El silencio es oro. Pueblos abandonados.

URBICAIN ( NAVARRA)

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URBICAIN, EL VENTANILLO DE CASA MELCHOR


Urbicain es una pequeña localidad del valle de Izagaondoa. Como tantas otras, se ha quedado despoblada, y en progresiva ruina. El pequeño ventanuco, o ventanillo, de la antigua casa Melchor nos va a servir para acercarnos a su historia menuda.

Aprovechando la eclosión primaveral, que es cuando más esplendoroso se nos muestra el paisaje, quise la semana pasada darme un paseo por el valle de Izagaondoa; todo un regalo para los sentidos. Recorrer este valle provoca, para mí al menos, sensaciones contrapuestas: por un lado está esa imagen bucólica que transmite este remanso de paz, con toda la lectura interpretativa que se pueda y se quiera hacer ante la estampa silenciosa de cada uno de sus pueblos; y por otro lado esta esa sensación de impotencia ante la realidad de un valle que poco a poco se apaga, que va viendo cómo sus núcleos de población se van despoblando, ofreciendo la visión más dura del mundo rural.

Navegando un poco entre esas dos sensaciones me acerqué hasta Urbicain. Nunca había estado allí, lo confieso. Y la verdad es que me picaba la curiosidad, porque en el arranque de la pequeña carretera que accede hasta este pueblo hay dos señales informativas, una para los que vienen desde Pamplona, y la otra para los que vienen desde Lumbier, y en las dos, que nos señalan que por esa carretera se va a Urbicain, se nos da una información diferente: “Urbicain 1’5 km.” y “Urbicain 2 km.”. Allí queda eso, y el que quiera saber cual de las dos señales miente que lo investigue. Así que allí que fui.


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Ventana, ventanuco y ventanillo
Lo primero que uno percibe al llegar a esta localidad es la sensación de estar en un pueblo fantasma. No hay señales de vida. Son casas deshabitadas y hundidas o medio hundidas, cuyo umbral no es prudente atravesar. La iglesia parroquial… muda y vacía, de cuya torre las hiedras se van apoderando; el retablo, un retablo barroco del siglo XVIII, al menos ha sido aprovechado en sendas iglesias del valle de Aezkoa, concretamente en las de Garaioa y de Abaurrea Baja.

En la primera casa del lado izquierdo, apartando con un palo las hiedras, consigo descubrir un azulejo de cerámica, troceado como un rompecabezas, que discretamente, en letras azules sobre fondo blanco, nos informa: “Provincia de Navarra. Partido judicial de Aoiz. Lugar de Vrbicain”. Es la única señal identificativa, y la verdad es que su aspecto resume a la perfección el estado de esta localidad.

Y esta primera casa que encuentro en el lado izquierdo es la que en su día se llamó casa Melchor, o Melchorena. Su fachada, a pesar de la ruina, todavía nos habla del rango de quienes desde un principio la habitaron. Su portalada de enormes dovelas, su doble ventana de arco conopial desprovisto ya de parteluz, su escudo de piedra…, son elementos que le dan un aire señorial. Antaño fue esplendorosa, sin duda; hoy su fachada es lo único que queda en pie; lo demás se ha convertido en un montón de piedras, de vigas podridas, de tejas rotas, revuelto todo ello en un entramado de maleza. Esa es su penosa realidad.

Prácticamente en el mismo umbral de la puerta, entre piedras y vigas, me agacho y recojo una pieza rectangular de madera con sus dos bisagras de forja. Se trata de la puerta, o ventanillo, de uno de los ventanucos de la ventana palaciega que a duras penas sobrevive sobre mi cabeza, bajo un alero de madera labrada que ya nada sujeta.

Sí, ya sé que no es más que un trozo de madera, aparentemente sin valor, y cuya única función, allí sepultado en ese suelo, era ya cobijar a una activa población de hormigas, o dar refugio y alimento a algún insecto xilófago. Sin embargo uno no puede evitar ante la visión de esa pequeña pieza, dejar que sea ella misma la que me cuente, como ventana, qué es lo que ha visto desde su elevada posición. Su aspecto y su hechura nos dice que son muchos años los que tiene, seguramente estamos hablando de siglos; ¿qué no sabrá?, ¿qué no habrá visto?.


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Hablo de una ventana de piedra, con doble arco, a la que le falta la columna central. En la parte central del dintel está tallado el anagrama de Jesús, JHS, detalle este que viene a decirnos que de esa casa, en algún momento de su historia, siglos atrás, ha salido algún clérigo. Este anagrama está flanqueado por dos símbolos solares, que son símbolos de protección. Conviven en un mismo dintel anagramas cristianos y precristianos, religiosidad popular pura y dura en la que no había más teología que la del cantero.

Al otro lado de la ventana, todavía hoy puede verse, había sendos asientos de piedra, como en los palacios de Disney, en donde se supone que los inquilinos de la casa gustaban de sentarse buscando ese hilo de luz o esa bocanada de aire que por allí pasaba.
Esta ventana se cerraba con un ventanuco de madera, totalmente opaco, en cuya mitad superior se podía abrir un pequeño ventanillo, de la misma madera, que permitía ventilar la estancia y asomar la cabeza como mucho. Este pequeño ventanillo, con sus bisagras de forja, en el que la huella del paso del tiempo es manifiesta, es el que hoy nos habla, el que hoy nos evoca lo que ante él ha podido suceder.

Casa Melchor
La casa Melchor es una de las casas con más solera de esta localidad. No me atrevo a decir que sea la más antigua. Allí está también, a escasos metros, la casa Pedroz, o Pedro Orotzena, que en la piedra situada entre la clave de la portalada y la ventana, tuvo una inscripción que decía “Esta obra hizo hazer Pedro Oros y su mujer – Año 1568” (hoy justamente puede leerse el año, y mal). Esta también la casa Icurgui, antigua Apezarrarena, de aspecto señorial, arquitectónicamente muy interesante y caprichosa, con un tamaño de piedras en su fachada que nos invitan a pensar que con anterioridad al siglo XVII pudo haber sido algo más que una casa, tal vez un recinto defensivo, ¿quién sabe?.

Podríamos hablar también de casa Mateo, conocida anteriormente como Usunena, de la que un pleito entre sus dueños Miguel de Naxurieta y su mujer Joana de Ardanaz contra los abades de Urbicain y de Beroiz en el año 1606 la convierten en la primera casa documentada de esta localidad, sin contar lógicamente con la inscripción en piedra de la Casa Pedroz.

Enfrente de casa Melchor está la casa que llamaban de la Abadía, anexa a la iglesia, y documentada con papeles, al menos, desde 1609.
Esta última casa de la Abadía es la que se ve cuando alguien se asomaba por el ventanillo de la casa Melchor. Entre ambas casas discurre la calle que atraviesa la localidad, una calle estrecha, aunque lo suficientemente ancha como para que pudiese circular un carro.

