Dentro de que la genuflexión es un gesto vergonzoso, inaceptable en toda su extensión, es divertida esta escena, resultante de las rigideces protocolarias que se saltan la dignidad de las personas, personas que somos todos.
Probablemente nunca pensó esta princesa, Ana, que tendría que pasar y ser coprotagonista de este espectáculo, comun cuando el reverenciado es del llamado rancio abolengo y el que reverencia lo hace a modo de súbdito, vasallo, sometido por considerársele de condición inferior. Aquí se cambian las tornas y la humillante genuflexión es la del noble abatido, postrado ante lo que proviniendo del pueblo llano es además cualificada imagen de lo soez, de lo ordinario.
Estas estampas son un añadido más de la vulnerabilidad de la llamada realeza, un tinte que no se sostiene más que por la cuestión hereditaria que se esfuerza en adoptar continuando con la pomposidad , el esplendor de sus antecesores.
