Camilo Sesto: su vida, canciones, muerte y herencia

Me he equivocado y he llamado al primo Enrique, cuando efectivamente se llama Alejo. Lo de que la hermana se fuera a vivir con Camilo creo que se dio por una serie de circunstancias. Él la consideraba su segunda madre, se querían muchísimo y la convivencia cuando vivían en casa de los padres siempre fue perfecta. Nada hacía presagiar lo que se les venía encima.

Poco antes del embarazo de Lourdes, el padre de Camilo falleció. La madre, al quedar viuda, pasaba largas temporadas en la casa de Torrelodones. Corregidme si me equivoco pero tengo entendido que Chelo también enviudó siendo joven y Camilo le ayudó en todo lo que pudo, por ejemplo, pagando los colegios privados de sus tres hijos. Chelo pasaba mucho tiempo en la casa de Camilo y así aprovechaban para estar todos juntos, bajo el mismo techo. Hasta ahí todo iba bien. Cuando nace el niño y Camilo consigue su custodia, Chelo y su madre se instalan definitivamente en Torrelodones para ayudar con la crianza. Chelo tenía una tienda de ultramarinos en Alcoy y digamos que su hermano la "jubiló" a cambio de ser la ama de llaves del chalet y la cuidadora de Camilín. O sea, que además de ser familia, Chelo desempeñaba funciones importantes en la casa. Incluso los 5 años que estuvo viviendo en Miami para que el peque aprendiera inglés la familia también se trasladó allí, incluído uno de los hijos de Chelo. En vez de contratar a alguien para cuidar del niño, Camilo prefería que fuera su hermana quien se encargara de él. Parece ser que los problemas comenzaron tras el fallecimiento de la madre. Camilo decía que el distanciamiento se produjo por el interés económico de su hermana, y Chelo, en cambio, decía que su hermano se cabreó con ella al llamarle la atención a Camilín por portarse mal. A saber. Cada cual tiene su versión y ya no vive ninguno de ellos para defenderse de las mutuas acusaciones. Los hijos de Chelo, Camilín y puede que el primo, son los pocos que deben saber qué pasó realmente.
Seria bueno se pronunciasen los hijos al respecto . Pero creo que los clavos en el ataud al final los puso Chelo por lucrar con todo en la TV.
 
Me he equivocado y he llamado al primo Enrique, cuando efectivamente se llama Alejo. Lo de que la hermana se fuera a vivir con Camilo creo que se dio por una serie de circunstancias. Él la consideraba su segunda madre, se querían muchísimo y la convivencia cuando vivían en casa de los padres siempre fue perfecta. Nada hacía presagiar lo que se les venía encima.

Poco antes del embarazo de Lourdes, el padre de Camilo falleció. La madre, al quedar viuda, pasaba largas temporadas en la casa de Torrelodones. Corregidme si me equivoco pero tengo entendido que Chelo también enviudó siendo joven y Camilo le ayudó en todo lo que pudo, por ejemplo, pagando los colegios privados de sus tres hijos. Chelo pasaba mucho tiempo en la casa de Camilo y así aprovechaban para estar todos juntos, bajo el mismo techo. Hasta ahí todo iba bien. Cuando nace el niño y Camilo consigue su custodia, Chelo y su madre se instalan definitivamente en Torrelodones para ayudar con la crianza. Chelo tenía una tienda de ultramarinos en Alcoy y digamos que su hermano la "jubiló" a cambio de ser la ama de llaves del chalet y la cuidadora de Camilín. O sea, que además de ser familia, Chelo desempeñaba funciones importantes en la casa. Incluso los 5 años que estuvo viviendo en Miami para que el peque aprendiera inglés la familia también se trasladó allí, incluído uno de los hijos de Chelo. En vez de contratar a alguien para cuidar del niño, Camilo prefería que fuera su hermana quien se encargara de él. Parece ser que los problemas comenzaron tras el fallecimiento de la madre. Camilo decía que el distanciamiento se produjo por el interés económico de su hermana, y Chelo, en cambio, decía que su hermano se cabreó con ella al llamarle la atención a Camilín por portarse mal. A saber. Cada cual tiene su versión y ya no vive ninguno de ellos para defenderse de las mutuas acusaciones. Los hijos de Chelo, Camilín y puede que el primo, son los pocos que deben saber qué pasó realmente.
Tienes razon! Chelo enviudo joven y Camilo pagaba las matriculas de los sobrinos.
 
OTRO capitulo MAS para seguir disfrutando
Biografía y memorias de CAMILO SESTO

CAPITULO 21
150 FORMAS DE AMOR

Detrás del disco Algo de mí, aparecido en 1972 con once canciones, cuando tenía yo veinticinco años y medio, se ocultaban muchos trabajos, muchas tentativas, muchas esperanzas. Juan Pardo se empeñó en que aprovechara algunos playbacks que tenía preparados para un muchacho de Galicia y que les pusiera mi voz. Eran nada menos que Oh Mary y el Sole mío.

-Pero si yo voy de moderno por la vida, ¿cómo voy a cantar eso?. Quiero canciones inéditas, tuyas y mías, pero inéditas.

-No te preocupes. Quedará bien. No me hagas esa faena. Tengo los playbacks listos...

Accedí a su deseo para no enfadarnos, aunque deseaba incluir únicamente canciones propias. Y quedó bien, mucho chorro de voz, pero no era más que una italianada.

Luego, a lo largo de los años, he incluido muy pocas canciones ajenas a mis quince discos de larga duración: algo de Los Beatles, Puente sobre aguas turbulentas, Si se calla el cantor y algunas mías que me gustaban muy especialmente. Mi obra discográfica por consiguiente, editada desde Japón a Chile y desde Holanda a California, está compuesta por un centenar y medio de canciones en esos quince discos esenciales, a los que habría que añadir otra media docena de selecciones, antologías, "grandes éxitos", etc.

