Asesinatos impactantes

El asesinato de Silvia Likens
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Un 26 de octubre de 1965 en Indianápolis (Estados Unidos) se encuentra el cuerpo de Sylvia Likens en un mugriento sótano del 3850 de East New York Street. La muchacha, de 16 años, había sido torturada, acosada y violada hasta la muerte por Gertrude Baniszewski y sus hijos, así como varios adolescentes y adultos del vecindario. Fue la víctima del peor caso de abuso físico del estado de Indiana.

Sylvia Marie Likens, nacida un 3 de enero de 1949 falleció de las peores formas un 26 de octubre de 1965 a la corta edad 16 años. Probablemente por su juventud, la joven debería ser recordada por otros hechos menos onerosos, sin embargo pasó a la historia como la mayor víctima de asesinato, tortura y violación de Indianápolis, Indiana, en Estados Unidos.

El país entero quedó horrorizado por el sufrimiento de Sylvia, quien fue torturada por Gertrude Baniszewski y sus hijos, así como varios jóvenes y niños del vecindario, algunos de apenas 10 años de edad.

Luego de conocer a los padres de Sylvia, Gertrude se dispuso a cuidarla a ella y a su hermana, por lo que ninguno sospecharía el calvario que le esperaba.

Antes de morir, los gritos de Sylvia llegaron a oídos de vecinos de la familia, pero creyeron que era mejor no entrometerse.

Los médicos forenses describieron el caso como «el caso de abuso físico más terrible del estado de Indiana».

En su honor, hay un pequeño monumento con su foto colocado por orden del Departamento de Policía de Indianápolis.

Dos semanas después de haber dejado a las niñas al cuidado de Baniszewski, los Likens volvieron a visitar a sus hijas, no hubo ninguna queja al respecto así que se marcharon conformes, y a partir de ahí Baniszewski, sus hijos, y varios adolescentes del vecindario empezarían la verdadera tortura física y psicológica de Sylvia. Por alguna razón simplemente no podía soportar a las chicas, y sobre todo a Sylvia, con quien más se desquitaba; posiblemente sentía una especie de celos debido a que ella era hermosa, amable, y virgen.

Un día le pregunta a Sylvia porqué pasaba tanto tiempo en la tienda donde trabajaba, y Likens le dijo que solía juntar latas de sodas vacías para ganar dinero extra. No le creyó y obligó a la joven a que se introdujera una botella de Coca-Cola en su vagina frente a todos sus hijos y Jenny, ésta se rompe, y los vidrios desgarran las paredes vaginales de Sylvia. También después de fumar solía apagar su cigarrillo en el cuerpo de la joven, además de golpearla con una paleta, y cuando se cansaba, le otorgaba la tarea de golpearla varias veces al día a su hija Paula Baniszewski quien tenía 18 años. Incluso en ocasiones obligaba a la hermana de Sylvia, Jenny, a que la golpeara en la cara.

Gertrude a la hora de cenar sólo le daba pocas raciones de agua, galletas saladas, y algunas sobras. Una vez mandó a su hija Stephanie Baniszewski y su novio Coy Hubbard (un adolescente del vecindario), a arrojarla por las escaleras del sótano; así, Sylvia recibió un fuerte golpe en la cabeza y permaneció inconsciente durante casi dos días. Coy Hubbard, quien tenía 15 años y era el novio de Stephanie, era experto en judo y le encantaba lanzar a la joven por los aires hacia un colchón que se suponía que era donde tendría que aterrizar, pero muchas veces calculaba mal y la pobre chica caía al suelo de cemento.
Pocas semanas antes del crimen Baniszewski obligó a Likens a escribir una carta dirigida a sus padres comentando que ella y su hermana las estaban pasando bien, y luego, con ayuda de sus hijos escribió con una aguja al rojo vivo “I am a prostitute and proud of it” (“Soy una prost*t*ta y estoy orgullosa de serlo”), en el estómago y abdomen de Likens; y al sentirse incapaz de terminar, Richard Hobbs terminó ese trabajo.

Al día siguiente formuló la manera de deshacerse de Sylvia, le comentó a su hijo John Jr, que podían ir a tirarla a un basurero cuando ella se encontrase desfalleciendo, para que así muriera. Sylvia oyó la conversación e intentó huir, pero Gertrude la detuvo rápidamente y volvió a tirarla por la escaleras del sótano, encerrándola nuevamente.

En la tarde del martes 26 de octubre, Gertrude le ordenó a Stephanie Baniszewski y a Richard Hobbs que le tirasen un balde con agua fría a Sylvia mientras dormía para que despertara. Ellos así lo hicieron, pero la chica quedó totalmente inmóvil, dándose cuenta entonces de que ya no respiraba. Stephanie se desesperó e intentó reanimarla, pero para entonces ya era tarde, Likens ya estaba muerta. Las causas de la muerte fueron hemorragia cerebral, Shock, y Desnutrición.

Richard Hobbs fue quien llamó a la policía esperando que ellos la resucitasen. Los oficiales se percataron de las heridas de la chica y de su grado de desnutrición, le preguntaron a los jovenes que fue lo que había pasado, pero ninguno respondió. Baniszewski trato de explicarle que unos vandalos le hicieron eso y sus hijos la habían traído a casa. Entonces Jenny Likens estalló en llantos y le dijo a los oficiales “Sáquenme de aquí y les diré todo”. Gertrude, sus hijos, y varios jóvenes del vecindario fueron arrestados por la policía.

Gertrude Baniszewski, sus hijos, Hobbs, y Hubbard, tuvieron libertad bajo fianza en espera del juicio.

• Gertrude Baniszewski fue hallada culpable de asesinato en primer grado y sentenciada a cadena perpetua. Se le recluyó en la Prisión de Mujeres de Indiana. Obtuvo su libertad condicional por buen comportamiento el 4 de diciembre de 1985, tras estar 20 años en prisión. Ella se cambió el nombre por el de Nadine van Fossan y se mudó a Iowa, donde murió de cáncer de pulmón el 16 de junio de 1990, pocos años después de aceptar finalmente su culpabilidad.
• Paula Baniszewski fue hallada culpable de asesinato en segundo grado y sentenciada a cadena perpetua. Obtuvo su libertad condicional el 23 de febrero de 1973, después de servir 7 años en prisión. Tuvo una hija en ese mismo año y la llamó Gertrude.
• Coy Hubbard fue hallado culpable por homicidio impremeditado y sentenciado a 21 años de prisión. Se convirtió en un delincuente y volvió a la cárcel con frecuencia.
• Richard Hobbs murió de cáncer de pulmón a la edad de 21 años, 4 años después de salir del reformatorio.
• John Baniszewski Jr., pese a tener 13 años de edad, fue sentenciado a cumplir 21 años de cárcel; fue el preso más joven del reformatorio de la historia de ese estado. Tras cumplir su condena, se convirtió en pastor laico, para contar su historia.
• Stephanie Baniszewski fue hallada culpable por cómplice y fue sentenciada a cumplir 12 meses en prisión. Ella junto con Coy Hubbard arrojaron a Sylvia por las escaleras del sótano, lo que le produjo una hemorragia cerebral.
Ésta terrible historia la hicieron película.
Recuerdo que me impresionó mucho la crueldad de tanta gente.
 
LAS CARAS DEL MAL

‘El ángel de la muerte’ que disparaba por la espalda: “Un día saldré y los mataré a todos”

Carlos Eduardo Robledo Puch lleva 48 años en prisión por 11 homicidios, dos violaciones y 17 robos


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El ángel de la muerte’ argentino que disparaba por la espalda (Archivo)

Mónica G. Alvarez / 07/02/2020 06:30 | Actualizado a 07/02/2020 09:22


“Su rostro imberbe, casi aniñado, parece corresponder más bien a un adolescente temeroso”. Así describían los diarios argentinos de la época al denominado ‘El ángel de la muerte’, un delincuente de veinte años cuya apariencia física despistó a las autoridades por su aspecto inocente. Detrás de aquel Marilyn Monroe masculino de ojos celestes y cabello rubio, se escondía un criminal peligroso y sádico que mataba a sus víctimas por la espalda.

Robledo Puch
asesinó fríamente a once personas convirtiéndose en el serial killer más importante de Argentina. Y aunque él mismo se autoproclamó un “ladrón romántico” que emulaba al mismísimo Robin Hood, lo cierto es que con cada robo dejaba tras de sí un reguero de sangre.


Delincuente temprano


Procedente de una familia de clase media y muy religiosa, Carlos Eduardo Robledo Puch nació el 19 de enero de 1952 en Buenos Aires (Argentina). Su madre, Aída Puch, era una inmigrante alemana, licenciada en Químicas y con tendencia a la depresión; y su padre, José Robledo, trabajaba como técnico para la General Motors. Ambos intentaron educar a su único hijo en el respeto, el cariño y la bondad, pero él tenía otros planes.

Pese a su gran talento para el piano y los idiomas (hablaba español, alemán e inglés), desde muy pequeño Robledo tuvo muchos problemas de conducta que le llevaron directamente a un reformatorio. Su primer delito lo cometió con tan solo 11 años.


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Robledo Puch, de niño (infobae)


El muchacho tenía dificultades con la autoridad, no le gustaba obedecer y le fascinaba el lado oscuro. Por eso cuando a los quince años conoció a Jorge Antonio Ibáñez, encontró en él la horma de su zapato. La pareja congenió en su rebeldía siendo la peor pesadilla de sus compañeros de clase y sus vecinos. Comenzaron robando en la escuela para después perpetrar hurtos menores y robo de vehículos. Después los golpes fueron mayores y sustrajeron joyas y relojes en pequeñas joyerías, hasta que llegó el primer asesinato.

Era la madrugada del 3 de mayo de 1970 cuando Robledo e Ibáñez se colaron en la vivienda de una tienda de repuestos para coches donde dormían el dueño, su esposa y una de sus hijas.

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Jorge Antonio Ibáñez, compinche de Robledo Puch (YouTube)


Sin mediar palabra, Robledo encañonó al hombre con su pistola y le pegó dos tiros. Murió en el acto. El sonido de las detonaciones despertó a la mujer que trató de huir sin mucho éxito. El joven la disparó en dos ocasiones y una vez en el suelo, Ibáñez la violó mientras Puch vaciaba la caja registradora.

Minutos más tarde, la pareja huyó en el Fiat de Robledo y la mujer, malherida, pidió ayuda. Cuando la Policía le tomó declaración describió a uno de los agresores como “un hombre de pelo largo”.

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Robledo Puch de joven (Archivo)


El 15 de mayo, los adolescentes cometieron un segundo robo. Esta vez forzaron la ventana de un bar y se llevaron un importante botín, cerca de 30.000 euros. Todo podía haber acabado bien si no fuese porque Robledo abrió una puerta y descubrió a dos hombres durmiendo. Eran Pedro Mastronardi y Manuel Godoy.

De nuevo, el joven sacó su arma y los disparó hasta matarlos. Cuando los investigadores le preguntaron una vez detenido por qué los asesinó mientras dormían, Robledo respondió con sorna: “¿Qué querían? ¿Que los despertara?”. Gracias a este último pillaje, la pareja de adolescentes se dedicó a gastarse el dinero en bares, discotecas y prost*tutas.


Secuestrar y violar


Nueve días más tarde cometieron un nuevo golpe. Esta vez se trataba del supermercado Tanty donde el guarda jurado Juan Scattone se estaba echando una cabezada, pero el ruido despertó al vigilante y comenzó a hacer la ronda. Cuando Puch avistó al hombre le ajustició por la espalda. Siempre mataba de la misma manera: varios tiros en el dorso.

Casi un mes después de este último crimen, Ibáñez propuso a Robledo que secuestrasen a una chica para violarla. Se trataba de Virginia Rodríguez, de dieciséis años, a la que el primero conoció en un bar. Mediante engaño, Ibáñez logró que la joven subiese al vehículo que acababan de robar.
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Robledo Puch, en una foto de archivo (YouTube)

Para evitar miradas indiscretas, los jóvenes tomaron la ruta Panamericana y aparcaron el coche a un lado de la carretera. Ibáñez trató de desnudar a la chica pero esta no paraba de resistirse. Finalmente, él la invitó a marcharse. “¡Vete!”, le gritó. Y ahí fue cuando Robledo le disparó por la espalda hasta en cinco ocasiones. Su amigo le acababa de hacer una señal para que acabase con su vida.

Después de robarle el dinero que llevaba en la cartera, la pareja huyó a toda velocidad con tan mala suerte que estamparon el vehículo contra un cartel publicitario. Con total tranquilidad se bajaron del auto y se dirigieron a la parada de autobús más cercana. Así fue que como llegaron hasta la ciudad.

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Ana María Dinardo, víctima de Robledo Puch (YouTube)


El 24 de junio, Ibáñez y Robledo volvieron a engatusar a otra muchacha para agredirla sexualmente. Era la modelo Ana María Dinardo, de veintitrés años, que acababa de visitar a su novio en el bar Katoa. En el mismo lugar donde cometieron la anterior violación, Robledo aparcó el vehículo para que Ibáñez desnudase a la chica. Aunque Ana María se opuso con fiereza, no pudo evitar que el adolescente la agrediese.

Una vez cometida la agresión, Ibáñez la instó a vestirse y a huir del lugar corriendo. No había recorrido ni tan siquiera veinte metros cuando Robledo le descerrajó siete tiros por la espalda.

Un nuevo compinche

La muerte de Ibáñez en un accidente de tráfico
trastocó los planes delictivos de Robledo. Era el 5 de agosto y el joven necesitaba un compañero nuevo. Encontró a Héctor Somoza, de diecisiete años, que trabajaba en una panadería y a quien ya conocía de vista. En los siguientes meses cometieron varios robos en supermercados y concesionarios de coches donde, aparte de cuantiosos botines, Puch terminó disparando a los dos vigilantes de dichos recintos.

Sin embargo, fue durante el robo a una ferretería el 3 de febrero de 1972 cuando Robledo decidió ejecutar a Somoza. Decía que le daba mala suerte porque desde que eran socios los botines eran cada vez más pequeños. Tras una fuerte discusión donde también mató al vigilante de seguridad, Robledo ejecutó a Somoza de un disparo certero en la cabeza. Para evitar que le identificasen, le quemó la cara y las manos con un soplete y huyó.

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Ficha policial de Robledo Puch (YouTube)

Hasta ese momento, las autoridades achacaron a la guerrilla –concretamente a los llamados montoneros- aquella oleada de robos y asesinatos en distintos establecimientos públicos. Incluso los medios de comunicación hablaban de que “un temible sindicato del crimen opera en la zona norte: asesinan vigilantes para robar empresas” y que la Policía se enfrentaba a “elementos avezados y de extrema peligrosidad”.

Todo cambió cuando los investigadores encontraron el cuerpo de Somoza y registraron su ropa. En uno de sus bolsillos tenía guardado su documento de identidad y, por tanto, podían saber quiénes eran sus amistades. Fue cuestión de horas que los agentes diesen con Robledo Puch.

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Momento de la detención de Robledo Puch en 1972 (Clarín)


La Policía se personó en el domicilio familiar del asesino y tras realizarle varias preguntas optaron por detenerle y trasladarlo para un posterior interrogatorio. Según explicó Robledo en distintas entrevistas, aquello se produjo al margen de la legalidad, bajo coacción y amenazas, y utilizando la tortura para que confesase los crímenes. Todo apunta a que emplearon la picana eléctrica –instrumento que descarga corrientes eléctricas en contacto con el cuerpo- en la lengua, los brazos, los testículos, las manos y los pies.

Tras aquel suplicio, Robledo decidió relatar todos sus crímenes. Era el 5 de febrero de 1972. Había “caído el peor asesino de la historia” en Argentina y su novia Mónica jamás sospechó nada al respecto.

Argentina, conmocionada

“La Bestia Humana”, “La Fiera”, “El Muñeco Maldito”, “El Unisex”, “El Carita de Ángel”, “El Verdugo de los Serenos”, “El Gato Rojo”, “El Tuerca Maldito”, “El Chacal” y “El Ángel Negro”, fueron algunos de los sobrenombres que los medios de comunicación argentinos le pusieron a Robledo Puch. Aquel “monstruo con cara de niño” había conmocionado a toda la sociedad. Durante semanas, la gente no hablaba de otra cosa y el enfado era tal que pedían la pena de muerte. Incluso hubo personas que intentaron agredir al homicida durante la reconstrucción de los hechos.

Así que cuando llegó el juicio, la expectación fue máxima. Días antes se había escapado del penal de La Plata. Lo encontraron en un bar y cuando rodearon el local, el fugado gritó: “¡No me maten, soy Robledo Puch!”


La Sala I de la Cámara de San Isidro escuchó el testimonio de los forenses que examinaron al preso. Según el perito Osvaldo Raffo, el joven que acababa de cumplir los veinte años, era “dueño de una agresividad ingobernable y despojada de sentimientos de culpa”.

El experto llegó a definirlo como un “psicópata desalmado” cuya “maldad” le venía “de lejos”. De hecho, Raffo apuntó que “en cuanto si el encausado tiene desviaciones sexuales, podemos decir que sadismo sí ha existido, y esta es una forma de desviación sexual que se manifiesta frecuentemente en la personalidad perversa”. A esto se sumaba la falta de empatía y afectividad de Robledo por las víctimas.

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Robledo Puch, custodiado por la policía (Clarín)


“Durante los veinticinco encuentros que tuve con el psicópata asesino sentí que yo era el cura y él el diablo de la película El exorcista, aunque era bello y angelical”, explicó Raffo años más tarde durante una entrevista.

En cuanto al acusado, este se mostró tranquilo y sin remordimiento alguno. De hecho, cuando testificó dijo: “Que conste que siempre maté por la espalda”. Aquí el juez tenía claro que Robledo Puch era culpable de los delitos que se le imputaban. Todas las pruebas apuntaban hacia él y aquella confesión fue la puntilla para que le condenasen a cadena perpetua por 11 homicidios, dos violaciones y 17 robos. Años más tarde, ante el tribunal de apelaciones, el condenado espetó a la sala: “Esto fue un circo romano. Algún día voy a salir y los voy a matar a todos”.

