Un cadáver envuelto en silencio
La muerte de la donostiarra María Luisa Rincón, esposa de un ex directivo de Osakidetza, sigue impune casi 17 años después de que su cuerpo golpeado apareciera en un campo de colza en Álava
VITORIA. DV.
El nicho C27 de la calle San Marcos, en el cementerio vitoriano de El Salvador, guarda desde 1990 el misterio de un crimen que conmocionó a la sociedad alavesa y que, sin embargo, se vio envuelto desde el principio en el más espeso de los silencios oficiales. Allí reposan los restos de María Luisa Ricón, enfermera en el hospital Txagorritxu y esposa del cardiólogo Ángel Loma-Osorio, responsable en aquella época del departamento de Gestión Sanitaria de Osakidetza. Tenía 36 años y tres hijos, el mayor de 14 años y el menor de 6, y fue hallada muerta por la Guardia Civil hacia las 15.30 horas del 18 de junio de 1990 en una finca de colza, en la localidad alavesa de Ollábarre, a unos 15 kilómetros de Vitoria. Presentaba golpes en la cabeza, la cara y el tórax, y su cuerpo se había desangrado.
Casi diecisiete años después, nadie ha logrado averiguar quién la mató. Lo único que aclararon los investigadores es que la enfermera donostiarra fue víctima un homicidio o asesinato «sin móvil ni autor conocidos», como resume María Ángeles Velasco, la fiscal que llevó el caso.
Fue su marido quien comunicó al instituto armado, hacia las dos de la madrugada del 18 de junio, la desaparición de María Luisa. El matrimonio y sus tres hijos residían en un chalé en Víllodas, un pueblo situado a menos de cinco kilómetros del lugar donde posteriormente aparecería su cadáver y a unos 12 kilómetros de la capital. El doctor Loma-Osorio explicó a los agentes que su esposa había salido de casa hacia las 13.30 horas del 17 de junio, a bordo de un Seat Mirafiori blanco, con intención de dirigirse a Nanclares de la Oca a «comprar patatas fritas, aceitunas y refrescos para el partido de fútbol» que iba a emitir TVE esa tarde. Aquel domingo, España se enfrentaba a Corea del Sur en el campeonato del mundo, en Italia.
Pero María Luisa -una mujer «excelente», «amable» y «volcada en su familia y su trabajo», como la definen quienes la conocían- no regresaría jamás. Vecinos de Montevite aseguraron en su día haber visto, hacia las 14.45 horas del domingo, un coche blanco que ascendía por una pista forestal en dirección al citado campo de colza. «Salíamos de misa y lo vimos pero no pudimos apreciar quién o quiénes iban en su interior ya que hay más de 500 metros desde la iglesia», explicaron a DV.
«Un asunto complicado»
El Seat aparecería después en una cuneta de ese camino, a unos 500 metros de distancia del cadáver de la enfermera guipuzcoana.
Ni la Guardia Civil ni el magistrado que instruía las diligencias en aquellas fechas, Francisco José Picazo, facilitaban datos sobre las pesquisas. Y el entonces portavoz del Gobierno Civil de Álava, Julio Campuzano, justificaba así ese mutismo. «El tema está muy complicado. La Guardia Civil sólo informará al juez con el fin de no perjudicar la imagen y el honor de los afectados», comentaba a este diario el 19 de junio de 1990.
Días después se supo que Ángel Loma-Osorio había sido interrogado como «sospechoso», según indicaron a este diario fuentes cercanas a la investigación. «Era una mera hipótesis de trabajo», aseguran ahora fuentes del instituto armado.
Sea como fuere, los investigadores «no pudieron demostrar nada», admiten fuentes judiciales. Tampoco dieron resultado las indagaciones acerca del entorno extra-familiar de la fallecida, que «no tenía amistades extrañas», agregan. En esas circunstancias, «el caso se sobreseyó y nunca más se supo», señala la fiscal Velasco.
«Sufrimos muchísimo y tuvimos muchos disgustos, sobre todo por los niños», recuerda Esmeralda Rivera, la madre de María Luisa. «Me gustaría saber la verdad pero tengo 95 años y ya no quiero jaleos. Nos dijeron que el marido era sospechoso pero su padre y yo nunca supimos lo que había entre ellos», recalca.
Lo cierto es que «alrededor de dos meses antes» de su muerte, María Luisa, que se encontraba en tratamiento por depresión, acudió al despacho del abogado vitoriano Xabier Añúa para conocer «en qué situación quedarían sus hijos y ella si decidía separarse de su esposo», según indicó el propio letrado. «Marisa estaba convencida de que su marido le era infiel y decía encontrarse en un 'pozo negro'. Quería separarse pero él le amenazaba con dejarle sin los niños, alegando que estaba loca», aseguró a DV una de sus hermanas.
La madre de la víctima señaló, por su parte, que no «tiene relación» con Ángel Loma-Osorio. «Sólo con los nietos, que me llaman o visitan de vez en cuando, aunque viven muy lejos».
Ni el viudo de María Luisa ni su primogénito aceptaron rememorar para este diario una tragedia que, sin duda, ha marcado sus vidas. «No tengo nada que decir, gracias», fue la única respuesta del doctor Loma-Osorio, actual responsable de la UCI del hospital Txagorritxu.
Más explícitos fueron algunos vecinos de Víllodas, donde el crimen todavía se recuerda con indignación. «El caso se silenció desde el principio, como si lo hubiesen querido tapar, y creemos que no se investigó mucho», comentaba una mujer. «Estremece pensar que un crimen tan horroroso haya quedado impune», apuntaba otra.
«Por desgracia, con los medios científicos que había entonces, no pudimos avanzar más en nuestras pesquisas, lo que nos parece muy frustrante», se lamentaba días pasados un portavoz de la Guardia Civil.
Esa explicación no convence en absoluto a la familia de Marisa, convencida también de que «se echó tierra sobre el asunto». «Es una injusticia tremenda que su muerte no se haya aclarado», dice una de sus hermanas. «Unos agentes nos dijeron que ella tenía entre las uñas restos de piel de otra persona. Eso tendría que estar en algún sitio y analizarse ahora», sugiere.