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Albert Camus: el primer hombre

Con una lectura de su novela póstuma, un regreso a Argelia, este texto conmemora 60 años de la muerte del pensador, novelista y periodista.



Albert Camus murió el 4 de enero de 1960. (Colección Jean y Catherine Camus)


Albert Camus murió el 4 de enero de 1960. (Colección Jean y Catherine Camus)




MELINA BALCÁZAR MORENO
París / 03.01.2020



Lunes 4 de enero de 1960. Después de haber iniciado el año con su familia y amigos en Lourmarin, al sur de Francia, donde vivía desde hacía un par de años, Albert Camus muere en un accidente automovilístico. Había emprendido la ruta hacia París el día anterior con Michel Gallimard, sobrino de su célebre editor, a quien acompañaban su esposa Janine y su hija Anne. En ese viaje debía ir también René Char, quien al final decidió tomar el tren para no sobrecargar el lujoso Facel Vega de los Gallimard. Únicas sobrevivientes del accidente fueron Janine y Anne; Michel, gravemente herido, murió cinco días después. Emmanuel Roblès, amigo cercano del escritor, fue uno de los primeros en ver su cadáver. Al levantar la sábana que lo cubría se le reveló “el rostro de un durmiente muy cansado”, con un rasguño que le atravesaba la frente, “como un trazo definitivo que cancela una página”. Camus tenía 47 años.

Entre el lodo y los restos del coche, encontraron su portafolios de cuero negro. En su interior, algunas fotos personales, su pasaporte, su diario, algunos libros (La gaya ciencia, Otelo) y el manuscrito de El primer hombre: 144 páginas que llenaban una escritura minúscula, difícil de descifrar, resultado del proyecto en el que trabajaba desde 1953, y dos cuadernos de notas para su redacción. A pesar de que desde 1960 su viuda Francine descifró el manuscrito, el libro no se publicó sino 34 años más tarde. El contexto —juzgó la familia— no era propicio: en plena guerra de Argelia, el relato de su infancia durante la época colonial podía suscitar un malentendido respecto a su posición política.

Quería respetar también ese ambicioso proyecto que le era tan preciado pues debía concretizar una nueva etapa en su labor literaria, una suerte de renacimiento tras la crisis moral y creadora que atravesó en la década de 1950. Así lo afirma en una carta de 1959: “No he escrito más que el tercio de mi obra. Con este libro, la comienzo de verdad”. De ahí tal vez la enorme dificultad para encontrar una escritura nueva, que deseaba “directa” y más personal, como una vuelta a sí mismo, tras la dispersión que trajo a su vida el Premio Nobel, su pasión por el teatro, la acción política. Dejaba atrás a los escritores norteamericanos, y Proust se volvía su modelo: “Empecé con obras donde negaba el tiempo. Poco a poco fui encontrando el origen del tiempo —su maduración—. La obra misma será una larga maduración”. Para ello, modifica su relación con el lenguaje, pero sobre todo con su propia historia. El primer hombre marca así un regreso a los silencios que habían asediado su obra: el padre ausente, la relación con su madre, la Argelia de sus primeros años.




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Albert Camus y Michel Gallimard.



Una novela monstruosa

La materia autobiográfica prima en esta novela inacabada, no sólo debido a la muerte accidental de su autor, sino a su naturaleza misma, “desmedida”, “monstruosa”, inabordable. La vida de su protagonista, Jacques Cormery, es la suya: la de un huérfano de la Primera Guerra Mundial, que creció en un barrio popular de Argel, dividido entre el mundo colonial de su infancia y su vida adulta en la metrópolis. La ficción le permite conferir a su experiencia personal una dimensión simbólica y mítica, contenida ya en el título. Pero sobre todo la ficción le da la ocasión de hablar de “quienes más quería”. De ahí quizá su plan en tres partes: los Nómadas, el Primer Hombre, la Madre. Por vez primera, abordaba la figura de su padre, Lucien Camus, con la que probablemente hubiera comenzado el libro: el primer hombre era él, uno de los miles de muertos de la batalla de la Marne al inicio de la guerra, en septiembre de 1914. Al visitar su tumba en Saint-Brieuc, en la Bretaña francesa, nunca visitada por su madre que permaneció en Argelia, Jacques constata la cruel paradoja que crea la marcha de la historia, su esencial absurdidad: “Fue en ese momento cuando leyó sobre la lápida la fecha de
nacimiento de su padre, percatándose entonces de haberla ignorado. Después leyó las dos fechas, 1885-1914, e hizo maquinalmente el cálculo: 29 años.

De pronto le asaltó un pensamiento que lo sacudió incluso físicamente. El tenía 40. El hombre enterrado bajo esa lápida, y que había sido su padre, era más joven que él”. Su desaparición hará de él, de Jacques, de Camus, el primer hombre, el huérfano que debe “aprender solo, crecer solo, en fuerza, en potencia, encontrar solo su moral y su verdad, nacer por fin como hombre para después nacer otra vez en un nacimiento más duro, el que consiste en nacer para los otros”.




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La autobiografía es la materia prima de 'El primer hombre'. (Archivo Catherine y Jean Camus)



La novela debía ser ante todo histórica, o, más bien, una novela en la que la historia se encarna en el cuerpo del padre y de la madre, pero también en el cuerpo de la mujer amada. Ya que, para Camus, solo la escritura y el amor pueden dar forma a la existencia, tal como lo escribe a una de sus grandes pasiones, María Casares: “triste es que no logremos poner un orden definitivo, una unidad muy clara en lo que somos. Siempre me he negado a la idea de morir informe. Y sin embargo… habremos de morir oscuros para nosotros mismos, dispersos y no sujetos como el haz de espigas maduras, sino más bien sueltos como granos regados. A menos de que un milagro haga que nazca el nuevo hombre”.


“A ti, que nunca podrás leer este libro”

Así dedica a su madre, Catherine, la que debía convertirse en su obra magna. Una mujer sencilla, discreta, que no sabía leer, proveniente de una familia pobre que emigró huyendo de la guerra francoprusiana, con la esperanza de encontrar una vida mejor en Argelia. Una mujer a la que —nos revela la novela— siempre amó con la misma intensidad de la infancia: “La mirada de su madre, temblorosa, dulce, afiebrada, se había detenido en él con tal expresión que el niño retrocedió, vaciló y salió huyendo. ‘Me quiere, entonces me quiere’, se iba diciendo en la escalera y al mismo tiempo comprendía que la quería locamente, que había deseado con todas sus fuerzas que ella lo quisiera y que hasta entonces siempre lo había dudado”.
Los numerosos pasajes que le consagra figuran quizá entre los más bellos de su obra. Abandona su estilo enfático, grandilocuente, y encuentra el tono justo para relatar —respetando al mismo tiempo su doloroso silencio— la vida de su madre, tan parecida a muchas otras. Camus descendía en efecto de la “tribu de los sin nombre”, de quienes no pueden permitirse el lujo de construir una memoria: La memoria de los pobres está menos alimentada que la de los ricos, tiene menos puntos de referencia en el espacio, puesto que rara vez dejan el lugar donde viven, y también menos puntos de referencia en el tiempo de una vida uniforme y gris.

Tienen, claro está, la memoria del corazón, que es la más segura, dicen, pero el corazón se gasta con la pena y el trabajo, olvida más rápido bajo el peso de la fatiga. El tiempo perdido sòlo lo recuperan los ricos. Para los pobres, el tiempo solo marca los vagos rastros del camino de la muerte. Y además, para poder soportar, no hay que recordar demasiado, hay que estar pegado a los días, hora tras hora, como lo hacía su madre, un poco a la fuerza, sin duda, puesto que aquella enfermedad juvenil […] la había dejado sorda y con dificultad en el habla, le impidió aprender lo que se enseña hasta a los más desheredados, y la forzó a la resignación muda, pero era también la única manera que había encontrado de afrontar su vida, ¿y qué otra cosa podía hacer?, ¿quién en su lugar hubiera encontrado otra cosa?

Así, El primer hombre afirma con fuerza lo que, según Camus, la literatura debe ser: un memorial, donde la vida de los olvidados encuentra la palabra, se inscribe en la historia que se había empeñado en hacerlos a un lado. Sin embargo, su apego al mundo de la infancia lo llevó a ceder a la tentación de embellecer la pobreza, magnificándola sin cuestionarla: “al fin el único misterio era el de la pobreza, que hace de los hombres seres sin nombre y sin pasado, que los devuelve al inmenso tropel de los muertos anónimos que han construido el mundo, desapareciendo para siempre”. Como si la luz del Mediterráneo —que escindía su vida— purificara la pobreza, haciéndola ligera e incluso digna de añoranza: ahora sabía en el fondo de su alma que Saint-Brieuc y lo que representaba nunca había sido nada para él, y pensaba en las tumbas desgastadas y verdosas que acababa de abandonar, aceptando con una especie de extraña alegría que la muerte lo devolviera a su verdadera patria y cubriese a su vez con su vasto olvido el recuerdo del hombre monstruoso y [trivial] que había crecido y se había formado sin ayuda y sin auxilio, en la pobreza, en una orilla feliz y bajo la luz de las primeras mañanas del mundo, para abordar después, solo, sin memoria y sin fe, el mundo de los hombres de su tiempo, y su espantosa y exaltante historia.




