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LA CONSTITUCIÓN DEL 78 Y LA TORTILLA DE PATATAS
LA CONSTITUCIÓN DEL 78 Y LA TORTILLA DE PATATAS
Ayer se celebró la fiesta de la Constitución de 1978 y hacía tanto frío que tuve que interrumpir mi paseo matutino para intentar tomar un café y una tortilla de patatas.
Lo del café no fue difícil , pero , a pesar de la espléndida oferta en tortillas, no había una simple de patatas, no sé si porque también recibe el nombre de ” española”.
Lo que me ofrecieron fue un surtido a base de tortilla con multitud de añadidos espurios como jamón york, morcilla, queso roquefort o a saber qué crustáceo despistado. Por lo visto, la patochada de los culinary-centers y de los concursos de master-chefs ha calado… y bien (de la inminencia y significación de este avatar ya nos previno en su momento Pierre Bourdieu en La Distinción-Crítica social del gusto).
Otrosí ocurre con el té, que de tanto haberse vuelto rojo o verde, ha dejado de ser el negro de siempre. Y del vino, mejor no hablar: cualquiera que no se tome (por lo menos) un crianza entre aspavientos benevolentes y palabreo metafísico pasa por un paleto total.
Una vez cumplimentado el breve refrigerio con un mini- bocata de jamón, continué mi ruta. Y me entretuve pensando si tanta sutileza no dejaba de ser sorprendente para un país y una cultura zafia hasta antes de ayer – estoy pensando en 1978 – , cuando no directamente bruta y descamisada. Parece como si algunos desearan pasar por posmodernos y ” deconstructores ” sin haber apurado la modernidad, aplicándose a ello bareros cool y restauradores iniciáticos (alabados sean sus a veces impronunciables nombres) dirigiendo su particular política de estímulo al consumo a base de sandeces gastronómicas.
LA CONSTITUCIÓN DEL 78 Y LA TORTILLA DE PATATAS
Ayer se celebró la fiesta de la Constitución de 1978 y hacía tanto frío que tuve que interrumpir mi paseo matutino para intentar tomar un café y una tortilla de patatas.
Lo del café no fue difícil , pero , a pesar de la espléndida oferta en tortillas, no había una simple de patatas, no sé si porque también recibe el nombre de ” española”.
Lo que me ofrecieron fue un surtido a base de tortilla con multitud de añadidos espurios como jamón york, morcilla, queso roquefort o a saber qué crustáceo despistado. Por lo visto, la patochada de los culinary-centers y de los concursos de master-chefs ha calado… y bien (de la inminencia y significación de este avatar ya nos previno en su momento Pierre Bourdieu en La Distinción-Crítica social del gusto).
Otrosí ocurre con el té, que de tanto haberse vuelto rojo o verde, ha dejado de ser el negro de siempre. Y del vino, mejor no hablar: cualquiera que no se tome (por lo menos) un crianza entre aspavientos benevolentes y palabreo metafísico pasa por un paleto total.
Una vez cumplimentado el breve refrigerio con un mini- bocata de jamón, continué mi ruta. Y me entretuve pensando si tanta sutileza no dejaba de ser sorprendente para un país y una cultura zafia hasta antes de ayer – estoy pensando en 1978 – , cuando no directamente bruta y descamisada. Parece como si algunos desearan pasar por posmodernos y ” deconstructores ” sin haber apurado la modernidad, aplicándose a ello bareros cool y restauradores iniciáticos (alabados sean sus a veces impronunciables nombres) dirigiendo su particular política de estímulo al consumo a base de sandeces gastronómicas.