Asesinatos impactantes

El crimen de los marqueses de Urquijo: incógnitas y cabos sueltos 40 años después

ABC consulta los casi 3.000 folios de los sumarios del caso para recordar un suceso de la crónica negra española



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Rafael Escobedo

Angie Calero
SEGUIRMADRID
Actualizado:21/07/2020 01:01h.
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«Agradezco mucho que os pongáis en contacto conmigo, pero prefiero no hablar sobre el tema. Que salga mi nombre y el apellido de mi familia cada 1 de agosto es una tortura». Quien dice esto, al otro lado del teléfono, es Myriam de la Sierra Urquijo. A primera hora de aquel día de 1980, cuando ella solo tenía 24 años, recibió una llamada que le alertó de la peor de las noticias: sus padres, María Lourdes Urquijo Morenés (V marquesa de Urquijo) y Manuel de la Sierra y Torres, habían sido asesinados esa madrugada con dos tiros y uno a quemarropa, mientras dormían en su chalet de la urbanización de Somosaguas, a las afueras de Madrid. A Juan, su hermano, que entonces tenía 23 años, el suceso le pilló en Londres, donde se había instalado meses antes para aprender inglés y estudiar un master en finanzas.

Juan y Miriam de la Sierra, hijos de los marqueses de Urquijo

Juan y Miriam de la Sierra, hijos de los marqueses de Urquijo - EFE

Aquel día Myriam y Juan de la Sierra Urquijo pasaron de ser los hijos desconocidos y de perfil bajo de los propietarios del banco Urquijo a protagonizar titulares acompañados de sus fotografías en todos los periódicos. En los próximos días volverá a ocurrir lo mismo porque el 1 de agosto se cumplirán 40 años del asesinato de los marqueses de Urquijo, un suceso que marcó la crónica negra de la recién estrenada democracia en España porque contenía todos los componentes y personajes necesarios para escribir el mejor de los thrillers: la mala relación de los hijos de los marqueses con sus padres, los extraños movimientos del turbio administrador del marqués, la chica de servicio que aquella noche durmió en la casa y no escuchó nada y Boly, el caniche de la familia, un perro lleno de mala leche que casualmente aquella noche no ladró. Vicente, el mayordomo que se recorrió todos los platós hablando sobre el mal ambiente que había en Somosaguas, y el hecho de que el crimen fuera el 1 de agosto −cuando en las redacciones escasean los temas−, hicieron el resto.

La sentencia de folio y medio firmada por Bienvenido Guevara en julio de 1983, condenó al exmarido de Myriam, Rafael Escobedo, a 53 años de cárcel por matar a sus suegros. En palabras del juez, aquella noche Escobedo «por sí solo o en unión de otros» accedió al interior del chalet haciendo un agujero en el cristal del ventanal de la piscina. Con un soplete hizo un boquete en la puerta que daba acceso a la casa, metió el brazo y accionó la manivela por fuera. Subió hasta los dormitorios, entró en la habitación del marqués, se acercó hasta oírle respirar y le mató de un solo disparo. Tal y como Escobedo confesó a la policía, «lo de la marquesa fue un accidente»: dormía en una pequeña cama en el vestidor de la habitación y cuando él salió del dormitorio tropezó con la moqueta y disparó contra un mueble. La marquesa se despertó, se incorporó y preguntó «¿quién anda ahí?». Le había descubierto. Se acercó y le disparó dos veces.

Rafi −como le llamaban sus amigos y desde el crimen también los medios de comunicación− fue el único condenado por asesinar a los Urquijo. Sin embargo, los inspectores que llevaron el caso nunca creyeron que su motivo para acabar con la vida de los marqueses fuera únicamente pasional, aunque tuviera sus motivos: meses antes del crimen, Myriam le había dejado por Dick Rew, el jefe de ambos en la empresa Golden. Rafi siempre culpó al marqués de su separación porque nunca aprobó que su hija se hubiera casado con un chico [Rafi] sin oficio ni beneficio.

Tras investigar la posibilidad de que el crimen hubiera sido un encargo de alguien del banco Urquijo, pues el marqués era el único que se oponía a su fusión con el Hispanoamericano; la única opción que quedaba era que el motivo hubiera sido pasional y económico, y Rafi parecía cumplir todos los requisitos para ser el asesino. Según su abogado, José María Stampa Braun, en abril de 1981, cuando detuvieron a Rafi en la finca de su familia en Moncalvillo de Huete (Cuenca), tras encontrar allí una serie de casquillos que coincidían con los hallados en la escena del crimen, su cliente sufrió todo tipo de vejaciones. Después de horas y horas de interrogatorio, Rafi se declaró culpable. Pero desde que ese día salió de la comisaría y hasta el final de su vida, Rafi aseguró que él no lo hizo, que estaba allí esa noche pero que no apretó el gatillo. Una afirmación que rubricaron los médicos forenses afirmando que la persona que accionó el arma era un profesional con mucha sangre fría y acostumbrado a matar. Los psicólogos y psiquiatras que examinaron a Rafi certificaron lo mismo en el juicio: que Escobedo era «incapaz de matar a una mosca».

Bombazo informativo

En octubre de 1983, dos meses después de conocer la sentencia firme contra Rafi, el caso Urquijo dio un giro inesperado. La revista «Interviú» colocó en el disparadero a Mauricio López-Roberts, V marqués de la Torrehermosa, al publicar que él −muy amigo de Rafi y un apasionado de la caza que, por tanto, sabía disparar− encargó días antes del crimen un silenciador para un arma en un taller de Lavapiés. López-Roberts explicó que esa pieza era para un rifle y se pudo comprobar su coartada para la noche de autos. Cuando habló con la policía, declaró todo lo que Rafi le contó sobre los asesinatos. «Lo digo ahora porque quiero que se haga justicia», afirmó, al tiempo que aseguró que su amigo era «inocente» y estaba «pagando el pato».
Mauricio López-Roberts

Mauricio López-Roberts

López-Roberts aseguró a los inspectores que aquella noche, después de cenar en El Espejo y tomar unas cuantas copas, Rafi llegó a Somosaguas en compañía de su amigo Javier Anastasio. Le dejó en la puerta y se fue, pero dos días después quedaron y Rafi le pidió a Anastasio que se deshiciera de una bolsa donde había una pistola. Javier la tiró al pantano de San Juan.

El bombazo informativo de López-Roberts supuso la apertura de un segundo sumario del caso Urquijo, donde se procesó a Anastasio como presunto coautor de los crímenes. En diciembre de 1987, tras cumplir el máximo de prisión provisional, Anastasio salió en libertad a la espera de juicio, le devolvieron el pasaporte y se fugó a Brasil, donde no había tratado de extradición. Siempre defendió su inocencia y, además, dijo en varias ocasiones que aquella noche acercó a Rafi a Somosaguas porque él había quedado allí con Juan de la Sierra. La policía nunca demostró que el hijo de los marqueses estuviera aquella noche en Londres.

Javier Anastasio

Javier Anastasio - ABC

El 26 de febrero de 1990, López-Roberts fue condenado a diez años de cárcel por encubridor. El juez Félix Alfonso Guevara, hijo del que había juzgado a Rafi, consideró que cometió este delito al no contar a la policía lo que sabía desde el principio y por prestarle a Javier 25.000 pesetas cuando detuvieron a Rafi en 1981. Cuarenta años después, al doble homicidio de los Urquijo se le podría considerar como «el crimen perfecto», en la medida en que los otros autores materiales e inductores no fueron juzgados. ¿Por qué Rafi se involucró en un crimen que no cometió? ¿A quién protegió? ¿Qué le prometieron a cambio de cargar con dos muertos? El 27 de julio de 1988, derrotado al ver que el caso Urquijo no se había investigado lo suficiente y que nadie creía en su inocencia, deprimido al ver que aquellos que le prometieron que en un año saldría de prisión le habían abandonado, el cuerpo sin vida de Rafi apareció colgado en su celda de El Dueso, en Santoña (Cantabria). Regaló a sus compañeros su ropa y sus pájaros, pero no reveló la verdad. Se llevó a la tumba quién estuvo detrás del crimen, aunque siempre se creyó, que no contó la verdad por amor.

 
El crimen de Los Galindos: 45 años de incertidumbres

Este quíntuple asesinato cometido en 1975 en un cortijo de la provincia de Sevilla prescribió hace años sin culpables | Nuevas teorías como la del hijo de los propietarios, los marqueses de Griñana, en la que implica a su padre en los hechos impiden el olvido

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Fachada del cortijo Los Galindos en una tomada en los días del crimen múltiple (EFE/Archivo)

ENRIQUE FIGUEREDO, BARCELONA

22/07/2020 06:00

Los termómetros alcanzaban casi los 50 grados en el cortijo Los Galindos el 22 de julio de 1975. Fue ese mismo día de temperatura extrema en el que cinco personas fueron asesinadas en el caserío. Hoy se cumplen 45 años de aquella matanza ocurrida a pocos meses de la muerte del dictador Francisco Franco. Ello no supuso que las viejas usanzas del latifundismo andaluz hubiera caducado. Los marqueses de Grañina eran los dueños de la finca. Hay quien sostiene, como uno de los hijos del matrimonio, que el marqués estuvo implicado en los hechos.

Las cinco personas asesinadas: Manuel Zapata, Juana Martín, José González, Asunción Peralta y Ramón Parrilla

Las cinco personas asesinadas: Manuel Zapata, Juana Martín, José González, Asunción Peralta y Ramón Parrilla (LA VANGUARDIA)
Los fallecidos fueron el capataz de Los Galindos, Manuel Zapata, de 59 años; su esposa, Juana Martín, de 53 (ambos moraban en una vivienda del cortijo); otro empleado de la finca, José González, de 27; su esposa, de 33, Asunción Peralta, la única que no estaba laboralmente vinculada a la explotación agropecuaria; y el tractorista Ramón Parrilla, de 39. Esas fueron las cinco personas asesinadas por motivos nunca esclarecidos oficialmente. El caso prescribió en 1995 sin castigo alguno.

Los Galindos se encuentra en la localidad de Paradas, en la provincia de Sevilla. La concejal de Cultura de dicho municipio, Alba García, pide que el “pueblo no sea recordado solo por eso”, aunque es consciente que un suceso tan macabro y que ha sido durante décadas origen de muchos rumores y teorías, fundamentadas muchas veces en leyendas o mentiras, ha calado muy hondo.

Vista panorámica del cortijo de Los Galindos, en Pradas, Sevilla

Vista panorámica del cortijo de Los Galindos, en Pradas, Sevilla (Almuzara)
“Cuando en el colegio nos pedían que hiciéramos un trabajo, se acababa haciendo muchas veces sobre esos hechos, recuerdo que recortábamos diarios viejos y muchas veces nos pasábamos después una semana sin dormir”, confiesa la concejal a la que ese episodio de muerte y violencia le queda biológicamente lejos. Tiene 30 años.

Excepto en el caso el tractorista Ramón Parrilla, cuyo cadáver apareció con impactos de bala de escopeta, las otras cuatro víctimas murieron básicamente a golpes propinados con una pieza de hierro de una empacadora, de forma irregular, con aspecto de antena antigua de televisión, conocida como pajarito. Alguna de las víctimas también recibió culatazos.

El criminal o criminales trataron de quemar dos de los cadáveres en un cobertizo del cortijo rociándolos con combustible

Los cadáveres del matrimonio formado por José González y Asunción Peralta trataron de ser quemados por el autor o autores en una especie de cobertizo e incluso hay quien sostiene, como el profesor Luis Frontela, que hizo una segunda autopsia 10 años después del suceso, que eso ocurrió después de un intento de desmembramiento de los cuerpos.

Uno de los patios del Cortijo de los Galindos donde se cometió un quíntuple crimen el 22 de julio de 1975

Uno de los patios del Cortijo de los Galindos donde se cometió un quíntuple crimen el 22 de julio de 1975 (Almuzara)
El cadáver de Juana Martín quedó escondido en una de las habitaciones de su casa, en la vivienda del capataz, aunque fue atacada en el pasillo, cerca de la puerta. El reguero de sangre en el suelo lo confirma, así como que tuvo que ser desplazada por dos personas que la sujetaron a peso muerto de brazos y piernas.

El cuerpo de su marido, Manuel Zapata, el capataz, apreció tres días después cubierto de Paj* en área de la finca que supuestamente se había revisado ya, pero que nadie alcanzó a ver en aquellos primeros momentos. Hay quien sostiene que alguien lo puso allí más tarde.

Durante esos tres días de ausencia, recayeron sobre Zapata todas las sospechas injustamente. Cuando apareció su cuerpo fue entonces cuando los investigadores -la Guardia Civil, primero, y después la Policía- se centraron en la personas de José González al que, en un relato inverosímil, le atribuyeron una matanza por celos o resentimiento y que después habría tratado de suicidarse cayendo sobre el fuego tras sufrir un desvanecimiento.

Cartel anunciador de la misa que se celebró en memoria de las cinco personas asesinadas en el cortijo.