FOTO JUICIO 1980


48 años en la sombra


Durante los últimos 48 años, Robledo Puch se ha pasado los días jugando al ajedrez con otros presos y leyendo la Biblia. Se hizo pastor evangélico y hasta asumió su homosexualidad. Sin embargo, su salud mental está muy deteriorada. Entre los episodios que ha protagonizado: emular a Batman disfrazándose con un mantel y una máscara mientras prendía fuego a un taller y gritaba “¡fuego, mucho fuego!”.

En 2018 sufrió una neumonía multifocal que le mantuvo cinco días ingresado y tras su recuperación le trasladaron a la Unidad 28 de la cárcel de Olmos. La diferencia con otras prisiones: no tiene muros sino una alambrada en el perímetro y allí solo permanecen presos de más de 60 años. Robledo acaba de cumplir los 68

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Fotografía de Robledo Puch en 2018 (telam)


Pese a las solicitudes de libertad condicional y las cartas pidiendo el indulto, las autoridades siempre le han denegado cualquier posibilidad de salir de prisión porque consideran “que no se ha reformado de manera positiva en ninguno de los aspectos sociológicos necesarios para vivir en libertad, además de no poseer familiares directos que puedan contenerlo”.

Su vida sigue siendo motivo de interés por parte del público. Incluso el director Luis Ortega llevó al cine su historia gracias a ‘El ángel’, un filme que se estrenó en mayo de 2018 y que participó en festivales cinematográficos como el de Cannes o el de Donostia, o premios tan relevantes como los Goya o los Oscars.

“Yo mismo podría hacer las escenas de riesgo y escribir parte del guión”, propuso Robledo en la cárcel en más de una ocasión. Al fin y al cabo, su sueño era que Martin Scorsese, Steven Spielberg o Quentin Tarantino dirigiesen la película sobre su vida y que Leonardo Di Caprio lo interpretase en la gran pantalla.
“Me inventaron porque no había un Charles Manson criollo”, afirmó en una entrevista. Y aunque añora “el mundo exterior porque no he vivido nada”, este asesino sabe “que afuera podría morir de tristeza, lejos de los muros. Sea adentro o afuera, hay una realidad: mientras todos se van en libertad, yo estoy muriéndome de a poco en este calvario”.

 
LAS CARAS DEL MAL

Arthur Shawcross, de veterano de guerra en Vietnam a asesino en serie

Después de mutilar y matar a sus víctimas, lanzaba los cadáveres al río Genesee


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Arthur Shawcross, de veterano de guerra en Vietnam a asesino en serie (Archivo)

Mónica G. Alvarez / 21/02/2020 06:30 | Actualizado a 21/02/2020 09:34


“La mayor parte de las veces ni yo sabía que iba a matarlas. Además, me conocían y no esperaban eso de mí. Las atacaba rápidamente y las dejaba paralizadas”, explicó Arthur Shawcross a la Policía sobre cómo logró asesinar tan fácilmente a sus víctimas. Este veterano en la guerra de Vietnam lanzaba los cuerpos de las mujeres al río Genesee, aunque según él mismo declaró hubiese preferido “encontrar un gran hoyo” para que “estuvieran todas juntas”.

A medida que las autoridades de Rochester hallaban los cadáveres completamente mutilados, los habitantes de dicha localidad se fueron encerrando en sus casas. Nadie quería toparse con el asesino en serie que estaba aniquilando a las mujeres de la ciudad. Durante veintiún meses, la caza a este serial killer se convirtió en toda una proeza.


Pirómano y agresivo


Arthur John Shawcross nació el 6 de junio de 1945 en Kittery, Maine (Estados Unidos), en una familia donde su madre le propinaba toda clase de maltratos físicos y psicológicos. Parece ser que la matriarca, entre otras cosas, le amenazaba con extirparle los genitales si no se portaba bien y hasta le sodomizaba con el palo de la escoba.

Todo ello influyó en su carácter y le llevó a convertirse en un niño taciturno, callado y muy violento. Entre sus hobbies preferidos: prender fuego a cualquier cosa, pegar a animales y a niños más pequeños, y pasearse con una barra de hierro en el autobús del colegio.

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Ficha policial


Con 18 años cometió su primer delito al entrar en unos grandes almacenes de extranjis tras romper un cristal. El sonido de la alarma lo asustó y todo terminó en una regañina por parte de los agentes. Muchas personas le veían como una especie de “pirado”.

Tras dejar el colegio y casarse con Sarah Chatterton, tuvo su primera hija. Dos años después, ya con veintiuno, se divorció y el ejército le reclutó. Lo enviaron a Vietnam y fue allí donde dio rienda suelta al asesino y caníbal que llevaba dentro: “Veo a una mujer y le disparo. No quedó muerta del todo y la até a un árbol. De una de las chozas sale una muchacha y la llevo para atarla con la otra. Son el enemigo, por lo que le corto el cuello a la primera. Como los vietnamitas son supersticiosos, clavo su cabeza en un poste, para que no vengan más. Luego corté la carne de la pierna de aquella mujer por el muslo hasta la rodilla, como un jamón, y lo asé en el fuego. No olía muy bien, pero cuando estuvo bien asada me puse a comerla…”.

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Arthur Shawcross, de joven (YouTube )


Tras su participación en la guerra de Vietnam, el joven desarrolló un importante estrés post-traumático que le llevó a sacar su lado más agresivo, principalmente el pirómano. En todos los trabajos donde estuvo, Shawcross provocaba incendios sin que nadie sospechase de él. Además, alarmaba de los mismos convirtiéndose en un héroe. Hasta que le pillaron robando en una gasolinera y alegó que “una voz” se lo ordenaba. El juez Wiltse le condenó a cinco años de prisión pero salió al cabo de dos.

Su vida después de la cárcel no fue muy halagüeña. Dados sus antecedentes, nadie quería contratarlo y solo pudo ejercer como jardinero o basurero en el vertedero municipal. Durante este tiempo, se casó dos veces más, la tercera el 22 de abril de 1972 con Penny Sherbino.


Primeros crímenes


El 7 de mayo, Jack Blacke, de diez años, desapareció de su casa en Watertown. El niño era muy amigo de ‘Art’ (así lo llamaba cariñosamente) y solían ir a pescar juntos. Previamente a la desaparición, la madre prohibió a sus hijos que se relacionasen con este hombre dados sus antecedentes y las historias de guerra que les contaba. Así que cuando Jack no regresó a casa y una testigo les vio juntos la noche de autos, los padres alertaron a la Policía.

Al acudir hasta el domicilio del sospechoso y tomarle declaración, este dijo haberlo visto en compañía de su amigo Jimmy. Pero a la mañana siguiente, cambió su versión y afirmó que la última vez que lo vio fue cuando le acompañó a la piscina del colegio. Pese al giro en su declaración, los investigadores no vieron “nada raro en su historia” y empezaron a sospechar de la propia familia que tenía problemas con la justicia.

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Jack Blacke, primera víctima de Arthur Shawcross (YouTube)


La investigación dio un giro y buscaron pruebas en la propia casa de los Blake, sometieron a los padres al polígrafo y al no encontrar nada sospechoso, concluyeron que el muchacho se había fugado. Entonces, la búsqueda se desarrolló en bosques, casas abandonadas y riachuelos de la zona donde decenas de voluntarios (boy scouts y soldados de una base militar cercana) ayudaron en su localización.

Llegado el mes de septiembre se produjo una segunda desaparición en la zona: la de Karen Ann Hill, de ocho años. “Estaba aquí, y unos segundos después desapareció”, dijo su madre a la Policía. El dispositivo de búsqueda se inició enseguida y, gracias a un testigo, se supo que la niña estuvo al lado del río en compañía de un hombre con una bicicleta blanca.

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Karen Ann Hill, segunda víctima de Arthur Shawcross (YouTube)


La descripción física del individuo (similar a la de Shawcross) y la de la bicicleta (con guardabarros marrón), llevaron a los agentes directamente a la casa de Arthur. Al mismo tiempo, otros policías localizaban el cadáver de la pequeña bajo el citado puente. Yacía boca abajo, semidesnudo y cubierto con piedras y escombros. La pequeña presentaba signos de haber sido violada y estrangulada.

Tras su detención, Shawcross confesó: “Debo de haberlo hecho [matar a la niña] , pero realmente no lo recuerdo; quizás he perdido el conocimiento”. En ese mismo interrogatorio el sospechoso dio pistas de dónde podría estar Jack. Tres días más tarde y gracias a la localización aportada, encontraron su ropa y un esqueleto. Era Jack Blake. Shawcross se enfrentaba así a dos cargos por asesinato.

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Detenido tras matar a dos niños


El 17 de octubre de 1972, el juez Wiltse, quien años antes condenó a Shawcross por un delito menor, sentenció al acusado a veinticinco años de prisión rechazando con la petición de internarlo en un psiquiátrico. “Confío en que le ayudarán a resolver sus problemas durante este tiempo”, le dijo.

El asesino de Jack y Karen estuvo en el Centro Correccional de Attica y después en la prisión de Stormville donde jamás dio un solo problema, era un preso ejemplar. Además se sacó el bachillerato y se especializó en ebanistería. Y hasta se hizo amigo de una enfermera, Rosemary Walley. Tras más de catorce años en prisión, finalmente le concedieron la libertad condicional en 1987, pero con una serie de premisas. Las condiciones eran: no consumir alcohol o drogas, tenía prohibido acercarse a niños, prost*tutas o poseer armas, y le mantendrían vigilado.


Nueva vida en libertad


Puso rumbo a Rochester, en el estado de Nueva York, donde vivió con su amiga Rose quien, con el tiempo, se convirtió en su cuarta esposa. Trabajaba en un mercado colocando fruta y su vida era de lo más modesta y normal. Sin embargo, un año después de obtener la libertad condicional, la Policía comenzó a descubrir cadáveres mutilados de mujeres en lugares próximos a zonas de pesca, principalmente en el río Genesee.

La primera víctima, Dorothy “Dotsie” Blackburn, tenía veintisiete años y había sido estrangulada. Seis meses después, era Anna Marie Steffen quien apareció en avanzado estado de descomposición, en postura semifetal y con los vaqueros bajados hasta los tobillos. Un mes más tarde, Patricia “Patty” Ives, una joven prost*t*ta, fue localizada con la cabeza metida en un agujero y su cuerpo repleto de abejas.


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Dorothy Blackburn, víctima de Arthur Shawcross (YouTube)


Por cada crimen cometido, Shawcross tenía una explicación al respecto. Durante cuarenta y siente páginas de declaración, el asesino aseguró, por ejemplo, que golpeó a Frances “en la garganta” porque mantuvieron una discusión en el coche y eso le puso “furioso”. Así que la terminó estrangulando. En cuanto a Anna Marie Steffen, se enfadó porque le dijo que estaba embarazada y no entendió por qué seguía ejerciendo la prostit*ción.

A Dorothy Keeler le rompió el cuello tras amenazarlo con contarle a su esposa que era su amante. “Le apreté el cuello con mi antebrazo para que se callara”, explicó. A June Stott la mató por ser virgen, a Maria Welch por robarle dinero y a Darlene Trippi, por llamarlo “inútil” después de no poder concluir satisfactoriamente una relación sexual.

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La policía recupera el cadáver de Felicia Stephens, víctima de Arthur Shawcross (Getty)


El modus operandi de Shawcross era muy similar en todos los asesinatos. Mientras que a unas mujeres las golpeaba salvajemente, a otras las estrangulaba o acuchillaba. Eso sí, la mayoría –fueron un total de doce víctimas- presentaban signos de agresión sexual y de mutilación genital. Además, elegía determinados tramos del río Genesee para arrojar los cadáveres. Nunca quiso enterrarlos porque, según él, jamás encontró un hoyo lo suficientemente grande para que cupiesen todas.

“Pensaba encontrar un gran agujero para meterlos todos juntos”, aseguró a los investigadores. Y dejó claro que “si estuviese libre, volvería a matar”. Aquí la labor de los psicólogos fue primordial para entender al depredador. “Jamás había visto ni oído hablar de un caso tan grave de estrés postraumático”, escribió el psicólogo Joel Norris. Un estrés “tan dominante que lo había dejado en un estado de anestesia emocional, entumecido psicológicamente, incapaz de relacionarse con nadie según un modelo funcional normal”.

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Detenido por segunda vez.


El estrés postraumático grave a raíz de Vietnam fue la línea que siguió la defensa de Shawcross para conseguir que le declarasen inocente por enajenación mental. La doctora Dorothy Otnow Lewis fue la encargada de mantener esta versión ante el jurado, incluso llegó a mostrar sesiones de hipnosis con el paciente para que viesen las distintas personalidades que poseía. Pero de nada le sirvió. Nadie creía que aquel supuesto trastorno psiquiátrico era el responsable de los crímenes. “El hombre del tribunal no es el que yo conozco; tiene una doble personalidad”, dijo Clara Neal en el estrado intentando ayudar al acusado. La mujer era su vecina y también su amante.

Por otra parte, el fiscal Charles Siragusa presentó más de sesenta testigos, pruebas forenses y un alegato final que conquistó a los miembros del jurado, y que llevaron a Shawcross directamente a un veredicto de culpabilidad.


Enfermo o asesino calculador


“Examinen su mente. Se trata de una mente enferma”, trataba de justificar el abogado de la defensa, David A. Murante. “Considérenlo un asesino, frío, calculador y sin remordimientos, para quien matar no representó ningún trastorno emocional, sino, según las propias palabras del acusado, un trabajo como otro cualquiera”, contradecía el fiscal Siragusa. Unas palabras basadas también en el informe realizado por el famoso perfilador del FBI Robert Ressler, que ayudó a echar por tierra la teoría del estrés postraumático.

El 13 de diciembre de 1990 y tras varias hora de deliberación, el jurado del Condado de Monroe declaró a Shawcross culpable de los diez cargos de asesinato en segundo grado (250 años de prisión). Ni siquiera cambió de actitud al escuchar el veredicto, un comportamiento que mantuvo durante todo el proceso judicial. Tampoco quiso hablar aunque el juez Wisner le instó a ello: “Señor Shawcross, ahora tiene la posibilidad de hablar. Todos deseamos comprender lo que pasó”.

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Durante el último juicio.


Entre los familiares de las víctimas se respiraba cierta sensación de alivio. La madre de Karen Ann Hill, por ejemplo, dijo llorando: “Por suerte, no volverá a ver la luz del día” porque “los dieciocho años de angustia han terminado por fin”. Después, la mujer compró un árbol de Navidad: “Es para mi hija. Sigue teniendo ocho años. Los tendrá siempre”. La madre de otra de las víctimas también dejó su testimonio por escrito: “Veo cómo la mata en mis pesadillas; la veo luchar para liberarse; oigo sus gritos y siento su miedo”.

Tras esta primera sentencia, llegó una segunda meses después. El Condado de Wayne le condenó a cadena perpetua por el asesinato de Elizabeth Gibson. Eran otros 25 años más.


Durante varios años, la defensa de Shawcross trató de recurrir las sentencias apelando al sabotaje llevado a cabo por parte de varios testigos e, incluso, de la mala praxis ejercida por la Policía para obtener la confesión del condenado. Ningún planteamiento fue admitido a trámite.

Entretanto, este asesino en serie, que se casó por última vez con su vecina Clara Neal, comenzó a ganar dinero pintando cuadros desde la cárcel. Los lienzos se cotizaban a un precio más alto dado su historial criminal. Inclusive, ideó varios souvenirs para sacarle mayor rentabilidad. Entre ellos, destacaban tarjetas con frases tétricas –“me comí una vagina”-, papeles con su propia sangre, su firma o su rostro.


También concedió varias entrevistas para televisión, participó en varios documentales y escribieron un libro sobre su vida titulado, Arthur Shawcross: The Genesee River Killer.

La fama terminó cuando, el 10 de noviembre de 2008, Shawcross fue hospitalizado tras aquejarse de unos fuertes dolores en las piernas. Horas más tarde sufrió un infarto y falleció. Tenía 63 años. Su cadáver fue incinerado y sus restos entregados a su única hija. Pero tal y como dijo el fiscal Siragusa durante el juicio, “ciertos defectos del aparato judicial” impidieron que el ‘Asesino del río Genesee’ volviera a actuar. “Nunca debió permitirse que saliera de la cárcel”, al fin y al cabo, este individuo “adoraba matar”.

 
Con tu permiso @cotinueva hago extensible la noticia. Buenos días. Saludos.
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LAS CARAS DEL MAL

Remedios Sánchez, la cocinera que asesinaba ancianas en Barcelona

‘La mataviejas’ fue condenada a 144 años de prisión por matar a tres mujeres e intentarlo con otras cinco



Remedios Sánchez, la cocinera que asesinaba ancianas en Barcelona

Remedios Sánchez, la cocinera que asesinaba ancianas en Barcelona (efe)

Mónica G. Alvarez - 26/06/2020 06:30 | Actualizado a 26/06/2020 09:06

Dolores, una anciana de Barcelona, daba un paseo cuando Mari se le acercó desesperada. Le pidió ayuda porque había perdido las llaves de su casa y, como la encontró tan nerviosa, la invitó a la suya a tomar una manzanilla. Poco después llegó Pepita, su amiga del alma y también octogenaria, le presentó a la desconocida y quedaron en verse en otro momento. Cuatro días después, Pepita apareció muerta: fue asesinada de forma violenta. Cuando Mari se enteró, acudió a visitar a Dolores pero esta rehusó ver a nadie, tan solo intercambiaron unas palabras a través del interfono. Aquello le salvó la vida. Su nueva amiga en realidad se llamaba Remedios Sánchez y era una asesina en serie.
Durante un mes, esta cocinera puso en jaque a los Mossos d’Esquadra: asfixió y mató a dos ancianas más, lo intentó con otras cinco y perpetró ocho robos con violencia. Gracias al olfato de Josep Lluís Trapero, por entonces jefe de investigación criminal del cuerpo, fue detenida portando la dirección de una de sus víctimas. Acababan de atrapar a la ‘mataviejas’.

Adicta al juego

Remedios Sánchez Sánchez, más conocida como ‘La Reme’, nació el 22 de julio de 1957 en Dormeá, una parroquia de Boimorto, provincia de A Coruña, en el seno de una familia con once hermanos. Dada las carencias económicas familiares, a los dieciséis años la joven emigró a Barcelona en busca de un futuro mejor. Era una muchacha “cariñosa y amable”, recordaba su prima Beatriz. Ya en la Ciudad Condal trabajó como cocinera, se casó, tuvo dos hijos gemelos y, con los años, terminó separándose debido a sus problemas con el juego. Tras salir con Rafael, taxista de profesión, este puso fin a su relación por su adicción a las tragaperras.
Poco antes de cometer el primero de los tres crímenes, Remedios trabajaba como cocinera en un bar de la calle Balmes y tenía importantes problemas económicos derivados de su ludopatía.


