Libro "La corte de Felipe VI" (Daniel Forcadas y Alberto Lardiés)

Fragmento

«La corte la maneja Letizia —explica otra gran conocedora de los entresijos de La Zarzuela—. Ella es la clave de todo, porque él es mucho más plano. Felipe es solo un profesional de lo que tiene que hacer, pero no aporta nada que sea picante o interesante. Y ella es una histérica de su intimidad, que lo controla todo y que no quiere que se conozca nada de lo que hacen, salvo cuando llaman a la prensa para vender su imagen de unidad, claro». Además de lo profesional, comparten el factor humano. Así, si, como hemos dicho, Letizia se encarga de vestir a sus hijas cada mañana, Felipe es también un padre entregado que disfruta cuando puede jugando con Leonor y Sofía y se afana por cuadrar actividades para poder pasar más tiempo con ellas, según una versión acaso edulcorada que describen sus conocidos. «Con sus hijas se le cae la baba», explica Jaime Rodríguez Toubes, su padrino en el Aifos de la Armada. «En Palma, después de las regatas, nos solíamos ir a tomar unas copas toda la tripulación y él, en cambio, se iba corriendo para estar con sus hijas. En cuanto tiene un hueco se va con ellas. Don Felipe es muy niñero». Este capítulo está compuesto por no pocos trazos de un hombre que cada día trabaja paradójicamente para alejarse del legado más sombrío de la etapa de su padre y para recuperar el esplendor de la etapa más aplaudida de una institución a la que muchos españoles consideran trasnochada e innecesaria. No obstante, por mucho que intente marcar distancias y aunque busque, apoyado por su esposa, modernizar en lo posible la corona, Felipe VI también tiene su propia corte, compuesta por amigos de varios círculos, altos cargos de confianza y otros personajes, algunos de ellos demasiado turbios, que suelen permanecer ocultos y que tratamos de presentar, con sus luces y sus sombras, a lo largo de las siguientes páginas.
 
Quizá os interese leer el capítulo sobre el enigmático y polémico amigo íntimo de la KK: Del Burgo, alias El Valido o El Duende de Palacio.

Nota para @Ondina: me preguntabas si en el libro se menciona el ático de Del Burgo, en este capítulo se menciona, incluso que Pedro José participó en encuentros con los entonces príncipes, organizados por Del Burgo (la parte referente a este tema la he subrayado y puesto en negritas para destacarlo mejor).

3. HISTORIA DE UN MATRIMONIO —Hola, ¿Letizia Ortiz? Soy Jaime del Burgo, de Pamplona. No sabes quién soy pero me gustas mucho y quiero conocerte. Jaime se había quedado colgado de la reportera del Telediario. Como muchos otros espectadores que seguían sus historias en la cobertura de la crisis del Prestige o como enviada especial a la guerra de Irak. Pero, en su caso, había llegado a obsesionarse hasta el punto de querer conocerla. En un arranque de excentricidad, y convencido de sus técnicas de persuasión y de su encanto personal, este abogado navarro de ilustre apellido y perfil a lo Steve Jobs descolgó el teléfono, marcó el número de la centralita de Torrespaña y pidió que le pasaran directamente con ella. Debió venderse muy bien, porque aquel arrebato desencadenó, según la versión que él ha contado a quienes le han interrogado sobre su conexión con la reina, una amistad que maduró en una relación de complicidades y confidencias que le elevaron casi a la categoría de valido de la princesa. Vínculos que se estrecharían aún más tras la boda de Jaime con su hermana Telma, y que, finalmente, han acabado en abrazos rotos tras una historia de desencuentros, rumores y mensajes envenenados. Jaime Arturo del Burgo Azpiroz nació en Pamplona en mitad de los Sanfermines, el 10 de julio de 1970, y es hijo de uno de los hombres más conocidos de la política navarra, Jaime Ignacio del Burgo, expresidente de la Diputación Foral y, en los últimos tiempos, célebre por su trayectoria como diputado del Partido Popular en el Congreso y por su trabajo en la comisión del 11-M. Desde 2008 está retirado de la política activa. Tras estudiar derecho en Pamplona, promoción del 93 en la universidad privada del Opus Dei, Jaime logró su primer trabajo en
Madrid gracias a los contactos y a las buenas gestiones de su padre, que echó mano de su extensa agenda para colocar al hijo en la lanzadera de su carrera. En una agencia de valores que dirigía Aldo Olcese. Su padre también le ayudaría después a que la Caja Madrid de Miguel Blesa le abriese las puertas para financiar sus hazañas empresariales, y le pondría también en contacto con algunos ministros de la era Aznar, como Francisco Álvarez Cascos, para que dieran relumbrón y mucho eco a sus primeros negocios. Como la planta de prefabricados de hormigón de Meco (Hormimeco) que el exministro inauguró el 5 de febrero de 2001 junto a Alberto Ruiz-Gallardón y otros representantes de la Comunidad de Madrid. Jaime es uno de esos empresarios que, por más vueltas que dé la vida, siempre caen de pie. Como primer jefe, Aldo Olcese imprimió en su carácter —o eso asegura el navarro—cierta impronta útil para el mundo de los negocios. Y eso a pesar de que su recorrido por la agencia fue efímero. Tras leer su tesis doctoral (« Principios rectores del régimen fiscal de Navarra»), decidió volar en solitario y despedirse de Aldo explicándole —de forma algo petulante—que no quería ser un empleado dependiente de nadie. Este cachorro de la alta burguesía de Pamplona quería subir los peldaños de la escalera del éxito a toda prisa y aun a riesgo de no tener todavía un saber muy depurado en el mundo de los negocios. Amateurismo que luego pagaría con creces, como recuerdan aún en las Torres KIO de Caja Madrid.

7 7 Es especialmente ilustrativo sobre las andanzas empresariales de Jaime del Burgo un reportaje publicado por Interviú en 2006 y titulado «Negocios de familia política». El periodista Joaquín Vidal explicaba las trayectorias de las empresas de pretensados industriales de hormigón creadas por Del Burgo en Corella (Navarra), en Meco (Madrid) y en Galicia. En la que constituyó en Madrid en 1999, Hormimeco, un 30 por ciento del capital lo puso la sociedad Capital Riesgo de la Comunidad de Madrid —gobernada por el PP—, con un 17,12 por ciento de las participaciones (1,5 millones de euros). Caja Madrid, por su parte, dirigida entonces por Miguel Blesa, y al frente de un sindicato de otros ocho bancos, concedió un crédito hipotecario a la empresa por valor de 18,7 millones de euros. En marzo de 2001, encabezando a otras entidades financieras, concedió otro crédito por valor de 9 millones de euros para refinanciar la deuda y dar líneas de venta y descuento. El reportaje destaca lo llamativo de que los ejecutivos de Caja Madrid, sentados en el consejo de administración de Hormimeco, dieran el crédito dos meses antes de que la empresa se declarase en suspensión de pagos. Del Burgo, por su parte, aseguraba en Interviú que el fracaso de Hormimeco se atribuía a que Caja Madrid «nos dejó en la estacada, sin financiación». Caja Madrid puso como requisito para intentar reflotar Hormimeco que Del Burgo abandonase su cargo de gestor, aunque este continuó como accionista mayoritario a través de su empresa Gadeinsa. En octubre de 2002, Del Brugo vendió la empresa a la constructora compostelana Puentes y Calzadas por un euro. El reportaje de Interviú sentenciaba: «La facilidad para lograr subvenciones y que estas empresas acaben en la quiebra son denominador común de al menos tres de estas iniciativas industriales, llevadas a cabo en territorios autonómicos “populares”: Navarra, Madrid y Galicia (antes de la derrota de Fraga)». La publicación del reportaje generó fricciones entre los príncipes y el editor del Grupo Zeta.