Cartel anunciador de la misa que se celebró en memoria de las cinco personas asesinadas en el cortijo. (EFE / Archivo)
“Los primeros momentos tras descubrirse los cuerpos fueron un desastre. Se destruyeron todas las pruebas”, explica a La Vanguardia el doctor Ildefonso Arcenegui, entonces un estudiante de medicina que acompañó a su padre, médico forense ya retirado aquellos días, pero que tuvo que hacerse cargo de los levantamientos porque los titulares del juzgado no estaban o estaban de vacaciones, como el propio instructor.
“El asesinato de una mujer era una cosa rarísima, después descubrí dos cadáveres más”

ILDEFONSO ARCENEGUI Médico, estudiante entonces, que participó en los levantamientos.

“Cuando fuimos para allá parecía una cosa de rutina. Pero no, el asesinato de una mujer era una cosa rarísima. La mayoría de los levantamientos eran por accidente de tráfico o por su***dio, por ahorcamiento. Después descubrí personalmente los dos cadáveres que se habían intentado quemar y más tarde, con mi padre, descubrimos otro cuerpo”, explica el doctor Arcenegui. Fue él quien hizo parte de las fotos de la escena del crimen.
En aquellas labores, le acompañó en muchos momentos José Zapico, un oficial jubilado del juzgado de Écija, de 78 años, que por aquel entonces se encontraba de vacaciones en la zona y que se vio envuelto en la improvisada comisión judicial que se organizó para el más trascendental caso criminal de la provincia de Sevilla. El oficial acabó visitando la finca cada día durante más de un mes y medio tras aquel primero jornada que ha marcado parte de su vida. Hizo inspecciones oculares y tomó nota de todo.

Imagen histórica del cortijo Los Galindos, tomada en días posteriores al quíntuple crimen

Imagen histórica del cortijo Los Galindos, tomada en días posteriores al quíntuple crimen (EFE / Archivo)
“Aquello parecía un mercadillo”, comenta Zapico a este diario al referirse a los curiosos y periodistas que estuvieron visitando el cortijo tras el descubrimiento de los cuatro primeros cadáveres.

“No hubo nada de crimen pasional, ni crimen rural. De hecho, no querían matar a nadie porque los autores no llevaban arma alguna. No creo que hubiera intención de matar”, recalca este empleado del aparato judicial jubilado, quien reconoce que el suceso le ha llegado a interesar hasta casi la obsesión. Conoce el sumario al dedillo.

Considera que el móvil que desencadenó la muerte no planificada del capataz –primero en fallecer y último en ser localizado– fue netamente económico. En eso coincide con Juan Mateo Fernández de Córdova Delgado, hijo de los marqueses, que tenía 15 años cuando ocurrieron los hechos. El año pasado, este empresario publicó un libro El crimen de los Galindos, la verdad (Almuzara) en el que implica a su padre el marqués en los hechos.

El marqués de Grañina, Gonzalo Fernández de Córdova y Topete, en una foto familiar, junto a una cuñada

El marqués de Grañina, Gonzalo Fernández de Córdova y Topete, en una foto familiar, junto a una cuñada (Almuzara)
Según el autor en conversación con La Vanguardia, el marqués estaría implicado en un desfalco en una cooperativa de Utrera y el capataz, siendo hombre de una gran rectitud, al descubrirlo, habría decidido contárselo a la marquesa y al padre de ella. González de Córdova padre habría contactado con un hombre de gran corpulencia y de imagen intimidatoria, al que el firmante del libro llama Curro, y de imagen para que entre ambos convencieran a Zapata de guardar silencio. El administrador, Antonio Gutiérrez, habría asistido al marqués en esta operación.

Antonio Gutiérrez Martín, administrador de las propiedades de la familia y mano derecha del marqués de Grañina

Antonio Gutiérrez Martín, administrador de las propiedades de la familia y mano derecha del marqués de Grañina (Almuzara)
Como en el relato del agente judicial Zapico, en la reconstrucción de los hechos que hace el hijo de los marqueses no cabe la premeditación. “Fue algo casual. Quisieron convencerle y hasta es posible que quisieran darle unos guantazos, pero luego todo se enturbió”, afirma Juan Mateo Fernández de Cordova. Tras la muerte del capataz, las otras muertes fueron llegando supuestamente fruto de la casualidad y de la impericia del criminal. “Mi padre vio dos de las muertes, pero no participó en ninguna”, remarca el descendiente de los marqueses.

María de las Mercedes Delgado y Durán, dueña del cortijo y esposa del Marqués de Grañina, con su hijo Juan Mateo Fernández de Córdova Delgado, autor del libro 'El crimen de los Galindos, toda la verdad', en una imagen del archivo familiar

María de las Mercedes Delgado y Durán, dueña del cortijo y esposa del Marqués de Grañina, con su hijo Juan Mateo Fernández de Córdova Delgado, autor del libro 'El crimen de los Galindos, toda la verdad', en una imagen del archivo familiar (Almuzara)
“Con este libro he querido establecer definitivamente la inocencia de nuestros trabajadores y sus mujeres, aunque ello me ha causado problemas con mi familia. Me ha traído muchas complicaciones, pero estoy satisfecho del trabajo hecho”, remarca el autor del último libro sobre el crimen de Los Galindos.

“Si lo que cuenta el libro es verdad -dice la concejal de Cultura de Paradas, Alba García–, se ha hecho justicia con las víctimas y el pueblo vive tranquilo y sigue tranquilo, aunque aquí ha habido mucho miedo”.

El oficial de juzgado Zapico cree que el relato de los hechos de González de Cordova no se ajusta para nada a lo que él cree que ocurrió y lo considera un texto novelado. “Sí que creo que el móvil fue económico, pero no el que cuenta el hijo del marqués sino más bien con el hecho de que la marquesa, la dueña de las propiedades, iba a separarse (como efectivamente ocurrió al año siguiente del crimen) y a dejar al marqués lejos de la administración de aquella inmensa fortuna”, comenta el hombre que redactó las primeras inspecciones oculares.

Visión del patio del cortijo, desde el interior de una de las alas de la casa

Visión del patio del cortijo, desde el interior de una de las alas de la casa (Almuzara)
Tenga quien tenga razón, los interrogatorios a los que se sometió al entonces marqués estuvieron contaminados por los viejos usos tardofranquistas. Él, comandante retirado del Ejército, interrogado por un cabo jefe de puesto que, al parecer, tuvo que cuadrarse ante él varias veces, no iba a doblegarse fácilmente. Dijo que aquella primera noche tras el descubrimiento de los cuatro primeros cadáveres dormiría en el cortijo y no hubo quien se lo impidiera.

Su hijo cuenta en el libro que había escondido el cadáver del capataz con ayuda del administrador en un armario de la casa para días más tarde recolocarlo fuera de la casa donde finalmente se encontró. Eso, Zapico tampoco se lo cree. Pero otros, sí. Son 45 años de incertidumbres con nuevos desafíos. El hijo del marqués no descarta una segunda entrega con datos facilitados por supuestos conocedores de los hechos que han reaccionado tras leer su libro.

 
LAS CARAS DEL MAL

Rodney Alcala, el asesino en serie que ganó un concurso de citas

‘The Dating Game Killer’ fue un alumno aventajado del cineasta Roman Polanski



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Rodney Alcala, el asesino en serie que ganó un concurso de citas (Getty)

MÓNICA G. ÁLVAREZ
24/07/2020 06:30 | Actualizado a 24/07/2020 07:33

“Nuestro soltero número uno es un exitoso fotógrafo cuyos inicios se remontan al día en que su padre lo encontró en un cuarto oscuro a la edad de trece años, completamente revelado”, decía el presentador The Dating Game sobre su primer participante, Rodney Alcala. El concurso de citas era una especie de Vivan los novios a lo americano donde una mujer elegía a su futura pareja entre tres candidatos. Sin embargo, cuando Cheryl optó por el descarado de Rodney no sabía que era un asesino en serie, pero sí que le infundía miedo. Al marcharse juntos, algo en él le dio escalofríos y la joven decidió no volver a verle. Fue la mejor decisión que tomó.
Hasta ese momento, el denominado The Dating Game Killer había matado ya a cuatro mujeres y violado a otras dos. Un año después de ganar este programa de televisión, la Policía detenía al que fuese alumno aventajado de Roman Polanski. Tuvieron que pasar veinte años y celebrarse tres juicios para que lograsen condenar a este asesino en serie . Veredicto: la pena de muerte.

La señal

Rodrigo Jacques Alcala Buquor, su verdadero nombre, nació el 23 de agosto de 1943 en la localidad texana de San Antonio (Estados Unidos), aunque poco después se mudaron a México. Fue allí donde su padre, Raoul Alcala Buquor, abandonó a la familia. El niño tenía 11 años. Tras este varapalo emocional, la madre cogió a sus cuatro hijos y se mudaron a un suburbio de Los Ángeles donde iniciaron una nueva vida. Las siguientes referencias sobre Rodney las encontramos cuando tenía entre dieciséis y diecisiete años.
Fue en esa época cuando el joven decidió alistarse en el ejército norteamericano, pero un fuerte episodio psicológico (un ataque de nervios) le llevó al psiquiatra. Tras su evaluación, los expertos determinaron que Alcala no era apto como soldado. Aquella fue la primera señal de que algo no iba bien en su mente, pese a su alto cociente intelectual. Tenía un IQ de 135.
Rodney Alcala, de joven

Rodney Alcala, de joven (AP)
Como el tema del ejército no funcionó, Rodney decidió estudiar en la Escuela de Bellas Artes de la UCLA (Universidad de California en Los Ángeles) y se graduó. Sin embargo, durante su etapa universitaria comenzaron a emerger sus impulsos criminales. Su primer delito: la violación y agresión de una niña de ocho años.
Todo ocurrió cuando en 1968, Rodney secuestró a la pequeña Tali Shapiro en plena calle. Había estado merodeando en busca de una víctima hasta que encontró a la pequeña. La subió a su coche y la llevó al apartamento que tenía alquilado en Hollywood. Una vez en el interior de la vivienda, el estudiante cogió una tubería de metal y golpeó brutalmente en la cabeza a la menor. Tras violarla de forma salvaje y provocarle una grave hemorragia vaginal, Alcala huyó.
Tali Shapiro, primera víctima de Rodney Alcala

Tali Shapiro, primera víctima de Rodney Alcala (YouTube)
Gracias a un testigo que vio el rapto y llamo rápidamente a la Policía alertando del suceso, Tali logró sobrevivir aunque con importantes secuelas físicas y psicológicas. “Realmente pensé que estaba muerta”, explicó uno de los agentes al ver a la niña inconsciente.
Como las autoridades lo estaban buscando, Alcala puso tierra de por medio, se mudó a Nueva York, cambió de nombre haciéndose llamar John Berger y se matriculó en la universidad para estudiar cine con el mismísimo Roman Polanski. De hecho, el criminal fue uno de los alumnos más aventajados del cineasta. Además, dio clases como profesor de arte en un campamento en New Hampshire en el verano de 1971. Pero tras esta aparente normalidad, se escondía un asesino en potencia.
Cornelia Crilley, asesinada por Rodney Alcala

Cornelia Crilley, asesinada por Rodney Alcala (Getty)
Su primer asesinato llegó poco antes del campamento. Rodney violó, estranguló y mató en su apartamento de Manhattan a la azafata de Trans World Airways, Cornelia Crilley, de 23 años. La Policía no consiguió reunir pruebas para encontrar al culpable hasta pasados cuarenta años.
Entre tanto, las autoridades de California, que seguían buscando al responsable de la violación de Tali Shapiro, enviaron un retrato robot del agresor sexual a todas las oficinas de correos. Dos niños del campamento reconocieron a su profesor en dicha imagen y este fue inmediatamente detenido y extraditado al estado californiano.
Rodney Alcala, en una de sus primeras detenciones

Rodney Alcala, en una de sus primeras detenciones (YouTube)
Durante el juicio y ante la negativa de los padres de Shapiro de que la niña testificase, el tribunal condenó a Alcala a treinta y cuatro meses de prisión por abuso sexual de menores y no por intento de homicidio en primer grado. Lo registraron como delincuente sexual y tras diecisiete meses obtuvo la libertad condicional. Dos meses después, Rodney volvió a atacar a una menor, Julia, de 13 años. Por esta violación fue enviado nuevamente a prisión hasta 1977 y, al salir, volvió a asesinar.
En esta ocasión se valió de su profesión como fotógrafo para conseguir una cita y tener una sesión con una joven aspirante a modelo. “Tenía mucha facilidad de palabra y engatusaba a las chicas”, aseguró uno de los detectives que llevaron el caso. Se mostraba tan encantador que lograba convencerlas “para que posaran para él y funcionaba una y otra vez”.
Fotografías de las víctimas de Rodney Alcala durante uno de los juicios

Fotografías de las víctimas de Rodney Alcala durante uno de los juicios (Getty)
Ellen Jane Hover, de 23 años, ahijada de Dean Martin y Sammy Davis Jr., fue una de las primeras chicas que cayó en la trampa de Alcala. Este depravado con una “personalidad narcisista maligna con psicopatía y sadismo sexual”, según documentó un psiquiatra militar tras evaluarlo, violó y mató de forma brutal a la joven cuyo cuerpo apareció mutilado en los alrededores de una finca en Westchester.
Los investigadores no relacionaban los asaltos ni el crimen anterior con Rodney quien, al estar registrado como delincuente sexual, utilizaba un alias falso para conseguir trabajos. Uno de ellos, le llevó a ser tipógrafo del diario Los Ángeles Times, empleo que compaginaba haciendo fotografías a mujeres, principalmente a adolescentes, siempre bajo una temática sexual. Su portafolio estaba repleto de imágenes de alto contenido erótico e, incluso, de escenas de s*x* explícito que mostraba a sus compañeros para alardear.

