Hollywood y los MKUltra, Illuminatis y más conspiraciones PARTE III

Y si el famoso Evento 201, es en realidad “2021”? Que es evidente que lo pusieron a prueba en el 2020.
Pues no lo sé, porque es demasiada casualidad. Creo que este año va a ser un punto final para una era, por así decirlo, y, empezar otra. Si te das cuenta los mayas predijeron un cambio de era en 2012 (no era el fin del mundo era cambio de era, que estaban con que se terminaba el mundo pero, no) puede que las traducciones se refieran a 2021 y no a 2012. Porque realmente sí que está cambiando a nivel mundial todo. 2020 adaptación, 2021 cambio
 
Os recuerdo amablemente que este no es el tema del Covid y este no es el Foro de Política. Para el Covid y para la política ya tenemos subforos. Gracias.
 
El primer vídeo... No coments, que este virus es el principio y, viene la pandemia del siglo...



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Om4

1315​

om4rafael
om4rafael
hace 4 días

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24 Enero 2021
Sólo puedo imaginar un motivo dentro de los parámetros convencionales de la realidad, sin apelar a causas extranormales (que quizá sean las más normales), para que los acontecimientos que han afectado a casi todo el espectro político, económico, social y personal de nuestra existencia conduzcan o sean aprovechados para llevar a cabo un control abrupto del crecimiento demográfico, cuando no una reducción más o menos traumática de la población: La amenaza de una catástrofe natural que llevase a una carestía de los recursos alimenticios.
En ese caso, la lógica impondría dos líneas de actuación. Por un lado, prevenir o subsanar la carencia de alimentos con medidas sobre la producción y el almacenamiento. Por otro, limitar o reducir la población.
Si un evento de consecuencias adversas sostenidas en el tiempo redujera la productividad de alimentos, el almacenamiento tendría muy poca efectividad y habría que recurrir a la innovación tecnológica para aumentar la productividad, por ejemplo, creando especies de cultivos transgénicos capaces de soportar situaciones climáticas extremas, y construyendo hábitat protegidos como los invernaderos, la implementación de sistemas masivos de regadío mediante la desalinización, etc. Pero esta estrategia contaría con dos dificultades que limitarían su eficacia.
Dependiendo de la rapidez y la profundidad de los cambios climáticos que afectaran la producción vegetal, base de toda la alimentación, podría no haber de tiempo ni recursos suficientes para abastecer no ya a toda la población sino ni siquiera a un porcentaje significativo de la misma. Y, en ese caso, se haría necesario un plan global de actuación de tales dimensiones que exigiría un aporte sin precedentes de recursos financieros y humanos junto al acuerdo generalizado de todas las naciones y grupos de poder.
La otra dificultad sería que, ese plan colosal pondría al descubierto el peligro hacia el que nos dirigimos, provocando una cadena de conflictos que colapsarían la sociedad y el propio plan de lucha global contra la catástrofe alimentaria, con resultados igual de dramáticos sobre la población pero añadiendo la destrucción que los conflictos violentos causarían en las estructuras productivas necesarias para generar alimentos.
La otra vía para limitar los efectos dañinos de la catástrofe ambiental, sería la reducción de la población. Menos comida, menos bocas que alimentar.
Pues bien, imaginemos que desde hace unos años se ha ido acumulando suficiente evidencia de que nos dirigimos a un escenario de “adversidad ambiental” cuyas consecuencias prácticas para el ser humano se resumen en un menor desarrollo de la vida vegetal, que es la que determina la disponibilidad de alimentos. Y a partir de esa hipótesis, analicemos lo que está sucediendo y lo que previsiblemente puede suceder.
Desde hace varias decenas de años se ha ido construyendo un paradigma climático que ha determinado muchas decisiones a nivel mundial en los más diversos aspectos, desde la política energética al modo de vida socialmente aceptable: Calentamiento Global Antropogénico.
