. Por último, también se llevará a la junta directiva la aprobación del calendario de la temporada 2019-20 a la Asamblea General Extraordinaria.
https://www.elmundo.es/deportes/futbol/2019/04/09/5caca5bafc6c838d4e8b4699.html
 
Muere Agustín Herrerín, histórico delegado de campo del Santiago Bernabéu
Fue delegado del Real Madrid durante 18 años y ha fallecido a los 85 años


El héroe anónimo de la Séptima

1

El Real Madrid ha lamentó este jueves el fallecimiento de Agustín Herrerín, quien estuvo vinculado al club «durante más de 50 años», «colaborando en todas sus categorías inferiores, en el Castilla y finalmente como delegado de campo» durante más de 18 temporadas en el estadio Santiago Bernabéu.

En un comunicado recogido en su página web, el Real Madrid ha trasmitido «su más sentido pésame a los familiares y amigos» del histórico delegado de campo, «así como a todo el pueblo de Mazarrón, donde Agustín Herrerín impulsó la creación de una escuela de fútbol de la Fundación Real Madrid para la integración de niños y niñas en riesgo de exclusión social». «Su figura permanecerá unida para siempre a la historia de nuestro club y de nuestro estadio», ha señalado la entidad madridista.

Un héroe anónimo
El pasado 20 de octubre el Real Madrid rindió un emocionante homenaje a Agustín Herrerín. Tras 18 años ejerciendo como delegado de campo, su delicado estado de salud hizo que se jubilara el verano de 2017, con 85 años. Aquel día, aprovechando su mejoría, el Real Madrid quiso hacer público su gratitud y cariño hacia una de las personas más queridas de la historia del club. Una persona bañada en bondad y un profesional intachable. Tanto, que sin él, la tan ansiada Séptima nunca hubiera sido posible. Vayamos veinte años y medio atrás en tiempo y lo entenderán.



Es miércoles 1 de abril de 1998 y el Real Madrid juega sus primeras semifinales de Champions tras ocho temporadas sin estar entre los cuatro mejores equipos de Europa. Son ya 32 años sin ganar una Copa de Europa, y el ambiente previo a ese duelo de ida contra elBorussia Dortmund supera por completo la logística de la entidad, sobrepasada por las circunstancias. En el fondo sur, lugar donde entonces campan a sus anchas los ultras, el aforo se desborda y el éxtasis del momento provoca un incidente surrealista: la portería de ese fondo, atada a las vallas de protección, es derribada por los aficionados presentes en esa zona. Sonaba justo en ese momento el himno de la Champions con ambos equipos sobre el campo. No había tiempo de reacción. El partido se suspendía hasta que hubiera una solución. Comenzaban así los 75 minutos más agónicos de la historia del Madrid.

Presiones alemanas

En primer lugar, se intentó sin éxito arreglar el marco, pero este estaba partido en su base y era imposible repararlo. Aquello agravaba aún más una situación límite. En el Bernabéu no había porterías de repuesto y el tiempo corría en contra del Madrid. El colegiado del encuentro, el holandés Van der Ende, aguantó como pudo la presión del equipo alemán, que solicitaba dar por perdido el partido con el resultado de 0-3. Ahí apareció la figura de Herrerín, entonces ayudante del delegado Julio Casabella, para vestirse de héroe y evitar un ridículo histórico.

Cogió una furgoneta del club que había en el estadio y escoltado por dos policías en moto se marcharon a 100 kilómetros por hora Castellana arriba, hasta la antigua Ciudad Deportiva, situada en Plaza Castilla, dos kilómetros al norte del Bernabéu. A esas horas, las 21.00 de la noche, las instalaciones estaban cerradas, y él no tenía las llaves, pero ni siquiera sus 66 años fueron impedimento para jugarse el pellejo saltando la valla, derribándola después y haciéndose con una portería en buenas condiciones. El problema era cómo llevarla al campo. Y ahí estaban dos camioneros para seguir creyendo en lo imposible: «Me dijeron que estaban cenando antes de irse a Ciudad Real, su destino. Yo le prometí el dinero que me pidieran a cambio de montar la portería en su camión y llevarla al Bernabéu. Y así fue». 100.000 pesetas cobraron aquellos dos camioneros por su ayuda. Un pastizal en aquella época. No era para menos.

Otra vez a gran velocidad, y escoltados por las mismas dos motos polícía, el camión y la portería cogieron rumbo al Bernabéu Castellana abajo, por dirección prohibida, para más exactitud. Llegados al estadio, los empleados del club bajaron la portería del camión y la introdujeron por el vomitorio ubicado en la esquina entre el fondo sur y la grada de preferencia, pero su estructura corrió serio peligro. Debido a las estrechas dimensiones del vomitorio, las maniobras fueron hechas con escuadra y cartabón. La portería tenía que entrar sí o sí al campo. Pero viva. Y así fue. A las 21.43 horas, 59 minutos después del derribo, los operarios blancos fijaban la portería mientras la UEFA medía el tamaño de la misma y el árbitro comprobaba su fiabilidad, al límite del reglamento. Las malas lenguas dicen que dio una gran patada a uno de los palos y este se tambaleó. Pero ya no iba a haber marcha atrás.

A las 22.00, hora y cuarto después del inicio programado, comenzaba la semifinal. El Madrid, con goles de Morientes y Karembeu, ganaba 2-0. Una semana después, con el empate a cero en Dortmund, se metía en la final. 50 días más tarde, el 20 de mayo, ganaba la Champions en el Amsterdam Arena (1-0 contra la Juventus). Meses más tarde, el club fue multado con 130 millones de pesetas, la sanción más alta hasta entonces de la historia de la competición, y el estadio fue clausurado por dos partidos, finalmente reducido a uno. Un castigo que se dio por bueno, visto lo visto aquel cardíaco 1 de abril, la noche en la que Agustín Herrerín se convirtió en el héroe anónimo de la Séptima.