Después de que Pardo fuera enseñándome los secretos de la producción, a partir de mi tercer disco Algo más, yo mismo he producido por lo general mi propia obra. Con eso ganaba libertad e independencia. Por otro lado, muy pronto dediqué también parte de mi tiempo a producir discos de otros, generalmente con canciones mías, siempre gente amiga y carcana. No sería fácil desmenuzar todo ese trabajo de una docena de años, un trabajo que me llevaba de Madrid a Los Ángeles y de Turín a Nueva York. Sin que haya tenido nunca deseos de convertirme en una especie de ejecutivo del "show bussines", aprendí tanto en mis años de espera, incluso en los territorios de la técnica, que no he podido negarme a solicitaciones de ese tipo. Nombres bien conocidos como los de Ángela Carrasco -la más cercana siempre, la más amiga- Celentano, José José, Lucía Méndez, la mujer de Herp Albert, Lani Hall, el grupo Alcatraz, que actualmente me acompañaba, Miguel Bosé han ofrecido a veces su música en producciones mías, casi todas ellas muy afortunadas.

¿Y cómo resumir esa dura y larga tarea? Mis discos han ido siendo editados regularmente a un ritmo de nueve o doce meses. Y desde que obtuve mi primer disco de oro en Argentina en 1972, son muchos miles las copias vendidas en medio mundo, cada vez mas copias, cada vez en más países. ¿Tienen algún interés especial estos hechos? Significan solo muchas horas de ensayo, de esfuerzo en los estudios de grabación, midiendo cada sonido, cada letra, noches sin dormir y discusiones interminables con los técnicos. Personalmente me importa mucho más -más que su éxito- la verdad de esas canciones.

La mayor parte son canciones de amor, como todo el mundo sabe. Y no por una operación de marketing, no por necesidades del mercado, sino porque el amor, como he repetido ya, ha sido el verdadero elemento de mi vida, desde el amor de mi madre hasta el que ahora mismo siento por mi pequeño hijo. Y hay -en mis canciones, como en mi vida- amores de todos los tipos, o de casi todos géneros posibles: tranquilos y apasionados, perdidos e imposibles, fecundos y estériles, efímeros y eternos. Porque la mayoría de esas composiciones no responden a una elaboración intelectual, no son un producto de laboratorio: mi vida expuesta en ellas como una foto polaroid. Si ahora mismo intentara analizarlas una a una, detrás de todas encontraría una historia, un momento fugaz que me obligó a escribirla, un recuerdo punzante y largo...Muchas canciones dirigidas a alguien, se refieren a alguien, son de alguien. En los textos la imaginación tiene poco cometido. Soy un hombre profundamente observador, incluso inconscientemente voy absorbiendo como una esponja todo lo que ocurre a mi alrededor, los sentimientos de la gente que me rodea; y buena parte de esa observación, se refiere a mí mismo, admite aplicación a otra persona, se transforma y hasta se altera. Eso es lo que me permite, por ejemplo, cantar con la misma pasión una misma canción más de doscientas o trescientas veces. El cantante que es al mismo tiempo autor de lo que canta no podría resistir la rutina de esas repeticiones si no encontrara cada vez que interpreta una canción un sentido nuevo o el recuerdo vivido del origen de la misma o la situación de ánimo que la provocó. Se da en él la fértil esquizofrenia del creador puro y simple, el hombre que se encierra a solas con su propia alma para conseguir algo sobre el vacío, algo grandioso o sencillo, pero original, único, y la del intérprete que debe aplicar a esas creaciones una técnica, un sentido de la comunicación y del espectáculo. En ese terreno puedo decir que soy dos personas, que tengo dos vidas. La una es secreta, íntima, creativa. La otra aparece bajo los focos en medio de la algarabía y el acoso de las fans. Quizás los públicos aplauden más al intérprete que al creador, porque su imagen es más esplendente y accesible, pero yo prefiero esa otra personalidad menos conocida.

Por eso mismo nunca he sentido pavor a perder la voz o a quedarme sin el favor de las multitudes, que se me viene brindando desde hace una docena de años con una prolijidad maravillosa. Mientras tenga fuerzas para escribir, para idear una melodía o un verso, mi vida con la música, ese largo matrimonio, tendrá sentido. Descubrí muy pronto esa maravillosa relación entre la obra y quien la escucha, entre lo que uno siente y lo que hace sentir a nuestro prójimo.

Cuando Rosetta me seguía en mis actuaciones primeras e intentaba abrirse paso entre todos, entusiasmada y casi en éxtasis y gritaba:

-¡Esa Rosetta soy yo! ¡Esa canción habla de mí! ¡Yo soy ésa!

Cuando esto sucedía en público, empecé a comprobar hasta qué punto existen los misterios de la comunicación. En el fondo, una jovencita que se desmaya o se extasía o se pone histérica u oye mil veces una canción en su casa, es porque eso que oye es lo que ella ha sentido o siente. Las notas y las palabras se dirigen a ella, son suyas. Reside ahí, creo yo, la verdadera razón de mi éxito; no en mis ojos azules, en mi aspecto físico, en mi vestuario, en mi forma de actuar. Reside, creo, en mi forma de ser.

Me parece muy honesto que unos canten contra la guerra, en defensa de las hormigas voladoras, a favor de una ideología política; que le canten a los rascacielos, a las montañas azules, a los héroes mitológicos; que protesten, testimonien o profeticen con sus canciones. Porque a mí también me gustaría hacerlo. A mí me gustaría tener la capacidad y recursos para escribir todo género de canciones y, naturalmente, daría un brazo por conseguir un fragmento como los que Bach o Beethoven o Satie o Monteverdi lograban mientras dormían la siesta. Me siento dichoso cuando, por ejemplo, escucho cómo a Serrat se le ha ocurrido la idea de que su techo necesita una capa de pintura; cuando me quedo helado oyendo ese testamento de Brassens pidiendo que lo entierren en la Playa de Sete; cuando retorno a Los Beatles -casi a diario, no hace falta decirlo-, a Jacques Brel o a tantos centenares de admiradores colegas. Y me gustaría haber compuesto también todas esas bellas canciones.

Todas además de las mías. Porque a mí se me ha dado el don de interpretar esas mil formas de amor, hasta ahora resumidas en el centenar y medio de canciones grabadas y otras que esperan. El arte es largo -como decían los latinos- pero también ancho y generoso. Creo que cabemos todos y mi obligación, la que yo me impongo y a la que me empujan mis seguidores, es hacer lo mejor posible aquello que sé hacer. O sea: escribir e interpretar canciones de amor.