Es cuestión de cerrar los ojos y dejar volar la imaginación. Yo me veo a Melchor de Yriarte, el que fue dueño de esta casa en la segunda mitad del siglo XVII; y me lo veo asomado a su ventana, discretamente, viendo pasar a los de la casa Orzaizena de la vecina localidad de Turrillas, con su galera cargada de sacos de trigo, camino del molino, o Errota, para que allí les conviertan el grano en harina. Y me lo veo a Melchor contento porque ve que el negocio le funciona, pues suyo es el molino que hay a quinientos metros de Urbicain, en el camino que va a Izanoz. Lo suyo le costó hacerlo productivo sabiendo que allí no había más cauce de agua que la discreta regata que da agua a las huertas.

Tuvo que apañárselas para hacer una acequia y una gran balsa en la que almacenar el agua sobrante del invierno para que en la época estival pudiese la molienda seguir su curso atendiendo a las necesidades del propio Urbicain y de todo el entorno. Hoy, siglo XXI, nada queda de aquel molino, aunque puede verse perfectamente, rodeada de árboles, la antigua balsa, ya sin agua. El tamaño de las piedras que se emplearon para hacer las paredes de esta balsa, como el tamaño de las piedras de la antigua casa Apezarrarena, hacen sospechar que en ese entorno hubo siglos atrás alguna fortaleza o pequeño castillo cuyos restos fueron aprovechados en estas construcciones.

De hecho en el siglo XVII nos hablan los documentos de la existencia de la Torre de Melchor, ubicada junto a la regata, más abajo del molino. ¿Qué función pudo tener esa torre?, nada se sabe, o al menos yo nada he encontrado. Pero lo que sí está claro es que aquella familia que asomaba su cabeza por el ventanillo, era una familia pudiente, propietaria de una buena casa, de un molino, de una torre, y también de abundantes tierras. Claro que… entonces el que algo tenía era porque previamente se lo había sudado a base de doblar el espinazo.


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Sigo dejando volar la imaginación, y veo a Melchor de Yriarte saludando al abad viejo, al que daba nombre a la casa de Apezarrarena. Lo veo a aquel hombre con su teja y su sotana remendada mirando hacia arriba, en animada conversación con Melchor. No sabría ahora decir como se llamaba el clérigo, pero intuyo que su apellido podía ser Aguerre, como el de sus dos predecesores Esteban (que en 1650 ya estaba fallecido) y Martín (que en 1579 se vino de la parroquia de Echarren a la de Urbicáin), miembros todos de un mismo clan familiar; pero es solo una hipótesis. Los veo hablando del tiempo, que suele ser síntoma inequívoco de que no hay problemas mayores, que en estos pueblos, tan dados a pleitos, no es poco. Incluso intuyo que en ese ambiente amigable y de respeto jerárquico tal vez Melchor hasta le prometiese favorecerle al clérigo con un saco de harina, tal vez a cambio de una bula o simplemente de un memento en la misa dominical.

En torno al abad, o mejor dicho, en torno a sus pies, las gallinas de casa Iribarren picotean por el suelo aprovechando los granos que en su ir y venir van cayendo de los sacos que por allí circulaban en dirección al molino; así pues nunca les falta comida; tal vez sea esa la protección que para su ganado invoca el dueño de la casa poniendo una sencilla cruz en la puerta del corral y una rama de espelko (boj rizado) junto a la bisagra, costumbre esa que se mantuvo durante siglos y que en este mes de abril de 2006 sigue plenamente vigente pese a no haber gallinas.

Puertas adentro del ventanillo, en el interior de la casa, lo que hay, en mi imaginación, es una vivienda propia de la época. Allí, en la cocina, está el ama dándole a la rueca a la luz del candil, junto al fogón en el que empieza a hervir el calderizo con patatas. El horno de pan da calor a la casa, a la vez que cumple con su función; hacen pan para ellos y también para alguna otra casa. No todos los vecinos tenían horno. Un grabado de San Miguel preside la estancia.

En la alcoba está la abuela acabando de poner sus ropas bien dobladas en el interior del arca. Junto al cabezal de la cama está el aguabenditera que le sirve a ella para santiguarse todas las noches mientras encomienda su sueño a San José. Una gran cruz preside la estancia, es la misma cruz de desclavó de la caja mortuoria de su abuelo antes de darle sepultura. Austeridad total en la estancia.



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Abajo, en la entrada con suelo de cantos rodados, pueden verse las layas apoyadas en la pared, la cesta con los últimos puerros traídos de la huerta, el viejo banco, la percha de madera con las alforjas y el ramal del macho colocada junto a la ventana saetera. Faltan junto a la puerta los tres pares de abarcas, lo que quiere decir que los hombres de la casa todavía no han vuelto de trabajar en la finca que tienen en Izanoz.
La realidad es que ya nadie habita hoy la casa Melchor. Ya nadie asoma a su ventana, imposible hacerlo. Ni nadie mueve el pedal de la rueca, ni hay gallinas, ni horno, ni molienda, ni oraciones. Ya no pasa el cura, ni el carro de Turrillas, ni pasa el valijero del valle, ni se oyen las campanas. Silencio, ruinas, un pueblo que desaparece, un valle que se apaga.

Diario de Noticias, 18 de abril de 2006
Autor: Fernando Hualde


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EL MOLINO DE URBICAIN
PASADO, PRESENTE Y FUTURO

Recreación del perfil del molino de Urbicain



El valle de Izagaondoa esconde en uno de sus rincones las ruinas de un molino, el de Urbicain, cuya memoria empezamos aquí a reconstruir con este reportaje.

En el valle de Izagaondoa, al pie de la peña de Izaga, se encuentra la localidad de Urbicain. Tiene este pueblo la particularidad de estar completamente deshabitado, ha sido el último pueblo de Izagaondoa en incorporarse a la lista de despoblados. En el siglo XX quedaron deshabitados Beroiz, Guerguitiain, Izánoz y Mendinueta; incluso podríamos citar a Aizpe, perteneciente a Urraul Bajo, pero que durante una época perteneció a Izagaondoa. Y en siglos anteriores desaparecieron Eizaga y Leguin.

Es así como Urbicain ha sido el primero del siglo XXI. Era el mes de diciembre de 2004 cuando el matrimonio formado por Ildefonso Ascunce y Rosario Cía, casi en edad nonagenaria, cerraban la puerta de Casa Pedroz para irse a una residencia. Aquella vuelta de la llave en el portón de Pedroz ponía el punto final a una casa, construida en 1568, y a un pueblo, habitado como mínimos desde el año 1121.

Siete años después la portalada de casa Pedroz amenaza con desplomarse de un momento a otro. De la casa Melchor, antaño palaciega, tan solo quedan las paredes exteriores; y lo mismo podríamos de decir de la casa Icurgui, y de la de la Rosa, y de la de la Abadía, y del resto de edificios. Tan sólo la iglesia se mantiene con un mínimo de dignidad, pero… salvo que alguien lo remedie, también la iglesia de San Esteban tiene sus días contados, ¡qué lejos se quedan aquellos sermones de don Narciso Larraya!.