Era principios de junio de 2006 cuando Dolores, viuda de 80 años, caminaba por el paseo de Maragall. De repente, se topó con una mujer de unos 50 años que “nos dijo que no se sentía bien y que no encontraba las llaves de su casa, así que la invité a la mía a tomar una manzanilla”, recordaba Dolores en una entrevista. “Como tenía comida de sobra, se quedó a almorzar. Era muy amable, me contó que tenía dos hijos”, explicó la mujer.

Antes de marcharse, llegó Pepita, entablaron una animada conversación, le dio su dirección y Mari quedó en visitarla alguna vez. El 10 de junio de 2006, la mató.

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Remedios Sánchez, el día de su detención (efe)


Remedios, haciéndose pasar por la tal Mari, acudió al domicilio de Pepita, de 83 años, cogió un cuchillo y trató de apuñalarla. La anciana pudo defenderse pero al ser la agresora más joven y “con una fortaleza física importante”, finalmente redujo a la víctima y la asesinó. Le colocó un tapete de ganchillo alrededor del cuello y, mientras la estrangulaba, empujó su cabeza contra el sillón. La fuerza que empleó para asfixiarla fue tan descomunal que le rompió la nariz. Una vez muerta, Remedios le robó todas las joyas y el dinero que encontró en la casa.

Cuatro días después, intentó lo mismo con Dolores, pero esta no quiso abrirle la puerta: se sintió indispuesta para recibir a nadie. Aquello salvó su vida.


Los ataques


El día 18 de junio, Rosa Rodríguez, de 80 años, sufrió un violento asalto. Tras abrir la puerta a la supuesta novia de un vecino que necesitaba una tirita, la desconocida se abalanzó sobre ella y comenzó a patearla y golpearla con saña. Lo hizo con tal dureza que tras agarrarla por el cuello y estrangularla, la anciana perdió el conocimiento. Por suerte, no murió.

Tres días más tarde, Rosario Márquez, de 87 años, fue apaleada y asfixiada hasta el desmayo. Remedios, como en los anteriores casos, se inventó una excusa para poder acceder al domicilio, atacar a la víctima y robarle las joyas y el dinero. Lo mismo le pasó a Pilar, Alicia o Remedios, que sufrieron el mismo tipo de asalto y que, afortunadamente, sobrevivieron para contarlo.

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Una de las ancianas que sobrevivió al ataque de Remedios Sánchez (efe)


No así Adelaida Geranzani, de 96 años, a quien el 28 de junio, Remedios golpeó reiteradamente y estranguló con una toalla hasta la muerte. Una vez fallecida, la asesina se llevó unos pendientes, cerca de 1.2000 euros y se dirigió a un local recreativo para jugar a las máquinas tragaperras.

El tercer crimen lo cometió el 1 de julio cuando estranguló a María Sahún, de 76 años. También utilizó una toalla. Tras llevarse las alhajas pertinentes, monedas antiguas, libretas bancarias y 500 euros, ‘La Reme’ volvió a refugiarse en un local de juego. Siempre seguía el mismo patrón en sus ataques: se ganaba la confianza de mujeres de edad avanzada para, después, asaltarlas y golpearlas en sus domicilios, perpetrar los robos y cometer los asesinatos. Si hubo alguna superviviente fue porque la agresora creyó que estaban muertas.


A la caza de la ‘mataviejas’



Montserrat e Isabel, de 85 y 79 años respectivamente, fueron sus últimas víctimas. A la primera la dejó inconsciente y con el dinero robado terminó jugando en un bingo cercano; y a la segunda, le sisó el monedero. Tan solo llevaba cinco euros.

A lo largo de ese verano, los Mossos d’Esquadra buscaron a la asesina en serie quien, según las testigos, tenía unos cincuenta años, un marcado acento gallego y una cicatriz en la mano. Fue gracias a Dolores, la amiga de Pepita, la que puso a los investigadores sobre la pista. Mencionó a Mari, una amiga reciente que también conoció a la fallecida días antes del crimen y que quedó en visitarla. Cuando explicó a los agentes el lugar exacto donde coincidieron, localizaron la cámara de seguridad de una sucursal bancaria en cuyas imágenes aparecía la susodicha. Con la impronta de la sospechosa, los Mossos empezaron a rastrear las cámaras del metro y dieron con ella, pero aún faltaba encontrarla.


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Remedios Sánchez detenida.


Otro dato que ayudó en la investigación fueron los robos: la Policía concluyó que la asesina necesitaba dinero, seguramente para el juego. Así fue como indagaron en locales de juegos y bingos cercanos a las zonas de los ataques hasta que dieron con una mujer que encajaba con el perfil. Era Remedios Sánchez, sin antecedentes penales. Procedieron a buscarla en la dirección que constaba en su DNI, aunque ya no vivía allí. Siguieron el rastro de la señal de su teléfono móvil y 200 agentes peinaron la zona señalada.

Al cargo de la investigación se encontraba Josep Lluís Trapero (excomisario de los Mossos hasta 2017 y que, en aquella época, ejercía como jefe de investigación criminal del cuerpo) quien se unió a la búsqueda y decidió entrar en un bingo de la calle Provença para probar suerte. La tuvo. Delante de una tragaperras estaba Remedios jugando de forma compulsiva.

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El mayor de los mossos Josep lluis trapero a su salida de la audiencia nacional (Emilia Gutiérrez)


Al detenerla, Trapero explicó que la presunta asesina de ancianas “reaccionó sorprendida al momento, pero después se mantuvo como si no hubiera pasado nada”. Pese a encontrar en su bolso una agenda con la dirección de Pepita, ‘La Reme’ se mantuvo tranquila. Sin embargo, cuando registraron el domicilio, la mujer cambió de actitud: “Chillaba, gritaba, pedía explicaciones, tuvo varios ataques de nervios”.

Durante las seis horas que duró el registro, hallaron más de 250 joyas de todo tipo (anillos, collares, pendientes, relojes, monedas antiguas) y libretas bancarias de las víctimas, además de dinero. Mientras la Policía inspeccionaba la casa de la detenida, esta repetía sin cesar que era un error. Ya en comisaría se negó a declarar y ante el juez instructor número 16 de Barcelona repitió la misma jugada dando la callada como respuesta.


La culpa fue de Mari


En realidad, no necesitaban su testimonio porque con las pruebas recabadas hasta entonces y las declaraciones de las testigos, el juez pudo acusarla de tres asesinatos, entre otros delitos, y decretar su prisión provisional. Fue a través del escrito de la defensa donde, por primera vez, Remedios habló y explicó que la única autora material de los asesinatos era una mujer llamada Mari a quien alquiló una habitación de su piso y que, según ella, le pagaba con joyas. “Estaba muy mal, bebía mucho y mezclaba medicamentos”, se excusaba la acusada.

Llegado el momento del juicio en junio de 2008, la defensa sacó a relucir un posible trastorno de personalidad múltiple para exonerarla de toda culpa. Pero según el informe pericial psiquiátrico que le realizaron, la asesina en serie “no presenta signos de enfermedad mental activa” y que su personalidad está “libre de patología”. Es decir, que no padecía ningún trastorno mental y que no existían indicios de que los hubiese sufrido. Por otro lado, en cuanto a sus facultades mentales “se hallan conservadas” y que “se considera egoísta, un poco terca y con mal genio”, además de “cerrada y un poco autoritaria”. La presunta asesina, sin embargo, consideraba que “se implica en las cosas que hace” y que era “demasiado buena, no nerviosa y poco impulsiva”.

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Remedios Sánchez durante el juicio


En cuanto a la fiscal, acusó a Remedios de ser una mujer “fría y calculadora” que “conocía, sabía y quería hacer lo que hizo” y de actuar como “un depredador buscando a su pieza”. Ante estos calificativos, la acusada ni pestañeó. De hecho, cuando tuvo la oportunidad de hablar y defenderse, rehusó a su turno de palabra y entregó a su abogado otra carta manuscrita. En ella espetaba: “Yo sería incapaz de hacer algo así”.

Pero las pruebas la señalaban y las supervivientes también. Tres de ellas la reconocieron: “Está más delgada, con el pelo más largo, pero esos ojos son el alma. Lo siento, es ella”. La excusa de Remedios ante estos testimonios: la reconocieron porque salió en televisión.

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El 3 de julio de 2008, la Audiencia de Barcelona condenó a Remedios Sánchez a 144 años, cinco meses y 29 días de prisión por el asesinato de tres ancianas, por cinco delitos de asesinato en grado de tentativa, siete delitos de robo con violencia y uno de hurto. Tenía 48 años.

En la sentencia, el tribunal explicó que la condenada cometió todos sus ataques y asesinatos, que fueron “especialmente violentos y contra ancianas que no podían defenderse”, y a las que intentaba asfixiar o estrangular con diversas prendas. Dichos actos merecían “una gran repulsa social” porque “todas las víctimas eran ancianas, especialmente vulnerables, por las limitaciones físicas y psíquicas propias de su edad” por lo que Remedios “aprovechó la bondad e ingenuidad de las mismas para acceder a sus domicilios y realizar los hechos”.


Buscó deliberadamente a sus víctimas y planeó sus agresiones con el fin de eliminar cualquier defensa y asegurar la ejecución de su propósito”

LA SENTENCIA
Además, la acusada “asumió conscientemente que podía causar la muerte de las tres ancianas, con los agresivos ataques que desarrolló”, y que “conocía el peligro concreto que creó con su conducta para la vida de las víctimas, a pesar de lo cual ejecutó la acción, aceptando la producción del resultado”. En este sentido, el tribunal apreció que Remedios “buscó deliberadamente a sus víctimas y planeó sus agresiones con el fin de eliminar cualquier defensa y asegurar la ejecución de su propósito”, lo que añadía la circunstancia agravante de la alevosía.

Sin embargo, en la sentencia se descartó que sufriese enfermedad mental o trastorno de la personalidad, ya que, como manifestaron los peritos, presentaba una inteligencia dentro de la normalidad sin ninguna alteración psíquica. Ni siquiera le diagnosticaron ludopatía.

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Remedios Sánchez no quiere hablar durante el juicio

Tras la condena, ‘la mataviejas’ fue trasladada a la cárcel barcelonesa de Can Brians desde donde en 2009 interpuso un recurso de casación ante el Tribunal Supremo. En él alegaba que hubo un error en una prueba, quebrantamiento de forma, contradicción de hechos e, incluso, hizo referencia al principio ‘in dubio pro reo’. Es decir, que en caso de insuficiencia probatoria se favorecerá al imputado. Finalmente, el alto tribunal descartó el recurso y no lo admitió a trámite.
 
LAS CARAS DEL MAL

Milena Quaglini, de víctima a asesina en serie de pedófilos y violadores.

La viuda negra italiana mató a tres hombres que previamente la maltrataron y agredieron sexualmente.


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Mónica G. Alvarez / 28/02/2020 06:30 | Actualizado a 28/02/2020 09:27


Aquella noche, Mario volvió a abofetear y a insultar a Milena. Se había convertido en algo habitual desde que contrajeron matrimonio seis años atrás. El hombre desahogaba su rabia golpeando el cuerpo de su mujer y, ella aguantaba pesarosa cada impacto. Sin embargo, algo en Quaglini cambió esa madrugada cuando aprovechando que su esposo se quedó dormido, le ató las manos, los pies y el cuello con una cuerda y comenzó a atizarlo con un objeto de madera. Una vez muerto, arrastró el cadáver hasta el balcón, lo cubrió y llamó a los Carabinieri. “¿Policía? Maté a mi esposo”, confesó con voz temblorosa.

No fue el único asesinato que cometió esta víctima de malos tratos. Con cada crimen, Milena Quaglini se transformó en una especie de justiciera de pedófilos y violadores. Una de las pocas asesinas en serie que tiñen la crónica negra de Italia.


Bajo el yugo


Procedente de una familia aparentemente “normal” –como reseñaron sus vecinos-, Milena nació en 1957 en la localidad italiana de Mezzanino, en la provincia de Pavía. Pero su infancia no fue tal y como la describían sus allegados. Bajo el yugo de un padre dictador y maltratador, la niña creció en un hogar donde las patadas, las bofetadas y los insultos eran de lo más habitual. Una infancia marcada por la violencia de un patriarca autoritario que llevó a Milena a poner tierra de por medio en cuanto tuvo la menor ocasión.

Tras graduarse en contabilidad, Milena conoció a Enrico, un hombre divorciado diez años mayor que ella, con quien se casó y tuvo su primer hijo, Dario. La muerte repentina del marido a causa de una diabetes, sumió a la joven en una profunda depresión.

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En una fotografía en la playa.


Pese a quedarse viuda y sola con su pequeño, Milena no quiso regresar al hogar familiar para así evitar que su hijo creciese en un entorno hostil. Al tiempo que encontró un nuevo trabajo en un centro comercial, también volvió a enamorarse. Era Mario Fogli, separado y diez años mayor que ella. La relación parecía ir viento en popa, pero el segundo embarazo de Milena en 1992, llevó al límite al nuevo cónyuge.

Mario comenzó a comportarse de forma brusca y agresiva, a gritarla, golpearla y perder la paciencia por cualquier tontería, mientras Milena empezó a sumirse en el alcohol para evadirse.

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Mario Fogli, su segundo marido.


Con el nacimiento de la tercera hija (la segunda para Mario), la situación se volvió aún más dramática. Las peleas eran un continuo, Mario estaba cada vez más iracundo, no lograba tener un trabajo fijo y se acumulaban las deudas. Entonces, Milena decidió buscar un empleo mejor. Lo encontró como cuidadora de un señor de 80 años, Giusto Dalla Pozza. Tal fue la confianza que le transmitió la mujer al anciano que este le hizo un préstamo de cuatro millones de liras (unos dos mil euros). Pero detrás de aquella buena acción, había gato encerrado.

Un día, el hombre se mostró muy enfadado con Milena porque todavía no le había devuelto el dinero. Ella intentó tranquilizarle, pero Giusto la agarró del brazo, la empujó sobre la cama e intentó violarla. La mujer trató de quitárselo de encima cogiendo una lámpara y estampándosela en la cabeza. El anciano se desmayó y murió. Milena huyó despavorida.

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Giusto Dalla Pozza, primera víctima de Milena Quaglini.


Horas más tardes y ya más calmada, la hasta ahora víctima regresó a la escena del crimen para urdir un plan que la eximiera del delito. Llamó a la Policía y les contó que al entrar halló a Giusto tirado en el suelo sobre un gran charco de sangre. Las explicaciones de Milena apuntaban a que el hombre había sido objeto de un ataque o de un robo, así que los investigadores la dejaron marchar. En ningún momento sospecharon de ella.

Encararse a su agresor hizo que Milena también sacase fuerzas para enfrentarse a su marido. No había día que Mario no la pusiese una mano encima. Hasta la noche del 1 de agosto de 1999. Aquella madrugada, la mujer, harta del maltrato continuo, decidió vengarse.

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Escena del crimen de Giusto Dalla Pozza a manos de Milena Quaglini .


La venganza


Después de una fuerte discusión donde, de nuevo, volaron los escarnios, los tortazos y las mofas, Mario se quedó dormido. Milena esperó pacientemente a que él cayera en el letargo, quería quitárselo de en medio. Entonces, cogió una soga y se la colocó en pies y manos, también alrededor del cuello. Al tirar fuertemente de la garganta, él se despertó e intentó zafarse, pero ella lo atizó con un objeto de madera en la cabeza. Para cerciorarse de que moría, apretó la cuerda hasta asfixiarle.

Para evitar que sus hijos encontrasen el cuerpo, lo arrastró al balcón y lo cubrió con bolsas de plástico. No fue hasta la tarde del día siguiente cuando Milena llamó a la Policía. Desde la centralita escucharon una voz temblorosa que decía: “Maté a mi esposo”.

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Milena Quaglini, foto de archivo .


Varias patrullas de Carabinieri acudieron al domicilio familiar, sito en la localidad de Broni, y se encontraron con una mujer de 41 años completamente aturdida. Su intención no era asesinar a su marido, sino solo asustarlo. Aquello lo repitió hasta la saciedad durante el juicio, como también el infierno que había vivido a manos de Mario.

Finalmente, el tribunal de Voghera la condenó a 14 años prisión. Era el 26 de abril de 1999. Después de la sentencia, los abogados de Milena presentaron varios recursos. Apelaban a que la mujer tenía una enfermedad mental. Salió en libertad a los 6 años pero bajo la condición de arresto domiciliario. Jamás se arrepintió del crimen

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Angelo Porello, tercera víctima de Milena Quaglini .


Una vez libre, Milena necesitaba rehacer su vida. Pidió ayuda a su madre, pero le dio la espalda. Después de varios años sobria, la mujer volvió a caer en la bebida, una adicción que jamás llegó a superar. Sola y ante el rechazo de sus vecinos, decidió compartir piso con un desconocido después de ver un anuncio en la prensa. En el mensaje, Angelo Porello se describía como un hombre divorciado, de 53 años, en busca de pareja, convivencia y “luego ya veremos”.

La exconvicta encontró en este mensaje una buena solución para comenzar de nuevo. Le respondió y acudió al domicilio en Bascapè. El entendimiento entre ambos era bueno, hasta que Milena se enteró de que Angelo era un pederasta acusado por abusos sexuales a menores. Ahí empezó a distanciarse y él sacó a relucir su lado más violento.


Una nueva violación


Todo explotó cuando la noche del 5 de octubre de 1999, Angelo golpeó y violó a Milena en dos ocasiones. Tras la agresión sexual, la mujer se levantó y le ofreció un café. Aquella era su particular venganza porque, minutos más tarde, el hombre cayó desmayado. Le había echado varios somníferos en la bebida.

Una vez inconsciente, Milena lo trasladó hasta el lavabo, lo metió en la bañera y lo ahogó. Una vez muerto, la mujer lo escondió sobre una montaña de estiércol que había en el jardín y huyó. Veinte días más tarde, la Policía encontró el cadáver en un avanzado estado de descomposición.

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Una vez detenida.