Lo cual no significa que renuncie a todas las demás posibles. Ya he grabado algunas que no son específicamente amorosas, o que incluso son más que amor, por utilizar el título de uno de los temas del Jesucristo Superstar cantado por Magdalena/Angela carrasco. Quizás si algún día el amor empieza a no ser tan esencial en mi propia existencia como lo ha venido siendo hasta ahora; quizás si encuentro pasiones nuevas, intereses distintos, cambiarán los argumentos de mis canciones. Pero si ahora basta el temblor de unos labios para que me den ganas de expresar esa belleza en una canción, seguiré haciéndolo. En este terremoto, pues, he admitido todas las críticas. Y pido, al mismo tiempo, que se admitan mis obsesiones de creador. Soy esencialmente un autor de canciones amorosas, lo que no solo no me parece indigno, sino que juzgo importante. Es una buena forma de explicar, a los otros, a los que me escuchan, algo que quizás sienten ellos mismos pero no han podido descubrirlo. O, por lo menos, expresarlo.

¿Sucedió ya así con Algo de mí? Empezó a figurar tímidamente en las listas de superventas hasta que Eduardo Sotillos y Nieves Romero comenzaron a programarlo continuamente en el programa de Radio Nacional "Para vosotros, jóvenes". Durante todo un año estuvo encabezando todas las listas, entonces, cuando los discos no eran mercancía perecedera como las verduras. Ahora un éxito se mantiene como máximo un mes...Ocurría todo en 1972. el día 16 de septiembre, justo el día de mi cumpleaños, me dijeron que la canción había llegado a número uno de "los 40 principales"; aquel día estaba actuando en Molina de Segura, Murcia...El viaje a Londres para la grabación y los resultados de la misma me asentaron en mis sueños. Pude por fin comprarme un coche y, poco después, una casa en la calle Jorge Juan. Pagando siempre al contado, porque jamás he querido hacerlo a crédito, firmando letras. Los que poco antes me huían en las emisoras, me perseguían ahora.

En unos pocos meses cambió por completo mi vida. Se multiplicaban los asedios de las mujeres, incluso de aquellas que conocía de un momento; empezaron a pagar decentemente mis actuaciones; se me respetaba como profesional de la música. En el largo camino docenas de compañeros se habían quedado en el pesado pantano de la lucha, la dificultad y la espera. Otros han seguido, y muchos a mi lado en distintas parcelas de la música. El éxito puede también ser una monotonía. Luego de tantas búsquedas, de la tensión por salir adelante, la popularidad y el éxito terminan con una cara igualmente rutinaria y chata. Naturalmente, se suceden viajes, anécdotas, aventuras, amores...Probablemente no sea posible resumirlo en unas pocas páginas. La infancia se ve más clara, más limpia. La edad adulta es una amalgama de sucesos, de actos, de ideas, de sentimientos, tan compleja y bárbara que no tiene síntesis posible. Cada disco es un mundo, cada actuación una aventura, cada encuentro una hazaña posible. Y debe uno vivir tan de prisa que apenas tiene tiempo de averiguar lo que la vida es. Por eso a estas alturas he querido detenerme un instante y echar la vista atrás a fin de investigar en lo que hay delante de mí. Al fin y al cabo, como decía ya en mi segundo disco, yo soy Solo un hombre. Y "está el hoy abierto al mañana, mañana al infinito..., ni el pasado ha muerto ni está el mañana ni el ayer escrito". Lo dijo Machado.FB_IMG_1573589700744.jpg
 
Biografia y memorias de CAMILO SESTO

CAPITULO 22
LA DAMA DE TULES

El hombre era evidentemente un entendido en cante jondo, casi un cabal. Al menos, eso quería demostrar. Estaba yo en las Cuevas de Nemesio atento a esa música severa, misteriosa y profunda, eterno aprendiz pero saboreador honesto, cuando aquel hombre se me acercó a hablarme y terminó sentándose a mi mesa. Estaba yo acostumbrado a estos inconvenientes - a veces ventajosos- de la popularidad. Algunas noches, para drenarnos de los excesos de nuestra propia música, íbamos un grupo de amigos a aquella pequeña catedral del cante flamenco. He procurado siempre no cerrar los ojos a nada que el hombre haga, por lejano que en apariencia esté de mis intereses; así he encontrado muchas veces satisfacciones inolvidables. Uno , incluso agitadamente, vive entre los hombres y no puede desdeñar nada de lo que hagan. Pocas cosas me indignan tanto como la presuntuosa ignorancia del que es número uno en cualquier cosa y por ese simple hecho rechaza todo lo demás. El flamenco, como los conciertos de música clásica, o el teatro, o los espectáculos deportivos me han interesado siempre, a veces unas temporadas más que otras, según mi estado de ánimo, pero por nada me perdería un acontecimiento cultural si puedo llegar a él. La primera cosa que pido a mi secretaria antes de emprender una gira es que se entere bien de los acontecimientos que hay en la ciudad o de lo que vale la pena ver allí.

El tablao madrileño ha sido uno de mis refugios. Sin embargo, no puedo recordar con quién me encontraba aquella noche, sin duda porque fue tan desmesurado lo que sucedió después que pasó un borrador sobre mi inmediata memoria.

Tendría aquel hombre unos treinta y cinco años y parecía muy educado. Hablamos de las posibles o imposibles relaciones entre el pop y el cante, sobre los parecidos remotos orígenes de ambas músicas - campesinos andaluces, esclavos negros en Estados Unidos, jóvenes marginados en Inglaterra-; callábamos mientras intervenían cantaores y bailarinas; le dábamos con tiento a un jerez seco y frío que ayudaba a entornar el alma.

Alguien había invitado a un grupo de gente, a local cerrado, a aquella sesión; en cierto modo, pues, todos éramos presuntamente conocidos. En realidad, el hombre tenía muy poco que ver con la música. Era (es) una personalidad destacada en Madrid, sobre todo por el tipo de trabajo que tiene y por su dinero, que debe de ser incluso excesivo. Y parecía muy simpático.

Cuando acabó el espectáculo, me tomó del brazo:

- Es todavía temprano. ¿ Quieres venir a tomar una copa a casa?

-Bueno, es que he venido con unos amigos...