Por supuesto, todos los sucesivos pronósticos “milenaristas” sobre que generaba y, a la vez, alimentaban al paradigma, como la destrucción de la capa de ozono y el incremento del nivel del mar, se han visto incumplidos con la misma rapidez con la que se sustituían por otros nuevos hasta que, finalmente, se ha logrado una denominación menos “sensible” a los hechos: Cambio Climático Global Antropogénico. Un habilidoso truco adaptativo que permite ahora reconvertir el aparato propagandístico iniciado con la lucha del Gobierno Británico contra los sindicatos a raíz de la huelga minera del carbón de 1984-85. Hasta ese momento, la hipótesis más predominante era la de que nos dirigíamos a una enfriamiento global causado, primordialmente, por una disminución de la actividad solar.
Una vez el tren anticarbón se puso en marcha, toda una pléyade de beneficiarios se subieron a él cada uno pensando llegar a un destino diferente, hasta convertir esta cruzada climática en el referente social, político y cultural hasta nuestros días, suscitando un entusiasmo “afirmacionista” sustentado en evidencias demasiado forzadas y apresuradas.
Las épocas de calentamiento global vienen asociadas a una mayor humedad ambiental y altos niveles de CO2, es decir, más recursos hídricos y más alimento para las plantas. Siempre que se ha producido un calentamiento global, este ha venido acompañado de un incremento en la masa vegetal y, por tanto, en la disponibilidad alimentaria y la biodiversidad. Así ocurrió, por ejemplo, en el denominado “Óptimo Climático Romano” y en el más reciente “Óptimo Climático Medieval”, que terminó abruptamente en un periodo de fuerte variabilidad, característico de todas las fases de transición climática, en este caso hacia un periodo de enfriamiento global que conocemos como “Pequeña Edad de Hielo”
Un clima frío tiene como consecuencia una reducción del terreno cultivable y, en general, peores condiciones para el desarrollo vegetativo, entre las que cabe destacar la menor humedad ambiental y los bajos niveles de CO2, el principal “alimento” de las plantas ahora absurdamente demonizado. Exactamente lo que ocurrió de forma más o menos generalizada y estable desde la segunda mitad del siglo XIV hasta mediados del XIX.
La transición de un periodo cálido a otro frío se caracteriza por una gran variabilidad climática que, tomados los datos de forma sesgada y limitada a un corto periodo de tiempo, puede explicar la aceptación casi religiosa que ha concitado la teoría, convertida en Verdad indubitable, del Calentamiento Global. Pero el escenario ante el que nos encontramos, si se confirma la tendencia hacia un enfriamiento generalizado, es muy similar al que se dio en el inicio de la llamada “Pequeña Edad del Hielo”.
En la primavera del año 1315 comenzó la “Gran Hambruna” que azotaría especialmente el Norte y Centro de Europa y que remitiría hasta 1320 o, como en el caso de Inglaterra, hasta 1322. Su causa fue una serie de anomalías climáticas que llevaron a la ruina de los cultivos. Un “enloquecimiento del tiempo” caracterizado por gran variabilidad y condiciones estacionales atípicas.
Los daños ocasionados por esta hambruna se vieron agravados por el hecho de que la población europea había aumentado considerablemente debido a las condiciones de bonanza climática medieval y a la gran disponibilidad de alimentos que trajo asociado ese calentamiento que permitió a los vikingos asentarse en Groenlandia, la fértil “Tierra Verde” donde crecían los cultivos y el prosperaba el ganado.
No es este el momento ni el lugar para debatir sobre las cuestiones climáticas, sino para analizar la hipótesis más razonablemente catastrófica para la vida en la Tierra, el de un enfriamiento global que presentaría, entre otras, las siguientes características: Alta variabilidad y atipicidad climática derivada, primordialmente, de cambios en la circulación atmosférica. Disminución de la actividad solar que incrementaría la formación de nubosidad. Cambios en el campo magnético de la Tierra que afectarían a la actividad sísmica y volcánica, con alta probabilidad de un evento de invierno volcánico causado por una erupción de gran magnitud.
Fríos, sequías, calor y lluvias fuera de lo normal, terremotos, erupciones volcánicas… pérdida de cosechas.
Pero, si nos dirigimos a un escenario de transición hacia un enfriamiento global, ¿por qué se insiste en lo contrario y, además, se implementan una serie de medidas enfocadas para luchar contra el calentamiento global?