Buscando novia en televisión

El carisma de Rodney Alcala era tal que algunos expertos llegaron a compararle con Ted Bundy, el asesino de estudiantes. Lo demostró durante su participación en The Dating Game de la cadena ABC, un concurso de citas donde una mujer elegía a su pareja entre tres candidatos después de varias pruebas y preguntas. Una especie de Vivan los novios de Telecinco pero a lo americano.
Así fue su presentación como uno de los concursantes en 1979: “Nuestro soltero número uno es un exitoso fotógrafo cuyos inicios se remontan al día en que su padre lo encontró en un cuarto oscuro a la edad de trece años, completamente revelado. Entre tomas se le puede encontrar haciendo paracaidismo o motociclismo. ¡Por favor demos la bienvenida a Rodney Alcala!”.
Rodney Alcala, durante el concurso de 'The Dating Game'

Rodney Alcala, durante el concurso de 'The Dating Game' (YouTube)
La soltera que terminó eligiéndolo fue Cheryl Bradshaw: cayó rendida a sus encantos. Todo el mundo (presentador, público y la propia soltera) estaba fascinado con las respuestas ingeniosas y picantes de Rodney. Cada vez que hablaba, le aplaudían. De ahí que la joven decidiese marcharse con él. Pero al salir del plató, Cheryl tuvo un mal presentimiento. La actitud lúgubre del concursante le hizo dudar. Por un lado, era “muy callado” y, por otro, “te interrumpía e intentaba imponerse. Empezó a ser muy desagradable y grosero y a mostrar una actitud intimidante. No solo acabó por no gustarme nada... creo que ha sido el tío más siniestro con el que he estado”.
Ni el programa de televisión ni la propia Cheryl podían imaginarse que tenían delante a un asesino en serie.
Cheryl Bradshaw, la soltera que eligió a Rodney Alcala en 'The Dating Game'

Cheryl Bradshaw, la soltera que eligió a Rodney Alcala en 'The Dating Game' (YouTube)
Ese mismo año, mató a Jill Barcomb, de 18 años, a la que encontraron en un barranco a la orilla de Mulholland Highway; a Georgia Wixted, de 27, en su apartamento de Malibú; a Charlotte Lamb, de 32, en el cuarto de la lavandería de un edificio de apartamentos en El Segundo; y a Jill Parenteau, de 27, en su piso de Burbank. Además, violó a Monique Hoyt, de 15 años, a la que dio por muerta tras intentar asesinarla. Afortunadamente, sobrevivió.
Su última víctima, Robin Samsoe, de 12 años, no corrió la misma suerte. “Un extraño se acercó a nosotros en la playa, y le pidió a Robin que posara para él. Se fueron juntos, y no volvimos a verla”, declararon los amigos ante la Policía dando una descripción detallada del asesino.
Robin Samsoe, niña asesinada por Rodney Alcala

Robin Samsoe, niña asesinada por Rodney Alcala (AP)
Cuarenta años de pesquisas

A partir de ahí, los investigadores elaboraron un retrato robot del criminal y comenzaron a distribuirlo. Entre las llamadas que recibieron reconociendo a Rodney, la de su agente de la condicional. Teniendo el nombre real del presunto asesino localizaron una taquilla en Seattle. En su interior guardaba miles de fotos de mujeres jóvenes y niñas desnudas posando para él, además de una bolsa con pendientes. Uno de los pares pertenecía a Robin.
En los siguientes años se celebraron tres juicios para acusar a Rodney Alcala del asesinato de Robin Samsoe (de los anteriores tuvieron que pasar casi cuatro décadas para confirmar que The Dating Game Killer era el verdadero responsable). El primer jurado lo condenó a la pena de muerte, pero la Corte Suprema de California rechazó el veredicto al considerar que el acusado no tuvo un juicio justo. Parece ser que uno de los testigos cometió perjurio.
Retrato robot de Rodney Alcala

Retrato robot de Rodney Alcala (Policía)
En 1986 se llevó a cabo un segundo juicio donde los miembros del jurado volvieron a sentenciarlo a la pena de muerte. Pero tampoco se llevó a efecto porque la defensa de Alcala argumentó que el tribunal le impidió presentar pruebas relevantes. El juicio fue anulado y Rodney se pasó los siguientes años de apelación en apelación. Incluso en 1994 publicó un libro titulado You, the Jury en el que se quejaba del trato recibido por parte de la administración.
Tuvo que llegar el año 2010, para que Alcala se enfrentase a su tercer juicio por el asesinato de Robin Samsoe. Pero en esta ocasión, las autoridades añadieron cuatro crímenes más. Gracias a las muestras de ADN encontradas en las cuatro víctimas de Los Ángeles entre 1977 y 1979, se demostró que Rodney era culpable.
Rodney Alcala, durante su juicio en 2003

Rodney Alcala, durante su juicio en 2003 (Getty)
Ante las abrumadoras pruebas, Rodney cambió de estrategia y, emulando a Ted Bundy, se representó a sí mismo haciendo de abogado y de declarante a la vez. A lo largo de cinco horas, el acusado se autointerrogó impostando la voz y autopreguntándose cosas como: “Rodney, por favor, ¿nos hablarías sobre tu pelo?”.
En el interrogatorio ejercido por la fiscalía salieron los asesinatos de Robin y de las otras cuatro mujeres estranguladas en Los Ángeles, algo que negó rotundamente. Pero para entonces, la Policía de California tenía un as en la manga. Semanas antes del juicio, se publicó más de un centenar de fotografías (las encontradas en la taquilla) de mujeres que posaron para él. El objetivo: que alguien las reconociese y poder hablar con ellas. Y lo consiguieron.

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Christine Thornton, una de las víctimas de Rodney Alcala

Algunas de ellas se acordaban de él y de cómo fue su encuentro fotográfico, y muchos familiares informaron que quienes aparecían en dichas imágenes seguían desaparecidas. Una de las modelos fue Cynthia Libby que por entonces tenía 16 años y que explicó cómo “era tan fácil confiar en él. Tenía una manera de hablarle a la gente que hacía que una se sintiera cómoda”. Pero tras enterarse de quién era Rodney afirmó en una entrevista que “todavía lo paso mal pensándolo. Podría haber sido una de esas chicas asesinadas”. Y no le faltaba razón, Alcala era “un monstruo depredador”, aseguró el vicefiscal del condado de Orange, Matt Murphy. Ya se lo avisó el propio asesino a Libby: “Podría hacerte lo que quisiera y no se enteraría nadie”. Ambos se encontraban en un barranco solitario al sur de California.

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Rodney Alcalá en 2010

Tras este tercer juicio, el jurado lo tenía claro: Rodney Alcala era culpable de cinco asesinatos en primer grado. Lo sentenciaron a la pena capital. A este veredicto se sumaron dos cadenas perpetuas simultáneas por los homicidios de las dos chicas de Nueva York. En 2013 pudieron demostrar que Christine Thornton, embarazada de seis meses y cuyo cuerpo fue hallado en Wyoming en 1982, era una de las modelos que aparecían en el portafolio del The Dating Game Killer. Y en 2016 las pruebas de ADN confirmaron que el asesinato de Christine Ruth fue obra de Rodney. En estos dos últimos casos tardaron casi cuarenta años en identificarlas.

A sus 75 años, Alcala espera su ejecución desde el corredor de la muerte de Corcoran (California) a falta de que se suspenda la moratoria dictada por el gobernador del estado para dichos ajusticiamientos. El día que suceda, este asesino en serie caminará por la milla verde y se sentará en la silla eléctrica.


 
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Tras 18 años en prisión, actualmente se encuentra en libertad condicional

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La ‘parricida de Santomera’ que estranguló a sus hijos para vengarse de su marido infiel (efe)

MÓNICA G. ÁLVAREZ
31/07/2020 06:30

La localidad murciana de Santomera se despertó completamente consternada aquella mañana. El asesinato de Francisco y Adrián, dos niños de seis y cuatro años respectivamente, fue un mazazo. Durante el funeral, sus padres Francisca González Navarro y José Ruiz apenas podían mantenerse en pie. Especialmente ella, que se mostraba completamente hundida y sin parar de llorar: era la viva imagen del dolor. Sin embargo, la Policía sospechó de la mujer desde el inicio.

La rocambolesca historia del robo en el domicilio, su endeble coartada y numerosas contradicciones hicieron que Paquita finalmente cayese ‘derrotada’ (término que se emplea en el argot policial cuando un sospechoso acaba confesando). La presión no pudo con la parricida : estranguló a sus hijos para vengarse de su marido infiel. Tras ser condenada a 40 años de prisión y pasar 18 años entre rejas, la asesina ya se encuentra en libertad condicional.

Como una “zombi”

Eran cerca de las siete y media de la mañana del 20 de enero de 2002 cuando dos hombres ecuatorianos entraron en la casa de la familia Ruiz González sita en la calle de Montesinos número 13A en Santomera (Murcia). Los delincuentes rompieron el cristal de una de las habitaciones del chalet para cometer un robo, pero durante el asalto mataron a dos de los hijos pequeños. Francisco y Adrián, de seis y cuatro años, aparecieron estrangulados sobre la cama. El mayor, José Carlos, de 14 años, también fue atacado por la espalda pero logró zafarse, y la madre de los niños, Paquita, se desmayó al rociarla con un spray paralizante.

“La madre estaba ida, como un zombi”, explicaron fuentes policiales cuando se personaron en la vivienda. Acudieron tras la llamada telefónica de la mujer al grito de: “¡Me han matado a mis hijos, me han matado a mis hijos!”. Cuando llegaron los efectivos policiales y sanitarios se toparon con la tragedia.

Francisca González Navarro, la 'parricida de Santomera'

Francisca González Navarro, la 'parricida de Santomera' (efe)

Sobre la cama yacían los cuerpos de los dos pequeños todavía con los pijamas puestos y con evidentes signos de violencia. Presentaban magulladuras, moratones y marcas de estrangulamiento. Por su parte, la madre aún seguía medio mareada porque, según su versión, los hombres la atacaron con un aerosol paralizante y perdió el conocimiento.

Mientras el padre de las criaturas, José Ruiz, se apresuraba a llegar al pueblo (su profesión como camionero lo tenía trabajando ese día en Francia), los servicios sociales del gobierno murciano daban apoyo psicológico a los dos supervivientes. Una vez recuperada de la crisis nerviosa, condujeron a Paquita al Instituto Anatómico Forense para realizarle un reconocimiento médico: querían verificar la causa de las heridas que presentaba en ambas muñecas y los efectos del spray paralizante, motivo por el que la mujer no pudo defender a sus hijos.

El interrogatorio

Pero su versión de los hechos chirriaba y los investigadores empezaron a sospechar de Paquita. De nada sirvió que narrase un supuesto robo, que hubiese una ventana rota o que se mostrase visiblemente ida por los efectos del aerosol. Había algo que no cuadraba y los arañazos eran una de las señales. La Guardia Civil interrogó durante doce horas a la testigo.

En ese tiempo, los agentes fueron desmontando las teorías de la mujer (incluida la reconstrucción que hizo en la casa) y despejando incógnitas sobre lo que pasó esa noche. Un posible ajuste de cuentas con los padres de las víctimas, un asunto de drogas y alguien del círculo cercano como primer responsable, fueron las conjeturas que se sacaron en esas primeras horas. Pero fue tras el funeral de los pequeños cuando todo se precipitó.

Francisco y Adrián, los hijos asesinados por su madre, la parricida de Santomera

Francisco y Adrián, los hijos asesinados por su madre, la parricida de Santomera (Atresmedia)

Al salir del cuartel, la madre acudió al tanatorio para velar a sus hijos. Se mostró completamente compungida y con un sufrimiento enorme. Por la mañana, se celebró el sepelio por Francisco y Adrián en la Iglesia de la Virgen del Rosario de Santomera. Más de 3.000 personas arroparon a la familia Ruiz González con una Paquita descompuesta y sin parar de llorar.

Sin embargo, los investigadores, que observaban de cerca la escena, cada vez tenían más clara la participación de la mujer en los crímenes. El testimonio de algunos vecinos confirmando que esa misma madrugada escucharon ruidos y gritos extraños, dio una nueva pista sobre la hora del supuesto robo.

Por no mencionar el resultado de las autopsias. Este fue concluyente.