-Mi mujer tiene mucho interés en enseñarte unas telas. Sabemos que has sido pintor y nos gustaría conocer tu opinión.

-Yo en realidad...

-No puedes desairarla, Camilo. Se enfadaría conmigo, fíjate. No puedes imaginar lo que te admira, de veras. Bueno, ya te lo he dicho. Y aprovechas para dedicarnos tus discos; los tenemos todos, todos.

Muchas veces me he metido en conflictos por no atreverme a decir que no a la gente que me rodea. Muchas veces por cordialidad, varias por timidez, algunas por el aguijón de la vanidad halagada, el caso es que en muchas ocasiones he hecho lo que no me apetecía hacer. De cualquier manera, aquel tipo parecía tan encantador, tan educado, tan sereno, que finalmente empecé a dudar.

- Mira, será un momentito. Una sola copa. Te llevo en coche y luego yo mismo te devuelvo a casa. O adonde vayas con tus amigos.

Todo lo ponía muy fácil aquel caballero.

Salimos, pues los dos de las Cuevas de Nemesio. El portero trajo hasta la puerta un Porsche blanco y brillante.

Tan grandes excesos de amabilidad empezaban a mosquearme. Pero llevaba aún el cante en el cerebro y el jerez en el corazón. Tampoco me importaban las sorpresas. Desde que era un hombre famoso e incluso- según algunos - un hombre público ( en el sentido de que me debía a mi público). Estaba acostumbrado ya a todo género de asaltos, de administraciones súbitas, de halagos inopinados. El peso de la púrpura, que dicen. Uno procura llevarlo lo mejor que puede y sin descomponer la figura, que para eso se lo buscó con ahínco...

Bueno. Enfilamos estrechas callejuelas, cruzamos avenidas, empezamos a salir de la ciudad. Mi anfitrión poseía una impresionante casa en Puerta de Hierro con mayordomo que recogía los abrigos apenas abierta la puerta y perros guardianes que se apaciguaban a la voz del amo. Nos quedamos los dos en un inmenso salón que parecía de Lo que el viento se llevó.

-¿ Un whisky, Camilo?

-Con Coca Cola, por favor - dije-. Es mi bebida predilecta.

Nos sirvió el mayordomo y el dueño le ordenó que se retirara. Ni me traían discos para que los firmase ni me señalaban cuadros sobre los que poder emitir una opinión, aunque colgaban muchos y buenos de las paredes.

-Un momento, ahora aparecerá mi mujer .

Todo natural. Casi me daban ganas de ponerme a contar esos chistes idiomáticos bobos que tanto nos divierten a mi y a mis músicos a eso de las cinco de la madrugada, después del trabajo agotador: ¿Cómo se dice escupir en árabe? ¿...? " Saliva-va" ¿Cómo se llama el ministro japonés de Sanidad? ¿...? "Yo quito Kakita." Contar alguna tontería de ese genero. El hombre miraba con una sonrisa perfecta y yo empezaba a sorber mi bebida.

De pronto, apareció la mujer por una puerta lateral. Llevaba el pelo suelto, largo y dorado, y sobre su piel lucía una especie de túnica trasparente y azul cuyo borde arrastraba por el suelo. Tan trasparente que podía verse toda su piel. Toda. No llevaba una sola prenda aparte de aquellos tules. ¡ Sopla, manopla, y escucha la copla de Constantinopla!, como dijo el otro. El marido me la presentó sin hacer mención alguna a su vestuario, como si ella recibiera siempre así a sus invitados, con la piel a la intemperie.

Después de un respingo que me agitó delos pies a la cabeza, intenté mantenerme frío vaciando el resto de mi copa. La mujer se sentó a mi lado y comenzó a hablar de mi mismo, de lo que le gustaban mis canciones, todo lo que había oído en el tablao, como si tal cosa. En un momento dado, el marido se levanta del sofá y desaparece. ¡ Vaya, otro que se me presenta en pelota viva!, pensé yo.

No fue así. No estaba previsto o su esposa no le dio tiempo. Casi inmediatamente me tomó de la mano y me pidió que la siguiera para enseñarme sus cuadros.

La pinacoteca familiar era bastante rara y estaba en un lugar poco adecuado: el dormitorio. Lo menos erótico que había allí eran unos espléndidos traseros de Urculo. Unos espejos clarísimos sujetos al techo multiplicaban todo aquel arte que una censura incluso poco rigurosa hubiese condenado a la hoguera. La señora me pidió que me sentara en la cama, el lugar mas apropiado para ver todo esto, dijo. Para eso y para todo lo demás. Realmente, no puede negarme, porque la dama estaba francamente muy bien. Antes de pensarlo mucho andaba ya metido en una orgía bastante inverosímil y absurda, pero ¿ cómo negarse después de tantos alicantes? Mientras veía nuestros cuerpos reflejados a la vez en docenas de espejos, asustado por casi lo que veía, pensé que me habían tendido una trampa suntuosa." Ahora me están filmando, seguro, ahora aparece el marido y me pega un tiro; han llamado a la Policía y va a trincarme por estupro o violación o asalto; la semana que viene aparezco en todas las revistas de Madrid como mi madre me trajo al mundo..."

Pero no estaba en condiciones de evitarlo, con aquella mujer en mis brazos. Se incendiaba antes de sacar la cerilla. Bastaba que acercara mi lengua a uno de sus pezones para que se retorciera como una serpiente y gritara de placer. En realidad, el solo hecho de verme desnudo a su lado la empujaba a reír, a chillar, exaltada y enfebrecida. Cuando estábamos ya en los umbrales del séptimo cielo, se abrió la puerta del dormitorio y apareció el marido. Muy tranquilo con su copa en mano. Quizá llevaba el revólver escondido... Pero dijo, sonriendo:

-¿Qué tal? ¿Bien todo?

-¡Si , si, de veras! ¡Magnífico, cariño!- respondió a gritos su mujer.

El tipo hizo un gesto de contento y se fue.

Había terminado la primera sesión, de modo no completamente satisfactorio por culpa de la presencia del hombre. Así que iniciamos una segunda y, a continuación, una tercera, más tranquilo yo e igualmente desbordada ella. Cuando por fin acabaron nuestros trajines, después de mucho rato, la señora se enfundó en sus tules.

