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Luego es que yo me lo llevo por el psicoanálisis todo y trato de ponerme en la piel de unos y de otros, por turnos (porque si no me volvería loca, claro está). Y cuando me pongo en la piel de Marta, que es el ejercicio que me resulta más fácil porque soy mujer y ya pasé por su edad, pues tengo bastante claro 'qué' pasaba dentro de ella... Una niña buena, inocentona, infantil incluso para sus 17. De la que se ríen (con cariño) sus amiguis porque es así, muy tierna. Super fan de los peluches, de la Disney... Y que a esa edad de 'ligotear' lo que le apetece es ser ya 'mayor' o al menos, parecerlo. De ese modo, termina conociendo al Migué, un chaval con la mayoría de edad ya (bua, qué pasada...), atormentado y huérfano de padre y madre ya. Un chico con el que la vida se ha cebado (a ojos de la cándida Marta) y que, aunque tiene malos hábitos y podríamos decir que es un delincuente en potencia o delincuente a secas ya, Marta lo ve como 'vulnerable', un pobrecito descarriado que necesita ser encarrilado. Alguien que le despierta ese instinto de 'salvadora' que algunas llevamos dentro y que pensó: 'Yo lo puedo cambiar para bien. Por mi, por nosotros, éste se rehabilita'. Y en su afán de entenderlo sin juzgarlo, prueba de lo que él consume, para entenderlo mejor y de alguna manera, para dar rienda suelta a su recién estrenado sentimiento de rebeldía, de 'good girl turned bad'. Lo típico de la edad, vamos... Pero a los pocos meses ella ya ve que de esa joyita no va a hacer carrera y cortan, aunque le sigue despertando ese instinto 'maternal' y lo quiere seguir 'protegiendo' de si mismo, como amiga, acabando muerta en su casa una tarde cualquiera de Enero... Y bueno, paro ya que me está saliendo una novela.