Discurso de Nochebuena de Felipe VI

Borbón miope
David Bollero
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David Bollero
Web: David Bollero Colaborador de Público (excorresponsal oficioso en Londres), periodista vocacional en fase de desintoxicación informativa y pensador irreverente en continua hora extra. Víctima multitarea en rehabilitación. Otro mundo es mejor, pero para eso, entendamos antes éste.


25/12/2019
El mensaje de Navidad del Borbón no sorprendió. Nadie esperaba, por otro lado, que sorprendiera, ni siquiera que satisficiera, así que podríamos decir que cumplió con las expectativas, que no eran muchas. El discurso del rey fue atemporal, deslizándose por la realidad si abordarla como debiera, rozando las problemáticas con tal tibieza que este año él mismo abrió de par en par las puertas de la sumisión real a la que ayer me refería.
Todos los focos estaban puestos en el asunto catalán y el mantra de la unidad de España. El Borbón hizo malabares, reconociendo a un tiempo «la diversidad territorial que nos define» y «la unidad que nos da fuerza». Dicho de otro modo, evitó meterse en camisas de once varas para que ninguna de las posturas enfrentadas pudieran cebarse con él.

Sin embargo, dentro del mensaje positivista que trató de lanzar Felipe VI, él mismo cayó en su propia trampa al asegurar que «el progreso de un país depende, en gran medida, del carácter de sus ciudadanos, de la fortaleza de su sociedad y del adecuado funcionamiento de su Estado». Evitó admitir que, en la actualidad, no se da tal «adecuado funcionamiento de su Estado» y eso sucede, fundamentalmente, por culpa de una Constitución caduca que, entre otras cosas, perpetúa una figura tan antidemocrática como la suya.
No por mucho referirse a la Constitución -hasta en cuatro ocasiones lo hizo el Borbón- la hace mejor. Desde este espacio lo he subrayado infinidad de veces: es preciso reformar la Carta Magna y abordar otro modelo de Estado, que de veras dé un encaje adecuado a la diversidad territorial, cultural, social…
Por otro lado, especialmente dolorosa fue la ausencia de una referencia al terrorismo machista, a la violencia de género. Ni siquiera fue capaz de abordar el desplazamiento que sufre la mujer en esta sociedad patriarcal en todos los ámbitos de la vida; únicamente habló de la desigualdad laboral entre hombres y mujeres, algo que bien conoce él al representar a una institución que lleva el machismo en su ADN.
No fue la única ausencia de su discurso: hablar únicamente de «movimientos migratorios», sin humanizar a quienes se ven obligados y obligadas a abandonar sus países para sobrevivir evidencian cuán alejado de la realidad está el Borbón, acomodado en su palacio… o cómo habló de que «la crisis económica ha agudizado los niveles de desigualdad» sin ahondar en que ese país maravilloso que nos dibujó hay nueve millones viviendo en la pobreza.
El Borbón quiso tenerlo todo medido al milímetro, pero cuando se mira el panorama con la miopía de la opulencia, cuando se tienen unas reglas con las escalas equivocadas, el resultado es el que fue: un discurso plano, atemporal, que podría haber hecho cinco años atrás e, incluso, cuya redacción podría haberse atribuido a la princesa Leonor, con algún que otro retoque.
En definitiva, es más necesario que nunca volver a remarcar que en «un país moderno», como el Borbón se refiere a España, un rey no sirve para nada; si ni siquiera es capaz de ver con acierto la realidad ante sí, es absolutamente prescindible
 
Ya vienen los reyes
El pensamiento mágico, para que siga funcionando, necesita su tradición, sus rituales, sus defensores entusiastas, sus colaboradores imprescindibles, sus mentirijillas y su ilusión. Solo así creerás que los reyes existen
Isaac Rosa
24/12/2019 - 18:39h
Felipe VI y doña Letizia conmemoran hoy sus cinco años de reinado