Quienes han seguido sus pasos desde que era joven aseguran que Del Burgo siempre tuvo tentaciones algo extravagantes y anhelos de llamar la atención. «Hace cosas un poco estrafalarias, porque él es un chico raro», asegura un antiguo compañero. «Tiene destellos de gran brillantez e inteligencia, pero luego hace cosas que no están en los cánones de la normalidad. Es un chico un poco inestable». Lo que pocos podían barruntar es que, procediendo de mundos tan opuestos y de orígenes tan distintos, terminaría cruzándose en la trayectoria de la futura princesa de Asturias hasta convertirse en uno de los testigos de su boda y en personaje habitual de la prensa del corazón tras sus extrañas idas y venidas con Telma y Letizia. A muchos les faltaban secuencias con las que ensamblar todo ese relato que conducía al hijo de Jaime Ignacio hasta un lugar tan destacado en el entorno de la real pareja. Pero, al parecer, y siempre según la versión que él ha contado a quienes, a su vez, nos la han hecho llegar, todo arranca con esa llamada a la redacción de TVE que dirigía entonces Alfredo Urdaci, que, por cierto, también es oriundo de Pamplona y buen amigo de este abogado. Ausente en la proclamación de Felipe VI Casado con Telma Ortiz desde el 11 de mayo de 2012, Jaime es el gran enigma de la corte actual de Felipe VI, de la que se ha caído estrepitosamente como Saulo de Tarso de su caballo, sin que nunca se hayan detallado muy bien las razones de ese ostracismo al que se les ha sometido a él y a su esposa en los últimos tiempos. Para una institución que se ha medido a lo largo de la historia por sus pronunciamientos y sus presencias y no por los titulares del día a día, un alejamiento como este nunca se improvisa sobre la marcha y es el vislumbre de que algo se ha hecho añicos de forma irremediable entre quienes eran leales amigos. El día de la proclamación, a los familiares directos de Letizia se les reservó en el Congreso una tribuna de invitados, situada entre el palco de prensa y el espacio guardado para los secretarios de Estado del gobierno de Rajoy. Su madre, sus dos abuelos, su padre y su segunda mujer, Ana Togores —vetada diez años atrás como invitada a la boda de La Almudena, pero que tiene ya el níhil óbstat de Letizia—, siguieron desde allí la ascensión al trono del nuevo rey de España con especial emoción. Sobre todo Chus Ortiz, que no podía dejar de fijarse en sus nietas y de emocionarse con su exquisita corrección. Los titulares se regodearon entonces en la gran ausencia de la infanta Cristina, ligada por amor y por decisión propia al porvenir de Iñaki Urdangarin, como único borrón de aquella imagen de felicidad completa que irradiaban los nuevos reyes. Obviando a su vez la otra mácula que arrastra la familia de Letizia con Telma y su marido, desahuciados de la corte y de ese tiempo nuevo que la institución estaba comenzando a escribir sobre su primera página en blanco. De Jaime no se supo nada. Ni se cursó invitación. A Telma, sin embargo, sí que se la vio después en el Palacio Real, junto al resto de los suyos. No siempre fue así. Hubo años en los que Del Burgo era el hombre de confianza para todo. El predilecto. El amigo que —según David Rocasolano—supervisaba las capitulaciones prematrimoniales de la boda con el príncipe y le sugería, como abogado, que tenían que tratarla mejor que a Lady Di. Versión que, sin embargo, otras fuentes consultadas por los autores y próximas al empresario niegan con absoluta rotundidad. Del Burgo fue también uno de los que estuvo al lado de Letizia en la clínica Ruber, tras el nacimiento de la princesa Leonor. Y en otras ocasiones, su espléndido ático de la calle Serrano, frente a la embajada de los Estados Unidos y junto a la iglesia de San Francisco de Borja, fue el teatro de operaciones de algunas cenas de los príncipes con su séquito de amigos de alta cuna, y el lugar en el que Felipe y Letizia se encontraron con invitados ilustres de la prensa que Jaime Arturo introducía en el círculo, como Pedro J. Ramírez y su esposa, Ágatha Ruiz de la Prada. «Jaime es el hombre adecuado para discutir sobre capitulaciones matrimoniales, sobre cómo se debe tratar a Letizia o sobre cualquier otra cosa», escribe David Rocasolano en el libro sobre su prima en el que dedica una glosa a este empresario navarro. «No he conocido en mi vida a persona con tal cantidad de opiniones irrefutables sobre los temas más diversos. Si algún día lo veo hablando con un esquimal, estoy seguro de que le estará explicando con precisión la técnica más adecuada para construir un iglú. Como si llevara haciendo iglús toda la vida. Su sabiduría abarca los temas más diversos. De leyes a coches. De arte a lencería. De argonáutica a mampostería. Un verdadero crack». 8 8 David Rocasolano, op. cit., p. 241. David Rocasolano no recoge en sus escritos el origen de esta relación, que, antes del noviazgo con el príncipe de Asturias, tuvo un alto grado de complicidad. «Mi sensación es que había habido mucha amistad entre ellos», explica una de las personas que ha tratado a Del Burgo en varias ocasiones. El primo de la reina lo introduce en su relato a raíz de una conversación telefónica que fecha a principios de febrero de 2004, en la recta final previa a la boda de La Almudena. A Letizia, que ya compartía casa con el príncipe, le habían entregado por aquel entonces un documento extenso y puntilloso con las capitulaciones prematrimoniales que debía firmar y que, lisa y llanamente, la ataban de pies y manos de cara al futuro. Si se divorciase de Felipe VI, tendría derecho a una generosa compensación económica, a una residencia habitual y a otra de veraneo, pero, a cambio, perdería de antemano la custodia de los hijos que estuvieran por venir dentro del matrimonio. Algo que, según le advirtió ya entonces su propio primo, el abogado que había tramitado su divorcio de mutuo acuerdo con Alonso Guerrero, era ilegal, pues correspondía decidirlo única y exclusivamente a un juez. Tras discutir el contenido del texto con su primo y con el príncipe, que zanja la llamada asegurando que las capitulaciones son «innegociables» —probablemente impuestas por la jefatura de la Casa—, Letizia opta, en última instancia, por buscar el refrendo afirmativo de Jaime del Burgo. Y en una conversación telefónica con el altavoz encendido, Letizia y David inician una charla a tres bandas que el primo recoge en su libro de la siguiente forma y que, recordemos, otras fuentes insisten en negar como ciertas, pues afirman que el abogado no ejerció como consejero legal en esta materia: —Hola, ¿cómo estás? —Bien, Letizia, ¿qué tal todo? —Acércate, David. Es Jaime. —Perdona, Letizia, ¿quién es Jaime? —Jaime del Burgo. Un amigo. Nos conocemos de hace años. Es abogado, como tú —parece evidente que Letizia buscaba la opinión de un compañero, o eso pensé yo al comienzo de la conversación. —Buenos días, David —educado, como mínimo, este tal Jaime. —Buenos días. Encantado. No sé exactamente qué quiere Letizia que te comente. Discúlpame. —David, coméntale qué te parece el documento —me asaltó Letizia rápidamente. —No sé, Jaime, disculpa si te tuteo. Es un documento prematrimonial extenso —comencé mi disertación cuidando mi vocabulario (…). Jaime discutió algunos términos conmigo, nada serio. —Letizia, ¿me oyes? —aquí venía el culmen. —Sí. Dime, Jaime —replicó una Letizia más confiada que tras mi conversación inicial con ella. —Escucha, aquí el problema no es este. Yo creo que es un problema de enfoque. A ti te tienen que tratar mejor que a Lady Di. Se me acabaron todos los argumentos. ¿A cuenta de qué salía ahora este hombre con semejante tontería? Nunca llegué a entender la comparación de Letizia con Lady Di. Creo que, en definitiva, Jaime afirmaba que Letizia debía ser tratada mejor de lo que se trató a Lady Di. Y de que debería asegurarse de que su cobertura económica fuera suficiente como para que no acabara como la malograda dama inglesa. 9 9 Ibid., pp. 126-127. En efecto, Letizia no ha acabado tan trágicamente como la princesa de Gales, pero su historia de amor tampoco ha sido un camino de rosas. Con un primo enemistado para siempre y con el cambio drástico experimentado por toda la familia, lo suyo también ha sido, en cierto modo, una vida muy dañada. A finales de enero de 2015, los reyes de España se desplazaron a Pamplona para inaugurar el nuevo Museo de la Universidad de Navarra. En el acto se entremezclaron viejas y nuevas caras de la política foral. Pero en una ciudad pequeña como esta, en la que todo el mundo se conoce, los allí convocados no dejaron de señalar un pequeño detalle que pasaría inadvertido en cualquier otro contexto: la frialdad con la que Letizia saludó a la mujer de Jaime Ignacio del Burgo, Blanca Azpiroz, al tiempo que se mostraba especialmente afectuosa con las esposas de otros personajes de la política local y con otros invitados a la recepción. A Blanca, la suegra de su hermana, solo le concedió un breve apretón de manos. Una pincelada en apariencia insignificante, pero cargada de contenido en un contexto de relaciones tensas dentro del núcleo familiar.
 