Bastaría con remontarse un siglo hacia atrás, ¡o ni tan siquiera tanto!, para ver aquella casa de Pedroz con quince personas viviendo en ella: los abuelos Lorenzo y Francisca, la hija y el yerno de éstos, María y Cesáreo, y los once hijos que estos tuvieron. Y quien dice casa Pedroz dice cualquier otra de las que hay en Urbicain. Hoy, sencillamente, cuesta creer que esas casas pudieron tener vida hace tan sólo unas décadas.
Y si algo cuesta creer también en Urbicain es que aquí hubiese un molino harinero. Y cuesta creerlo por dos razones: porque no hay un caudal de agua suficiente para dar vida a la maquinaria de un molino, y porque éste hoy está totalmente oculto a los ojos de cualquiera que quiera encontrarlo.



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Balsadas
Hay que llegar hasta la última casa de Urbicain, que es casa Icurgui; dicho sea de paso, aprovecho para decir que el edificio de casa Icurgui es excepcional, con una estructura externa muy difícil de encontrar en toda Navarra; me atrevería a decir que no hay otro igual. Los dueños de esta casa fueron, además, durante el siglo XX, los propietarios del molino de Urbicain, y en consecuencia los molineros.
Con anterioridad, y durante varios siglos, el molino fue propiedad de casa Melchor, quienes parece que fueron los que tomaron la iniciativa de construirlo.
Pero volvamos a casa Icurgui. A partir de esa casa la travesía del pueblo se convierte en pista que nos conduciría hasta la localidad de Izánoz, si es que de esta quedase tan siquiera una piedra. Que no queda.

Comenzamos el descenso hacia el barranco, y en la curva dejamos a nuestra derecha la desviación que nos llevaría hasta Ardanaz. Y a tan solo doscientos metros de Urbicain, antes de cruzar el cauce e iniciar el ascenso hacia el monte de Izánoz, encontramos a nuestra izquierda un pequeño bosque. Allí, aunque no lo parezca, está oculto el molino.
Lo primero que nos llama la atención es una especie de piscina, sin agua, y con unas paredes levantadas a base de enormes piedras de sillería muy bien trabajadas.



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¿De dónde saco aquella gente de antaño semejantes piedras?; de hecho, a muy poca distancia de allí está el molino de Zabalceta con un sistema de funcionamiento similar, a base de balsadas, pero las piedras de la pared que forman la balsa de uno y de otro molino no tienen nada que ver. Personalmente me permito apuntar una hipótesis, sin base documental alguna, pero con cierta lógica. Se sabe que siglos atrás casa Melchor fue un antiguo palacio propiedad de los Argamasilla de la cerda, de Aoiz. Este palacio, seguramente por razones estratégicas, tuvo una torre, torre de Melchor, que estuvo emplazada junto a la orilla del barranco, aproximadamente frente al propio palacio. Aquella construcción sabemos que desapareció, ¿desmochada?, ¿derribada?... no se sabe, o al menos yo no he podido saberlo a pesar de haberla rastreado documentalmente. Y todo me hace pensar que las piedras de aquella torre pueden ser perfectamente las que hoy vemos en la pared de la balsa.

Pero insisto, se trata tan sólo de una suposición.
Lo cierto es que, igual que sucede con el mencionado molino de Zabalceta, este molino harinero de Urbicain está en localidades en las que hay un pequeño cauce de agua, pero muy escaso. Esta circunstancia obligó a la construcción de este ingenio. El agua del barranco que baja de Izaga fue canalizada hasta esta balsa, o antepara, y desde allí, a través de un conducto, la estolda, se le hacía salir con gran presión sobre la rueda motriz.
Todavía hoy, esta balsa se nos muestra como toda una obra de ingeniería, como una construcción fuerte, sin filtración alguna, y con un sistema de suministro de agua que de alguna manera garantizaba el funcionamiento del molino durante buena parte del año, asegurándose también de que el agua llegaba a la rueda motriz con la suficiente fuerza. Es digna de estudio esta balsa.



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La molienda
Desde un lateral de la balsa se accedía al interior del molino. Hoy no aconsejo yo hacerlo a causa del estado de ruina de esta construcción. Se entraba directamente a la sala de la molienda. En la misma entrada se descargaban los sacos de grano, llevados hasta allí a lomos de las caballerías. Todavía puede verse en las paredes de esta sala algunos huecos, tederos, que se empleaban para poner en su interior las teas encendidas, que venía a ser el sistema de iluminación alternativo a los candiles de carburo o de aceite, en aquellas épocas en las que la luz eléctrica brillaba por su ausencia. De hecho, a principios del siglo XX, se consiguió llevar la luz eléctrica hasta Urbicain, desde el molino de San Vicente (Urraul Bajo), pero el tendido no llegó hasta este molino.
En esa sala, bajo el soporte de una estructura de madera, estaba la tolva, también de madera, una especie de embudo gigante cuyo vértice apuntaba directamente sobre el orificio central de la rueda volandera. Sobre ella, sobre la tolva, se descargaban los sacos de grano.

El molinero, mediante una palanca levantaba, justo en el piso o túnel que había debajo suya, la compuerta de la estolda para que el agua cayese directamente sobre la rueda motriz. Esta era de hierro, 140 centímetros de diámetro, rodeada en todo su perímetro de pequeños compartimentos que facilitaban, con la fuerza del agua, dar vueltas sobre un eje de hierro que, en su parte superior, tras atravesar el techo y una rueda fija de piedra, hacía girar la rueda volandera, haciéndola frotar sobre la rueda fija.

Una vez activado esto, el propio molinero iba dando paso desde la tolva al grano, situándose este entre las dos ruedas de piedra, o muelas, la fija y la volandera, de entre 20 y 22 centímetros de grosor, y 137 centímetros de diámetro, cada una de ellas. Con otra palanca graduaba la separación entre ambas ruedas, consiguiendo de esta manera que la molienda fue más fina o menos fina, dependiendo del uso que se le fuese a dar.
El resultado de aquella molienda caía directamente sobre un cajón de madera que estaba situado en la parte frontal, entre la pequeña ventana y las ruedas. Así es como funcionaban estos molinos, y este de Urbicain en particular. “Últimamente ya solo molíamos pienso para los animales”, me cuenta Ildefonso Ascunce, último usuario de este molino.

En cuanto se veía que la rueda motriz ya iba despacio, eso quería decir que el agua no salía con suficiente presión, o lo que es lo mismo, la balsa se estaba quedando sin agua. Lo que se hacía en ese momento era cerrar la estolda, y volver a abrir la compuerta que cincuenta metros más arriba desviaba el cauce del barranco, hasta que la balsa se volvía a llenar. Por eso era importante aprovechar los meses de invierno.
Hasta este molino acudían, principalmente, los vecinos de Urbicain, de Izánoz y de Turrillas; los mismos tres pueblos cuyos niños daban vida a la escuela de Turrillas.

