Asesinatos impactantes

LAS CARAS DEL MAL

‘La bestia de la Bastilla’, el violador en serie que aterrorizó París: “Si salgo, lo volveré a hacer”

Guy Georges mató y violó a siete mujeres y atacó a otras catorce.

1592550292223.png


Mónica G. Alvarez / 19/06/2020 06:30 | Actualizado a 19/06/2020 08:21


Como otro día cualquiera, Pascale salió de clase en La Sorbona y puso rumbo a su apartamento ubicado en el distrito 14 de París. Unos metros antes de llegar, entabló conversación con un joven al que había conocido recientemente. El encuentro parecía casual, sin embargo, el individuo lo tenía todo planificado para atacar a la universitaria. Tras convencerla para tomar algo en la casa, una vez dentro, la amenazó con un cuchillo. Fue entonces cuando inició su particular ritual de tortura, el de ‘La bestia de la Bastilla’.

Amordazada y atada a la cama, la violó salvajemente durante horas, la torturó y acuchilló, para después, terminar asesinándola. Pascale fue la primera de las seis víctimas que mató este asesino en serie del este de París, además de asaltar a otras catorce. Durante los siguientes siete años, Guy Georges puso en jaque a la Policía y aterrorizó a la sociedad parisina. Parecía que nadie podía dar caza a la ‘Bestia’.


Abandonado


Guy Rampillon, su verdadero nombre
, nació el 15 de octubre de 1962 en Angers (Francia), de padre estadounidense y madre francesa. De su infancia se sabe muy poco, tan solo que su progenitor, George Cartwright, fue un soldado que trabajó como cocinero en las bases de la OTAN, y que Guy fue abandonado por sus padres siendo niño pasando a ser tutelado por los servicios sociales franceses. Le cambiaron el apellido por Georges, en honor a su padre, y con seis años fue adoptado por los Morins.

Pero en su nuevo hogar, con otros once niños más, Guy sintió que no recibía la suficiente atención, estabilidad y amor que necesitaba, y empezó a desarrollar una personalidad violenta y agresiva. Su primer acto violento: el intento de estrangulamiento a una de sus hermanas adoptivas, Roselyne. Tras el ataque fue puesto a disposición de las autoridades pero, a su regreso, atacó a otra de sus hermanas, Christiane, y a otra niña,

1592550422222.png
Guy Georges, en una fotografía junto a su familia adoptiva (LVD)


En manos de nuevo de las autoridades, su familia adoptiva optó por rechazarlo: no podían controlar sus impulsos violentos en la casa. Esto hizo que Georges entrase en depresión y que recurriese al alcohol como su única tabla de salvación. Desde ese momento, hablamos del año 1980 y hasta 1991, cometió vario asaltos sexuales a mujeres por los que fue detenido y liberado poco después. Hasta que perpetró su primer asesinato.

Era el 26 de enero de 1991 y tras entablar cierta amistad con su víctima, Pascale Escarfail, una estudiante de La Sorbona de París, logró atacarla en su apartamento. Una vez en el interior, Georges la amenazó con una navaja de la marca Opinel, la amordazó con esparadrapo y la ató a la cama, desgarró su ropa en forma de Z, e hizo un corte al sujetador entre las dos copas. Ya desnuda, la golpeó, acuchilló y violó salvajemente para, poco después, terminar estrangulándola y realizándola un corte en el cuello. Cuando la Policía llegó a la escena del crimen no encontró ni rastros de esperma ni de sangre procedentes del responsable.

1592550491626.png
Ficha Policial - 1981


Tres meses después, Georges volvió a atacar, esta vez a Elenore, aunque consiguió escapar con vida. No así, Catherine Rocher, de 27 años, quien el 7 de enero de 1994, fue violada y asesinada en un estacionamiento subterráneo del distrito 12. Fue “un escena de horror, llena de salvajismo, violencia e implacabilidad”, relató durante el juicio Christian Pellegrin, investigador jefe de la brigada criminal.

Seis días más tarde, una presentadora de radio, sufrió un brutal ataque en el patio de su casa, aunque pudo escapar. Elsa Benady, de 22 años, no corrió la misma suerte. El 8 de noviembre, Georges la atacó, violó y mató en el parking de su edificio. También residía en el distrito 13 de la ciudad de la luz.

1592550543002.png
Pascale Escarfail y Agnès Nijkamp, víctimas de Guy Georges (AP)


Hasta ese momento, las autoridades buscaban a tres asesinos distintos porque todavía no habían dado con vínculo alguno. De hecho, la Gendarmería dispuso de tres unidades de investigadores para cada asesinato. Estaban dando palos de ciego, cuando un nuevo crimen lo cambió todo. Fue el de Agnès Nijkam, una arquitecta holandesa de 33 años, asesinada en su propia casa el 10 de diciembre en el distrito 11. A partir de aquí, los medios de comunicación empezaron a hablar del llamado ‘Asesino en el este de París’, y los investigadores a elaborar un perfil del delincuente.

Una vez más, hallaron a la víctima amordazada y atada, con la ropa rasgada en forma de Z, con un corte en la garganta, además de violada y golpeada. Aquellos datos eran similares al asesinato de Pascale Escarfail, pero esta vez, encontraron evidencias de ADN. Georges dejó su esperma sobre la víctima, además de una huella dactilar. El caso fue bautizado policialmente como ‘SK1’, ‘Asesino en serie 1’.

1592550605968.png
Cathy Rocher, Elsa Benady y Estelle Magd, víctimas de Guy Georges (AP)


Pese a contar con estas evidencias genéticas, principalmente la de la huella digital, la Policía no consiguió identificar al asesino. Cabe recordar que, a principios de los años noventa, aún no existían archivos de huellas con los que cotejar en Francia, una tecnología que llegaría años después.

Mientras tanto, Georges siguió campando a sus anchas con más asaltos. En junio de 1995, por ejemplo, atacó a Elisabeth O. a la que intentó matar, pero ella huyó por la ventana y pidió ayuda en un bar del distrito de Marais. Los investigadores hallaron restos de saliva en una colilla de cigarrillo que dejó el atacante. Al mes, sí pudo matar a Hélène Frinking, de 27 años, con el mismo ritual sádico que con las anteriores víctimas. Al igual que ocurrió con el crimen de Agnès también dejó.

1592550677644.png
Hèléne Frinking y Magali Sirotti, víctimas de Guy Georges (AP)


A finales de agosto, el criminal asaltó a Mélanie Bakou en su apartamento del distrito 3 de París. Gracias a los gritos de la joven, su novio, que en ese instante entraba por la puerta, impidió el asesinato y lo persiguió mientras Georges trataba de escapar. Durante la huida, el homicida perdió la cartera con toda su documentación y, poco después, fue detenido. Sin embargo, la Gendarmería no relacionó estos dos últimos asaltos con los asesinatos y, tras su detención, fue condenado a treinta meses de prisión. Una vez en la calle, el 5 de junio de 1997, continuó matando.

El criminal asesinó a Magali Sirotti, una estudiante de 19 años, en su casa y siguiendo los mismos pasos que en los anteriores homicidios. Cuando los agentes analizaron la escena no dudaron: se trataba de la ‘Bestia de la Bastilla’.


‘SK 1’ y el ADN


Con la muerte de la séptima y última víctima, Estelle Magd, y gracias a un llamamiento en los medios de comunicación, los investigadores distribuyeron un retrato robot del presunto asesino. Con los datos que tenían (huellas y ADN) buscaban testigos que pudiesen identificarlo. Y los encontraron, aunque eso también supuso acrecentar la psicosis colectiva.

Gracias a la insistencia del juez de instrucción Gilbert Thiel se realizaron pruebas genéticas para comparar los rastros de ADN del ‘SK 1’ con los correspondientes a los archivos, tanto públicos como privados, de todos los laboratorios del país. Así fue cómo el 24 de marzo de 1998, Olivier Pascal, jefe del laboratorio de Nantes, identificó a ‘SK 1’ como Guy Georges

1592550751194.png
Ficha policial de Guy Georges de 1991 (Getty)


Dos días después, la Gendarmería detuvo al serial killer en Place Blanche, en el distrito 18 de París. “Si salgo, lo volveré a hacer”, advirtió a los agentes. Y, aunque al principio reconoció todos los asesinatos, tanto los de los apartamentos como los de los estacionamientos, finalmente, se retractó de estos últimos. Es decir, de los de Catherine Rocher y Elsa Bédany.

El juicio, celebrado el 19 de marzo de 2001, contó con 50 testigos: cuatro de las supervivientes de los ataques y violaciones de Guy Georges, además de los investigadores del caso, psicólogos y peritos forenses e, incluso, de Jeanne Morris, la madre adoptiva del acusado, quien describió a su hijo como “un niño sensacional”. Pero su opinión distaba mucho de la de los expertos que lo evaluaron en la cárcel.

1592550820938.png
Guy Georges durante el juicio en 2001 (Getty)


Según los informes psiquiátricos, se encontraban ante un “psicópata narcisista” cuyo impulso de matar no tenía cura, era algo natural, y lo llegaron a comparar con el que tiene un gato cuando quiere atrapar a un pájaro. Por otro lado, la fiscal Evelyne Lesieur hizo un perfil del agresor ante la Corte: “Es una personalidad diabólica... la encarnación del mal”.

Desde el inicio de la vista, Georges mantuvo su inocencia y negó los delitos que se le imputaban, pero una semana después y tras escuchar los testimonios de los expertos, la presión pudo con él y se derrumbó. La ‘Bestia’, entre lágrimas, admitió los cuatro asesinatos que se le atribuían, además de los de Hélène Frinking, Magalie Sirotti y Estelle Magd. Fue su propio abogado quien le instó a reconocer los hechos: “Por todas las familias aquí presentes, si es usted el culpable, le ruego que salga de ese silencio”. Ante la negativa de Georges, insistió: “Por su familia, por su madre, por su padre, allí donde se encuentre, tiene que poder hablar. ¿Agredió usted a Elisabeth Ortega?”. Y entonces se escuchó un casi inaudible “sí”. Fue el primero de los muchos que soltó corroborando los asesinatos.

1592550891556.png
Guy Georges en imágenes de un documental de televisión (YouTube )


Antes de que el tribunal emitiese el veredicto, Georges se mostró arrepentido y pidió perdón a los familiares de las víctimas. “Tengo casi 40 años y nunca saldré”, dijo tratando de evitar que le impusieran la cadena perpetua. Tanto es así, que él mismo se fijó una condena de veintidós años de prisión porque, a su juicio, no la cumpliría. Es decir, tenía pensado suicidarse antes.

El 5 de abril, Guy Georges fue sentenciado a cadena perpetua sin posibilidad de pedir la libertad condicional en 22 años por los asesinatos de siete mujeres entre 1991 y 1997. De hecho, en este 2020, la ‘Bestia de la Bastilla’ ya tendría derecho a iniciar dicho procedimiento legal, aunque, por el momento, no lo ha pedido. Por otro lado y, a raíz de este caso, el gobierno francés creó en el 2000 un fichero con huellas genéticas de delincuentes sexuales por violación, abuso o ped*filia, y también se añadieron aquellos crímenes de esa especie. Estos datos los guardará la policía judicial durante 40 años.


 
LAS CARAS DEL MAL

Keith Jesperson, el camionero que ‘firmaba’ sus crímenes con una ‘cara feliz’

Mató a ocho mujeres y fue condenado a tres cadenas perpetuas
Aseguró en 2015 que Ylenia Carrisi, hija de Al Bano, era una de sus víctimas

1592637087802.png
Keith Jesperson, el camionero que ‘firmaba’ sus crímenes con una ‘cara feliz’ (AP)



El cadáver de la mujer se encontraba tendido a un lado de la carretera. Su cuerpo yacía semidesnudo, con el sujetador levantado, los pantalones bajados hasta los tobillos y con signos claros de haber sido violada. Aquella dantesca escena sobrecogió al testigo, un universitario que montaba en bicicleta al norte de Portland y que no esperaba dicho hallazgo. Acto seguido llamó a la Policía.