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Otro fragmento del libro
Los medios, más relajados
La mayor transparencia y la creciente apertura de este «nuevo tiempo» se compensan en alguna medida con el cierre de filas en torno a los nuevos reyes que se adivina por parte de los grandes medios de comunicación y de los principales poderes fácticos. Si bien es cierto que la prensa rosa y ciertos diarios libres de ataduras —sobre todo en la Red—continúan con su lupa sobre la familia real, es evidente que los grandes medios de comunicación han levantado el pie del acelerador, a pesar de tener gasolina de sobra para recorrer y alumbrar los puntos débiles de la corona. Una tregua injustificable que debe acabar cuanto antes por mera higiene democrática. Cada vez hay menos informaciones críticas hacia la institución tras un trienio negro que se convirtió en una tormenta de titulares negativos para la Casa a cuenta del descubrimiento de los nexos entre la «princesa» Corinna y el rey Juan Carlos, los sobresaltos del caso Urdangarin o la maltrecha salud del rey emérito y sus periódicas entradas y salidas del quirófano. Letizia, por su parte, está al tanto de todo lo que se publica sobre ella en prensa y en internet y, en algunos momentos de su historia reciente ha ordenado iniciativas para desmentir informaciones lesivas hacia su figura. Algunas porque eran rotundamente falsas —como cuando ordenó llamar a todas las revistas para rectificar que llevase brackets invisibles en los dientes—y otras, aun siendo ciertas, por su especial empeño en querer desmentir detalles sobre su vestuario o sobre sus gastos en fondo de armario. Como la vez que, siendo ya reina, mandó al jefe de prensa de la Casa a desmentir que se hubiera comprado unos zapatos de Prada con los que había sido fotografiada. Y eso, a pesar de que la firma de la marca era notablemente visible en las imágenes que fueron tomadas durante aquel acto. En este sentido, cuando Juan Carlos I abdicó en su hijo tuvo lugar un ejemplo premonitorio de lo que se avecinaba en los medios con el nuevo reinado. Varios dibujantes de la revista satírica El Jueves se vieron obligados a abandonar sus puestos de trabajo después de una suerte de autocensura por parte de sus editores. En la primera semana de junio de 2014, nada más anunciarse el cambio en el trono, los humoristas gráficos de la publicación habían preparado una primera página en la que Juan Carlos I entregaba a su hijo la corona sujetada con unas pinzas, como si fuera una patata caliente, en clara alusión a los problemas que arrastraba la institución. A última hora, los editores, quién sabe si con presiones de La Zarzuela o no, decidieron cambiar la imagen de portada por otra en la que aparecía Pablo Iglesias, el líder de Podemos. Los dibujantes Albert Monteys y Manel Fontdevila, acaso desconocidos para el gran público, pero históricos de la publicación, anunciaron su marcha. En los grandes medios se silenció este asunto. Y es que, como se ha dicho, la feroz crítica a la monarquía se ha suavizado desde la llegada al trono de Felipe. VI, acaso porque el monarca no ha dado tantas razones para estar en primera página o quizás porque en la nueva corte muchos quieren hacer méritos para encontrar asiento en las audiencias de La Zarzuela.
(...) Desde el principio, Letizia ha establecido una relación de amor-odio con la prensa, especialmente la del corazón, a la que, en algunos casos, le gustaría castigar con sus propias vendettas. En otras ocasiones, sin embargo, ella misma ha aceptado encantada la idea de que la pareja diese una entrevista a un medio de comunicación en concreto bajo la premisa de que la conversación nunca se reconociese como tal, que se desarrollase bajo el estricto off the record. Es lo que pasó con el reportaje «Cita en palacio», publicado por Vanity Fair en febrero del año 2010 con el beneplácito expreso de la Casa. Dos reporteros de la revista se desplazaron a Zarzuela y mantuvieron un encuentro informal con los entonces príncipes. Una entrevista que, por cierto, quedó registrada en una grabadora que uno de los aludidos se escondió en la ropa y logró sortear los diferentes controles de seguridad del palacio. Su contenido, inédito y guardado en un cajón de la editora, vale su peso en oro y hasta recoge el momento escatológico en el que, en mitad de la conversación, el aludido periodista tuvo que acudir al servicio para desahogar sus necesidades. «Ella no puede manifestar temor hacia los medios, pero sí quisiera poder ejercer alguna vengancilla que otra, como preferir a un medio frente a otro», explican personas que han trabajado en el departamento de Comunicación de la Casa del Rey. «Tiene determinadas obsesiones con algunos medios. A la revista ¡Hola!, por ejemplo, no puede ni verla, y lo entiendo. Dice que no la tratan bien, que son los peores». Ella misma se sinceraba al ministro de Defensa, José Bono, en mayo de 2004, unos días antes de su boda con el príncipe, en un almuerzo ofrecido por el gobierno de Zapatero a la pareja. «No es razonable —le explicaba ella—que se me valore más por el traje rojo que llevé a la boda en Copenhague (al enlace del príncipe de Dinamarca) que por mi actividad profesional o mis capacidades». El ministro, entonces, le dio un consejo que a ella, por otro lado, le ha costado mucho tiempo y mucho sufrimiento asimilar: «Vas a entrar en una familia donde las apariencias son importantes y tendrás que habituarte a saber callarte aunque tengas razón». 6 6 José Bono,
Anda la auZZtera!! quería ocultarnos los "praderos" será necia!! sabemos leer, la plebe sabe leer reina LiZZta :ROFLMAO:
 