El molino de Urbicain, como el de Zabalceta, está pidiendo a gritos una intervención urgente que frene su avanzado deterioro, que limpie y consolide las ruinas, que permita interpretar las técnicas de aprovechamiento del agua, la elaboración del pan, y el acarreo de las cargas de harina con caballerías. Evidentemente su recuperación patrimonial, no muy costosa desde el punto de vista económico, supondría la creación de un nuevo recurso turístico que, sumado a las fuentes y a la nevera, consolidarían a los valles de Izagaondoa y Unciti como una especie de ecomuseo al aire libre con el agua como protagonista.
Mientras tanto, sirvan estas líneas para empezar a reconstruir la memoria de este molino, que no deja de ser una labor tan importante como la anterior.


Diario de Noticias, 13 de noviembre de 2011.
Autor: Fernando Hualde

 
USUMBELZ( NAVARRA)


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INFORMACIÓN GENERAL


Ubicación
Se encuentra este despoblado en el término de Ezprogui, antiguo “Val de Aibar”, ubicado entre la localidad de Moriones y el despoblado de Guetadar. Desde la localidad de Moriones, por detrás de su cementerio, sale una pista hacia el despoblado de Guetadar. 200 metros antes de llegar a la presa de Guetadar una casi invisible senda nos lleva hasta Usumbelz.

Historia
Esta localidad ya en el siglo XV figuraba como despoblado. En el siglo XVI, en el año 1553 Luis de Beaumont aspiraba a poseer este señorío ante el patrimonio real. Seguramente que en esa época ya estaba de nuevo habitado; en 1646 contaba con dos fuegos. En el año 1802 la localidad de Usumbelz formaba parte del mayorazgo de Mendinueta. En 1858 tenía 16 vecinos; en 1887 tenía 6 habitantes; 10 en 1930; 8 en 1940; y 5 en 1950. Para el año 1960 ya estaba despoblado de nuevo, igual que sucedía con los otros despoblados que integran la finca forestal de Ezprogui.
En los años cuarenta del siglo XX su iglesia dependía de la de Guetadar. Pertenecía entonces al Conde de Aibar; su colono era Canuto Orzanco, casado con Nicasia Armendariz. Este matrimonio, y sus hijos (Zoilo, Demetrio, Lucía, Asunción, Timoteo, Adriana...) fueron los últimos habitantes de esta localidad.

Estado actual
La localidad de Usumbelz podríamos decir que es casi inaccesible. Solo apta para montañeros y para personas dispuestas a moverse entre zarzas. Quedan medianamente en pie tres edificios.
Por un lado está la iglesia, sin cubierta, sin vigas, sin puerta ni dintel, con paredes a media altura, cuyo interior está totalmente cubierto de maleza, y sin ningún signo exterior e interior que ayude a pensar que esas ruinas corresponden al viejo templo. Anexo a la iglesia hay un pequeño habitáculo, también desprovisto de cubierta y de puerta, repleto de maleza. Se detecta que el edificio tuvo cubierta de lajas, ausencia total de tejas.

Por otro lado hay un edificio que está claro que es el principal, de dos alturas, si bien la planta baja ha visto elevar su suelo a causa del hundimiento de todo el tejado de lajas. Conserva algunas de las vigas que soportaron el suelo del piso superior. Ventanas muy pequeñas, y portada rectangular sin puerta. En el muro trasero sobrevive todavía el sukapare(hueco que había detrás del fogón). La pared que da directamente al río (que discurre 10 metros más abajo, casi en línea vertical) si se mantiene todavía en pie es porque el entramado de hiedras la ha consolidado. En el lateral opuesto a esa pared, junto al edificio, hay un pequeño complejo de muros que en otro tiempo sirvieron para encerrar ganado.

Y el tercer edificio, también en ruina total, es de reducido tamaño, en el que quedan pequeños lienzos de cubierta, que fue oblicua y con caída hacia atrás. Se puede apreciar el antiguo sistema de construcción tradicional de tejados, en donde sobre las vigas de madera se colocaban varas de boj, que es una madera muy resistente, y sobre estas las lajas planas de piedra.
Quedan restos empedrados del viejo camino que iba hacia Moriones.



IGLESIA DE USUMBELZ
ESTADO DE CONSERVACIÓN EL 2 DE DICIEMBRE DE 2009
(Fotografías: Fernando Hualde y Esteban Labiano)


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Interior de la iglesia visto desde lo que fue el coro



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Pared lateral vista desde el exterior


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Esto es lo que queda de la puerta de la iglesia


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Interior de la iglesia, su cabecera, visto desde la puerta



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Parte trasera, aquí estuvo el coro

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Esto es lo que hoy se ve al otro lado de la "puerta"


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Hoy la maleza se ha apoderado del interior




ARQUITECTURA CIVIL DE USUMBELZ

2 DE DICIEMBRE DE 2009
(Fotos: Fernando Hualde y Esteban Labiano)


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Fachada principal de la casa principal


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Dentro de la casa principal... esto es lo que hay hoy



 
YÁNIZ ( NAVARRA)


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INFORMACIÓN GENERAL



Ubicación
El despoblado de Yániz estuvo dentro del término municipal de Los Arcos, en el camino que va hacia Etayo.

Historia
En el siglo XIII la Corona tuvo heredades en este lugar. Lo mismo sucedía en el siglo XIV con el monasterio de Irache.
De aquél despoblado únicamente ha llegado hasta nuestros días su iglesia, convertida hoy en ermita de San Vicente. Cada 22 de enero acudía allí el Ayuntamiento de Los Arcos acompañado del clero y de los vecinos para rendir culto a San Vicente, celebrando una misa por la mañana. Era costumbre que al finalizar la eucaristía se bendijese el pan y el vino, para seguidamente arrojar los trozos de pan al exterior desde una pequeña ventana, en donde todos los asistentes se peleaban por hacerse con los pequeños trozos de pan, que después se repartían entre las cuadrillas y entre todos los asistentes para degustarlos en el almuerzo. Posteriormente, avanzada la mañana de este día, bajaban los mozos a Los Arcos con las rondallas para recorrer sus calles en animada comitiva y solicitar a las mozas una aportación que normalmente solía ser jamón o embutido, con el que solían hacer suculentas meriendas en las bodegas cercanas, hoy ya desaparecidas.

Cuenta una leyenda que una madre estaba espigando junto con sus dos hijas durante la misa del Santo y esta les dijo “si a misa a Yaniz no vais piedras normas os volváis”. Este es el origen que se cuenta de la existencia de tres menhires situados muy cerca de esta ermita, o iglesia del lugar de Yániz, existencia que acabó cuando un vecino demolió los mismos para arreglar el camino. Estas piedras eran visitadas con frecuencia por arqueólogos e historiadores. Por último decir que el origen más probable del lanzamiento del pan podía deberse al reparto de pan que realizaba el ayuntamiento entre la población en épocas de hambre.