Taunja Bennett, de 23 años, fue la primera de las ocho jóvenes asesinadas por el denominado ‘asesino de la cara feliz’. Se trataba de Keith Jesperson, un camionero sádico y violento, que firmaba con este símbolo cada uno de sus crímenes y se jactaba de ellos en cartas a la prensa. Condenado a tres cadenas perpetuas, el serial killer aseguró en 2015 que Ylenia Carrisi, hija de Al Bano, era una de las víctimas aún sin identificar.


Igor y los animales


Nacido el 6 de abril de 1955 en Chilliwack (Canadá), Keith Hunter Jesperson tuvo una infancia problemática. Su padre Lesly, un hombre alcohólico y muy violento, lo educó sin cariño y a base de insultos, golpes y palizas. Las descargas eléctricas fueron algunos de los correctivos que recibió el pequeño cuando se portaba mal. Aquellas vejaciones paternas y las burlas de sus hermanos llamándole ‘Igor’ o ‘Ig’ debido a su gran tamaño, hicieron que Keith forjase una personalidad muy complicada. Con el tiempo se hizo más retraído, solitario, tímido y sádico. Esto último comenzó a los cinco años. Su vía de escape: la tortura y el maltrato a los animales.

Cabe recordar que este aspecto es uno de los principales rasgos que caracterizan a la mayoría de los asesinos en serie. Antes de matar a personas prueban con perros, gatos, roedores, pájaros… Todo aquel ser vivo que los rodea y contra el que descargar su ira.

1592637181415.png
Keith Jesperson, en una foto de archivo (AP)


Tras capturar a los animales, Keith la emprendía a golpes con ellos. Eran suplicios brutales y sin piedad alguna. Una vez apaleados y, antes de que muriesen, el niño los estrangulaba con sus propias manos. “Yo era Arnold Schwarzenegger”, declaró en una ocasión a un periodista. “Era como si estuviera jugando a la guerra. Cuando miraba a esos perros, se ponían en cuclillas y orinaban. Estaban tan asustados que temblaban”, se jactó. El muchacho disfrutaba infundiendo miedo y observando como, poco a poco, los animales perecían.

De hecho, culpó a su padre de animarlo a seguir matando a los perros y gatos del vecindario. “Todo lo que hizo fue generar en mí la necesidad de matar de nuevo”, llegó a escribir en una de sus cartas a la prensa.

1592637264478.png
Foto de la boda de Keith Jesperson con su esposa (AP)


“Comencé a pensar en cómo sería matar a un ser humano”. Aquel pensamiento se hizo realidad cuando tenía diez años. Jesperson perpetró hasta tres intentos de homicidio, todos a niños de su círculo más cercano. Al primero, lo golpeó fuertemente hasta que su padre los separó; al segundo, trató de ahogarlo en un lago –la víctima terminó inconsciente-; y al tercero, le sumergió la cabeza en la piscina del colegio y el socorrista lo salvó. Pero aquella “idea se quedó conmigo durante años”.

Después de su graduación, el joven optó por no ir a la universidad y, en 1975, lo contrataron como camionero. Al mismo tiempo, inició una relación sentimental con Rose Hucke, se casaron y tuvieron tres hijos, dos niñas y un niño.


Una doble vida



Durante los catorce años que duró el matrimonio, Rose siempre sospechó que Keith la engañaba con otras mujeres y, harta de sus infidelidades, decidió marcharse con sus hijos a la casa de sus padres en Washington. Ni ella ni los pequeños intuyeron nunca que convivían con un asesino en serie. Aunque una de sus hijas, Melissa Moore, comenzó a atar cabos cuando se enteró de los crímenes cometidos por su padre.

La mujer recordó cómo Keith le quitó unos gatitos con los que estaba jugando para empezar “a torturarlos, colgándolos de un cordel para ropa. Sonreía, como si disfrutara atormentándolos, mientras yo gritaba pidiéndole que los bajara, pero cuanto más gritaba, más parecía él disfrutar”.

1592637350730.png
Jesperson con su hija Melissa Moore (MM)


En el libro ‘Shattered Silence’, Melissa contaba que su padre “era normal, encantador, sociable, educado con las mujeres, las hacía sentirse protegidas. Parecía cualquier vecino común y corriente”. Nunca se mostró violento ni con su esposa ni con sus hijos, pero a raíz del divorcio en 1990, el comportamiento de Keith cambió. Esto se tradujo en “ansiedad y miedo cuando estaba con él”, relató ella. Y es que llegó a escucharle decir que sabía “cómo matar a alguien impunemente”. Aquello la traumatizó tanto que no volvió a irse de vacaciones con su padre.

En aquella época, Jesperson, que contaba con 35 años, quiso cambiar de profesión y entrar en la Policía Montada de Canadá. Pero tras lesionarse durante un entrenamiento, tuvo que descartarlo y continuar como conductor de camiones en Cheney (Washington).

1592637429636.png
Jesperson junto a su camión (AP)


El camionero canalizó toda aquella frustración (el divorcio y el trabajo) a través de la violencia contra las mujeres. Aquella idea de “cómo sería matar a un ser humano” germinó en este hombre hasta que “una noche sucedió. Maté a una mujer golpeándola casi hasta la muerte y la terminé estrangulando”. Estaba hablando de Taunja Bennett, su primera víctima, a la que el 23 de enero de 1990 violó, golpeó y mató en su casa después de ligar con ella en un bar. Luego, lanzó su cuerpo semidesnudo en un terraplén de la carretera y fabricó una coartada.

Se dirigió a un bar cerca de Troutdale y se pasó el resto de la noche bebiendo café y conversando con algunos clientes. Ya al amanecer, se deshizo de las pertenencias de la joven (entre ellas su monedero con el DNI) y, días después, un universitario encontró el cuerpo. No identificaron a Taunja hasta tiempo después.


La ‘cara feliz’


Mientras la Policía iniciaba la investigación de los hechos para encontrar al culpable, una joven se autoinculpó falsamente. La confesión de Laverne Pavlinac confirmando haber matado a la chica junto a su novio John Sosnovske, dio un giro a los acontecimientos. No era la primera vez que denunciaba falsamente a su pareja después de una paliza, pero esta vez se le fue de las manos porque, además de su testimonio, los agentes recopilaron declaraciones de testigos que aseguraban haber escuchado a Sosnovske alardear del asesinato de Bennett. Nada era cierto y, aún así, fueron condenados por asesinato.

Él, a cadena perpetua por ser el autor material y, a ella, a diez años por colaborar. De nada sirvió que Laverne reconociese que todo fue falso. Ambos fueron a la cárcel hasta que, años después, el verdadero asesino se entregó y dio un dato clave: dónde estaba la cartera de la víctima, un objeto que jamás localizaron.

1592637505689.png
Taunja Bennett, primera víctima de Jesperson (AP)


Tampoco influyó en la investigación del asesinato de Taunja Bennett que el auténtico responsable, Jesperson, dejase su confesión escrita en un baño de la estación de autobuses de Greyhound junto al símbolo de una cara feliz. En ella, decía: “Maté a Taunia Bennett el 21 de enero de 1990, en Portland, Oregon. La golpeé hasta matarla, la violé y me gustó. Estoy enfermo pero también me divierto. Dos personas cargaron con la culpa y yo estoy libre”.

Días después, se encontró otro mensaje firmado con el mismo símbolo de la cara sonriente en la pared de una parada de camiones de Oregón. “Maté a Taunja Bennett en Portland. Dos personas cargaron con la culpa para que yo pueda matar de nuevo”, escribió. Continuó matando hasta 1995.

1592637589568.png
Ficha policial de Keith Jesperson (AP)



El 12 de abril de 1990, trató de asesinar a Daun Richert, una mujer a la que secuestró junto a su hijo de cuatro meses en un centro comercial de California. Durante tres horas, abusó física y sexualmente de ella pero, al tratar de estrangularla, logró escapar. La mujer lo denunció, le detuvieron, pero lo dejaron en libertad por falta de pruebas. Finalmente, fue exonerado de todos los cargos.

Un año después, cometió su segundo asesinato. Era el 30 de agosto de 1992 cuando violó y estranguló a Claudia. Su cadáver fue hallado en Blythe (California). Días después, apareció el cadáver de Cynthia Lyn Rose, de 32, a la que Jesperson golpeó, violó y estranguló porque, supuestamente, era una prost*t*ta que se coló en su camión para robarle


1592637687094.png
Uno de los mensajes que escribió Keith Jesperson con la 'cara feliz' (YouTube )


Fue en esta época cuando Keith escribió cartas a algunos periódicos relatando los crímenes y asumiendo toda la responsabilidad. En todas ellas aparecía su famosa firma de la cara feliz, de ahí que los periodistas lo apodasen ‘The Happy Face Killer’ (el asesino de la cara feliz). Pese a que los investigadores analizaron todas las misivas, no lograban dar con la identidad del asesino.

Laurie Ann Pentland, una prost*t*ta de 26 años, fue su cuarta víctima. La mató porque quería estafarlo con la tarifa. Su cuerpo fue encontrado en noviembre de 1992. En 1993, mató a otra mujer en Santa Nella (California), pero la Policía no logró identificarla. Lo mismo pasó con la joven de Crestview (Florida), en 1994, de la que no se supo su nombre hasta que el asesino lo contó veinte años después. Se trataba de Susanne.

1592637806344.png
Julia Ann Winningham, novia y última víctima de Keith Jesperson (AP)


En otra de las cartas que envió al Portland Oregonian, este homicida además de reivindicar la autoría de seis asesinatos en total, escribió: “Me siento mal, pero no me entregaré. No soy estúpido. Estoy más cerca de lo que piensas”.

A medida que Jesperson cruzaba el país de punta a punta iba dejando un reguero de cuerpos. Otro de los crímenes lo cometió en enero de 1995 cuando accedió a llevar de Washington a Colorado a Angela Surbrize, de 21 años. “En un ataque de ira, la asesiné en Wyoming”, explicó. El motivo: no le dejó dormir en una de las paradas. Después de matarla, continuó durmiendo y, al despertar, cogió el cuerpo, lo enganchó por los tobillos al camión con una cuerda y lo arrastró por el pavimento durante casi veinte kilómetros. Cuando encontraron los restos, la joven estaba irreconocible.


El error



El 10 de marzo cometió su último asesinato: el de su antigua novia Julia Ann Winningham. La pareja recuperó el contacto, pero Jesperson dudó de las verdaderas intenciones de la mujer. Creyó que solo estaba con él por mero interés económico. Esto fue el detonante para que Keith la estrangulase en plena discusión. Acababa de cometer el mayor de los errores: era la primera vez que le podían relacionar con una de las víctimas y la Policía no tardaría en atar cabos. Sobre todo porque siguió el mismo modus operandi que con el resto de mujeres. Keith la violó, la estranguló y tiró su cuerpo desnudo por un terraplén junto a una autopista.

Además, amigos y familiares de la fallecida afirmaron que mantenía una relación con Keith. Era cuestión de días que la detención se precipitase.

1592637968867.png
Durante el juicio


El 22 de marzo de 1995, dos agentes lo retuvieron en comisaría para interrogarle sobre el asesinato de Winningham. Durante seis horas, no consiguieron arrancarle ni una sola palabra. Jesperson se acogió a su derecho a no declarar y, al no tener pruebas claras para retenerlo por más tiempo, tuvieron que soltarlo.