Su no nos lo dicen.....


ella es una histérica de su intimidad, que lo controla todo y que no quiere que se conozca nada de lo que hacen, salvo cuando llaman a la prensa para vender su imagen de unidad, claro». Además de lo profesional, comparten el factor humano.



Por cierto, para ser tan limpios y alejarse del padre y su nefasta influencía y de los apestados Urdangas, bien que consintieron en que la yayacorinna les organizara el viaje de novios y el duque mano larga le comprara el anillo de pedida.....eso nada no??:ROFLMAO:
 
Más de Del Burgo/Fragmento

Jaime y Telma se habían casado por la iglesia y a hurtadillas en el Monasterio de Leyre —el mismo lugar donde se entregan cada año los Premios Príncipe de Viana—, en una sencillísima ceremonia a la que solo acudieron los padres del novio, la hija de Telma y un matrimonio amigo de la novia. Todo lo que rodea a este matrimonio y a la relación de estos dos con la reina de España es enormemente insólito. Faltan muchas y variadas piezas para reconstruir el puzle completo de lo que ha pasado entre estos dos bandos y entre ellos y don Felipe. Nexos que solo ellos pueden explicar. Apenas dos meses después de aquella idílica estampa a orillas del mar Tirreno, las revistas empezaron a divulgar los primeros rumores de ruptura entre la pareja. Comentarios que han sido una constante a lo largo de los últimos años, pese a que el dúo permanece unido contra viento, marea y murmullos. En este tiempo, él ha optado por replegarse en sus cuarteles de invierno, a caballo entre Londres y Ginebra, 10 mientras emprendía una cruzada imposible contra la «prensa canalla» que no le dejaba vivir su sueño en paz. Curiosa cruzada para un hombre que, antes de elevarse a estas posiciones, también quiso hacer sus pinitos en el cuarto poder con una revista de temática local —Navarra en marcha, sobre política y negocios de la Comunidad Foral—y que hasta estudió la posibilidad de editar un periódico regional en Navarra en alianza con El Mundo. 10 En su página personal de internet, www.jaimedelburgo.com, él mismo explica que se trasladó a Londres en el año 2000 y que sus actividades han cubierto energías renovables, robótica, construcción off-site, marketing, diseño industrial, producción de contenidos, arquitectura climática y asesoramiento financiero. Actualmente, vive entre Londres y Ginebra. «Mis abogados estudian acciones contra los medios que compran “robados” y los exhiben», amenazó públicamente tras la publicación de varias fotos de la «reboda» italiana. «Es como si alguien te robara la cartera y la vendiera después en un mercadillo. No hay diferencia entre robarte la cartera o tu imagen. El problema es que las indemnizaciones que imponen los jueces, al cabo de muchos años de pleitos, no ponen en riesgo la viabilidad de las empresas, a diferencia de lo que sí sucede en otros países, y por tanto les sale a cuenta delinquir». 11 11 Carta de Jaime del Burgo a LOC, El Mundo, 14/ VII/ 2012. Deseos y tentaciones de acabar de un plumazo con la prensa cotilla que compartía con su cuñada. En una recepción oficial a la Junta de la Asociación de Directivos de Comunicación, en abril de 2012, Letizia, en línea con esa relación tan difícil que mantiene con la prensa, se despachó a gusto contra «los confidenciales» —así en genérico—y abogó porque los dircom de las grandes empresas allí reunidas no contribuyeran a financiarlos con su publicidad. Delirios de grandeza de ocho años amasando poder como parte de la Jefatura del Estado y que, aunque comprensibles por la cruzada de algunos medios contra ella, suponían una metedura de pata colosal. «Metiendo cizaña —recuerda una conocida articulista del cuore—. Que eres princesa, coxx, cállate».Meses antes, tras su boda con Telma en Leyre, Del Burgo había hecho otro alegato en defensa del derecho a la intimidad de su esposa en la sección de opinión de El Mundo. «He sido testigo del acoso sufrido por Telma y otros miembros de su familia, aunque ya no estén aquí para contarlo», explicaba en un extenso artículo en el que rememoraba a Érika Ortiz. «De este atropello soy testigo desde hace casi una década, y ojalá hayamos puesto un punto final haciendo suya mi residencia en el extranjero. Si hay alguien en España que ha dicho alto y claro en muchas ocasiones, ante diversas instancias y enfrentándose a Goliat, que la dejen vivir en paz, ha sido Telma, mi esposa. Ahora ya no estará sola en la defensa de su derecho constitucional, aunque nos lleve años y terminemos pidiendo el amparo de la justicia internacional, donde la congruencia de su legislación y jurisprudencia le dará la razón, porque la tiene. Como la tiene el resto de los discretos violados por quienes permanecen impunes en lo alto del vertedero». 12 12 Jaime del Burgo, «Telma», El Mundo, 13/ V/ 2012.
 