Cuando llega la época de cría del salmón, los ríos por los que ascienden hacia su lugar de nacimiento se llenan de animales que obedecen a su propio interés individual y de especie. No están coordinados, sino que ese río lleno de salmones del “calentamiento Global” constituye una confluencia de intereses: Un señuelo para que los países más desarrollados se embarquen en una carrera de sustitución de combustibles fósiles por energías renovables realizando un esfuerzo financiero que les haga perder competitividad económica, tecnológica y militar, un “noble motivo” para incrementar la presión fiscal, un instrumento de ingeniería social con múltiples aplicaciones…
En cualquier caso, las medidas propuestas ante el paradigma del “Cambio Climático”, centradas en la disminución del CO2, mantendrían su utilidad ante un escenario diferente. La inversión en energías renovables sería igual de adecuada o, incluso, más en el caso de se produjera un enfriamiento global que nos obligaría a echar mano tanto de los combustibles fósiles como de las energías renovables.
La energía, no importa su origen, será un gran negocio. Al igual que los terrenos agrícolas. Por eso personajes “bien informados”, como Bill Gates, o la corporación empresarial dirigida por el Partido Comunista Chino están realizando compras masivas de terrenos agrícolas. Saben perfectamente desde hace varias décadas que el escenario climático al que nos dirigimos es el de un enfriamiento global con grandes probabilidades de crisis alimenticias en esta fase inicial, exactamente igual a lo ocurrido en la Gran Hambruna de 1315. Inversiones en alimentación, energía y control demográfico y político de la población. Más tarde, una vez estabilizada la razón población/recursos alimenticios, el gran negocio será el transhumanismo.
Un enfriamiento global siempre conlleva una reducción de recursos alimenticios, de espacio habitable y de energía disponible. Un calentamiento global, todo lo contrario. Por eso, en lo que realmente se está invirtiendo es en minimizar los efectos de la transición hacia un enfriamiento global desde el punto de vista de la oferta. Pero, como quizá ese esfuerzo no sea suficiente para aliviar las carencias energéticas y alimenticias, hay que actuar también sobre la demanda: Frenar el incremento de población y, llegado el caso, reducirla.
No es conveniente reconocer públicamente que nos dirigimos al escenario, verdaderamente catastrófico, de un enfriamiento global, porque se precipitarían y agravarían los conflictos sociales que, por sí mismos, causarían un daño igual o mayor a corto plazo que los propios cambios climáticos. Y por esa misma razón, tampoco es posible implantar medidas globales de control demográfico con la rapidez y magnitud que la situación requiere. La solución, por tanto, debe venir de la mano de un procedimiento que permita aplicar de forma graduable y discreta un freno al incremento de la población y, si por desgracia esto no fuera suficiente, una reducción más o menos drástica de la misma. ¿Y cuál es ese procedimiento?
Pandemia y vacuna.
El plan para tener las cosas controladas cuando previsiblemente alcance mayor crudeza la crisis climática (alrededor de 2030), o antes si ocurre una crisis de gran magnitud, recibe un empujón inesperado cuando una operación en la que colaboraban muy diferentes actores buscando satisfacer distintos intereses que confluyen en un mismo suceso, obtiene un éxito muy superior a lo que se esperaba: La Operación Pandemia del Ejército Popular de Liberación chino.
No es necesario detallar los beneficios económicos y geoestratégicos del actor principal, China, ni los políticos y, por tanto, económicos de sus socios colaboradores necesarios: el progresismo de uno y otro lado del Atlántico y la aristocracia liberal (Bill Gates et al). Pero sí que merece la pena resaltar lo que constituye la enorme sorpresa histórica de la Operación Pandemia: El descubrimiento de que las sociedades más avanzadas, libres, formadas, informadas y, teóricamente, críticas del mundo se pueden manipular y someter hasta límites absolutamente insospechados. Ese es el gran acontecimiento que ha cambiado la faz del Mundo en apenas un año y adelantado todos los planes que desde diferentes posiciones confluían en un mismo escenario: La Agenda 2030 (marcada, no lo olvidemos, por el enfriamiento global) .