-Has estado muy bien, Camilo. Espero que vuelva a repetirse. Muchas gracias.

-De nada, señora. Ha sido un placer- le respondí yo, todavía asombrado.

-Llamaré a mi marido y te llevaremos a Gitanillos. ¿ No te esperaban allí tus amigos?

Regresamos al salón. Estaba allí el marido, entretenido con su bebida y contemplando las musarañas. Se puso de pie, tan educado como siempre, salimos hasta el Porsche después de que ella se enfundara sobre los tules un abrigo de visón blanco, enfilamos la autopista y llegamos a la discoteca. Al despedirse de mí, el hombre me tendió una blanda y helada. Con una brillante sonrisa profidén. La mujer me besó en la mejilla y me entregó un sobre.

Yo pensé que seria una carta o una cita. Lo guardé sin preocuparme. Cuando ya en mi casa, abrí aquel sobre, descubrí que contenía cinco billetes de mil pesetas. ¿ Qué podía hacer: correr a devolvérselas?

No, se las devolví cuando, pocos días más tarde, la mujer comenzó a visitarme en mi apartamento para que repitiéramos juntos, más calmado yo, la escena nocturna de su casa. Así lo hicimos muchas veces, hasta que me cansé de sus visitas. En cuanto al marido, nunca supe más de él." Miró al soslayo, fuese y no hubo nada", como decía del valentón el soneto de Cervantes. Ni me filmaron ni vendieron mi pellejo en exclusiva a ninguna revista por**. Probablemente era aquél su modo de vivir y de soportarse juntos. Hay gente para todo, decía El Guerra.

Pero en hazañas semejantes a ésta me he visto envuelto tantas veces que podría componer una deliciosa antología. Acerca de los sobresaltos que un cantante conocido debe soportar de parte de sus admiradoras, así podría titularse Claro que pronto termina uno curado de espantos y hasta acaba por acostumbrarse. A que le obliguen a cantar a punta de pistola y a que quieran violarlo en un avión. En el fondo, son incidencias propias del oficio. Aunque sospecho que aquella dama de los tules podría haber actuado lo mismo con su cartero, con el profesor de sus hijos o con su director espiritual. Para ciertas cuestiones la voz no es muy necesaria...

Cito la historia como ejemplo insignificante, simpática anécdota de los muchachos sucesos novelescos en que he ido metiéndome casi en el momento mismo en que mis primeras canciones obtuvieron un éxito destacado. Cuando tenga más calma, más ánimo y menos compromisos quizá decida reunir los más notables, incluyendo en ellos los nombres y apellidos de sus protagonistas. Porque mientras las revistas publicaban cábalas sobre mi romance con Maribel Martín, por ejemplo ( y fue la primera portada en color de mi vida, en la revista Ondas), relación que tampoco era falsa, en mis noches y mis días empezaban a acumularse acontecimientos como el que he relatado. Paralelamente a una vida profesional laboriosa y fecunda circulaba inesperable, una vida privada sobre la que prefiero no hablar demasiado...FB_IMG_1573590494464.jpgj8ZJ6SUYWaY
 
A lo mejor ya se ha dicho aquí, pero me gustaría saber si Camilo alguna vez dijo cual era su canción favorita de todas las que hizo y cantó.

En una entrevista que dio hace tiempo confirmó que su favorita era “El amor de mi vida has sido tú” por la fuerte connotación del título y lo que representa el amor más importante en la vida de cualquier persona.
 
En unos sitios dicen que murió de un infarto fulminante, en otros de un fallo renal, y en otros de un cólico nefrítico.

No conozco a nadie que muera de un cólico nefrítico, no creo que sea causa de muerte, quizás me equivoque pero era demasiado joven para morir de algo que le ocurre a la mitad de la población.

Si tienes un cólico nefrítico, el otro riñón es el que se encarga de seguir funcionando para que no muramos mientras te desostruyen el ureter atorado y te destruyen la piedra.

No sé, me parece muy extraño que alguien muera por éso en el siglo XXI estando sano del resto de órganos.
 
Os dejo otro capitulo más

Biografía y memorias de CAMILO SESTO

CAPITULO 23
EL IDOLO DE LA JUVENTUD

En el avión empecé a sentirme frágil y solo. Tan solo que me dolía la garganta. En medio de la noche del cielo, cuando cada hora tarda poco mas de media hora en pasar por los usos horarios, pero parecen siete horas cada una de ellas; en esa situación indecisa de todos los viajeros aéreos, aunque no tengan ningún miedo al avión, de pronto me sentí solo. Debió de ser una sensación efímera, pero punzante e insidiosa. Me vino incluso a la cabeza un verso escrito por el cura Ernesto Cardenal- muchos años antes de ser ministro de Cultura sandinista en Nicaragua - en forma de oración por Marilyn Monroe: sola como un astronauta frente a la noche celestial, quizá por el hecho de encontrarme en medio de esa noche celestial. El monótono zumbido de los motores, el roce del aire al otro lado de la ventanilla, los silenciosos paseos de la azafata y la pacífica somnolencia de mi manager, tranquilo a mi lado en la cabina de primera clase, me hacían sentirme más abandonado que nunca, como perdido para siempre.

-José María, que no pudo hablar.

-¿ Cómo dices?

Me llevé una mano a la garganta y repetí mis palabras. Apenas pudo oírme.

-¿ Te duele la garganta?

Hice un gesto afirmativo con la cabeza.

-No voy a poder cantar mañana, José María.

José María Lasso de la Vega, que era mi segundo manager- creo que también entonces el de Serrat -, mayor, con toda la experiencia del mundo, extendió ante mí su mano derecha. Sobre ella brillaba un diamante, como una nuez; el resplandor parecía conferir a aquella mano grande y pesada una aura de ligereza: como la mano de un ángel. Dibujó en el aire una especie de círculo:

-No te preocupes, muchacho. Si mañana no puedes cantar, no cantas. No pasará nada. Duerme tranquilo.

Cerré los ojos. No poder cantar en Buenos Aires era una tragedia. Por un momento pensé que iba a terminar mi carrera si no podía cantar en Buenos Aires. Cantar en Argentina era demasiado importante para mí.