Quizá os interese leer el capítulo sobre el enigmático y polémico amigo íntimo de la KK: Del Burgo, alias El Valido o El Duende de Palacio.

Nota para @Ondina: me preguntabas si en el libro se menciona el ático de Del Burgo, en este capítulo se menciona, incluso que Pedro José participó en encuentros con los entonces príncipes, organizados por Del Burgo (la parte referente a este tema la he subrayado y puesto en negritas para destacarlo mejor).

3. HISTORIA DE UN MATRIMONIO —Hola, ¿Letizia Ortiz? Soy Jaime del Burgo, de Pamplona. No sabes quién soy pero me gustas mucho y quiero conocerte. Jaime se había quedado colgado de la reportera del Telediario. Como muchos otros espectadores que seguían sus historias en la cobertura de la crisis del Prestige o como enviada especial a la guerra de Irak. Pero, en su caso, había llegado a obsesionarse hasta el punto de querer conocerla. En un arranque de excentricidad, y convencido de sus técnicas de persuasión y de su encanto personal, este abogado navarro de ilustre apellido y perfil a lo Steve Jobs descolgó el teléfono, marcó el número de la centralita de Torrespaña y pidió que le pasaran directamente con ella. Debió venderse muy bien, porque aquel arrebato desencadenó, según la versión que él ha contado a quienes le han interrogado sobre su conexión con la reina, una amistad que maduró en una relación de complicidades y confidencias que le elevaron casi a la categoría de valido de la princesa. Vínculos que se estrecharían aún más tras la boda de Jaime con su hermana Telma, y que, finalmente, han acabado en abrazos rotos tras una historia de desencuentros, rumores y mensajes envenenados. Jaime Arturo del Burgo Azpiroz nació en Pamplona en mitad de los Sanfermines, el 10 de julio de 1970, y es hijo de uno de los hombres más conocidos de la política navarra, Jaime Ignacio del Burgo, expresidente de la Diputación Foral y, en los últimos tiempos, célebre por su trayectoria como diputado del Partido Popular en el Congreso y por su trabajo en la comisión del 11-M. Desde 2008 está retirado de la política activa. Tras estudiar derecho en Pamplona, promoción del 93 en la universidad privada del Opus Dei, Jaime logró su primer trabajo en
Madrid gracias a los contactos y a las buenas gestiones de su padre, que echó mano de su extensa agenda para colocar al hijo en la lanzadera de su carrera. En una agencia de valores que dirigía Aldo Olcese. Su padre también le ayudaría después a que la Caja Madrid de Miguel Blesa le abriese las puertas para financiar sus hazañas empresariales, y le pondría también en contacto con algunos ministros de la era Aznar, como Francisco Álvarez Cascos, para que dieran relumbrón y mucho eco a sus primeros negocios. Como la planta de prefabricados de hormigón de Meco (Hormimeco) que el exministro inauguró el 5 de febrero de 2001 junto a Alberto Ruiz-Gallardón y otros representantes de la Comunidad de Madrid. Jaime es uno de esos empresarios que, por más vueltas que dé la vida, siempre caen de pie. Como primer jefe, Aldo Olcese imprimió en su carácter —o eso asegura el navarro—cierta impronta útil para el mundo de los negocios. Y eso a pesar de que su recorrido por la agencia fue efímero. Tras leer su tesis doctoral (« Principios rectores del régimen fiscal de Navarra»), decidió volar en solitario y despedirse de Aldo explicándole —de forma algo petulante—que no quería ser un empleado dependiente de nadie. Este cachorro de la alta burguesía de Pamplona quería subir los peldaños de la escalera del éxito a toda prisa y aun a riesgo de no tener todavía un saber muy depurado en el mundo de los negocios. Amateurismo que luego pagaría con creces, como recuerdan aún en las Torres KIO de Caja Madrid.

7 7 Es especialmente ilustrativo sobre las andanzas empresariales de Jaime del Burgo un reportaje publicado por Interviú en 2006 y titulado «Negocios de familia política». El periodista Joaquín Vidal explicaba las trayectorias de las empresas de pretensados industriales de hormigón creadas por Del Burgo en Corella (Navarra), en Meco (Madrid) y en Galicia. En la que constituyó en Madrid en 1999, Hormimeco, un 30 por ciento del capital lo puso la sociedad Capital Riesgo de la Comunidad de Madrid —gobernada por el PP—, con un 17,12 por ciento de las participaciones (1,5 millones de euros). Caja Madrid, por su parte, dirigida entonces por Miguel Blesa, y al frente de un sindicato de otros ocho bancos, concedió un crédito hipotecario a la empresa por valor de 18,7 millones de euros. En marzo de 2001, encabezando a otras entidades financieras, concedió otro crédito por valor de 9 millones de euros para refinanciar la deuda y dar líneas de venta y descuento. El reportaje destaca lo llamativo de que los ejecutivos de Caja Madrid, sentados en el consejo de administración de Hormimeco, dieran el crédito dos meses antes de que la empresa se declarase en suspensión de pagos. Del Burgo, por su parte, aseguraba en Interviú que el fracaso de Hormimeco se atribuía a que Caja Madrid «nos dejó en la estacada, sin financiación». Caja Madrid puso como requisito para intentar reflotar Hormimeco que Del Burgo abandonase su cargo de gestor, aunque este continuó como accionista mayoritario a través de su empresa Gadeinsa. En octubre de 2002, Del Brugo vendió la empresa a la constructora compostelana Puentes y Calzadas por un euro. El reportaje de Interviú sentenciaba: «La facilidad para lograr subvenciones y que estas empresas acaben en la quiebra son denominador común de al menos tres de estas iniciativas industriales, llevadas a cabo en territorios autonómicos “populares”: Navarra, Madrid y Galicia (antes de la derrota de Fraga)». La publicación del reportaje generó fricciones entre los príncipes y el editor del Grupo Zeta.