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Camus descendía de quienes no pueden permitirse el lujo de construir una memoria. (Archivo Catherine y Jean Camus)




Árabes sin nombre

El primer hombre es también la novela del Magreb o, mejor dicho, de su comunidad, los pieds-noirs, los franceses de ascendencia europea instalados en el norte de África durante la colonización. Al volver a su genealogía, Camus parece darle la espalda a la Historia. Responde al movimiento independentista con un relato en el que busca mostrar su pertenencia a la tierra argelina. En su última Crónica argelina (1958), deja claro su derecho a permanecer en la que considera también su patria, olvidando por completo la violencia de la colonización: “Con respecto a Argelia, la independencia nacional es solo una fórmula apasionada. Nunca ha existido aún una nación argelina. […] Hoy, los árabes no constituyen por sí solos toda Argelia. La importancia y la antigüedad del poblamiento francés bastan para crear un problema sin parangón en la historia. Los franceses de Argelia son también, y en el sentido fuerte del término, nativos”. Le resultaba tal vez doloroso pensar en el segundo destierro que le esperaba a su familia.

Como si el afecto lo hubiera cegado políticamente. De ahí que creyera en una Argelia francesa, una comunidad franco-árabe que evolucionaría lentamente hacia una justicia social: “Una Argelia constituida por poblamientos federados y unida a Francia me parece preferible, sin comparación posible en lo que respecta a la simple justicia, a una Argelia unida a un imperio de Islam que no realizaría para los pueblos árabes sino una suma de miserias y sufrimientos y que arrancaría al pueblo francés a su patria natural”. Su apego a la tierra de su infancia parecía impedirle entender la totalidad del problema colonial o, para decirlo con Edward Said, su “inconsciente colonial” fue más fuerte y lo llevó a seguir afirmando la prioridad francesa en Argelia. A pesar de que en su labor periodística denunció las condiciones de pobreza extrema en la que se encontraban las poblaciones árabes y bereberes, como escritor, en El primer hombre, les niega de nuevo un nombre. Como en El extranjero o La peste, vuelve a designarlos sòlo como “los árabes”. Siempre al margen de sus relatos. Ninguno de ellos figuró como uno de sus personajes. Los mantuvo alejados de toda acción: presencias silenciosas —sino es que silenciadas—, espectadores, vigías de una conciencia occidental atormentada por las grandes causas y principios, pero que nada hizo para acercarse a las comunidades nativas.




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ll y a 60 ans, Albert Camus perdait la vie dans un accident dans l'Yonne


Il y a 60 ans, jour pour jour, Albert Camus disparaissait dans un dramatique accident de la route, à Villeblevin (Yonne). Simone, 93 ans, était à l'époque secrétaire de mairie dans la commune. C'est elle qui a rédigé l'acte de décès d'Albert Camus. Nous l'avons rencontrée.








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Albert Camus, 60 ans déjà



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Sylvain Rakotoarison. 5 janvier 2020


Albert Camus, penseur majeur du XXe siècle

Ce qui vient après la mort est futile et quelle longue suite de jours pour qui sait être vivant ! »


(Albert Camus, le 16 octobre 1942).



L’écrivain et philosophe Albert Camus est mort il y a soixante ans, le 4 janvier 1960, à l’âge de 46 ans (il est né le 7 novembre 1913 en Algérie). Amoureux de la vie, il est mort stupidement, comme des milliers d’autres chaque année, d’un accident de la route. À l’époque, on était encore loin des préoccupations de la sécurité routière (il a fallu attendre le gouvernement de Jacques Chaban-Delmas et les 17 000 morts par an, à une période où le parc automobile et le réseau routier étaient beaucoup moins développés que maintenant).

J’ai écrit « stupidement » mais on pourrait plutôt écrire « absurdement », tant l’Absurde a été la première partie de son « œuvre » tant littéraire que philosophique. De retour des fêtes du nouvel an, Albert Camus, qui était assis à la place avant droit (la place du mort !), parce qu’il avait des grandes jambes, avait dans sa poche le billet de train pour revenir de la Provence à Paris, mais il avait finalement accepté un retour avec son ami éditeur Michel Gallimard (qui est mort à 43 ans quelques jours après l’accident) au volant d’une belle voiture (une Facel Vega type FV3B) accompagné de la femme de l’éditeur et leur fille (qui, elles, installées à l’arrière, ont survécu à l’accident dont on peut connaître les détails ici).

Très tristement, la mort d’Albert Camus révèle elle-même sa vie : amoureux de la vie, penseur de la mort. Il avait acheté une belle maison dans le Sud (à Lourmarin) grâce à l’argent du Prix Nobel (qu’il considérait ne pas mériter tant que son mentor, celui qui l’a fait éditer chez Gallimard, ne l’avait pas : André Malraux).

Aujourd’hui, et depuis plusieurs décennies, la lecture d’Albert Camus semble « ringarde ». Pourtant, il est toujours lu et étudié à l’école et son nom est celui de très nombreux établissements scolaires en France. Mais on ne parle plus beaucoup de lui dans les médias, sinon pour des effets de bords, comme un éventuel transfert au Panthéon (refusé le 20 novembre 2009 par la famille lors du quinquennat de Nicolas Sarkozy).

Il était malade (tuberculose) quand il a fait ses études, ce qui l’a empêché de préparer le concours de Normale Sup. Qu’importe, il n’avait pas besoin de cela pour se faire connaître et reconnaître. Albert Camus a publié ses deux premiers livres chez Gallimard en 1942 (il avait déjà publié quelques ouvrages entre 1936 et 1939, chez un petit éditeur à très faibles tirages). Camus était résistant (en 1943), journaliste et écrivain (depuis 1934). Il avait alors 28 ans. Deux livres majeurs, qui ont « ouvert » son « cycle » sur l’Absurde. Dans les deux, il commence promptement sur le seul sujet qui compte, la mort.

« L’Étranger », roman sorti le 15 juin 1942 : « Aujourd’hui, maman est morte. Ou peut-être hier, je ne sais pas. J’ai reçu un télégramme de l’asile : « Mère décédée. Enterrement demain. Sentiments distingués ». Cela ne veut rien dire. C’était peut-être hier. ». Michel Houellebecq a d’ailleurs commencé un peu de cette manière son œuvre littéraire…

« Le Mythe de Sisyphe », essai philosophique sorti 16 octobre 1942 : « Il n’y a qu’un problème philosophique vraiment sérieux : c’est le suicide. Juger que la vie vaut ou ne vaut pas la peine d’être vécue, c’est répondre à la question fondamentale de la philosophie. (…) Si je me demande à quoi juger que telle question est plus pressante que telle autre, je réponds que c’est aux actions qu’elle engage. Je n’ai jamais vu personne mourir pour l’argument ontologique. Galilée, qui tenait une vérité scientifique d’importance, l’abjura le plus aisément du monde dès qu’elle mit sa vie en péril. Dans un certain sens, il fit bien. Cette vérité ne valait pas le bûcher. Qui de la Terre ou du Soleil tourne autour de l’autre, cela est profondément indifférent. Pour tout dire, c’est une question futile. En revanche, je vois que beaucoup de gens meurent parce qu’ils estiment que la vie ne vaut pas la peine d’être vécue. J’en vois d’autres qui se font paradoxalement tuer pour les idées ou les illusions qui leur donnent une raison de vivre (ce qu’on appelle une raison de vivre est en même temps une excellente raison de mourir). Je juge donc que le sens de la vie est la plus pressante des questions. ».

Ces deux débuts d’œuvre son très connus et sont souvent cités. Ils montrent à quel point la mort est dans la pensée de Camus, mais pas la mort dans le sens lamentation, plutôt dans le sens interrogation pour mieux envisager …la vie.

C’est pourquoi Albert Camus me paraît être le philosophe majeur du XXe siècle, d’autant plus majeur que son siècle, qu’il a à peine parcouru, était le siècle des deux plus cruelles et meurtrières guerres de l’humanité. Il se sentait d’ailleurs de la génération qui ne pouvait pas refaire le monde, juste tenter de le maintenir en paix instable, tellement elle était traumatisée par les deux conflits mondiaux.

Il était opposé à toutes les idéologies. Le nazisme mais aussi le communisme. Qui se sont soldées par des dizaines de millions de morts (faut-il désigner une gagnante ?). Son humanisme le guidait sans aveuglément, à l’opposé de tous les diktats intellectuels.

Il y a six ans, dans un autre article, j’expliquais (je n’aime pas trop me citer mais c’est plus honnête que de le recopier sans le dire) : « Albert Camus a (…) été mon prêtre répondant. Mon médecin de famille. Mon psychologue de service. Mon précepteur personnel. Mon conseiller ultime. Mon confident discret et toujours présent. Quand la vie s’endeuille. Quand la vie doute. Quand la vie inquiète. ». Et j’ajoutais déjà : « Depuis Camus, j’aurais tendance à dire que la société de consommation l’a emporté sur la société de réflexion et de méditation. (…) Ce n’est pas l’émotion ni la réaction qui empêchent la réflexion, mais la rapidité et surtout, le nombre. » sans imaginer que la transformation de la société de l’information, avec l’Internet, les réseaux sociaux mais aussi les chaînes d’information continue, allait encore plus s’accélérer dans la non-pensée, dans l’immédiateté, dans la multiplicité, et finalement, dans son côté absurde (le like débordant de nombrilisme de facebook, le tweet inutilement polémique et chronophage, etc.).