La pandemia china (ahora inglesa, brasileña y sudafricana) ha venido a mostrar hasta qué insospechado extremo es posible robar la libertad y prosperidad al mundo occidental. Y eso facilita extraordinariamente las cosas, porque a partir de ahora se pueden aplicar las medidas de control de población, reducción del consumo y distribución del espacio habitable y los recursos de forma mucho más rápida y profunda de lo que se suponía.
El plan acaba de recibir un acortamiento en los plazos al comprobar que las sociedades avanzadas aceptarán sin apenas resistencia no sólo una brutal reducción de su libertad y nivel de vida, sino cualquier otra cosa, por ejemplo, algo extremadamente delicado como es la entrada masiva de emigrantes imprescindible para aliviar en un primer momento los enormes conflictos que se desatarán en las regiones más pobres y, en un segundo momento, para algo más importante: llevar a cabo una sustitución “racial” que no irá en el sentido en el que imaginamos. Porque esa generosidad con la que se acoge a los inmigrantes en las zonas ahora ricas, que son las más frías del planeta, deberá verse correspondida con otra migración inversa de las poblaciones de los países ricos hacia las zonas cálidas de las que ahora escapan sus habitantes.
Aceptar inmigrantes para amortiguar la conflictividad cuando llegue el hambre y, luego, en lo más crudo del enfriamiento (quizá antes, si hay un evento catastrófico), una vez reducida y seleccionada la población, emigrar a las cálidas tierras tropicales y ecuatoriales.
Pero, además de la insospechada sumisión de las sociedades del Primer Mundo, la Operación Pandemia ha permitido comprobar la efectividad del modelo “pandemia/vacuna” para controlar y, eventualmente, reducir la población de forma discreta.
Recordemos, sin entrar en polémicas absurdas, los fríos datos:
Una enfermedad propagada con ineptitud increíble, que se promociona de forma absolutamente coordinada por todos los poderes de hecho y derecho como una grave pandemia, a pesar de que apenas ha producido un 5% de contagios en los países más afectados y un 0,1% de letalidad. Sobre esta farsa epidémica, sostenida por prácticas tan ilógicas como la prohibición de autopsias, se instaura un proceso sin precedentes en tiempos de paz de limitación de libertades que ocasiona una destrucción económica también sin precedentes. Todo lo cual crea un ambiente de terror social, completamente irracional que permite la imposición de vacunas sin las mínimas garantías científicas (sus fabricantes, las farmacéuticas, se niegan a responder por los daños que produzcan) y que, además, tienen un “diseño genético” que actúa directamente sobre el material genético humano. Porque no son vacunas normales, confeccionadas con virus amortiguados o fraccionados ante los que el sistema inmunológico responde creando anticuerpos específicos, sino preparados sintéticos que no tienen el más mínimo rastro físico del virus y que intervienen directamente la cadena genética.
Lo que se está tratando de imponer, y se hará por las buenas o las malas, son las vacunas de la Nueva Normalidad Científica. Vehículos diseñados para inducir cambios genéticos. Un eficaz, discreto y barato procedimiento para esterilizar a la población que no será detectado hasta que haya causado todo el “daño necesario”, momento en el cual contará con la coartada perfecta:
“Lo sentimos. La urgencia ante la gravedad de la la pandemia es la culpable de los errores. Pero ¿a que ahora que estamos en plena catástrofe ambiental y alimentaria se alegran de lo que ha sucedido”.
Resulta estremecedor la facilidad con la que poblaciones cultas y avanzadas aceptan la inoculación de sustancias transgénicas bajo la coartada de una pandemia que ha contagiado a menos del 5% de la población y matado al 0,03%. Curiosamente, la incidencia ha sido mayor allí donde más necesaria era la farsa: en las sociedades más prósperas y con mejores sistemas sanitarios. Completamente esclarecedor.