Reportaje conteniendo video inicial:
https://www.abc.es/deportes/real-ma...roe-anonimo-septima-201904181118_noticia.html
 
Fútbol grande en el territorio exiguo
Publicado por Santiago Segurola
oie_mRlBThqbRyLK-1.jpg

Charles Dias de ElAceitunoMisogino, del SD Eibar, celebra su gol ante el Real Betis en el estadio de Ipurua, 2017. Fotografía: Cordon Press.

Cualquiera que viaje por la A-8, de Behobia a Bilbao, comprenderá la importancia de la geografía en el fútbol y la tenacidad que se exige para resolver dificultades que parecen insuperables. La sinuosa autopista se mueve entre los estrechos valles guipuzcoanos y sobre las pequeñas localidades que los pueblan. Eibar está en la linde con Bizkaia, equidistante de Bilbao, San Sebastián y Vitoria, encajonada de una manera tan radical que desde la carretera no hay nada plano que observar, excepto una pequeña mancha verde que se sostiene en la ladera, por debajo de la carretera. Es el campo de Ipurua, sede del Eibar, equipo de un pueblo de treinta mil habitantes, destacable, entre otras muchas cosas, por su potente vinculación con el deporte, desde el balonmano (el Arrate) hasta el atletismo, pasando por el frontón (al viejo Astelena se le conoce como «la catedral de la pelota vasca») o el ciclismo. Se podría pensar, a la vista de su verticalidad y estrechez, que no es lugar para el fútbol, pero la historia lo desmiente y la realidad también.

El caso del Eibar, que milita en la primera división desde hace tres temporadas, es un caso de máximo empeño. Fundado después de la Guerra Civil, en la construcción del campo trabajaron prisioneros republicanos, encargados de nivelar los escombros que ocupaban la ladera del barrio de Ipurua. Sus pequeñas dimensiones (103 x 65 m) testimonian las dificultades para encontrar espacio en el valle. Es una victoria contra el desafío orográfico. También representan el éxito de un modelo que se considera laminado: el de lo pequeño, familiar, sin pretensiones de grandeza. Aunque Eibar ha producido futbolistas de primera fila desde que el fútbol es fútbol en España —Ciriaco, Muguerza, Roberto Echevarría y José Eulogio Gárate, entre otros—, el destino de todos ellos, y ahora de jugadores como Oyarzabal o Susaeta, ha pasado por los grandes clubes vascos —Athletic y Real Sociedad— o de Madrid, caso de Gárate, el mítico delantero del Atlético. La frecuente presencia del equipo en segunda división tampoco permitía presagiar el salto a una de las ligas más exigentes del mundo. Hasta en segunda, el Eibar era una brillante rareza.

Es cierto que el del Eibar no es un caso novedoso. Villarreal tiene diez mil habitantes más que la localidad guipuzcoana y su equipo se ha convertido en una de las instituciones más potentes del fútbol español. La diferencia radica en el modelo. El Villarreal representa la culminación del sueño empresarial de Fernando Roig, magnate de la industria del gres, perteneciente a una de las familias más adineradas de España. La crecida del Eibar es un ejemplo de tenacidad popular, sobriedad económica, buena gestión y excelentes ideas. Nadie le esperaba en primera división. Ni tan siquiera fue bienvenido. Su presupuesto, apenas tres millones de euros, le impedía el ascenso administrativo. Necesitaba una ampliación de capital que resultaba inalcanzable para el equipo y su entorno económico. Su principal patrocinador era Hierros Servando, empresa local cuyo vínculo con el equipo tenía algo de poético.

La solución fue tan ingeniosa como sencilla. Hace tiempo que el fútbol camina desbocado hacia la megalomanía, pero el hincha común aprecia el esfuerzo, el trabajo bien hecho y una dosis de singularidad. El Eibar reunía todas estas condiciones y las dio a conocer al mundo. Requirió dinero por todo el planeta y lo encontró, en pequeñas fracciones, en todos los continentes. En un mes de campaña, el club reunió el capital suficiente para ingresar en primera y disponer de miles de socios.

El Eibar se ha impuesto a la orografía, a la escasez de recursos y a los peores pronósticos. No se sabe cuándo terminará su optimista recorrido por la liga o si mantendrá su firme trayectoria. En cualquier caso, resume un paisaje futbolístico muy particular, definido por una aparente contradicción entre lo escaso del territorio y su enorme influencia en el fútbol español. Desde que el fútbol irrumpió en España, el País Vasco ha sido una potencia de gran calado. Con una extensión de 7200 kilómetros cuadrados, es la comunidad multiprovincial más pequeña del Estado. Tiene una población de 2,2 millones de habitantes. Su ciudad más grande es Bilbao, con 345 000 habitantes (11.ª de España). La capital vizcaína ocupa 60 kilómetros cuadrados de extensión, diez veces menos que Madrid. De alguna manera, Bilbao se enfrenta a problemas orográficos parecidos a los de Eibar: no puede crecer, limitada por las montañas a izquierda y derecha del Nervión. Muchos de los campos de sus barrios también están situados en laderas, desniveles o reducidos espacios planos. A San Mamés, al viejo y al nuevo, siempre le encontraron un sitio preferente. Ha sido desde hace más de un siglo uno de los orgullos de la ciudad, el símbolo físico de un equipo sustancial en España. El estadio se eleva ahora sobre la ría de Bilbao con un orgullo indisimulado.

Hace noventa años se disputó la primera liga, el comienzo de un tiempo diferente: el profesional. El campeonato reunió a diez equipos: dos de Madrid (Real y Atlético, sucursal del Athletic de Bilbao hasta 1923), tres de Cataluña (Barcelona, Espanyol y Europa), cuatro vascos (Athletic, Real Sociedad, Arenas de Getxo y Real Unión de Irún) y el Racing de Santander. La nómina ofrece una idea de la configuración del fútbol español en aquellos días, dominado por el norte y especialmente por los equipos del País Vasco. Muy poco después la influencia se extendería al sur. El Betis, con una mayoría de jugadores vascos, ganó la edición de 1934-1935.