Alors, je refais une petite piqûre de rappel avec « Le Mythe de Sisyphe ». C’est le premier livre qui m’a « introduit » dans la pensée de Camus. Je ne l’ai pas étudié au lycée, fort heureusement, car la maturité aurait pu ne pas être au rendez-vous (hypothèse hautement probable). Quand je l’ai lu, j’étais obsédé par la mort, malgré mes vingt ans, pour des raisons personnelles que je qualifierais d’accidentelles. Camus m’a simplement aidé à penser. Se rappeler que tout le monde est mortel (c’est la traumatisante égalité de tous les êtres vivants), mais que, puisque l’échéance arrivera, il vaut mieux en profiter pour vivre un peu auparavant.

Albert Camus écrit dans son essai : « Il est décent de se garder du pathétique. On ne s’étonnera cependant jamais assez de ce que tout le monde vive comme si personne « ne savait ». C’est qu’en réalité, il n’y a pas d’expérience de la mort. Au sens propre, n’est expérimenté que ce qui a été vécu et rendu conscient. Ici, c’est tout juste s’il est possible de parler de l’expérience de la mort des autres. C’est un succédané, une vue de l’esprit et nous n’en sommes jamais très convaincus. ».

Et cet effroyable constat : « De ce corps inerte où une gifle ne marque plus, l’âme a disparu. Ce côté élémentaire et définitif de l’aventure fait le contenu du sentiment absurde. Sous l’éclairage mortel de cette destinée, l’inutilité apparaît. Aucune morale, ni aucun effort ne sont a priori justifiables devant les sanglantes mathématiques qui ordonnent notre condition. ». Et de s’interroger crûment : « Faudra-t-il mourir volontairement, ou espérer malgré tout ? ».

Avant cette réflexion, il analyse la question du suicide ainsi : « Se tuer, dans un sens (…), c’est avouer. C’est avouer qu’on est dépassé par la vie ou qu’on ne la comprend pas. (…) Mourir volontairement suppose qu’on a reconnu, même instinctivement, le caractère dérisoire de cette habitude, l’absence de toute raison profonde de vivre, le caractère insensé de cette agitation quotidienne et l’inutilité de la souffrance. (…) Faut-il (…) croire qu’il n’y a aucun rapport entre l’opinion qu’on peut avoir sur la vie et le geste qu’on fait pour la quitter ? (…) Le jugement du corps vaut bien celui de l’esprit et le corps recule devant l’anéantissement. Nous prenons l’habitude de vivre avant d’acquérir celle de penser. Dans cette course qui nous précipite tous les jours un peu plus vers la mort, le corps garde cette avance irréparable. ».

Camus explique le but de son raisonnement sur le « suicide philosophique » (autrement dit : « l’attitude existentielle ») : « Son but (…), c’est d’éclairer la démarche de l’esprit lorsque, parti d’une philosophie de la non-signification du monde, il finit par lui trouver un sens et une profondeur. La plus pathétique de ces démarches est d’essence religieuse ; elle s’illustre dans le thème de l’irrationnel. Mais la plus paradoxale et la plus significative est bien celle qui donne ses raisons raisonnantes à un monde qu’elle imaginait tout d’abord sans principe directeur. On ne saurait en tout cas venir aux conséquences qui nous intéressent sans avoir donné une idée de cette nouvelle acquisition de l’esprit de nostalgie. ».


Je propose ici quelques autres extraits qui me paraissent destinés à enrichir les réflexions personnelles.


Ambivalence entre fortes rationalité et irrationalité : « La nostalgie est plus forte ici que la science. Il est significatif que la pensée de l’époque soit à la fois l’une des plus pénétrées d’une philosophie de la non-signification du monde et l’une des plus déchirées dans ses conclusions. Elle ne cesse d’osciller entre l’extrême rationalisation du réel qui pousse à la fragmenter en raisons-types et son extrême irrationalisation qui pousse à le diviniser. Mais ce divorce n’est qu’apparent. Il s’agit de se réconcilier et, dans les deux cas, le saut y suffit. On croit toujours à tort que la notion de raison est à sens unique. (…) La raison porte un visage tout humain, mais elle sait aussi se tourner vers le divin. (…) Elle est un instrument de pensée et non la pensée elle-même. La pensée d’un homme est avant tout sa nostalgie. ».

Sens du monde et cohésion personnelle : « Je peux tout nier de cette partie de moi qui vit de nostalgies incertaines, sauf ce désir d’unité, cet appétit de résoudre, cette exigence de clarté et de cohésion. Je peux tout réfuter dans ce monde qui m’entoure, me heurte ou me transporte, sauf ce chaos, ce hasard roi et cette divine équivalence qui naît de l’anarchie. Je ne sais pas si ce monde a un sens qui le dépasse. Mais je sais que je ne connais pas ce sens et qu’il m’est impossible pour le moment de le connaître. ».

Innocence de « l’homme absurde » : « Insistons encore sur la méthode : il s’agit de s’obstiner. À un certain point de son chemin, l’homme est sollicité. L’histoire ne manque ni de religions, ni de prophètes, même sans dieux. On lui demande de sauter. Tout ce qu’il peut répondre, c’est qu’il ne comprend pas bien, que cela n’est pas évident. Il ne veut faire justement que ce qu’il comprend bien. On lui assure que c’est péché d’orgueil, mais il n’entend pas la notion de péché ; que peut-être l’enfer est au bout, mais il n’a pas assez d’imagination pour se représenter cet étrange avenir ; qu’il perd la vie immortelle, mais cela lui paraît futile. On voudrait lui faire reconnaître sa culpabilité. Lui se sent innocent. À vrai dire, il ne sent que cela, son innocence irréparable. C’est elle qui lui permet tout. ».

Dans son œuvre, Camus répond finalement à l’homme absurde par « L’Homme révolté » (sorti le 3 novembre 1951 chez Gallimard), mais on pouvait déjà le comprendre à la lecture du « Mythe de Sisyphe ». En effet, Camus y écrit : « L’une des seules positions philosophiques cohérentes, c’est ainsi la révolte. Elle est un confrontement perpétuel de l’homme et de sa propre obscurité. (…) Elle n’est pas aspiration, elle est sans espoir. Cette révolte n’est que l’assurance d’un destin écrasant, moins la résignation qui devrait l’accompagner. ».

Ce qui rend injustifié le suicide : « C’est ici qu’on voit à quel point l’expérience absurde s’éloigne du suicide. On peut croire que le suicide suit la révolte. Mais à tort. Car il ne figure pas son aboutissement logique. Il est exactement son contraire, par le consentement qu’il suppose. Le suicide, comme le saut, est l’acceptation à sa limite. (…) Le contraire du suicidé, précisément, c’est le condamné à mort. Cette révolte donne son prix à la vie. Étendue sur toute la longueur d’une existence, elle lui restitue sa grandeur. ».

Et il poursuit : « Pour un homme sans œillères, il n’est pas de plus beau spectacle que celui de l’intelligence aux prises avec une réalité qui le dépasse. Le spectacle de l’orgueil humain est inégalable. Toutes les dépréciations n’y feront rien. Cette discipline que l’esprit se dicte à lui-même, cette volonté forgée de toutes pièces, ce face-à-face, ont quelque chose de puissant et de singulier. Appauvrir cette réalité dont l’inhumanité fait la grandeur de l’homme, c’est du même coup l’appauvrir lui-même. Je comprends alors pourquoi les doctrines qui m’expliquent tout m’affaiblissent en même temps. Elles me déchargent du poids de ma propre vie et il faut bien pourtant que je le porte seul. À ce tournant, je ne puis concevoir qu’une métaphysique sceptique aille s’allier à une morale du renoncement. Conscience et révolte, ces refus sont le contraire du renoncement. (…) Le suicide est une méconnaissance. L’homme absurde ne peut que tout épuiser, et s’épuiser. L’absurde est sa tension la plus extrême (…). ».

L’esprit du conquérant : « J’installe ma lucidité au milieu de ce qui la nie. J’exalte l’homme devant ce qui l’écrase et ma liberté, ma révolte et ma passion se rejoignent alors dans cette tension, cette clairvoyance et cette répétition démesurée. Oui, l’homme est sa propre fin. Et il est sa seule fin. S’il veut être quelque chose, c’est dans cette vie. ».

À la fin du livre, Camus raconte l’histoire mythologique de Sisyphe sur son île, puni par les dieux à remonter une pierre qui retombe sans cesse : « Tout au bout de ce long effort mesuré par l’espace sans ciel et le temps sans profondeur, le but est atteint. Sisyphe regarde alors la pierre dévaler en quelques instants vers ce monde inférieur d’où il faudra la remonter vers les sommets. Il redescend dans la plaine. C’est pendant ce retour, cette pause, que Sisyphe m’intéresse. Un visage qui peine si près des pierres est déjà pierre lui-même ! Je vois cet homme redescendre d’un pas lourd mais égal vers le tourment dont il ne connaîtra pas la fin. Cette heure qui est comme une respiration et qui revient aussi sûrement que son malheur, cette heure est celle de la conscience. À chacun de ces instants, où il quitte les sommets et s’enfonce peu à peu vers les tanières des dieux, il est supérieur à son destin. Il est plus fort que son rocher. Si ce mythe est tragique, c’est que son héros est conscient. Où serait en effet sa peine, si à chaque pas, l’espoir de réussir le soutenait ? (…) Il n’est pas de destin qui ne se surmonte par le mépris. ».