ESTADO DE LA IGLESIA ERMITA DE SAN VICENTE

IMÁGENES OBTENIDAS EL 15 DE ABRIL DE 2013 POR JUAN CARLOS LAIGLESIA


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ZAI ( NAVARRA)


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ZAI, DESPOBLADO DE ESTERIBAR




Las hiedras se han hecho las dueñas de la iglesia de Zai, en Esteribar. La maleza, las ruinas, el silencio… han tomado ahora el relevo a siglos de presencia humana en este enclave que hoy visitamos.

Pasear por Navarra, por cada uno de sus rincones, es algo que debiéramos de ejercitar con mucha más frecuencia. Con toda seguridad que nos sorprenderíamos ante las maravillas que salpican nuestra geografía. Hoy, desde estas líneas, nos vamos a trasladar a un valle especialmente rico en este tipo de rincones mágicos; se trata del valle de Esteribar. Y dentro de este valle vamos a visitar uno de sus núcleos de población más recónditos, seguramente el más recóndito de todos, a donde la modernidad de la carretera nunca llegó. La localidad que hoy visitamos se llama Zay, o Zai (a gusto del lector). “Zai-ko nagusia” reza el letrero que la anuncia.

Para acceder hasta allí desde Pamplona debemos de tomar la N-135, que es la carretera que va a Francia por Valcarlos. Después de pasar Larrasoaña en el lado derecho de la carretera nace una pequeña carretera local que es la que nos conduce a localidades como Setoain y Errea. Una vez pasado Setoain, y un poco antes de llegar a Errea, en el lado derecho observaremos la presencia de dos pivotes o columnas de cemento, unidas entre si por una rústica valla que corta el paso al camino que allí empieza. En uno de esos pivotes leemos: “Zai-ko nagusia”. A partir de ese momento nos adentraremos por un cuidado camino, entre pinos y quejigos, que nos conduce a este antiguo núcleo de población.

Arquitectura rural
Lo que ahora encontramos es un pueblo en ruinas, totalmente deshabitado, con una iglesia con sus accesos tapiados y rodeada de maleza, y con unos edificios en ruina total, por los que no es aconsejable ni asomar la cabeza si es que se quiere salvaguardar la integridad física. Queda hecha la advertencia.
Pero detrás de todas esas ruinas, como siempre sucede, lo que hay es una historia. Allí ha vivido gente durante siglos, y la huella de tantos años de presencia humana está allí, a la vista. La huella son esos edificios, algunos de ellos con cientos de años de antigüedad. Se trata de una iglesia, cuyo titular era San Esteban; se trata de dos soberbios edificios; y se trata de otros pequeños edificios destinados a servicios, como corrales, almacenes, etc.

Dentro de lo que es la arquitectura rural tengo que reconocer que pocos edificios hay en Navarra con la calidad arquitectónica que exhibe uno de los edificios que todavía quedan en pie en Zai. Su estado de ruina ha dejado al descubierto toda su estructura, y la verdad es que es espectacular. Entra de lleno en la perfección.

Se trata de un edificio de planta cuadrada, con recios muros. Únicamente se puede aspirar a ver la cuadra desde cualquiera de sus dos accesos, pero para muestra bien vale un botón. La estructura de la casa, cimentada sobre roca, se apoya toda sobre cuatro columnas gruesas. Estas sostienen un curioso entramado de enormes vigas y de enormes zapatas sobre las que se apoyan todos los tabiques del edificio. Tras analizar minuciosamente como está ideada toda esa estructura (ensamblaje de vigas, sistema de zapatas, levantamiento de tabiques, etc.) uno no puede menos que reírse de esa gente, sabios modernos, que creen haber inventado el cubismo, que creen haber inventado lo que ya hace siglos el arte popular dominaba a la perfección, y además sin la maquinaria que hoy se emplea. Pero bueno, esto no deja de ser una reflexión en voz alta, y un pequeño desahogo.

Sin salirme de este edificio, descubro en él, también, ese curioso sistema de alimentar al ganado desde el pajar. No hay que olvidar que la Paj* se guardaba arriba, bajo la cubierta, y el ganado estaba en la planta baja. Eso se soluciona abriendo un cajón de madera, de arriba abajo –que en este caso atraviesa dos pisos enteros-, como si fuese el hueco de un ascensor, y así, desde el pajar se alimentaba al ganado sin necesidad de recorrer toda la casa con un costalal hombro. Este sistema, más extendido en la Navarra noroccidental, empieza a escasear en el extenso mapa de la arquitectura rural.

El otro edificio que hay en Zai conserva intacta su portalada de entrada. Si nadie se la ha llevado, como ha pasado con el resto de portaladas de esta localidad, es porque sobre ella se apoya toda la estructura de una estupenda balconada de madera. No se alcanza a ver la clave del arco de entrada, pero las espirales que asoman sobre el suelo del balcón pertenecientes a las piedras que flanquean la clave, nos hace pensar que esta puede tener algún tipo de dibujo o de escudo; pero está por ver. En el interior de la casa, en la misma entrada, existe un pozo, todavía con agua. Quedan en pie las cuadras, y también lo que pudo ser la bodega. En la parte trasera de esta casa, en su exterior, se aprecia la huella del horno de pan que allí hubo; horno que en su día se hundió y que ahora deja a la vista el hueco de la boca del horno.
Horno, bodega, cuadras, pajar, huertas, árboles frutales…, no necesitaban más. Estaban preparados para la supervivencia.



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Historia
Por lo demás, sobre ese suelo empedrado de Zai, y entre los muros de esa casa y de esa iglesia, se ha forjado a lo largo de los siglos la pequeña historia de este lugar, que en ningún caso es una historia espectacular, pero que no por ello deja de tener menos valor.

La Gran Enciclopedia Navarra nos informa de que por lo menos desde comienzos del siglo XIII Zai fue un lugar de señorío, perteneciente a la Colegiata de Roncesvalles. El papa Gregorio IX confirmaba en el año 1228 que la iglesia de esta pequeña localidad de Esteribar pertenecía a Santa María de Roncesvalles. “Las pechas que los once pobladores debían en 1290 a dicha colegiata sumaban 8 sueldos, 5 dineros; más 6 cahíces, 1 robo, 1 cuartal de trigo; y 6 cahíces y medio y 1 cuartal de avena”, dice la Gran Enciclopedia Navarra.

El lugar era gobernado antiguamente, hasta las reformas de 1835-1845, por el diputado del valle y por un regidor del lugar, elegido por los propios vecinos.

Por el diccionario de Madoz sabemos que en aquella época de mediados del siglo XIX los campos de Zai producían trigo, avena, y otros granos, que sin duda servían para darle vida al horno de pan. Se habla en ese mismo diccionario de la cría de ganado lanar y caballar, y también de la existencia de una fuente de aguas saludables.