El fútbol vasco aprovechó todos los factores que le beneficiaban: una potente burguesía fuertemente vinculada al Reino Unido —inventores del fútbol— o a Francia, en el caso de San Sebastián, el carácter fronterizo de ciudades como Irún, el impacto del puerto de Bilbao en todo el norte de España, la gran tradición competitiva en deportes locales —pelota, remo, etc.—, el entusiasmo de la creciente clase obrera por el fútbol y el papel difusor de una prensa en estado de ebullición en las principales ciudades vascas. En 1924, el escritor Jacinto Miquelarena fundó Excelsior, primer diario deportivo en territorio español. La influencia del periodismo llegó hasta la médula del fútbol: el bilbaíno José María Mateos Larrucea creó la sección de deportes de La Gaceta del Norte y fue seleccionador español en un periodo de esplendor que incluyó la victoria sobre Inglaterra en 1929, primera derrota de los ingleses fuera del Reino Unido.

Un siglo después, el factor vasco sigue vigente en el fútbol español, ni mucho menos desde la posición casi dominante de los primeros años de la liga —el Athletic ganó cuatro títulos entre 1929 y 1936—, pero sí con una presencia constante en el campeonato. El Athletic, como el Real Madrid y el Barça, no ha descendido nunca a segunda división. La influencia de la Real Sociedad también ha sido capital para la buena salud del fútbol español, tanto por la calidad del equipo como por su capacidad para adiestrar jugadores inolvidables. A pesar de su pequeña extensión, Euskadi todavía es —casi dobla a Cataluña— la comunidad que más jugadores ha aportado a la selección española desde 1920, fecha del estreno del equipo nacional.

Puede hablarse de una tradición indeleble, de la penetración del fútbol hasta el más recóndito de los valles, del orgullo competitivo que se genera en un territorio donde las rivalidades son incandescentes, de una gestión económica que en los últimos tiempos ha regresado a la sensatez o de una adscripción emocional que todavía impide ver más camisetas de Messi que de Aduriz, De Marcos, Illarramendi o Xabi Prieto, puede explicarse, en definitiva, el fútbol vasco desde mil vertientes, incluida su tenaz lucha contra una orografía adversa, y no acabar de entender el milagro por el que cuatro equipos —Athletic, Real Sociedad, Alavés y Eibar— disputan la liga española, la misma cifra que hace noventa años. Y los que vengan.
https://www.jotdown.es/2019/04/futbol-grande-en-el-territorio-exiguo/
 
Fallece Billy McNeill, el mítico capitán del Celtic
El defensa escocés fue el primer futbolista británico en levantar una Copa de Europa.
mcneill-kQdB--620x349@abc.jpg

@abc_deportes
Actualizado:23/04/2019 14:09h

El excapitán del Celtic Billy McNeill, premio 'One Club Man' del Athletic Club en la edición de este año, ha fallecido este martes a los 79 años de edad, según anunció la entidad rojiblanca.

«Con gran tristeza, anunciamos la muerte de nuestro padre, Billy McNeill. Falleció a última hora de la noche (lunes 22 de abril) rodeado de su familia y seres queridos. Padeció demencia durante varios años y luchó valientemente hasta el final, demostrando la fortaleza que siempre ha tenido durante toda su vida», señaló su familia en un comunicado publicado en la página web del club.

El defensa escocés, el primer británico en levantar una Copa de Europa, en 1967, después de que su equipo venciera 2-1 al Inter de Milán en la final, fue el jugador que más veces vistió la camiseta del Celtic -un total de 822 durante en 18 temporadas-, equipo con el que conquistó la Copa de Europa de 1967 contra el Inter de Milán.



Aquel conjunto estuvo formado íntegramente por futbolistas escoceses, todos ellos nacidos en un radio de menos de 50 kilómetros alrededor de Glasgow.

Conocido cariñosamente como 'Cesar', McNeill ayudó al Celtic a ganar nueve títulos de liga seguidos, así como siete Copas de Escocia y seis Copas de la Liga.

El Celtic «está de luto» por la muerte del «mejor capitán de la historia del club», a finales de los 60 y principios de los 70. «Fue uno de los mejores hombres que han jugado y manejado los 'Hoops'"» dijo el equipo escocés.

«Las más sinceras condolencias y sinceras oraciones del Celtic son para la esposa de Billy, Liz, sus hijos, Susan, Paula, Libby, Carol y Martyn, sus nietos y toda su familia y amigos en este momento extremadamente triste», añadió.

Además de ganar la Copa de Europa, también disputó la final de 1970 perdida ante el Feyenoord (2-1) y las semifinales en 1972 y 1974, esta última cayendo ante el Atlético de Madrid, y fue entrenador del Celtic durante dos etapas, de 1978 a 1983 y de 1987 a 1991.

Premiado por el Athletic
Entre las condolencias por la pérdida de McNeill destacó la del Athletic Club de Bilbao, que le había otorgado el premio 'One Club Man' de este año.

El Athletic tenía previsto otorgarle el reconocimiento a un emisario del club escocés en el descanso del partido del próximo domingo en San Mamés frente al Deportivo Alavés.

«El Athletic Club lamenta el fallecimiento de la leyenda del Celtic Billy McNeill y se une al dolor de familiares, amigos y de todo el emblemático club», comunicó el club bilbaíno a través de sus canales oficiales.

Ante el delicado estado de salud que atravesaba McNeill, la semana pasada una delegación del Athletic encabezada por el legendario exportero internacional José Ángel Iribar se desplazó a Glasgow para estar con el galardonado, visitar las instalaciones del Celtic y entregarle el premio a su hijo pequeño, Martin.

McNeill sucedió en el palmarés del 'One Club Man' al inglés Matt Le Tissier (2015), al italiano Paolo Maldini (2016), al alemán Sepp Maier (2017) y el español Carles Puyol (2018).