Et la conclusion qui tombe comme un couperet : « Dans l’univers soudain rendu à son silence, les mille petites voix émerveillées de la Terre s’élèvent. Appels inconscients et secrets, invitations de tous les visages, ils sont l’envers nécessaire et le prix de la victoire. Il n’y a pas de soleil sans ombre, et il faut connaître la nuit. (…) Je laisse Sisyphe au bas de la montagne ! On retrouve toujours son fardeau. Mais Sisyphe enseigne la fidélité supérieure qui nie les dieux et soulève les rochers. Lui aussi juge que tout est bien. Cet univers désormais sans maître ne lui paraît ni stérile ni futile. Chacun des grains de cette pierre, chaque éclat minéral de cette montagne pleine de nuit, à lui seul, forme un monde. La lutte elle-même vers les sommets suffit à remplir un cœur d’homme. Il faut imaginer Sisyphe heureux. ». Ce sont les derniers mots de la première édition, eux aussi très marquants et très forts.

 
60 años de la muerte del escritor 1960 / 2020


Seis obras fundamentales de Albert Camus


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Albert Camus, quien vino al mundo el 7 de noviembre de 1913 para dar inicio a una vida literaria altamente productiva, misma que lo conduciría a convertirse en un referente para futuras generaciones en el ámbito de la novela y el ensayo.

De acuerdo a los relatos que existen sobre la infancia del intelectual, se asume que Albert Camus comenzó a dar muestras de genialidad en las letras desde edad muy temprana, teniendo entre sus primeras grandes obras El revés y el derecho, además de recibir influencia del pensamiento comunista de la época.

Durante su estancia en París, Albert Camus comienza a colaborar con elmovimiento anarquista, para el que escribe múltiples publicaciones. Se estima que el literato manifestó su apoyo abierto a dicha corriente ideológica hasta 1956, sin dejar de lado que fue miembro de la Fédératio Anarchiste, una organización que también tenía presencia en Bélgica.

Aunque sus novelas gozan de una destacada proyección dentro de la literatura universal, sus obras teatrales también han sido dignas de reconocimiento en varios lugares del planeta. En la lista, sobresalen nombres como Calígula, El Malentendido, Estado de Sitio, Los Justos y Los posesos, la cual estrenó en 1959.

Albert Camus, quien falleciera el 4 de enero de 1960 en un accidente automovilístico cerca de Le Petit-Villeblevin, un hecho que ha desatado varias especulaciones por parte de los historiadores.


1. El extranjero

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Se trata de la primera novela escrita por el literato Albert Camus, donde se exhibe a un hombre a quien le es indiferente la realidad por su carácter absurdo e irracional. Después de verse rebasado por el progreso tecnológico, el protagonista no tiene capacidad para formar parte de la colectividad y termina siendo un extranjero.


2. La peste

la peste


Una novela de Albert Camus publicada en 1947, en la cual el escritor narra la historia de unos doctores que descubren la solidaridad tras prestar servicio en una labor humanitaria en Argelia. De acuerdo a los analistas, la base del relato fue la epidemia de cólera que sufrió la ciudad de Orán durante mediados del siglo XIX.


3. La caída

la caida


La tercera novela de Albert Camus narra la historia de un hombre que se resguarda en el anonimato con el nombre de Jean Baptiste Clamence, un ser que ejerce como abogado en Ámsterdam después de concluir la Segunda Guerra Mundial. La obra está llena de metáforas para reflexionar sobre la naturaleza humana y el absurdismo.


4. El hombre rebelde

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Se trata de un tratado filosófico donde Camus analiza la rebeldía desde un punto de vista más profundo, un texto durante el cual se pregunta constantemente sobre los motivos que conducen al levantamiento del hombre contra Dios. Al parecer, dicha situación debe ser vista como un fenómeno personal y social.


5. El mito de Sísifo

el mito de sisifo


El ensayo filosófico de Albert Camus donde se discute sobre el su***dio y el valor de la vida. En la obra, destacan las referencias a la filosofía de lo absurdo, donde se señala que la vida del hombre es insignificante, por lo que su valor no va más alla de lo que cree el mismo ser humano.



6. El primer hombre

el primer hombre


Novela autobiográfica de Albert Camus recordada por ser la última obra del escritor. El texto despertó el morbo de generaciones enteras debido a que el literato falleció cuando se encontraba todavía redactándola. Entre los documentos que llevaba consigo antes del accidente de coche que le privó de su vida, se encontraba este manuscrito.
 
Feliz Muerte ( Albert Camus, 1936/1938 )



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Es la primera novela de Albert Camus escrita entre 1936 y 1938 y permaneció inédita hasta su muerte. Fue publicado el 4 de abril de 1971 por Éditions Gallimard.

De hecho, Feliz muerte precede a una de las obras más famosas de Camus, El extranjero , publicada en 1942. El personaje principal de Feliz muerte se llama "Patrice Mersault", similar al personaje principal de El extranjero, quien se hace llamar "Meursault". Ambos son empleados franceses que practican en Argelia durante la colonización francesa. Cada uno de ellos que mata a un hombre y, por diferentes razones, no siente remordimiento. La historia de Muerte feliz está escrita en tercera persona, mientras que la de El extranjero está escrita en primera persona.


Resumen
Patrice Mersault, un empleado bastante pobre, se encuentra con un lisiado rico, Zagreus, a través de Marthe, que habrá sido su amante. Zagreus, que tenía la ambición de una vida rica antes de su accidente, ya no puede soportar su discapacidad. Por lo tanto, se preparó para su su***dio, pero no encontró la fuerza para hacerlo realidad. La reunión entre Mersault y Zagreus y la discusión que se vuelve bastante íntima le permitirá a este último convencerlo de que Mersault ejecute el asesinato por una gran suma de dinero. La teoría de Zagreus es considerar que el crimen es aceptable si es un medio para alcanzar la felicidad. Después de reflexionar, Mersault lo mata con el arma del lisiado, organiza convincentemente la escena y huye con el botín. El asesinato no fue descubierto y, sin remordimientos, su tranquilidad "Sin ira ni odio, no sabía nada" Meursault realizó un viaje, visitó Praga y Génova antes de regresar a Argel. en esta "Casa frente al mundo" en las alturas de Argel, Mersault conoce una cierta forma de felicidad allí, con las que él llama "los tres pequeños imbéciles"

Mersault construye su nueva vida con el deseo de acceder a la felicidad, su felicidad, siguiendo la idea que construye paso a paso. Libertad, autonomía, voluntad, contemplación, alegría. Él "ama" a Marthe, quien lo devuelve, pero se casa con otro menos apegado a él, Lucienne. Se va a instalarse solo en el 'Chenoua', "a pocos kilómetros de las ruinas de Tipasa", en una casa frente al mar donde puede admirar a su querido Tipasa. Pero esta vida de soledad voluntaria y la búsqueda de la felicidad no dura. Cayó enfermo y, a pesar de la atención brindada por el médico, también en busca de una vida feliz, y la presencia empática de Lucienne, murió.

 
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L'Exil et le Royaume, Albert Camus - 1957 ( El Exilio y el Reino)



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El exilio y el reino es una colección de cuentos escritos por Albert Camus y publicados en 1957. Es la última obra literaria de Camus publicada durante la vida del autor.



La colección contiene seis textos:


La mujer adúltera
El renegado (o una mente confundida)
Los mudos
El anfitrión
Jonas (o el artista en el trabajo)
La piedra que crece.

Cada uno de estos textos ilustra el sentimiento de insatisfacción y fracaso del personaje central y su dificultad para encontrar "El Reino", es decir, un significado para su vida y felicidad al superar la aparente oposición de los opuestos. como "solitario / unido".

Los personajes tienen sus propios caminos en diferentes entornos ubicados especialmente en Argelia (el campamento nómada en el desierto, las aldeas del sur, la escuela aislada en las montañas, los distritos obreros de Argel) pero también en un distrito burgués de París o un pueblo en Brasil.

El personaje principal de La mujer adúltera, Janine, desilusionada por su mediocre vida como ama de casa, que acompaña a su esposo representativo en telas en el sur de Argelia y que tiene una experiencia fusionada con el desierto que lo llena (lo que explica el adulterio de título).

El renegado (o una mente confundida), se compone del largo monólogo de un misionero cristiano que cambia a la negación, el delirio y la alucinación al vivir el martirio infligido por la tribu nómada animista del desierto que quería evangelizar.

Los mudos describe el mundo de una tonelería en Argel y la incomodidad de Yvars, que no puede entender su vida a pesar de una pareja armoniosa y el espíritu de solidaridad de los trabajadores que luchan contra su jefe, pero que perder el sentido de la compasión

El anfitrión presenta a un maestro europeo de Argelia, aislado en su escuela en invierno en las mesetas montañosas. Enfrentado a pesar de sí mismo con la situación colonial, un gendarme le ordenó llevar a un prisionero de derecho común a las autoridades locales: ofreció libertad al criminal pero este se entregó a la prisión, lo que provocó las amenazas de sus hermanos arabes. Daru está solo, llevado allí por una tragedia sobre la cual no tiene control.

Jonas (o el artista en el trabajo) muestra el camino de Jonas, un pintor parisino, que pasa del éxito a la impotencia creativa y la depresión profunda. La noticia termina con una apertura positiva: "Él sanará", esta curación pasa por la resolución del anonimato solitario / solidario.