El rey Felipe VI y la reina Letizia EFE
Es la noche más tradicional, también la más mágica e ilusionante: la noche de los reyes. Desde días atrás no se habla de otra cosa: ¿qué nos encontraremos este año? ¿Habrá alguna sorpresa, o será lo esperado? ¿Alguien se portó mal y recibirá carbón? Y a la mañana siguiente, todos comentando lo que dejó la noche mágica: algunos muy satisfechos, presumiendo; otros decepcionados, esperaban más; y luego, los que nunca están contentos, los que no gustan de la tradición, los que no creen en los reyes ni en la magia.
¿Reyes magos? No, yo estaba hablando de los reyes de España, en su noche más tradicional, y hasta mágica e ilusionante para los monárquicos: el mensaje navideño de cada 24 de diciembre. Desde días atrás no se habla de otra cosa en los medios y en la política: qué nos encontraremos, qué dirá el rey. ¿Habrá alguna sorpresa, un mensaje con carga política? ¿O será lo esperado, lo de siempre, la grisura institucional, hueca y pomposa? ¿Alguien se portó mal (los independentistas, quién si no) y recibirá carbón (una contundente referencia a la Constitución, el Estado de Derecho y la unidad de la nación)? Y al día siguiente, políticos, periodistas y tertulianos comentando qué dejó la noche mágica de la democracia: los satisfechos, los que presumen de rey sensible a los problemas actuales y las causas sociales; los decepcionados porque sus palabras no representen a todos por igual, o porque esperaban más en un momento crítico como este; y los que nunca estamos contentos, los republicanos, los que no gustamos de la tradición monárquica y no creemos en los reyes ni en la magia de la monarquía parlamentaria.




El paralelismo es evidente, disculpen la obviedad: reyes magos y reyes de España, el mismo tipo de pensamiento mágico: cada uno con su tradición, sus rituales, sus defensores entusiastas, sus colaboradores imprescindibles, sus mentirijillas y su ilusión; aunque con consecuencias muy diferentes en cada tipo de creencia. Que los niños se porten bien y esperen expectantes a los reyes magos, y las madres y padres nos esforcemos para que el despertar del 6 de enero sea mágico, es algo bonito e inofensivo. Que en cambio políticos y periodistas se esfuercen cada año para que nos portemos bien y esperemos expectantes el mensaje del rey, y que despertemos el 25 de diciembre pendientes de lo que dijo y cómo lo valoran nuestros representantes y medios, es más bien inmadurez democrática. Y no es inofensivo.
Uno espera que con los años a los monárquicos se les pasará la ilusión por el mensaje navideño, pero ahí están, año tras año los mismos representantes políticos, periodistas y tertulianos tomándose muy en serio el discurso, interpretándolo, valorándolo, encomiándolo. Como ya no son niños, cabe pensar que se comportan como esas madres y padres que en estas fechas muestran tanta o más ilusión por los reyes magos que sus propios hijos, para que no decaiga la tradición, para que sigan creyendo y no hagan caso a los rumores. Vamos, que nos tratan como menores de edad (democrática).
Al final, siempre viene el descreído que te chafa la ilusión y te dice que no, que los reyes no existen, que son solo una figura institucional, sin poder ejecutivo; y que sus palabras siempre son aprobadas, cuando no directamente inspiradas, por el gobierno de turno. Y uno, al hacerse mayor, nunca sabe qué es peor: que sea verdad o mentira, que los reyes existan o no, que haya magia o todo sea un montaje, que el gobierno le dicte al rey lo que debe decir (y en ese caso sería un ejercicio de ventriloquia prestigiosa al servicio del partido gobernante); o que el rey, cuya legitimidad es democráticamente cuestionable (ser hijo de), pueda hablar por libre, decir lo que piensa y mandar mensajes a los niños, perdón, a los ciudadanos.
Felices fiestas
 
No lo ví entero , me chirrió mucho,hemos logrado,hemos echo,Mucho mas elegante y estético habéis hecho.Luego está lo del tuteo que me horripila.
No creo que debería otorgarse esas atribuciones y hacer hacer emos lo que hace...