Paquita González durante el funeral de sus hijos en Santomera

Paquita González durante el funeral de sus hijos en Santomera (Archivo)

Entre las uñas de uno de los niños encontraron piel de la madre, lo que coincidía con los arañazos que Paquita tenía en las muñecas, de ahí su vendaje. Además, uno de los miembros de Cruz Roja que acudió a la llamada de emergencias explicó que, por el aspecto que presentaban los pequeños (“muy pálidos” y “muy amarillos”), hacía pensar que “llevaban muertos más tiempo” y no la media hora que alegó la madre.

Cuarenta horas después de los crímenes, la Guardia Civil detuvo a Paquita González por matar a sus hijos. Tenía 35 años. Durante este nuevo interrogatorio, esta vez como imputada, la detenida se derrumbó y confesó lo sucedido. Los estranguló con el cable de un cargador de móvil.

Celos y venganza

Para justificar sus actos, la parricida de Santomera dijo que su pareja la maltrataba. “Llevé un año muy malo con mi marido, lleno de humillaciones, vejaciones y amenazas de todo tipo”, manifestó a los investigadores en esas primeras horas. Y que lo hizo tras ingerir “mucho whisky y mucha coca”. Pero había otro trasfondo más allá de sus palabras: los celos y el deseo de venganza hacia su marido. Unos motivos que saldrían a relucir durante la toma de declaración ante el juez instructor.

A la entrada del Palacio de Justicia, una muchedumbre esperaba la llegada de la presunta criminal. “¡Asesina! ¡Asesina!”, le gritaron cuando la condujeron al interior del edificio ataviada con un trapo negro que le cubría el rostro.

Paquita y su marido, consternados durante el funeral de sus hijos en Santomera

Paquita y su marido, consternados durante el funeral de sus hijos en Santomera (Archivo)

Durante tres horas y en presencia del titular del Juzgado de Instrucción número 5 de Murcia, la detenida ni lloró ni se desmoronó, pero sí mostró arrepentimiento pese a no recordar “nada en relación al período en que mató a sus hijos”, aseguró la fiscal del caso, Ángeles Caso. “Todo ocurrió bajo los efectos del miedo, la cocaína, el whisky y las pastillas”, relató. Después de haber consumido “cinco gramos de cocaína y varios whisky y varias pastillas”, los asesinó pero “yo no quería matarlos”. Tenía lagunas en la memoria.

En cuanto al motivo de los asesinatos: la propia acusada señaló a su marido como el causante de todos sus males llevándola al consumo de estupefacientes para sobrellevar su depresión.

Paquita González, detenida

Paquita González, detenida (efe)

Describió que “José me humillaba y me obligaba a ir a clubes de intercambio de parejas” y que se prestó “por amor a mi marido o por gilipollas”. También habló sobre las infidelidades de su marido: “Me engañó durante un año, aunque ya hace tiempo que terminó esa aventura, en febrero del año pasado”. Aunque las acusaciones graves contra su pareja no tardaron en llegar. Dijo vivir con miedo porque su familia estaba amenazada por “las actividades de tráfico de estupefacientes” en las que estaba involucrado José.

Incluso contó un episodio de lo más surrealista en el que un desconocido amenazó de muerte al esposo mientras lo apuntaba en la cabeza con una pistola. Aquí fue cuando ella se compró aquella peluca rubia “para no ser reconocida” y guardó dinero “por si un día tenía que salir corriendo”.

Molesta con los medios

Ante este relato y con el marido como objetivo principal de sus tragedias, el concepto de venganza terminó saliendo. Aún así Paquita negó que quisiera una vendetta contra José. “No los maté para hacerle daño a mi marido; habría tenido más posibilidades en otras ocasiones”, indicó. Lo hizo como consecuencia de un cóctel de pastillas y cocaína que le nubló la razón, de ahí que pensase “en simular un robo y escondí las joyas debajo de un cojín del sofá del comedor”. Para afianzar dicha coartada, Paquita rompió desde fuera el cristal de la habitación con una plancha y se inventó cómo eran los delincuentes. “Dije que era un ecuatoriano porque sé que trabajan en el mundo de la droga”, se justificó.

Asimismo, la mujer negó categóricamente que planeara los asesinatos. Esta hipótesis surgió tras el registro de la casa: se encontró una peluca rubia y 9.000 euros en efectivo. “Si hubiese querido huir lo habría hecho”, llegó a reconocer.


Paquita González

Paquita González (efe)

En cuanto al esposo, este negó todas las graves imputaciones que la acusada vertió ante el juez, excepto la infidelidad. José reconoció sentirse muy culpable de lo sucedido porque pasaba muchas horas fuera de casa debido a su trabajo como camionero. Analizando sus explicaciones parecía que el hombre estaba hablando de un crimen pasional. “Me amaba ciegamente”, llegó a decir de Paquita. Y dejó claro que ella jamás habría matado a sus hijos de no ser por la ingesta de alcohol y drogas.
En cuanto a las acusaciones de malos tratos, José lo negó todo. “Nunca he maltratado a mi mujer. Es posible que alguna vez, irritado, fuera de mí, se me haya escapado la mano”, explicó. Y añadió que en algún momento se planteó llevar a Paquita a un psiquiatra dados sus problemas.


José Ruiz, marido de Paquita González, la parricida de Santomera

José Ruiz, marido de Paquita González, la parricida de Santomera (Atresmedia)

A raíz de las declaraciones de José, la acusada de asesinato se puso en contacto con el periódico La Voz de Murcia para dar su versión de los hechos. En la entrevista, decía sentirse “bien anímicamente” para hablar aunque “mal en el sentido de lo de mis hijos” y también muy molesta. “Estoy un poco harta de leer cosas muy fuertes en todos los medios de comunicación; se lo dije ya el otro día a mi abogado: todos hablan y yo no tengo derecho”, espetaba. “Todavía no he asumido lo que pasó”, proseguía, “son muchas las penumbras sobre esa noche [la del crimen] y no se está contando lo que sucedió realmente, porque ni yo misma sé lo qué pasó”.

Además, quiso aclarar que ella no llevaba una doble vida, información que circuló tras el parricidio. “Amante no hay; lo que pasa es que mi marido quiere hacer creer ahora que estoy loca, para que lo que he dicho de él no tenga validez”, aseguró.

Paquita González, la parricida de Santomera, durante el juicio

Paquita González, la parricida de Santomera, durante el juicio (YouTube)

Síndrome de Medea

El juicio contra la ‘parricida de Santomera’ comenzó en octubre de 2003 ante la Audiencia Provincial de Murcia. En la primera sesión, Paquita ratificó su versión anterior aludiendo que no recordaba haber matado a sus hijos, que consumió droga y alcohol y que, en un momento dado, al ver a sus hijos inconscientes trató de reanimarlos “haciéndoles el boca a boca”.

Entre los testimonios que se escucharon en la sala, destacó el del hijo mayor, José Carlos, testigo de los hechos. El muchacho que, por entonces tenía catorce años, declaró que escuchó los gritos de sus hermanos diciendo “mamá no puedo respirar” y que no entró en la habitación para ver lo que pasaba porque creyó que “era una de las veces en que mi madre les pegaba”. También explicó que Paquita le mandó a por tabaco al bar después de matar a sus hermanos, pero que no se fue dado que era muy temprano. De hecho, “al preguntarle por mis hermanos me contestó que estaban durmiendo”.

José Carlos, hijo mayor de Paquita González, la parricida de Santomera

José Carlos, hijo mayor de Paquita González, la parricida de Santomera (YouTube)

También llamó la atención la declaración del marido. José Ruiz confirmó haber pegado a su mujer “una o dos veces”, así como haberle enviado 19 mensajes a su teléfono móvil con contenidos ofensivos y amenazantes en los días anteriores al estrangulamientos de los dos hijos menores de la pareja. En uno de ellos le advirtió: “Como me toques los coj*nes más, te meto en un sanatorio”. Una vez finalizada su declaración ante el tribunal, José afirmó que esperaba “verla en la cárcel 40 años o más”. Y así fue.

El jurado encontró culpable de dos asesinatos a Francisca González Navarro: asfixió a sus hijos con el cable del cargador del móvil. En el veredicto, se confirmó que se trataba de un plan “concebido con anterioridad” y que, pese a que la procesada “se drogaba desde hace varios años atrás”, esto “no afectó a su consciencia y voluntad”.

En libertad

En este sentido, los informes periciales presentados descartaron que sufriese algún tipo de trastorno psicológico o de conducta y solo apuntaron que sufrió lo que se conoce como ‘Síndrome de Medea’. Es decir, aquellas mujeres que matan a los hijos como venganza hacia sus padres. Por tanto, “no hay razones de justicia y equidad para proponer el indulto” de la condenada. Finalmente, el juez le impuso a Paquita dos penas de 20 años de prisión, un total de 40 años.

Durante los últimos dieciocho años, la ‘parricida de Santomera’ ha permanecido en la cárcel de Campos del Río (Murcia) hasta que el pasado viernes 17 de julio la Junta de Tratamiento le concediese el tercer grado penitenciario por su buen comportamiento. De este modo, Paquita solo acudirá a la cárcel para dormir y tendrá la posibilidad de conseguir un trabajo. En esta situación de semilibertad ha influido la buena relación que mantiene con su familia directa, en concreto, con su hijo José Carlos y con “algún nieto”.

En palabras de su abogado Melecio Castaño: “La Paquita de hoy día es una señora rehabilitada, con un poso importante porque lo que pasó ya no tiene remedio”. Además la calificó de “muy sufrida y muy madura” y de ser una “persona modelo” dentro de la cárcel. Para esta nueva etapa que afronta “con mucha ilusión”, la mujer solo quiere “volver a ser una ciudadana más”.

Según el letrado, Paquita no supo defenderse durante el juicio “porque era una mujer maltratada, engañada por su marido, con adicciones” y que “los psiquiatras no fueron muy magnánimos por las circunstancias en las que se encontraba”. “Hubo poca piedad por parte del jurado, los forenses, los jueces y por ella misma”, explicó Castaño. Por el momento, la ‘parricida de Santomera’ está en la calle y en busca activa de empleo.

 
El asesinato de Clara Garcia

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Reconstrucción del asesinato cometido por Iria y Raquel en el descampado de El Barrero, San Fernando (Cádiz). Iria, sentada y con coleta, muestra a los investigadores y al juez lo ocurrido con la ayuda de una figurante. Raquel aparece de frente y con sudadera
Clara García Casado vivía en San Fernando (Cádiz) y tenía 16 años ese 26 de mayo del tan señalado año 2000. Tenía, también, un novio: Manuel Alejandro. Tenía, además, un buen grupo de amigos y amigas, entre las que había dos, Raquel e Iria, a las que no veía desde hacía tiempo. Ya se sabe, la vida, tener novio, conocer a otros amigos, gustos diferentes… Pero la amistad seguía ahí, perduraba, y ahora las iba a volver a ver. Ese mismo día. Dejaría a Manuel antes de la cena para encontrarse con ellas porque Iria la había llamado para echar unas risas recordando sus correrías en común y salir juntas de nuevo… ¿Quieres saber lo qué pasó después?

Clara estaba entusiasmada. A Manuel le parecía que ese día no tenía otra conversación. Se había estado riendo de las veces en que había practicado la Ouija con ellas. Clara también le dijo a Manuel que le preocupaba Raquel porque tenía que repetir curso.

Así que Clara se fue a su casa y Manuel se marchó preocupado cuando la dejó porque no le gustaban mucho sus amigas. Pensaba que eran una mala influencia para Clara. Eran raras, todo el mundo lo decía. Vestían siempre de negro, eran fanáticas del espiritismo y habían tallado en sus pupitres del Instituto una tabla Ouija.

A las 21:30, Clara llamó a Manuel y le confirmó que salía hacia su cita con sus antiguas amigas. Le dijo también que iban a ir a un descampado conocido como “El Barrero”. Hacia allí iban Clara y Raquel cuando su amigo Gorka las vio con una litrona de cerveza y muy contentas ir hacia el encuentro de Iria que las estaba esperando en el lugar de la cita, esa fue la última vez que se vio a Clara con vida.

Hacia las tres de la mañana los padres de Clara se ponen en contacto vía telefónica con Manuel preguntando por Clara. Cara no estaba en casa y tampoco con Manuel, y es aquí donde empieza la pesadilla…

Apasionadas por el ocultismo y la brujería, Iria y su amiga Raquel Carlés Torrejón habían reconstruido con las cartas del tarot el crimen que iban a cometer aquel 26 de mayo en el descampado del Barrero. En su casa la policía encontró la carta que representa a la doncella desplomada bajo la carta de la luna junto la carta de la torre… Como una burda dramatización esotérica del brutal asesinato de Clara García Casado que murió a la luz de la luna y a la sombra de la torre del cuartel de infantería de San Fernando tan solo porque dos amigas adolescentes querían saber que se sentía al matar…

Se habían afanado en prepararlo todo: el escenario del crimen, el arma homicida y las excusas, pero el profundo corte que una de ellas tenía en uno de sus brazos fue determinante para que los policías se convencieran de que Iria y Raquel, de 16 y 17 años, mentían y podían estar involucradas en la muerte de Clara. Hasta que los agentes vincularon la herida con el forcejeo que se produjo durante el apuñalamiento, la coartada fabricada por las dos chicas en la noche del crimen anterior a su interrogatorio no presentó fisuras.