A su regreso a Washington, el asesino se vio acorralado y el 24 de marzo, decidió escribir dos cartas confesando lo que había hecho. Una iba dirigida a sus hijos y, otra, a su hermano. “Maté a una mujer en mi camioneta durante una discusión”, escribió. “He sido un asesino durante cinco años y he matado a ocho personas”, decía otra parte de la misiva en la que revelaba que había tratado de suicidarse dos veces con pastillas para dormir. “Me arrestarán hoy”, zanjaba.


Ylenia Carrisi, ¿una de las víctimas?


Después de enviar las cartas, Jesperson se entregó y admitió no solo el asesinato de Julie Ann Winningham sino el de otras siete mujeres más. Era el 30 de marzo de 1995. Durante el interrogatorio, explicó la motivación de los crímenes, facilitó los nombres de algunas de las víctimas que aún no habían sido identificadas e, incluso, aportó detalles concretos de los hechos que solo podía saber el verdadero asesino. Por ejemplo, señaló el lugar exacto donde se deshizo de la cartera de Taunja, describió el tatuaje que tenía otra de las chicas en su tobillo (Tweety haciendo un gesto obsceno) y dio fechas y lugares exactos de los homicidios.

En cuanto los investigadores cotejaron estos datos y tuvieron los análisis de ADN, confirmaron que estaban ante el ‘asesino de la cara feliz’.


“Ya no buscaba animales para maltratar. Ahora buscaba gente para matar. Y lo hice. Maté una y otra vez hasta que me atraparon”, afirmó Keith que fue juzgado a finales de 1995 por ocho delitos de asesinato en primer grado pese a que, en un principio, aseguró haber matado a más de 160 personas. Los investigadores jamás pudieron confirmar tantas muertes y el tribunal lo condenó a tres cadenas perpetuas consecutivas sin posibilidad alguna de pisar la calle.

A las víctimas “nunca se les hizo justicia”, aseveró la hija de Jesperson cuyo único deseo para su padre era “la pena de muerte por lo que hizo”. Nunca volvió a hablar con él: “¿Qué clase de relación podría tener con él, si no es capaz de sentir empatía ni compasión o de ser honesto?”. Y es que “un buen padre no tortura animales frente a sus hijos ni asesina ni viola a mujeres”.


Veinte años después del veredicto, el nombre de Keith Jesperson apareció de nuevo en todos los medios de comunicación. La identidad de Ylenia Carrisi, hija de Al Bano, se barajó como posible víctima número 8 del ‘asesino de la cara feliz’. El forense Paul Moody, al que le quedaban pocas semanas para jubilarse, necesitaba cerrar el caso. Llevaba dos décadas tratando de identificar uno de los cadáveres de Jesperson, así que lo escribió, se reunieron en la cárcel y este le explicó con detalle dónde recogió a la muchacha, cuántos años tenía y su nombre. Se hacía llamar Susanne y quería viajar a Las Vegas. Le enseñó una fotografía, la de Ylenia, y el criminal reconoció haberla matado.

El relato cuadraba a la perfección con la historia, pero cuando analizaron los restos del cuerpo y los compararon con el ADN original de Carrisi, todo quedó en nada. Susanne no era Ylenia y, a día de hoy, nadie ha podido reconocer ese cadáver sin nombre. Mientras tanto, Jesperson pasa sus días pintando en su celda y dejando claro que, pese a los crímenes, “¡no soy un monstruo!”.

Reportaje original, gracias:
 
LAS CARAS DEL MAL

‘El asesino del martillo’, un policía convertido en asesino en serie tras ganar la lotería

1592695143351.png
Norbert Poehlke, 'el asesino del martillo', policía y asesino en serie tras ganar la lotería (YouTube)


Un ingeniero de ventas acude a visitar varias empresas para su área de negocio. Son las diez de la mañana y Siegfried decide tomarse un descanso y parar en un estacionamiento forestal. Aparca y sale de su BMW color blanco cuando, de repente, un desconocido le asalta a punta de pistola. Sin mediar palabra, le dispara en el rostro y el hombre cae desplomado sobre el asfalto. El criminal huye con el vehículo de su víctima. Quería robar un banco. Su identidad: el denominado ‘asesino del martillo’.

Nadie podía imaginar que tras aquel primer asesinato a sangre fría se encontraba el sargento de la policía Norbert Poehlke, un reputado agente al que le acababa de tocar la lotería. Tras gastarse todo el dinero, inició una serie de crímenes que sembraron el pánico en la localidad alemana de Stuttgart. Se había convertido en un asesino en serie .


Hasta el cuello de deudas


Cuando Norbert Poehlke se metió a policía para servir y proteger al ciudadano, no podía imaginarse que terminaría siendo un delincuente peligroso en busca y captura. Nacido en Stuttgart el 15 de Septiembre de 1951, este sargento perteneciente a la unidad canina de Stuttgart-Mühlhausen, era un miembro reputado de su cuerpo y de su comunidad. Casado con Ingeborg y con dos hijos, Adrian y Gabriel, llevaba una vida aparentemente normal. Su mayor pretensión era tener una casita en las afueras y por eso decidió comprar un boleto de lotería y probar suerte.

Era principios de los años ochenta cuando a Norbert le tocaron 30.000 marcos alemanes (unos 15.300 euros) en la lotería. Este dinero, que parecía caído del cielo, le ayudaría a construir su deseada casa en el campo, a la que tanto ansiaba trasladarse con toda su familia.

1592695250348.png
Imagen de joven de Norbert Poehlke (YouTube)


Lo que comenzó siendo un proyecto pequeño y sencillo terminó en algo más ambicioso, hasta el punto de gastarse toda la fortuna en una especie de mansión. Pero no solo se gastó el dinero del premio, también el de los numerosos préstamos que fue pidiendo a los bancos. Todas las entidades bancarias confiaban en su solvencia económica. Al fin y al cabo, su boleto salió premiado.

Sin embargo, las cuentas no cuadraban y las deudas comenzaron a ahogar al policía: en un año acumuló un total de 300.000 marcos en deudas (en torno a 153.000 euros). Su sueldo no era suficiente para tapar ese gran agujero económico y necesitaba un plan para conseguir dinero rápido.


Un disparo, un martillo y un atraco


Atracar bancos. Esa fue su gran idea. Pero, ¿cómo? Conocía la zona, la vigilancia, tenía un arma (la reglamentaria) y solo necesitaba un vehículo que no fuese el suyo para escapar. Aquí tomó su segunda decisión: robar coches a desconocidos para utilizarlos en los atracos. Así fue como Norbert emprendió su nuevo proyecto: amortiguar su economía.

El jueves 3 de mayo de 1984 fue la fecha elegida para el primer asalto. Merodeó por el área de Ludwigsburg en busca de un vehículo de gama alta. Allí se topó con Siegfried, de 47 años, un ingeniero de ventas que se encontraba visitando a diversos clientes en la región y que paró en la planta de tratamiento de aguas residuales del grupo Häldenmühle cerca de Marbach am Neckar.

1592695334969.png
Foto de archivo de Norbert Poehlke (YouTube)


A las diez de la mañana, cuando el hombre salió de su BMW blanco para estirar las piernas, Norbert le sorprendió encañonándolo con su arma. Sin hablar, el policía disparó en la cara de Siegfried. Fue un tiro certero. Murió en el acto. Tras la detonación, la víctima cayó al suelo y su asesino rompió con un martillo la ventana del coche y se marchó. Su intención era robar un banco de Volksbank en Erbstetten.

Sobre las 12:25 de la mañana, Norbert arribó a la sucursal y, con un mazo, partió la ventanilla de seguridad del mostrador. El empleado, aunque accedió a darle 5.000 marcos (2.500 euros), logró accionar la alarma silenciosa. Cuando las autoridades llegaron, el ladrón ya había huido apresuradamente.

1592695423428.png
Cadáver de la primera víctima de Norbert Poehlke (BZ Archiv)



Entre las pistas que lograron recabar los investigadores destacaban dos. Por un lado, la descripción física que dio el trabajador del banco sobre el delincuente. Este habló de un hombre entre 35 y 40 años, de cabello rubio oscuro y liso, de figura esbelta y alto, vestido con traje azul. Además, aportaron datos de la matrícula del BMW, pero Norbert las había cambiado por unas falsas.

Y, por otro lado, los rastros de sangre recogidos por el departamento de criminalística. El policía se lastimó la mano al romper el cristal. Ahora tenían su ADN. En cuanto a la víctima, horas después encontraron su cuerpo con un tiro en el rostro. También su coche con un martillazo en la ventanilla del conductor. Un golpe similar al hallado en la sucursal. De ahí el apodo que la prensa le puso tiempo después, ‘El asesino del martillo’.


Los casquillos



A partir de aquí, la Policía constituyó una comisión especial de veinte miembros para investigar el caso y lanzó un mensaje a la población: tomar precauciones, porque era probable que el autor de los hechos “utilice armas de fuego de forma despiadada”.

Pasaron varios meses hasta que Norbert volvió a actuar. El agente continuaba haciendo su vida, yendo a trabajar, disfrutando de su familia y elucubrando otro plan para obtener más dinero. Los dos mil quinientos euros no eran suficientes. Así llegó el mes de diciembre y, el día 21, el asesino decidió robar otro banco, no sin antes matar a otra víctima inocente.

1592695520422.png
Cadáver de la segunda víctima de Norbert Poehlke (YouTube)


El británico Eugene Wethey fue asesinado de un disparo en la cara. Se encontraba descansando en el aparcamiento de Rohrtäle, cerca de Großbottwar. Iba camino de Suiza para pasar la Navidad con sus padres, cuando un desconocido le asaltó y acabó con su vida ipso facto . Solo quería robarle su Volkswagen Gold de color verde y ejecutar un nuevo atraco.

Sin embargo, antes de huir, Norbert cambió su modus operandi: movió el cadáver de sitio; arrastró el cuerpo inerte de Eugene unos diez metros, cerca de un bosque; y lo cubrió con hojas. No quería que lo encontrasen tan pronto. Dejó pasar varios días hasta ir a Cleebronn en Baden-Württemberg. Allí se llevó 79.000 marcos (40.300 euros).

1592695628968.png
La pistola utilizada por Norbert Poehlke en sus crímenes (YouTube)


El dispositivo que llevó a cabo la Policía alemana en aquella época no tenía precedentes. Más de mil personas fueron interrogadas por su posible implicación. Sin embargo, ningún sospechoso terminaba de encajar con el perfil ni la descripción que habían facilitado los testigos.

Si bien, los investigadores tenían claro varios aspectos: que el atracador mataba para adquirir un coche que le permitiese huir tras los robos; que jamás empleó la violencia contra los empleados de las sucursales bancarias; que utilizaba un martillo para acceder tanto a los vehículos como a los bancos y no para matar; y que el arma empleada en cada crimen siempre era la misma, una Walther P5.


El aviso de bomba


Mientras tanto, llegó un tercer asesinato, el del electricista Wilfried Schneider, de 27 años. El 22 de julio de 1985, Norbert lo mató del mismo modo que a las anteriores víctimas y trató de atracar el Raiffeisenbank de Spiegelberg. Finalmente, se echó para atrás debido a la gran presencia policial en la zona.

Con este último crimen, la Policía encontró un nuevo casquillo similar al de los homicidios de Siegfried y Eugene. Se analizaron más de 12.000 armas para dar con el modelo correcto. La presión mediática empezó a hacerse notar cuando corrieron rumores sobre la posibilidad de que el asesino en serie fuese un policía. Incluso se detuvo erróneamente a un agente italiano al que dejaron en libertad poco después.


1592695739103.png
Recortes de prensa sobre Norbert Poehlke (GS)


Gracias a que el 27 de septiembre Norbert perpetró un nuevo atraco sustrayendo 11.000 marcos (5.600 euros), los testigos pudieron describirle más minuciosamente. Esto facilitó a los investigadores el primer retrato robot: una imagen de gran parecido a la del agente Norbert Poehlke.