Había realizado mi primer viaje unos meses antes, al lado de mi primer manager Juan Martínez, alias Tino, y había sido un conjunto de aventuras alucinantes. De momento, Tino me había convencido para que me hiciese unas fotografías con un pantalón vaquero que no me gustaba nada. Son cosas de promoción, no tienes más remedio. Luego, poco antes de subir al avión, nos dimos cuenta de que en Argentina era entonces invierno ( Junio en España, creo recordar ) y que yo no tenía abrigo. Tino no perdió el tiempo. Me trajo uno suyo, de piel, enorme. Pasear en junio por Madrid con aquel abrigo fue todo un espectáculo.

Y apenas aterrizamos en Buenos Aires me encuentro toda la ciudad empapelada con enormes cartelones en donde aparecía yo vestido de vaquero: El ídolo de la juventud viste pantalones Kansas. Al parecer, el Algo de mi había sido en Argentina un éxito gigantesco (dije ya que me dieron allí mi primer disco de oro, antes que en España) y una consecuencia de que todo el mundo conociese mi canción eran aquellos anuncios. Si hubo dinero de por medio, no lo sé ni quién pudo llevárselo. El empresario argentino organizó aquella publicidad por la que, como yo es lógico, no cobré un duro. Pero sería el primer y último anuncio que he hecho, aunque luego las ofertas se han presentado por millares. Por ahora pienso que mi misión en la vida es cantar, no anunciar calcetines o desodorantes. Tampoco es misión mía en la vida lo que esos asuntos proporcionan, es decir, ganar dinero. Que me paguen por cantar, que me paguen mucho, me parece bien, porque es una forma de reconocer el mérito de mi trabajo. Presentarme como consumidor eximo de cualquier cosa no me apetece demasiado.

Pero aquel Buenos Aires lleno de camilosestos en vaqueros me pareció maravilloso. Creo que di un abrazo a Tino por aquella idea. Durante un par de semanas estuve paralizado por la emoción de aquella inmensa y animada ciudad. Era la primera vez, aparte de viajar a Londres, que salía de España; la primera vez que me presentaban como ídolo. El día carecía de horas suficientes para alimentar mi asombro y mi entusiasmo: el mercado de San Telmo, las formas de hablar, los boliches donde el tango fluía como una fuente inagotable, las librerías abiertas veinticuatro horas, sesiones de teatro vanguardista que comenzaban a las dos de la madrugada, las grandes avenidas llenas de gente hermosa, los bifes de chorizo y los panqueques y el queso con dulce de membrillo, el barrio de Boca, el ineludible paseo por la calle Caminito, con sus fachadas pintadas de colores... Ni Londres era entonces una ciudad tan bulliciosa, tan viva, tan joven como Buenos Aires. Recorrí la ciudad palmo a palmo, como el más devoto turista.

En principio, sólo estaba previsto que actuase en Canal 9 de televisión y en una pequeña discoteca, pero el empresario, animado por el éxito y por los dividendos de los tejanos - supongo-, organizó a toda prisa una gala en el teatro Rex, todo lleno de dorados y rojos. Media docena de músicos aprendieron a toda prisa algunas de mis canciones y así me presenté. El teatro estaba medio vacío, ya no sé si porque no había tenido tiempo de anunciar mi actuación. Las canciones que el grupo no había logrado aprender las cantaba acompañándome de una guitarra o sin música, a capella, como realmente me gusta cantar. La gente aplaudió mucho y confieso que fue la primera vez que los aplausos me impresionaron, especialmente porque era aplausos vigorosos y sin escándalo. El público vestía de gala y me aplaudía como a un director de orquesta o a un actor que hubiera representado a Shakespeare. Conocía el griterío de las discotecas, de las plaza del pueblo, de los cabarés; el humo de las salas de fiestas, el jolgorio de las fiestas patronales y de las actuaciones en radio. Aquello sobrepasaba cualquier experiencia. Y hasta que me encontré, años más tarde, ante seis personas en el Radio City Music may de Nueva York, el teatro cubierto más grande del mundo, no tuve una sensación parecida.

Si hubo muchas cosas que me habían impresionado en aquel primer viaje a Buenos Aires. Quizá la más importante de todas se llamaba Gabriela Isabel Jackiewisky ( aunque no pondré mis manos al fuego por la exactitud del apellido). Cantaba algo, hacía alguna peliculita y era rubia, brillante, ojos azules, sumamente divertida. Su nombre artístico era Marcia Bell.

Era de origen lituano y me la presentaron en mi primera noche en Buenos Aires. Ya no me separé de ella mientras estuve allí, ni durante aquel viaje ni durante los siguientes, hasta que logré que ella se viniera a España conmigo. De pronto, a quince mil kilómetros de Madrid, me encontraba tan cómodo en el salón de mi casa rodeado de mi gente. Al lado de Marcia me sentía tan dichoso que me preguntaba:

-Bueno, pero ¿ dónde estoy?

Era ella joven y lo que sigue siendo. Niña traviesa, jamás dejaba de reír y gastar bromas. Su sueño era venir a vivir a España, y le di un cheque para que se comprara un billete Buenos Aires- Madrid, con derecho a todo. Tardó varios meses en hacerlo, aunque de vez en cuando me llamaba:

-¡ Ché! ¿ Cuándo querés que vaya, Camilo?

-¡ Venite ya!

Se las arregló para cobrar aquel cheque de mi cuenta de Madrid y apareció en Barajas. Antes de llevármela a casa, pasamos por la boutique que mi amigo Juanjo Rocafort tenía al lado de Carlos III, la vestí de arriba abajo, le compré sus trajes, sus zapatos, sus plumas y nos fuimos al Palacio de la Música, donde hacía su presentación Raphael, después de dejar en mi casa su apabullante y voluminoso equipaje. Yo llevaba una chaqueta de leopardo- falsa, pero que daba el pego-.Hacía un año que la hacia conocido a Marcia nunca había estado tan hermosa. Los periodistas se nos echaron encima, porque era ciertamente una mujer espectacular.