Quienes han seguido sus pasos desde que era joven aseguran que Del Burgo siempre tuvo tentaciones algo extravagantes y anhelos de llamar la atención. «Hace cosas un poco estrafalarias, porque él es un chico raro», asegura un antiguo compañero. «Tiene destellos de gran brillantez e inteligencia, pero luego hace cosas que no están en los cánones de la normalidad. Es un chico un poco inestable». Lo que pocos podían barruntar es que, procediendo de mundos tan opuestos y de orígenes tan distintos, terminaría cruzándose en la trayectoria de la futura princesa de Asturias hasta convertirse en uno de los testigos de su boda y en personaje habitual de la prensa del corazón tras sus extrañas idas y venidas con Telma y Letizia. A muchos les faltaban secuencias con las que ensamblar todo ese relato que conducía al hijo de Jaime Ignacio hasta un lugar tan destacado en el entorno de la real pareja. Pero, al parecer, y siempre según la versión que él ha contado a quienes, a su vez, nos la han hecho llegar, todo arranca con esa llamada a la redacción de TVE que dirigía entonces Alfredo Urdaci, que, por cierto, también es oriundo de Pamplona y buen amigo de este abogado. Ausente en la proclamación de Felipe VI Casado con Telma Ortiz desde el 11 de mayo de 2012, Jaime es el gran enigma de la corte actual de Felipe VI, de la que se ha caído estrepitosamente como Saulo de Tarso de su caballo, sin que nunca se hayan detallado muy bien las razones de ese ostracismo al que se les ha sometido a él y a su esposa en los últimos tiempos. Para una institución que se ha medido a lo largo de la historia por sus pronunciamientos y sus presencias y no por los titulares del día a día, un alejamiento como este nunca se improvisa sobre la marcha y es el vislumbre de que algo se ha hecho añicos de forma irremediable entre quienes eran leales amigos. El día de la proclamación, a los familiares directos de Letizia se les reservó en el Congreso una tribuna de invitados, situada entre el palco de prensa y el espacio guardado para los secretarios de Estado del gobierno de Rajoy. Su madre, sus dos abuelos, su padre y su segunda mujer, Ana Togores —vetada diez años atrás como invitada a la boda de La Almudena, pero que tiene ya el níhil óbstat de Letizia—, siguieron desde allí la ascensión al trono del nuevo rey de España con especial emoción. Sobre todo Chus Ortiz, que no podía dejar de fijarse en sus nietas y de emocionarse con su exquisita corrección. Los titulares se regodearon entonces en la gran ausencia de la infanta Cristina, ligada por amor y por decisión propia al porvenir de Iñaki Urdangarin, como único borrón de aquella imagen de felicidad completa que irradiaban los nuevos reyes. Obviando a su vez la otra mácula que arrastra la familia de Letizia con Telma y su marido, desahuciados de la corte y de ese tiempo nuevo que la institución estaba comenzando a escribir sobre su primera página en blanco. De Jaime no se supo nada. Ni se cursó invitación. A Telma, sin embargo, sí que se la vio después en el Palacio Real, junto al resto de los suyos. No siempre fue así. Hubo años en los que Del Burgo era el hombre de confianza para todo. El predilecto. El amigo que —según David Rocasolano—supervisaba las capitulaciones prematrimoniales de la boda con el príncipe y le sugería, como abogado, que tenían que tratarla mejor que a Lady Di. Versión que, sin embargo, otras fuentes consultadas por los autores y próximas al empresario niegan con absoluta rotundidad. Del Burgo fue también uno de los que estuvo al lado de Letizia en la clínica Ruber, tras el nacimiento de la princesa Leonor. Y en otras ocasiones, su espléndido ático de la calle Serrano, frente a la embajada de los Estados Unidos y junto a la iglesia de San Francisco de Borja, fue el teatro de operaciones de algunas cenas de los príncipes con su séquito de amigos de alta cuna, y el lugar en el que Felipe y Letizia se encontraron con invitados ilustres de la prensa que Jaime Arturo introducía en el círculo, como Pedro J. Ramírez y su esposa, Ágatha Ruiz de la Prada. «Jaime es el hombre adecuado para discutir sobre capitulaciones matrimoniales, sobre cómo se debe tratar a Letizia o sobre cualquier otra cosa», escribe David Rocasolano en el libro sobre su prima en el que dedica una glosa a este empresario navarro. «No he conocido en mi vida a persona con tal cantidad de opiniones irrefutables sobre los temas más diversos. Si algún día lo veo hablando con un esquimal, estoy seguro de que le estará explicando con precisión la técnica más adecuada para construir un iglú. Como si llevara haciendo iglús toda la vida. Su sabiduría abarca los temas más diversos. De leyes a coches. De arte a lencería. De argonáutica a mampostería. Un verdadero crack». 8 8 David Rocasolano, op. cit., p. 241. David Rocasolano no recoge en sus escritos el origen de esta relación, que, antes del noviazgo con el príncipe de Asturias, tuvo un alto grado de complicidad. «Mi sensación es que había habido mucha amistad entre ellos», explica una de las personas que ha tratado a Del Burgo en varias ocasiones. El primo de la reina lo introduce en su relato a raíz de una conversación telefónica que fecha a principios de febrero de 2004, en la recta final previa a la boda de La Almudena. A Letizia, que ya compartía casa con el príncipe, le habían entregado por aquel entonces un documento extenso y puntilloso con las capitulaciones prematrimoniales que debía firmar y que, lisa y llanamente, la ataban de pies y manos de cara al futuro. Si se divorciase de Felipe VI, tendría derecho a una generosa compensación económica, a una residencia habitual y a otra de veraneo, pero, a cambio, perdería de antemano la custodia de los hijos que estuvieran por venir dentro del matrimonio. Algo que, según le advirtió ya entonces su propio primo, el abogado que había tramitado su divorcio de mutuo acuerdo con Alonso Guerrero, era ilegal, pues correspondía decidirlo única y exclusivamente a un juez. Tras discutir el contenido del texto con su primo y con el príncipe, que zanja la llamada asegurando que las capitulaciones son «innegociables» —probablemente impuestas por la jefatura de la Casa—, Letizia opta, en última instancia, por buscar el refrendo afirmativo de Jaime del Burgo. Y en una conversación telefónica con el altavoz encendido, Letizia y David inician una charla a tres bandas que el primo recoge en su libro de la siguiente forma y que, recordemos, otras fuentes insisten en negar como ciertas, pues afirman que el abogado no ejerció como consejero legal en esta materia: —Hola, ¿cómo estás? —Bien, Letizia, ¿qué tal todo? —Acércate, David. Es Jaime. —Perdona, Letizia, ¿quién es Jaime? —Jaime del Burgo. Un amigo. Nos conocemos de hace años. Es abogado, como tú —parece evidente que Letizia buscaba la opinión de un compañero, o eso pensé yo al comienzo de la conversación. —Buenos días, David —educado, como mínimo, este tal Jaime. —Buenos días. Encantado. No sé exactamente qué quiere Letizia que te comente. Discúlpame. —David, coméntale qué te parece el documento —me asaltó Letizia rápidamente. —No sé, Jaime, disculpa si te tuteo. Es un documento prematrimonial extenso —comencé mi disertación cuidando mi vocabulario (…). Jaime discutió algunos términos conmigo, nada serio. —Letizia, ¿me oyes? —aquí venía el culmen. —Sí. Dime, Jaime —replicó una Letizia más confiada que tras mi conversación inicial con ella. —Escucha, aquí el problema no es este. Yo creo que es un problema de enfoque. A ti te tienen que tratar mejor que a Lady Di. Se me acabaron todos los argumentos. ¿A cuenta de qué salía ahora este hombre con semejante tontería? Nunca llegué a entender la comparación de Letizia con Lady Di. Creo que, en definitiva, Jaime afirmaba que Letizia debía ser tratada mejor de lo que se trató a Lady Di. Y de que debería asegurarse de que su cobertura económica fuera suficiente como para que no acabara como la malograda dama inglesa. 9 9 Ibid., pp. 126-127. En efecto, Letizia no ha acabado tan trágicamente como la princesa de Gales, pero su historia de amor tampoco ha sido un camino de rosas. Con un primo enemistado para siempre y con el cambio drástico experimentado por toda la familia, lo suyo también ha sido, en cierto modo, una vida muy dañada. A finales de enero de 2015, los reyes de España se desplazaron a Pamplona para inaugurar el nuevo Museo de la Universidad de Navarra. En el acto se entremezclaron viejas y nuevas caras de la política foral. Pero en una ciudad pequeña como esta, en la que todo el mundo se conoce, los allí convocados no dejaron de señalar un pequeño detalle que pasaría inadvertido en cualquier otro contexto: la frialdad con la que Letizia saludó a la mujer de Jaime Ignacio del Burgo, Blanca Azpiroz, al tiempo que se mostraba especialmente afectuosa con las esposas de otros personajes de la política local y con otros invitados a la recepción. A Blanca, la suegra de su hermana, solo le concedió un breve apretón de manos. Una pincelada en apariencia insignificante, pero cargada de contenido en un contexto de relaciones tensas dentro del núcleo familiar.
Ya que es mencionado y mucho, aquí @DAVROC DEBERÍA DEJARNOS SU OPINIÓN....
 