Entre los movimientos que realizaron los investigadores para cazar al asesino: iniciar un seguimiento a varios policías, entre los que estaba el único responsable. Tanto es así que, gracias a un aviso de bomba en la estación de trenes de Ludwigsburg, la Policía rastreó todo el edificio, incluidas las taquillas, y se toparon con el uniforme de un sargento. Era el de Norbert. Cuando le preguntaron por qué lo dejó allí, él respondió que había acudido al entierro de un familiar.

1592695849516.png
Norbert Poehlke, 'el asesino del martillo' (YouTube)


La coartada parecía fiable, era uno de los suyos, así que los agentes lo dejaron marchar. Pero, cuando poco después comprobaron los datos, se percataron de que Norbert les había mentido. A esto se sumó que el sargento causó baja del servicio por enfermedad y que las balas encontradas en las escenas de los asesinatos correspondían con su arma reglamentaria. Por fin habían encontrado al ‘asesino del martillo’.

Cuando acudieron a su domicilio para interrogarlo y pedir explicaciones, hallaron una escena de lo más dantesca. Su mujer Ingeborg estaba muerta en el salón de la casa con dos disparos en la cabeza; y uno de sus hijos, Adrian, yacía asesinado por arma de fuego en su habitación.

1592695958560.png
Los hijos de Norbert Poehlke (YouTube)

El 23 de octubre de 1985, el cadáver de Norbert de 34 años y el de su hijo Gabriel, aparecieron en el interior de su coche cerca de la localidad italiana de Canno Torre. El policía disparó primero a su vástago para, después, suicidarse.

El caso del ‘asesino del martillo’ dejó una huella imborrable en la sociedad alemana. Tanto es así que, a día de hoy, lo recuerda conmocionada.

 
Las caras del mal que habitan entre los vivos

Asesinos con carreras criminales de gran violencia aguardan una oportunidad para volver a delinquir o reinsertarse


1592720332750.png
LESLIE VAN HOUTEN. Asesinó al matrimonio LaBianca por orden de Charles Manson (Nick Ut / AP)



Hoy es una sexagenaria de aspecto frágil que pide perdón por los terroríficos crímenes en que participó. Leslie Van Houten habló hace pocas semanas en tono quedo ante la comisión que debía concederle la libertad condicional. Con sólo 19 años, en 1969, mató al matrimonio compuesto por Rosemary y Leno LaBianca en el distrito de Los Feliz, en Los Ángeles. Acompañada de otros dos miembros del colectivo conocido como la Familia Manson, usó cuchillos de cocina de la propia casa de los LaBianca para los apuñalamientos. En el abdomen de Rosemary, grabó con un tenedor que dejó clavado cerca del ombligo la palabra war ( guerra en inglés). Ha conseguido, tras 19 intentos, que le concedan la libertad condicional. Solo falta que el gobernador de California, el demócrata Jerry Brown, la confirme o pida una revisión.

Ella es una de esas caras del mal que siguen con vida y que podrían volver a incorporarse a la sociedad tras décadas de confinamiento, como le ocurre también a Juan José Pérez Rangel, conocido como el asesino del parking, que mató a golpes en días distintos a dos usuarias de un mismo aparcamiento del barrio del Putxet de Barcelona en el 2003 y que en el 2019 podría conseguir su primer permiso si persevera en el magnífico comportamiento que demuestra dentro de la prisión.

“El mal existe, pero no sin el bien, como la sombra existe, pero no sin la luz”, escribió el poeta francés del siglo XIX Alfred de Musset. Este planteamiento dual ni pone a salvo del peligro que representan los criminales ni da consuelo a las familias de las víctimas. Descendientes del matrimonio LaBianca y de la actriz Sharon Tate, esposa del director de cine Roman Polanski asesinada por la Familia Manson en Los Ángeles un día antes que la pareja de Los Feliz, han recurrido a todos los medios, incluida la prensa, para impedir la excarcelación de un miembro del grupo criminal liderado por Charles Manson. El mal sólo existe porque existe el bien, dice el poeta. Pero, ¿cuál sería el bien en este caso?

Robert K. Ressler, el agente del FBI pionero en el uso de perfiles psicológicos y en el estudio de los escenarios del crimen bajo esa pauta, se entrevistó para sus trabajos con decenas de asesinos en serie. Una buena parte de sus trabajos quedaron reunidos en el libro El que lucha con monstruos. El título está extraído de otra famosa máxima: “El que lucha con monstruos debería evitar convertirse en uno de ellos en el proceso. Y cuando miras al abismo, él también mira en ti”, escribió Friedrich Nietzsche. En sus clasificaciones de asesinos en diferentes perfiles –una técnica asumida en la actualidad por otras de la criminología más moderna–, Ressler deja patente que aquellos criminales con motivaciones sádicas o sexuales de origen psicopático tienen casi nulas posibilidades de enmendarse y que, cuando recuperen la libertad, volverán a hacer daño.

El caso del asesino en serie neoyorkino conocido como el hijo de Sam, David Berkowitz, tiene en cambio particularidades muy diferentes a las de, por ejemplo, el matrimonio británico compuesto por Myra Hindley e Ian Brady, que mataron a sus víctimas menores de edad sólo para satisfacer el apetito sexual sádico de él. Berkowitz, en cambio, aseguró que había cometido todos sus crímenes porque se lo había ordenado el perro de su vecino, lo que lo sitúa en el marco de los asesinos esquizofrénicos. Atacó con un arma de fuego a varias personas con las que no tenía relación alguna entre 1976 y 1977. Este hijo no deseado que fue entregado en adopción al nacer, hiperactivo, tímido y con baja autoestima, no es que no pueda salir en libertad condicional, es que nunca lo ha pedido. Por tanto, no habrá vista para su excarcelación por ahora.

Marc Dutroux, el asesino pederasta belga, tiene un perfil criminal con motivaciones sexuales. Ha pedido varias veces la libertad condicional, pero no se la conceden, a diferencia de Michelle Martin, su exesposa y cómplice de sus crímenes, que desde el 2012 está en la calle más o menos tutelada por alguna institución o por algún buen samaritano como un antiguo juez. El caso Dutroux provocó un cambio de leyes en Bélgica y la unificación de dos cuerpos policiales tras demostrados episodios de descoordinación que beneficiaron al criminal.

La que sí saldrá, aunque en el 2032, es Beverley Allitt. Tendrá al hacerlo 62 años. Mató a cuatro niños y causó graves lesiones a otros nueve mientras trabajaba en la unidad infantil de un hospital británico en 1991.

 
LAS CARAS DEL MAL

Danny Rolling, el ‘destripador de Gainsville’ que inspiró la saga ‘Scream’

El asesino sembró el pánico al violar, mutilar y matar a cinco estudiantes en tres días



1592778779506.png
Danny Rolling, el ‘destripador de Gainsville’ que inspiró la saga ‘Scream’ (Getty)


Cuando el oficial Ray Barber acudió al edificio de apartamentos de Williamsburg Village por un aviso sobre música alta, se topó con un conserje preocupado. La estudiante Christina Powell había desaparecido aunque su coche estaba aparcado en las inmediaciones. Tampoco localizaban a su compañera Sonja Larson. Los padres de Christina solo querían que la Policía derribase la puerta y cerciorarse de que las chicas se encontraban bien. El agente rompió uno de los cristales y, entonces, emanó un fuerte olor del interior. Al entrar, Barber se topó con los cuerpos inertes de las mujeres: habían sido violadas, apuñaladas, mutiladas y colocadas en posiciones sexuales grotescas.

Los asesinatos de estas jóvenes de 17 años fueron los primeros de los cinco que se produjeron en el estado de Florida en agosto de 1990. Su autor, Danny Rolling, conocido como el ‘destripador de Gainsville’, fue detenido y condenado a la pena de muerte. La historia de este asesino en serie impactó tanto al guionista de la película Scream que escribió la que está considerada como una de las cintas de terror más importantes de su género.


Voyeur y antisocial


Danny Harold Rolling nació el 26 de mayo de 1954 en Shreveport (Louisiana, Estados Unidos) en el seno de una familia marcada por la violencia ejercida por parte de su padre, James Rolling, un veterano de guerra con estrés postraumático reconvertido en policía. El hombre no solo se comportaba de forma violenta y agresiva con su mujer Claudia, sino que también abusaba física y psicológicamente de sus hijos. Entre ellos, de Danny.

Día tras día, el muchacho sufría continuos golpes y palizas y, para escapar del dolor, se creó diferentes personalidades. Poco a poco, su mente se fue distorsionando y desarrollando diversos trastornos mentales. Entre ellos, un desorden antisocial, un trastorno límite de la personalidad, además de parafilias sexuales y voyerismo.

1592778872707.png
Danny Rolling (a la derecha) junto a su familia (Getty)


También encontró otros refugios. Por un lado, la música y el arte y, por otro, el consumo de alcohol y drogas. Este cóctel, sumado a una depresión, le llevó a tratar de suicidarse tras una fuerte pelea con su padre. La situación era insostenible y tenía que poner tierra de por medio. Dejó los estudios y se alistó en el ejército. Sin embargo, en 1972 lo echaron de las Fuerzas Aéreas de los Estados Unidos por consumo de estupefacientes y no tuvo más remedio que regresar.

Durante un tiempo, vivió con su abuelo y se dedicó a ir más a la iglesia, lo que le aportó cierta estabilidad. Contrajo matrimonio con O’Mather Halko, tuvieron una hija, pero, inconscientemente, Danny buscaba el mismo tipo de abusos y violencia con el que creció durante su infancia.


1592778976627.png
Danny Rolling, durante el juicio (Getty)


Tras el divorcio, la salud mental del veinteañero empeoró y aquí fue cuando inició su carrera delictiva. Primero, cometió pequeños hurtos que se transformaron en robos con fuerza y por los que años más tarde fue encarcelado. Luego, espió a mujeres en lugares públicos e, incluso, llegó a violar a una señora que se parecía físicamente a su exmujer. También lo detuvieron por voyeurismo, aunque nunca por la violación.

Durante la década de los años ochenta, Rolling saltó de trabajo en trabajo, y cuando lo despedían caía nuevamente en la delincuencia. Robaba, lo detenían y regresaba a la cárcel. Hasta que en noviembre de 1989, asaltó una casa en Shreveport, su ciudad natal, y asesinó brutalmente a toda una familia mientras estaban cenando. Eran un padre de 55 años, su hija de 24, y el nieto de ocho.


Rumbo a Florida


Nadie relacionó a Danny con estos crímenes. La Policía dio palos de ciego en busca del responsable. Tuvieron que pasar cinco años para que el propio Rolling lo confesara una vez detenido por los asesinatos de Gainsville.

Días después de esta carnicería, el joven fue en busca de su padre para matarlo: quería vengarse después de tanto sufrimiento. Cogió una pistola, se personó en el domicilio familiar y lo disparó en el estómago y la cabeza. No lo mató. James perdió un ojo, se quedó sordo de un oído y lo denunció por intento de asesinato. Mientras tanto, Danny emprendió una huida que lo llevó hasta Gainesville (Florida).

1592779063704.png
Un periódico habla sobre el crimen de Danny Rolling en Louisiana (Getty)


A partir de aquí comienza la conexión de la vida de Rolling con la trama de la película Scream . Corría el mes de agosto de 1990 cuando el criminal llegó en autobús hasta Gainesville. Buscó una zona donde asentarse y terminó acampando en una zona boscosa justo detrás de la Universidad de Florida y próxima a la vivienda de una de sus primeras víctimas. Tras varios años de cárcel en cárcel (Alabama, Georgia y Misisipi) prefería no socializar con nadie y vivir apartado. Hasta que su instinto homicida volvió a emerger.

