Belén Esteban y añadidos (boda, eventos, todo lo relacionado con el personaje y su entorno)

CAPÍTULO 3

La diabetes


Bueno, de Jesulín y los Janeiro,
lógicamente, voy a escribir más adelante y, aunque no lo creáis posible, con
detalles que no he contado nunca.

Pero quiero continuar recordando a mi familia. Quiero decir que, aunque en
mi casa no hubiera lujos, aunque viviéramos en un piso de cuarenta y
ocho metros cuadrados, mi infancia fue muy feliz. Me emociono y me encanta
volver a pensar de vez en cuando enaquella época tan bonita de mi vida.

Suelo hacerlo cuando tengo momentos malos, porque me alivia.

Las Navidades de mi niñez, por ejemplo, eran excepcionales, porque se
vivían con mucha alegría entre todos los vecinos.

Había una señora en nuestro mismo rellano que el día de Nochebuena
iba de casa en casa cantando villancicos y haciendo el ritmo con un tenedor en
una botella de anís, de esas que tienen adornos en el cristal. Y se formaba
mucho alboroto y risas en la escalera.

También me viene a la cabeza cuando los domingos que hacía bueno nos íbamos al campo o al río a comer una paella, que nos sabía riquísima. A la
vuelta, mi padre ponía la radio para oír el fútbol y los resultados de la quiniela.

Íbamos en el Simca escuchando las cintas de Los Chichos y del Tijeritas.

¿No es genial? A mí me encanta que esa sea la banda sonora de mi infancia.

Mi madre se sabía todas las canciones, y seguía cantándolas fueradel coche cuando parábamos en una gasolinera a preparar los bocadillos. Y
yo con ella.

Ahora, a mi hija Andrea le vuelve loca Justin Bieber y me arrastra a todos sus conciertos. A lo mejor estas cosas es a lo que llaman un cambiogeneracional; yo con Los Chichos y mi Andrea con el Bieber…

La comida siempre iba metida en una olla exprés que mi madre llevaba a
todas partes, hasta cuando acudíamos a la piscina del barrio de La Concepción.

Casi todos los domingos del verano nos plantábamos allí con la olla, las toallas,
la mesita plegable y las sillitas. Y echábamos todo el día en bañador, tan
fresquitos.

Como a mí me daba miedo el agua,mi madre acabó apuntándome a clases
de natación en esa misma piscina municipal. Y no sé cómo fue la cosa,
pero el caso es que allí cogí unos papilomas. No uno, sino dos o tres.

Fuimos a consulta y el médico nos dijoque me los tenían que quitar. Y el día de
la cita, cuando fue mi madre a despertarme, me caí al suelo redonda al
levantarme de la cama. Ella se asustó tanto que me llevó a las urgencias del
hospital del Niño Jesús. Y menos mal que lo hizo, porque nada más llegar me
ingresaron corriendo en la UVI, con 500 de azúcar en sangre.

Fue entonces cuando me detectaron la diabetes. Tenía solo nueve añitos, y a
mis padres se les cayó el mundo encima.

Estuve un mes allí dentro, porque los médicos no podían controlarme el nivel
de azúcar. Y aunque a mis padres solo les permitían visitarme dos ratitos a lo
largo del día, ellos se pasaban la jornada entera en la sala de espera del
hospital. Mi padre ni siquiera iba a trabajar de la preocupación que tenía.

Cuando me pasaron a planta, aún estuve dos meses más ingresada.

Diariamente me traían tebeos de los de pintar y recortables de las muñecas, algo que no era lo normal. Y como, además, mi madre no dejaba de llorar, yo
pensaba que algo pasaba. Los médicos me pinchaban y me ponían insulina
varias veces al día. Mi padre era incapaz de aguantarlo, pero mi madre sí.

Las enfermeras les decían:

—La niña es muy pequeña todavía para pincharse sola, y tienen que saber
hacerlo, porque cuando salga de aquí no va a haber nadie que lo haga por
ustedes.

Mi padre nunca me pinchó, ni siquiera vio cómo yo lo hacía, porque
era superior a sus fuerzas. Siempre se daba la vuelta, incluso cuando ya tenía
treinta años. Y mi madre nunca dejó de regañarle y de decirle que era un cagón.

Para mí la diabetes, siendo tan niña,fue duro, muy duro. Los psicólogos del
hospital me lo explicaron, pero yo no entendía nada, y es que apenas acababa
de hacer la comunión. Solo sabía que lacomida que me daban desde que me
ingresaron ya no me gustaba. Así que en cuanto podía, cogía el bote de Cola Cao y me lo trincaba a cucharadas, a palo seco.