Más de Del Burgo
Fragmento

¿Mensajes con Letizia como escudo para protegerse? Por las razones que sean, Jaime acabó metiéndose en ese estercolero que denunciaba en su carta, enfrentado a esos gigantes difusos que él situaba en el entorno de la corona, alejado de Letizia. ¿Traicionado? ¿Caído en desgracia? ¿Apartado sin motivo conocido? Una de las muchas personas consultadas por los autores de este libro a lo largo de los meses de investigación apunta hacia esta pista algo turbia: «Jaime ha preocupado a mucha gente. Es un personaje peligroso porque ha difundido cosas y ha preocupado bastante en altas esferas de la Seguridad del Estado. Tiene mucho peligro. Tira de ese hilo...». Hasta cuatro personas distintas unen los avatares de Jaime del Burgo con estas altas esferas de Defensa. Algo que, por otro lado, él mismo ha difundido, siempre según la versión que ha contado a algunas de las personas consultadas por los autores. Porque los sucesivos intentos de conseguir algún tipo de declaración, dato o respuesta por parte del empresario navarro no han tenido éxito, ni de forma directa ni indirecta a través de su familia, ni por correo electrónico ni por teléfono. En el entorno del propio Jaime se preguntan quién está detrás de un incidente ocurrido en su casa de Ginebra, que habría sido asaltada y registrada. Y en lo que parece una estrategia de defensa y de protección, tuvo lugar un buen ataque a la línea de flotación del futuro de Zarzuela. Alguien no identificado hizo llegar a la redacción de uno de los cuatro grandes diarios nacionales unos mensajes y unos pantallazos que contienen conversaciones de la entonces princesa de España. Presuntas bombas con el contador en marcha que, sin embargo, nunca han sido publicadas y que, de momento, se guardan en un cajón sin que ese diario parezca interesado en publicarlas. Un alto cargo del grupo editor de ese medio llegó a contar en las reuniones de una fundación en la que participan navarros ilustres la imposibilidad de publicar esos mensajes. Los responsables editoriales del periódico —tras un intenso debate con voces a favor y en contra—decidieron no dar un paso adelante con esa historia, por no tener, igualmente, la certeza absoluta de que lo que en ellos aparecía fuera relevante y veraz. Lo cual no quiere decir que esos mensajes no acaben viendo la luz en el futuro —en ese o en otro medio español—si algún elemento novedoso les otorga esas dos condiciones de relevancia y notoriedad. Esta historia, de la que faltan muchos cabos, la corroboran hasta seis fuentes distintas a los autores, cuatro de ellas ligadas directamente al diario que recibió los documentos y una procedente de un extrabajador de Zarzuela. El contenido de estos mensajes es el secreto mejor guardado y más peligroso en la corte de Felipe VI. Del Burgo, como se ha dicho, ha eludido responder a las preguntas formuladas acerca de su posible relación con esos documentos, mientras que el jefe de comunicación de Zarzuela, Jordi Gutiérrez, asegura desconocer la existencia de cualquier tipo de mensaje o amenaza subrepticia. Una respuesta que encaja en su perfil de hombre frontón, que devuelve todas las pelotas sin dejar fisuras para no contar lo que no quiere. En todo caso, esta historia de los mensajes se sitúa en la etapa anterior a su trabajo como responsable de comunicación de Felipe VI. Tampoco puede obviarse, a este respecto, que desde el entorno del propio Del Burgo aseguran que se trata de exageraciones de la prensa rosa o rumores malintencionados y afirman que en una ocasión se publicó que Jaime estaba con Letizia en una ciudad, pero en realidad estaba en otra, a muchos kilómetros de distancia, con Telma.