TEMAS
Original, incluyendo material video:
https://www.abc.es/deportes/futbol/...tico-capitan-celtic-201904231333_noticia.html
 
El fabuloso fútbol rumano
Publicado por Marcos Pereda
oie_DJL5zi7HuRK2.jpg

Los jugadores del Steaua celebrando su victoria en la Copa de Europa 1985-86. Foto: Cordon.
Hubo un tiempo (aunque ustedes no lo crean, aunque les suene extraño) en que Nicolae Ceaușescu fue considerado ejemplo a seguir, la posible tercera vía: un comunismo independiente del intervencionismo exterior de Moscú. El heredero ideológico de Gheorghe Gheorghiu-Dej fue, por ejemplo, el único miembro del bloque del Este que criticó la invasión de Checoslovaquia por parte del Pacto de Varsovia en 1968. Un tipo íntegro, consecuente con sus ideas, se leía por entonces. Qué dura es la historia…

Pero aquí no venimos a hablar de política (o no solo), sino a contarles cómo, en mitad de un régimen esquizofrénico, anacrónico y aparentemente imposible de explicar mediante parámetros racionales, el fútbol brotó con una fuerza inusitada hasta convertirse en icono de todo un pueblo para su imagen internacional. Aunque fuera a su manera, particular y paradójica.

Casi increíble.

Acompáñenos. Vamos a hablar del fabuloso fútbol rumano.

El gran Steaua

Sin duda, el mayor símbolo de lo que fue el balompié en Rumanía durante los años ochenta, en lo bueno y en lo no tan bueno, es el Steaua de Bucarest. Un club que logró nada menos que ser campeón de Europa… además de protagonizar episodios misteriosos que caen a mitad de camino entre lo bufo y lo trágico.

Después de pasar unos años con altibajos, el Steaua de Bucarest logra en 1985 imponerse en la Liga rumana. El conjunto dirigido por Emeric Jenei se alza con un título que le estaba vedado desde hacía más de un lustro, y de paso logra clasificarse para jugar la Copa de Europa al año siguiente.

Y aquí empieza el milagro.

El Steaua era un equipo fortísimo, dentro de los parámetros de Rumanía. Con un estilo de juego moderno y dinámico, deudor del fútbol total de Rinus Michels, los nombres de Belodedici, Balint, Iordănescu, Lăcătuș o Pițurcă pronto empezaron a leerse entre adjetivos de admiración en las crónicas de medio mundo. Nadie sabía cuál iba a ser su límite, pero mientras este llegaba aquellos jóvenes venidos del este parecían dispuestos a disfrutar lo máximo posible. Ganaron al campeón de Dinamarca, al mítico Honvéd de Budapest, al Kuusysi y, finalmente, se enfrentaron al Anderlecht en semifinales. Los belgas venían de eliminar al todopoderoso Bayern de Múnich, pero nada pudieron hacer ante el empuje, sorprendente y sofisticado, de los rumanos. Cayeron por tres goles a cero en el Stadionul Ghencea. El Steaua había obrado el gran milagro, estaba ya en la final de la Copa de Europa. Solo el Partizan de Belgrado lo había conseguido antes de entre los equipos del bloque comunista.

La epopeya de los yugoslavos databa de 1966. En la final cayeron derrotados ante el Real Madrid. Ahora el Steaua debía enfrentarse a otro conjunto español. El Fútbol Club Barcelona era un equipo temible que había ganado la Liga el año antes y tenía su mirada puesta en el máximo trofeo continental. Una pléyade de estrellas que, además, contaría con la ventaja adicional de jugar el partido definitivo en Sevilla, a apenas mil kilómetros de su ciudad. Bucarest quedaba a poco menos de cuatro mil… Un conjunto desconocido proveniente de un fútbol considerado menor, un partido jugado «en casa», más aficionados y todo el poderío económico del mundo… La fiesta estaba preparada y el Steaua era, solamente, la víctima propicia.

Hasta Sevilla viajan, junto al equipo, mil aficionados rumanos. Bueno, en realidad, son doscientos oficiales del Ejército y ochocientos miembros del Partido Comunista. Balint declarará en una entrevista, años después, que solo volvieron setecientos, que los otros trescientos se quedaron en España. Uno no sabe si lo comentaba en broma… o en serio.

También se llevó el Steaua su comida (huevos, patatas, queso, vino), no fuera a ser que los capitalistas los envenenasen. Tras el partido los jugadores fueron recibidos en el hotel con una enorme tarta para celebrarlo. Estaban sorprendidos. «El Barcelona es un equipo español, ¿no?». «Sí —les contó un trabajador—, pero es que nosotros somos del Madrid…».

En realidad, daba lo mismo. El Steaua de Bucarest, un comparsa. Para el Barcelona, un paseo. Un conjunto que tenía en sus vitrinas todos los títulos posibles… salvo la Copa de Europa.

Algo le pasaba al Barça con el máximo galardón continental. Llegó a la final en la sexta edición del torneo, después de ganar al Real Madrid en semifinales. La final, jugada en Berna, fue uno de los partidos más extraños de la historia. Tiros al palo que rebotaban de forma anómala (cuentan que fue el último encuentro de la competición en el cual la madera de las porterías tuvo bordes cuadrados y no redondeados), una actuación calamitosa de su habitualmente seguro portero Ramallets y toda la mala suerte del mundo se aliaron para que aquel trofeo no viajase a Barcelona. Y ahora, un cuarto de siglo después, tenían al alcance de las manos la revancha.

Solo que…

El partido es espeso, sin ocasiones. El Barcelona está atenazado por la responsabilidad. Venables contempla cómo sus jugadores son presa de los nervios primero, del pánico más absoluto poco después. En el minuto 85 sustituye a Schuster por Josep Moratalla, un defensa sin demasiado nombre. El alemán se marcha enfadado y llega a abandonar el estadio. Si el Barcelona gana la Copa de Europa, él no estará allí para recogerla.