A primera hora de la mañana del 24 de agosto, Danny se coló en el apartamento de Christina Powell y Sonja Larson, ambas estudiantes de 17 y 18 años, que aún dormían.


La primera en morir fue Sonja. Rolling entró en su dormitorio, le tapó la boca con cinta aislante para ahogar sus gritos, la violó y terminó apuñalándola. La joven trató de defenderse pero no consiguió zafarse. Murió intentando protegerse. Después, el agresor se dirigió al salón donde dormía Christina, también le precintó la boca, le ató las muñecas a la espalda y la amenazó con un cuchillo mientras la desnudaba. La violó brutalmente y la mató de cinco navajazos por la espalda. Una vez asesinadas, colocó a las jóvenes en posiciones sexuales provocativas. Antes de marcharse del apartamento, Danny se duchó.

Horas más tarde, la Policía encontró los cuerpos completamente mutilados y acuchillados. Era una escena realmente dantesca.

1592779196109.png
Las víctimas de Danny Rolling (Getty)


Las autoridades aún se encontraban en la escena del crimen recopilando pruebas cuando el asesino volvió a actuar. Rolling no dejó pasar ni un día antes de matar a Christa Hoyt, otra estudiante de 18 años, que residía en la zona. Esta vez, el homicida asaltó la vivienda abriendo una puerta corredera de vidrio con un destornillador pero la chica no estaba en casa, así que la esperó pacientemente.

A las once de la mañana, Christa entró por la puerta y Danny la atacó sorpresivamente por detrás y la estranguló con una técnica de constricción que se utiliza en judo. Después, le precintó la boca con celo, le ató las muñecas y la llevó hasta el dormitorio. Tras desnudarla, la violó salvajemente al igual que a las dos primeras víctimas. Después, la forzó boca abajo, la apuñaló hasta rajarle el corazón y la decapitó. Antes de irse, colocó su cabeza y los pezones en una estantería frente al cadáver. Este permanecía en una extraña pose sexual.


Un destripador anda suelto


Por segundo día consecutivo, las autoridades se toparon con una escena espeluznante similar a la encontrada en la casa de Christina y Sonja. Estaba actuando un asesino en serie y los investigadores analizaban su modus operandi: irrumpía en los domicilios a primera hora de la mañana, ponía la música muy alta durante los crímenes (los vecinos se quejaron del ruido), robaba la ropa interior de sus víctimas, además de algunas partes de sus cuerpos, se duchaba antes de huir, y utilizaba un cuchillo de entre diez y quince centímetros.

Los medios de comunicación se hicieron eco de ambos sucesos y en el campus de la universidad no se hablaba de otra cosa. Los estudiantes tomaron toda clase de precauciones: durmieron en grupo, cambiaron sus rutinas y algunos se trasladaron a otras facultades. Se respiraba miedo.


1592779356217.png
Danny Rolling, esposado, entrando a la sala donde se celebró el juicio (AP)


Pero el auténtico pánico estalló cuando aparecieron los cadáveres de Tracy Paules y Manuel ‘Manny’ Taboada. Fue el 27 de agosto. El primero en morir, el muchacho: descubrió a Rolling entrando en la casa. Tras una fuerte pelea, el homicida logró reducirlo a puñaladas. Tracy escuchó los gritos y, al salir al pasillo para comprobar lo que estaba pasando, vio al asesino. La joven trató de encerrarse en la habitación pero él fue más rápido.

Le precintó la boca y las muñecas, la desnudó, la violó y la apuñaló tres veces por la espalda. Una vez más, eligió una llamativa postura sexual para colocar el cuerpo de la joven.

1592779443862.png


Con cinco asesinatos sobre la mesa, los medios de comunicación bautizaron al responsable como ‘el destripador de Gainesville’. La ciudad estaba completamente traumatizada, nadie salía a la calle y la Policía no logró dar con el verdadero culpable hasta varios días después. Mientras tanto, arrestaron a un estudiante, Edward Lewis Humphrey, por actitud sospechosa: historial de enfermedades mentales, cicatrices en la cara y comportamiento violento en los pisos de estudiantes donde residió. Humphrey salió en libertad cuando arrestaron a Danny Rolling. La detención se produjo el 7 de septiembre.

El asesino estaba robando en una tienda cuando una patrulla lo pilló y lo trasladó a comisaría. Mientras cotejaban sus datos, les saltó el aviso de que el detenido estaba en busca y captura por el intento de asesinato del padre y que, en la misma localidad, se produjo un triple crimen similar al de los estudiantes. Los agentes decidieron comprobar si el ADN del sospechoso coincidía con el encontrado en las escenas de los crímenes de Gainesville y… ¡dio positivo! Acababan de cazar al depredador.


La diabólica ‘Geminis’


Los investigadores acudieron al campamento donde vivía Rolling en busca de pruebas y, durante el registro, hallaron pertenencias con vello púbico de una de las víctimas, ADN de ‘Manny’ en unas manchas de sangre de unos pantalones, su ADN en manchas de s*men, además de varias grabaciones de audio donde el detenido mencionaba los asesinatos. En noviembre de 1991, Danny Rolling fue acusado formalmente de cinco cargos de asesinato en primer grado.

Durante tres años, el acusado insistió en su inocencia pese a las pruebas de ADN, hasta que, en febrero de 1994, entró en su vida la periodista Sondra London. Comenzaron a cartearse e iniciaron una relación sentimental que terminó en boda. De esta unión nació el documental The Making of a Serial Killer donde Rolling habló de los asesinatos cometidos, tanto los de los estudiantes de Gainesville como los de la familia de Lousiana.

1592779501194.png
En el corredor de la muerte.


Poco antes de celebrarse el juicio, se declaró culpable. Pero justificó sus actos asegurando que, la única responsable era Geminis, una parte diabólica de su personalidad, que afloró a raíz de ver la tercera entrega de El Exorcista. Los psiquiatras que lo examinaron vieron plausible la posibilidad de una personalidad múltiple, pero dejaron claro que Rolling distinguía perfectamente entre el bien y el mal.

Durante el juicio, celebrado en el Condado de Alachua casi cuatro años después, los miembros del jurado visionaron las fotografías de las escenas de los crímenes, de las mutilaciones de los cuerpos y del estado en que el acusado dejó a sus víctimas. También escucharon decenas de declaraciones de testigos, de las autoridades competentes en la investigación y, por supuesto, las del propio reo

1592779567278.png


Rolling se escudó en los abusos físicos y psicológicos sufridos cuando era niño para cometer los homicidios. Aquello fue lo que le impulsó a convertirse en un asesino, una teoría que no convenció al jurado y, finalmente, lo declaró culpable de cinco cargos de asesinato en primer grado. Un mes después, en abril de 1994, el juez lo sentenció a la pena capital por inyección letal. El tiempo que estuvo en el corredor de la muerte, Rolling se casó con la citada periodista y concedió múltiples entrevistas. Su ejecución se produjo el 25 de octubre de 2005 en la Prisión Estatal de Starke. Su último deseo fue comer cola de langosta, camarones, patatas al horno, tarta de queso con fresas y té dulce.

En el exterior del recinto se congregaron manifestantes a favor y en contra de la pena de muerte. Los que se oponían, cerca de un centenar, se colocaron en círculo, rezaron y entonaron himnos tales como Kumbaya y Blowin ‘in the Wind. Aquellos que estaban a favor, portaban consignas como, por ejemplo, “mata al asesino”.

1592779627643.png
Manifestantes aplauden la ejecución de Danny Rolling (Getty)


A las seis de la tarde, le inyectaron una mezcla de hipnóticos, sedantes y analgésicos. Sus últimas palabras fueron las de una canción de gospel que decía “nadie más grande que tú, Señor, nadie más grande que tú”. Durante trece minutos, el ‘destripador de Gainesville’ cantó esta estrofa sin parar mientras miraba a los familiares de las víctimas. Murió a los 52 años.

El fiscal estatal de Gainesville, Bill Cervone, que describió a Danny Rolling como “la cara del mal” que ensombrece a la comunidad, aseguró que con su ejecución se “ha eliminado esa sombra”.


A las seis de la tarde, le inyectaron una mezcla de hipnóticos, sedantes y analgésicos. Sus últimas palabras fueron las de una canción de gospel que decía “nadie más grande que tú, Señor, nadie más grande que tú”. Durante trece minutos, el ‘destripador de Gainesville’ cantó esta estrofa sin parar mientras miraba a los familiares de las víctimas. Murió a los 52 años.

El fiscal estatal de Gainesville, Bill Cervone, que describió a Danny Rolling como “la cara del mal” que ensombrece a la comunidad, aseguró que con su ejecución se “ha eliminado esa sombra”.


A las seis de la tarde, le inyectaron una mezcla de hipnóticos, sedantes y analgésicos. Sus últimas palabras fueron las de una canción de gospel que decía “nadie más grande que tú, Señor, nadie más grande que tú”. Durante trece minutos, el ‘destripador de Gainesville’ cantó esta estrofa sin parar mientras miraba a los familiares de las víctimas. Murió a los 52 años.

El fiscal estatal de Gainesville, Bill Cervone, que describió a Danny Rolling como “la cara del mal” que ensombrece a la comunidad, aseguró que con su ejecución se “ha eliminado esa sombra”.


 
Las caras del mal

Patrice Alègre, un asesino en serie implicado en orgías sadomasoquistas con menores

Fue condenado a cadena perpetua por matar y violar a cinco mujeres.
Participó en una trama de corrupción sexual con políticos y jueces en Francia.


1592831373253.png
Patrice Alègre, un asesino en serie implicado en orgías sadomasoquistas con menores (Getty)


Mónica G. Alvarez / 24/04/2020 06:30 | Actualizado a 24/04/2020 14:12




Cuando comenzó el virulento incendio, nadie podía imaginar lo que se encontraría en el interior del apartamento de Martine Matias. La joven apareció completamente calcinada y con claros signos de haber sido violada. Su cuerpo, desnudo y golpeado, estaba en una extraña posición sexual y ensangrentada. Pese a las evidencias de criminalidad (había sangre en el baño) y a que en la autopsia se encontraron restos de cloroformo, los investigadores clasificaron el caso como “su***dio”. Se equivocaban: un peligroso asesino en serie andaba suelto.

Era Patrice Alègre, hijo de un policía francés, quien perpetró sórdidos asesinatos y violaciones en la última década. Condenado por cometer cinco de ellos, también se vio envuelto en un escándalo por organizar orgías sadomasoquistas con menores para políticos y jueces de renombre en Francia.


El ‘accidente’


Nacido el 20 de junio de 1968 en Toulouse (Francia), Patrice Alègre creció en un ambiente familiar de mucha violencia. Su padre, Roland, formaba parte de los CRS, los llamados antidisturbios de la Gendarmería francesa, y tenía un carácter iracundo. El progenitor, alcohólico y maltratador, pegaba con frecuencia a su mujer, Michelle, una escena que le dejó grandes secuelas al pequeño.

Su madre, por su parte, aprovechaba los continuos viajes de Ronald para hacer su vida y llevar amantes a casa. Dicha situación también marcó psicológicamente a Patrice, que fue testigo de las relaciones extramatrimoniales de la progenitora. Este cóctel le convirtió en un rebelde. El muchacho quería a la madre y odiaba al padre. “Mi padre no me crió, solo me soportaba”, aseguró en una ocasión. Sentía que era un hijo no deseado, que era fruto de un “accidente”, dijo Alègre en más de una ocasión.