Por lo demás Zai ha tenido siempre una población y un número de casas más o menos estable, de la que tenemos datos de determinadas fechas como 1290 (11 vecinos), 1366 (3 casas), 1427 (1 casa), 1553 (3 casas), 1646 (2 casas), 1786 (23 vecinos), 1845 (2 casas y 22 vecinos), 1858 (21 vecinos), 1887 (33 vecinos), 1920 (27 vecinos), 1930 (30 vecinos), 1940 (19 vecinos), 1950 (18 vecinos), 1960 (6 vecinos), y 1970 (ningún vecino). Ya sé que son sólo cifras, incluso cifras aburridas para el lector, pero es historia, y no quiero dejar pasar la oportunidad de dejar plasmada esta historia demográfica en las hemerotecas; que es, además, fiel reflejo de lo que han vivido otras muchas localidades navarras, inclusive las de este valle de Esteribar.



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Zai es hoy simplemente una finca para usos agroganaderos. Como núcleo de población ha quedado extinguido desde hace unas décadas. Poco a poco la maleza se va adueñando de la localidad, y los edificios van cediendo a la factura que les pasa el paso de los años, sin nadie que se ocupe de su cuidado. Ya nadie acude a su iglesia, ya nadie celebra con solemnidad aquellas fiestas del primer domingo de octubre dedicadas a la Virgen del Rosario, ya nadie pone vida y sonido en su calle como hacían antes aquellas sagas familiares de los Mezquíriz, de los Azparren… Es cuestión de tiempo, si es que nadie se lanza a recuperar este enclave, para que de Zai tan sólo queden un montón de piedras, sin nadie que le llore, sin memoria. Ojalá no sea así.

Diario de Noticias, 7 de agosto de 2006
Autor: Fernando Hualde

 
Jo, he curioseado el pueblo que has puesto, Sarriguren, a ver como lo habían hecho...:( no me ha gustado, son edificios como cualquier otro, con el entorno que tenían...
 
ZOROQUIAIN ( NAVARRA)


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ZOROQUIAIN, EL ÚLTIMO DESPOBLADO DEL VALLE DE UNCITI



El valle de Unciti a lo largo de su historia ha ido perdiendo algunos de sus núcleos de población. El último de ellos ha sido, recientemente, el lugar de Zoroquiain, situado entre Zabalceta y Alzorriz, al que hoy nos vamos a acercar a través de algunos de sus personajes más singulares.
La semana pasada nos acercábamos a la historia y a la realidad de Zabalceta, en el valle de Unciti, protagonista estas semanas por la exposición que sus vecinos han organizado para mostrar cómo eran aquellas formas de vida a las que el desarrollo industrial puso punto final durante el pasado siglo XX.
Hoy, en nuestro recorrido por el patrimonio de Navarra apenas nos vamos a alejar un kilómetro de Zabalceta, para mostrar un pequeño pueblo que recientemente ha quedado deshabitado, aunque no cabe decir que esté abandonado. Me refiero a Zoroquiain.



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No hace falta que nadie nos recuerde la situación que atraviesan en Navarra numerosos pueblos, inmersos sus vecinos –después de siglos y siglos de presencia generacional en el lugar- en una auténtica lucha por la supervivencia. Agonizan muchos de ellos, y para no pocos vecinos es realmente doloroso tener que abandonar finalmente su casa, la casa que ha sido suya, y de sus padres, y de sus abuelos, y de tantas y tantas generaciones que les han precedido; cerrar un día la puerta después de haber vaciado la casa para irse a otro pueblo, o a la ciudad, sabiendo que a partir de ese momento allí queda la casa, abandonada, a merced de algún desaprensivo que vive de comercializar con aperos, pucheros, piedras y madera; a merced de las inclemencias meteorológicas que irremediablemente han de llevar al edificio a su estado más ruinoso, cediendo el tejado, penetrando la maleza… Es realmente duro, tanto más si cuando te vas te llevas esa vieja carpeta en la que la familia durante siglos ha ido guardando los documentos de la casa, como pleitos, testamentos, inventarios… Es algo más que cerrar una puerta. Es poner el punto final a la historia de la casa. Yen algunos casos a la historia del pueblo.

Zoroquiain es uno de esos pueblos a los que les ha llegado la hora. No cabe decir, insisto, que esté abandonado, pues se detecta una presencia humana constante, incluso he podido constatar que es imposible acercarse allí sin que varios pares de ojos controlen tus movimientos, o sin que los perros te recuerden que allí no puedes hacer lo que te dé la gana. Pero, salvo que algún antiguo vecino decida dar marcha atrás, el futuro a medio plazo es que la iglesia y las pocas casas que aún quedan en pie en pocos años sufran un acelerado proceso de deterioro. Y en pocas décadas Zoroquian es probable que no pase de ser un conjunto de ruinas irrecuperables en donde las yedras y la maleza se habrá apoderado de todo. Así de claro.



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Martín de Irigoyen
Se sabe de Zoroquiain que siglos atrás fue un lugar de señorío nobiliario, dependiente primero de Leire, después de la Orden de San Juan de Jerusalén, y por último de la colegiata de Roncesvalles.


Hoy día, basta con pasear entre sus casas, o alrededor de la iglesia de San Andrés, para detectar en esas paredes, en esas puertas, y en tantos y tantos pequeños detalles, la historia que durante siglos han protagonizado sus vecinos. Por poner un ejemplo, llama poderosamente la atención un hermoso caserón, próximo a la iglesia, que luce en su fachada una hermosa portalada. En la clave de esa portalada de medio punto aparece una curiosa figura de San Miguel de Aralar; al verla entendí aquello que me había dicho José Luis Mendoza en Zabalceta –“si vas a Zoroquiain podrás ver a San Miguel en calzoncillos”-, y es que esa curiosa representación de San Miguel, además de lo desproporcionado de su cabeza, tiene la particularidad de exhibir la figura del ángel ataviado tan sólo con un pequeño calzón. Un poco más arriba, en la járcena de la ventana, tallada en la piedra se ve una cabeza a la que no le falta detalle, desde pelo pétreo hasta dientes en el interior de su boca abierta.

Y entre medio de ambas figuras existe una inscripción, también en piedra, que informa que la casa fue hecha por Martín de Irigoyen en el año 1799. Evidentemente el tal Martín de Irigoyen lo que hizo fue levantar de nuevo la casa de sus antepasados, la que ya en el siglo XVII se llamaba casa Apezarrarena (hoy su nombre se ha quedado en Apezarrena, incluso Pecerrena). El nombre euskaldún de la casa nos informa que era esta la casa de un sacerdote; pienso yo que la figura de San Miguel pueda tener algo que ver con aquél hombre, tal vez fuese capuchino –que son los que promovieron el culto a San Miguel de Aralar-, o tal vez San Miguel esté allí como expresión pública de la devoción que los moradores de esa casa tenía a la cercana imagen de San Miguel de Izaga. No lo sabemos, o yo al menos no lo sé.

