Poppy la segunda de las 3 hijas de la it girl de los ochenta Pandora Stevens y el aristócrata y desarrollador inmobiliario Charles Delevingne (se pronuncia De–lavín),creció en una familia aristocrática y en el barrio más exclusivo de Londres, pero vivió una infancia oscura por la adicción de su madre a la heroína.
Ha crecido entre la élite británica, criada en el exclusivo barrio de Belgravia, al suroeste del Palacio de Buckingham. Y los vínculos palaciegos de su familia eran largos: su abuela materna fue dama de honor de la princesa Margarita, su bisabuelo paterno era vizconde; la segunda mujer de su abuelo materno –el empresario periodístico Sir Jocelyn Stevens, conocido como ¨la piraña”–, fue la filántropa Vivien Duffield, heredera del imperio del retail Sears –incluyendo a la tienda de lujo Selfridges, donde Pandora fue jefa del departamento de Personal Shopping y contaba entre sus clientas a la Duquesa de York, entre otras socialites.
Sin embargo, esa cuna de oro no estuvo exenta de zonas oscuras. A finales de los setenta, Pandora –una belleza que explica el ADN de sus hijas– cayó en la entonces tan dramáticamente instalada adicción a la heroína y fue hospitalizada por su padre que la encontró en Nueva York al borde de la sobredosis. Pasó una temporada en un psiquiátrico en Suiza antes de conocer a Delevingne, y tuvo varias recaídas cuando Poppy y sus hermanas eran pequeñas. Mientras la hoy modelo e influencer estudiaba en la prestigiosa secundaria Bedales como parte del rito aristocrático para expandir su círculo social, la madre entraba y salía de rehab.
“Un padre adicto marca la infancia de cualquier niño. Creces demasiado pronto porque estás haciendo de padre de ellos. Mi madre es una persona asombrosamente fuerte con un corazón enorme, y la amo. Pero una adicción no es algo de lo que uno se recupere, no lo creo. Sé que hay gente que dejó las drogas y está bien, pero no es el caso. Ella sigue luchando”.
Ha crecido entre la élite británica, criada en el exclusivo barrio de Belgravia, al suroeste del Palacio de Buckingham. Y los vínculos palaciegos de su familia eran largos: su abuela materna fue dama de honor de la princesa Margarita, su bisabuelo paterno era vizconde; la segunda mujer de su abuelo materno –el empresario periodístico Sir Jocelyn Stevens, conocido como ¨la piraña”–, fue la filántropa Vivien Duffield, heredera del imperio del retail Sears –incluyendo a la tienda de lujo Selfridges, donde Pandora fue jefa del departamento de Personal Shopping y contaba entre sus clientas a la Duquesa de York, entre otras socialites.
Sin embargo, esa cuna de oro no estuvo exenta de zonas oscuras. A finales de los setenta, Pandora –una belleza que explica el ADN de sus hijas– cayó en la entonces tan dramáticamente instalada adicción a la heroína y fue hospitalizada por su padre que la encontró en Nueva York al borde de la sobredosis. Pasó una temporada en un psiquiátrico en Suiza antes de conocer a Delevingne, y tuvo varias recaídas cuando Poppy y sus hermanas eran pequeñas. Mientras la hoy modelo e influencer estudiaba en la prestigiosa secundaria Bedales como parte del rito aristocrático para expandir su círculo social, la madre entraba y salía de rehab.
“Un padre adicto marca la infancia de cualquier niño. Creces demasiado pronto porque estás haciendo de padre de ellos. Mi madre es una persona asombrosamente fuerte con un corazón enorme, y la amo. Pero una adicción no es algo de lo que uno se recupere, no lo creo. Sé que hay gente que dejó las drogas y está bien, pero no es el caso. Ella sigue luchando”.