1592831513157.png
Patrice Alègre, de niño (YouTube)


Su indisciplina llevó a Patrice a ser expulsado de tres colegios distintos y a cometer distintos delitos, principalmente hurtos, robos y tráfico de drogas, de los que salió airoso gracias a su padre. O bien pagaba la multa pertinente o conseguía el favor de sus compañeros para que todo quedase en una mera anécdota y que no pasase por el juzgado.

Con el tiempo reconoció que, con trece años, fue víctima de abusos sexuales maternos, pero estos jamás pudieron demostrarse, unos hechos que los psiquiatras resaltaron tras su detención por matar y violar a cinco mujeres. Esto llevó a Patrice a vivir con su abuela, aunque tampoco fue la solución, porque con dieciséis cometería su primer asalto sexual. Era una compañera de clase, a la que trató de agredir y estrangular sin éxito. La joven jamás lo denunció.

1592831594373.png
Patrice Alègre, de joven (YouTube)


En enero de 1988 conoció a Cécile Chambert, se casaron y tuvieron una hija, Anaïs. Su matrimonio parecía un reflejo del de sus padres por los incesantes gritos y malos tratos. De hecho, en una ocasión, la disputa fue tan fuerte que Patrice destrozó una habitación entera y lanzó a su hija contra la pared. Ese fue el detonante para que Cécile denunciase a su marido y se separase definitivamente. Lo que no sabía es que Patrice llevaba una doble vida y que era un sádico asesino en serie.

Este criminal era todo un depredador sexual que utilizaba su poder de seducción para acercarse a sus víctimas, a las que conocía previamente gracias a su trabajo como camarero y portero en discotecas. Si alguna se resistía a mantener relaciones íntimas, las golpeaba, violaba y estrangulaba. El modo en que lo hacía era cruel y despiadado.


Los asesinatos


Valerie Tariote fue su primera víctima, una camarera de veintiún años que trabajaba en el café donde Alègre lo hizo tiempo antes. Valiéndose de la confianza que tenían, el asesino acudió a casa de la joven el 21 de febrero de 1989 y allí la mató. La Policía la encontró desnuda, amordazada, con las manos atadas, la ropa interior rota y con dos prendas dentro de su garganta. Además, presentaba múltiples golpes y evidentes signos de violación. Sin embargo, los expertos aludieron a un “su***dio por intoxicación de drogas” como causa de la muerte.

Casi un año más tarde, el 25 de enero de 1990, Alègre violó y mató a Laure Martinet a la que conoció semanas antes. Lo mismo pasó con Martine Matias a quien siete años después asaltó en su casa y prendió fuego para borrar pruebas. La hallaron calcinada, desnuda y en una extraña postura sexual. La investigación concluyó que fue un su***dio.

1592831682893.png
Las víctimas de Patrice Alègre (YouTube)

Días después, Alègre cometió un nuevo ataque tras salir de una discoteca en compañía de Emilie Espès, la que con los años se convertiría en la única superviviente y quien llevó a las autoridades hasta este asesino en serie. Todo ocurrió cuando Patrice la llevó a casa en su coche y ella se quedó dormida. En ese instante, él aprovechó para abalanzarse y violarla. Cuando Emilie se despertó y vio a su nuevo amigo tratando de estrangularla, rompió a llorar y él empezó a disculparse. La dejó marchar.

El 14 de junio de 1997, Alègre cometió su cuarto asesinato, el de Mireille Normand, de 35 años, a la que enterró en el jardín de la casa de la víctima en Ariège. Patrice era miembro del personal de mantenimiento del chalet donde vivía la mujer.


1592831741554.png


A partir de entonces, las autoridades iniciaron la búsqueda de este asesino que todavía cometería un quinto crimen. Lo hizo después de estar de vacaciones por Alemania, Bélgica y España. Fue en nuestro país donde conoció a Isabelle Chicherie de 31 años, su última víctima, con quien quedó en París. Fue el 4 de septiembre de 1997 cuando Alègre violó, mató y quemó a la mujer. Al día siguiente se procedió a su detención gracias a la denuncia interpuesta por Emilie y a las pistas recabadas tras el homicidio de Mireille.

En el momento de su arresto, Alègre se mostró colaborativo y “sin ningún sentimiento”, rasgo que le caracterizaría durante el juicio. Las autoridades lo acusaron de tres asesinatos, pero él admitió cinco y seis violaciones.


El ‘monstruo’ afable


A petición del fiscal y convencido de que este criminal cometió más asesinatos, el agente Michel Roussel inició una nueva investigación y aparecieron 191 casos sin resolver. Además, en el año 2000 se creó la unidad Homicidios 31 que permitió reabrir archivos no resueltos, conocer preocupantes desapariciones y extrañas autopsias clasificadas como “suicidios”, incluidas las de algunas prost*tutas. Uno de esos casos condujo hasta dos meretrices, Patricia y Fanny, que hablaron de un entramado de corrupción de menores.

Mientras tanto, el Tribunal Penal de Haute-Garonne celebró el juicio contra Patrice Alègre. Era febrero de 2002 y en la sala se pudieron escuchar diversos testimonios.

1592831808069.png
Emilie Espès, la única superviviente de Patrice Alègre (YouTube)

Una de las declaraciones más emotivas fue la de Emilie Espès, la única superviviente de Alègre, que no entendía cómo su agresor podía pasar de ser amigable a un “monstruo” en tan solo un minuto. Hasta trató de disculparlo aludiendo a que durante la velada que pasaron juntos tuvo “momentos de sinceridad”. Tras el juicio la joven no soportó la presión y terminó suicidándose.

Respecto al testimonio del progenitor excusándose de no ser “más violento que cualquier padre aquí presente” para quitarse toda responsabilidad respecto a la personalidad de su hijo revolvió las tripas al acusado. En un ataque de ira, Alègre espetó: “Si algo lamento es no haberlo matado como le dije a mi madre. No habría hecho todo el mal que hice y hoy no estaría aquí”.

1592831932469.png


En cuanto a la opinión de expertos psiquiatras como Michel Dubec y Daniel Zagury se centró en describir al acusado como un “pervertido narcisista”, un “psicópata” y un “asesino en serie organizado” con traumas a raíz del “abuso sexual materno”. La hipótesis que pusieron sobre la mesa es que Alègre encontró en las violaciones y los crímenes una forma de representar el incesto. “El niño, indefenso y aterrorizado anteriormente por los gemidos maternos, se convierte en el adulto todopoderoso y aterrador que reprime estos gemidos estrangulando a sus víctimas”, explicaron ante el tribunal.

Una teoría que no compartían los abogados de la defensa: “No todos los niños infelices terminan siendo criminales, pero todos los delincuentes son niños infelices”.

1592832084472.png
Los familiares de las víctimas de Patrice Alègre durante el juicio (Getty)


El 21 de febrero de 2002, Patrice Alègre fue condenado por los asesinatos de Laure, Mireille, Valerie, Martine e Isabelle a cadena perpetua con una pena mínima de veintidós años de cárcel, además de por seis violaciones. A partir de entonces, el asesino podría pedir su liberación.

Paralelamente, el grupo Homicidios 31 continuaba investigando la participación de Alègre en otros asesinatos y desapariciones. Así fue cómo en febrero de 2003 conectaron los testimonios de Patricia y Fanny con el criminal, ya que este habría organizado orgías sadomasoquistas con menores para distintas personalidades públicas de Toulouse a principios de los noventa. Dichas sesiones incluían violación, torturas, drogas y prost*tutas en “la casa del lago de Noe” a veinte kilómetros de la ciudad.


Orgías y torturas


Según Fanny vio “a menores de 12 o 13 años” atadas en las paredes de una habitación a la que denominaban “la capilla”, y Patricia aseguró que asesinaron a dos prost*tutas y que se deshicieron de sus cuerpos arrojándolos a un lago cercano a la mansión propiedad de un hotelero de la zona. Entre los nombres que dieron: el de Dominique Baudis, exalcalde de Toulouse, el fiscal general de la Corte de Apelaciones de Toulouse, Jean Volff, o el magistrado Marc Bourragué. Todos ellos negaron la mayor y se querellaron contra las meretrices por difamación.

La noticia fue todo un escándalo en Francia y se abrió una investigación judicial donde se les acusaba de “proxenetismo en grupo organizado, violaciones agravadas y complicidad, actos de tortura y barbarie”.

1592832187154.png


Además, un ya condenado Alègre reconoció haber matado a algunas de estas prost*tutas previo encargo de dos reconocidas personalidades al ser un “testigo molesto”. Así lo explicó en una carta enviada a Canal+ Francia y que leyó uno de sus presentadores en directo. Tras el revuelo mediático, los políticos y juristas señalados fueron destituidos de sus respectivos cargos y estos iniciaron su propia guerra judicial por calumnias.

Los hechos relatados por Patricia y Fanny no pudieron demostrarse y, en julio de 2005, fueron sentenciadas a tres años de prisión por difamación, además de por complicidad en el falso testimonio de uno de los testigos, el del travesti Djamel. Tampoco se encontraron pruebas para acusar a Alègre de los citados crímenes.


Durante el verano de 2019 y después de 22 años en prisión, Patrice Alègre volvió a ser noticia. El asesino en serie de Toulouse se reunía con su abogado para pedir la libertad condicional. La ley se lo permite, tal y como consta en la sentencia de 2002. Eso sí, su posible salida de la cárcel pasa previamente por una reevaluación psiquiátrica realizada por expertos en la materia que explicarán si es peligroso o no dejar al preso libre o, por el contrario, es mejor que continúe cumpliendo condena. Después, un tribunal compuesto por tres magistrados analiza los resultados y decide si es apto o no para la reinserción.

“Era un depredador. Nos opondremos a su solicitud”, advierte el abogado de la familia de Martinet. Hasta el momento, nada se sabe del recurso, pero Alègre sigue poniendo en práctica sus artimañas seductoras. La última en caer es una psicóloga canadiense con la que supuestamente mantiene una relación sentimental. Están enamorados y “queremos un hijo”, confirmó a su letrado.

 
Acabo de descubrir este hilo tan interesante, y me he dado cuenta de que no está uno de los asesinos cuya historia más me ha impactado. La conocí a través del libro que escribió sobre este caso Emmanuel Carrère, titulado "El Adversario".

Jean-Claude Romand
Jean-Claude Romand (Lons-le-Saunier, Jura, 11 de febrero de 1954) es un criminal francés conocido por haber asesinado en 1993 a su esposa, a sus dos hijos y a sus padres; y por haber ocultado durante dieciocho años su verdadera vida a sus allegados. Fue condenado en 1996 a cadena perpetua, con un cumplimiento de condena de al menos 22 años. Cumple condena en la prisión de Châteauroux (Indre).

El 9 de enero de 1993 asesinó a su mujer con un rodillo de amasar, y más tarde a su hija Caroline, de 7 años, y a su hijo Antoine, de 5, empleando un rifle del calibre 22. Después de estos crímenes, limpió la casa, salió a pasear, y horas más tarde se dirigió a la casa de sus padres, en Clairvaux-les-Lacs (Jura), donde, después de comer, los asesinó del mismo modo. Tras pasar la noche con su amante, en París, regresó a su domicilio y le prendió fuego a su casa con él dentro, no sin antes haber tomado una buena dosis de barbitúricos. No obstante, fue rescatado por los bomberos y tras casi una semana en coma, consiguió salvar la vida.

La investigación pronto reveló que Jean-Claude Romand no era la persona que creían sus vecinos y conocidos. No tenía trabajo, y había estado engañando a toda su familia y amigos durante casi dos décadas, afirmando ser médico e investigador en la OMS, cuando en realidad nunca había superado el segundo curso de Medicina, y vivía del dinero que había conseguido estafar a lo largo de los años en su círculo de allegados, llegando a vender a precio de oro medicamentos falsos contra el cáncer. Al parecer, en la época en que cometió los crímenes, su familia estaba a punto de descubrir la verdad sobre él, y además había agotado todos sus recursos económicos. Acorralado, atrapado en su propia trampa, no encontró otra solución que el asesinato pues, según sus propias palabras, "su familia no aceptaría la verdad".