Y de allí nos fuimos a la casa que acababa de comprar en Jorge Juan, un duplex que me había costado todos mis ahorros. Marcia consiguió hacerse un nombre en Madrid muy rápidamente. Se integró en el grupo de azafatas del programa de televisión Señoras y señores, de Valerio Lazarov, junto a Cantudo, Angela Carrasco, Norma Duval, Victoria Vera creo y otra chica que luego se casó con el guitarrista de los Pekenikes. Grabó algunas canciones con letras desastrosas que yo tuve que arreglarle, terminamos peleando, salió luego con Ramón Ribas, fue novia de Dany Daniel, finalmente se casó con un cantante argentino y ahora vive en México, con su marido y sus hijos. Isabel, Isabel, lo que yo daría por tenerte otra vez. Duró poco tiempo, ¿ quién sabe por que? La canción que le dedique en mi disco "Camilo", enmascarada bajo su verdadero nombre de Isabel y a cuya protagonista, por lo tanto, nadie logró descubrir, explica un poco lo que fue para mi Marcia y la brevedad de nuestra relación.

Se llevaba muy mal con Petra, la mujer que ha cuidado de mi casa y de mi mismo desde que tenía diecinueve años, sobre todo porque tenía poco respeto a mi dinero, y ningún aprecio a las plantas, cosas ambas que Petra no ha podido soportar en nadie. Al que no le gustan las plantas no es buena persona, Camilo, dice siempre Petra y yo le doy la razón. Lo del dinero a mi me importaba mucho menos, pero mi ama de llaves ha sido muy rígida en las cuestiones económicas del hogar. Por otro lado, Marcia tenía el don de llevarse mal con muchos de mis amigos y amigas. Odiaba a muerte a Angelita Carrasco, con la gente que yo he trabajado toda mi vida y a la adoro... De manera que en algún momento, no mucho después de haberla recibido en Madrid como a una reina, hube de invitarla a cambiar de domicilio. Para empezar, se fue a vivir con Roseta, cuya casa ha sido una especie de asilo de mis ex. Allí permaneció vinculada a mí, aunque de lejos, como la propia Roseta, hasta que buscó aires más libres.

Pero habíamos tenido tiempo de divertirnos mucho juntos. Me acompaño en giras por toda España, se vino conmigo a Londres para la grabación de otro disco, las revistas publicaron docenas de fotos de los dos y nuestra historia amorosa era un tema de conversación frecuente entre las gentes del gremio y los que nos siguen. Es verdad que me alegró muchas horas de mi vida y que fuimos muy felices juntos mientras duró. Claro que como ya me había ocurrido lo mismo media docena de veces, no fue demasiado dolorosa la despedida. Y desde luego, menos traumática y agitada que algunas de las anteriores...

Marcia Bell, lo más hermoso que encontré en Buenos Aires, durante mi primer viaje...

Mientras realizaba mi segundo viaje con Lasso de la Vega esperaba sobre todo estar en buena forma para cantar delante de ella. Pero me había quedado mudo. Y Lasso de la Vega, moviendo antes mis ojos su diamante tipo manzana, insistía:

-No te preocupes, no te preocupes...

Tiraba de la mantita para que fuera más arropado. Unos asientos más atrás, Tinín, el ayudante de Lasso; Adolfo Waitzman, que me acompañaba como director musical, y su mujer Encarnita Polo, dormían. Yo me sentía solo porque no tenía mi voz.

Llegamos al aeropuerto de Ezeiza. Periodistas, cámaras de televisión, y un coche que me conduce a casa de un médico.

Me mira la garganta, habla con mi manager y vuelta al coche y a casa de otro doctor. Bueno, ¿ qué está pasando aquí?, me preguntaba yo. El nuevo médico vuelve a mirarme, prepara una jeringuilla de veinte centímetros de largo:

-Súbete las mangas.

Estoy sentado en una especie de sillón de dentista, sin abrigo, sin chaqueta. Me subo las mangas de la camisa y de repente ¡ plaf!, aquel matasanos me clava la aguja a un lado de la garganta. Antes de que pudiera respirar, vuelve a clavármela en el otro lado. Ni siquiera tuve tiempo de desmayarme. Porque para consolarme de aquella sorpresa volvió a clavarme dos veces más la aguja, ahora una vez en cada brazo... Me había inyectado dosis de un medicamento de caballo que me dejó helado. Tuvieron que ayudarme a vestirme. Yo ni siquiera podía gritar... Y de nuevo al coche, al aeropuerto, a otro avión. Cuando me di cuenta estábamos todos en Asunción la capital de Paraguay, después de una larga escala promocional en Resistencia.

Y tenía que hacer el triplete aquel mismo día. Cuando íbamos a la primera actuación en una emisora de radio, el coche en el que viajaban el director y el guionista se pegó un golpe y hubo que llevarlos a todos al hospital, con lo que la presentación que me hicieron fue de una antología del desastre... Después fuimos a la casa del Presidente Stroessner, a cantar en el cumpleaños de su hija, lugar en que Tinín tuvo una de sus maravillosas actuaciones, como ya contaré. Finalmente, a una discoteca llamada El Caracol. Debía cantar en un escenario circular y giratorio, bastante alejado de los músicos. Pero los músicos habían sido contratados con premura, como siempre, y sólo tenían una idea muy somera de mi repertorio. Para mayor facilidad, sólo había sobre nosotros un grupo de focos. Cuando las partituras de los músicos caían bajo la luz de los focos, todo funcionaba a las mil maravillas. Pero la plataforma giratoria los apartaba en seguida de las luces y los pobres muchachos se quedaban con el dedo colgando y sólo podían tocar al azar: turu-tú-titi-ñac... Así sonaba aquello. Menos mal que el batería era un tipo ingenioso y conseguía mantener un ritmo aproximado. Y yo, milagrosamente curado de mi mudez por aquellas inyecciones, estaba decidido a cantar como fuese, con la música al revés o sin música.

Después volvimos a Montevideo y recalamos por fin en Buenos Aires, ciudad maravillosamente llena de Marcia Bell... He regresado muchas veces a Argentina. Sin desmerecer de otros países americanos, ha sido, con México, Venezuela y Puerto Rico donde más a gusto me he sentido. Aquella segunda vez- y tampoco otras posteriores, ciertamente- no careció de peripecias. Veníamos muy quemados de Paraguay, pero nos esperaban todavía algunas hazañas. Volvió a mirarme el médico y se quedó muy satisfecho del resultado de su actuación. Ante su puerta, Tinín me había pedido permiso para partirle la cara, pero le rogué un poco de calma.

