Yo iba a coger mi coche cuando la vi aquella noche. Ella caminaba por la otra acera hacia su casa. No sabía ni cómo se llamaba, pero somos vecinos de calle, así que la saludé con un hasta luego. Ella me dijo lo mismo y luego se metió en el callejón”, afirma a interviú Carlos Guzmán, un dominicano de 33 años cuyo testimonio resulta clave en la investigación por la desaparición de Francisca Cadenas. El negro, como lo conocen en el pueblo, fue la última persona que vio a la mujer, de 59 años, ama de casa y madre de tres hijos, el pasado 9 de mayo, cuando se le perdió la pista en Hornachos (un pueblo de 3.700 vecinos de la provincia de Badajoz) sobre las once de la noche.
Aquella noche, Francisca salió de su casa vestida con ropa de deporte. Acompañó a una pareja –un guardia civil y su mujer– y a la niña de ambos, de tres años y a la que ella había estado cuidando.
Al salir, Francisca avisó a su hijo José Antonio de que regresaría en seguida para prepararle la cena. Caminó junto a sus amigos hasta el coche e inició el camino de vuelta a casa, donde la esperaban sus hijos y su marido, Diego Meneses, un agricultor de 62 años que no ha faltado ni un día al trabajo desde que empezó a recoger fruta con nueve. Hasta ahora.
“A mi madre se la llevaron por la fuerza o mediante alguna trampa. Ella jamás se hubiera marchado, es una mujer feliz, responsable, volcada con su familia, su pueblo y sobre todo con el cuidado de su madre, de 90 años, que vive con nosotros desde que no se vale por ella misma”, asegura Diego, el hijo mayor de Francisca, a la que sus vecinos describen como una mujer tradicional, devota de la Virgen de los Dolores, de la que es costalera en Semana Santa, y aficionada a dar largas caminatas por el pueblo.
El rastro de Francisca se pierde en apenas cincuenta metros de vuelta hacia su casa, cincuenta pasos que ahora la Guardia Civil y su familia tratan de reconstruir para averiguar qué le ocurrió a la mujer, que dejó en casa su dinero, su documentación y su teléfono móvil. También la medicación que tomaba a diario para paliar las molestias de una piedra en un riñón por la que debía acudir al médico en los próximos días.
La última persona con la que se cruzó Francisca antes de desaparecer fue Carlos Guzmán, el primer inmigrante del pueblo: “El último que la vio fue el negro, que ha tenido varios líos con la justicia desde que llegó. Hace dos años, la policía fue a su casa y le tiró la puerta abajo”, señala un vecino. Pero el dominicano se defiende: “Me colocan esto porque soy el de fuera, el primer inmigrante que llegó al pueblo. Aquella noche, después de cruzarme con la mujer, estuve tomando una copa en un bar, quienes estaban allí lo han confirmado a la Guardia Civil. De hecho, el único que tiene testigos soy yo. Y menos mal, porque, si no, me como el marrón”. Javier, el hijo mediano de Francisca, corrobora este último dato: “Un amigo mío estuvo con él en el local solo unos minutos después de que mi madre desapareciera”.
“Acosado"
Guzmán atiende a interviú a la entrada de su vivienda, ante la atenta mirada de otros vecinos que, como todas las tardes desde el suceso, se congregan en la puerta de la casa de Francisca para apoyar a su familia. El dominicano vive solo y trabaja como temporero en la recogida de la fruta. Asegura que se siente “acosado” en el pueblo: “Estos días me han abierto el coche, me han abollado el capó, cada día me encuentro una nueva… He pensado incluso en mudarme, porque han invadido mi intimidad, se han pasado”. Y recuerda que él ha colaborado con la Guardia Civil y la familia de Francisca desde el principio: “Le abrí mi casa a los investigadores, perdí un día de trabajo para salir a buscarla como todos, como un ciudadano más”.
Afirma que no es la primera vez que se siente “señalado”: “Cuando llegué a Hornachos, hace cinco años, lo pasé fatal por la criticadera. Nunca he tenido rollos con nadie de aquí. Mi único problema con la justicia fue en Pamplona, por un tío que me acusó falsamente de una extorsión en 2013, y he salido absuelto, pero algunos lo han usado para ensuciar”. El dominicano, de quien, según ha podido saber esta revista, constan dos denuncias en Hornachos, una por lesiones en 2014 y otra por tentativa de homicidio en 2015, añade: “Han dicho de mí que soy un narcotraficante, un yihadista… Mi mujer se separó de mí por lo mismo hace dos años y me quedé más solo que la una. Y ahora que había levantado cabeza también me acusan de secuestrador”.
Sin enemigos
La Guardia Civil ha buscado a Francisca en el monte y en un pantano que hay a las afueras de Hornachos, sin éxito. También han abierto varias casas del pueblo, algunas de ellas con sótano, que están deshabitadas o cuyos dueños viven fuera. Los vecinos, la mayoría agricultores y ganaderos, organizan batidas rurales para revisar senderos alrededor de la localidad, ubicada en la ladera de una montaña, a los pies de un castillo árabe, y bordeada por un paisaje abrupto de olivos y encinas.
Quienes conocen a Francisca no creen que tuviera enemigos. Por eso buscan otras posibles causas para justificar su ausencia. La Guardia Civil investiga varios testimonios que apuntan al entorno de la pareja a la que acompañaba Francisca antes de desaparecer. “La mujer se parece mucho físicamente a Francisca, y al parecer un antiguo marido suyo había amenazado varias veces con matarla. Pudo enviar a alguien a hacerle daño y que el agresor se confundiera de objetivo”, opina un amigo de la familia de Francisca.
Otra de las líneas de investigación que se siguen es que a la mujer la secuestrara alguien de fuera de Hornachos, aunque la familia confía menos en esta hipótesis. La noche que desapareció, varios vecinos vieron un coche sospechoso a 350 metros del domicilio de la mujer: “Estábamos buscando a Francisca de madrugada y sobre las cuatro o cinco de la mañana vimos un vehículo oscuro, tipo ranchera, parado, con el motor encendido. El conductor, un hombre de unos cuarenta años, no era del pueblo. Apuntamos la matrícula y se la dimos a la Guardia Civil”, explica un camarero del bar Marcelo.
En casa de Francisca da la impresión de que el tiempo se ha detenido. El último día que la mujer pasó allí, pidió a su hijo Javier que pintara las paredes de la vivienda, una tarea que hoy está a medio hacer. Los muebles de la cocina, que la mujer tenía previsto renovar, siguen en el mismo sitio. Sus hijos llevan dos semanas sin acudir al trabajo: “Francisca está obsesionada con el futuro de los tres, no quiere que ninguno se dedique al campo como yo, porque es muy sacrificado”, apunta Diego, su marido. Por eso, Javier prepara las oposiciones para bombero y José Antonio, el más joven, trabaja en hostelería: “El día que se la llevaron me habían contratado en un bar y estaba contentísima”.
Tanto ellos como Diego dedican todo su tiempo a encontrar a Francisca: “Pasan los días y yo no sé qué pensar. No pierdo la esperanza de que ella vuelva. A veces me acuerdo de cuando, desde casa, la escuchaba venir de la calle andando con sus tacones y reconocía sus andares y me parece que va a entrar en cualquier momento”, concluye el marido de Francisca. Precisamente el día de su desaparición, la mujer salió de casa en zapatillas. | Sigue leyendo.
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"El último que vio a Francisca Cadenas fue el negro"