Mi madre tuvo que dejar de comprarlo y poner candados en todos
los armaritos, porque yo no tenía fuerza de voluntad para dejar de comer lo que
me perjudicaba, sobre todo los dulces.

Había que tener mucho cuidado conmigo, e incluso tenían que pesar el
pan que tomaba. Mis padres sufrieron mucho con mi enfermedad, pero hicieron
todo lo que estuvo en sus manos para ayudarme.

Me acuerdo de que al verano siguiente me apuntaron a una colonia de
niños diabéticos que montaba la Cruz Roja para concienciarnos de lo que
teníamos que hacer. En esos dos mesesme enseñaron a pincharme sola, pero
aun así me daban muchas bajadas de azúcar y me quedaba como muerta. Y
eso para mi padre era horrible.

Pero, claro, llegaba la Navidad y llegaba el turrón. Y llegaba la Semana
Santa y las torrijas. Mi madre las tenía que esconder para que no tuviera
tentaciones de comer lo que no debía. La veía llorar, porque también tenía que
sacar adelante a mis otros dos hermanos y ellos no tenían por qué comer lo
mismo que a mí me daban.

Y yo sin engordar, siempre muy delgadita.Mi padre también lloraba, porque
tuvo que hacer muchos esfuerzos. A veces se iba a los ultramarinos del
barrio, donde mi madre compraba, y pagaba a final de mes la cuenta que le
iban apuntando en un cuadernito, y me compraba turrones Virginia sin azúcar,
que costaban un pastón, para darme un capricho. Anda que no habrá echado
horas extras el hombre para alimentarme.

Yo llevaba fatal lo de no comer lo que quería. Me hartaba de llorar, y mi
hermano, el cabrón, me decía que comiera lo que me pusieran, que era
distinto a lo de los demás y que era como un privilegio.

Al final no me quedó más remedio que aceptarlo, porque mi endocrino del
hospital del Niño Jesús me lo dijo muy clarito:

—Mira, Belén, aquí hay dos opciones: o te mueres o te curas.

Y es que es verdad que vi la muerte,y varias veces. Había días en que me
bajaba el azúcar a 11, y al poco tiempo me subía a 600 por mi estado
emocional.

¿Pero cómo no iba a cambiar mi estado emocional con la que tenía
encima? Era una niña y ya me veía con una enfermedad para siempre, y encima
notaba cómo afectaba a mis padres,porque ellos también tenían que
adaptarse a mi nueva vida.

En ese momento empecé a darme cuenta de que tenía que ser responsable no solo de mí,sino también de los míos.

Además de lo que influían mis emociones en mi enfermedad, era realmente importante vigilar lo que comía. Desde entonces, los alimentos se
dividieron en los buenos y los malos, y los malos eran todos los que me
gustaban. Aún hoy, si me tomo un trozo de tarta, por ejemplo, cuando llego a mi casa me tengo que inyectar dos unidadesde insulina para compensar el azúcar.

Y es que hay azúcar en muchos, muchísimos alimentos, en casi todos. Me
gustaría que no fuera necesario ser diabético para saber este tipo de cosas
que muchos desconocen. Creo que el tema de la alimentación, de la buena
alimentación, debería enseñarse con más rigor en los colegios; aunque, por suerte,poco a poco, y con el paso del tiempo,estas cosas se están vigilando más.

De hecho, de niña dejé de hacer muchas cosas normales de mi edad. Si
había un cumple de alguna amiguita, mi madre no me dejaba ir. Le daba como vergüenza tener que decirle a la otra madre lo que tenía. No es como ahora
con los celiacos o con los intolerantes a alguna otra cosa. Entonces, enfermedades de ese tipo parecían como algo maldito. Por eso insisto: es muy
bueno que la sociedad haya cambiado respecto a estos temas. Ahora en los
supermercados se encuentra cualquier tipo de alimento para los alérgicos y eso
te hace sentir que no eres una minoría.

Mis padres y mis hermanos procuraban que todo lo mejor fuera para
mí, y me daban, además, muchísimo cariño. Por las noches mi padre me comía a besos cuando me acostaba, y yo le pedía que se metiera conmigo en la cama. Y él se tumbaba un ratito a mi lado hasta que me dormía. Mi madre
decía:—

Cualquiera que os vea…

Pobrecito mi padre, que nunca me dejó sola. La verdad es que llevé fatal
lo de la diabetes durante mi infancia,pero a la fuerza te tienes que
acostumbrar a vivir con ello y aprender a no comer determinadas cosas. Así me
he pasado ya casi treinta años, pero, por mucho que lo domine, no deja de ser
algo muy duro. Los que la tienen ya saben de lo que hablo.
Como la iba a pinchar el padre la insulina, si estaba viviendo con la del Ben Hur.
 

