Aquí el bartolo tiene una cara de no haber vivido que no es de extrañar que se prendara de esa tía tan poco atractiva, con esos pelajos y esa vulgaridad congénita.
La ortiz le convenció de que estaba llevándose lo mejor que había en la tienda.
Pobre desgraciado. Y, sobre todo, pobres nosotros, los españoles, que tenemos que sufrír a esta tía metida en la casa real, con lo víbora que es.