Los investigadores creen que Iria recibió en el antebrazo un navajazo que iba dirigido a la víctima. En otra muestra de sangre fría inaudita, fuentes cercanas a las pesquisas aseguran que horas después del suceso la joven se autolesionó en la misma zona del brazo con un cristal para justificar la lesión. El relato de los hechos que habían elaborado en el domicilio de Iria casi tres horas después de que asestaran 18 puñaladas a su ex compañera de clase y de la que habían sido buenas amigas en el pasado funcionó inicialmente. Las coartadas estaban manuscritas por Iria en unas cuartillas que la policía halló entre los cajones de su habitación. En sus primeras declaraciones ante la policía antes de ser detenidas defendieron su historia ficticia. Después, ambas se autoinculparon.

Los hechos reales y los inventados comienzan a distanciarse hacia las 21.00 horas. Según la versión pergeñada por las jóvenes, antes de encontrarse con Clara compraron una litrona de cerveza en un establecimiento próximo al descampado de El Barrero, en San Fernando, donde ocurrieron los hechos. En su coartada aseguran que se vieron con la víctima hacia las 21 horas y que 15 minutos después, ésta y Raquel discutieron. Según su versión, la chica asesinada dejó el lugar poco antes de las 21.30 horas.

En realidad, se calcula que a esa hora estaban supuestamente perpetrando el macabro asesinato. Así lo confirma uno de los testigos: el soldado que hacía guardia en una garita del Observatorio de la Marina y que declaró haber escuchado “jaleo” a esa hora. Fuentes de la investigación añaden que el soldado oyó decir a una chica: “¿Qué me habéis traído aquí, para matarme?”. No vio nada pero alertó al oficial de guardia, quien restó importancia al suceso.

En las cuartillas las jóvenes habían escrito que se quedaron en El Barrero hasta las 23.00 horas con el objeto de “pillar” hachís para una amiga; que después se marcharon hacia la zona de copas para buscar a unos conocidos que celebraban un cumpleaños. Pero lo que parece cierto es que entre las 22.00 y las 23.00 horas acudieron a sus casas para cambiarse de ropa. Los trajes sucios se los llevaron a casa de Iria, donde la policía los encontró al día siguiente lavados y tendidos pero con restos de sangre. La navaja la dejaron clavada en una maceta en casa de Raquel.

Una vez que creían eliminadas las pruebas fueron a buscar a los amigos de fiesta. No los encontraron pero tomaron copas por su cuenta. La policía cree que esa parte de la versión es cierta: bebieron, pero después de haber segado la vida de Clara. Cuando regresaron a casa de Iria escribieron sobre el papel las explicaciones y las justificaciones que ofrecerían a la policía en el caso de ser interrogadas, una labor que se prolongó algo más allá de las 0.30 horas, cuando, en teoría, se habían ido a dormir.

Al mediodía siguiente, cuando ya había sido hallado el cadáver a las 14.00 horas, en la Comisaría del Cuerpo Nacional de Policía de San Fernando, el padre de Clara clavó su mirada en los ojos de Raquel y le espetó: “¿Qué le has hecho a mi hija?”, a lo que la chica, que aún no estaba detenida, respondió: “Yo no he sido”. La madre de la niña asesinada fue más allá y cogió a Iria por los pelos en un ataque de rabia. La madrugada se había llevado por delante las coartadas inventadas.

Los inspectores de homicidios querían cerciorarse, siguiendo la pista gallega, de que aquel crimen incomprensible no tuviese ninguna conexión, a través de Iria, con alguna secta o culto satánico gallego que pudiese estar conectado con aquel asesinato absurdo. Pero no existía tal conexión. No había ninguna explicación ritual, ni esotérica, ni sectaria que ayudase a comprender aquel brutal asesinato. Y eso es lo que lo hace más horrible…

Matar es un placer

Las brujas de San Fernando”, como han pasado a la historia criminal española Iria Suarez y Raquel Carlés, llevaban meses fantaseando con la idea de matar. En diciembre de 1999 Iria había escrito a Raquel: “¿Quieres matar? Lo haremos, sólo dime a quien…”. En abril del año 2000 Jose Rabadán, otro joven de 16 años aficionado al ocultismo, asesino a toda su familia con una espada samurái. El “asesino de la katana” se convirtió en un icono para las brujas de San Fernando que, según me confirmaron los policías, habían escrito varias cartas al joven y tenían incluso el teléfono de la prisión donde se encontraba recluido. Fue el detonante para ejecutar su fantasía homicida. Si el pudo hacerlo, nosotras también… Y lo hicieron.

Se puede hacer un minucioso recorrido por todo el proceso, pero no se encontrará nada más que el hecho. Sólo unos meses antes, las tres -Clara, Raquel e Iria- lloraban abrazadas ante el tablón que anunciaba que Raquel tendría que repetir curso. Unos meses después Clara, la que no paraba de dibujar unicornios y fabular con magia blanca, se separaba de Iria y Raquel, que alardeaban de su magia negra, para irse con un chaval atractivo y deportista. Se iniciaba un proceso que se abre cada primavera en las muchachas. Juegos de amor. La perversidad de las asesinas también era un juego. Un juego psicótico.

A la hora del juicio había poco que dilucidar. Los testimonios demostraron cómo esa noche Iria y Raquel organizaron todo para matar. Llevaban un tiempo dándole vueltas a la cabeza. Iria llegó a decirle a Raquel unos días antes: “¿Quieres que mate a ésta? Mataré por ti”. Estaban sus lecturas, los cuentos retorcidos que encontraron en su ordenador y que ella había escrito, según quienes los han leído, con notable estilo literario. En sus apuntes se lee: “Me he sentido muy alegre de saber que tengo a alguien que me protege. Al llegar a casa tuve que salir a comprar a la tienda, era como si alguien me abrazara en ese momento. Me siento acogida. En el cuarto hay algo o alguien, no esta vacío y me reconforta”. Estaba hablando de Demon, su demonio de guardia. Demon era una gran fabulación en una vida fabulada, la vida de una adolescente obsesionada por la muerte, por la otra frontera.

La ley dice que entender esa frontera tiene una edad. 18 años. Si Raquel hubiera obedecido a Iria sólo doce meses más tarde, estaría aún en prisión. Doce meses después, con un curriculum académico descorazonador, con una vida familiar que coqueteaba con el abismo, con un complejo de fealdad inasumible, quizá también habría matado. Según los testimonios que se han podido recoger en el centro de Carabanchel en el que estuvo recluida, Raquel entró en una situación de shock. Sus 17 años, y no 18, le dieron otra oportunidad.

Iria y Raquel se enfrentaban a una pena de 25 años de prisión y gracias a la nueva Ley se quedó en ocho años de internamiento y cinco de libertad vigilada, el máximo que se podía aplicar.

Hoy en día Iria es psicóloga y Raquel Celadora.
Vale solo voy por la página 3 pero esto me ha dejado alucinada. Las asesinas son psicóloga y celadora?!?! Psicóloga tratando gente y celadora cuidando de personas con salud débil y rodeada de material hospitalario? Que tipo de sociedad enferma tenemos que permite esto?
 
CONDENA AUMENTADA

1.200 euros, el precio del crimen de los holandeses que traspasó fronteras

El Supremo ha elevado la pena para los dos condenados por este suceso de 25 a 34 años de prisión

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Los familiares de Visser mantuvieron su búsqueda hasta enterarse de lo sucedido (EFE)

EFE, MADRID
02/08/2020 10:47 | Actualizado a 02/08/2020 11:12

3 de octubre de 2016, juzgados de Murcia. Tras declarar durante hora y media y después de un receso, Juan Cuenca, el principal acusado de los asesinatos tres años antes de la jugadora holandesa de voleibol Ingrid Visser y su marido, pide intervenir de nuevo: no existe ningún mafioso ruso, él pagó a dos sicarios por matar y descuartizar al matrimonio.

Es casi el punto final del caso Visser que en mayo de 2013 conmocionó a la región de Murcia y que tuvo un gran impacto mediático en Holanda. Ella, de 36 años, ya retirada, era la jugadora que más veces había vestido la camiseta de la selección de voleibol de su país y había jugado dos años, entre 2009 y 2011, en el desaparecido club Atlético Voleibol murciano.

Negocios poco claros

Su marido, Lodewijk Severein, también holandés y veinte años mayor que ella, tenía negocios poco claros de inversiones en varios países. La pareja residía en Holanda, pero ella había iniciado en Murcia un tratamiento de fertilidad para quedarse embarazada.

Y esa fue la razón por la que el 13 de mayo de 2013 Ingrid y Lodewijk aterrizan en Alicante. Tenían programada al día siguiente una cita en la clínica de Murcia, dos días después tenían vuelo de regreso a su país.

La mujer estaba embarazada de muy poco tiempo, según reveló después la autopsia, como recuerdan a Efe investigadores de Homicidios de la Policía Nacional que viajaron desde Madrid para colaborar con las pesquisas.

Denuncian la desaparición

El matrimonio, muy llamativo por la estatura de ambos cercana a los dos metros, alquiló un coche en el aeropuerto alicantino y se dirigió a Murcia para alojarse en un hotel. A las ocho de la tarde salieron y no regresaron a dormir.

Interesados por cómo les había ido la consulta, la familia, residente en Holanda, llamó al matrimonio varias veces y ninguno contestó. También contactaron con la clínica, que tampoco sabía nada de ellos, pero que, a instancias de la familia, acudió a la comisaría para denunciar la desaparición el 17 de mayo.

Una deuda de 60.000 euros

Sus familiares pronto amplían la denuncia. Ya relatan que el club de voleibol murciano le debe a la exjugadora unos 60.000 euros y que iban a aprovechar para hablar de nuevo con “un tal Lorente”. La Policía da pronto con él: es Juan Cuenca Lorente, un hombre de 36 años, exgerente y exdirector del club que vive en Valencia.

”Fue colaborador al cien por cien con nosotros. Presta dos declaraciones y nos cuenta que sabía que la pareja iba a venir y que le llamarían para verse, pero que no habían llegado a citarse. También apunta que el marido buscaba inversores rusos, pero que él no quería saber nada de rusos”, recuerda uno de los policías.

Búsqueda infructuosa

Ha pasado una semana y la única pista es que el coche de alquiler, en el que no hay nada raro, aparece aparcado enfrente del club de voleibol, mientras que las cámaras de seguridad del tranvía captan a ambos sin compañía.

La colonia holandesa en Murcia se moviliza en busca de noticias sobre su paradero y coloca centenares de carteles con sus fotografías. Al fin y al cabo, ella era una deportista conocida. La Policía tiene varias hipótesis abiertas, como la de un posible secuestro por temas económicos.

Rosa, la testigo clave

A los investigadores de Homicidios les sigue sin oler bien el tal Cuenca, “un tipo con un ego... No hace más que repetir que es muy listo, que tiene un coeficiente intelectual elevado”, destaca uno de los policías que le interrogó en varias ocasiones junto a otro funcionario especializado en delitos económicos de Murcia.

”No nos da buena espina y se lo decimos al juez, que autoriza pincharle el teléfono”. Fue el resorte que permitió resolver las desapariciones, porque la primera llamada que le entró a Juan Cuenca en su móvil fue la que le hizo desde Benavente (Zamora) una mujer llamada Rosa.

‘La Casa Colorá’

Poco después, la Policía de Murcia recibe otra llamada de una mujer, Rosa, que manifiesta que cree que Juan Cuenca está detrás del tema de los holandeses. “Estábamos en Madrid y a las tres de la mañana unos salimos para Benavente y otros para Murcia de nuevo. Había que hablar con esa mujer de inmediato”.

El relato de Rosa empieza a alumbrar incógnitas. Ella trabaja para Juan, y es la que alquila para él La Casa Colorá, un alojamiento rural situado en un apartado paraje de Molina de Segura para tratar de negocios con unos holandeses.

Muchos restos de sangre

Hasta aquí todo normal. Rosa va con su coche a la casa y detrás le sigue Juan en otro vehículo en compañía de dos hombres “extranjeros”, según contó la mujer, que fue la encargada de recoger a la pareja de holandeses esa tarde. Juan le dijo que era mejor que fuera ella en su coche porque así evitaban que se perdieran.

No supo nada más, pero al ver el caso en las noticias llamó al hombre y al 091. Tras escuchar su testimonio, había ya más que razones suficientes para detener a Juan Cuenca e inspeccionar la casa rural, aparentemente muy limpia, pero donde Policía Científica halló muchos restos de sangre.

El temido ruso que nunca apareció

Durante varias horas de declaración, el detenido, que le sonaba continuamente el móvil, no se salió de su guión sobre la implicación de “unos rusos” y de que estaba en peligro, pero finalmente les dijo que estaban muertos y los agentes le convencieron para que les llevara al lugar, un extenso limonar situado en el municipio de Alquerías propiedad de un amigo de Cuenca.

”El nos dejó a la entrada de la finca. Un compañero con mucha experiencia en inspecciones oculares empezó por una zona con tierra más movida y, efectivamente, ahí estaban los cuerpos, descuartizados pero vestidos”, rememora el agente para Efe la escena del 27 de mayo de 2013, casi dos semanas después de que la pareja llegara a Murcia.