CAPÍTULO 9


La exclusiva del Cojo


A la hora de elegir el nombre de la niña,
todos querían que la pusiéramos Carmen, como mi abuela materna, mi
madre y mi suegra.

Pero yo me opuse por eso mismo. De ninguna manera tragué con ese nombre, porque es una putada llamarse igual que tanta gente de tu familia. Así que decidí ponerla Andrea, que era el nombre que más me gustaba de todos los que había pensado.

A los ocho días del parto vino Jesús con su chófer a buscarme a casa de mi hermano para llevarme al campo.

Aunque mi niña solo tenía una semanita de vida, y yo no tenía ni idea de criarla, nos tuvimos que ir esa misma noche para Ambiciones, porque había que hacer las fotos de la exclusiva para la revista Hola

No era la primera vez que escuchaba la palabra exclusiva, pero sí la primera que formaba parte de mi vida.

Una exclusiva es un reportaje pactado con una revista por el que te pagan una vez, pero que tiene un precio que pagas el resto de tus días.

Esa exclusiva, que yo no pacté, incluía el embarazo, el parto y el bautizo de Andrea.

La entrevista durante el embarazo me la hicieron en Madrid, en
uno de los pisos que tiene Hola .

Las otras ya fueron en Ambiciones; la primera de ellas fue en esa en la que me
llevaron deprisa y corriendo. Y también allí se hicieron las fotos del bautizo,
porque, aunque no estuviéramos casados, sí que bautizamos a la niña.

Por cierto, ese día fue la primera vez que mis padres entraron en la finca. La
primera y la última, porque no volvieron allí nunca más.

Por aquella exclusiva la revista pagó treinta millones de pesetas, que son
ciento ochenta mil euros.

A mí me dieron seis millones, o sea, treinta y seis mil euros, y yo se los di enteros a mis padres y a mis hermanos. Cogí la pasta,es verdad, pero no dejaba de preguntarme por qué a mí solo me daban seis millones de los treinta, y el resto se lo quedaban ellos.

Aquello lo negoció el Cojo, el padre de Jesulín, que le ha quitado mucho dinero a su hijo. Está muy mal llamarlo así y no por su nombre, pero en este tema en concreto no lo puedo llamar de otra manera.

Ha habido veces que Jesús ha toreado en alguna plaza, le ha cogido el toro y el Humberto ha trincado el dinero y se lo ha gastado. Por entonces toreaba muchas corridas y dicen que no todo lo que ganaba era para él. Había mucha gente alrededor, y cuentan que al Humberto le gustaba irse al casino más
de la cuenta. La madre lleva muchísima razón en muchas cosas que cuenta en el libro que ha escrito hace poco, pero la verdad es que ella lo estuvo consintiendo durante todos esos años.

Con eso de que ya había nacido la niña, a esas alturas de la película, pensé
que todo iba a cambiar en mi relación con Jesulín y con su gente, que por fin
podría estar a gusto con la persona a la que quería y con mi hija, como una
verdadera familia y en una casa tranquila.

Pero aquella nunca fue mi casa. Ni la mía ni la de mi hija.

Y, si lo pienso bien, la culpa la tuve yo, que tragaba con todo, que nunca me puse en mi sitio con ellos, como hizo luego María José Campanario.

Tomar la decisión de separarme de Jesulín fue muy difícil, pero es que así
no se podía seguir. Nada había cambiado y nada iba a cambiar.

Comencé a pensarlo el día del bautizo de Andrea, porque el fresco de él invitó
a una amante, que era decoradora, que lo que hacía únicamente era redecorarle a él. Y lo digo yo, porque él nunca tuvo coj*nes para confesarme y reconocer las infidelidades.

Las mujeres nos damos cuenta enseguida de que nos han puesto los cuernos, y el hombre lo primero que hace es negarlo y hacernos creer que nos
hemos vuelto locas.

Creía que no pasaría nunca una infidelidad y la vida no ha hecho más que obligarme a tragarlas. Es muy injusto, porque yo jamás he sido infiel a nadie.

Desde luego, no estoy de acuerdo con que las mujeres casi siempre quedamos como tontas cuando realmente sabemos lo que está pasando. No podía haber peor ocasión para darme cuenta de la traición que el bautizo de mi hija.

¿Cómo se puede ser tan cabrón? ¿O es que a los tíos les gustan este tipo de situaciones?

Sin embargo, la ruptura definitiva se produjo a raíz del accidente de coche tan grave que tuvo, cuando se lesionó la columna.