Así pasan ciento veinte minutos. Ningún gol, y una tragedia que sobrevuela el campo. Llega los penaltis. Cuatro lanza el Barcelona. Alexanko, Pedraza, Pichi Alonso, Marcos Alonso. Todos los detiene el gran héroe de la noche, un guardameta que juega con el Steaua y se llama Helmuth Duckadam. Para los de Bucarest anotan Lăcătuș y Balint. Todo ha terminado. El Steaua, ese equipo compuesto por once rumanos que representa a un fútbol totalmente desconocido, ha conquistado el continente. El delirio.

Solo que en Rumanía los héroes tienen un futuro poco envidiable. Lo tuvo Nadia Comaneci, manejada por unos y otros, juguete en manos de Nicu Ceaușescu, rota por completo su infancia. Y lo tendrá también Duckadam.

Las versiones son, como siempre, múltiples. Unos hablan de que la tremenda popularidad de Helmuth (era conocido como Eroul de la Sevilia, ‘Héroe de Sevilla’) no terminaba de agradar a Ceaușescu (Nicolae o Nicu, padre o hijo, ponga usted a quien quiera, que sospechas hay de ambos). Otros dicen que Duckadam se mostró osado, demasiado vehemente al criticar el coche que habían recibido los jugadores del Steaua por su victoria. No es suficiente, no lo es, dicen que dijo. Según estas teorías, a Duckadam lo encontraron unos matones por la calle y le rompieron el brazo derecho, el brazo mágico que había parado aquellos balones contra el Barcelona, hasta dejarlo inservible para el fútbol. La historia se intrinca en el boca a boca: unos susurran que le han cortado las manos, otros, que han provocado un accidente en el famoso coche que había menospreciado. Los de más allá rizan el rizo: el presidente del Real Madrid, Ramón Mendoza, le habría regalado un automóvil Mercedes por haber impedido que el Barcelona ganase la Copa de Europa, y Duckadam se negó a entregarle tan bonito carro a Nicu Ceaușescu, provocando su venganza. Historias. El caso es que esa final de Sevilla será el último partido de Duckadam con el Steaua de Bucarest. Jamás volvió al primer nivel, pese a intentarlo años más tarde…

Pero ¿qué había pasado con Helmuth Duckadam? Como casi siempre, la verdad es aún más esclarecedora sobre un tiempo y un lugar que las leyendas. Realmente Duckadam estuvo a punto de perder su brazo derecho, pero no fue por ninguna paliza que le dieran miembros de la Securitate, sino por la abundancia de transfusiones que se hacían en el Steaua. Pinchazos, muchos, cientos. Al final, una trombosis casi lo deja manco.

La palabra surge de forma casi natural. Doping. Si Duckadam habló con tanta sinceridad de pinchazos, ¿no es sencillo discernir que quizá la situación era generalizada en el equipo? Aquellos jugadores que mostraban «mayor ritmo del que jamás yo haya visto», en palabras deArie Haan, miembro del Anderlecht que los sufrió aquel año. Ya en 1978 Florin Piţurcă, del Drobeta Turnu Severin, había muerto en su casa después de un partido. Sus compañeros declararon tiempo más tarde que los médicos del equipo les daban en los descansos una bebida que llamaban «té», pero que todos pensaban que contenía sustancias dopantes. Era, por así decir, un secreto a voces. Queda la sospecha. Tantos años ya.

Tres temporadas más tarde el Steaua volvía a una final de la Copa de Europa, esta vez frente al Milan. Pero ya no era el mismo equipo. Muchos de los grandes jugadores que habían protagonizado la gesta de Sevilla estaban ya en el olvido, y los nuevos parecían únicamente bailar al son que marcaba el genial Gica Hagi. Insuficiente, claro, para oponerse al Milan de Sacchi, de Van Basten, de Gullit, de Rijkaard. Terminaba así la época dorada del fútbol rumano…

El Ejército contra la Policía: una telenovela sobre el césped

oie_27164527RJhChauw.jpg

Nicolae y Elena Ceaușescu en 1986. Foto: fototeca.iiccr.ro (CC).
La imagen granítica que se tiene desde fuera de los regímenes comunistas del este de Europa durante la segunda mitad del siglo xx es falsa. Había contestación interna, había quejas y, sobre todo, había una intensa lucha de poder. La sobredimensión del aparato burocrático acarreaba el nacimiento de ciertas castas que competían entre sí por amasar la mayor influencia posible. Y eso, como todo, se trasladaba a los campos de fútbol.

Haga el lector una prueba y examine los grandes equipos del Este en aquel tiempo. Verá que hay dos nombres que se repiten constantemente. Uno es Dinamo, o Dynamo, que significa ‘energía en movimiento’. El otro es CSKA, acrónimo de Club Deportivo Central del Ejército. Todos los clubes que se llaman Dinamo dependen del Ministerio de Interior. O, lo que es lo mismo, de la Policía secreta. Los CSKA son el conjunto de los militares, del Ministerio de Defensa. La rivalidad, que esconde luchas soterradas de poder hasta niveles inimaginables, se hace cruenta a través de la pelota, y los propios jugadores acabarán sufriéndola en sus carnes en no pocas ocasiones…

En Rumanía también pasa. Con dos particularidades. Aquí el CSKA se llama Steaua (así se conoce al equipo del Ejército) y las manifestaciones «públicas» de tal rivalidad se harán de forma más evidente, más espectacular, más, también, tragicómica. Como todo en el país.

Porque aquí se mezcla un elemento adicional. Sí, amigos, el culebrón familiar. Veamos.

El presidente del Steaua de Bucarest es Valentin Ceaușescu, el hijo de Nicolae. Su mano derecha en el club es Illie, hermano de Nicolae, pero todos apuntan a Valentin (discreto, inteligente, educado… una rara avis dentro de la dinastía) como quien controla realmente al equipo del Ejército. Frente a ellos está el Dinamo, el conjunto de la Securitate, la Policía secreta. Al frente del mismo Elena. Elena Ceaușescu, decimos. La madre de Valentin. La cuñada de Illie. La esposa de Nicolae. Problemas de familia, políticos y futbolísticos, todo en uno. Un cóctel delicioso, ya ven.