Durante la investigación, los agentes registraron el domicilio en busca de cualquier prueba que les llevase al culpable. Localizaron varias cajas vacías de somníferos, cabello de mujer sobre la cama y las cartas que Milena escribió a la víctima respondiendo a su anuncio. Cuando los Carabinieri lograron dar con Milena, esta les confesó el asesinato con todo tipo de detalles.

Pero esta declaración del 23 de noviembre hizo recordar a los investigadores que la mujer ya había estado envuelta en dos muertes más. Por un lado, la de un anciano de ochenta años de la que jamás hubo prueba alguna en su contra; y por otro, el crimen de su marido por el que sí fue encarcelada. Ante unas evidencias tan claras, Milena terminó asumiendo la culpa de los tres homicidios.

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“Cuando alguien reacciona mal, yo reacciono peor”, se justificaba Quaglini durante el juicio, como si su comportamiento se debiera a un trastorno mental. Así lo apuntaron sus abogados ante la audiencia y por eso el propio juez ordenó su evaluación psiquiátrica, quería dilucidar si era imputable o no.

Dos psiquiatras se encargaron de examinar a la acusada. El primero fue el doctor Mario Mantero, quien aseguró que Milena era incapaz de entender y querer, y que por ello, debía ser tratada en un centro y no castigada con pena de cárcel. El segundo informe llegó de la mano del profesor de psicopatología forense y criminología por la Universidad de Milán, Gianluigi Ponti, que diagnosticó un trastorno y, por tanto, su recuperación en un centro adecuado.

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El 13 de octubre del 2000 y tras tener en cuenta ambas conclusiones, el magistrado de la corte de Milán condenó a Milena a seis años y ocho meses de prisión por la muerte de Mario. Cuatro meses más tarde, el juzgado de Padua la sentenció a un año y ocho meses por el asesinato del anciano. Según la sala, la mujer actuó en defensa propia.

En cuanto al asesinato de Angelo, la tercera víctima, se tuvo en consideración un tercer informe psiquiátrico elaborado por el profesor Maurizio Marasco. En él afirmaba que Milena era capaz de comprender las consecuencias de sus acciones, y que los tres delitos tenían “un denominador común: s*x*, violencia y muerte”. Además, la mujer poseía “la urgente necesidad de vengarse de los males sufridos”, símbolo de la “venganza” que habría ejercido “contra su padre”. Y concluyó que esta “tríada” de asesinatos representaría “la figura criminológica del asesino en serie”.


Mientras el tribunal valoraba esta última evaluación, Milena permanecía en la prisión femenina de Vigevano dispuesta a realizar toda clase de actividades, como por ejemplo, pintura. Los terapeutas veían un cambio significativo en ella e, incluso, que podría recuperarse y hacer una vida normal.

Sin embargo, días antes de que Milena conociese el veredicto por el asesinato de Angelo, esta se quitó la vida. Ocurrió la madrugada del 16 de octubre de 2001 cuando la mujer cogió una de las sábanas de su cama, la cortó en tiras y utilizando una de ellas, se colocó un extremo alrededor del cuello y el otro a un armario. Dejó caer su cuerpo y se ahorcó. Cuando los funcionarios acudieron a la celda a la mañana siguiente, encontraron una nota que decía: “No puedo soportarlo más, perdóname, mamá”.

 
LAS CARAS DEL MAL

Volker Eckert, el ‘camionero asesino’ que conducía en busca de víctimas.

El alemán mató a seis mujeres en su tráiler durante sus viajes por España, Francia y Alemania.


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Mónica G. Alvarez / 13/03/2020 06:30 | Actualizado a 13/03/2020 08:06


Durante dos horas, el camionero alemán Volker Eckert descargó más de veinte toneladas de plástico granulado en el silo de una factoría de Girona. Lo hizo con parsimonia, sin un ápice de nerviosismo, pese a que en la cabina de su camión escondía el cadáver de una mujer a la que acababa de violar y estrangular. Una vez entregada la carga, el conductor condujo hasta un campo de fútbol cercano, esperó a que anocheciese y, una vez a oscuras, cogió el cuerpo y lo arrojó a una zona más apartada. La policía lo encontró horas después.

Mientras tanto, el asesino condujo de regreso a Alemania sin percatarse que una cámara de seguridad captó su vehículo después de deshacerse de la joven. Aquella pista condujo a los Mossos d’Esquadra hasta este asesino en serie itinerante que aprovechaba sus viajes por Europa para matar a prost*tutas.


Camufla su primer crimen


Los datos sobre la infancia de Volker Eckert son prácticamente inexistentes. Nacido en Oeslsnitz, Sajonia, el 1 de julio de 1959, tenía dos hermanos (un chico y una chica) y ya desde su adolescencia, sacó a relucir su vena más sádica y violenta en el terreno sexual. Durante sus sesiones con el psiquiatra Norbert Nedopil una vez detenido, el criminal aseguró que de niño se excitaba tocándole el pelo a una muñeca de juguete mientras la asfixiaba. Una fantasía que reprodujo con su compañera Silvia, a los catorce años.

Tras violarla y matarla, fingió que la muchacha se había suicidado y la investigación no llegó a nada. Recordemos que en aquella época, década de los años setenta, Alemania se encontraba dividida en dos y Eckert pertenecía a la República Democrática Alemana (RDA), algo que con los años le benefició para escapar de la justicia.

Volker Eckert, en una imagen de archivo

Volker Eckert, en una imagen de archivo (YouTube)

La carrera criminal de Eckert prosiguió años más tarde, cuando atacó a tres jóvenes a las que violó e intentó estrangular. Afortunadamente, las chicas sobrevivieron y pudieron denunciarlo. Le condenaron a doce años de prisión en 1988, cumplió poco más de un año, y con la caída del Muro de Berlín y la reunificación de las dos Alemanias, el expediente con sus antecedentes se perdió. Jamás se incorporaron sus delitos, por lo que de cara a las autoridades ya no era un delincuente.

Esto fue clave para que los Mossos d’Esquadra no lograran dar con el asesino antes de cometer su último asesinato, el de Miglena Petrova, en Hostalric (Girona).

Los Mossos d'Esquadra investigando el caso de Eckert
Los Mossos d'Esquadra investigando el caso de Eckert (Archivo)
Al salir de la cárcel, Eckert rehizo su vida, trabajó como pintor y limpiador, y en 1999 comenzó su etapa como conductor de camiones. Su nueva profesión le permitía viajar libremente, campar a sus anchas y cometer delitos sexuales sin preocuparse de la Policía.

Se instaló en la ciudad alemana de Hof, un enclave idílico rodeado de montañas y de poco más de 50.000 habitantes. Desde su centro de operaciones y sobre su gran tráiler, un vehículo de la marca Volvo, empezó a hacer rutas internacionales que le permitió cruzar distintos países en poco tiempo. Ninguno de sus vecinos sospechó jamás de sus macabras intenciones, ni siquiera de los ‘tesoros’ que llevaba en su cabina.

Las caras del mal

“No era un solitario, era más bien el típico tío soltero afable”
FAMILIAR DE ECKERT

‘El estrangulador de Hof’, como se le llegó a denominar, pasaba desapercibido entre sus allegados pese a su metro ochenta de altura, sus ojos oscuros, y su evidente delgadez. Era una persona “completamente normal”, explicaban sus conocidos. “No era un solitario, era más bien el típico tío soltero afable”, dijo un familiar.

Sobre aquel carácter aparentemente “normal”, lo cierto es que las investigaciones revelaron que se encontraban ante un auténtico psicópata, que no sentía remordimiento por sus víctimas, a las que veía como meros objetos. Tras cada asesinato, Eckert guardaba partes de sus cuerpos o de sus ropas. Eran sus trofeos.


‘La Caraguapa’


Uno de ellos fue su sexta víctima confirmada, Miglena Petrova Rahim, una joven búlgara de veinte años que ejercía la prostit*ción en la carretera de Sant Julià de Ramis (Girona). “La Caraguapa”, como la apodaron sus amistades, resultó ser una testigo protegida de los Mossos que ayudaba en un caso de extorsión, cohecho y trata de personas para desenmascarar a un inspector de Policía.

No habían pasado ni dos meses desde que la confidente declaró contra el agente corrupto, cuando Eckert la mató brutalmente. Previamente, contrató sus servicios sexuales. Anteriormente, ya lo intentó con otras compañeras pero se asustaron ante una extraña petición: maniatarlas. Miglena, en cambio, aceptó sin miedo. Aquella decisión le costó la vida.

Miglena Petrova, víctima de Volker Eckert

Miglena Petrova, víctima de Volker Eckert (Frankenpost)

Era el 2 de noviembre de 2006 cuando la muchacha se subió al tráiler de su asesino. Eckert seguía el mismo patrón que con sus víctimas anteriores: jóvenes, delgadas y preferiblemente rubias. Condujo hasta un paraje apartado de Hostalric y le propuso pasar a la parte de atrás. Allí tenía una litera.

Nada más comenzar las relaciones sexuales, el criminal la maniató, tal y como él le propuso, pero sus movimientos comenzaron a ser bruscos y agresivos. Eckert violó salvajemente a Miglena que trató de defenderse. Para lograr mayor excitación y llegar a la eyaculación, el individuo hizo lo de siempre: estrangular a su víctima. Solo así conseguiría llegar al clímax de placer.

Imagen de unas de las víctimas asesinadas por Volker Eckert

Imagen de unas de las víctimas asesinadas por Volker Eckert (YouTube)

Una vez perpetrado el homicidio, Eckert realizaba el mismo ritual: cortaba un mechón de cabello de su víctima, incluso también de la ropa que vestía, los guardaba a modo de trofeos, y antes de deshacerse del cadáver, lo fotografiaba con su cámara Polaroid en distintas posturas. Después de esta especie de ceremonial, regresaba a la cabina para continuar trabajando.

Aquí fue cuando Eckert, aún con el cuerpo de Miglena en el camión, se dirigió hasta la fábrica Neoplástica España, en Sant Feliu de Buixalleu, a unos diez kilómetros, descargó la mercancía y a las dos horas, arrastró el cadáver de la búlgara hasta un paraje aislado. Lo encontraron horas después.


La cámara de seguridad


El testimonio de una amiga de Miglena fue clave para dar con la identidad del asesino. La joven ofreció tres apuntes importantes: cómo era físicamente el asesino, que este conducía un camión grande de la marca Volvo, y que portaba el logo de una empresa alemana, Me-Tra. Además, este mismo vehículo quedó registrado en las imágenes de una cámara de seguridad situada en el trayecto que hizo el asesino aquella noche. Los Mossos ya tenían un hilo del que tirar.

Al cotejar todos los datos con los aportados por la empresa alemana, incluida la descripción física del individuo, se percataron de que era la persona que estaban buscando. Con esta información, el juez de Instrucción nº 3 de Santa Coloma de Farners cursó una orden internacional de detención y autorizó a dos agentes a que se desplazasen a Alemania para arrestar al sospechoso.

Imagen de Volker Eckert en una cámara de seguridad

Imagen de Volker Eckert en una cámara de seguridad (YouTube)

El 17 de noviembre por la tarde, Eckert tenía que acudir a la sede de su empresa en Oelsnitz (Sajonia), a unos treinta kilómetros de su domicilio en Hof. Nunca llegó al polígono industrial para aparcar el tráiler. Poco antes la Policía de Colonia y los dos Mossos de Esquadra enviados por el juzgado de Girona, dieron caza al camionero. Se encontraba a 500 kilómetros, en el barrio periférico de Wesseling.

“Al fin me habéis detenido”, espetó el asesino en cuanto le arrestaron. “Yo no podía parar de hacer esto. Sólo así, matando a las mujeres, disfruto del s*x*. Sé que eso está mal, que así no podía seguir, y por eso tenía pensado entregarme dentro de un año”, aseguró en cuanto le pusieron las esposas. Lo que la Policía no sabía, tanto la alemana como la española, era que estaban deteniendo a un asesino en serie internacional.

Volker Eckert en una imagen de una cámara de seguridad

Volker Eckert en una imagen de una cámara de seguridad (YouTube)

Cuando las autoridades procedieron al registro de la cabina del tráiler del chófer alemán, se encontraron con todo un altar de recuerdos de sus víctimas. En aquel lugar, su “verdadero hogar” como él lo denominaba, guardaba las fotos de las prost*tutas asesinadas, bolsas con algunos mechones de pelo, jirones de sus ropas, y todo, debidamente colocado y siguiendo un orden, el de las fechas de los crímenes. También hallaron trozos de la cuerda con la que estrangulaba a las jóvenes después de violarlas.

Así fue cómo en aquel habitáculo, decorado también con un escudo y una bufanda del Bayern de Munich, los agentes descubrieron que Miglena no fue la única víctima asesinada por el camionero.


Los trofeos


Además de la imagen de la búlgara, desnuda y estrangulada, apareció la de María Velesova, hallada muerta el 1 de marzo de 2005 en Sant Sadurní d’Osormort (Girona); la de una joven rusa, Mary Veselova, asesinada en Figueras; y una polaca de 28 años, Agnieszka Bos, cerca de la carretera de Laon (Francia). Aunque la Policía no encontró fotografías de las otras dos víctimas de Eckert, este terminó confesando que mató a una meretriz en Burdeos y a otra en Massanet de la Selva.

En el caso de la española, se llegó a confirmar su identidad. Se trataba de Isabel Beatriz Díaz Muñoz, de la que el criminal recordaba cuándo contrató sus servicios sexuales (agosto de 2001), y dónde se despojó del cadáver. Lo localizaron dos meses después en avanzado estado de putrefacción.

La Policía encuentra el cadáver de Miglena, víctima de Eckert

La Policía encuentra el cadáver de Miglena, víctima de Eckert (efe)

Algo que también llamó la atención de los investigadores durante el registro de la cabina, fue que en cada una de las instantáneas que Eckert hizo con su Polaroid, escribió frases, comentarios e insultos ofensivos y muy groseros sobre las muchachas. Eran una especie de fichas de sus asesinatos.

Desde la cárcel de Bayreuth (Baviera), el camionero confesó los seis asesinatos cometidos desde 1999 hasta 2006. Aunque con el paso del tiempo, los investigadores empezaron a creer que la cifra era mucho mayor y que podría alcanzar la veintena de víctimas. Pero no consiguieron probarlo.

María Velesova, a la izquierda de la imagen, asesinada por Volker Eckert

María Velesova, a la izquierda de la imagen, asesinada por Volker Eckert (elpunt)

Para el entonces jefe del Área Regional de Investigación (ARI) de los Mossos de Esquadra en Girona, Jordi Bascompte, Eckert era “un enfermo que se excita estrangulando a prost*tutas mientras realiza el acto sexual”. Así lo confesó él mismo, ya en sede judicial: “Yo estaba nervioso y sabía que en seguida la iba a estrangular. Tenía una ligera erección, mi miembro estaba un poco duro”.

Me había bajado el pantalón hasta las rodillas. Ella tenía un condón y me lo puso sobre mi miembro. Me arrodillé sobre ella como siempre. Estaba sentado bastante cerca de su cuello. Ella metió mi miembro en su boca, entonces no podía mover mucho la cabeza porque se lo impedía mi pantalón, que estaba bajado. Entonces revolví con mis manos su pelo rubio. Le dije que tenía un pelo bonito y suave. Ella no respondió nada, parecía que no había entendido nada. Entonces saqué mi miembro de su boca, puse mis manos sobre su cuello y apreté fuerte”.

Retrato robot de Volker Eckert

Retrato robot de Volker Eckert (Mossos)

Seis meses después de estas palabras, el 2 de julio de 2007, Eckert se quitó la vida ahorcándose en su propia celda. Acababa de cumplir los 48 años y nadie creyó que sería capaz de suicidarse, ni siquiera su propio abogado vio señal alguna de sus intenciones.

La impresionante operación policial conjunta llevada a cabo por los cuerpos de España, Alemania y Francia, no pudo culminar su labor ante un tribunal. A este asesino en serie internacional aún le quedaba pendiente la extradición y el juicio por las víctimas en suelo español. Aquel alivio que encontró tras su arresto, como él mismo explicó, no logró expiar su culpa durante esos meses en la cárcel. Sin embargo, jamás se arrepintió de los crímenes cometidos.
 
Las caras del mal

Patrice Alègre, un asesino en serie implicado en orgías sadomasoquistas con menores

Fue condenado a cadena perpetua por matar y violar a cinco mujeres.
Participó en una trama de corrupción sexual con políticos y jueces en Francia.


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Patrice Alègre, un asesino en serie implicado en orgías sadomasoquistas con menores (Getty)


Mónica G. Alvarez / 24/04/2020 06:30 | Actualizado a 24/04/2020 14:12




Cuando comenzó el virulento incendio, nadie podía imaginar lo que se encontraría en el interior del apartamento de Martine Matias. La joven apareció completamente calcinada y con claros signos de haber sido violada. Su cuerpo, desnudo y golpeado, estaba en una extraña posición sexual y ensangrentada. Pese a las evidencias de criminalidad (había sangre en el baño) y a que en la autopsia se encontraron restos de cloroformo, los investigadores clasificaron el caso como “su***dio”. Se equivocaban: un peligroso asesino en serie andaba suelto.

Era Patrice Alègre, hijo de un policía francés, quien perpetró sórdidos asesinatos y violaciones en la última década. Condenado por cometer cinco de ellos, también se vio envuelto en un escándalo por organizar orgías sadomasoquistas con menores para políticos y jueces de renombre en Francia.


El ‘accidente’


Nacido el 20 de junio de 1968 en Toulouse (Francia), Patrice Alègre creció en un ambiente familiar de mucha violencia. Su padre, Roland, formaba parte de los CRS, los llamados antidisturbios de la Gendarmería francesa, y tenía un carácter iracundo. El progenitor, alcohólico y maltratador, pegaba con frecuencia a su mujer, Michelle, una escena que le dejó grandes secuelas al pequeño.

Su madre, por su parte, aprovechaba los continuos viajes de Ronald para hacer su vida y llevar amantes a casa. Dicha situación también marcó psicológicamente a Patrice, que fue testigo de las relaciones extramatrimoniales de la progenitora. Este cóctel le convirtió en un rebelde. El muchacho quería a la madre y odiaba al padre. “Mi padre no me crió, solo me soportaba”, aseguró en una ocasión. Sentía que era un hijo no deseado, que era fruto de un “accidente”, dijo Alègre en más de una ocasión.

