Las tres horas de la desaparición de Laia
Los tíos de la niña de 13 años la encontraron muerta, debajo del colchón de un vecino de sus abuelos
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Conéctate
Rebeca Carranco
Barcelona 5 JUN 2018 - 11:17 CEST
Mossos en el edificio donde fue detenido el acusado, en Vilanova. En vídeo, declaraciones de Antoni Rodríguez, de los Mossos d'Esquadra. ALBERT GARCIA | VÍDEO: EFE
Laia, de 13 años, se esfumó en el pequeño tramo de escaleras que hay entre el segundo piso de sus abuelos y el primero, de su presunto asesino, en la avenida de Cubelles de Vilanova i la Geltrú (Barcelona). Sus familiares fueron puerta a puerta, por si la niña estaba en alguna de las casas. Era algo despistada, y alguna vez ya se había desorientado en el interior del edificio. El instinto les hizo sospechar del vecino del primero, el único que tardó un poco en abrir y que les recibió con una toalla, secándose después de haberse duchado. Veinte minutos después, los tíos de la niña volvieron a llamar a su timbre. Querían asegurarse. Otra vez tardó en abrir. “¡Laia!, ¡Laia!”, gritaron los tíos desde la entrada. Los hombres acabaron entrando por la fuerza. En una habitación cerrada, bajo el colchón, hallaron el cadáver de su sobrina, acuchillada.
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El lunes era un día más en la vida de Laia. La menor salió del colegio a las cinco de la tarde, donde como cada día la esperaban sus abuelos. Se quedaba con ellos en su casa hasta que la iba a recoger su padre, que a las siete menos diez les avisó de que ya estaba llegando, y que buscaba aparcamiento, para que fuese bajando. Pero no la vio salir, por lo que su padre se acercó y llamó al interfono. Los abuelos le dijeron que la niña ya tendría que estar abajo. El hombre entonces pensó que quizá había salido sin que se diera cuenta y se había despistado. Según los mismos padres explicaron en las redes sociales, la menor padecía autismo en un grado leve.
“El padre recorrió a pie el camino que pudo haber hecho la menor hasta su casa. Pero no la encuentra y vuelve al domicilio de sus padres”, explica el intendente de los Mossos, Toni Rodríguez. El hombre vuelve de nuevo sobre sus pasos, y esta vez en bicicleta peina otra vez la zona. También avisa a la madre de la menor, con la que se reparte las tareas. Activan las redes sociales y a las 19.40, el padre se encuentra a una dotación de la Policía Local de Vilanova i la Geltrú, a los que les cuenta lo sucedido. La policía se suma a la búsqueda.
La familia sigue rastreando el entorno, cualquier sitio susceptible al que pueda haber ido, y se acercan a la estación de Renfe, por si se ha subido a un tren. Allí se encuentran con dos patrullas de los Mossos y les cuentan también que no encuentra a su hija, una menor de 13 años a la que adoptaron hace tiempo. Son ya las 20.25 de la tarde, y sigue sin haber rastro de Laia. La madre acude a la Policía Local para poner formalmente la denuncia.
Después de más una hora y media buscándola, la familia de Laia llega a la conclusión de que la niña no ha podido salir del bloque de pisos de los abuelos. Dos de los tíos con una patrulla de la policía registran de manera exhaustiva la casa. Piensan que puede estar escondida, quizá en un armario, debajo de una cama, en una galería. “Era factible, pero resulta infructuoso”, detalla el intendente de los Mossos.
La búsqueda sigue, esta vez comprobando uno a uno los pisos. Una patrulla de los Mossos y los tíos de la menor preguntan a los vecinos si la han visto. Uno de ellos, el del primero primera, tarda en abrir. Actúa raro, pero siguen con la búsqueda de Laia, que no aparece. Los familiares continúan peinando las inmediaciones, hablan, piensan, debaten. Uno de los tíos habla con su pareja, psicóloga, le van dando vueltas a cada detalle. Él tiene ese mal presentimiento sobre el vecino del primero, el instinto de que no ha sido normal su actitud, “no están tranquilos”, en palabras del intendente de los Mossos.
Finalmente, suben el tío materno y el paterno de Laia solos de nuevo al primero primera, llaman a la puerta. Esta vez el hombre tarda aún más en abrir, pero ya sale vestido. Él repite que no sabe nada de la menor. Pero su actitud les resulta sospechosa, está nervioso, no le cree. Los tíos gritan el nombre de la niña, el hombre se desencaja, los tíos entran por las bravas y al final hallan lo que no querían: su cadáver ya frío. Los gritos se oyen desde la calle, y la Policía Local, que tiene la comisaría a escasos 50 metros, tiene que intervenir corriendo y en tropel para evitar que las cosas vayan a más.
“Todas las opciones sobre la motivación están abiertas”, explica el jefe de la División de Investigación Criminal (DIC) de los Mossos. Todavía no se le ha hecho la autopsia a la menor, que presentaba heridas de arma blanca, y desconocen si ha sido agredida sexualmente. El levantamiento del cuerpo, al que acuden tres jueces para que sea lo más rápido posible, se hace ya de madrugada.
El detenido, un hombre de 42 años, hacía poco tiempo que vivía en el bloque. En realidad, se había mudado a casa de sus padres, que son de allí de toda la vida. Su madre está hospitalizada, gravemente enferma. En el momento de la detención, estaba solo en la vivienda. En su historial consta un antecedente, fue detenido por los Mossos por no atender una petición judicial por una “separación no amistosa” de su exmujer, con la que tiene una hija. “¡Yo no he sido, yo no he sido!”, es lo único que ha dicho desde entonces. Laia estuvo desaparecida tres horas. Los Mossos sospechan que fue asesinada en la primera.