(A esto hay que añadir la sempiterna sombra de Nicu, otro de los hijos de los Ceaușescu. Crápula absoluto con gusto desmedido por el alcohol y las mujeres que, entre otras, contó con Nadia Comaneci como prácticamente su esclava sexual durante años. Sin duda suponía el reverso escandaloso del prudente Valentin. Pero esa es otra historia…).

Entonces vemos cómo hay un derbi en Bucarest (el Eternul Derby o ‘derby eterno’, lo llaman), y cómo cada uno de los dos contendientes representa directamente a una parte de la clase dirigente. Si el Steaua se pudo aprovechar de esto (por ejemplo, reclutando cuantos jugadores quisiera durante los dieciocho meses que duraba el servicio militar en Rumania), la Securitate no se quedaba atrás. Cuenta Jonathan Wilson en su maravilloso Behind the Curtain cómo, tras cada partido entre estos dos equipos, la policía arrestaba al padre de Tudorel Stoica, sempiterno capitán del Steaua, donde jugó entre 1975 y 1989. También intentaba entorpecer los fichajes del máximo rival recurriendo al chantaje, a los inmensos archivos que sobre todos y cada uno de los ciudadanos del país poseía el Ministerio de Interior.

Quizá el ejemplo más claro de estos tira y afloja, de estos trapos sucios familiares que se acababan lavando sobre el césped, sea el final de la Copa de Rumanía de 1988. Aquel partido enfrenta al Steaua y al Dinamo. Los dos de Bucarest. El Ejército contra el Ministerio de Interior. Soldados contra Policía secreta. Valentín contra Elena. Un Ceaușescu frente al otro.

Minuto noventa del encuentro. Empate a uno. Centro alto y Gavrila Balint, delantero del Steaua, cabecea con fuerza. Gol. Todo amarrado para los militares. Alborozo en las gradas. En una parte de las gradas, se entiende. Hasta que… Una bandera levantada. El linier ha marcado offside. El tanto se anula. Regresa el empate. Empieza el escándalo.

En el palco se encuentra Valentin Ceaușescu, presidente del Steaua, junto con su padre Nicolae y su tío Illie. Valentin hace gestos a sus jugadores. Marchad, marchaos del campo. Cabizbajos, los futbolistas se van del césped, presumiblemente en protesta por lo que consideran una persecución arbitral. Los del Dinamo no lo ven así. Un abuso de poder, una muestra de arrogancia y nepotismo. Una más. Ioan Andone, defensa del Dinamo, mira directamente al palco, luego baja sus pantalones, se agarra los testículos, menea con fuerza su pexx. Será expulsado del fútbol durante un año. Como los jugadores del Steaua han sido quienes abandonaron, el árbitro declara vencedor al Dinamo de Bucarest. Los futbolistas lo celebran, pero nadie se atreve a darles el trofeo, por lo que pudiera pasar. Al final el portero coge directamente la copa de la mesa donde reposaba. Es la ceremonia más rara desde el Maracanazo, seguramente.

Al día siguiente la Federación Rumana de fútbol declara vencedor al Steaua. Dicen que ha sido cosa de Valentin Ceaușescu, aunque eso casa poco con la personalidad del hijo «formal» de Nicolae. Tiempo más tarde, tras los sucesos de diciembre de 1989, el Steaua propondrá oficialmente devolver aquella copa al Dinamo, pero no se llegará a un acuerdo. Hay heridas que nunca se cierran…

Botas de oro, goles de broma

oie_qi2WN6R6JHdq.jpg

Dudu Georgescu, ca. 1970. Foto: Autor desconocido (DP).
Nada menos que tres jugadores rumanos han sido Bota de Oro, el galardón que se concede anualmente al máximo goleador de todas las ligas europeas. Una cifra que impresiona, especialmente si tenemos en cuenta el no muy elevado nivel de la Liga en ese país. Claro que cuando uno va a la intrahistoria las cosas empiezan a cuadrar más. De forma no demasiado honesta, por cierto.

Bien, no seamos malpensados. Todos esos trofeos se consiguen, claro, bajo el mandato de Nicolae Ceaușescu. Pero nosotros somos buenos tipos, confiados, creemos en la honradez del género humano. Así nos va, por otra parte. Lo que pasa es que, analizando cada caso de manera individualizada… en fin, digamos que hay cosas que no cuadran del todo.

El primer rumano que se alzó con la distinción fue Dudu Georgescu. Por partida doble, además, en los años 1975 y 1977 (esta última con la alucinante cifra de cuarenta y cuatro tantos). Las dos veces lo hizo vistiendo la camiseta del Dinamo de Bucarest, lo que da, ya de por sí, para conspirar un poquito. Solo que Georgescu era realmente una estrella, un jugador brillantísimo que fue sendas veces nominado al Balón de Oro (jugando en la Liga rumana) y aún hoy sigue siendo el máximo goleador histórico de aquel campeonato. Así que eso… somos magnánimos, dejamos incólumes estos dos primeros trofeos.

Con el siguiente, ya lo advertimos, no vamos a ser tan generosos. Estamos en 1987 y Rodion Cămătaru se alza con la Bota de Oro, después de anotar nada menos que cuarenta y cuatro goles en treinta y tres partidos. Repetía así la gesta de Georgescu, y aun la mejoraba en media goleadora. Una estrella ha nacido. Solo que…

Solo que, por ejemplo, el segundo clasificado en esa particular batalla, el austriaco Anton Polster, se niega a recoger su Bota de Plata. Él ha hecho treinta y nueve goles, y dice que al otro lo han ayudado. ¿Ayudado? ¿Quiénes?

Ellos, claro.

Ellos. Y ese ellos, en Rumanía, comprende a las fuerzas públicas, unas u otras. Y las fuerzas públicas son, fueron hasta 1989, los Ceaușescu. Sucede que este Cămătaru jugaba en el Dinamo de Bucarest. Ya saben, el equipo del Ministerio de Interior. O sea, el de la Policía secreta. O, lo que es lo mismo, el de Elena Ceaușescu.