La piedra que crece, se encuentra en Brasil (donde Camus fue en 1949): D'Arrast, un ingeniero francés, vino allí para construir un dique a lo largo de un río. Cansado y solitario, encontrará inclusión en el grupo social de la aldea al compartir con ellos la celebración sincrética que combina en sus rituales figuras cristianas y posesión de vudú
Es la figura de un Sísifo feliz de haber ocupado su lugar en el trabajo colectivo llevando la piedra durante la procesión. La piedra que crece fue traducida al afrikaans por Jan Rabie en 1961 bajo el título Die klip wat groei (Nasionale Boekhandel, Ciudad del Cabo). 1961)


 
Fallece la prolífica y comprometida escritora Isabel-Clara Simó a los 76 años
Autora popular, se significó por su defensa de los llamados Països Catalans

CARLES GELI
Barcelona 13 ENE 2020




Isabel Clara Simo


Isabel-Clara Simó en una fotografía de 2017. CARLES RIBAS



La revista Canigó, que dirigía su marido, tenía explícitamente prohibido publicar artículos en catalán. Pero ella le sugirió de incorporar uno, sin más, a ver qué pasaba. Era a finales de los años 60. “Con mi catalán vacilante, lo acabé haciendo. Y lo publicamos. Y luego, otro, y otro, y poco a poco, nos encontramos con una revista en catalán que tenía un pequeño artículo al final en castellano, para poder hacer la trampa administrativa del bilingüismo”. Pocos episodios definen mejor el compromiso irrenunciable, siempre hasta el final, así en la lengua y la literatura como en el feminismo y en el progresismo social, de la escritora y periodista Isabel-Clara Simó. Una batalla que sostuvo también con el mismo carácter desde hace años contra una enfermedad degenerativa, hasta ayer, cuando una de las más populares autoras de las letras catalanas, creadora de novelas como Júlia o El mossèn, falleció la madrugada del lunes a los 76 años en su Alcoi natal.


Que su catalán fuera vacilante era una consecuencia lógica de una joven nacida en un Alcoi temeroso, como casi medio territorio en España en 1943, y donde el valenciano no había muerto, “pero no estaba ni en la escuela ni en la calle; mi único conocimiento era oral”. Lo aseguró hace casi tres años día por día, el 16 de enero de 2017, cuando recibió el 49º Premi d’Honor de les Lletres Catalanes, con el que se congraciaba, dijo, con “unos Països Catalans que he amado locamente y que creo que hasta ahora no había sido correspondida”. Esa pasión venía de un padre maestro, fundador de una academia donde ella se cultivó, pero también, y sobre todo, de haber formado parte de la primera generación de jóvenes valencianos que se cultivaron bajo la tutela del ensayista Joan Fuster. “Él me habló de Ausiàs March y de una lengua milenaria cuando mis amigas me decían que no hablara en valenciano porque hacía de pueblo”.

El catalán lo fue aprendiendo poco a poco y de ahí la emoción (“me caían auténticos lagrimones”) cuando en 1978 inició su carrera literaria con los relatos de És quan miro que hi veig clar, premio Víctor Català. Era el inicio de una trayectoria enmarcada en la llamada Generació dels 70 (Jaume Cabré, Maria Antònia Oliver, Josep Maria Benet i Jornet…), que daría una sesentena de títulos, y que se sustentaba en una fortaleza de carácter que le permitió licenciarse en Filosofía (1965) y en Periodismo (1972) y, entre 1972 y 1983, dirigir la misma Canigó, paradigma de la recuperación de la lengua y la cultura catalanas, lo que le costó más de una multa y registros en su hogar, que construiría con el periodista Xavier Dalfó.

Arrancaba así una carrera un punto tardía pero generosa en títulos, que tuvo entre los años ochenta y primera década de 2000 sus momentos más dulces. Lo simboliza como pocas la novela Júlia (1983), historia de una joven en la Alcoi de finales del XIX que se enamora del propietario de la fábrica donde trabaja. Ahí afloraban sus temáticas favoritas: la política, las condiciones socioeconómicas y el factor humano a partir del amor. En lo formal, es la liofilización de algunas de sus mejores virtudes literarias: personajes de cierta complejidad psicológica, relaciones conflictivas y trabajo del lenguaje. Bajo esas premisas llegaron en poco tiempo algunos de sus títulos más representativos: Ídols (1985, premio de la Crítica del País Valencià), T’estimo, Marta (1986), Històries perverses (1992, premio Serra d’Or), La salvatge (1994, premio Sant Jordi), El gust amarg de la cervesa (1999), L’home que ensumava les dones (2001, premio Andròmina) y El meu germà Pol (2008, premio Ciutat d'Alzira), entre otros. Su trabajo infatigable también la hizo presente en la literatura teatral (Còmplices, 2003), el ensayo (Si em necessites, xiula, sobre la vida y la obra de Montserrat Roig), la novela de género (La vena ó El mas del diable) y la literatura juvenil (Joel; Raquel).

El mossèn (1988), biografía novelada del poeta Verdaguer cuyo éxito facilitó una versión radiofónica, ayudaron a reforzar la popularidad de una escritora que tuvo una notable proyección como personaje público, intensificada por sus apariciones frecuentes, contundentes y valientes en la radio y la televisión y sus colaboraciones en la prensa escrita, en medios como El Periódico de Cataluña, Diari de Barcelona o Avui: una selección de las columnas que publicó en esta última cabecera le valió el premio de la Crítica de los Escritores Valencianos (En legítima defensa, 2003). Los relatos de Dones (1997), con versión cinematográfica tres años después tras su éxito en papel, le permitió plantear en 2002 una ácida caricatura del mundo masculino en otro de sus éxitos, Estimats homes (una caricatura) (2002), que mantuvo en los relatos de Homes (2010). Cuatro años antes, con Angelets, se había adentrado en el lado inquietante del mundo infantil.

A su carisma popular tampoco fue ajena su sinceridad sin ambages, que le llevó, por ejemplo, a tener un encontronazo con responsables de instituciones del catalanismo político por la caída de Canigó en 1983 (“cuando se normalizó la situación, nosotros éramos demasiado radicales y todos tenían ayudas públicas, menos nosotros”, recordó años después), o a criticar duramente por escrito, en Adéu Boadella (2008), la actitud y la postura pública del actor con Cataluña. Simó, Creu de Sant Jordi en 1999, se significó los últimos años como partidaria de la independencia de Cataluña. A esa línea responden libros como Sobre el sobiranisme (2000) o Cartes d’independència a la vora d'una tassa de te (2011), junto a la escritora también fallecida Patricia Gabancho. El presidente de la Generalitat, Quim Torra, ha destacado precisamente en Twitter su lucha “incansable por la independencia de los Països Catalans”. Y ha lamentado que Cataluña pierde “una de las voces más libres” que la han defendido.

“Se me ha tratado siempre con cierta displicencia e incluso rechazo por ser mujer y ya mayor, por escribir para las tietes o historias de amor, pero cada bofetada me ha servido para impulsarme”, aseguró cuando le fue concedido el Premi d’Honor de les Lletres Catalanes hace tres años. Pero sus compañeros de oficio (obtuvo en 2013 el premio Jaume Fuster que concede la Associació d’Escriptors en Llengua Catalana y fue decana de la Institució de les Lletres Catalanes entre 2016 y 2019) o los lectores le demostraron que, mayormente, fue lo contrario.

 
L'Envers et l'Endroit, Albert Camus, 1937 ( El reverso y el lugar )


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L'Envers et l'Endroit es el primer trabajo de Albert Camus, publicado en Argel en 1937 por Edmond Charlot y que consiste en una serie de ensayos sobre el distrito argelino de Belcourt, así como en dos viajes, el primero a las Islas Baleares y el segundo en Praga y Venecia.

El libro no se distribuyó ampliamente durante la guerra y no se benefició después de la guerra del éxito de L'Étranger y Le Mythe de Sisyphe. Fue reeditado en 1958, completo con un prefacio donde Camus hace balance de su trabajo hasta la fecha y juzga severamente su escritura. Luego declaró que "su trabajo ni siquiera ha comenzado".

Camus vio en esta obra juvenil la fuente secreta de todo su pensamiento: "Sé que mi fuente está en L'Envers y el lugar, en este mundo de pobreza y luz donde viví durante mucho tiempo y cuyo recuerdo Todavía me protejo de los dos peligros contrarios que amenazan a cualquier artista, el resentimiento y la satisfacción. "


Introducción general

Camus tenía entonces veintidós años y comenzó a escribir estas cinco historias cortas muy fuertemente autobiográficas: el distrito argelino de Belcourt y la miserable casa familiar dominada por su terrible abuela que reina sobre una misteriosa madre cuyo joven hijo mantiene el recuerdo de su borrado y especialmente de sus silencios, protagonista de la noticia entre sí y no. Habla sobre su viaje a las Islas Baleares, la cuna de su familia materna, así como el viaje a Praga en la muerte en el alma
Describe las vidas estrechas de su barrio, dominado por el trabajo y la dureza de la existencia, que se encuentra en L'Étranger: “¡Este barrio, esta casa! Solo había un piso y las escaleras no estaban iluminadas. Ahora, nuevamente, después de muchos años, podría regresar allí en medio de la noche. Él sabe que subiría las escaleras a toda velocidad sin tropezar una vez. Su propio cuerpo está imbuido de esta casa. Sus piernas mantienen en ellos la medida exacta de la altura de los escalones. Su mano, el horror instintivo, nunca derrotado, de la barandilla. Y fue por las cucarachas. "


Meursault vive en el mismo distrito, en su pequeño apartamento sin comodidad y tiene poco más tiempo libre que amigos y la playa. Describe esta compasión que siente por esta madre que trabaja duro todo el día y que, cuando llega la noche, pone su silla junto a la ventana y contempla, en silencio, las idas y venidas de la calle, molesta por "El admirable silencio de una madre y el esfuerzo de un hombre por encontrar justicia o un amor que equilibre este silencio".

