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Las ciudades más infravaloradas de Europa
Ferrara (Italia)
Su único delito es estar en tierra de nadie, a medio camino de tres potencias turísticas como son Venecia-Padua, Verona y Bolonia. Sin embargo, el alto en el camino que propone esta ciudad se recompensa gracias a monumentos icónicos como el castillo de los Este, un oasis rústico y medieval entre esquinas neoclásicas. Además, su catedral es capaz de convertir al cristianismo monumental a cualquier viajero ateo reacio a monumentos religiosos mientras que su barrio judío es pura callejuela y arco. Y, para culminar este Stendhal insospechado, un paseo por un Renacimiento que aquí floreció con ganas en fachadas como el Palazzo dei Diamanti o el Palazzo Massari, hogar de los principales museos de la ciudad.
Ferrara (Italia)
Su único delito es estar en tierra de nadie, a medio camino de tres potencias turísticas como son Venecia-Padua, Verona y Bolonia. Sin embargo, el alto en el camino que propone esta ciudad se recompensa gracias a monumentos icónicos como el castillo de los Este, un oasis rústico y medieval entre esquinas neoclásicas. Además, su catedral es capaz de convertir al cristianismo monumental a cualquier viajero ateo reacio a monumentos religiosos mientras que su barrio judío es pura callejuela y arco. Y, para culminar este Stendhal insospechado, un paseo por un Renacimiento que aquí floreció con ganas en fachadas como el Palazzo dei Diamanti o el Palazzo Massari, hogar de los principales museos de la ciudad.
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Alamy. Texto: Javier Zori del Amo (@zoriviajero)
Coimbra (Portugal)
Podría considerarse como la tercera ciudad en liza del país vecino, lo que es mucho decir debido a la alta dosis de patrimonio por metro cuadrado que tiene Portugal. Sin embargo, consigue entrar en el pódium por la mezcla perfecta. Por un lado, cuenta con monumentos de parangón como su universidad (protegida como Patrimonio Mundial) o su casco histórico plagado de iglesias, conventos y callejones. Por el otro, la vidilla y los intangibles que le dan los estudiantes, capaces de convertirla en un referente cultural a todos los niveles en el corazón del país luso.
Alamy. Texto: Javier Zori del Amo (@zoriviajero)
Friburgo (Suiza)
Si existe algún adjetivo con el que describir Friburgo ese es ‘peculiar’. Y es que esta urbe coqueta anda a medio camino de todo, la gente habla alemán o francés indistintamente y todavía sigue pareciendo un milagro que se haga vida en un meandro tan escarpado. Su ubicación milagrosa es parte de su encanto, con puentes floreados en el río, cúspides de iglesias en la ciudad vieja y un funicular de 1889 que conecta ambas partes y que funciona con un sistema de contrapesos que se alimenta con las aguas residuales de la parte alta. Pero no, no huele mal. Este idilio medieval cuenta con algún hallazgo contemporáneo de renombre como el espacio Tinguely del museo de arte e historia local o la sala de espectáculos Equilibrio, una escultura con butacas de Jean-Pierre Zurich Dürig.
Alamy. Texto: Javier Zori del Amo (@zoriviajero)
Bremen (Alemania)
Anoten esta ciudad para aquellos viajes en los que se busque delirio ornamental y canallismo contemporáneo a partes iguales. El gran puerto del Elba conserva como pocos en Alemania un centro histórico bello a rabiar, con edificios tan preciosistas que no se ha creado un adjetivo todavía para definirlos. Tanto la estación de tren como el ayuntamiento, la catedral o la aduana forman parte de este selecto club al que se le podría añadir, por pasteloso, el callejón Schnoor. Tampoco falta la escultura-icono de turno, en este caso la de sus famosos animales músicos del cuento de los hermanos Grimm. Sin embargo, en cuanto se cruza el antiguo trazado de las murallas, el barrio Das Viertel se desvela como un Kreuzberg en ebullición plagado de Street art, bares culturales y cafés en los que es imposible no escribir tus memorias.
Alamy. Texto: Javier Zori del Amo (@zoriviajero)
Malinas (Bélgica)
Sí, es difícil hacerse un hueco en la competitiva Flandes, y más cuando todo el mundo habla sin parar de vecinas como Gante, Brujas o Amberes. Sin embargo, a base de originalidad, la ciudad en la que creció Carlos I de España se ha hecho un hueco en el mapa. Tiene de todo: canales, una catedral gigante, palacios reales y hasta un centro de documentación sobre la II Guerra Mundial de arquitectura y contenido perturbador. Pero, sobre todo, puede presumir de albergar una de las cervecerías más atractivas del planeta, Het Anker, así como una ruta dedicada a reivindicar el papel de la mujer en la creación de esta bebida.
Alamy. Texto: Javier Zori del Amo (@zoriviajero)
Sibenik (Croacia)
La costa Dálmata se ha desvelado como un conjunto asombroso de puertos imprescindibles y ciudades épicas que han sido colonizadas por los cruceristas. No obstante, aún hay reductos como Sibenik, quizás el enclave más italiano a este lado del Adriático gracias a los intercambios culturales entre ambas regiones. Su joya es la catedral de Santiago, un templo que podría brillar en la Toscana gracias a sus mármoles y a sus finas esculturas de diversos artistas transalpinos. Y luego están sus callejuelas, su centro histórico abigarrado y constreñido por el mar y ese sol que, hasta que no se calma en el rojizo atardecer, lo inunda todo.
Alamy. Texto: Javier Zori del Amo (@zoriviajero)
Novi Sad (Serbia)
Vista desde el Danubio, esa coqueta urbe cercana a Belgrado tiene diversos puntos de vista. Uno el histórico-belicista, el que justifica la fortaleza de Petrovadarin, una ciudad dentro de la ciudad situada en lo más alto desde donde se controlaba el transcurso del río. Hoy, sus viejos muros, acogen los conciertos y fanfarrias del festival Exit. Otro punto de vista es el que mira hacia la ciudad moderna, llena de colores austro-húngaros y de proclamas en cirílico que afianzan su esencia. Y otro el que aún recuerda los conflictos más recientes en forma de puentes destrozados o heridos por la metralla.
Alamy. Texto: Javier Zori del Amo (@zoriviajero)
Newcastle (Reino Unido)
Está tan al norte de Inglaterra y tan al sur de Escocia que sus días pasan sin llamar mucho la atención. Y sin embargo, tanto en sus maneras como en su monumentalidad, esta urbe británica podría considerarse como la capital del norte. Razones no le faltan, desde un castillo recio para dominarlos a todos hasta un teatro real con el que promover el espectáculo y una gran catedral, la de San Nicolás, con la que seducir a los amantes del gótico. No obstante, también tiene un potencial cultural enorme, de ahí que sería un delito obviar sus museos (especialmente el Great North y la galería Laing) o sus nuevos centros de creación como es la imprescindible The Biscuit Factory.