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Patrice Alègre, de niño (YouTube)


Su indisciplina llevó a Patrice a ser expulsado de tres colegios distintos y a cometer distintos delitos, principalmente hurtos, robos y tráfico de drogas, de los que salió airoso gracias a su padre. O bien pagaba la multa pertinente o conseguía el favor de sus compañeros para que todo quedase en una mera anécdota y que no pasase por el juzgado.

Con el tiempo reconoció que, con trece años, fue víctima de abusos sexuales maternos, pero estos jamás pudieron demostrarse, unos hechos que los psiquiatras resaltaron tras su detención por matar y violar a cinco mujeres. Esto llevó a Patrice a vivir con su abuela, aunque tampoco fue la solución, porque con dieciséis cometería su primer asalto sexual. Era una compañera de clase, a la que trató de agredir y estrangular sin éxito. La joven jamás lo denunció.

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Patrice Alègre, de joven (YouTube)


En enero de 1988 conoció a Cécile Chambert, se casaron y tuvieron una hija, Anaïs. Su matrimonio parecía un reflejo del de sus padres por los incesantes gritos y malos tratos. De hecho, en una ocasión, la disputa fue tan fuerte que Patrice destrozó una habitación entera y lanzó a su hija contra la pared. Ese fue el detonante para que Cécile denunciase a su marido y se separase definitivamente. Lo que no sabía es que Patrice llevaba una doble vida y que era un sádico asesino en serie.

Este criminal era todo un depredador sexual que utilizaba su poder de seducción para acercarse a sus víctimas, a las que conocía previamente gracias a su trabajo como camarero y portero en discotecas. Si alguna se resistía a mantener relaciones íntimas, las golpeaba, violaba y estrangulaba. El modo en que lo hacía era cruel y despiadado.


Los asesinatos


Valerie Tariote fue su primera víctima, una camarera de veintiún años que trabajaba en el café donde Alègre lo hizo tiempo antes. Valiéndose de la confianza que tenían, el asesino acudió a casa de la joven el 21 de febrero de 1989 y allí la mató. La Policía la encontró desnuda, amordazada, con las manos atadas, la ropa interior rota y con dos prendas dentro de su garganta. Además, presentaba múltiples golpes y evidentes signos de violación. Sin embargo, los expertos aludieron a un “su***dio por intoxicación de drogas” como causa de la muerte.

Casi un año más tarde, el 25 de enero de 1990, Alègre violó y mató a Laure Martinet a la que conoció semanas antes. Lo mismo pasó con Martine Matias a quien siete años después asaltó en su casa y prendió fuego para borrar pruebas. La hallaron calcinada, desnuda y en una extraña postura sexual. La investigación concluyó que fue un su***dio.

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Las víctimas de Patrice Alègre (YouTube)

Días después, Alègre cometió un nuevo ataque tras salir de una discoteca en compañía de Emilie Espès, la que con los años se convertiría en la única superviviente y quien llevó a las autoridades hasta este asesino en serie. Todo ocurrió cuando Patrice la llevó a casa en su coche y ella se quedó dormida. En ese instante, él aprovechó para abalanzarse y violarla. Cuando Emilie se despertó y vio a su nuevo amigo tratando de estrangularla, rompió a llorar y él empezó a disculparse. La dejó marchar.

El 14 de junio de 1997, Alègre cometió su cuarto asesinato, el de Mireille Normand, de 35 años, a la que enterró en el jardín de la casa de la víctima en Ariège. Patrice era miembro del personal de mantenimiento del chalet donde vivía la mujer.


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A partir de entonces, las autoridades iniciaron la búsqueda de este asesino que todavía cometería un quinto crimen. Lo hizo después de estar de vacaciones por Alemania, Bélgica y España. Fue en nuestro país donde conoció a Isabelle Chicherie de 31 años, su última víctima, con quien quedó en París. Fue el 4 de septiembre de 1997 cuando Alègre violó, mató y quemó a la mujer. Al día siguiente se procedió a su detención gracias a la denuncia interpuesta por Emilie y a las pistas recabadas tras el homicidio de Mireille.

En el momento de su arresto, Alègre se mostró colaborativo y “sin ningún sentimiento”, rasgo que le caracterizaría durante el juicio. Las autoridades lo acusaron de tres asesinatos, pero él admitió cinco y seis violaciones.


El ‘monstruo’ afable


A petición del fiscal y convencido de que este criminal cometió más asesinatos, el agente Michel Roussel inició una nueva investigación y aparecieron 191 casos sin resolver. Además, en el año 2000 se creó la unidad Homicidios 31 que permitió reabrir archivos no resueltos, conocer preocupantes desapariciones y extrañas autopsias clasificadas como “suicidios”, incluidas las de algunas prost*tutas. Uno de esos casos condujo hasta dos meretrices, Patricia y Fanny, que hablaron de un entramado de corrupción de menores.

Mientras tanto, el Tribunal Penal de Haute-Garonne celebró el juicio contra Patrice Alègre. Era febrero de 2002 y en la sala se pudieron escuchar diversos testimonios.

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Emilie Espès, la única superviviente de Patrice Alègre (YouTube)

Una de las declaraciones más emotivas fue la de Emilie Espès, la única superviviente de Alègre, que no entendía cómo su agresor podía pasar de ser amigable a un “monstruo” en tan solo un minuto. Hasta trató de disculparlo aludiendo a que durante la velada que pasaron juntos tuvo “momentos de sinceridad”. Tras el juicio la joven no soportó la presión y terminó suicidándose.

Respecto al testimonio del progenitor excusándose de no ser “más violento que cualquier padre aquí presente” para quitarse toda responsabilidad respecto a la personalidad de su hijo revolvió las tripas al acusado. En un ataque de ira, Alègre espetó: “Si algo lamento es no haberlo matado como le dije a mi madre. No habría hecho todo el mal que hice y hoy no estaría aquí”.

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En cuanto a la opinión de expertos psiquiatras como Michel Dubec y Daniel Zagury se centró en describir al acusado como un “pervertido narcisista”, un “psicópata” y un “asesino en serie organizado” con traumas a raíz del “abuso sexual materno”. La hipótesis que pusieron sobre la mesa es que Alègre encontró en las violaciones y los crímenes una forma de representar el incesto. “El niño, indefenso y aterrorizado anteriormente por los gemidos maternos, se convierte en el adulto todopoderoso y aterrador que reprime estos gemidos estrangulando a sus víctimas”, explicaron ante el tribunal.

Una teoría que no compartían los abogados de la defensa: “No todos los niños infelices terminan siendo criminales, pero todos los delincuentes son niños infelices”.

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Los familiares de las víctimas de Patrice Alègre durante el juicio (Getty)


El 21 de febrero de 2002, Patrice Alègre fue condenado por los asesinatos de Laure, Mireille, Valerie, Martine e Isabelle a cadena perpetua con una pena mínima de veintidós años de cárcel, además de por seis violaciones. A partir de entonces, el asesino podría pedir su liberación.

Paralelamente, el grupo Homicidios 31 continuaba investigando la participación de Alègre en otros asesinatos y desapariciones. Así fue cómo en febrero de 2003 conectaron los testimonios de Patricia y Fanny con el criminal, ya que este habría organizado orgías sadomasoquistas con menores para distintas personalidades públicas de Toulouse a principios de los noventa. Dichas sesiones incluían violación, torturas, drogas y prost*tutas en “la casa del lago de Noe” a veinte kilómetros de la ciudad.


Orgías y torturas


Según Fanny vio “a menores de 12 o 13 años” atadas en las paredes de una habitación a la que denominaban “la capilla”, y Patricia aseguró que asesinaron a dos prost*tutas y que se deshicieron de sus cuerpos arrojándolos a un lago cercano a la mansión propiedad de un hotelero de la zona. Entre los nombres que dieron: el de Dominique Baudis, exalcalde de Toulouse, el fiscal general de la Corte de Apelaciones de Toulouse, Jean Volff, o el magistrado Marc Bourragué. Todos ellos negaron la mayor y se querellaron contra las meretrices por difamación.

La noticia fue todo un escándalo en Francia y se abrió una investigación judicial donde se les acusaba de “proxenetismo en grupo organizado, violaciones agravadas y complicidad, actos de tortura y barbarie”.

Ver el archivo adjunto 1487654


Además, un ya condenado Alègre reconoció haber matado a algunas de estas prost*tutas previo encargo de dos reconocidas personalidades al ser un “testigo molesto”. Así lo explicó en una carta enviada a Canal+ Francia y que leyó uno de sus presentadores en directo. Tras el revuelo mediático, los políticos y juristas señalados fueron destituidos de sus respectivos cargos y estos iniciaron su propia guerra judicial por calumnias.

Los hechos relatados por Patricia y Fanny no pudieron demostrarse y, en julio de 2005, fueron sentenciadas a tres años de prisión por difamación, además de por complicidad en el falso testimonio de uno de los testigos, el del travesti Djamel. Tampoco se encontraron pruebas para acusar a Alègre de los citados crímenes.


Durante el verano de 2019 y después de 22 años en prisión, Patrice Alègre volvió a ser noticia. El asesino en serie de Toulouse se reunía con su abogado para pedir la libertad condicional. La ley se lo permite, tal y como consta en la sentencia de 2002. Eso sí, su posible salida de la cárcel pasa previamente por una reevaluación psiquiátrica realizada por expertos en la materia que explicarán si es peligroso o no dejar al preso libre o, por el contrario, es mejor que continúe cumpliendo condena. Después, un tribunal compuesto por tres magistrados analiza los resultados y decide si es apto o no para la reinserción.

“Era un depredador. Nos opondremos a su solicitud”, advierte el abogado de la familia de Martinet. Hasta el momento, nada se sabe del recurso, pero Alègre sigue poniendo en práctica sus artimañas seductoras. La última en caer es una psicóloga canadiense con la que supuestamente mantiene una relación sentimental. Están enamorados y “queremos un hijo”, confirmó a su letrado.

No es difícil saber el motivo por el que las "autoridades" calificaban como su***dio las violaciones y asesinatos...
 
LAS CARAS DEL MAL

‘El hijo de Sam’: “¿Por qué no se me apareció Cristo antes de cometer esos asesinatos?”

El empleado de Correos David Berkowitz mató a seis personas por orden de un “perro endemoniado”
Fue detenido gracias a la multa de aparcamiento que le pusieron tras su último crimen


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Mónica G. Alvarez / 06/03/2020 06:30 | Actualizado a 06/03/2020 08:56


Bobby y Stacy buscaban un rincón íntimo para dar rienda suelta a la pasión. Aparcaron su vehículo en una zona alejada y comenzaron a besarse. Minutos después se escuchó el sonido de varios disparos. Dos de ellos impactaron en la cara de Bobby reventándole los oídos; y otro alcanzó el cerebro de Stacy. Las detonaciones alarmaron a Tommy Zaino y su novia que, sentados en su coche, observaban todo desde su retrovisor. Un sujeto acababa de descerrajar cuatro tiros a través de la ventanilla de las víctimas.

“¿Qué ha sido eso?”, preguntó la joven. “Baja la cabeza, creo que es el ‘Hijo de Sam’…”, respondió Tommy. Aquellos fueron los últimos crímenes perpetrados por David Berkowitz, un empleado de Correos y asesino en serie , que aterrorizó a la ciudad de Nueva York en los años setenta.


Un niño adoptado


David Berkowitz en realidad se llamaba Richard David Falco. Su madre Betty Broder lo entregó en adopción al matrimonio formado por Nathan y Pearl Berkowitz porque, tras quedarse embarazada de su segundo marido, este le pidió que abortase. Finalmente, la joven veinteañera dio a luz el 1 de junio de 1953 en Nueva York (Estados Unidos), pero no quiso hacerse cargo del pequeño. Fue esta pareja judía que no podía tener descendencia, quienes decidieron darle el apellido Berkowitz y criarlo.

La felicidad duró poco en el nuevo hogar porque Pearl murió de cáncer cuando David tan solo tenía 14 años. Tras su fallecimiento en 1969, padre e hijo se trasladaron hasta la zona de Co-op City, en el Bronx.

David Berkowitz, de niño

David Berkowitz, de niño (Getty)

Pese a ser un chico tímido, víctima en ocasiones del acoso por parte de sus compañeros de clase, David se defendía con uñas y dientes. Además su apariencia le ayudaba a la confrontación: era grande y fuerte, y siempre prefería jugar con niños más pequeños que él, principalmente al béisbol. A esto se sumaba su temprana misoginia. Llegó a crear el llamado ‘Club de Odiadores de Mujeres’, según explicó años más tarde un amigo de clase.

De hecho, el adolescente se mostraba cohibido y receloso con las mujeres, no sabía cómo comportarse, siempre se quedaba callado y la única relación personal que tuvo fue con su vecina Iris Gerhardt de la que se enamoró platónicamente. “Dave era un chico que haría cualquier cosa por ti”, llegó a decir ella.

David Berkowitz, en la foto del anuario escolar

David Berkowitz, en la foto del anuario escolar (Getty)

Tampoco era buen estudiante, los escasos amigos que tuvo le hicieron el vacío cuando empezaron a fumar porros, algo que David nunca hizo por miedo a sus padres. “Mis padres estaban constantemente preocupados por mi comportamiento extraño. Sabían que yo vivía en un mundo imaginario y no podían hacer nada contra los demonios que me atormentaban y controlaban mi mente. Yo quería ayudar a la gente a ser importante”, se justificó una vez detenido.

Por tanto, David no encajaba en ninguna parte. Ni siquiera en su propia familia después de que su padre adoptivo contrajera segundas nupcias. Esto fue el detonante para que el joven se hiciese baptista y se alistase en el ejército. Le destinaron a Corea durante tres años, pero para cuando regresó a casa en 1974, la relación con Nathan continuaba siendo igual de insoportable.

David Berkowitz vestido de militar

David Berkowitz vestido de militar (Getty)

El padre no llevaba nada bien que su hijo se hubiese convertido al baptismo y que, sobre todo, criticase fervientemente el judaísmo. Las monumentales broncas se saldaron con unos tremendos ataques de ira por parte del muchacho. Se colocaba delante del espejo mientras se golpeaba fuertemente la cabeza con los puños. Cuando la situación se volvió insostenible, David decidió independizarse y mudarse a su propio apartamento en otra zona del Bronx en el 2151 de Barnes Avenue.

Solo y con un sentimiento absoluto de abandono, el joven decidió buscar a sus padres biológicos. Indagó en el registro, encontró su apellido original y lo rastreó en una guía telefónica. Gracias a esta pesquisa, localizó la dirección de su madre y de su hermana mayor, las escribió una postal, y días después se produjo el reencuentro.


Comienzan los ataques


Su hermana Roslyn de 37 años, casada y con hijos, estaba feliz de conocer a David, incluso le dio cobijo en su casa durante varios días. Sin embargo, fue pasando el tiempo y el joven se fue distanciando de su nueva familia. Era principios de 1976 y por aquel entonces, su salud se resentía. Parece ser que sufría continuos dolores de cabeza, algo que a la hermana le preocupaba mucho.

En el mes de abril, David decidió mudarse de nuevo, esta vez a Pine Street, en Yonkers. Tres meses después cometía su primer asesinato. Pero antes ya lo había intentado acuchillando a dos mujeres a finales de 1975. Los gritos de sus víctimas hicieron que huyera rápidamente. Tras estos fracasos, David decidió comprar una pistola. Se trataba de un revólver muy concreto: un Bulldog calibre 44 y le costó 130 dólares. Fue con esta arma con la que perpetró ocho ataques y mató a seis personas.

Donna Lauria, primera víctima asesinada por David Berkowitz

Donna Lauria, primera víctima asesinada por David Berkowitz (Getty)

El 29 de julio de 1976, Berkowitz cometió el primer asalto mortal. Dos chicas, Donna Lauria, de 18 años, y Jody Valente, de 19, se estaban despidiendo en la calle cuando un individuo se les acercó y de una bolsa de papel marrón sacó su pistola. Sin mediar palabra, David las encañonó y comenzó a dispararlas. Donna solo pudo decir: “Pero, ¿qué quiere ese tipo?”. Su reacción inmediata fue protegerse la cara, pero el atacante la apuntó al cuerpo. El segundo impactó le perforó el codo, y el tercero alcanzó la cadera de Jody que entró en un estado de histeria.

A pocos metros de allí, el padre de Donna lo estaba viendo todo. Acababa de bajar al perro cuando comenzaron los disparos. Tras ver cómo huía el desconocido, se acercó a las jóvenes y las llevó al hospital. Su hija falleció de camino.

El arma empleada por David Berkowitz durante los crímenes

El arma empleada por David Berkowitz durante los crímenes (Getty)

Cuando la Policía llegó a la escena del crimen barajaron la posibilidad de que la Mafia estuviese detrás. Al fin y al cabo, se encontraba al norte del Bronx, una zona donde predominaban las familias italianas y los ajustes de cuentas eran la tónica habitual. En esta ocasión, los investigadores creyeron que se equivocaron de víctima. Pero, ¿un profesional habría disparado hasta cinco veces con tan nula puntería y con un revólver del calibre 44? La primera hipótesis empezó a perder fuelle.

Además, la descripción que hizo la única superviviente les proporcionó detalles del asaltante. Jody explicó que jamás había visto a aquel hombre blanco, de pelo negro, rizado y largo, sin barba, y en torno a unos treinta años.

Retrato robot de David Berkowitz

Retrato robot de David Berkowitz (Getty)

Tres meses después, Berkowitz volvió a actuar. Era el 23 de octubre cuando Rosemary Keenan y Carl Denaro, de 18 y 20 años respectivamente, sentados en su coche en una zona alejada de Queens, sufrieron el violento asalto. David sacó su revólver y disparó cinco veces a través de la ventanilla, pero el retroceso del arma le malogró su puntería. Solo una de las balas rozó la cabeza de Carl sin llegar a atravesársela. Rosemary no sufrió ni un rasguño.

El tercer tiroteo se produjo también en el barrio de Queens. Era la medianoche del 27 de noviembre de 1976 cuando dos adolescentes Joanne Lomino, de 18 años, y su compañera de clase Donna DeMasi, de 16, estaban charlando en las escaleras de la casa de la Joanne. De repente, un desconocido se acercó y les preguntó: “¿Pueden decirme cómo se llega a…?”. Sin terminar la frase, Berkowitz volvió a desenfundar su pistola y a dispararla.