Cuando ocurrió, yo ya estaba separada y vivía en Madrid, porque no soportaba seguir más en Ambiciones. Ni me gustaba su familia, ni yo a ellos, y tampoco me gustaba esa vida en el campo.

Nada más enterarme del accidente llamé enseguida a su gente para saber
qué había ocurrido e ir a verle inmediatamente, pero el padre me prohibió, de muy mala manera, que me presentara en el hospital. No queríanverme por allí, ni que tampoco me viera nadie de la prensa.

Ahora que Jesús no podía decir nada, era el momento de que ellos retomaran el control de la situación y dejarme definitivamente fuera.

Un día, mientras paseaba con Andrea y mi madre por el parque Arriaga, me llamó Jesús, que acababa de despertarse del accidente, para decirme que quería que fuera al hospital a verle con la niña, pero Humberto me llamó después para decirme que por allí no apareciéramos.

 
Pues si @rataroja .. parece que no cuadran las cosas, yo no había leído el libro, y ahora he dicho, pues lo voy a poner aquí, ahora que ya si hoy sale el de Julián Fernández Cruz, para ver, que hay de verdad y de mentira.

Lo compararemos.

Es que lo de la tienda de bolsos, y lo de andreita que nace de 8 meses, lo hemos oído muchas veces.
Pero es que en el libro, este Boris, lo narra de una forma...jajajaj
 

CAPÍTULO 10


Sin mirar atrás


Aunque lo he repetido mil veces, el día en que terminó todo, sabiendo que si
salía por aquella puerta no volvería a atravesarla nunca más, me fui con una
sola maleta, solo con mis cosas.

Nunca me llevé nada de allí. Si hubiera querido tener una vida fácil y haber sido la mujer de un torero machista, podría haber aprendido a hacerlo, pero no
quise seguir tragando con todo aquello.

No me vi nunca en ese papel, cocinando y arreglando la casa, todo el tiempo allí
metida y convertida en lo mismo que había visto en otras señoras.

Ya no había marcha atrás.

Desde el día en que salí de Ambiciones, he coincidido con Jesulín
en siete u ocho ocasiones. Y solos,completamente solos, sin nadie delante,
solo una vez.

Quizá si las cosas hubieran sido de otra manera, si yo pudierahaberle dicho con tranquilidad lo que sentía por él, todo se habría resuelto de otra forma, pero la verdad es que nunca tuve la oportunidad de hacerlo, no me la dieron.

Cuando ocurrió eso, sobre todo tras el accidente, él y su gente pusieron una
barrera para que yo no la pasara.

Aunque hubiéramos roto, después de tanto tiempo juntos, pensaba que, por lo
menos, él mantendría una relación normal con su hija, pero no fue así. Jesús se ha perdido todo de la vida y del crecimiento de Andrea. Nunca ha ido al colegio a verla a una representación, ni a recogerla, ni a nada.

Ahora dice que cuando la niña cumpla los dieciocho años, él le explicará. Pero ¿qué le va a decir?, ¿qué explicación le puede dar de su comportamiento?

Porque lo que está clarísimo es que quien va a estar con ella de noche y de día hasta que cumpla esa edad voy a ser yo, su madre.

Si hay cosas que yo no puedo perdonar ni perdonaré nunca son las que le hacen mal a mi Andrea. Aunque,bueno, a Jesús sí que he acabado perdonándole. Porque pienso que bastante castigo tiene ya con perderse a
una hija tan maravillosa.

Sin embargo, cuando veo que lleva a sus otros hijos a la parada del autobús del colegio me pongo enferma, porque con la nuestra solo lo hizo en una ocasión y siendo apenas un bebé.

Volví a encontrarme con él el día de la comunión de Andrea, pero apenas
durante diez minutos. Vino con su madre,con Matías, el chófer, con el vecino
traidor —del que luego me ocuparé—,con su hermana Carmen, con su hermano
Víctor y con la Trapote, la novia de este.

Y, lo que son las cosas, aunque tuvimos una relación muy mala, ahora me llevo
muy bien con Carmen Janeiro, la famosa hermana de Jesús. Y si todo ha cambiado es principalmente porque ella siempre ha dado la cara por mi hija.

En un momento determinado hubo una pelea muy grande con mi Andrea en aquella casa, y ella cogió a su sobrina y se la trajo en coche para Madrid. Y eso es algo que le tengo que agradecer la vida entera.

Y con todo lo que ha pasado,después de que se separara del Cojo,también tengo ahora una gran complicidad con su madre. El día que coincidí con ella en Sálvame, en Telecinco, la mujer me comía a besos.