Dos detenidos más

Al día siguiente, dos rumanos, de 47 y 60 años, también fueron arrestados. Hasta el juicio oral, y pese a que los indicios eran más que suficientes para enviarles a prisión, ninguno reveló lo sucedido aquella tarde noche del 13 y el 14 de mayo de 2013.

La Policía nunca llegó a encontrar ninguna pista relacionada con rusos ni con un supuesto Danko, el nombre que Cuenca mantuvo incluso en el juicio como la persona que había estado en el lugar del crimen y al que él mismo tenía mucho miedo.

15.000 euros, el precio de dos vidas

Tras desmontar él mismo esta historia ante el propio tribunal, lo que quedó acreditado es que uno de los acusados, Valentin Ion, mató a golpes a la pareja y se deshizo de ella. El otro arrestado, también de nacionalidad rumana, quedó en libertad tras cumplir cinco meses de prisión como encubridor.
Los negocios turbios entre Cuenca y el marido de Ingrid Visser estuvieron detrás de sus muertes, pero nunca el cerebro del macabro suceso ha desvelado qué problema pudo llevar a acordar unos 15.000 euros como precio a dos vidas. Solo se pagó un anticipo de 1.200 euros.

Condena revisada

Juan Cuenca y Valentin Ion fueron condenados en 2016 a 25 años de prisión cada uno por aquellos hechos. Ahora, el Tribunal Supremo (TS) ha elevado de 25 a 34 años la pena efectiva que deberán cumplir los dos hombres por el asesinato de Ingrid y su pareja, Lodewijk.

La sentencia del alto tribunal, a la que ha tenido acceso Efe, estima así el recurso que la Fiscalía presentó contra el auto del Tribunal Superior de Justicia de la Región de Murcia (TSJRM) que, en junio de 2019, confirmó los 25 años de cumplimiento efectivo fijados por el magistrado que presidió el jurado popular.

17 años por cada víctima

Ese auto fue apelado por la Fiscalía de la Región de Murcia ante el TS a través de un recurso de casación en el que expuso que no cabía la acumulación de condenas y que los declarados culpables del doble asesinato, Juan Cuenca y el rumano Valentín Ion, debían cumplir efectivamente 34 años de cárcel.

Esa interpretación es la que ahora encuentra el respaldo del alto tribunal, que señala que los condenados han de permanecer en prisión ese número de años, que es la suma de los 17 fijados por cada uno de los dos delitos de asesinato por los que fueron castigados.

Interpretación errónea

Y añade que la interpretación hecha en primer lugar por el presidente del jurado y luego por el TSJRM para llegar a la conclusión de que la pena efectiva no podía pasar de 25 años no fue acertada.

Para el Supremo, lo correcto es que cumplan los 34 años que se fijan en esta sentencia al haber sido condenados por dos delitos que están castigados en el Código Penal, en abstracto, con pena de prisión superior a 20 años.

Por el doble crimen fue juzgado también un tercer acusado, Constantin Stan, aunque el jurado popular no consideró probada su participación en los hechos.

 
LAS CARAS DEL MAL

La ‘parricida de Santomera’ que estranguló a sus hijos para vengarse de su marido infiel

Francisca González Navarro fingió un robo en su casa como coartada de los crímenes
Tras 18 años en prisión, actualmente se encuentra en libertad condicional

Ver el archivo adjunto 1539903


La ‘parricida de Santomera’ que estranguló a sus hijos para vengarse de su marido infiel (efe)

MÓNICA G. ÁLVAREZ
31/07/2020 06:30

La localidad murciana de Santomera se despertó completamente consternada aquella mañana. El asesinato de Francisco y Adrián, dos niños de seis y cuatro años respectivamente, fue un mazazo. Durante el funeral, sus padres Francisca González Navarro y José Ruiz apenas podían mantenerse en pie. Especialmente ella, que se mostraba completamente hundida y sin parar de llorar: era la viva imagen del dolor. Sin embargo, la Policía sospechó de la mujer desde el inicio.

La rocambolesca historia del robo en el domicilio, su endeble coartada y numerosas contradicciones hicieron que Paquita finalmente cayese ‘derrotada’ (término que se emplea en el argot policial cuando un sospechoso acaba confesando). La presión no pudo con la parricida : estranguló a sus hijos para vengarse de su marido infiel. Tras ser condenada a 40 años de prisión y pasar 18 años entre rejas, la asesina ya se encuentra en libertad condicional.

Como una “zombi”

Eran cerca de las siete y media de la mañana del 20 de enero de 2002 cuando dos hombres ecuatorianos entraron en la casa de la familia Ruiz González sita en la calle de Montesinos número 13A en Santomera (Murcia). Los delincuentes rompieron el cristal de una de las habitaciones del chalet para cometer un robo, pero durante el asalto mataron a dos de los hijos pequeños. Francisco y Adrián, de seis y cuatro años, aparecieron estrangulados sobre la cama. El mayor, José Carlos, de 14 años, también fue atacado por la espalda pero logró zafarse, y la madre de los niños, Paquita, se desmayó al rociarla con un spray paralizante.

“La madre estaba ida, como un zombi”, explicaron fuentes policiales cuando se personaron en la vivienda. Acudieron tras la llamada telefónica de la mujer al grito de: “¡Me han matado a mis hijos, me han matado a mis hijos!”. Cuando llegaron los efectivos policiales y sanitarios se toparon con la tragedia.

Francisca González Navarro, la 'parricida de Santomera''parricida de Santomera'

Francisca González Navarro, la 'parricida de Santomera' (efe)

Sobre la cama yacían los cuerpos de los dos pequeños todavía con los pijamas puestos y con evidentes signos de violencia. Presentaban magulladuras, moratones y marcas de estrangulamiento. Por su parte, la madre aún seguía medio mareada porque, según su versión, los hombres la atacaron con un aerosol paralizante y perdió el conocimiento.

Mientras el padre de las criaturas, José Ruiz, se apresuraba a llegar al pueblo (su profesión como camionero lo tenía trabajando ese día en Francia), los servicios sociales del gobierno murciano daban apoyo psicológico a los dos supervivientes. Una vez recuperada de la crisis nerviosa, condujeron a Paquita al Instituto Anatómico Forense para realizarle un reconocimiento médico: querían verificar la causa de las heridas que presentaba en ambas muñecas y los efectos del spray paralizante, motivo por el que la mujer no pudo defender a sus hijos.

El interrogatorio

Pero su versión de los hechos chirriaba y los investigadores empezaron a sospechar de Paquita. De nada sirvió que narrase un supuesto robo, que hubiese una ventana rota o que se mostrase visiblemente ida por los efectos del aerosol. Había algo que no cuadraba y los arañazos eran una de las señales. La Guardia Civil interrogó durante doce horas a la testigo.

En ese tiempo, los agentes fueron desmontando las teorías de la mujer (incluida la reconstrucción que hizo en la casa) y despejando incógnitas sobre lo que pasó esa noche. Un posible ajuste de cuentas con los padres de las víctimas, un asunto de drogas y alguien del círculo cercano como primer responsable, fueron las conjeturas que se sacaron en esas primeras horas. Pero fue tras el funeral de los pequeños cuando todo se precipitó.

Francisco y Adrián, los hijos asesinados por su madre, la parricida de Santomera

Francisco y Adrián, los hijos asesinados por su madre, la parricida de Santomera (Atresmedia)

Al salir del cuartel, la madre acudió al tanatorio para velar a sus hijos. Se mostró completamente compungida y con un sufrimiento enorme. Por la mañana, se celebró el sepelio por Francisco y Adrián en la Iglesia de la Virgen del Rosario de Santomera. Más de 3.000 personas arroparon a la familia Ruiz González con una Paquita descompuesta y sin parar de llorar.

Sin embargo, los investigadores, que observaban de cerca la escena, cada vez tenían más clara la participación de la mujer en los crímenes. El testimonio de algunos vecinos confirmando que esa misma madrugada escucharon ruidos y gritos extraños, dio una nueva pista sobre la hora del supuesto robo.

Por no mencionar el resultado de las autopsias. Este fue concluyente.

Paquita González durante el funeral de sus hijos en Santomera

Paquita González durante el funeral de sus hijos en Santomera (Archivo)

Entre las uñas de uno de los niños encontraron piel de la madre, lo que coincidía con los arañazos que Paquita tenía en las muñecas, de ahí su vendaje. Además, uno de los miembros de Cruz Roja que acudió a la llamada de emergencias explicó que, por el aspecto que presentaban los pequeños (“muy pálidos” y “muy amarillos”), hacía pensar que “llevaban muertos más tiempo” y no la media hora que alegó la madre.

Cuarenta horas después de los crímenes, la Guardia Civil detuvo a Paquita González por matar a sus hijos. Tenía 35 años. Durante este nuevo interrogatorio, esta vez como imputada, la detenida se derrumbó y confesó lo sucedido. Los estranguló con el cable de un cargador de móvil.

Celos y venganza

Para justificar sus actos, la parricida de Santomera dijo que su pareja la maltrataba. “Llevé un año muy malo con mi marido, lleno de humillaciones, vejaciones y amenazas de todo tipo”, manifestó a los investigadores en esas primeras horas. Y que lo hizo tras ingerir “mucho whisky y mucha coca”. Pero había otro trasfondo más allá de sus palabras: los celos y el deseo de venganza hacia su marido. Unos motivos que saldrían a relucir durante la toma de declaración ante el juez instructor.

A la entrada del Palacio de Justicia, una muchedumbre esperaba la llegada de la presunta criminal. “¡Asesina! ¡Asesina!”, le gritaron cuando la condujeron al interior del edificio ataviada con un trapo negro que le cubría el rostro.

Paquita y su marido, consternados durante el funeral de sus hijos en Santomera

Paquita y su marido, consternados durante el funeral de sus hijos en Santomera (Archivo)

Durante tres horas y en presencia del titular del Juzgado de Instrucción número 5 de Murcia, la detenida ni lloró ni se desmoronó, pero sí mostró arrepentimiento pese a no recordar “nada en relación al período en que mató a sus hijos”, aseguró la fiscal del caso, Ángeles Caso. “Todo ocurrió bajo los efectos del miedo, la cocaína, el whisky y las pastillas”, relató. Después de haber consumido “cinco gramos de cocaína y varios whisky y varias pastillas”, los asesinó pero “yo no quería matarlos”. Tenía lagunas en la memoria.

En cuanto al motivo de los asesinatos: la propia acusada señaló a su marido como el causante de todos sus males llevándola al consumo de estupefacientes para sobrellevar su depresión.

Paquita González, detenida

Paquita González, detenida (efe)

Describió que “José me humillaba y me obligaba a ir a clubes de intercambio de parejas” y que se prestó “por amor a mi marido o por gilipollas”. También habló sobre las infidelidades de su marido: “Me engañó durante un año, aunque ya hace tiempo que terminó esa aventura, en febrero del año pasado”. Aunque las acusaciones graves contra su pareja no tardaron en llegar. Dijo vivir con miedo porque su familia estaba amenazada por “las actividades de tráfico de estupefacientes” en las que estaba involucrado José.

Incluso contó un episodio de lo más surrealista en el que un desconocido amenazó de muerte al esposo mientras lo apuntaba en la cabeza con una pistola. Aquí fue cuando ella se compró aquella peluca rubia “para no ser reconocida” y guardó dinero “por si un día tenía que salir corriendo”.

Molesta con los medios

Ante este relato y con el marido como objetivo principal de sus tragedias, el concepto de venganza terminó saliendo. Aún así Paquita negó que quisiera una vendetta contra José. “No los maté para hacerle daño a mi marido; habría tenido más posibilidades en otras ocasiones”, indicó. Lo hizo como consecuencia de un cóctel de pastillas y cocaína que le nubló la razón, de ahí que pensase “en simular un robo y escondí las joyas debajo de un cojín del sofá del comedor”. Para afianzar dicha coartada, Paquita rompió desde fuera el cristal de la habitación con una plancha y se inventó cómo eran los delincuentes. “Dije que era un ecuatoriano porque sé que trabajan en el mundo de la droga”, se justificó.

Asimismo, la mujer negó categóricamente que planeara los asesinatos. Esta hipótesis surgió tras el registro de la casa: se encontró una peluca rubia y 9.000 euros en efectivo. “Si hubiese querido huir lo habría hecho”, llegó a reconocer.


Paquita González

Paquita González (efe)

En cuanto al esposo, este negó todas las graves imputaciones que la acusada vertió ante el juez, excepto la infidelidad. José reconoció sentirse muy culpable de lo sucedido porque pasaba muchas horas fuera de casa debido a su trabajo como camionero. Analizando sus explicaciones parecía que el hombre estaba hablando de un crimen pasional. “Me amaba ciegamente”, llegó a decir de Paquita. Y dejó claro que ella jamás habría matado a sus hijos de no ser por la ingesta de alcohol y drogas.
En cuanto a las acusaciones de malos tratos, José lo negó todo. “Nunca he maltratado a mi mujer. Es posible que alguna vez, irritado, fuera de mí, se me haya escapado la mano”, explicó. Y añadió que en algún momento se planteó llevar a Paquita a un psiquiatra dados sus problemas.


