Creo que tiene mucho que ver con la atadura del fallecido a la vida y a las cosas terrenales, más que con lo repentino de la muerte (excluyendo, claro, accidentes de tráfico y esas cosas). Gente muy materialista, llena de miedos, inconformista, le cuesta mucho desapegarse de este plano. Anhelan la inmortalidad, cuando el mayor don es poder darle fin a una vida, porque eso le da sentido (esto último es mi opinión).
Mi padre falleció de repente de un derrame cerebral a los 54 años, el año pasado. Fueron diez minutos desde que lo encontré en su cama con un fuerte dolor de cabeza hasta que se desmayó en mis brazos.
En esos diez minutos, me dijo que tenía el peor dolor de cabeza de su vida, y que sabía que se iba a morir. Yo le dije que no, que no, que lo llevaría a la urgencia.
Va a vomitar al baño y se desmaya en mis brazos. Le repetí mi nombre completo, por si lo olvidaba, y le prometí que no le dejaría. Nunca más despertó: yo sólo quería que despertase en cualquier minuto. Pero no lo hizo. Yo, por mi parte, cumplí: no lo dejé ni un solo segundo.
Gracias a mi rápida llamada a la ambulancia, lo hospitalizaron. Entró en muerte cerebral y gracias a ello también donamos sus órganos. Salvó a más de 3 personas (el proceso es secreto). Un verdadero héroe. En ese momento, en medio del horrible dolor, parecía ser que todo sucedía conforme a un orden superior.
Creo que él lo intuía, y que esa última semana con los vivos él sabía o presentía, quizás ni siquiera conscientemente, que estaba cerrando su ciclo. Jamás lo vi más espiritual, ni más puro ni más resuelto, que aquellos últimos días. No es que anduviera predicando, es algo más sutil y mucho más sobrecogedor.
Para más simbolismo falleció en Lunes Santo, y su hospitalización se extendió hasta Miércoles Santo. Yo no soy católica pero pasar su velorio un Jueves Santo en familia, por primera vez en días, fue lo más significativo que podría haber sucedido: todos en una mesa, que no nos habíamos sentado desde el accidente, sintiendo su ausencia por vez primera. Sobre todo tomando en cuenta que, ese mismo Domingo de Resurrección, mi hermana nos anunció que venía en camino su bebé, la primera nieta. El ciclo de la vida parecía cerrarse, como una y otra vez.
Una tremenda paz se apoderó de la casa después que mi padre se fue. Mi novio dice que, según la sabiduría tolteca, cuando alguien muere reparte su amor y su energía en los cuerpos de sus descendientes a quienes amó en vida. Y yo creo que es cierto. Una parte de mi padre se quedó impresa en mí para siempre, como si al morir hubiera terminado el hilo con el que tejió mi vida.
Soñé con él el año pasado, en diciembre. Estábamos en una mesa con todos: la bebé recién nacida, mis hermanos, mi madre, mi abuela. Mi padre estaba allí, como si tuviera un pie en el cielo y otro en la tierra: era como si un ángel hubiera bajado a compartir con los mortales. Se respiraba alegría y reverencia en torno a su figura, y supe que mi padre descansaba en paz. Y es que yo no lo concebía de otra forma. Os digo que mi padre era un hombre muy recto y de buen corazón, centrado y lleno de espíritu, con mucha fe. Me cuadra que haya llegado al otro lado en paz y armonía.
Siento mucho lo de tu padre, un abrazo grande.
¿Antes de fallecer él estaba enfermo o algo?, me ha llamado la atención que estuviera sus últimos días "intuyendo" algo.