Vale. De primeras hay que decir que, a diferencia de Georgescu, Cămătaru no era precisamente una estrella. Correcto, pero nada más. Hasta ese año había jugado en el Universidad de Craiova. Un total de doscientos ochenta y ocho partidos para ciento veintidós goles. Destacable, pero no excelente. Hasta que lo ficha el Dinamo. Y allí explota.

Para poner en valor sus cuarenta y cuatro goles hay que señalar que en los otros dos años que jugó en ese club anotó solo treinta y dos tantos más. Luego fue al Charleroi belga… seis dianas. Terminó su carrera en el Heerenveen de Holanda. Otros tres años, otros veintiséis goles. Sin duda lo de 1987 fue extraordinario.

En todos los sentidos de la palabra. Cuando quedan solo seis fechas para terminar la Liga rumana, nuestro amigo Rodion lleva anotada la nada despreciable cifra de veinticuatro goles. De ahí en adelante… la locura. Hat trick al Corvinul Hunedoara, otros tres al Oțelul Galați, un par de ellos al Flacăra Moreni, cuatro al Sportul Studenţesc, cinco al Jiul Petroşani y, en fin, tres al Rapid de Bucarest. Si los suman nos darán un bonito número de veinte goles en seis jornadas… en las que su equipo, además, solo ha ganado la mitad de los partidos, con otros dos empates y una derrota. Para no creérselo. Polster, por ejemplo, no se lo creyó.

Lo cierto es que los goles los anotó Cămătaru, cómo no, pero su mejor aliado, su más brillante asistente, fue la Securitate. Ellos dejaban caer aquí y allá lo beneficioso que sería para el régimen aquel espaldarazo en Europa. Y los zagueros, claro, asentían en silencio. El propio Cămătaru terminará reconociendo que en esos partidos los defensas rivales apenas se le acercan, y podía avanzar con comodidad hasta la portería contraria. Ya ven. Un show. Viva Ceaușescu. Elena, en este caso.

Todavía una tercera Bota de Oro hubo en el fútbol rumano por aquellos tiempos. Fue Dorin Mateuţ, en el año 1989. Mete cuarenta y seis goles. El segundo, por aquello de asegurar la jugada, es Marcel Coraș, con treinta y seis. Mateuţ juega en el Dinamo de Bucarest, mientras que Coraș lo hace en el Victoria de Bucarest, equipo que empezó siendo filial del Dinamo. Ya ven, es todo normalísimo. Coraș hizo un total de cuarenta goles con ese conjunto… en el que jugó dos años. En otras palabras, en la siguiente temporada anotó solo cuatro. Peor es lo de Mateuţ, que ni siquiera era delantero, sino lo que hoy llamaríamos centrocampista con llegada. En el Dinamo de Bucarest hizo ochenta goles en cuatro años… pero también podemos decir que celebró cuarenta y seis en una sola temporada y treinta y cuatro en las otras tres.

Pues eso, el fabuloso fútbol rumano.

Un final dramático

Esa Bota de Oro de Mateuţ llegó en un 1989 de lo más agitado para Rumanía. El régimen empezaba a desmoronarse, e iba a arrastrar tras de sí toda la podredumbre que había ido sembrando durante décadas. También, claro, en el fútbol.

¿Recuerdan lo que dijimos sobre la cierta independencia de Rumanía respecto a las decisiones políticas soviéticas? Pues eso se manifestará también en los años ochenta, cuando la perestroika empiece a dar pasos aperturistas en la URSS… y Rumanía se mantenga, esencialmente, como antes. Con el agravante de una fortísima crisis económica (provocada en parte por la devolución apresurada de la deuda externa del país) que iba creando un malestar social cada vez mayor.

La revuelta empezó en Timișoara, y vino como respuesta al intento de desahucio de un pastor luterano por parte del Gobierno. Era el 16 de diciembre de 1989. Nadie pensaba lo rápido que iba a suceder todo, la fragilidad de un régimen de hierro que, en el momento definitivo, se comportó como castillo de naipes.

A Ceaușescu todo esto lo pilla de viaje oficial en Irán. La encargada de sofocar el conflicto será Elena, su esposa. Su única solución es el empleo desmedido de la fuerza. Cuando Nicolae vuelva al país apoyará esa vía. Pero ya no había nada que hacer, la mecha de la revolución arde en los cuatro puntos cardinales.

El 22 de diciembre de 1989, apenas una semana después de los primeros hechos, el nuevo ministro de Defensa, Victor Stănculescu, ordena al Ejército que no dispare contra los manifestantes (en 2008 fue declarado culpable de haber dado la orden contraria en Timișoara, al principio de todo). De facto supone un golpe de Estado interno para el régimen. Nicolae y Elena Ceaușescu abandonan Bucarest en helicóptero, en un desesperado intento de ganar tiempo y reorganizar las fuerzas que aún les son leales. Inútil. Son detenidos en Târgovişte y juzgados por un tribunal sumario. La acusación incluye delitos de genocidio (se cuenta que 60 000 personas han sido asesinadas en Timișoara, hoy se sabe que la cifra no llegó a las 1000), enriquecimiento ilícito y abuso de poder. Ambos fueron condenados a muerte. «La historia me vengará», dicen que dijo Ceaușescu mientras esperaba la salva de fusiles que habría de ajusticiarlo el 25 de diciembre de 1989. Su esposa corrió la misma suerte. Las imágenes de sus cuerpos recién muertos fueron emitidas, pocos días más tarde, por la televisión pública rumana.

Empezaba, de esa forma, la transición rumana hacia la democracia…

En el mundo del fútbol, claro, todo cambió.