José Ruiz, marido de Paquita González, la parricida de Santomera

José Ruiz, marido de Paquita González, la parricida de Santomera (Atresmedia)

A raíz de las declaraciones de José, la acusada de asesinato se puso en contacto con el periódico La Voz de Murcia para dar su versión de los hechos. En la entrevista, decía sentirse “bien anímicamente” para hablar aunque “mal en el sentido de lo de mis hijos” y también muy molesta. “Estoy un poco harta de leer cosas muy fuertes en todos los medios de comunicación; se lo dije ya el otro día a mi abogado: todos hablan y yo no tengo derecho”, espetaba. “Todavía no he asumido lo que pasó”, proseguía, “son muchas las penumbras sobre esa noche [la del crimen] y no se está contando lo que sucedió realmente, porque ni yo misma sé lo qué pasó”.

Además, quiso aclarar que ella no llevaba una doble vida, información que circuló tras el parricidio. “Amante no hay; lo que pasa es que mi marido quiere hacer creer ahora que estoy loca, para que lo que he dicho de él no tenga validez”, aseguró.

Paquita González, la parricida de Santomera, durante el juicio

Paquita González, la parricida de Santomera, durante el juicio (YouTube)

Síndrome de Medea

El juicio contra la ‘parricida de Santomera’ comenzó en octubre de 2003 ante la Audiencia Provincial de Murcia. En la primera sesión, Paquita ratificó su versión anterior aludiendo que no recordaba haber matado a sus hijos, que consumió droga y alcohol y que, en un momento dado, al ver a sus hijos inconscientes trató de reanimarlos “haciéndoles el boca a boca”.

Entre los testimonios que se escucharon en la sala, destacó el del hijo mayor, José Carlos, testigo de los hechos. El muchacho que, por entonces tenía catorce años, declaró que escuchó los gritos de sus hermanos diciendo “mamá no puedo respirar” y que no entró en la habitación para ver lo que pasaba porque creyó que “era una de las veces en que mi madre les pegaba”. También explicó que Paquita le mandó a por tabaco al bar después de matar a sus hermanos, pero que no se fue dado que era muy temprano. De hecho, “al preguntarle por mis hermanos me contestó que estaban durmiendo”.

José Carlos, hijo mayor de Paquita González, la parricida de Santomera

José Carlos, hijo mayor de Paquita González, la parricida de Santomera (YouTube)

También llamó la atención la declaración del marido. José Ruiz confirmó haber pegado a su mujer “una o dos veces”, así como haberle enviado 19 mensajes a su teléfono móvil con contenidos ofensivos y amenazantes en los días anteriores al estrangulamientos de los dos hijos menores de la pareja. En uno de ellos le advirtió: “Como me toques los coj*nes más, te meto en un sanatorio”. Una vez finalizada su declaración ante el tribunal, José afirmó que esperaba “verla en la cárcel 40 años o más”. Y así fue.

El jurado encontró culpable de dos asesinatos a Francisca González Navarro: asfixió a sus hijos con el cable del cargador del móvil. En el veredicto, se confirmó que se trataba de un plan “concebido con anterioridad” y que, pese a que la procesada “se drogaba desde hace varios años atrás”, esto “no afectó a su consciencia y voluntad”.

En libertad

En este sentido, los informes periciales presentados descartaron que sufriese algún tipo de trastorno psicológico o de conducta y solo apuntaron que sufrió lo que se conoce como ‘Síndrome de Medea’. Es decir, aquellas mujeres que matan a los hijos como venganza hacia sus padres. Por tanto, “no hay razones de justicia y equidad para proponer el indulto” de la condenada. Finalmente, el juez le impuso a Paquita dos penas de 20 años de prisión, un total de 40 años.

Durante los últimos dieciocho años, la ‘parricida de Santomera’ ha permanecido en la cárcel de Campos del Río (Murcia) hasta que el pasado viernes 17 de julio la Junta de Tratamiento le concediese el tercer grado penitenciario por su buen comportamiento. De este modo, Paquita solo acudirá a la cárcel para dormir y tendrá la posibilidad de conseguir un trabajo. En esta situación de semilibertad ha influido la buena relación que mantiene con su familia directa, en concreto, con su hijo José Carlos y con “algún nieto”.

En palabras de su abogado Melecio Castaño: “La Paquita de hoy día es una señora rehabilitada, con un poso importante porque lo que pasó ya no tiene remedio”. Además la calificó de “muy sufrida y muy madura” y de ser una “persona modelo” dentro de la cárcel. Para esta nueva etapa que afronta “con mucha ilusión”, la mujer solo quiere “volver a ser una ciudadana más”.

Según el letrado, Paquita no supo defenderse durante el juicio “porque era una mujer maltratada, engañada por su marido, con adicciones” y que “los psiquiatras no fueron muy magnánimos por las circunstancias en las que se encontraba”. “Hubo poca piedad por parte del jurado, los forenses, los jueces y por ella misma”, explicó Castaño. Por el momento, la ‘parricida de Santomera’ está en la calle y en busca activa de empleo.

Dos vidas inocentes arrancadas de cuajo y la tia ya en libertad disfrutando de la vida...ooghhh...es que estas cosas indignan que da gusto
 
La muerta olvidada durante un año en la Estación del Norte

Al abrir un baúl que no había sido reclamado se encontraron varios huesos humanos junto a una cabellera rubia y una carta sospechosa

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Mónica Arrizabalaga


Hacía frío en Madrid. Había nevado durante toda la semana y el aire circulaba a su antojo en los andenes de la Estación del Norte, penetrando hasta los huesos. Sin embargo, quienes asistieron aquella oscura tarde del 30 de diciembre de 1920 a la subasta de mercancías sin retirar no se estremecieron por las gélidas temperaturas, sino por el macabro hallazgo que descubrieron.

La Compañía del Norte ofrecía al mejor postor los equipajes abandonados que llevaban un año en sus almacenes. Nadie había acudido a recogerlos y nadie los había reclamado durante el plazo reglamentario, así que se sacaban a la venta para hacer sitio a otros objetos perdidos. Entre aquellos efectos figuraba un baúl, de un metro de ancho por medio de ancho, facturado el 31 de diciembre de 1919 en Bilbao por un desconocido C. Céspedes, sin más señas.

No tenía nada de particular, hasta que fue abierto. En su interior encontraron varios huesos humanos y una cabellera rubia.

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La Policía fue alertada del misterioso hallazgo y los médicos examinaron el cajón con los restos. Según informó La Acción, contenía dos fémures, dos tibias, un peroné, un húmero, varios trozos de vértebras, una femoral, además de la cabellera rubia. El médico Federico Esteban, que reconoció los huesos, señaló que la fallecida, pues todo apuntaba a su s*x* femenino, había muerto hacía más de un año.

Junto a los restos se hallaron diversos documentos y cartas, una de las cuales llamó la atención de la prensa. Estaba dirigida a Carlos Céspedes por su padre Gonzalo y en ella éste manifestaba a su hijo su profundo disgusto porque, a pesar de sus prohibiciones, continuaba maltratando a su hermana. Don Gonzalo le afeaba su conducta y le exponía a Carlos la preocupación de que persistiera en el futuro, puesto que el día que sus padres faltaran su hermano se convertiría en su único protector y temía que siguiera maltratándola. El padre finalizaba su carta con unos consejos a su hijo para que tratara a su hermana con el cariño que se merecía. Estaba fechada en Bilbao el 12 de septiembre de 1914.

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La truculenta noticia corrió de boca en boca por las calles de Madrid. ¿De quién era el cadáver? ¿Era de la niña? ¿Había sido víctima de un crimen?

El médico afirmaba, sin embargo, que los restos pertenecían a una persona de más edad y que no se sabía el tiempo que llevaba muerta. Tampoco se tenían datos del destinatario del baúl, por lo que el suceso seguía suscitando todo tipo de cábalas, en el mayor misterio.

El juez de guardia Miguel Hernández, juez de Palacio al que además correspondía el caso por jurisdicción, ordenó la busca y detención de Gonzalo de Céspedes, a quien venía consignada la triste mercancía.

Era cuanto se sabía aquel 31 de diciembre, aunque al cierre de la edición, ABC apuntaba ya que el hecho no tenía la importancia que se le había atribuido en los primeros momentos, pues debía de tratarse de un caso de traslación ilegal de restos humanos.

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Al día siguiente, 1 de enero de 1921 (hasta 1972 el periódico salía a la calle en Año Nuevo), se aclaraba el extraño suceso. El abogado Gonzalo Céspedes Ramírez, de 57 años y residente en la madrileña calle de Pontejos, declaró ante el juez que una hija suya llamada Blanca había fallecido en Manila (Filipinas) en noviembre de 1884 y que sus restos habían sido exhumados el 25 de junio de 1919 y enviados a España en un baúl, para que fueran aquí enterrados.

También su hijo Carlos había informado al juez que fue él quien facturó el citado baúl en Bilbao con destino a Madrid, pero «no pudo ser retirado a tiempo de la estación por causas ajenas a la voluntad del destinatario».

No se trataba, por tanto, de la menor de la carta. El caso quedó resuelto, aunque algunos interrogantes del folletín quedaron en el aire: ¿qué causas impidieron que el baúl fuera recogido? ¿por qué no se reclamó el baúl durante todo el año que permaneció en la Estación del Norte?... Y sobre todo, ¿qué fue de aquella otra hija maltratada por su hermano?

 
LAS CARAS DEL MAL

La ‘parricida de Santomera’ que estranguló a sus hijos para vengarse de su marido infiel

Francisca González Navarro fingió un robo en su casa como coartada de los crímenes
Tras 18 años en prisión, actualmente se encuentra en libertad condicional

Ver el archivo adjunto 1539903


La ‘parricida de Santomera’ que estranguló a sus hijos para vengarse de su marido infiel (efe)

MÓNICA G. ÁLVAREZ
31/07/2020 06:30

La localidad murciana de Santomera se despertó completamente consternada aquella mañana. El asesinato de Francisco y Adrián, dos niños de seis y cuatro años respectivamente, fue un mazazo. Durante el funeral, sus padres Francisca González Navarro y José Ruiz apenas podían mantenerse en pie. Especialmente ella, que se mostraba completamente hundida y sin parar de llorar: era la viva imagen del dolor. Sin embargo, la Policía sospechó de la mujer desde el inicio.

La rocambolesca historia del robo en el domicilio, su endeble coartada y numerosas contradicciones hicieron que Paquita finalmente cayese ‘derrotada’ (término que se emplea en el argot policial cuando un sospechoso acaba confesando). La presión no pudo con la parricida : estranguló a sus hijos para vengarse de su marido infiel. Tras ser condenada a 40 años de prisión y pasar 18 años entre rejas, la asesina ya se encuentra en libertad condicional.

Como una “zombi”

Eran cerca de las siete y media de la mañana del 20 de enero de 2002 cuando dos hombres ecuatorianos entraron en la casa de la familia Ruiz González sita en la calle de Montesinos número 13A en Santomera (Murcia). Los delincuentes rompieron el cristal de una de las habitaciones del chalet para cometer un robo, pero durante el asalto mataron a dos de los hijos pequeños. Francisco y Adrián, de seis y cuatro años, aparecieron estrangulados sobre la cama. El mayor, José Carlos, de 14 años, también fue atacado por la espalda pero logró zafarse, y la madre de los niños, Paquita, se desmayó al rociarla con un spray paralizante.

“La madre estaba ida, como un zombi”, explicaron fuentes policiales cuando se personaron en la vivienda. Acudieron tras la llamada telefónica de la mujer al grito de: “¡Me han matado a mis hijos, me han matado a mis hijos!”. Cuando llegaron los efectivos policiales y sanitarios se toparon con la tragedia.

Francisca González Navarro, la 'parricida de Santomera''parricida de Santomera'

Francisca González Navarro, la 'parricida de Santomera' (efe)

Sobre la cama yacían los cuerpos de los dos pequeños todavía con los pijamas puestos y con evidentes signos de violencia. Presentaban magulladuras, moratones y marcas de estrangulamiento. Por su parte, la madre aún seguía medio mareada porque, según su versión, los hombres la atacaron con un aerosol paralizante y perdió el conocimiento.

Mientras el padre de las criaturas, José Ruiz, se apresuraba a llegar al pueblo (su profesión como camionero lo tenía trabajando ese día en Francia), los servicios sociales del gobierno murciano daban apoyo psicológico a los dos supervivientes. Una vez recuperada de la crisis nerviosa, condujeron a Paquita al Instituto Anatómico Forense para realizarle un reconocimiento médico: querían verificar la causa de las heridas que presentaba en ambas muñecas y los efectos del spray paralizante, motivo por el que la mujer no pudo defender a sus hijos.

El interrogatorio

Pero su versión de los hechos chirriaba y los investigadores empezaron a sospechar de Paquita. De nada sirvió que narrase un supuesto robo, que hubiese una ventana rota o que se mostrase visiblemente ida por los efectos del aerosol. Había algo que no cuadraba y los arañazos eran una de las señales. La Guardia Civil interrogó durante doce horas a la testigo.