¡Qué pena!, con lo que me hubiera gustado que las cosas hubieran sido así
desde el primero momento.

¿Qué les habría costado comportarse como personas normales desde un principio?

Es verdad que el tiempo pone a cada persona en su sitio, pero ¿cómo puede
cambiar tanto la vida?

Cuando me fui de Ambiciones lo primero que pensé es que no tenía que
mirar atrás. Aquello era un punto y final y ahora debía salir adelante por mí
misma.

Había regresado a Madrid y durante unos meses no pude hablar con Jesulín. Y no porque no quisiera, sino porque no me dejaron. La familia le puso un cerco que no podía saltarme.

Uno de aquellos días en que intentaba entrar otra vez en contacto con él,
cuando ya estaba fuera del hospital,marqué su número y cogió el teléfono su
padre. No me dejó ni hablar.

—Mira, bonita. No vuelvas a llamarle —me dijo secamente—. Y búscate un abogado, porque Jesús ya tiene uno.

Lo único que quería era hablar con el padre de mi hija, para contarle sus
cosas, y no con ningún abogado. La verdad es que no sabía qué estaba
pasando, ni Jesulín me dio jamás ninguna explicación.

Así que tuve que asumir que empezaba una nueva vida para mí, sola con mi hija. Porque es innegable que he sido yo quien la ha sacado adelante.

Andrea fue una niña muy querida y deseada en su momento, pero ahora tiene
muy claro cómo fue y cómo es la relación con su padre y con la familia paterna.

Sabe perfectamente todo lo que yo tuve que hacer y cómo dejé esa casa.

Lo que más me duele es que el único de los míos que no acabó de entender
todo aquello fue mi padre.

Cuando me separé, él estaba siempre muy preocupado por la niña y por mí. Y
nunca aceptó que no estuviera ya con Jesús, porque le adoraba. Ya he dicho
que siempre le quiso mucho.

Pero pasaron los meses y Jesulín se recuperó totalmente del accidente. Hasta
volvió a torear, que nadie se lo podía imaginar. Y entonces me llamó para
pedirme que llevara a Andrea a Ambiciones para que conociera a María
José Campanario, la de Castellón, su nueva pareja.

Fue solo mi hija, porque, al fin y al cabo, se lo pedía su padre y no se lo podía negar, pero yo no me presté al juego. Si no le vi cuando estaba en la UVI, tampoco iba a hacerlo ahora.

Por aquel tiempo fue cuando conocí a Cristina Blanco, una vidente de la tele

de la que me hice muy amiga.

Ella fue quien me recomendó que hiciera una entrevista para el Hola para contar mi caso… y luego se acabó llevando todo el dinero de la exclusiva. Me acuerdo de que esa entrevista me la hizo Nati Abascal, y yo lo flipé, me decía todo el tiempo:

—No, niña, no te sientes así.

Luego pasó por allí también su hijo Rafael, que es monísimo. Así que de
repente me vi metida en un mundo totalmente distinto al de Ambiciones. Y
también me dejé llevar.

Después de la entrevista, me volví alucinada al piso de mis padres. Y cuando les conté todo aquello, mi madre me dijo que tuviera mucho cuidadito.

No le hice mucho caso porque ya me había dado cuenta de que, aunque
pudiera ser muy breve, aquello de las revistas podía ser una buena salida para
mí y que tenía que aprovecharlo hasta que se pasara «la fiesta».

Entonces fue cuando arrancó todo este jaleo. Empecé a hablar de mi vida,
de lo que me había pasado y, a veces, de Andrea. Porque nunca pensé que mi vida pudiera estar separada de la de mi hija.

Y si decidí contarlo fue porque mi vida era mía y porque no la iba a ocultar
nunca. Todo lo que me ha pasado es verdad y siempre será verdad.

La Cristina Blanco estaba como loca con toda esta historia. Quería que yo
saliera diariamente en la televisión y ganar mucha pasta. Iba todo el tiempo
vendiendo exclusivas mías y no paraba de repetirme:

—Belén, eres una máquina de hacer dinero.

Pero ella se debió de creer que la máquina era solo suya, porque me estafó mucha pasta.

Primero me hizo comprarme vestidos y meterme en rollos de estilistas y esas cosas, porque decía que me tenían que crear un estilo propio… Y luego vinieron más cosas.

Ese verano decidió alquilar un chalé en Marbella para estar cerca de aquel
mundillo, pero no lo pagó ella. Qué va.

Lo hice yo. Así que, como era yo la que ponía la pasta, se me puso en las narices llevarme también a mi amiga Mariví y a su hermano Josete.