Uno de los afectados fue un equipo realmente menor, el Fotbal Club Olt Scornicești. Ocurría que este Scornicești es el pueblo en el que había nacido Nicolae Ceaușescu, y parecía justo que el gran hombre viera al equipo de sus raíces en lo más alto. Así que el Scornicești, que jamás había pasado de las competiciones regionales, empezó a ascender en la jerarquía del fútbol rumano durante los años setenta. ¿De forma extraña? Pues puede ser. Raro parece meterle dieciocho goles a un rival, el Electrodul Slatina. Fue todo, por cierto, fruto de un error, porque los jugadores del Scornicești fueron informados erróneamente de que su rival por el ascenso, el Flacăra Moreni, iba ganando por nueve a cero en un partido donde realmente solo hubo dos goles. Pero, en fin, que ya metidos en harina a los del Electrodul los sobornaron para que recibieran sin rechistar demasiado aquella lluvia de tantos. Ya ven, fruslerías. Luego, ya en Primera División, al Scornicești le cedían un montón de jugadores tanto el Steaua (Ejército) como el Dinamo (Ministerio de Interior), así que siempre se acababa salvando, pese a ser un recién llegado. En 1988 el Scornicești pasó a jugar en un nuevo campo llamado Stadion Viitorul, con capacidad para 20 000 espectadores (lo que no está nada mal para una población que en 1992 era de unos 14 000 vecinos). ¿Nepotismo? Qué va, son ustedes unos malpensados.

Solo que la Federación Rumana de Fútbol también parece que lo era, porque, a la caída de Ceaușescu, decide descender al Scornicești tras acusarlo de haber recibido tratos de favor en el pasado. Hay que aclarar, para acabar de perfilar nuestro bien definido cinismo, que la misma Federación había estado muy calladita hasta unos meses antes. Casualidad, seguramente.

Bueno, el caso es que al Scornicești lo bajaron y nunca ha vuelto a lo más alto del (fabuloso) fútbol rumano. No fue el único descenso administrativo, por cierto. El Victoria de Bucarest sufrió la misma suerte. Era el filial del Dinamo de Bucarest, nada menos, así que podemos pensar que efectivamente algún favorcito tendría, visto lo visto, ¿no? Y, bueno, como meter mano al Dinamo era imposible (demasiada masa social, demasiado poder aún), pues qué mejor que vengarnos con el hijo pobre. Condenado, descendido y, poco después, desaparecido. De propina, toda su junta directiva fue encarcelada…

El fabuloso fútbol rumano había dejado de existir.

oie_nQCQMnpy9Dxl.jpg

Los jugadores del Steaua de Bucarest posan con su trofeo de campeones de la Copa de Europa 1985-86. Foto: Cordon.
https://www.jotdown.es/2019/04/el-fabuloso-futbol-rumano/
 
La Federación aprueba por mayoría el nuevo modelo de Copa y Supercopa.

La Supercopa será en enero, en formato de Final Four y la Copa, a partido único hasta semifinales.


Era el plato fuerte de la Asamblea de la Federación (RFEF), el que más polémica había levantado y que ha provocado la ruptura definitiva de relaciones con LaLiga. De hecho, por primera vez no estaba Javier Tebas, presidente de la patronal, en una reunión en la que Luis Rubiales comenzó cargando duramente contra el estamento que aglutina a los clubes.

Tras reivindicar el papel de la RFEF y dejar claro que iban a luchar por aumentar los ingresos procedentes de la Liga -«están a años luz de lo que vale a día de hoy»-, el presidente dejó paso a la explicación de los puntos del día que debían tratar el nuevo modelo de competición de la Copa y de la Supercopa y el calendario.

El Campeonato de España aumentará la presencia de clubes modestos, ya que se amplía la participación hasta 116 clubes, la mayoría procedentes de Tercera y Territorial. Se jugarán seis eliminatorias -los clasificados para la Supercopa estarán exentos de las dos primeras- y serán todas a partido único en el campo del equipo de menor categoría menos la semifinal, que será a doble partido.

La Supercopa se disputará en formato de Final Four del 8 de enero al 12 de ese mismo mes en un país aún por determinar y dejará en las arcas de los clubes participantes un mínimo de 1,8 millones. Los clasificados serán los dos finalistas de Copa y los dos primeros clasificados de Liga. Si alguno coincide, la disputarían los siguientes clasificados de liga.

Respecto al calendario, tanto la Primera división como la Segunda comenzarán el 18 de agosto y finalizarán el 24 de mayo. Se liberará un fin de semana en agosto, por el traslado de la Supercopa a enero, y la final de la Copa del Rey será el 18 de abril.

Los tres puntos fueron aprobados por mayoría absoluta. Las cartulinas verdes, incluida la de Enrique Cerezo -que en LaLiga votó en contra del cambio de formato de Supercopa y Copa del Rey-, tiñeron el salón de actos de la Ciudad del Fútbol.

Noticia al completo en el original:
https://www.abc.es/deportes/futbol/...lo-copa-y-supercopa-201904291345_noticia.html
 
Harvey Elliott (Fulham), jugador más joven en debutar en la Premier League
El centrocampista del club londinense jugó su primer partido en la primera inglesa con 16 años y 30 días
1145506428_20190427225023213-kb9E-U462028707748jII-992x558@LaVanguardia-Web.jpg

Harvey Elliott (Catherine Ivill / Getty)
REDACCIÓN
04/05/2019 18:31
Actualizado 04/05/2019 20:00

El centrocampista del Fulham Harvey Elliott se ha convertido este sábado en el jugador más joven en debutar en la Premier League, con 16 años y 30 días. El joven jugador londinense saltó al campo en el minuto 88 del encuentro que su equipo jugaba en el campo del Wolverhampton y que acabó perdiendo por 1-0.

Elliott, nacido el 4 de abril de 2003, arrebató el récord a Matthew Briggs, que curiosamente también debutó en la Premier en 2007 cuando jugaba en las filas del Fulham, a la edad de 16 años y 65 días.

El centrocampista saltó al campo en sustitución de Andre Zambo y apenas tuvo incidencia en el partido, pero ya no hay quien, de momento, le quite el honor de ser el jugador más joven en debutar en la primera división del fútbol inglés. Su primer partido con el primer equipo del Fulham lo jugó con 15 años el pasado mes de septiembre contra el Millwall en la Carabao Cup.

https://www.lavanguardia.com/deport...jugador-mas-joven-premier-league-debutar.html
 
Back