Tinín, José Manuel Inchausti por verdadero nombre, era torero, pero trabajaba por amistad como road-mánager para Lasso de la Vega, que por entonces era el más importante de los managers españoles. Llevaba o había llevado al Dúo Dinámico, Juan y Junior, a Celia Gómez, a Serrat, a Antonio Amaya, a decenas y docenas de artistas importantes. T Tinín era su mano derecha..., o su puño derecho. Cordial, amable, servicial y eficacísimo, sólo le faltaba para ser perfecto un poco de finura y diplomacia.

Pues bien, la primera actuación fue en el Centro Gallego. Ante la falta de la puerta trasera, tuve que salir por entre el público, por la puerta principal. Pero la gente, españoles en su mayoría, se había arremolinado por todas partes, se había subido a mi coche. Comenzaron a aparecer policías a caballo, con unas porras impresionantes, y como ocurre muchas veces en que los policías no saben cómo arreglar las cosas , se liaron a golpes contra todo el mundo, los caballos saltando por encima la multitud. Hubo docenas de heridos y un escándalo espantoso.

A los pocos días tocaba el Canal 9. Buenos Aires estaba entonces muy tenso por la proclamación de Perón como candidato a la presidencia del justicialismo: manifestaciones, policías y militares por las calles...Entre Lasso y el empresario argentino Alfredo Capalbo tenían algunos negocios poco claros. Lasso dirigía la operación desde la habitación del hotel y Tinín y yo fuimos a la emisora. Grabé una actuación y salimos. Una vez acomodados en el coche, los militares meten las ametralladoras por las ventanillas diciéndonos que volvamos a entrar, que yo tengo que hacer otras dos grabaciones más. Tinín se cabrea y empieza a soltar todos los tacos y blasfemias que conocía, que eran desde luego muchos, más de los que yo he oído jamás.

-¡ Por Dios, Tinín, que nos fríen, cállate, que tengo el tubo en la sien!

A Tinín, el torero, no le daba miedo nada. Siguió jurando y despotricando contra los militares. Hasta que salió alguien de la emisora, parlamentó y nos obligaron a entrar de nuevo. Al parecer, el contrato estipulaba que yo debía grabar más canciones.

-¿ Cuántas quieren, diez, veinte, cincuenta? Estoy grabando aquí hasta que me caiga redondo, hasta que se vayan estos señores.

No podía decir otra cosa, porque los militares seguían con sus armas en la mano, mientras Tinín releía el contrato y echaba pestes contra todos los muertos, los vivos, los seres celestiales y los infernales. Al fin se solucionaron las cosas, a costa de mis pulmones, naturalmente, y volvimos al hotel.

Todo aquellos follones y otros muchachos que no vale la pena mencionar, con los empresarios, con los músicos, contratos firmados en una servilleta de bar, hicieron que Lasso de la Vega dejara de ser mi manager. Aunque siempre me trató, en el poco tiempo que estuvimos juntos, como un padre. Tinín también desapareció de mi lado, como consecuencia de ello. Y lo sentí mucho porque era un compañero ideal, sobre todo para los momentos de apuro. Empecé a descubrir que en la vida de un cantante conocido esos momentos suelen ser más de los que a él le gustaría encontrar. De todas maneras, Lasso y Tinín siguen siendo hoy en día grandes amigos míos. FB_IMG_1573665242924.jpg
 
En unos sitios dicen que murió de un infarto fulminante, en otros de un fallo renal, y en otros de un cólico nefrítico.

No conozco a nadie que muera de un cólico nefrítico, no creo que sea causa de muerte, quizás me equivoque pero era demasiado joven para morir de algo que le ocurre a la mitad de la población.

Si tienes un cólico nefrítico, el otro riñón es el que se encarga de seguir funcionando para que no muramos mientras te desostruyen el ureter atorado y te destruyen la piedra.

No sé, me parece muy extraño que alguien muera por éso en el siglo XXI estando sano del resto de órganos.

Camilo tenía un trasplante de hígado. Bueno, en realidad tenía dos porque el primero lo rechazó y se lo tuvieron que volver a trasplantar. Cuando te hacen un trasplante te dan años de vida, pero tu esperanza de vida ya se te acorta.

Y si te sirve de algo... yo tenía un buen amigo que con unos veinticinco años le tuvieron que trasplantar el corazón. Aparte de jóvenes, éramos nadadores de élite: deporte al máximo, no alcohol, no fiestas, no comida basura, no tabaco, etc... Vamos, las personas más sanas del mundo. Él murió unos veinte años después porque los medicamentos para el rechazo del corazón le fueron destrozando los riñones. Después de unos catorce o quince años le dio una insuficiencia renal y cuando esa insuficiencia llega a estadio cinco es cuando te tienen que poner diálisis y mirar si es posible otro trasplante. Pero, claro, en medio no debe darte una crisis y tu cuerpo tiene que aguantar. Los síntomas de la insuficiencia renal son horribles y van desde vómitos a cansancio extremo, líquido en los pulmones, una retención de líquidos brutal que te hincha como un globo, pérdida de masa muscular dolores de huesos y pérdida de claridad mental. No es que te vaya mal la cabeza es que tardas más de lo normal en formar la frase y hablar, es como si tuvieras un resacón de muerte porque tus riñones no están siendo capaces de eliminar toxinas del cuerpo y, básicamente, tu cuerpo te envenena. A veces, mi amigo parecía que le había dado un ictus porque le costaba hablar, pero era uno de los síntomas de la insuficiencia renal. Con cuarenta años parecía un cadáver viviente casi sin movilidad y muy enfermo todo el rato. Hace unos años me dio la impresión que Camilo tenía insuficiencia renal porque tenía los mismos síntomas que mi amigo, no paraba de sonarse, hablaba más lento y le costaba un poco moverse. Y sí, en ese caso te puede dar una crisis y tener un fallo multiorgánico en cualquier momento que desemboque en parada cardíaca. Eso fue lo que le pasó a mi amigo y estoy casi segura, me da la impresión, que a Camilo le pasó lo mismo. Mira en internet que seguro que encuentras info sobre la insuficiencia renal.
 

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