Por el día estábamos en la playa, tan a gusto, con pareos y biquinis, y por la
noche íbamos de fiesta a casa de Olivia Valere. Y había que verme por allí, con
el carricoche de Andreita, en medio de todas esas camareras vestidas de
blanco, con las cofias…

Y es que esta tía, la Blanco, hacía cosas enloquecidas, como alquilar un Mercedes para ir a una cena muy importante que había en Marbella para
la lucha contra el cáncer.

Y aún tuvo el cuajo de pedirme todas mis joyas para ponérselas ella.

Pero, ya digo, yo me dejaba llevar sin hacer mucho caso a todas esas
historias. Como cuando me llevó a su casa, tiró un huevo en un vaso y me dijo
que tenía en lo alto un mal de ojo de coj*nes que me habían puesto los de
Ubrique.

Mi amiga Mariví fue quien me previno contra ella. La vio funcionar en
Marbella y me dijo enseguida que tuviera cuidado porque se había fijado
que la vidente se estaba aprovechando de mí.

Mariví es importantísima en mi vida.

Hemos crecido juntas y nos conocemos las dos perfectamente. Es la amiga que

todo el mundo querría tener. Siempre ha sabido estar, y con un simple gesto me doy cuenta de lo que quiere para mí.

Cuando voy a una entrevista, viene conmigo, y yo estoy muy pendiente de
cómo me está mirando, de cada gesto que hace, porque, de alguna manera, es
la que me va indicando el camino.

Además de ser como una segunda madre para Andrea, Mariví me ha dado
buenos consejos. Sabe todo lo que me ha pasado y sabe quién soy, cómo soy y de dónde vengo, porque ella también pertenece al mismo sitio que yo.

En realidad, aunque no sea famosa, su vida ha sido parecida a la mía: también salió de la nada, se casó con un hombre, tuvo un hijo, se tuvo que separar y ahora está en el paro. Es otra madre coraje que tiene que salir adelante con mucha dignidad. Al principio de quedarse en el paro le decía que se tomara un año de descanso:

—Ya me gustaría, pero no puedo,Belén —me contestaba.

Tiene que dar de comer a su hijo y ha echado el currículum hasta en el
Mercadona. Yo veo en ella mi reflejo y ella también se ve reflejada en mí,
aunque nuestras vidas sean tan dispares.

Me parece muy importante hablar así de la amistad, porque es algo fundamental que hay que tener en esta vida.

Mis amigos siguen siendo los de siempre, pero Mariví es, además, como
la hermana que nunca tuve, y jamás me ha traicionado. Ha podido cobrar mucho dinero por hablar de mí, igual que su madre y sus hermanos, y no lo ha hecho ni pasando por malos momentos.

Yo he estado varias Navidades con ellos, en el barrio, siendo la Belén Esteban famosa, y hemos sido la mar de felices. Y es que para mí es primordial mantener todos esos lazos, el arraigo con mi gente de siempre.

El caso es que, como decía, ella fue la que me previno contra Cristina Blanco, y, yo, sin saber muy bien qué hacer, un día me fui a ver a san Judas
Tadeo, porque soy fiel devota suya. Le encendí una vela y le pedí que me
orientara en esto.

Y lo hizo, porque a los pocos días empecé a trabajar en la productora
Martingala y conocí a Chelo Montesinos, que fue quien consiguió que
empezara a trabajar con Alicia Senovilla en su programa de Antena 3







 

CAPÍTULO 11


«Mamá, quiero que bajes con el visón al supermercado»


Gracias a san Judas mi vida profesional dio un giro radical. La tele supuso para mí una nueva ilusión, un aliciente y, por supuesto, una forma de ganarme el pan y sacar adelante a mi Andrea y a todos los míos.

Y lo quería hacer a mi manera, no iba a dejar que nadie me volviera a manipular ni a manejar los hilos.

Las cámaras me engancharon desde el primer momento. Fue el programa Como la vida, presentado por Alicia Senovilla, el testigo de mis primeros
pasos televisivos.

No tenía ni la más remota idea de lo que eran los datos de audiencia pero nada más empezar a hablar delante de las cámaras, me di cuenta de que tenía que trabajar en la tele.

Después de Ambiciones y el desamor, de la vidente y sus trapicheos,por fin había encontrado mi sitio.

Aquello era lo mío.

Me movía entre cámaras como pez en el agua. Mi desparpajo se notaba y gustaba. Desde el principio sentí que tenía un vínculo muy especial y diferente
que conectaba con el público.