Descripciones distintas



Uno de los tiros traspasó el cuello de Donna pero no revistió gravedad alguna; la peor parte se la llevó Joanne porque una de las detonaciones le atravesó la columna vertebral postrándola en una silla de ruedas de por vida.

Al otro lado de la calle, un vecino vio cómo un hombre huía de la escena del crimen. Fue la primera vez que la Policía relacionó este ataque con el primero, del segundo todavía no sospechaban. Pero las descripciones físicas del autor del tiroteo no cuadraban. Estas jóvenes aseguraron que el desconocido era rubio de pelo largo, mientras que Jody dejó claro que su atacante tenía el pelo negro y rizado.

Virginia Voskerichian, víctima mortal de David Berkowitz

Virginia Voskerichian, víctima mortal de David Berkowitz (Getty)

Dos meses después, Berkowitz volvió a actuar, esta vez contra John Diel, de 30 años y Christine Freund, de 26. Una de las balas impactó en la cabeza de la joven muriendo poco después. Cuando la sección de balística comparó estos proyectiles con los tiroteos anteriores vieron la coincidencia. Todos provenían de un revólver Bulldog calibre 44. Pero seguía sin cuadrarles la descripción física del sospechoso.

El 8 de marzo de 1977 se produjo un nuevo ataque, era una estudiante, Virginia Voskerichian, que regresaba a su casa. David le apuntó con la pistola en la cabeza. La joven no consiguió sortear los impactos. Los proyectiles penetraron en la cara de Virginia y murió en el acto. Aunque las balas encontradas también procedían de un calibre 40, los testigos detallaron al criminal como un varón joven de unos 18 años, de metro ochenta y tapado con un pasamontañas.

David Berkowitz, tras su detención

David Berkowitz, tras su detención (Getty)

Después de cinco asaltos y tres asesinatos, la Policía de Nueva York creó un grupo especial para dar caza al asesino y tranquilizar a la población que, en ese momento, se encontraba presa del pánico. Lo llamaron Grupo Omega y su cometido era apresar al denominado “El asesino del calibre 44”.

Para informar sobre la nueva operación policial, el comisario de la Policía de Nueva York convocó a los medios de comunicación. Aquella tarde del 10 de marzo, decenas de periodistas querían conocer cuál era el enemigo público de la ciudad. Su descripción física –hombre de raza blanca, cabello oscuro, complexión normal, de entre 25 y 32 años y 1,80m de altura- apareció en todos los periódicos a la mañana siguiente.


Las cartas del ‘Hijo de Sam’


Las cerca de trescientas pistas que llegaron a recoger los investigadores y la nueva operación que pusieron en marcha no impidió que Berkowitz volviese a atacar. La madrugada del 16 de abril de 1977, la pareja formada por Valentina Suriani, de 18 años, y Alexander Esau, de 20 años, morían en otro tiroteo. Cuando uno de los agentes llegó al escenario, se fijó en un sobre blanco que estaba en medio de la calle. Lo recogió. Era una carta dirigida al capitán del caso, Joe Borelli. Fue la primera vez que David se puso en contacto con la Policía.

En la misiva, el asesino se sentía “profundamente dolido por llamarme odiador de mujeres. No lo soy. Pero soy un monstruo. Soy el ‘Hijo de Sam’. […] Sam adora beber sangre. ‘Sal fuera y mata’, me ordena padre Sam”.


Berkowitz aseguraba que estaba “programado para matar” e instaba a la Policía a pararle. “¡Disparadme primero, disparar a matar o sino quitaros de mi camino o moriréis!”, escribía en una larga carta donde se autodenominaba “Belcebú” y decía disfrutar cazando y “merodeando por las calles buscando carne hermosa y fresca”. Pero a la vez, sostenía que “no quiero matar a nadie más. No quiero, pero es necesario, ‘honrarás a tu padre’”.

“Suyo en el asesinato. Sr. Monstruo”, firmó Berkowitz. Tras el final del mensaje, el Grupo Omega pensó que se trataba de un loco y no quisieron darle mayor importancia. Pero la carta cayó en manos del periodista Jimmy Breslin que publicó algunos párrafos en el Daily News. Por eso el criminal también co
A lo largo del escrito críptico y aparentemente sinsentido y contradictorio, David manifestó lo siguiente: “Sam está sediento como un chaval. No me deja parar de matar hasta que él consiga llenarse de sangre. Escúcheme Jim, ¿recuerda lo que ocurrió el 29 de julio? Se puede olvidar de mí cuando quiera porque yo no busco publicidad. Sin embargo, no debe olvidar a Donna Lauria y no puede dejar que la gente la olvide. Ella era una chica muy dulce”.

Y añadió una serie de nombres que supuestamente ayudarían en la investigación policial: “Duque de la Muerte. Malvado Rey Malvado. Los veintidós Discípulos del Infierno. Y finalmente, John Wheaties, violador y asesino por asfixia de jovencitas”. ¿A quiénes se estaba refiriendo? ¿Había más de un asaltante?


‘El hijo de Sam’, término que se popularizó tras enviar las dos cartas, volvió a actuar el 25 de junio. Los jóvenes Judy Plácido y Salvatore Lupo recibieron cinco disparos y aunque tres de ellos, lograron alcanzarles, finalmente salvaron la vida.

El último asesinato lo cometió la noche del 31 de julio. Ya lo avisó en una tercera carta enviada a la Policía. Berkowitz siguió el mismo modus operandi: descerrajó varios tiros contra los ocupantes aparcados en un lugar solitario. Allí Stacy Moskowitz y Bobby Violante estaban dando rienda suelta a la pasión cuando David comenzó a dispararles. Ella murió en el acto y él se quedó ciego. Gracias al testimonio de Tommy Zaino y de su novia, que se encontraban aparcados relativamente cerca, la Policía contó con una nueva descripción física.


El testigo clave y la multa


No fueron los únicos testigos de aquella noche. Cacilia Davis, una viuda de 49 años de edad, fue clave para dar caza al ‘Hijo de Sam’. La mujer explicó a los investigadores cómo, aquella noche al llegar a casa, se fijó en un coche amarillo mal aparcado al lado de una bomba de agua (está prohibido en Estados Unidos). Pero no le dio mayor importancia. Subió y volvió a bajar para sacar al perro.

Durante el paseo observó otros dos coches más aparcados cerca del Ford Galaxie amarillo, eran los vehículos de Bobby y de Tommy, y al conductor del Ford –un joven de pelo negro- que estaba visiblemente enfadado al ver una multa en su parabrisas. El individuo era David que le echó una mirada de rabia a la viuda. Esta sintió miedo y regresó rápidamente a su apartamento. Cuando tres días después la mujer se atrevió a contar lo que vio, dejó claro que a aquel desconocido le pusieron una sanción de aparcamiento.


Con la descripción física del coche y de su conductor, la Policía comenzó a cotejar los datos con las pruebas que ya tenían de casos anteriores y con las sanciones puestas la noche del asesinato de Stacey. Los investigadores tuvieron varias coincidencias: varios vecinos dieron los mismos detalles físicos del atacante, también reconocieron el modelo y el color del vehículo en la escena del crimen, y efectivamente, un agente puso una multa a la matrícula 561-XLB. El coche estaba registrado a nombre de David Berkowitz.

Cuando diez días después llegaron al vecindario del sospechoso, los investigadores entrevistaron a sus vecinos. Algunos de ellos no tenían buen recuerdo del joven al que catalogaban como conflictivo. Sobre todo, la familia de Sam Carr que sufrió varios incidentes violentos, incluyendo el lanzamiento de un coctel molotov y el disparo a su perro Harvey, un labrador de color negro. Según Berkowitz el canino era un “perro endemoniado”.


Cuando comenzaron a tirar del hilo descubrieron que el treinteañero estaba obsesionado con los cultos satánicos y que le habían denunciado varias veces por mal comportamiento y por el envío de cartas amenazantes. La familia Carr entregó a los agentes algunos de los anónimos y enseguida reconocieron la letra. Era calcada a la del ‘Hijo de Sam’.

El 10 de agosto de 1977 los detectives Ed Zigo y John Falotico fueron a buscar a Berkowitz. Antes de que llegara registraron el Ford Galaxie color amarillo y en su interior hallaron un rifle, además de una carta dirigida al jefe del Grupo Omega, el inspector Timothy Dowd. Ya lo tenían.


Conexiones satánicas


En cuanto David apareció y se subió al coche, los agentes le encañonaron. “¡No respires! ¡Policía!”, le gritaron. El asesino sonrió mientras le sacaban del coche y le ponían contra el capó. “¿Quién eres?”, preguntó Falotico. “Tú lo sabes. Tú sabes a quién tienes”, respondió Berkowitz. “¡Dime a quién tengo!”, instó el inspector. Sonrió una vez más y contestó: “Soy ‘El Hijo de Sam’”.

Tras su detención le condujeron a comisaría donde confesó todos los crímenes y admitió ser el autor de las cartas. Culpó al perro de su vecino de ordenarle que perpetrase los crímenes y de escuchar voces demoníacas en su interior para que no parase de hacerlo. El interrogatorio duró media hora.


Pese a que la Policía por fin había cazado al asesino confeso, para el periodista Maury Terry había datos y pruebas que no cuadraban. Entre ellas, la descripción que los testigos de los distintos asaltos dieron de su agresor. Era como si fuesen hombres distintos. Berkowitz mató a algunas de sus víctimas pero no a todas, o así lo creyó Terry. Hasta que estableció una nueva conexión. Uno de los hijos de Sam Carr, el vecino que denunció a David por disparar a su perro, en realidad lo apodaban ‘Wheaties’, un nombre que aparecía en la carta que recibió Breslin. “John Wheaties, violador y asesino por asfixia de chicas jóvenes…”, decía la misiva.

Durante la investigación, Terry también descubrió que John y David no solo se conocían sino que acudían a rituales satánicos en un parque. Cuando intentó entrevistarle, este apareció muerto. Se había pegado un tiro en la boca y todo quedó en un aparente su***dio. Ante las pesquisas periodísticas, el fiscal de Queens quiso incluir más pruebas al respecto.


Berkowitz también era amigo de Michael Carr, hermano de John, con quien mantenía relaciones dentro de la secta satánica a la que pertenecían, Los Veintidós Discípulos del Infierno. Pero cuando intentaron encontrar a Michael este ya había fallecido en un accidente de tráfico.

Poco después de la muerte de Michael, Berkowitz envió una carta a un predicador de California donde explicaba que pertenecía a una “secta secreta” mezcla de “prácticas satánicas” y cuyas “pretensiones eran sanguinarias. Esa gente no se detendrá ante nada, incluido el asesinato”. Esta vez David parecía realmente cuerdo o, al menos, sus palabras tenían más sentido.


Cadena perpetua


Con las pruebas en la mano, todo apuntaba a que Berkowitz solo era responsable de tres asesinatos y que el resto lo cometieron miembros de la citada secta, entre ellos John y Michael Carr. Pero llegado el momento del juicio, los miembros del jurado tuvieron claro que el de ‘Hijo de Sam’ era el único autor posible de los seis homicidios.

Durante la vista celebrada en mayo de 1978, los psiquiatras elaboraron un informe sobre la salud mental del acusado. El resultado: estaban ante un esquizofrénico paranoide. Pero los peritos de la acusación rebatieron el estudio alegando que era plenamente consciente de sus actos. Así fue cómo el jurado le encontró culpable y fue condenado a 365 años de cárcel. Un año después y ya desde la prisión de Attica, Berkowitz dio una rueda de prensa donde dio detalles más detalles de los asesinatos y cómo los planificaba. “Me enfadaba cuando fallaba, porque me costaba mucho preparar una acción; para mí suponía un riesgo muy grande...”, aseguraba.

El 10 de julio de 1979, un recluso atacó al ‘Hijo de Sam’ y le clavó una cuchilla de afeitar desde la garganta hasta la nuca. Tuvo suerte porque si el corte hubiese sido más profundo, habría muerto. Necesitó 56 puntos de sutura. Tras aquello, intentó reformarse haciendo de capellán para sus compañeros de módulo. “¿Por qué no se me apareció Cristo antes de cometer esos asesinatos?”, se preguntaba Berkowitz que comenzó a lucrarse económicamente al relatar su historia a los medios. Así fue cómo se promulgó la llamada “Ley Hijo de Sam”, que impide a los asesinos en serie ganar dinero al contar sus crímenes.

Su vida llegó recientemente a la televisión gracias a la serie ‘Mindhunter’, que muestra cómo Berkowitz llenó con sus demonios a parte de la población neoyorkina. Tenían auténtico terror a encontrárselo. En cambio, en la actualidad, se presenta como una “persona muy espiritual”, hasta tal punto, que se refiere a sí mismo como el “Hijo de la Esperanza”.

 
LAS CARAS DEL MAL

‘El monstruo de Cleveland’ y el sótano de los horrores: confinó a tres chicas durante diez años

Ariel Castro secuestró, encadenó, maltrató y violó a las víctimas en su propia casa


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Mónica G. Alvarez - 20/03/2020 06:30 | Actualizado a 20/03/2020 08:38


“¡Que alguien me ayude por favor! ¡Socorro!”, gritó desesperadamente Amanda Berry a través del hueco de la puerta que la mantenía encerrada con un candado. Un vecino, Charles Ramsey, escuchó aquellos alaridos y comenzó a buscar su procedencia. Llegó hasta el 2207 de la Avenida Seymour y allí encontró a una joven que agitaba frenéticamente su brazo mientras pedía ayuda. Cuando le preguntó lo que le ocurría, ella contestó que la tenían secuestrada.

Rápidamente, Charles llamó a la Policía y le pasó el teléfono a Amanda: “Me secuestraron, he estado desaparecida por diez años y estoy aquí”. Aquella llamada supuso el fin del confinamiento no solo de Berry sino también de tres personas más: su hija Jocelyn, Gina DeJesus y Michelle Knight. Su raptor, un conductor de autobús escolar llamado Ariel Castro, las sometió a toda clase de abusos, palizas y violaciones en el sótano de su casa. Era elmonstruo de Cleveland’.


Antecedentes violentos


Son pocos los datos que se tienen de Ariel Castro ante de cometer los secuestros de Amanda, Gina y Michelle. Nacido en Yauco (Puerto Rico) en 1961, su familia se mudó a los Estados Unidos y se instaló en la ciudad de Cleveland. Allí sus allegados le veían como un “tipo divertido”. De hecho, “todos pensaban que era una persona muy amable”, aseguró uno de sus vecinos tras conocer la noticia del cautiverio de las tres muchachas.

Sin embargo, su exmujer Grimilda Figueroa con quien tuvo tres hijos no tenía la misma opinión. Durante el matrimonio, Castro se comportó de forma violenta tanto con su esposa como con sus vástagos. Uno de ellos, Anthony, llegó a explicar a los medios de comunicación cómo “me golpeó” en numerosas ocasiones.

Ariel Castro en una imagen de archivo

Ariel Castro en una imagen de archivo (Getty)

Aunque Castro y Figueroa se divorciaron en 1996, la mujer interpuso varias denuncias contra su exmarido por atacarla. La última en 2005 por la que sufrió múltiples lesiones. Entre ellas: costillas y dientes rotos e, incluso, un coágulo de sangre en el cerebro. Uno de los motivos por el que se comportaba de forma tan agresiva era su disconformidad con el régimen de visitas impuesto por el juez. Tanto es así que más de una vez llegó a retener a sus hijas Ariel y Arlene para poder pasar tiempo con ellas.

“Había cerrojos en las puertas del sótano, cerrojos en el ático, cerrojos en el garaje”, relataba Anthony Castro. Una circunstancia similar a la vivida por las tres jóvenes secuestradas entre 2002 y 2004.

Ariel Castro junto a una de sus hijas

Ariel Castro junto a una de sus hijas (Getty)

Antes de que este individuo cometiera los raptos, su vida transcurría con aparente normalidad. Acudía diariamente a trabajar como conductor de un autobús escolar (lo hizo durante veintidós años hasta que le despidieron por mala conducta) y se relacionaba con sus vecinos con quienes compartió alguna que otra barbacoa.

Nada hacía sospechar que Castro llevara una doble vida. Ni siquiera cuando acompañaba a una niña pequeña al parque alegando que era la hija de su novia, cuando nadie le conocía pareja alguna. O cuando hacía acopio de cantidades ingentes de comida. Solo cuando fue arrestado, como suele ocurrir en estos casos, los vecinos empezaron a unir las piezas del puzle.


Los secuestros


El primer secuestro se produjo el 23 de agosto de 2002. Castro, que estaba al acecho, se acercó a Michelle Knight con su camioneta roja. La joven, que salía de casa de su primo para dirigirse a los juzgados (tenía que comparecer por la custodia de su hijo), no vio peligro en que aquel desconocido la acercase hasta el tribunal. Jamás llegó a personarse y su familia creyó que desapareció voluntariamente.

Lo mismo ocurrió con Amanda Berry. Un día antes de su 17 cumpleaños, el 21 de abril de 2003, la adolescente salía de trabajar de un Burguer King cuando Castro fingiendo ser el padre de un compañero, la animó a acompañarle a su domicilio. Por último, el 2 de abril de 2004 raptó a Gina DeJesus de 14 años y amiga de una de sus hijas. La engañó diciéndole que visitarían a Arlene, algo que jamás ocurrió.

Michelle Knight, primera secuestrada por Ariel Castro

Michelle Knight, primera secuestrada por Ariel Castro (Getty)

A las tres víctimas las convenció con la falsa promesa de un viaje en coche, de acercarlas de buena fe hasta su lugar de destino. Un ofrecimiento que se convirtió en uno de los peores cautiverios para un ser humano. Durante diez años, Castro mantuvo a las chicas en condiciones infrahumanas: apenas les dio de comer ni de beber, no podían salir del sótano donde las mantenía encerradas, las retuvo encadenadas y atadas con correas y bozales, cometió centenares violaciones y las provocó sendos abortos para evitar que se quedasen embarazadas.

Aquel sótano de los horrores tenía distintas habitaciones. Ninguna de las chicas compartía la misma estancia y cada una se encontraba engrilletada y amordazada para evitar una huida. “Estaban presas en sus calabozos, atadas con cadenas. Era como una sala de tortura sexual en la que este tipo hacía realidad sus más enfermas fantasías”, explicó uno de los agentes del caso.