Lo que si sé es que en esa casa el nombre de Martín estuvo presente en varias generaciones. Así pues, un Martín de Irigoyen fue quien en 1683 tuvo un pleito con el maestro cantero Juan de Urrutia, y lo hacía en calidad de “diputado del molino de la Pocha en el valle de Unciti”, a causa de las obras de reparación que el cantero había hecho en ese molino. Igualmente, y no sabemos si es el mismo o un hijo suyo, Martín de Irigoyen, casado con Catalina de Iturralde, dueños ambos de la casa Apezarrarena, hicieron causa común en 1691 con María Juan de Urbicain (viuda de Juan de Irigoyen), dueña de la casa Mundosemearena, para hacer frente a las exigencias de Martín de Novar, gran prior de la Orden de San Juan de Jerusalén, que les acusaba de deber todavía nada menos que 8 robos de trigo de pecha.

En similar situación se vio también Martín de Irigoyen en el año 1729 cuando Miguel de Linzoain, vecino de Pamplona, arremetió en los tribunales contra él y contra otros dos vecinos de Alzorriz exigiéndoles el pago de 426 reales que supuestamente habían obtenido de la venta de 71 robos de trigo. Y por último encontramos a otro Martín de Irigoyen, que es el que en 1799 acomete la obra de reconstrucción de esta hermosa casa.
Intuyo que si nos tomásemos la molestia de consultar los libros parroquiales nos encontraríamos en Zoroquiain a otras personas, antes y después, con el nombre de Martín de Irigoyen. Y es que no solo se cuidaba de que no se perdiese el apellido, sino de que el primogénito tampoco perdiese el nombre.



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Juan de Reta
En su libro sobre las ermitas de Navarra, Fernando Pérez Ollo alude y documenta la presencia en el término de Zoroquiain de una ermita dedicada a San Gregorio. Nos dice de ella que en el año 1799 –el mismo año en el que Martín de Irigoyen levantó su casa- durante la visita pastoral que se hizo a esta localidad se dispuso que “se pusiese decente lo material de la fábrica y se retocase la imagen”, sin embargo se desconoce donde estuvo emplazada.
Con anterioridad sabemos que hubo otra ermita, dedicada a Santa Eufemia, de la que tampoco sabemos su emplazamiento. Su ermitaño en 1619 era Juan de Reta, quien aquél año andaba metido en pleitos con varios vecinos de Alzórriz a causa de una pelea con ellos “con resultado de heridas”.

Curiosamente a Juan de Reta lo encontramos también unos años antes, en 1615, desempeñando su papel de administrador de la basílica de San Damián de Zoroquiain envuelto en un pleito con el escribano de Monreal. Lo cierto es que Juan de Reta, a pesar de sus cargos religiosos, era un hombre follonero, mujeriego y pendenciero, como lo demuestran los numerosos juicios por los que tuvo que pasar a causa de su caracter. Por ejemplo, en el año de 1600 –entonces tenía casa en Zabalceta y en Zoroquiain- pleiteó contra Pedro de Zabalza, vecino de Zoroquian para desalojarle de la casa y de las heredades que tenía este último en arriendo. Al final acabó nuestro hombre mal, “si es que se veía venir” habría dicho entonces algún vecino suyo después de ver las peleas que había tenido con los de Alzórriz; y es que en el año 1626 no tuvo peor idea que intentar forzar sexualmente a Juana de Redín, a la que además hirió con un puñal. El fiscal ordenó su ingreso en prisión. Curiosamente unos años antes, en 1614, Sancho Zoroquiain, vecino de Zoroquiain, se vio envuelto en una acusación similar por una vecina de Ozcariz (u Oscariz).


José Venancio
Otro personaje singular dentro de la historia de Zoroquiain es José Venancio López Irigoyen, cuya historia fue rescatada en su día por el mencionado Fernando Pérez Ollo con todo lujo de detalles.

Nuestro protagonista, José Venancio, había nacido en Celigueta (ahora le llaman Celigüeta a este señorío) a mediados del siglo XIX, pero a muy temprana edad trasladó su residencia a Zoroquiain, por lo que le tocó hacer sus estudios en la escuela de Alzórriz. Pero, ¡he aquí! que cuando José Venancio ya empezaba a ser un buen mozo, concretamente en 1868, el muchacho fue llamado a filas; se había hecho sorteo y le tocaba a él ir soldado.
La gracia estuvo en que José Venancio no estaba por la labor y, ni corto ni perezoso, recurrió aquél sorteo alegando que todavía no tenía la edad para alistarse en ningún sitio, que él había nacido en 1849. Se contrastó la partida de bautismo, y en ella figuraba que había nacido un año antes, ante lo cual también protestó pidiendo que se corrigiese ese error en el acta bautismal, que era un error del párroco, y además lo demostró, pues su nombre figuraba entre dos niñas, habiendo nacido la primera el 29 de diciembre de 1848 y la segunda el 31 de marzo de 1849, con lo cual era imposible que el hubiese nacido en 1848. Su posicionamiento, para que no hubiese ninguna duda, lo ratificaron varios vecinos de Celigueta, quienes testificaron a favor de José Venancio y de su nacimiento en 1849.

Pero cuando todo parecía ir a favor del mozete, y veía este que se libraba de las armas, entró en escena un vecino de Alzórriz, Martín Elía Huici, quien defendió que José Venancio había nacido en 1848 y que tenía que vestir el uniforme; para ello se sirvió del libro de matrícula de la escuela de Alzórriz en donde José Venancio aparecía matriculado en 1853, y se les apuntaba a los cinco años de edad, lo cual implicaba que tenía que haber nacido en 1848.
La mediación de Martín Elía tenía su explicación: si José Venancio se libraba de ir al ejército el siguiente en la lista era su hijo, el cual trabajaba de pastor en la casa del maestro de Alzórriz. Y ni al maestro, que era quien certificaba que se había matriculado José Venancio en 1853, le interesaba quedarse sin pastor, ni a Martín Elía le interesaba que su hijo dejase de aportar a la economía familiar.
Pero al final lo que pudo fue la partida de bautismo. Y a José Venancio no le quedó más remedio que abandonar Zoroquiain e ir a servir al rey.


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En fin, este es Zoroquiain, con su pequeña historia forjada día a día por sus vecinos. Hoy solo cabe evocar aquél pasado a través de sus casas, de su iglesia, y de otros pequeños detalles. De hecho, pocas son ya las casas que quedan en pie: la de Biscarret, la de Apezarrena, la iglesia, algún corral, y poco más. Ya no abreva el ganado en aquél abrevadero que se hizo en 1924. La Virgen, tantos siglos venerada, reposa ahora en el Museo Diocesano contemplada fríamente desde un punto de vista artístico, lejos de su sitio natural y del cariño de quienes se postraron ante ella. Ya nadie saca agua del pozo, ni le da vida a esa era en la que está, en donde antaño se trillaba con las caballerías. Atrás quedaron esos años del siglo XX en los que vivían hasta seis familias, incluidos los pastores que vivían en la Casa del Cura (esta casa está hoy en ruina total, adosada a la iglesia, en dirección al cementerio). De la misma forma que la mencionada casa Apezarrena ha perdido aquél esplendor que durante siglos ha tenido, hasta el mismo siglo XX en el que todavía tenía tres “medieros” (se nombraban estos según el porcentaje de la cosecha que debían de dar al amo, que generalmente era la mitad, de allí el nombre de “medieros”; y en otros casos el 30%). Y, lo que es peor, ya no suena la campana en la iglesia de San Andrés; porque las campanas son la voz de los pueblos, y esta de Zoroquiain… ha enmudecido.