De hecho,cuando salía al plató, algo me impulsaba a dirigirme a la gente y a comunicarme con ellos, incluso antes de hablar con los presentadores. Y eso al espectador le encantaba; yo notaba que les caía muy bien, que se reían de mis comentarios y de mis salidas. Se sabían mi vida de la A a la Z y muchos se sentían identificados con mi historia.

Fue entonces cuando en el programa vieron que sería interesante que hiciera una sección en la que hablara con el público directamente. Encajaba a la perfección porque yo siempre tenía una gran conexión con la calle, era muy directa y me dirigía a ellos como si les conociera de toda la vida.

Nunca actuaba, ni antes ni ahora, y eso se nota. La gente no es tonta.

Soy como ellos; hasta hace unos años era una espectadora más, carne de audiencia.

Además, tengo madera de público para la televisión, soy superfán de la mal
llamada caja tonta. Me encanta sentarme en el sillón de mi casa y coger el mando para echar un vistazo a lo que se está emitiendo. En este sentido tengo una intuición descomunal.

Por ejemplo, sé exactamente si un programa va a tener éxito o no.

Total, que mi sección fue todo un descubrimiento y los datos de audiencia empezaron a subir como la espuma.

Ganaba seis mil euros al mes —un millón de pesetas de las de antes— y tenía un pastón increíble. Lo que hice con el primer dinero que gané fue
regalarle un abrigo de visón a mi madre.

Al dárselo le dije ilusionada:

—Mamá, quiero que bajes con el visón al supermercado.

—¡Pero qué estás diciendo! ¿Cómo voy a bajar así a hacer la compra? —me
dijo, pensando seguramente que estabaloca.

Yo le insistía:

—Mamá, tienes que disfrutarlo.

Y con su abrigo de visón fue a comprar el pan. Sé que lo hizo por mi insistencia, pero me hacía tanta ilusión… Me sentía tan orgullosa de poder regalárselo, de ayudar a los míos y devolverles un poco de tanto como me habían dado.

El programa tuvo mucho éxito y me empezaron a llamar para fiestas, eventos
y entrevistas.

Mi fama fue creciendo.

Todo el mundo me reconocía cuando me veía, me soltaban piropos y me vitoreaban. Soy consciente de que tenía algo que gustaba —y que todavía gusta

—. Incluso hoy, con todas las cosas que han pasado, voy por la calle y la gente
continúa siendo amable y cercana conmigo. Me paran y me dicen:

—Lloro contigo, Belén.

Y como para gustos se hicieron los colores, otros muchos también me critican.

Escucho comentarios no muy agradables, como que quién soy yo, que qué me he creído, y entonces les callo la boca con las respuestas que la gente me
da cuando hablo con ellos.

Son el verdadero barómetro de mi éxito, sin ellos no estaría aquí porque todo el mundo es libre de pulsar un canal u otro en el mando de la televisión; vamos,
digo yo.

Cuando voy con mi hija y alguien reclama mi atención, no me paro con nadie. Muchos pensarán que soy una borde, pero lo hago porque cuando me
hacen fotos con Andrea, ella lo pasamal. Si voy yo sola, no tengo problemas,me paro y escucho lo que me cuentan.

Hay cada historia por ahí… La gente lo está pasando realmente mal. Yo no le
cuento cuentos, les doy soluciones simples, les digo las cosas como son y me lo agradecen. Ellos me animan a seguir luchando por mi vida y me dicen que para ellos soy como de su familia.

¿No es flipante?

Hay personas en Paracuellos, donde vivo actualmente, que no tienen dinero, y
si puedo les echo una mano. Voy por el pueblo y todo el mundo me saluda. Eso
no se paga con nada. No me gusta hablar de ello, pero tengo muchas historias y anécdotas que me emocionan y llenan de orgullo.

Como la madre de una chica que tiene una zapatería en mi pueblo; la
pobrecita tiene alzhéimer y siempre que me ve me reconoce, mientras que a sus hijas no. Me enternece verla y suelo ir todos los días a darle un beso. Su hija me lo agradece muchísimo, pero a mí no me cuesta nada hacerlo.

¿No es alucinante que una persona con esta terrible enfermedad sepa que soy Belén Esteban?

O cuando voy a Barajas y los taxistas me dicen:

—¡Arriba la Esteban!

Joder, si estoy de bajón me vengo arriba. Pero que quede claro, a mí la fama no se me ha subido a la cabeza: sé bien de dónde vengo, no se me olvida.

Lo que soy se lo debo al público. Con treinta y nueve años creo que tengo la
cabeza sobre los hombros.

Podría vivir en la Moraleja, pero ¿qué haría yo allí?