Envers et l'Endroit' es un poco como el Entre oui et non de su historia, donde L'Envers es sinónimo de angustia frente a la extrañeza y el silencio del mundo, la aparente falta de control sobre este mundo. , el lugar que simboliza la belleza, la aceptación de este mundo incomprensible. Un personaje como Meursault en L'Étranger se comparte entre estos dos polos, como Camus también escribe que "no hay amor para vivir sin desesperación para vivir" en Entre oui et non. Cómo explicar, traducir la belleza efímera de una puesta de sol, si no con este balanceo entre adelante y atrás, entre el lugar y al revés, solo por ejemplo, la solidaridad en La Peste puede luchar contra la soledad y hace que los hombres más fuerte Aquí, en estas diferentes historias, especialmente las personas mayores, como esta mujer en el último texto que dio su nombre al libro, hacen sus propias desgracias, caen en "al revés" sin siquiera darse cuenta de ello.

 
L'Été , Albert Camus (El verano. 1954)



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El verano, es un ensayo de Albert Camus que representa a Argelia y, en particular, a la ciudad de Orán. Fue publicado por primera vez en 1954.

Presentación:

En este ensayo, Albert Camus nos lleva por todo el Mediterráneo, primero en su Argelia natal de Orán, siguiendo los pasos del Minotauro, en Argel a través de Tipasa, luego en Grecia por otras pistas, las de Prometeo enfrentando la violencia del mundo moderno o la de Hélène y su legendaria belleza, luego, finalmente, hacia el Atlántico para ver de cerca el mar.

 
Noces, Albert Camus ( La boda. 1938)



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Presentación:
Noces es una colección de ensayos, "en el sentido exacto y limitado del término" de naturaleza autobiográfica de Albert Camus, que comprende cuatro textos escritos en 1936 y 1937, publicados en 1938 en algunas copias, y luego en 1939 por Edmond Charlot en Argel. También aparece en Gallimard bajo el título "Noces; (seguido de) L'été ”

A partir de la nativa Argelia del autor, el trabajo traduce las reflexiones y el estado mental del joven que era en ese momento.
El más conocido de los cuatro textos es Noces à Tipasa, que ensalza la naturaleza bajo el sol y el mar, de donde se extraen a menudo las citas del autor relacionadas con este período.

 
Las Brontë: una familia inmortal
En el centenario de Anne, la menos conocida de las Brontë, varios libros profundizan en el universo vital y literario de las hermanas


ÁNGEL RUPÉREZ
21 ENE 2020



Retrato de las hermanas Brontë, de Patrick Branwell Bronte.


Retrato de las hermanas Brontë, de Patrick Branwell Bronte. NATIONAL PORTRAIT GALLERY DEAGOSTINI / GETTY IMAGES




La historia de las hermanas Brontë —Charlotte (1816-1855), Emily (1818-1848) y Anne (1820-1849)—, junto a la de su hermano, Patrick, más conocido como Branwell (1817-1848) por el apellido de su madre, es una de las más apasionantes de la literatura universal. Hijas de un párroco de origen irlandés y educado en Cambridge, Patrick Brontë (pero antes el apellido bailó en distintas sonoridades y grafías), vivieron con su progenitor y su madre, pronto fallecida, en la casa parroquial de Harworth, “ese pequeño lugar bárbaro y extraño” situado en un páramo inhóspito pero también, a su manera, hipnótico, como se deja ver en los escritos de esos jóvenes y muy especialmente en los de Emily. Porque, efectivamente, y por encima de todo, esas criaturas pronto crearon deslumbrantes mundos imaginarios inspirados en parte en la lectura de dos de los astros del momento, Walter Scott y Lord Byron (sin olvidar a Wordsworth, pasión inoculada por su padre).

Esos mundos cuajaron en universos llamados la Ciudad de Cristal o Angria, donde Charlotte y su hermano vertieron sus fantasías asombrosas, o también Gondal, donde Anne y Emily vertieron las suyas. Solo ellos tenían las claves de esas aventuras y es seguro que semejante despliegue, transgresor y casi alucinatorio, tenía mucho que ver con la necesidad de contrarrestar la clase de vida que llevaban en ese pueblo, pero también con la obediencia a la imperativa llamada de lo que podríamos llamar una vocación indomable, que es la forma con la que la literatura —y el arte— se impone a sus elegidos más allá de cualquier interés, del tipo que sea (y cuanto menos interés, más elegidos).

Las tres hermanas salieron de su pueblo para estudiar en escuelas inhóspitas, y hasta Charlotte y Emily lo hicieron en Bruselas con el profesor de literatura Constantin Héger, “las más brillantes discípulas que iría a tener nunca”. Ejercieron de maestras o institutrices en distintas localidades, pero siempre volvieron a la literatura y a su lugar de origen, el lugar de sus creaciones infantiles, y ese retorno puede muy bien interpretarse como una fidelidad a una infancia portentosa, a un padre severo pero un baluarte al fin y a una madre prematuramente muerta y enterrada allí, y siempre querida, buscada y necesitada.

Publicaron primero sus poemas, en un volumen colectivo (1846) con los conocidos seudónimos de Currer (Charlotte), Ellis (Emily) y Acton (Anne). Vendieron dos insólitos y escandalosos ejemplares y no por ello dejaron de buscar editor para sus novelas, y lo lograron después de sonoros portazos. Y así Charlotte se convirtió en una estrella del momento con Jane Eyre (1847), un acontecimiento que la llevó a los salones literarios londinenses, siempre con su seudónimo por delante, Currer Bell, pero sin caer demasiado en sus pegajosas y tentadoras redes, que la asfixiaban —hasta llegó a tener una salida de tono con el astro del momento, el novelista William Thackeray: “… dirigiendo sus incisivas palabras a su cabeza [la de Thackeray] parecía una ráfaga de granadas disparada contra una fortaleza”—. Emily sufrió la incomprensión por su insuperable Cumbres borrascosas (1847), editada junto con Agnes Grey, de su hermana Anne (y siempre también con sus respectivos seudónimos).

Todo esto —y muchas cosas más— lo cuenta fenomenalmente bien Laura Ramos, incluidas las muertes desgarradoras de las tres (y de su hermano), con una erudición biográfica que no sofoca su anhelo narrativo apuntalado por un estilo comedido y austero, con los justos picos de brillantez propios de una escritora de verdad. Su afán por crear simultaneidades encadenadas para prestar atención a todos los protagonistas no impide que casi siempre sea la perspectiva de Charlotte la que se imponga, porque sus extraordinarias cartas son la mejor y más abundante fuente de información.

Desde otro ángulo, también Xandru Fernández nos da a conocer muy bien los maravillosos poemas de Emily Brontë, en los que hay piezas de una grandeza indiscutible, testimonio indudable de su genialidad, igualmente visible en su gran novela, Cumbres borrascosas. Entre esas joyas se encuentra el poema La visionaria, pieza maestra total que resume de un plumazo todas sus cualidades: la sutil y misteriosa sugerencia, la voz profunda y llena de sentimiento, la arrebatadora creencia en el amor redentor: “Visitante del aire, así vendrá mi amor… / ¡Extraño poder! En tu fuerza confío; confía tú en mi constancia”.

La naturaleza es objeto de atenciones supremas, en todos los órdenes, como si se tratara de plegarias o de consuelos fabulosos. A una flor le dice: “Tú siempre has encontrado una voz para mí / y has exhalado palabras de consuelo”. En pleno otoño, “cada hoja me habla de la felicidad”, o en pleno invierno: “Siéntate, pues, conmigo, a mirar el instante / en que la helada azul va cuajando en el río”. La infancia, a la manera wordsworthiana, pone freno con su felicidad a los sufrimientos y las lágrimas que acarrea la vida, simbolizados en un increíble pájaro de alas negras cuyo pico y garras chorrean sangre, y a los que opone una plegaria, pues “al Cielo le mueven las plegarias ardientes / y Dios es misericordioso”. En medio de contemplaciones absorbentes que atraen hacia los ojos todo un escenario de bellezas sencillas —nubes, colinas, viento, árboles, humo, sol— surge el drama, la aventura solitaria humana que nos define por antonomasia: “… Solo uno lo vio morir, / irse con el día que se iba… / Los vientos del atardecer, suspirando tristemente, / se llevaron su alma lejos de la tierra”.

Murió a los 30 años, de tuberculosis, casi sin hacer ruido. Ante su ausencia, su perro, Keeper, “se echó junto a la puerta de su cuarto y aulló durante varios días”.




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Infernales. La hermandad Brontë. Laura Ramos. Taurus, 2019. 416 páginas. 20,90 euros


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La inquilina de Wildfell Hall. Anne Brontë. Traducción de Miguel Ángel Pérez. Alianza, 2020. 640 páginas. 14,50 euros



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Agnes Grey. Anne Brontë. Traducción de Elizabeth Power Alianza, 2016. 272 páginas. 11,50 euros



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Poesía completa. Emily Brontë. Traducción e introducción de Xandru Fernández. Alba, 2018. 568 páginas. 21,50 euros


 
El año literario no podía empezar con una novela mejor
'Lanny' es un libro encantador que trata de forma audaz el turbio asunto de los niños desaparecidos



Foto: Max Porter, autor de 'Lanny'.