Diario de Noticias, 20 de septiembre de 2004
Autor: Fernando Hualde
 
Siete pueblos fantasma del Salvaje Oeste


Pioner Town, California



John Wayne y Clint Eastwood se paseaban, cigarro en boca, por sus calles como 'tipos duros' ante las desafiantes miradas de los bandidos. Gracias a los westerns -y a Westworld, la serie de HBO- hemos podido hacernos una idea del aspecto que tenían las ciudades del Salvaje Oeste americano, pero de ellas hoy no queda más que polvo, ruinas y estepicursores (las plantas que ruedan en las películas de vaqueros).

El siglo XIX fue testigo del nacimiento de cientos de ciudades basadas en los recursos naturales del oeste. ¿Quién no conoce la denominada ‘fiebre del oro’? Pero al igual que su rápida proliferación, su declive fue igual de apresurado. Cuando los recursos escasearon, no hubo más remedio que abandonar las ciudades.

Ahora, los pueblos del Viejo Oeste que un día dieron cobijo a villanos como Billy el Niño o Jesse James duermen para siempre sumidos en los ecos de antiguos duelos de revólver.

Os presentamos una selección de siete pueblos fantasma del Oeste americano que puedes visitar, si te atreves...




Rhyolite, Nevada

Rhyolite, Nevada


A partir de 1907 se comenzó a abandonar la localidad



Esta ciudad del Valle de la Muerte recibe su nombre de una roca volcánica local de color rosa, pero fue, como no, el oro el que impulsó su breve crecimiento y posterior derrumbe. Miles de personas se asentaron en Rhyolite después de encontrar yacimientos a principios de 1900.

Pero las minas locales se agotaron rápidamente y después del terremoto de San Francisco de 1906 y el pánico financiero de 1907, la mayoría de los mineros y sus familias decidieron marcharse de la zona.



Rhyolite, Nevada - A Historic & Photo-Worthy Ghost Town


 
Bodie, California


Bodie, California



Se fundó en 1859 -cuando se encontraron depósitos de metales preciosos en la cercanías- y hoy es un pueblo fantasma cuya decadencia se preserva con fines turísticos. Aunque actualmente no vive nadie, esta ciudad del Salvaje Oeste llegó a poseer una población de más de 1.000 personas.

A principios del siglo XX los materiales comenzaron a escasear y sus 100 edificios fueron abandonados finalmente en 1940. Si te atreves a visitar este fantasmagórico enclave, podrás observar cómo era la vida del Viejo Oeste, ya que el interior de las viviendas permanece intacto desde que se abandonó.




John Wayne in Bodie, CA

A short segment from "Swing Out Sweet Land" (John Wayne's Tribute to America), a TV special from 1970.



 
Dunton Hot Springs, Colorado

Dunton Hot Springs, Colorado



Dunton Hot Springs fue un antiguo campamento minero que llegó a dar cobijo a cientos de personas en su ‘época dorada’, alrededor de 1905. Poco después, en 1918, las minas se agotaron y la mayoría de sus habitantes abandonaron la ciudad.

En la década de 1990, inversores alemanes compraron el pueblo fantasma y lo reformaron para convertirlo en un reclamo turístico. Los nuevos propietarios lo describen como un "pueblo fantasma perfectamente restaurado donde puedes disfrutar de un ambiente rústico que te acercará a la vida en el Viejo Oeste”.



Dunton Hot Springs

Dunton Hot Springs is a small and exclusive resort nestled deep in the San Juan Mountains of the Colorado Rockies. This perfectly restored ghost town thrives on contradictions; hand- hewn log cabins exquisitely furnished, a life-worn saloon serving food of startling quality, lung torturing trails followed by pampering massages, sensuous hot springs beneath shimmering snow banks. Free of cell phones, this romantic old mining town still provides high speed wireless internet access in every cabin and video conferencing in our dance hall to the comforting sound of a tumbling waterfall.


 
St. Elmo, Colorado


St. Elmo, Colorado



St. Elmo se fundó en 1880 y fue el hogar de casi 2.000 personas que se sintieron atraídas por los yacimientos de oro y plata de la zona.

Los lugareños cuentan que los residentes salieron en el último tren -alrededor de 1920- fuera de la ciudad y nunca regresaron. El lugar contaba con salones de baile, una escuela, hoteles e incluso una oficina de telégrafos.




 
Thurmond, Virgina


Thurmond, Virgina


Cuando el uso del carbón disminuyó y el diésel ocupó su lugar, la ciudad cayó en desgracia / Wikimedia Commons



En los días en que Estados Unidos funcionaba con carbón, Thurmond prosperó como un clásico pueblo boreal de los Apalaches.

En su apogeo, durante las primeras décadas del siglo XX, esta ciudad del Oeste contaba con dos hoteles, dos bancos, restaurantes, un cine y muchas tiendas. Pero cuando el uso del carbón disminuyó y el diésel ocupó su lugar, la ciudad cayó en desgracia. El último censo de población que se tiene constancia indica que vivían cinco personas.



Thurmond is a town in Fayette County, West Virginia on the New River. The population was five at the 2010 census. During the heyday of coal mining in the New River Gorge, Thurmond was a prosperous town with a number of businesses and facilities for the Chesapeake and Ohio Railway. Today, much of Thurmond is owned by the National Park Service for the New River Gorge National River. The C&O passenger railway depot in town now functions as a Park Service visitor center. The entire town is a designated historic district on the National Register of Historic Places. Thurmond is the least-populated municipality in West Virginia.


 
Bannack State Park, Montana

Bannack State Park, Montana


La ciudad comenzó a decaer a partir de la década de 1930, cuando empezó a escasear el oro. En 1950 se abandonó por completo / Wikimedia Commons




Bannack fue concebida como la primera Capital Territorial de Montana en 1864, dos años después de que un explorador llamado John White encontrara un yacimiento de oro en los alrededores de la localidad.

La ciudad comenzó a decaer a partir de la década de 1930, cuando empezó a escasear este material precioso, pero no fue hasta 1950 cuando se convirtió en un pueblo fantasma. Ahora es un parque estatal que permite a los aventureros adentrarse entre sus calles.




Bannack State Park Montana - a trip to a ghost town

 
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