El resto obviedades sin ningún interés.Si es por saludar y que le veamos perfecto ,por lo demás se lo podrían ahorrar

El "hemos" que tanto repite es uno de los trucos dialectales para que parezca que engrosa esta gran familia española, que se pretende vamos, da sensación de ser todos a una hermanados y cual piña sin abrirse.

Lo del tuteo tambien me parece una licencia al más puro estilo chabacano
 
Borbón miope
David Bollero
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David Bollero
Web: David Bollero Colaborador de Público (excorresponsal oficioso en Londres), periodista vocacional en fase de desintoxicación informativa y pensador irreverente en continua hora extra. Víctima multitarea en rehabilitación. Otro mundo es mejor, pero para eso, entendamos antes éste.


25/12/2019
El mensaje de Navidad del Borbón no sorprendió. Nadie esperaba, por otro lado, que sorprendiera, ni siquiera que satisficiera, así que podríamos decir que cumplió con las expectativas, que no eran muchas. El discurso del rey fue atemporal, deslizándose por la realidad si abordarla como debiera, rozando las problemáticas con tal tibieza que este año él mismo abrió de par en par las puertas de la sumisión real a la que ayer me refería.
Todos los focos estaban puestos en el asunto catalán y el mantra de la unidad de España. El Borbón hizo malabares, reconociendo a un tiempo «la diversidad territorial que nos define» y «la unidad que nos da fuerza». Dicho de otro modo, evitó meterse en camisas de once varas para que ninguna de las posturas enfrentadas pudieran cebarse con él.

Sin embargo, dentro del mensaje positivista que trató de lanzar Felipe VI, él mismo cayó en su propia trampa al asegurar que «el progreso de un país depende, en gran medida, del carácter de sus ciudadanos, de la fortaleza de su sociedad y del adecuado funcionamiento de su Estado». Evitó admitir que, en la actualidad, no se da tal «adecuado funcionamiento de su Estado» y eso sucede, fundamentalmente, por culpa de una Constitución caduca que, entre otras cosas, perpetúa una figura tan antidemocrática como la suya.
No por mucho referirse a la Constitución -hasta en cuatro ocasiones lo hizo el Borbón- la hace mejor. Desde este espacio lo he subrayado infinidad de veces: es preciso reformar la Carta Magna y abordar otro modelo de Estado, que de veras dé un encaje adecuado a la diversidad territorial, cultural, social…
Por otro lado, especialmente dolorosa fue la ausencia de una referencia al terrorismo machista, a la violencia de género. Ni siquiera fue capaz de abordar el desplazamiento que sufre la mujer en esta sociedad patriarcal en todos los ámbitos de la vida; únicamente habló de la desigualdad laboral entre hombres y mujeres, algo que bien conoce él al representar a una institución que lleva el machismo en su ADN.
No fue la única ausencia de su discurso: hablar únicamente de «movimientos migratorios», sin humanizar a quienes se ven obligados y obligadas a abandonar sus países para sobrevivir evidencian cuán alejado de la realidad está el Borbón, acomodado en su palacio… o cómo habló de que «la crisis económica ha agudizado los niveles de desigualdad» sin ahondar en que ese país maravilloso que nos dibujó hay nueve millones viviendo en la pobreza.
El Borbón quiso tenerlo todo medido al milímetro, pero cuando se mira el panorama con la miopía de la opulencia, cuando se tienen unas reglas con las escalas equivocadas, el resultado es el que fue: un discurso plano, atemporal, que podría haber hecho cinco años atrás e, incluso, cuya redacción podría haberse atribuido a la princesa Leonor, con algún que otro retoque.
En definitiva, es más necesario que nunca volver a remarcar que en «un país moderno», como el Borbón se refiere a España, un rey no sirve para nada; si ni siquiera es capaz de ver con acierto la realidad ante sí, es absolutamente prescindible




Le da hasta en el carnet de identidad.
 
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