Breve biografía
Jean-Claude nació el 11 de febrero de 1954 en Lons-Le-Saunier, una pequeña población cercana a la frontera de Suiza. En su infancia fue un chico solitario, con pocos amigos y una actitud retraída.

Hijo único, desde muy joven vivió con preocupación por la salud de su madre, mujer enfermiza, de la que desconocía la enfermedad que sufría, pero que se mostraba preocupada en excesivo ante cualquier mínimo imprevisto, hecho que lo motivó a ocultarle sus estados emocionales y a plantearse si era adecuado decir la verdad si al hacerlo se causaba aflicción.

Juventud e ingreso en la facultad de Medicina
En el ámbito académico, destacaba por ser un estudiante aplicado, un chico que se podía considerar muy formal e introvertido, que no era aficionado a los deportes y que fue pasando por la escuela sin mayores inconvenientes. Una vez terminada la educación elemental y el instituto, decidió matricularse en la universidad de Medicina, carrera que cursó sin problemas hasta el segundo año, cuando afirmó que el día del examen final de Fisiología, no escuchó el despertador y, por ese motivo, no acudió a realizar el examen, que era eliminatorio. Este hecho marcó un punto de inflexión en su vida y fue la primera de sus grandes mentiras.

Tras este episodio, que además coincidía con la negativa de su entonces pareja, Florence, a continuar con su relación sentimental, Jean-Claude se encerró en su habitación del campus, dejó de acudir a clases y se dedicó a leer periódicos y ver la televisión, llegó a engordar 20 kilos debido a la falta de actividad y la comida basura.

Últimos años de carrera, una etapa llena de mentiras
Los años posteriores entre 1975 y 1986, siguió matriculándose en el segundo curso de la carrera de medicina, presentando certificados médicos falsos con los que justificaba la falta de asistencia a clases y a los exámenes. Consiguió que Florence retomara su relación sentimental con él y estableció una rutina diaria en la que iba todos los días a la universidad sin llegar a entrar en clases.

Cambió sus horarios para evitar coincidir con conocidos que pudiesen descubrirle y estudiaba las asignaturas de la carrera para poder conversar con sus compañeros sin levantar sospechas, incluso, en ocasiones, ayudaba a Florence a estudiar las materias que a ella, estudiante de farmacia, le resultaban difíciles.

Tras este período informó a sus familiares y amigos que había acabado la carrera de medicina y había recibido una beca para trabajar en la sede de la OMS en Ginebra, a escasos kilómetros de la ciudad donde vivía. En aquel momento, ya se encontraba casado con Florence, se habían casado en 1984, y tenían una hija, Caroline, que había nacido un año antes en 1985. En 1987 nació el segundo hijo del matrimonio, Antoine.

¿Cómo ganaba dinero para mantener a la familia?
Otra gran duda que se planteaba tras salir a la luz todas sus mentiras es cómo lograba mantener económicamente a su familia, ya que ésta mantenía un estilo de vida aburguesado que se financiaba mediante estafas a familiares y amigos. Principalmente desarrollaba dos modalidades de estafa, una consistía en ofrecer a sus conocidos un plan de inversiones con una alta rentabilidad aprovechando su trabajo en la OMS, de este modo llegó a estafar a sus allegados hasta dos millones y medio de francos y la otra, era la venta de medicinas oncológicas en supuesta fase de experimentación, por valor de 15.000 francos cada pastilla. Pero nadie dudaba del bueno de Jean-Claude, que se había revestido de una imagen social de éxito y prestigio y vivía volcado en su trabajo y su familia.

El comienzo del fin
El padre de Florence murió en extrañas circunstancias, cayendo por las escaleras del granero familiar, mientras mantenía una conversación con Jean-Claude en la que le pedía parte del dinero que le había dado a su yerno para invertir, pero nadie duda de la honestidad del supuesto médico que se convierte en el cabeza de familia y en el encargado de velar por el bienestar de todos.

default.jpg


En esta época, Jean-Claude conoce a Corinne, la mujer de un conocido, por la que comienza a sentir una gran atracción y a la que se propone conquistar. Ella en un primer momento le rechaza, a lo que Jean-Claude responde con un intento de su***dio al que sigue otra gran mentira para ocultarlo y un período de aislamiento en casa, en el que manifestaba al igual que en la universidad conductas depresivas. Finalmente, Corinne acepta mantener una relación con él. Pero tener esta nueva relación y añadir una nueva mentira más, cada vez le resulta más difícil… Corinne, que también ha sido víctima de la estafa del fondo de inversiones, le demanda beneficios, su esposa, Florence, comienza a sospechar que algo raro pasa… y, por este motivo, acorralado, el 9 de Enero de 1993, Jean Claude Romand decide poner fin a su doble vida.

El crimen y el su***dio frustrado
Ese día, se citó con Corinne haciéndole creer que iban a cenar a casa de un importante colaborador de la OMS, y a medio camino intentó matarla, sin éxito, ya que ella logró convencerlo de que no lo hiciera. Tras dejarla de vuelta en su casa, Jean Claude, se dirigió a su propia casa y una vez allí, mató primero a Florence, asestándole diversos golpes en la cabeza con un rodillo de repostería. A la mañana siguiente, mientras sus hijos miraban la tele, los llamó para que acudieran a su habitación y allí les disparó a ambos, que fallecieron en el acto.

Después de haber matado a su mujer y a sus hijos, Jean-Claude se fue a comer, como hacía cada semana a casa de sus padres y una vez allí también mató a su padre, que recibió dos tiros en la espalda y a su madre, con uno en pleno pecho. Tras estas nuevas muertes volvió a casa, ingirió una elevada cantidad de barbitúricos ya caducados, y prendió fuego a la casa, con la idea de morir él también junto a sus seres queridos. Cosa que no llegó a suceder.

Al ver el incendio, los vecinos y amigos de la familia llamaron a los bomberos, que consiguieron extinguir el fuego y sacar a todos los miembros de la familia de la casa, pero lamentablemente, sólo encontraron con vida a un agonizante Jean-Claude Romand, al que trasladaron a un hospital en estado de coma.

Investigaciones policiales
Las primeras investigaciones no tardaron en comenzar y se descubrieron las balas en los cuerpos de los menores y los golpes en la cabeza de Florence. Asimismo, también hallaron los cadáveres de los padres de Jean-Claude, momento en el que todos empezaron a sospechar de una posible venganza contra la familia Romand… pero pronto se destapó la verdad.

Las investigaciones confirmaron que Jean-Claude Romand no trabajaba para la OMS y en su coche se halló una nota de su puño y letra donde confesaba los crímenes perpetrados. Al final se descubrieron todas sus mentiras, nadie de su círculo de conocidos podía creer que el atento y familiar Jean-Claude hubiera sido capaz de cometer tales actos y mentir acerca de todos los aspectos de su vida. Pero las pruebas no dejaban lugar a dudas. Por su parte, cuando el falso médico despertó del coma, confirmó los hechos y manifestó haberlo hecho para que sus familiares no sufrieran al conocer sus mentiras.
En el 2011 Xavier Dupont de Ligonnès hizo lo mismo y sigue desaparecido.
 
Las caras del mal

Los parricidas de Logrosán y el crimen del día de San Valentín: “¡Me lo han matado!”

Rosa Durán y José Carlos Triguero fueron condenados por matar de dos disparos al empresario Alfonso Triguero


1592896725461.png

Los parricidas de Logrosán y el crimen del día de San Valentín: “¡Me lo han matado!” (LVD)


“¡Hay alguien en casa! ¡Hay alguien en casa!”, gritaba Rosa Durán desesperadamente la madrugada del día de San Valentín al despertarla un tremendo estruendo y el “fogonazo” que iba directo hacia su marido, Alfonso Triguero. Los gritos alertaron al hijo del matrimonio, José Carlos, que salió de la habitación escopeta en mano. Intentaba atrapar al intruso. Sin embargo, no le dio alcance y tan solo avistó un vehículo rojo al que parecía haberse subido.

De inmediato, madre e hijo trataron de salvar la vida del hombre taponando la herida para evitar que se desangrara. También llamaron al 112 pidiendo auxilio, una llamada en la que Rosa gritaba desesperadamente: “¡Me lo han matado! ¡Me lo han matado!”. Cuatro meses después del crimen del empresario de Logrosán (Cáceres), la Policía detenía a la viuda y al primogénito por ser los autores del asesinato.


Familia de empresarios


Esta localidad cacereña de poco más de 2.200 habitantes no dio crédito cuando se enteraron de que Rosa y José Carlos habían sido detenidos como presuntos responsables de la muerte de Alfonso. En Logrosán todos conocían a esta familia de empresarios, cuya vida discurría en el restaurante-asador El Cortijo del Jamón por el que recibieron más de un galardón como mejor empresa de ámbito rural por la Junta de Extremadura.

Hijo de un vendedor de trigo y cereales, Alfonso era un emprendedor que se hizo así mismo. Primero montando un supermercado, después abriendo una tienda de jamones y embutidos, pasando por tener un criaderos de cerdos y hasta una discoteca. Finalmente, El Cortijo del Jamón acabó convirtiéndose en su vida.

1592869751927.png
Alfonso Triguero, víctima del crimen del día de San Valentín (Atresmedia)


Todo cambió la noche de autos. Aquella víspera del día de San Valentín hacia las tres de la madrugada, los vecinos escucharon un disparo de escopeta de caza proveniente de la casa de los Triguero Durán. Los gritos desgarradores de Rosa alertaron de que algo trágico acababa de ocurrir: un desconocido había asaltado la casa mientras dormían y disparado a quemarropa a su marido en el costado izquierdo. Cuando llegaron los servicios de emergencia la víctima aún seguía con vida e intentó balbucear algo, pero no pudo. Nada pudieron hacer por salvarlo. Falleció en el hospital de Cáceres.

“Yo me desperté cuando vi un fogonazo”, declaró Rosa a los investigadores. A lo largo de su relato, la mujer explicó cómo avistó a un desconocido en la casa, gritó para pedir ayuda a su hijo y, pese a que este salió a buscarlo escopeta en mano, no logró detenerlo. Huyó en un vehículo rojo con una mujer rubia en el asiento del piloto.

1592869889360.png
Alfonso Triguero, víctima del crimen del día de San Valentín, y su mujer Rosa Durán (Atresmedia)

Según la versión de la madre y el hijo, ambos intentaron reanimar a Alfonso. “¡Alfonso, levántate!”, chillaban. Al no poder, taponaron su herida para contener la hemorragia. Tenía el costado izquierdo reventado y los pulmones encharcados. Los gritos de Rosa lo inundaban todo: “¡Me lo han matado! ¡Me lo han matado!”. El perro hacía lo propio con sus insistentes ladridos. Terminaron por encerrarlo en una de las habitaciones.

Cuando llegaron las autoridades, varios agentes de la Benemérita se toparon con una vivienda revuelta: los cajones del salón abiertos y todo desperdigado, como si alguien hubiese estado rebuscando algo.

1592870017598.png
Crimen de San Valentín: los cajones estaban revueltos (Atresmedia)

Cartuchos azules

Durante la inspección ocular, la Guardia Civil también encontró en la cocina tres tazas usadas, restos de embutido y un cuchillo. La explicación que dio Rosa fue que alguien les echó droga en la leche y que partieron carne para distraer al canino. Al recoger muestras de posibles huellas dactilares ajenas, el resultado dio negativo.