Amanda Berry, segunda secuestrada por Ariel Castro

Amanda Berry, segunda secuestrada por Ariel Castro (AP)

A veces, Castro dejaba una puerta abierta a modo de trampa para que las confinadas se ilusionasen y terminasen corriendo en busca de una salida. Mientras tanto él las observaba y tras darles el alto, terminaba por castigarlas empleando toda clase de torturas físicas y sexuales. “Jugaba a dejarnos escapar para luego violarnos”, señaló Michelle en una entrevista. Porque para él, ellas “eran sus esclavas sexuales”.

El confinamiento llegó a ser tan extremo que “es como si fueran prisioneros de guerra. Tenían escaras por permanecer en posiciones fijas durante períodos de tiempo extensos”, aseguraron los expertos al explorar a las víctimas. Parecían sacadas de “un campo de concentración”.

Gina DeJesus, tercera secuestrada por Ariel Castro

Gina DeJesus, tercera secuestrada por Ariel Castro (Getty)

Esclavas sexuales

Aparte de la violencia, Castro empleaba la comida como otra forma de tortura. “Le daba comida a una de ellas y obligaba a las otras dos, que llevaban tiempo sin probar bocado, a contemplar cómo se la comía”, explicaron los investigadores. “Esa es la razón por la que únicamente se difundieron fotografías de Berry”. Y es que la desnutrición que presentaban era espeluznante.

Cuando el secuestrador salía de casa para hacer algunas gestiones también se convertía en todo un calvario. Antes de marcharse, les tapaba completamente la boca y los ojos con cinta aislante dejando tan solo los orificios nasales libres para que pudiesen respirar. “Nos ataba con tanta fuerza que nos cortaba la circulación”, decía Michelle.

La casa donde Ariel Castro retuvo durante diez años a tres jóvenes

La casa donde Ariel Castro retuvo durante diez años a tres jóvenes (Getty)

“Cuanto más llorábamos y le mostrábamos nuestro dolor y nuestra tristeza, era como si eso le diera más energía, así que tuvimos que aprender a no llorar, no mostrarle tu dolor, no mostrarle tu rabia”, relató Amanda.

La joven recordó que, durante su primera semana secuestrada, Castro le preguntó si necesitaba alguna cosa. “Le dije que sí, que un cuaderno para dibujar y una libreta, estaría bien”, explicó. A partir de ahí se inventó un código de ‘X’ para contabilizar las veces que su raptor la violaba al día, a veces hasta cinco. “Sabía que eventualmente sería liberada. Quería que mi familia supiera por lo que pasé, lo horrible que fue y quería que [Castro] rindiera cuentas por ello”.

Una de las habitaciones donde estuvieron confinadas las víctimas de Ariel Castro

Una de las habitaciones donde estuvieron confinadas las víctimas de Ariel Castro (Getty)

Amanda se quedó embarazada de una niña fruto de una de esas violaciones. Y en cuanto Castro se dio cuenta, no tuvo piedad alguna con ella. Ni siquiera durante el nacimiento de Jocelyn. “Comencé a tener dolores de parto durante todo el día pero no sabía qué era. Tuve que ir al baño y escuché que algo se rompió pero no sabía qué era. Él dijo: ‘Creo que has roto aguas’. Así que me llevó arriba a mi habitación y me trajo una piscina infantil [de plástico]. Tuve que estar ahí hasta que di a luz porque no quería que ensuciara la cama”.

Michelle le hizo de comadrona. “Cuando estaba asistiendo a Amanda observé cómo estaba de color azul. No respiraba. La cogí entre mis brazos y la reanimé durante cinco minutos. Castro me advirtió que si el bebé moría, me mataría”, confesó años después de su liberación.

Imagen de las cadenas empleadas por Ariel Castro para encadenar a sus víctimas

Imagen de las cadenas empleadas por Ariel Castro para encadenar a sus víctimas (Getty)

Para sobrellevar la situación con una niña en el sótano, Amanda creó una vida imaginaria dentro del habitáculo. “Hacíamos que caminábamos a la escuela, traté de hacerlo lo más real posible para ella; finalmente llegábamos a la escuela, la dejaba y le decía ‘Ok. Te quiero, que tengas un buen día’ y entonces me convertí en profesora”, bromeaba.

En cuanto a Michelle, fue una de las peor paradas en cuanto a agresiones y palizas se refiere. La primera de las víctima sufrió cinco abortos provocados por las patadas de Castro. “Saltó una y otra vez, con los dos pies juntos, sobre mi barriga. En ese momento pensé que iba a morir”, contaba.

Gina y Arlene, víctima e hija de Ariel Castro

Gina y Arlene, víctima e hija de Ariel Castro (Getty)

Además, este depredador sexual utilizaba a las familias para mermar la moral de las confinadas. “Te odio. Nadie te quiere y por eso puedo abusar de ti. A nadie le importas”, las espetaba.

Aunque Gina DeJesus fue la única que no sufrió aborto alguno también fue violada y maltratada en multitud de ocasiones. Los golpes la desfiguraron de tal forma la cara que los agentes que la liberaron ni siquiera lograron reconocerla. Las fotos que su familia distribuyó tras su desaparición nada tenían que ver con la joven cautiva.

Fuera del agujero

El 6 de mayo de 2013, las jóvenes encontraron el modo de pedir ayuda. “Intenté abrir la puerta, esa puerta verde, y estaba el candado pero había un hueco justo por el que me cabía el brazo y empecé a agitarlo como loca gritando: ‘¡Que alguien me ayude por favor!’”, explicó Amanda días después de quedar libre. Fue entonces cuando un vecino, Charles Ramsey, se acercó, llamó a la Policía y la joven dijo: “Me secuestraron, he estado desaparecida por diez años y estoy aquí”.

Nada más colgar, uno de los agentes que llevaban el caso de las tres desaparecidas, soltó un: “Las encontramos, las encontramos”. Y Amanda solo pudo recordar que “cuando salí a la calle, solo quería besar a Dios y dar gracias por salir de ese agujero”.


Ariel Castro fue detenido en cuanto regresó al domicilio y ya con las muchachas completamente a salvo. Durante el registro de la casa de los horrores de Cleveland, la Policía recogió más de 200 pruebas incriminatorias que corroboraban las declaraciones de las víctimas. Entre los objetos requisados destacaron varias cartas escritas por el carcelero donde reconocía las vejaciones a las que sometió a las jóvenes y donde aseguraba ser “un depredador sexual que necesita ayuda”.

Aunque en otras misivas culpaba directamente a las chicas por su actitud: “Ellas están aquí en contra de su voluntad porque han cometido el error de subirse al coche de un desconocido”.


A sus 52 años, Castro fue acusado de un total de 977 cargos: secuestros, violaciones y torturas, dos delitos por homicidio imprudente, y por haber provocado dos abortos a una de sus víctimas tras patearle el abdomen. La fiscalía pedía la pena de muerte, pero finalmente llegó a un acuerdo con la defensa después de que el acusado reconociese los hechos. De este modo, se conmutó la pena capital y fue sentenciado a cadena perpetua sin posibilidad de fianza y a otros 1.000 años de prisión.

“¿Entiende que nunca más volverá a salir en libertad?”, le preguntó el juez Michael J. Russo. “Soy consciente de la pena y consiento a la misma. Sabía que me iba a caer la pena más grave”, respondió Castro. Este acuerdo impidió la celebración del juicio y, por tanto, que las víctimas pasasen por el calvario de testificar ante un jurado popular.


Cadena perpetua


Durante esta vista celebrada el 26 de julio de 2013, el secuestrador, sin levantar la vista del suelo, justificó su comportamiento delictivo: “Mi adicción a la por**grafía y mis problemas sexuales me han afectado mentalmente. Yo fui una víctima de abusos de niño y eso ha ido a más. No soy un monstruo. Estoy enfermo. Creo que yo soy también una víctima”.

El 1 de agosto se procedió a leer la sentencia condenatoria contra el reo pero antes, una de sus víctimas quiso hablar a su captor. “He pasado 11 años en el infierno, pero ahora comienza el tuyo”, dijo Michelle sin mirarle a la cara. “No voy a dejar que lo que tú me has hecho me defina. La pena de muerte sería lo más fácil para ti, pero lo que te mereces es pasarte toda la vida en prisión”, aseguró. Porque “yo viviré. Pero tú morirás un poquito cada día”.


Cuando el juez Russo leyó la condena, sus palabras fueron rotundas: “Usted separó a tres mujeres de sus familias y sus comunidades, las hizo esclavas y las trató como si no fueran personas”. Al finalizar la lectura del veredicto, el magistrado del condado de Cuyahoga en Ohio le impuso la cadena perpetua y los mil años de sentencias consecutivas que están “acorde con el daño” que causó el sentenciado.

El conocido como el ‘monstruo de Cleveland’ fue enviado al Correccional Oriente donde estuvo bajo una protección especial. Tenía su propia celda y los funcionarios hacían una ronda cada 30 minutos. Pero un mes después del veredicto, Castro apareció muerto. Se suicidó ahorcándose con una sábana. “Quiero acabar con mi vida y que sea el diablo quien se encargue de mí”, escribió años antes de ser capturado.


Amanda, Michelle y Gina necesitaron tratamiento médico, psicológico y estético para superar el confinamiento y los abusos sufridos durante una década. Dos de ellas, Berry y DeJesus, llegaron a escribir un libro de memorias, ‘Hope: A Memoir of Survival in Cleveland’ (Esperanza: Una memoria de supervivencia en Cleveland), y concedieron diversas entrevistas hablando de su cautiverio.
Una vez muerto, Castro consiguió el perdón de una de sus víctimas, el de Michelle Knight, que confesó en una entrevista para la NBC: “Si yo hiciese algo malo, aunque fuese una pequeña cosa, querría que alguien me perdonara. Así que puedo perdonarlo a él por lo que hizo mal porque así es la vida”.

 
LAS CARAS DEL MAL

Dennis Nilsen, el “psicópata creativo” que mataba con una corbata

‘El carnicero de Muswell Hills’ descuartizó y enterró a quince hombres bajo el suelo de su casa


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Mónica G. Álvarez - 27/03/2020 06:30 | Actualizado a 27/03/2020 15:03


Los lavabos de Fiona y Jim llevaban varios días sin funcionar bien, estaban atascados y no había forma de que tragase el agua, así que decidieron llamar a un fontanero. Michael arribó hasta el suburbio londinense de Muswell Hills para inspeccionar las cañerías. Al no encontrar el motivo de la avería decidió echar un vistazo a la fosa séptica del exterior. Cuando quitó la tapa un olor pestífero le echó para atrás. Iluminó la zona con su linterna, vio una especie de capa blanquecina y viscosa, algo de sangre y decidió bajar. Al acercarse se topó con trozos de carne putrefacta y cabellos adheridos. Se trataban de los restos de un cadáver.

La Policía acudió inmediatamente y descubrieron con horror que aquello era una especie de cementerio. Tras interrogar a varios residentes dieron con uno, Dennis Nilsen, que con temple y frialdad confesó que había matado a 15 o 16 hombres. Acababan de descubrir al ‘Asesino de la corbata’, también conocido como el ‘ carnicero de Muswell Hills’.


El abuelo y la muerte


Perteneciente a una familia de soldados y pescadores, Dennis Andrew Nilsen nació el 23 de noviembre de 1945 en Fraserburgh, al noroeste de Escocia. Desde niño vivió el desarraigo emocional, sus padres no paraban de discutir y el divorcio puso fin a multitud de peleas. Criado por su madre junto a sus dos hermanos, fue la presencia de su abuelo materno Andrew lo que terminó por desestabilizar al pequeño.

La educación religiosa llevada al extremo hizo que Dennis viviese la diversión como un pecado. Según el anciano, hasta el cine suponía una tentación del diablo. Así fue cómo la personalidad del niño comenzó a retraerse y a ser más áspero e irritable. Excepto con Andrew, él era único que lo entendía.

Dennis Nilsen, de niño

Dennis Nilsen, de niño (YouTube)

Tal era la conexión entre ambos que, cuando el abuelo murió de un infarto e hicieron el velatorio en la casa familiar, la imagen de su cadáver sobre la mesa del comedor fue lo que le marcó para siempre. Algo en su cabeza hizo click: el amor y la muerte se fusionaron de forma extraña. Y ahí empezaron los problemas.

Aumentó su distancia con respecto a las relaciones sociales, apenas tenía amigos ni conectaba con sus compañeros de clase y, en plena pubertad, descubrió sus tendencias homosexuales. Aquella diferencia marcó el rumbo de los siguientes diez años. A los quince abandonó el colegio y se alistó en el ejército.

Dennis Nilsen, en su época en el ejército

Dennis Nilsen, en su época en el ejército (LVD)


Durante la siguiente década viajó por media Europa y Oriente Medio en el cuerpo de abastecimientos. Aprendió a trinchar y descuartizar reses con un cuchillo y a los veintisiete finalizó su servicio de forma voluntaria con rango de cabo y una condecoración. Se había desencantado.

En 1972 se incorporó a la Policía de Londres pero tampoco encontró su sitio. Finalmente, trabajó como funcionario del Ministerio de Trabajo para la Oficina de Empleo de Denmark Street.

Dennis Nilsen, como soldado de abastecimientos

Dennis Nilsen, como soldado de abastecimientos (Getty)

Su obsesión con la muerte empezó a manifestarse durante esta época. Nilsen llegaba a casa y fingía ser una cadáver mientras, tumbado y cubierto de polvos de talco, simulaba que dejaba de respirar. Aquella fantasía fue en aumento. Primero hacia él mismo, pero después imaginando algo similar con hombres que conocía en bares de ambiente del Soho y de Camden Town. Uno de ellos, David Gallichan, se convirtió en su compañero de piso desde 1975, aunque jamás supo de sus intenciones macabras.

Su carrera criminal despegó en la navidad de 1978 cuando la víspera de Año Nuevo Nilsen salió de fiesta al pub Cricklewood Arms. Allí conoció a Stephen Holmes, de 14 años, con quien terminó en la cama.


Miedo al abandono



A la mañana siguiente, Dennis temió que el adolescente se marchase de su casa en Melrose Avenue, no quería que le abandonase, así que cogió una corbata y comenzó a estrangularlo. La resistencia fue tal que el agresor tuvo que golpearlo varias veces y meterle la cabeza en un cubo de agua. El muchacho murió ahogado.

Una vez asesinado, Dennis bañó y vistió el cadáver del adolescente, lo tumbó en la cama y se durmió abrazado a él. Horas más tarde y para evitar que su compañero de piso descubriese el crimen, levantó la tarima del suelo y lo escondió durante ocho meses. Transcurrido ese tiempo, quemó el cuerpo y lo enterró en el jardín de su vivienda. Aquella experiencia lo asustó y se autoconvenció de que no volvería a pasar. Pero sucedió de nuevo.

La Policía busca restos de las víctimas asesinadas por Dennis Nilsen en Melrose Avenue

La Policía busca restos de las víctimas asesinadas por Dennis Nilsen en Melrose Avenue (Getty)

Casi un año después, un turista canadiense, Kenneth Ockendon, se cruzó en la vida de Nilsen. Estaba en un pub del Soho y el asesino se le acercó, pasaron un buen rato bebiendo cervezas, se ofreció a hacerle de guía por la ciudad y terminaron comiendo en su piso.

Todo parecía ir bien, sentían atracción mutua, pero Dennis volvió a tener miedo de quedarse solo. Sabía que Kenneth terminaría regresando a su país y no lo podía permitir. Aquellos sentimientos eran los mismos que le surgieron con el adolescente el año anterior. De pronto, Nilsen se vio cogiendo un cable para estrangular a su invitado. Una vez muerto, hizo el mismo proceso que con el menor: lo lavó, vistió y durmió con él.

Dennis Nilsen, en foto de archivo

Dennis Nilsen, en foto de archivo (Getty)

Al día siguiente, metió el cuerpo en un armario y al regresar del trabajo, lo sentó en una silla de la cocina y comenzó fotografiarlo con su cámara Polaroid. Quería tener un recuerdo suyo en distintas posiciones. Durante dos semanas, Nilsen convivió con el cadáver de Kenneth en una rutina que incluía ver la tele o comer en la mesa. Cuando llegaba la noche, lo ocultaba bajo el suelo del piso.

Durante los siguientes dos años, Dennis continuó seduciendo y asesinando a hombres. Matar se convirtió en un hábito, en una costumbre imparable que combinaba con su trabajo diario en la oficina de empleo y con sus salidas nocturnas. Todo aquel que cruzaba el umbral de su puerta no salía con vida.


Las hogueras


“Estaba retorciéndole el cuello y recuerdo que quería ver más claramente su aspecto. No sentía ninguna resistencia… Me senté en la silla y puse su cuerpo caliente, fláccido y desnudo entre mis brazos. Parecía estar dormido. Al levantarme a la mañana siguiente le dejé sentado en el armario y me fui a trabajar”, explicó Nilsen una vez detenido.

“Estaba fascinado por el misterio de la muerte. Le susurraba porque creía que él todavía estaba realmente allí… Pensaba que él nunca habría sido tan querido antes en su vida…. Después de una semana le metí debajo de las baldosas”, relató a los investigadores.

Algunas de las víctimas de Dennis Nilsen

Algunas de las víctimas de Dennis Nilsen (Getty)

Pero a medida que pasaba el tiempo, los cadáveres se acumulaban bajo la tarima de la casa, algunos troceados, otros metidos en maletas, ya no podía vivir de esta manera. Antes de mudarse a Muswell Hill, Nilsen hizo un par de hogueras para eliminar cualquier resto, creía que, después de aquello, terminarían los asesinatos. Nada más lejos de la realidad.

En 1981 y ya en su nuevo piso continuó matando a hombres con los que previamente ligaba. Así fue cómo estranguló y descuartizó a al menos cuatro más. “No me sentí mal. No me sentía perverso”, aseguró Nilsen hablando del asesinato de Stephen Sinclair. “Me acerqué a él. Le quité la corbata. Levanté una de sus muñecas y la dejé caer. Su brazo fláccido volvió a caer sobre su regazo. […] Eso no dolió nada. Ahora nada puede hacerte daño”, concluyó.

La casa de Dennis Nilsen en Muswell Hill

La casa de Dennis Nilsen en Muswell Hill (Getty)

Era principios de 1983 y tan solo quince días después, un fontanero destaparía los asesinatos seriales del conocido como ‘Asesino de la corbata’ o ‘Carnicero de Muswell Hill’.