Es posible que estos agentes sintéticos de transgenia humana sirvan para lograr otros objetivos, además del control selectivo de la natalidad. La extraordinaria proliferación de diferentes vacunas que van cada una preferentemente a distintos lugares y capas de población permitirán seleccionar qué se hace, a quién y cuándo. Por ejemplo, se podrá disminuir más la natalidad en un continente o país que en otro, en una raza más que en otra, en una clase socio-económica más que en otra. Los agentes transgénicos llamados por la Nueva Normalidad “vacunas” son, en el actual escenario de sumisión social, los vehículos perfectos para casi cualquier propósito. También, llegado el caso, para reducir la población inoculando agentes letales o, indirectamente, alterando el sistema inmune.
Porque la falsa gravedad de la pandemia que les ha servido de coartada sienta el precedente perfecto para eliminar población con absoluta impunidad. A partir de ahora se podrá propagar una enfermedad de letalidad muy superior al COVID-19 sin que despierte ningún recelo ni resistencia entre la población, porque nadie escuchará las voces de disidencia que alerten de lo que será percibido por la opinión pública domesticada como “paranoias conspirativas”. De hecho, para eso se está llevando a cabo el mayor proceso de control de la información y la comunicación que se ha dado nunca en la Historia de la Humanidad. Para ocultar la grotesca irracionalidad que preside esta Nueva Normalidad medieval y para que, cuando las señales del cataclismo hacia el que nos dirigimos (los terremotos, las erupciones volcánicas, las anomalías climáticas, las hambrunas, las oleadas migratorias, los nuevos brotes epidémicos…) comiencen a multiplicarse ante nuestros ojos, creamos antes a la Auctoritas, a los pastores, a la “realidad transgénica” que a nuestros propios ojos y nuestra propia razón.
Vivimos ya en una forma de realidad virtual, la Nueva Normalidad Transgénica, en la que hemos aceptado sin resistencia viajar en los trenes de la muerte hacia las cámaras de gas o la supervivencia confinados en los campos de trabajo en los que se han transformado nuestras ciudades y nuestros propios hogares.
Y gracias al inaudito éxito de esa Nueva Normalidad Transgénica, el cuento de Pedro y el lobo se hará realidad: sufriremos una pandemia programada para ajustar la población a las condiciones de disponibilidad de espacio habitable, recursos energéticos y alimenticios y, también, a las necesidades de mano de obra que marque la inteligencia artificial, la automatización y robotización, cuyo desarrollo se incrementará para responder a las condiciones de adversidad ambiental.
Menos espacio habitable de “calidad”, menos alimentos y energía y menos necesidad de mano de obra. El resultado es una reducción sí o sí de la población humana que se va a ver acelerado ante el éxito de los procedimientos de ingeniería social y genética, sobre todo si un suceso catastrófico precipita las condiciones de pobreza ambiental propias de la transición hacia un enfriamiento global que se espera alcance un cúspide allá por el 2030. Algo como, por ejemplo, la erupción de un volcán de dimensiones colosales.
Un invierno volcánico causaría tal desastre alimenticio que o bien se procede rápidamente a eliminar población de forma limpia, controlada, relativamente indolora y selectiva, presumiblemente allí donde existe mayor densidad demográfica y mejores condiciones climáticas o el caos y la locura llevarán a cabo esa reducción de población de forma apocalíptica.
Estamos en tiempo de descuento para que algo así ocurra. Y eso lo saben quienes a partir de esta pandemia/vacuna ya disponen de un mecanismo de emergencia de comprobada eficacia e impunidad.
Pero precisamente porque existe un botón rojo al alcance de muchos dedos (demasiados) no menospreciemos la posibilidad de otra clase de invierno global. Porque la tentación para precipitar las cosas, alimentada por el inesperado milagro de un río rebosante de salmones como nunca nadie había imaginado, puede llevar a que alguien cometa la locura de apretarlo. Una posibilidad que, dado el espectáculo de sumisión-indefensión que está dando la especie humana, no deberíamos descartar en absoluto.
Eso o que sobrevenga un ataque de cordura desde dentro o fuera de nuestro pueblerino reducto de realidad convencional y nos salve, en el último momento, del innecesario exceso de sufrimiento al que parece que estamos condenados. Que ocurra un milagro.
Pero recordad: No hay ayuda para quien no se ayuda. Todo lo demás son supercherías con las que hacen negocio los pastores.
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