Subiendo las escaleras hacia el primer piso, lugar donde se produjo el crimen y donde se encontraba el dormitorio del matrimonio, los agentes localizaron un cartucho de escopeta percutido del calibre 12. Justo antes de entrar a la habitación, también hallaron una escopeta de caza marca Benelli con el seguro puesto. Esta era propiedad del novio de la hija Ana y que José Carlos utilizó en una montería el día anterior. El muchacho les especificó que tenía previsto devolvérsela a su dueño al día siguiente.

1592896254799.png

Crimen de San Valentín: la Policía encuentra un cartucho azul (Atresmedia)

En el interior del dormitorio principal, la ventana permanecía cerrada y con la persiana bajada sin signo alguno de haber sido forzada. Siguiendo con la inspección ocular, la Policía recogió un segundo cartucho azul de debajo de la cama. Tiempo después se demostró que tenía una huella: la de la viuda.
Además de la habitación del matrimonio, los investigadores hicieron lo propio con la del hijo. Allí localizaron aparte de la citada escopeta, otras dos armas y varias cajas de cartuchos en una de las estanterías. Algunos de ellos eran de color azul, como los encontrados cerca de la víctima.

Crimen de San Valentín: la escopeta con la que mataron a Alfonso

Crimen de San Valentín: la escopeta con la que mataron a Alfonso (Atresmedia)

Aunque la mujer y el hijo aseguraron no haber visto a nadie en la casa, su primera hipótesis fue la del robo. Se basaban en que les desapareció el dinero de la recaudación del restaurante y del supermercado, un sobre con 4.000 euros.
Durante los siguientes cuatro meses, la familia siguió llevando los negocios familiares y nadie sospechó que madre e hijo tuviesen nada que ver en el asesinato del empresario. Pero los investigadores dudaban del testimonio familiar y comenzaron a descartar el robo o un ajusta de cuentas como móvil del homicidio. La versión de ambos hacía aguas: ninguna cerradura de la casa había sido forzada, el perro no alertó a los dueños con sus ladridos, y además encontraron una escopeta y cartuchos similares a los empleados en el crimen.
Crimen de San Valentín: José Carlos, acusado de matar a su padre
Crimen de San Valentín: José Carlos, acusado de matar a su padre (Atresmedia)

Los indicios les señalan

Las pruebas realizadas por la Policía Científica fueron determinantes. Entre los resultados más importantes: que las manos de José Carlos tenían rastros de pólvora, también había en el pijama que llevaba puesto la noche de autos, por no mencionar las zapatillas de Rosa. Además, uno de los cartuchos que se recogió en el dormitorio contaba con el ADN de la viuda. Sin embargo, no hallaron ninguna huella extraña en los cajones que aparecieron tirados y desordenados durante el presunto robo. En ellos solo estaban las dactilares de madre e hijo.
Ante tal “multitud de indicios”, la jueza de Instrucción Raquel Vicente de Andrés dio la orden de detención contra Rosa y José Carlos como presuntos coautores del asesinato de Alfonso.
Crimen de San Valentín: José Carlos durante el funeral de su padre
Crimen de San Valentín: José Carlos durante el funeral de su padre (Atresmedia)
Durante la declaración ante la jueza, los sospechosos cayeron en multitud de contradicciones y acusaciones mutuas. José Carlos, por ejemplo, aseguró que las discusiones en el seno familiar eran una constante por las infidelidades de su padre, aunque Rosa lo negó alegando que eran un matrimonio feliz. También hablaron de un seguro de vida de 30.000 euros que esposa e hijos cobrarían en caso del fallecimiento del padre. Esto y las numerosas pruebas -entre ellas la de la parafina, las huellas dactilares y el ADN-, les llevaron directamente a prisión provisional.
Durante el siguiente año y medio, Rosa y José Carlos estuvieron en la cárcel. Pero en agosto de 2012 lograron salir en libertad tras pagar 45.000 euros de fianza a la espera de juicio. Este se demoró hasta el 22 de septiembre de 2014.
Crimen de San Valentín: Rosa y José Carlos durante el juicio
Crimen de San Valentín: Rosa y José Carlos durante el juicio (Atlas)
La Fiscalía los acusaba de un delito de asesinato con alevosía y pidió para cada uno una pena de 19 años de prisión y una indemnización de 200.000 euros para la otra hija del matrimonio; la acusación particular pidió 20 años de prisión. En cuanto a los abogados defensores, solicitaron la absolución por falta de pruebas contra ellos.
Tras la constitución del jurado popular conformado por once miembros (nueve titulares y dos suplentes), se procedió a la vista oral. Los primeros en subir al estrado fueron los acusados. Primero Rosa que, llorando, aseguró que eran una familia modélica, sin ningún tipo de problema y, que en ningún momento, quiso separarse de su marido. Recordando la noche del crimen, la viuda dijo que cuando escuchó el disparo se levantó sobresaltada, “yo sólo quería salir de la habitación”, y que al hacerlo vio al hijo que cogió una escopeta. Pensaba que había alguien en la casa.
Crimen de San Valentín: Rosa Durán durante el juicio
Crimen de San Valentín: Rosa Durán durante el juicio (Atlas)
En cuanto a José Carlos, su actitud fue cambiando a lo largo del proceso judicial. Durante su declaración el primer día del juicio, se mostró arrogante y desafiante, repitió varias veces que se llevaba bien con su padre y que él no lo había matado. Pero a medida que las pruebas fueron señalándolo, se mostró cada vez más desesperado.
“Eso no lo entiendo, tiene una escopeta en el suelo y en vez de cogerla va a su habitación a tomar otra que está en su funda”, dijo la acusación particular. Una contradicción que evidenciaba la mentira que el acusado había expuesto ante el tribunal. El hijo vio una escopeta a la entrada de la habitación pero no la cogió para defenderse sino que se fue a su cuarto a por otra.

La imposibilidad del su***dio

Una de las hipótesis manejada por los abogados de la defensa apuntaba a que Alfonso se hubiese suicidado. Sin embargo, los forenses que examinaron el cuerpo de la víctima tuvieron claro que por la situación de la herida “anatómicamente es imposible que se hubiera disparado él mismo”. Además, teniendo en cuenta el diámetro de la herida y la hemorragia de forma continua, pero no abundante, el disparo se produjo “a cañón tocante o a una distancia de 30 centímetros”.
Respecto a los restos de relajante muscular hallados en Alfonso, los forenses concluyeron que es un fármaco que “produce somnolencia y no sedación y que la cantidad encontrada era una dosis normal”, por lo que se descarta que fuera sedado.
Alfonso Triguero antes del crimen de San Valentín
Alfonso Triguero antes del crimen de San Valentín (Atlas)
En cuanto a los informes de balística realizados por la Guardia Civil, estos exponían que se hallaron residuos de disparo en la mano derecha y zapatillas de la mujer y en las manos del hijo, pero que “no pueden afirmar si llegaron a ellos por exposición o por transferencia al tocar las sábanas y mantas”.
El 25 de septiembre a las doce de la mañana, el jurado popular leyó el veredicto. Siete de los nueves miembros encontraron a los acusados culpables del asesinato del empresario y señalaron a José Carlos como el autor del disparo. No solo por encontrar sus huellas en el gatillo del arma homicida, sino por tener restos de pólvora en su pijama. Sobre Rosa indicaron que era la autora intelectual del asesinato. Ella lloró desconsolada, él no daba crédito.
Crimen de San Valentín: Rosa Durán escuchando a los testigos
Crimen de San Valentín: Rosa Durán escuchando a los testigos (Atresmedia)
Días después, la jueza ratificó el veredicto del jurado popular y procedió a dictar sentencia. En el fallo se puede leer: la víctima se encontraba durmiendo en su cama cuando el hijo “le disparó en el costado izquierdo con la escopeta a escasa distancia” provocándole “lesiones mortales”. Estos hechos se realizaron en “connivencia con su madre, que también se encontraba en el domicilio y sabía todos los detalles de la acción”.
Una vez cometido el asesinato, madre e hijo abrieron cajones y “simulan que ha entrado en casa un tercero para robar lo recaudado en el restaurante de su propiedad”. Además, “la actuación de Rosa excede la de un cómplice y la convierte en coautora”. Madre e hijo fueron sentenciados a 17 años y medio de prisión.

La fuga

Como la sentencia aún no era firme, aún podían recurrir ante el Tribunal Superior de Justicia, la Audiencia decidió no ordenar su ingreso en prisión, desoyendo la petición de la fiscalía y la acusación particular, por lo que madre e hijo se volvieron a Logrosán. Rosa y José Carlos estaban en libertad pero con la obligación de ir al juzgado una vez a la semana. Previamente, entregaron el pasaporte.
El 10 de octubre, el hijo no se presentó a su cita judicial y comenzó su búsqueda y captura. La fuga duró tres meses y lo cazaron porque la Guardia Civil lo interceptó en un control antidroga en Béjar mientras viajaba en autobús. Cuando le detuvieron llevaba encima un paquete de marihuana y 7.600 euros en metálico. Según parece el joven viajaba hacia Cáceres para entregarse.
Crimen de San Valentín: José Carlos y Rosa tras quedar en libertad provisional
Crimen de San Valentín: José Carlos y Rosa tras quedar en libertad provisional (Atlas)
Hasta que dieron con él, la madre regresó a prisión ante el posible riesgo de fuga. Desde ese momento y hasta que se ratificó la sentencia en 2015, Rosa y José Carlos continuaron en la cárcel. De nada le sirvió al hijo pedir perdón a la jueza.
De hecho, durante la vista celebrada tras los recursos interpuestos por la defensa, el hijo descargó toda la culpa en su madre. La acusó directamente de ser la única responsable del asesinato de su padre. “Mi madre entregó a la Guardia Civil un pijama distinto al que llevaba puesto. Lo hizo por el despecho y rencor que sentía hacia mi padre por la vida paralela que llevaba. Soy inocente y mi vida no tiene sentido después de los hechos”, explicó José Carlos. Pero una vez más, el tribunal señaló a ambos como coautores del crimen del empresario.

La viuda, absuelta

La viuda y el hijo continuaron en prisión hasta que el 27 de enero de 2016 el Tribunal Supremo acordó la absolución de Rosa al no considerar probado que hubiese tramado un plan con José para acabar con la vida de Alfonso. De este modo, la declararon inocente del asesinato de su marido y la pusieron en libertad de inmediato. Su hijo, en cambio, no tuvo la misma suerte y el Supremo sí ratificó su condena a 17,5 años de cárcel.
La mañana que Rosa Durán salió de la cárcel de Cáceres lo hizo con “sabor agridulce” y sin querer hacer declaración alguna a los medios que allí la esperaban. Puso rumbo a su domicilio en Logrosán.

Crimen de San Valentín: foto de José Carlos y Rosa durante la vista judicial
Desde entonces, la viuda ha peleado para conseguir varias indemnizaciones. Una de ellas presentada ante el Tribunal Supremo en la que pedía 90.000 euros por meterla en prisión preventiva como medida cautelar sin haber indicios suficientes para ello. Aquí la Cámara Alta dio la razón al juez porque era “la decisión más ajustada a la ley” y por tanto, denegó cualquier tipo de compensación económica a la por entonces acusada de asesinato.
Después reclamó directamente al Estado al considerarse víctima de un error judicial. El Supremo no admitió a trámite este recurso y la condenó a pagar las costas del procedimiento judicial. Por último, solicitó al Ministerio de Justicia una indemnización de 60.000 euros por los casi tres años que pasó en prisión por el crimen del que resultó absuelta por el Tribunal Supremo. Al no conseguirlo, agotará todas las vías hasta llegar al Tribunal Europeo de Derechos Humanos de Estrasburgo. Privarle de libertad, según su abogado, fue una medida “disparatada”.

Reportaje original:
 
Última edición por un moderador:
Back