Los tíos de la niña de 13 años la encontraron muerta, debajo del colchón de un vecino de sus abuelos
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Rebeca Carranco
Barcelona 5 JUN 2018 - 11:17 CEST
Mossos en el edificio donde fue detenido el acusado, en Vilanova. En vídeo, declaraciones de Antoni Rodríguez, de los Mossos d'Esquadra. ALBERT GARCIA | VÍDEO: EFE
Laia, de 13 años, se esfumó en el pequeño tramo de escaleras que hay entre el segundo piso de sus abuelos y el primero, de su presunto asesino, en la avenida de Cubelles de Vilanova i la Geltrú (Barcelona). Sus familiares fueron puerta a puerta, por si la niña estaba en alguna de las casas. Era algo despistada, y alguna vez ya se había desorientado en el interior del edificio. El instinto les hizo sospechar del vecino del primero, el único que tardó un poco en abrir y que les recibió con una toalla, secándose después de haberse duchado. Veinte minutos después, los tíos de la niña volvieron a llamar a su timbre. Querían asegurarse. Otra vez tardó en abrir. “¡Laia!, ¡Laia!”, gritaron los tíos desde la entrada. Los hombres acabaron entrando por la fuerza. En una habitación cerrada, bajo el colchón, hallaron el cadáver de su sobrina, acuchillada.
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El lunes era un día más en la vida de Laia. La menor salió del colegio a las cinco de la tarde, donde como cada día la esperaban sus abuelos. Se quedaba con ellos en su casa hasta que la iba a recoger su padre, que a las siete menos diez les avisó de que ya estaba llegando, y que buscaba aparcamiento, para que fuese bajando. Pero no la vio salir, por lo que su padre se acercó y llamó al interfono. Los abuelos le dijeron que la niña ya tendría que estar abajo. El hombre entonces pensó que quizá había salido sin que se diera cuenta y se había despistado. Según los mismos padres explicaron en las redes sociales, la menor padecía autismo en un grado leve.
“El padre recorrió a pie el camino que pudo haber hecho la menor hasta su casa. Pero no la encuentra y vuelve al domicilio de sus padres”, explica el intendente de los Mossos, Toni Rodríguez. El hombre vuelve de nuevo sobre sus pasos, y esta vez en bicicleta peina otra vez la zona. También avisa a la madre de la menor, con la que se reparte las tareas. Activan las redes sociales y a las 19.40, el padre se encuentra a una dotación de la Policía Local de Vilanova i la Geltrú, a los que les cuenta lo sucedido. La policía se suma a la búsqueda.
La familia sigue rastreando el entorno, cualquier sitio susceptible al que pueda haber ido, y se acercan a la estación de Renfe, por si se ha subido a un tren. Allí se encuentran con dos patrullas de los Mossos y les cuentan también que no encuentra a su hija, una menor de 13 años a la que adoptaron hace tiempo. Son ya las 20.25 de la tarde, y sigue sin haber rastro de Laia. La madre acude a la Policía Local para poner formalmente la denuncia.
Después de más una hora y media buscándola, la familia de Laia llega a la conclusión de que la niña no ha podido salir del bloque de pisos de los abuelos. Dos de los tíos con una patrulla de la policía registran de manera exhaustiva la casa. Piensan que puede estar escondida, quizá en un armario, debajo de una cama, en una galería. “Era factible, pero resulta infructuoso”, detalla el intendente de los Mossos.
La búsqueda sigue, esta vez comprobando uno a uno los pisos. Una patrulla de los Mossos y los tíos de la menor preguntan a los vecinos si la han visto. Uno de ellos, el del primero primera, tarda en abrir. Actúa raro, pero siguen con la búsqueda de Laia, que no aparece. Los familiares continúan peinando las inmediaciones, hablan, piensan, debaten. Uno de los tíos habla con su pareja, psicóloga, le van dando vueltas a cada detalle. Él tiene ese mal presentimiento sobre el vecino del primero, el instinto de que no ha sido normal su actitud, “no están tranquilos”, en palabras del intendente de los Mossos.
Finalmente, suben el tío materno y el paterno de Laia solos de nuevo al primero primera, llaman a la puerta. Esta vez el hombre tarda aún más en abrir, pero ya sale vestido. Él repite que no sabe nada de la menor. Pero su actitud les resulta sospechosa, está nervioso, no le cree. Los tíos gritan el nombre de la niña, el hombre se desencaja, los tíos entran por las bravas y al final hallan lo que no querían: su cadáver ya frío. Los gritos se oyen desde la calle, y la Policía Local, que tiene la comisaría a escasos 50 metros, tiene que intervenir corriendo y en tropel para evitar que las cosas vayan a más.
“Todas las opciones sobre la motivación están abiertas”, explica el jefe de la División de Investigación Criminal (DIC) de los Mossos. Todavía no se le ha hecho la autopsia a la menor, que presentaba heridas de arma blanca, y desconocen si ha sido agredida sexualmente. El levantamiento del cuerpo, al que acuden tres jueces para que sea lo más rápido posible, se hace ya de madrugada.
El detenido, un hombre de 42 años, hacía poco tiempo que vivía en el bloque. En realidad, se había mudado a casa de sus padres, que son de allí de toda la vida. Su madre está hospitalizada, gravemente enferma. En el momento de la detención, estaba solo en la vivienda. En su historial consta un antecedente, fue detenido por los Mossos por no atender una petición judicial por una “separación no amistosa” de su exmujer, con la que tiene una hija. “¡Yo no he sido, yo no he sido!”, es lo único que ha dicho desde entonces. Laia estuvo desaparecida tres horas. Los Mossos sospechan que fue asesinada en la primera.