Max Porter, autor de 'Lanny'.



AUTOR
ALBERTO OLMOS
Contacta al autor
@alb_olmos
TAGS
NOVELA
DELINCUENCIA
LITERATURA

21/01/2020



Algún día les tengo que hacer el artículo sobre Goodreads. Se trata de una red social de lectores donde se ven cosas fascinantes, como al propio autor puntuando con todas las estrellas disponibles el libro que él mismo acaba de publicar. Para lo que nos importa hoy, viene a cuento porque Goodreads vuelve peligroso ponerse estupendo con las notas de prensa. Basta entrar en esta web y buscar un libro en concreto para saber si ha tenido algún éxito en su país. Me había leído ya 30 o 40 páginas de 'Lanny' (Random House), de Max Porter, antes de decidirme a confrontar mi lectura mediada con la lectura posible de cientos o miles de lectores, los de Goodreads. Y resultó que todos éramos felices.

'Lanny' es un libro por momentos extraordinario, “audaz” (como se dice en la propia contraportada) y, sobre todo, encantador. Encontrar libros encantadores no es fácil, pues se trata de un nivel de lectura singular, ese en el que uno toca el libro como si se estuviera enamorando, perdonen que me ponga por**. Los libros encantadores suelen venir protagonizados por niños anómalos, y desplegar bastante jueguecito tipográfico, ser breves y hasta tener un diseño acertadísimo. Son cosas que se quieren.

'Lanny', desde el principio, me recordó a 'El curioso incidente del perro a medianoche' (Salamandra), de Mark Haddon, esa novela fragmentaria llena de dibujos y números donde seguimos las andanzas de un niño autista. Al igual que la novela de Haddon, Max Porter trata al niño como si se pudiera hacer literatura adulta con las cosas de los niños, que es seguramente la forma de respeto más elevado que puede mostrar un escritor por un niño narrado. Porter, además, trae un estilo muy trabajado, entiendo —por el placer de mi lectura— que excelentemente volcado al español por Milo J. Krmpotic. Ese estilo, donde los oídos “tienen hambre” y las palabras “se recogen del suelo y se limpian de saliva alquitranada”, me hizo acordarme de los, sin duda, muy encantadores libros de Unai Elorriaga, del que hace tanto que no sabemos nada, o de Gonçalo Tavares.


8.000 lectores
Y fue entonces cuando acudí a ver qué opinaba el pueblo, Goodreads. Y el pueblo opinaba que 'Lanny' estaba muy bien. Tenía, sin haberse cumplido aún el año de su publicación original, casi 8.000 puntuaciones, el 70% de las cuales encontraba el libro de 4 o de 5 estrellas; estaba traducido a todo el mundo (34 ediciones, pone) y 1.347 personas se habían molestado además en escribir una pequeña reseña, a diferencia de esta que usted está leyendo, sin cobrar ni nada. Llámalo éxito.



'Lanny'. (Random House)


"Lanny'. (Random House)



La lección de 'Lanny' para un autor es que lo mejor que puedes hacer es escribir el libro que a ti te gusta, y luego la gente que haga lo que quiera. Digo esto porque 'Lanny', de primeras (vean la imagen inferior) no es precisamente un libro que parezca fácil de transitar. A su estructura fragmentaria, y su prosa lírica (la novela empieza con una, a mi juicio, chocante cita de un poema de García Lorca), hay que sumar una serie de pasajes donde Porter lleva el procesador de textos a su límite plástico. Así, sin puntuación ni continuidad narrativa, y enmarcado entre párrafos escritos en negrita donde Algo mítico se mueve y escucha, escuchamos nosotros también voces sueltas en cursiva que se disgregan por la página, suben o bajan, se retuercen, se tachan o se superponen... En fin, un lío de coj*nes. Un lío que cualquier editor con un ojo puesto en las ventas vería sumamente desaconsejable. Consecuencia: 'Lanny' es de hecho un 'best-seller'.




Páginas de 'Lanny'.


Páginas de 'Lanny'.




'A prayer for England'
Pero ¿de qué va 'Lanny'? Primero tenemos a este chico rarito y a sus padres 'standard'. Deciden que un tal Pete, viejo pintor local, le enseñe a dibujar para ver si saca de él sus potencialidades de niño reconcentrado. Todo va bien y el pueblo donde viven, una típica localidad inglesa con taberna y señoras, cotillea sobre cualquier cosa al caer la tarde, según escucha ese Algo mítico, muy inglés también, que se mueve por aquellos lares lararitos.
Después, el libro entra en asuntos jodidos que, según parece por su obra anterior, 'El duelo es esa cosa con alas' (Rata), son muy del gusto de este muchacho, Max Porter (1981). En concreto, el secuestro o desaparición de los niños ingleses, que son los niños más secuestrados o desaparecidos del mundo. Ahí la novela cambia de fórmula, se hace coral y el autor muestra lo sobrado que va de registros.

Si tuviera 30 páginas más, 'Lanny' me habría cansado. Como tiene 180, es sin duda una forma feliz de empezar este año de lecturas
Asistimos —mientras suena en nuestra cabeza 'A prayer for England', la emocionante canción de Massive Attack que, con la voz de Sinead O'Connor, reza por estos chavales perdidos— a la consecuencia habitual de estos sucesos (reciente además en nuestro recuerdo por Madeleine o el Pescaíto): la búsqueda solidaria e inútil de todo un pueblo, el buitreo insolidario y sumamente útil para subir audiencia de los miserables medios de comunicación y las acusaciones aleatorias y destructivas de vecinos que siempre saben quién es pederasta aunque en rigor no dispongan de más pruebas que sus ganas de arruinar vidas ajenas.

Finalmente, Porter se pone estupendo —a mi parecer, un poco demasiado— y dedica las páginas finales a cerrar su historia desde el bosque onírico del lenguaje, llenándolo todo de símbolos y gramática. Si tuviera 30 páginas más, creo que 'Lanny' me habría acabado cansando. Como tiene exactamente 180, es sin duda una forma feliz de empezar este año de lecturas.

 
75 ANIVERSARIO DE LA LIBERACIÓN DE AUSCHWITZ

Si esto es una mujer: las escritoras que salieron de Auschwitz-Birkenau
Distintas novedades editoriales escritas por supervivientes reflejan la experiencia femenina en los campos de concentración nazis


ÁLEX VICENTE
Madrid 24 ENE 2020



Mujeres húngaras condenadas a morir en las cámaras de gas de Auschwitz, en una imagen tomada por las SS.


Mujeres húngaras condenadas a morir en las cámaras de gas de Auschwitz, en una imagen tomada por las SS. YAD VASHEM / AUSCHWITZ ALBUM




“Durante gran parte de la historia, ‘anónimo’ fue una mujer”, reza una de las citas más célebres de Virginia Woolf. La máxima no falla casi nunca, ni siquiera en el despiadado contexto del Holocausto, cuando el exterminio nazi destinó la misma suerte a todas sus víctimas, fuera cual fuera su s*x*. Pese a todo, los testimonios de referencia de los retenidos en los campos de concentración fueron, durante décadas, exclusivamente masculinos, con la notable excepción de Ana Frank. Los relatos de Primo Levi, Elie Wiesel, Jean Améry, Robert Antelme o Jorge Semprún quedan completados ahora con distintas novedades editoriales que, coincidiendo con el 75º aniversario de la liberación de Auschwitz, exploran la especificidad de la experiencia femenina en condiciones tan extremas.

Los libros de Charlotte Delbo, Ninguno de nosotros volverá (Libros del Asteroide), y de Ginette Kolinka, Regreso a Birkenau (Seix Barral), recién llegados a las librerías españolas, suman dos nuevas voces a la narración sobre lo que fue la Shoah. La primera fue deportada a Auschwitz-Birkenau en 1943, como miembro de la Resistencia francesa, junto con 230 presas, de las que solo sobrevivirían 49. La segunda sería detenida en Aviñón por la Gestapo en 1944 y trasladada a ese mismo campo junto a su familia. Fue la única en salir con vida. Kolinka, que cumplirá 95 años a comienzos de febrero, no puso por escrito sus vivencias hasta el año pasado, cuando el libro fue publicado en Francia, donde vendió más de 100.000 ejemplares.

“Me di cuenta de que había que seguir hablando de esta historia, en un momento en que el peligro del odio y del antisemitismo sigue existiendo”, afirma Kolinka al teléfono desde París. No cree, pese a todo, que exista una experiencia de género idéntica para todas las víctimas. “Nunca me he preguntado eso. Todos los hombres y mujeres sufrieron el mismo frío, hambre, sed y brutalidad. Y, a la vez, cada uno de nosotros, los hombres como las mujeres, tuvimos una experiencia distinta”, matiza. Kolinka coincidió en Auschwitz con la ministra Simone Veil y la cineasta Marceline Loridan-Ivens, que iban en el mismo convoy. “Pasamos todo el tiempo juntas y, aun así, estando en el mismo lugar, vimos cosas diferentes”, sostiene Kolinka, que tras la guerra vendió prendas de punto en un mercado de la periferia parisiense durante 40 años. Su libro describe la deshumanización galopante que vivió en el campo. “Todos los días mueren varias chicas”, escribe Kolinka en Regreso a Birkenau. “Algunas, más sentimentales que yo, se toman la molestia de arrastrarlas a un rincón”. Ella prefería guardar el cadáver muy cerca. “La conservo como oro en paño. Pienso que algún día abrirán la puerta y nos darán de comer. Y entonces les diré: ‘No, mi amiga está dormida, denme su parte’. A lo que llega una. En lo que se convierte una”.