Lo comparo con esa gente que, de repente, se va a vivir a una finca —
como alguno que yo me sé—. Cuando le veo sonrío y pienso: «¿Pero qué haces tú en la finca?».

Me molestan mucho las personas que quieren aparentar lo que no son. Hubiera
podido hacer lo mismo, pero sé que nohubiese sido feliz residiendo en lugares
elitistas para gente con pasta. No me pega nada vivir en un lugar exclusivo para ricos. Vivo donde vivo: en Paracuellos del Jarama; ¿dónde mejor?

Ya he dicho que me podría haber refinado, pero se notaría enseguida mi esencia y haría el ridículo más espantoso.

En mi familia hemos sido muy pobres y eso no se debe olvidar nunca. Hay que saber estar en cada sitio y lugar. Todo el mundo tiene que encontrar su espacio en esta vida.

Cuando veo a esos que no se les puede ni toser porque salen en la tele, me
pregunto que adónde irán con esos aires.

Que cada uno haga lo que quiera con su vida, pero, sinceramente, ¿no resultan
ridículos?

Y que conste que no tengo nada en contra de los sitios bien, pero en vez del
barrio de Salamanca, yo prefiero San Blas. Disfruto saliendo por aquellos
lugares donde me he criado.

No hace mucho vino a casa un chaval a traerme una pizza y al verme
flipó, porque le abrí la puerta con la pinza del pelo y el pijama. Tengo la suerte que en Paracuellos me quiere todo el mundo, y hasta los de la Telepizza me mandan notas dentro de las cajas: «Belén, que te queremos; vuelve a
la tele».

Y estoy segura de que esas cosas en la Moraleja no me ocurrirían.

También soy muy gallinita para sus polluelos. En estos años no he cambiado
de círculo.

Me gusta sentir que los míos son míos y que mi casa es mi casa, y no
la del vecino del quinto. Soy muy territorial, y cuando mis compañeros de

Sálvame me dicen que nunca les invito a mi casa, les contesto que en ella entra
quien yo quiero, porque sé que si les invitara me criticarían.

Tengo una decoración muy particular, muy moderna, pero tambiéncon muchas figuras de mi abuela. Están ahí por el sentimiento que me producen.

Por ejemplo, no viviría en la casa de Jorge porque mi Andrea no se podría ni
sentar.

Yo tengo un sofá negro enorme en forma de ele y prefiero que mi hija y sus
amigos salten, boten y que disfruten en él… El jardín tiene un cenador precioso,
pero también tiene dos hamacas de esas de los chinos. Soy así y estoy tan a
gusto, la tengo amueblada como a mí me da la gana. Hay gente con mucha tontería encima, como la que compra el recogedor y la escoba del mismo color.

Me pregunto que para qué, ¿para que haga juego? Vaya gilipollez.

Esto que escribo es muy fuerte, pero como me gusta ser sincera lo cuento:
cuando mi madre viene a pasar unos días a mi casa, todas las mañanas se
lava sus braguitas y las tiende en el porche. Yo le digo que las quite de ahí, y
ella me contesta:

—Hija, pero si lo he hecho toda la vida.

Y me pongo mala, de verdad.

Muchos se rasgarían las vestiduras, pero sé que mi madre lo hace igual que lo han hecho miles de madres de España, ¿o no? Aquí, con tal de criticar, todo vale.

Como una vez que fui a casa de mi vecina en pijama, con una bata encima y
con la pinza en el pelo, ¡pues no me sacaron en una revista para después
ponerme verde!

¿Pero hago mal a alguien? ¿Y es malo salir en el Semana
con una barra de pan en el brazo? ¿Es que la gente no come pan?

¡Cuánta bobería hay suelta! No soporto los clichés, ni las etiquetas ni
los cartelitos. Me parece absurdo que por vivir en un determinado lugar se
diga que esa persona tiene dinero. Yo no soy así; soy una tía normal que he vivido una vida nada normal.

Y sí, hago un programa de tele y soy famosa, pero no he cambiado nada de mí ni de mi esencia.

Esto es lo que hay, lo que me ha tocado vivir o lo que yo he elegido, que,
como todas las vidas, tiene sus cosas buenas y también sus cosas malas. Pero
¡por favor!, dejemos las imbecilidades a un lado, que todos sabemos quiénes
somos y de dónde venimos.

Renegar de eso es renunciar a ser quienes somos y aparentar lo que no se es. Y que conste que lo hago sin señalar con el dedo a nadie. A estas alturas todos sabemos de quién o de quiénes estamos hablando
 
Última edición por un moderador:

Temas Similares

36 37 38
Respuestas
446
Visitas
24K
Back