El jueves 3 de febrero, varios vecinos de Cranley Gardens 23 se quejaron de que sus lavabos estaban atascados. Llamaron a un fontanero, Michael Cattran, que inspeccionó las cañerías y la fosa séptica. Fue en este último lugar donde se produjo el dantesco descubrimiento: trozos de carne putrefactos, algunos de ellos todavía con trozos de cabello.

La fosa séptica en el exterior de la casa de Dennis Nilsen

La fosa séptica en el exterior de la casa de Dennis Nilsen (Getty)

El hallazgo


La Policía arribó inmediatamente, se llevó los restos para su identificación y tras varias pruebas, el forense confirmó que se trataba de tejido humano, concretamente de la mano de un hombre. Cuando el inspector Peter Jay regresó al edificio y comenzó a interrogar a los vecinos, se topó con Dennis Nilsen. Al informarle del hallazgo, el asesino exclamó: “¡Dios santo, qué horror!”.

Su intento por disimular no le sirvió de nada, su casa desprendía un olor nauseabundo. “¿Dónde está el resto del cuerpo?”, preguntó el agente. Tras una pequeña pausa, Nilsen contestó: “En dos bolsas de plástico en el armario de la otra habitación. Se lo mostraré”.

El armario donde Dennis Nilsen escondió restos humanos de sus víctimas

El armario donde Dennis Nilsen escondió restos humanos de sus víctimas (Getty)

Antes de que los investigadores continuasen con el registro, el funcionario dejó claro que aquello era “una larga historia. Se remonta a mucho tiempo atrás” y que si querían saber más tendrían que sacarlo de allí. “Les diré todo. Quiero desahogarme, no aquí, sino en la comisaría”, dijo.

Durante el trayecto hasta la jefatura, uno de los agentes le preguntó: “¿Estamos hablando de un cuerpo o de dos?”. “Quince o dieciséis desde 1978”, contestó el detenido. “Vamos a aclarar esto. ¿Nos está diciendo que desde 1978 usted ha matado a dieciséis personas?”, le preguntó uno de los investigadores. “Sí. Tres en Cranley Gardens y unos trece en mi anterior dirección, Melrose Avenue, 195, Cricklewood”.


Durante el interrogatorio que duró varias horas, Nilsen dio numerosos detalles de los asesinatos, incluidos los nombres de sus víctimas. Las autoridades procedieron al registro de Cranley Gardens y se toparon con dos bolsas grandes que contenían torsos, distintos órganos, dos cabezas, huesos y un brazo. El hedor era insoportable pese a los ambientadores que dispuso el asesino por toda la estancia.

Cuando las autoridades acudieron también al domicilio sito en Melrose Avenue y escarbaron en la tierra del jardín hallaron restos humanos cortados en pedazos y completamente chamuscados. Pese a la cremación que sufrieron, se pudieron recuperar huesos de al menos ocho hombres. Nilsen cooperó con la justicia en todo momento.


La confesión


“La parte más excitante del proceso era cuando levantaba los cuerpos”, recordaba durante el interrogatorio. “Al final tenía dos o tres cadáveres debajo de las tablas del suelo. Se me empezaban a acumular. Llegaba el verano y sabía que habría un problema con el olor. Así que sabía que tendría que lidiar con ese problema y pensé en lo que era la causa del olor. Y llegué a la conclusión de que eran las entrañas, las partes blandas del cuerpo, los órganos, cosas así”, proseguía. Pero solo era capaz de llevarlo a cabo cuando “estaba totalmente borracho”.

La forma fría y calculadora de detallar los crímenes evidenciaba premeditación y falta de remordimiento, algo que en el juicio quedó demostrado pese a que sus abogados defensores (cambió de letrado en más de una ocasión) trataron de aludir a un posible trastorno mental de su patrocinado.


El 24 de octubre de 1983 dio comienzo el juicio contra Dennis Andrew Nilsen acusado de seis delitos de asesinato y dos de asesinato en grado de tentativa. Una de las partes centrales del litigio fue demostrar el estado mental del acusado quien, según la defensa, sufría una “responsabilidad disminuida” debido a una anormalidad en su mente que le impedía planificar un asesinato.

A lo largo del proceso, expertos psiquiatras y forenses echaron un pulso por imponer su criterio respecto a la salud mental de Nilsen. Sin embargo, el juez Croom-Johnson zanjó el asunto: “Existen personas malvadas que cometen actos malvados. El asesinato es uno de ellos. El tener defectos morales no excusa a Nilsen. Una naturaleza desagradable no debe identificarse con un desarrollo mental detenido o retrasado”.


La opinión del magistrado estaba justificada: el testimonio de algunos supervivientes que escaparon a la muerte y que describieron a su verdugo como un hombre “muy amable” que, de repente, se volvía violento sin motivo alguno. “Estate quieto, estate quieto”, llegó a susurrarle Nilsen a Carl Stottor mientras le estrangulaba.

Finalmente, el jurado encontró al ‘carnicero’ culpable de todos los delitos. El juez lo condenó a cadena perpetua recomendando que su paso por la cárcel fuese de al menos 25 años. Durante ese tiempo, el asesino en serie escribió varios diarios en los que recordó y describió los detalles más macabros de cada crimen. “Separé la cabeza del cuerpo con el cuchillo. Apenas brotó sangre. Puse la cabeza en el fregadero de la cocina, la lavé y la metí en una bolsa de la compra”, relató.


Este “psicópata creativo”, como llegó a definirse él mismo, murió el 12 de mayo de 2018. Tenía 72 años y, según confirmó un portavoz del servicio de prisiones, sufrió una embolia pulmonar y una hemorragia retroperitoneal relacionada con la rotura del aneurisma.

Después de tres décadas privado de libertad en su celda, Nilsen falleció “tumbado sobre sus propias heces, deteriorándose durante dos horas y media” y sintiendo un “dolor insoportable”.

 
LAS CARAS DEL MAL

El asesino ‘Golden State’, un sádico expolicía detenido gracias a su árbol genealógico

La Policía tardó casi 40 años en atrapar a DeAngelo
El asesino en serie se declaró culpable de 13 asesinatos y 45 violaciones


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Mónica G. Álvarez - 03/07/2020 06:30 | Actualizado a 03/07/2020 06:53

Cuando aquel hombre enmascarado apareció en la habitación, Jane se quedó petrificada. Aprovechando que el marido tenía que trabajar, el desconocido irrumpió en la vivienda para violar a la mujer. Antes de cometer la agresión, le cegó los ojos con una linterna, la ató de pies y manos con los cordones de los zapatos y la amordazó con sábanas rotas. Además, maniató a la cama al hijo de tres años para evitar que le interrumpiese. Tras varias horas agrediéndola sexualmente, se marchó. Jane jamás logró identificar al violador.

Durante los siguientes diez años el denominado ‘Golden State Killer’ perpetró decenas de violaciones, centenares de robos y trece asesinatos, y no fue hasta 2018 cuando las autoridades lograron atraparle. El ADN y una investigación genealógica destaparon la verdadera identidad de este asesino en serie . Se trataba de Joseph James DeAngelo, un expolicía de 72 años.


Marine, policía y ladrón


Nacido el 8 de noviembre de 1945 en Bath, Nueva York, no hay prácticamente detalles de la infancia y adolescencia de Joseph James DeAngelo. Entre los pocos datos recabados: se graduó en la Escuela Secundaria Folsom en junio de 1964 y, después, sirvió para la Marina de los Estados Unidos en la Guerra de Vietnam; estudió en Sierra College y Cal State Sacramento, donde obtuvo una licenciatura en justicia penal y se especializó en derecho penal; se casó en 1973, tuvo tres hijas y se divorció en 1991.

Poco antes de comenzar a trabajar como agente de policía en Exeter, hizo una pasantía en el Departamento de Roseville, trabajando en las divisiones de patrulla, identificación e investigación. Tras aquello se mudó a esta ciudad agrícola del Valle de San Joaquín . Fue aquí donde cometió sus primeros delitos.

Foto del anuario de DeAngelo cuando estaba en La escuela secundaria Folsom en junio de 1964

Foto del anuario de DeAngelo cuando estaba en La escuela secundaria Folsom en junio de 1964 (YouTube)

Exeter, una población de 5.000 personas con menos de diez oficiales para patrullar, vivió una oleada de robos en los tres años que estuvo DeAngelo en el cuerpo. Este nuevo agente “estaba sobrecualificado”, llegó a decir un excompañero que le describió como frío, muy serio y distante con sus colegas. “No encajaba con los otros muchachos”, aseguró, “no era el tipo de hombre al que hubiera invitado a una barbacoa”.

Su primer crimen llegó en 1975 cuando quiso secuestrar a la hija de Claude Snelling, un profesor de periodismo local, que interrumpió el ataque y terminó muriendo de un disparo. DeAngelo le descerrajó varios tiros y escapó. A partir de ahí, se reforzó la presencia policial pero jamás lograron dar con el responsable. Nadie podía imaginar que se trataba de uno de los suyos.

DeAngelo con su uniforme de policía

DeAngelo con su uniforme de policía (AP)

Tres años después, DeAngelo se trasladó al Departamento de Policía de Auburn, cerca de Sacramento, puesto que ocupó hasta 1979 cuando le despidieron por robar un martillo y un repelente de perros en una ferretería. “Él violó la confianza de la gente; según nuestra investigación, estaba claro que había cometido un robo. Y no hay espacio en la aplicación de la ley para alguien que roba”, aseguró el exjefe del departamento Nick Willick.

Ni siquiera aquel hurto hizo levantar “sospechas graves” sobre él porque los policías “al igual que los carteros, se acercan a las puertas y los canes los persiguen”. Por este delito, DeAngelo fue condenado a seis meses de libertad condicional y a una multa de 100 dólares pese a que el agente lo negó taxativamente.

DeAngelo, segundo desde la izquierda, durante su etapa como policía en Auburn

DeAngelo, segundo desde la izquierda, durante su etapa como policía en Auburn (Getty)

Los crímenes


Durante el tiempo que DeAngelo trabajó en la Policía de Auburn se dieron decenas de robos y violaciones, también dos asesinatos. El homicidio de Brian Maggiore y de su esposa Katie, una pareja de recién casados, a los que el 2 de febrero de 1978 disparó mientras paseaban a su perro en la ciudad de Rancho Cordova. Y el asesinato de Alexandria Manning y Robert Offerman el 30 de diciembre de 1979 en Goleta. Además, el criminal cometió violaciones en otras poblaciones como Stockton, Modesto, Davis, y el área de East Bay de California.

En todos los ataques empleaba el mismo modus operandi: se colaba en las casas de noche, despertaba a sus víctimas con una linterna, las amenazaba con un cuchillo, las ataba y violaba, y robaba toda clase de objetos (dinero, joyas, etc). Cuando los maridos se encontraban en la vivienda, DeAngelo los maniataba boca abajo, apilaba platos a sus espaldas y los amenazaba con matar a sus mujeres si osaban moverse y romper dichos recipientes.

Katie y Brian Maggiore, víctimas de DeAngelo

Katie y Brian Maggiore, víctimas de DeAngelo (Getty)

“No le importa la vida humana, disfruta del terror, disfruta de infligir dolor en la gente”, llegó a decir el sargento Paul Belli, de la Oficina de Homicidios en el Departamento del Sheriff del condado de Sacramento. En cada ataque, DeAngelo sacaba su lado más sádico porque podía permanecer durante horas en el domicilio de las víctimas, e incluso, tomarse más de un descanso para hacerse algo de comer. “Estarás en silencio para siempre, y me iré en la oscuridad”, llegó a decir en más una ocasión a sus víctimas.

Hasta mayo de 1986, DeAngelo sorteó a los investigadores para cometer ocho crímenes más: los de Charlene y Lyman Smith, Patrice y Keith Harrington, Manuela Witthuhn, Cheri Domingo, Gregory Sánchez y Janelle Liza Cruz.

Janelle Liza Cruz, última víctima de DeAngelo

Janelle Liza Cruz, última víctima de DeAngelo (AP)

La búsqueda de este asesino en serie se prolongó durante casi cuatro décadas. Era de lo más huidizo: se escondía en patios traseros, detrás de arbustos, se escapaba en bicicleta o a pie… Los detectives de estos casos llegaron a creer que estaban ante el perfil de un policía porque sabía perfectamente cómo funcionaba una investigación policial. De hecho, algunas de las víctimas que sobrevivieron describieron la conducta del atacante como la de un militar o la de un agente de la ley.

Entre las pruebas que recabaron en las escenas de los crímenes, hubo una que fue clave para resolver el caso: una muestra de s*men. Gracias a que fue preservada en un congelador, se pudo secuenciar el ADN del autor de los asesinatos. Solo faltaba descubrir su identidad.


El ADN y la genealogía genética


La identificación del asesino en serie, apodado como Golden State Killer (se lo puso la periodista Michelle McNamara), llegó en 2018 tras el estudio de la bióloga Barbara Rae-Venter. La doctora, especializada en investigar árboles genealógicos, cotejó el perfil creado a partir del ADN del asesino con la base de datos de GEDmatch, una especie de red social donde hay en torno a un millón de perfiles genéticos para buscar familiares.

Gracias a estos datos, la Policía encontró a unos veinte primos terceros del asesino y, a partir de ahí, identificó a su ancestro común: un tatarabuelo suyo que vivió en el siglo XIX. Tardaron cuatro meses en reconstruir el árbol genealógico de DeAngelo hasta que, finalmente, dieron con él. El trabajo de Rae-Venter condujo a su detención a través de la genealogía genética.

Bocetos de DeAngelo, el asesino 'Golden State'

Bocetos de DeAngelo, el asesino 'Golden State' (AP)

El arresto se produjo el 24 de abril de 2018 en un vecindario residencial de Canyon Oak Drive, en Sacramento, cuando el sospechoso se dirigía a su casa tras varios días haciéndole seguimiento. En un primer momento, DeAngelo se mostró “muy sorprendido” y hasta aseguró tener algo en el horno para evitar acompañar a los agentes. “Sabíamos que estábamos buscando una aguja en un pajar, pero también sabíamos que la aguja estaba allí”, dijo uno de los agentes que lo detuvo. “Encontramos la aguja en el pajar, y estaba justo aquí en Sacramento”.

Ninguno de sus vecinos sospechó jamás que aquel jubilado y antiguo empleado de un supermercado, en realidad era uno de los asesinos más prolíficos de los Estados Unidos. Se trataba de un anciano de 72 años, que construía aviones con control remoto y que cuidaba de su jardín. Parecía un “abuelo bonachón”, llegó a decir una residente.

Más bocetos de DeAngelo, el asesino 'Golden State'

Más bocetos de DeAngelo, el asesino 'Golden State' (Getty)

“El alcance de los crímenes de Joseph DeAngelo es simplemente asombroso”, aseveró el fiscal adjunto de Sacramento, Thienvu Ho. Las comunidades donde se produjeron los asesinatos vivieron aterrorizadas durante años porque siempre lograba escapar y escabullirse silenciosamente en la noche. “Todo el mundo tenía miedo. Hizo cosas horribles”, afirmó el agente especial del FBI Marcus Knutson.

A raíz del caso del Golden State Killer aumentó la venta de cerraduras, de armas y de perros por temor a nuevos ataques, violaciones y homicidios. Los vecinos dejaban las luces encendidas de las casas y se crearon patrullas civiles para vigilar los barrios.

El sheriff del condado de Sacramento Scott Jones responde a las preguntas de los reporteros junto al retrato de DeAngelo

El sheriff del condado de Sacramento Scott Jones responde a las preguntas de los reporteros junto al retrato de DeAngelo (Getty)

Ante el tribunal


En 2016 el FBI llegó a ofrecer 50.000 dólares de recompensa a quien pudiera facilitar información útil que sirviera para dar con el paradero del también denominado ‘Violador del Área del Este’ o ‘Acosador Nocturno Original’. Pese a la cantidad de crímenes cometidos, DeAngelo no incurrió en ningún error. Sus ejecuciones eran prácticamente perfectas. Era “un lobo con piel de cordero”, dijo Larry Pool, uno de los detectives que dirigió la investigación del condado de Orange donde cometió cuatro de los asesinatos.

En abril de 2018, aquel anciano de aspecto sereno se personó ante el Tribunal Superior del Condado de Sacramento acusado de 13 cargos de asesinato en primer grado y 45 violaciones, además de un centenar de robos. “Hice todas esas cosas. Destruí todas sus vidas. Así que ahora tengo que pagar el precio”, declaró mientras señalaba a su alter ego “Jerry” como el único culpable. “No tuve la fuerza para expulsarlo”, afirmó.

DeAngelo ante el tribunal en 2018

DeAngelo ante el tribunal en 2018 (Getty)

Dos años después, ya en marzo de este 2020, el juicio iba a celebrarse para dilucidar si DeAngelo era culpable o no de los cargos que se le imputaban, pero la crisis sanitaria por Covid-19 retrasó la vista. Fue el pasado 29 de junio cuando el asesino de Golden State compareció ante un improvisado tribunal montado en el salón de una universidad de Sacramento: la medida se tomó para mantener la distancia de seguridad necesaria de dos metros.

Lo hizo en silla de ruedas, ataviado con el característico mono naranja de presidiario y un protector facial de plexiglas. Con voz débil y mirada perdida, el criminal se declaró culpable de todos los cargos. En total admitió 13 homicidios en primer grado y 13 de secuestro, además de 45 violaciones. De su boca salieron las palabras “culpable” y “lo admito”.


Los familiares de las víctimas, que se encontraban presenciando el juicio contra DeAngelo, declararon ante los medios de comunicación lo “difícil” que estaba siendo ese momento y la “ira” que sentían al ver al asesino. Tras varias décadas de espera, al fin se iba a hacer justicia. A falta de sentencia firme que llegará el próximo 17 de agosto, el acuerdo entre la fiscalía y el acusado es de 11 cadenas perpetuas, con lo que evitaría la pena de muerte.
Su historia está recogida en el libro I’ll be gone in the dark (El asesino sin rostro) de la periodista Michelle McNamar, y se publicó tras la muerte de su autora en 2016. Además, esta misma semana, la cadena HBO ha estrenado una serie documental de seis capítulos sobre DeAngelo como uno de los peores depredadores sexuales y asesinos en serie norteamericanos.

 
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