El testimonio de Delbo, publicado en 1965, recoge una larga serie de estampas sobre la vida y la muerte en los campos, que reflejan una voz colectiva en la que se distinguen ciertos rasgos de género, como la solidaridad inherente que emerge entre las desesperadas internas, muchas de las cuales tenían hijos a su cargo. Pero también describe un mundo donde la organización social por géneros ha perdido, como tantas otras cosas, todo su sentido. “Experimentábamos una profunda ternura por los hombres. Los amábamos. Se lo decíamos con los ojos, nunca con los labios”, dejó escrito Delbo, fallecida en 1985, al definir sus interacciones con el s*x* opuesto. “Querían convencerlos de que ellas, las mujeres, no corrían ningún riesgo. Su feminidad las amparaba, como se creía aún”. Lo que viene a continuación subraya la absurdidad de esa convicción.

¿Existe una especificidad femenina en los campos? ¿Fue su sufrimiento más pronunciado que el de los hombres? ¿Existe un sesgo de género también en el contexto más atroz? Las opiniones varían. “El Holocausto consistió en la ejecución de seis millones de judíos, ya fueran hombres o mujeres. Pero la ideología nazi, al ver a las mujeres como generadoras de esa raza indigna que había que extirpar, construyó para ellas un universo concentracionario distinto, más cruel que el masculino”, considera la escritora Daniela Padoan, autora de otro volumen reciente, Como una rana en invierno (Altamarea), que recoge el testimonio de tres mujeres italianas deportadas a Auschwitz: Liliana Segre, Goti Bauer y Giuliana Tedeschi. “Durante muchos años, la invisibilidad femenina en la historiografía de la Shoah fue casi total. En las exposiciones de museos, en los libros de texto e incluso respecto a los testimonios, en los que la experiencia de las mujeres quedó aplastada por la de los hombres”, añade Padoan, apuntando que entre el 60 y el 70% de los exterminados en Auschwitz “fueron mujeres y niños”.



Si esto es una mujer: las escritoras que salieron de Auschwitz-Birkenau



Mujeres y niños a su llegada a Auschwitz-Birkenau desde Hungría.


Mujeres y niños a su llegada a Auschwitz-Birkenau desde Hungría. YAD VASHEM / AUSCHWITZ ALBUM



En las últimas décadas, la literatura sobre la experiencia de las mujeres en el Holocausto se ha nutrido de numerosas autobiografías y diarios, como demuestran los casos de Hélène Berr, Rachel Auerbach, Gisella Perl, Olga Lengyel, Nelly Toll o Isabella Leitner. “El diario íntimo ha sido un terreno tradicionalmente femenino, por lo que es natural que haya más testimonios de esa naturaleza que en el caso de los hombres”, señala la historiadora Agnes Grunwald-Spier, autora del volumen Women’s Experiences in the Holocaust in Their Own Words, inédito en castellano, que construye un relato polifónico a partir de los dietarios y la correspondencia privada de setenta víctimas del Holocausto. De su lectura, uno concluye que todas ellas sobrevivieron a circunstancias que nunca habrían logrado imaginar antes de 1933. Aunque la propia autora, que nació en 1944 y pasó sus primeros meses de vida en el gueto de Budapest, antes de emigrar con su madre al Reino Unido, no ha querido buscar denominadores comunes en sus historias. “Una de las cosas que uno aprende al escribir sobre el Holocausto es que siempre es muy difícil generalizar”, asegura la historiadora.

En su libro Las 999 mujeres de Auschwitz, que publica Roca Editorial, la escritora Heather Dune Macadam extrae una conclusión similar al recordar, con documentos veraces pero también licencias propias de un novelista, la historia olvidada de las jóvenes judías que llegaron al campo en el primer tren, allá por marzo de 1942. “Antes de la década de 1990, los antiguos prisioneros llamaban “primer transporte” al de las 999 mujeres judías. Después, por un giro irónico, los historiadores modificaron ese cálculo y quitaron a las chicas de esa categoría. Lo sustituyeron por un único tren de 43 varones judíos a quienes la Gestapo había detenido por delitos menores”, indica la autora para explicar esta omisión inexplicable, que no habrá sido ni la primera ni la última.



Ninguno de nosotros volverá. Charlotte Delbo. Libros del Asteroide, 2020. 320 páginas. 20,95 euros.

Regreso a Birkenau. Ginette Kolinka. Seix Barral, 2020. 109 páginas. 15 euros.

Como una rana en invierno. Daniela Padoan. Altamarea, 2019. 268 páginas. 18,90 euros.

Las 999 mujeres de Auschwitz. Heather Dune Macadam. Roca Editorial, 2020. 432 páginas. 21,90 euros.


 
Guillermo Arriaga gana el Premio Alfaguara de novela
El escritor y guionista mexicano se lleva el galardón en su 23ª edición por 'Salvar el fuego'


ANDREA AGUILAR
Madrid
24 ENE 2020


Guillermo Arriaga en Ciudad de México en 2017.


Guillermo Arriaga en Ciudad de México en 2017. DANIEL VILLA



En el desierto del norte de México, cerca de la frontera, de cacería, le sorprendió a Guillermo Arriaga la noticia del fallo de la 23ª edición del Premio Alfaguara de novela, que le proclamó ganador. El escritor y guionista presentó bajo el pseudónimo Isabella Montoni su cuarto libro de ficción que llegará a las librerías el 19 de marzo (simultáneamente en todo el ámbito de la literatura en castellano), y que lleva por título Salvar el fuego. La novela, de cerca de 700 páginas, está situada en el México contemporáneo y narra una improbable historia de amor protagonizada por un preso, JC.

Arriaga (Ciudad de México, 61 años) dejó aparcados el arco y las flechas con los que caza y se conectó por videoconferencia con el Casino de Madrid tras el anuncio del galardón, dotado con 175.000 dólares (unos 158.000 euros). En el concurrido salón madrileño estaban la CEO-consejera delegada del grupo editorial Penguin Random House Mondadori, Nuria Cabutí, el nuevo ministro de Cultura y Deporte de España, José Manuel Rodríguez Uribes, el director del Instituto Cervantes, Luis García Montero, ganadores del premio en anteriores ediciones como Patricio Pron, Manuel Vicent o Eduardo Sacheri y escritores como Rosa Montero o Marcos Giralt. El novelista Juan Villoro, compatriota de Arriaga y presidente del jurado, leyó el acta que definía su libro como "una novela polifónica que narra con intensidad y excepcional dinamismo una historia de violencia donde el amor y la redención aún son posibles".

La conexión en directo con Arriaga por momentos fallaba y el eco sonaba a música electrónica, pero el escritor pudo hablar de la escisión entre dos Méxicos que retrata en su novela y de la fuerza del amor: “Vivimos en una sociedad en la que todo está programado, pero en el amor todo es posible”. Arriaga se refirió a la impunidad y los crímenes sin castigo que azotan a su país, y habló del hacinamiento en las cárceles como la que sufre el protagonista de su novela. “Las instituciones están fallando”, sentenció. El jurado, que uno por uno se dirigió al premiado, estaba formado por las escritoras Laura Alcoba y Edurne Portela, el periodista y poeta Antonio Lucas, el librero Jesús Rodríguez Trueba, y la directora editorial de Alfaguara, Pilar Reyes (con voz pero sin voto).

El ganador del Alfaguara en 2020 debutó hace cerca de dos décadas como novelista con Escuadrón Guillotina, pero fue a través del cine y de su trabajo en filmes como Amores perros (2000), 21 gramos (2003) o Los tres entierros de Melquiades Estrada (2005) donde alcanzó fama internacional. En 2016, Arriaga regresó a la novela con El salvaje, un libro editado también por Alfaguara que tuvo una buena acogida entre crítica y público. En Salvar el fuego vuelve sobre temas como la escisión entre clases sociales, la desigualdad y la violencia en el México contemporáneo, usando la primera, la segunda y la tercera persona y solapando historias. En conversación telefónica, ya sin público, negó que el cine sea el molde que dirige su escritura. En el principio de su obra, afirma, está la literatura. “Yo he querido llevar la novela al cine, no a la inversa, y mis películas tenían estructura de novela. Escribo novelas como novelas”, aclaraba antes de confesar que es un “adicto a la escritura”.

Frente a la violencia que salpica muchas de las historias que ha narrado, Arriaga reivindica “el amor, la solidaridad y la amistad” que dice que atraviesan su trabajo. “Esta novela es una carta de amor a mi país, y no se pueden eludir la corrupción y la impunidad que en México hay como en muchos otros países. Es más arriesgada que las anteriores”. Una coreógrafa de clase alta y el preso JC muestran las dos caras del país. “El Tratado de Libre Comercio [firmado con EE UU y Canadá] en México hizo que los productos valieran nada y los campesinos se vieron empujados a migrar mientras que otros fueron el caldo de cultivo del crimen organizado por la falta de oportunidades. En contraste con esto está el mundo de la cultura”. Este autor afirma que la escritura y la cacería están conectadas: “La caza te acerca a las contradicciones del ser humano, te ayuda a entender la posición que ocupas en la naturaleza, y las paradojas que surgen de ahí”. ¿Qué anda cazando en ese desierto? “Caza mayor, venados y marrano alzado, un cerdo que trajeron los conquistadores y que es una plaga”.




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