En ese tiempo, los agentes fueron desmontando las teorías de la mujer (incluida la reconstrucción que hizo en la casa) y despejando incógnitas sobre lo que pasó esa noche. Un posible ajuste de cuentas con los padres de las víctimas, un asunto de drogas y alguien del círculo cercano como primer responsable, fueron las conjeturas que se sacaron en esas primeras horas. Pero fue tras el funeral de los pequeños cuando todo se precipitó.

Francisco y Adrián, los hijos asesinados por su madre, la parricida de Santomera

Francisco y Adrián, los hijos asesinados por su madre, la parricida de Santomera (Atresmedia)

Al salir del cuartel, la madre acudió al tanatorio para velar a sus hijos. Se mostró completamente compungida y con un sufrimiento enorme. Por la mañana, se celebró el sepelio por Francisco y Adrián en la Iglesia de la Virgen del Rosario de Santomera. Más de 3.000 personas arroparon a la familia Ruiz González con una Paquita descompuesta y sin parar de llorar.

Sin embargo, los investigadores, que observaban de cerca la escena, cada vez tenían más clara la participación de la mujer en los crímenes. El testimonio de algunos vecinos confirmando que esa misma madrugada escucharon ruidos y gritos extraños, dio una nueva pista sobre la hora del supuesto robo.

Por no mencionar el resultado de las autopsias. Este fue concluyente.

Paquita González durante el funeral de sus hijos en Santomera

Paquita González durante el funeral de sus hijos en Santomera (Archivo)

Entre las uñas de uno de los niños encontraron piel de la madre, lo que coincidía con los arañazos que Paquita tenía en las muñecas, de ahí su vendaje. Además, uno de los miembros de Cruz Roja que acudió a la llamada de emergencias explicó que, por el aspecto que presentaban los pequeños (“muy pálidos” y “muy amarillos”), hacía pensar que “llevaban muertos más tiempo” y no la media hora que alegó la madre.

Cuarenta horas después de los crímenes, la Guardia Civil detuvo a Paquita González por matar a sus hijos. Tenía 35 años. Durante este nuevo interrogatorio, esta vez como imputada, la detenida se derrumbó y confesó lo sucedido. Los estranguló con el cable de un cargador de móvil.

Celos y venganza

Para justificar sus actos, la parricida de Santomera dijo que su pareja la maltrataba. “Llevé un año muy malo con mi marido, lleno de humillaciones, vejaciones y amenazas de todo tipo”, manifestó a los investigadores en esas primeras horas. Y que lo hizo tras ingerir “mucho whisky y mucha coca”. Pero había otro trasfondo más allá de sus palabras: los celos y el deseo de venganza hacia su marido. Unos motivos que saldrían a relucir durante la toma de declaración ante el juez instructor.

A la entrada del Palacio de Justicia, una muchedumbre esperaba la llegada de la presunta criminal. “¡Asesina! ¡Asesina!”, le gritaron cuando la condujeron al interior del edificio ataviada con un trapo negro que le cubría el rostro.

Paquita y su marido, consternados durante el funeral de sus hijos en Santomera

Paquita y su marido, consternados durante el funeral de sus hijos en Santomera (Archivo)

Durante tres horas y en presencia del titular del Juzgado de Instrucción número 5 de Murcia, la detenida ni lloró ni se desmoronó, pero sí mostró arrepentimiento pese a no recordar “nada en relación al período en que mató a sus hijos”, aseguró la fiscal del caso, Ángeles Caso. “Todo ocurrió bajo los efectos del miedo, la cocaína, el whisky y las pastillas”, relató. Después de haber consumido “cinco gramos de cocaína y varios whisky y varias pastillas”, los asesinó pero “yo no quería matarlos”. Tenía lagunas en la memoria.

En cuanto al motivo de los asesinatos: la propia acusada señaló a su marido como el causante de todos sus males llevándola al consumo de estupefacientes para sobrellevar su depresión.

Paquita González, detenida

Paquita González, detenida (efe)

Describió que “José me humillaba y me obligaba a ir a clubes de intercambio de parejas” y que se prestó “por amor a mi marido o por gilipollas”. También habló sobre las infidelidades de su marido: “Me engañó durante un año, aunque ya hace tiempo que terminó esa aventura, en febrero del año pasado”. Aunque las acusaciones graves contra su pareja no tardaron en llegar. Dijo vivir con miedo porque su familia estaba amenazada por “las actividades de tráfico de estupefacientes” en las que estaba involucrado José.

Incluso contó un episodio de lo más surrealista en el que un desconocido amenazó de muerte al esposo mientras lo apuntaba en la cabeza con una pistola. Aquí fue cuando ella se compró aquella peluca rubia “para no ser reconocida” y guardó dinero “por si un día tenía que salir corriendo”.

Molesta con los medios

Ante este relato y con el marido como objetivo principal de sus tragedias, el concepto de venganza terminó saliendo. Aún así Paquita negó que quisiera una vendetta contra José. “No los maté para hacerle daño a mi marido; habría tenido más posibilidades en otras ocasiones”, indicó. Lo hizo como consecuencia de un cóctel de pastillas y cocaína que le nubló la razón, de ahí que pensase “en simular un robo y escondí las joyas debajo de un cojín del sofá del comedor”. Para afianzar dicha coartada, Paquita rompió desde fuera el cristal de la habitación con una plancha y se inventó cómo eran los delincuentes. “Dije que era un ecuatoriano porque sé que trabajan en el mundo de la droga”, se justificó.

Asimismo, la mujer negó categóricamente que planeara los asesinatos. Esta hipótesis surgió tras el registro de la casa: se encontró una peluca rubia y 9.000 euros en efectivo. “Si hubiese querido huir lo habría hecho”, llegó a reconocer.


Paquita González

Paquita González (efe)

En cuanto al esposo, este negó todas las graves imputaciones que la acusada vertió ante el juez, excepto la infidelidad. José reconoció sentirse muy culpable de lo sucedido porque pasaba muchas horas fuera de casa debido a su trabajo como camionero. Analizando sus explicaciones parecía que el hombre estaba hablando de un crimen pasional. “Me amaba ciegamente”, llegó a decir de Paquita. Y dejó claro que ella jamás habría matado a sus hijos de no ser por la ingesta de alcohol y drogas.
En cuanto a las acusaciones de malos tratos, José lo negó todo. “Nunca he maltratado a mi mujer. Es posible que alguna vez, irritado, fuera de mí, se me haya escapado la mano”, explicó. Y añadió que en algún momento se planteó llevar a Paquita a un psiquiatra dados sus problemas.


José Ruiz, marido de Paquita González, la parricida de Santomera

José Ruiz, marido de Paquita González, la parricida de Santomera (Atresmedia)

A raíz de las declaraciones de José, la acusada de asesinato se puso en contacto con el periódico La Voz de Murcia para dar su versión de los hechos. En la entrevista, decía sentirse “bien anímicamente” para hablar aunque “mal en el sentido de lo de mis hijos” y también muy molesta. “Estoy un poco harta de leer cosas muy fuertes en todos los medios de comunicación; se lo dije ya el otro día a mi abogado: todos hablan y yo no tengo derecho”, espetaba. “Todavía no he asumido lo que pasó”, proseguía, “son muchas las penumbras sobre esa noche [la del crimen] y no se está contando lo que sucedió realmente, porque ni yo misma sé lo qué pasó”.

Además, quiso aclarar que ella no llevaba una doble vida, información que circuló tras el parricidio. “Amante no hay; lo que pasa es que mi marido quiere hacer creer ahora que estoy loca, para que lo que he dicho de él no tenga validez”, aseguró.

Paquita González, la parricida de Santomera, durante el juicio

Paquita González, la parricida de Santomera, durante el juicio (YouTube)

Síndrome de Medea

El juicio contra la ‘parricida de Santomera’ comenzó en octubre de 2003 ante la Audiencia Provincial de Murcia. En la primera sesión, Paquita ratificó su versión anterior aludiendo que no recordaba haber matado a sus hijos, que consumió droga y alcohol y que, en un momento dado, al ver a sus hijos inconscientes trató de reanimarlos “haciéndoles el boca a boca”.

Entre los testimonios que se escucharon en la sala, destacó el del hijo mayor, José Carlos, testigo de los hechos. El muchacho que, por entonces tenía catorce años, declaró que escuchó los gritos de sus hermanos diciendo “mamá no puedo respirar” y que no entró en la habitación para ver lo que pasaba porque creyó que “era una de las veces en que mi madre les pegaba”. También explicó que Paquita le mandó a por tabaco al bar después de matar a sus hermanos, pero que no se fue dado que era muy temprano. De hecho, “al preguntarle por mis hermanos me contestó que estaban durmiendo”.

José Carlos, hijo mayor de Paquita González, la parricida de Santomera

José Carlos, hijo mayor de Paquita González, la parricida de Santomera (YouTube)

También llamó la atención la declaración del marido. José Ruiz confirmó haber pegado a su mujer “una o dos veces”, así como haberle enviado 19 mensajes a su teléfono móvil con contenidos ofensivos y amenazantes en los días anteriores al estrangulamientos de los dos hijos menores de la pareja. En uno de ellos le advirtió: “Como me toques los coj*nes más, te meto en un sanatorio”. Una vez finalizada su declaración ante el tribunal, José afirmó que esperaba “verla en la cárcel 40 años o más”. Y así fue.

El jurado encontró culpable de dos asesinatos a Francisca González Navarro: asfixió a sus hijos con el cable del cargador del móvil. En el veredicto, se confirmó que se trataba de un plan “concebido con anterioridad” y que, pese a que la procesada “se drogaba desde hace varios años atrás”, esto “no afectó a su consciencia y voluntad”.

En libertad

En este sentido, los informes periciales presentados descartaron que sufriese algún tipo de trastorno psicológico o de conducta y solo apuntaron que sufrió lo que se conoce como ‘Síndrome de Medea’. Es decir, aquellas mujeres que matan a los hijos como venganza hacia sus padres. Por tanto, “no hay razones de justicia y equidad para proponer el indulto” de la condenada. Finalmente, el juez le impuso a Paquita dos penas de 20 años de prisión, un total de 40 años.

Durante los últimos dieciocho años, la ‘parricida de Santomera’ ha permanecido en la cárcel de Campos del Río (Murcia) hasta que el pasado viernes 17 de julio la Junta de Tratamiento le concediese el tercer grado penitenciario por su buen comportamiento. De este modo, Paquita solo acudirá a la cárcel para dormir y tendrá la posibilidad de conseguir un trabajo. En esta situación de semilibertad ha influido la buena relación que mantiene con su familia directa, en concreto, con su hijo José Carlos y con “algún nieto”.

En palabras de su abogado Melecio Castaño: “La Paquita de hoy día es una señora rehabilitada, con un poso importante porque lo que pasó ya no tiene remedio”. Además la calificó de “muy sufrida y muy madura” y de ser una “persona modelo” dentro de la cárcel. Para esta nueva etapa que afronta “con mucha ilusión”, la mujer solo quiere “volver a ser una ciudadana más”.

Según el letrado, Paquita no supo defenderse durante el juicio “porque era una mujer maltratada, engañada por su marido, con adicciones” y que “los psiquiatras no fueron muy magnánimos por las circunstancias en las que se encontraba”. “Hubo poca piedad por parte del jurado, los forenses, los jueces y por ella misma”, explicó Castaño. Por el momento, la ‘parricida de Santomera’ está en la calle y en busca activa de empleo.

¿Y qué persona normal deja a esta mujer tener relación con sus nietos? de verdad....me quedo ojiplática!
Siendo la madre de los niños a su abuela no la ven en su vida,ni solos ni en compañía de nadie..
 
¿Y qué persona normal deja a esta mujer tener relación con sus nietos? de verdad....me quedo ojiplática!
Siendo la madre de los niños a su abuela no la ven en su vida,ni solos ni en compañía de nadie..
Porque debe ser un caso en el que hoy hay verdadero arrepentimiento por lo que hizo , ya no debe ser la misma, y sobretodo porque su hijo mayor la debe querer y ha mantenido el contacto .. El marido la maltrataba y ella maltrataba a los niños, tomaba drogas y se le fue la pinza ... No me lo explico de otra forma, es un crimen pasional y puntual, no una trastornada que coge el cuchillo porque oye voces....
 
Porque debe ser un caso en el que hoy hay verdadero arrepentimiento por lo que hizo , ya no debe ser la misma, y sobretodo porque su hijo mayor la debe querer y ha mantenido el contacto .. El marido la maltrataba y ella maltrataba a los niños, tomaba drogas y se le fue la pinza ... No me lo explico de otra forma, es un crimen pasional y puntual, no una trastornada que coge el cuchillo porque oye voces....

Pues yo lo siento pero no me fiaría de ella si ha matado a dos de sus hijos a sangre fría y luego disimular como si el responsable fuera otro.
Nadie me puede asegurar que no le va a dar el siroco de nuevo y hacer lo mismo.Para matar a un hijo ya hay que ser monstruo...no sé.
 
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