«Altibajos» de la relación
En los días previos a su proclamación, los nuevos reyes ofrecieron una imagen de unidad y de cariño con la conmemoración de sus diez años de casados, fecha redonda que la Casa había utilizado para lanzar previamente su canal de Twitter y difundir, urbi et orbi, las imágenes de dicha familiar junto a sus hijas, a la salida de su residencia. Desde finales de enero, como apuntan colaboradores de su círculo más estrecho, en Letizia se podía observar un cambio de actitud y de tono que rompía radicalmente con esos dos últimos años salpicados de «altibajos» en su matrimonio y de situaciones tensas, que en algunos casos saltaron a la palestra y en otros se convirtieron en comidilla de rumores en ese pequeño Madrid de los círculos influyentes. Como el día que decidió largarse de Palma de Mallorca y dejar a Felipe y a las niñas en Marivent, en lo que se interpretó como el primer gran gesto revelador de una crisis entre ambos. «Esa fue una época mala, desde abril hasta agosto de 2013 hubo una época mala entre ellos. Mala, pero en la que seguían perfectamente», explica una de las personas que trabajaba a su lado entonces. «No había una crisis, pero sí hubo un momento en el que no sé qué pasaba entre ellos, pero era una época rara». Lo que sucedió en Marivent es que Felipe y Letizia habían estipulado con la Casa un régimen estricto de visitas al palacio estival, que saltó por los aires cuando don Juan Carlos le requirió a su hijo que se quedara allí unos días más con las nietas. Felipe es incapaz de desobedecer a su padre y, además, estaba de acuerdo. Letizia, no. Y como aquel ambiente siempre le había resultado asfixiante, no hubo quien la persuadiera en sentido contrario. «La princesa dijo que ellos se habían comprometido a irse un día concreto y que se iban a ir ese día. Él dijo que no y entonces ella siguió lo previsto y se piró a Madrid», explican. Don Juan Carlos tenía programado ese viernes su tradicional despacho estival con el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy. Letizia no tenía por qué estar. «¿ Qué pasó? Que después del despacho, el rey le dijo a Rajoy que se quedase a comer y llamó al príncipe para que almorzase con ellos, y luego aparecieron las niñas y saludaron a Rajoy. Parece que ella no quiso estar, pero lo cierto es que nunca se planteó que estuviese. Además, la reina Sofía tampoco estuvo y ni se ha contado nunca ni pasó nada». Aquella estampida desencadenó los primeros relámpagos conocidos de tormenta dentro de la pareja. Llovía sobre mojado. Ese verano, Letizia había sido extremadamente parca en sus apariciones en Palma. Llegó a la isla tres días después que su marido, y se largó también tres días antes que él, sin ningún motivo que lo justificara. Dos de las periodistas habituales de la información de la Casa del Rey, Almudena Martínez-Fornés, de ABC, y María Ángeles Alcázar, de La Vanguardia, fueron testigos de su extraña desaparición y lo publicaron en sus respectivas cabeceras. Una vez más, en un arrebato, la princesa no había medido sus pasos ni las consecuencias de tan tajante decisión, que demostraba, por un lado, su hastío de Mallorca y de los Borbones y, por otro, su desinterés por algo que es sacrosanto en todas las monarquías: la correcta apariencia de puertas hacia fuera y la capacidad de teatralizar una imagen idílica y admirable, aun cuando, tras los muros de palacio, caigan chuzos de punta. Su escapada, puesta negro sobre blanco en las páginas de ambos periódicos, hizo que el tema alcanzara una nueva dimensión y temblasen los cimientos de la Casa del Príncipe. Sobre todo, por el eco que oreaba ABC, el periódico monárquico por excelencia. «Nos lo hizo pasar fatal ese verano», recuerda otra de las cronistas habituales de las salidas de Letizia. «Llegó tarde a Palma y, por supuesto, no bajó al Club Náutico. Hizo un posado con Felipe y con las hijas en la Granja Esporles, en el que, además, estaba gritona... Era una forma de gritarnos a todos, pero gritando a las niñas. Y, al día siguiente, ¿dónde está Letizia? No sabíamos si se había ido por la noche, a última hora, o en el primer avión de la mañana. El rey Juan Carlos solía comentar a sus íntimos que se había ido a sus cosas, haciendo referencia a sus pinchazos y a sus cirugías». ABC enfocó aquella historia con un titular (« Señales de crisis entre los príncipes de Asturias»), que Javier Ayuso, entonces responsable de prensa de palacio, tuvo que matizar horas después. El texto de la crónica firmada por Martínez-Fornés incidía en esas supuestas desavenencias: El príncipe de Asturias ha reanudado sus vacaciones tras un paréntesis de cuatro días y en medio de fuertes rumores de crisis matrimonial. Estos rumores empezaron antes del verano (…). La razón no sería el desafecto, pues aseguran que «sigue enamorado», sino el difícil encaje de su esposa en la institución. Nueve años después de su boda, doña Letizia sigue marcando un espacio propio fuera de la familia, continuación de su vida anterior, que en ocasiones choca con su actual condición. Además se muestra impermeable a consejos y sugerencias. Y añadía el empeño de Letizia de distinguir entre su faceta pública y la privada y en la creencia extendida de que «es una princesa de ocho a tres», cuestiones que habían motivado «numerosas críticas en un país en el que la familia real ha ejercido como tal las veinticuatro horas de los trescientos sesenta y cinco días del año (…). Quizá el verano sirva para reflexionar». Para ser ABC, el rapapolvo era bastante serio. Cuando se le pregunta, con el tiempo, por aquella crónica, Almudena se desmarca del titular de la información y asegura que ella en ningún momento aludía a la crisis de pareja, sino al comportamiento de Letizia dentro de la institución. «El problema no es de la relación de la pareja. El problema es de la conducta institucional de ella. No es porque la pareja no funcione o tenga problemas como matrimonio. El problema es que el príncipe estaba sufriendo por ese proceder de ella. Y eso es lo que había que aclarar. Problemas había, como en cualquier matrimonio, pero no era un problema de desenamoramiento».

El correctivo de Zarzuela
En su libro Felipe y Letizia, la conquista del trono, José Apezarena apunta directamente a la hipótesis de que Zarzuela impulsó aquella información para hacer llegar a Letizia un correctivo sobre su conducta indomable. Sea como fuere, la dimensión alcanzada fue tal que, como se ha dicho, Javier Ayuso tuvo que rebajar el tono de la crisis y sugerir una segunda pieza a modo de aclaración, que se publicaría dos días después en ABC. En unas declaraciones no atribuidas, que solo se pueden poner en su boca, la Casa matizaba: «No hay una crisis matrimonial, sino una crisis en la percepción pública del matrimonio motivada por la interpretación errónea de determinados hechos. Pero son dos cosas distintas». Y aludiendo al círculo más próximo al príncipe, el periódico le daba la vuelta a la situación haciendo de la necesidad virtud y poniendo en valor que don Felipe decidiera seguir sus vacaciones por su cuenta. «Es una prueba de que su relación matrimonial evoluciona con normalidad y no han hecho ningún esfuerzo por disimular que iban a estar unos días separados». Fuese intención de Zarzuela o no, lo cierto es que aquellas informaciones lograron que Letizia dedicase el resto del verano a reflexionar sobre su comportamiento y volviera a la senda de lo que se esperaba de ella. En septiembre de 2013, en Buenos Aires, en su siguiente aparición institucional junto a Felipe, en la defensa de la candidatura española para los Juegos Olímpicos de 2020, reapareció una nueva princesa, que estaba en las antípodas de la que había ido ese verano a Mallorca. Entonces, la actuación del príncipe ante el COI marcó un antes y un después en su larga carrera hacia el trono. Su perfecta dicción en inglés, su serenidad y su aplomo en la defensa de la candidatura de Madrid dispararon su popularidad y la percepción de que ya estaba preparado para asumir el relevo. La imagen que desprendía rozaba la perfección, el máximo de lo que se podía esperar de él en ese trayecto final hacia la corona. Pero la sombra permanente de las habladurías sobre la solidez de su compromiso con Letizia inquietaba dentro y fuera de palacio. Rumores que no surgían de la nada y estaban basados, con más o menos acierto, en situaciones de tensión vividas en la pareja y que, en ocasiones, se habían evidenciado delante de terceros, sin el menor disimulo. ¿Y qué puede ser más morboso que contar en determinados ambientes los rumores de la regia pareja? Una de estas anécdotas que dejó sin habla y muy incómodo a quien la presenció, un alto dirigente político madrileño, se produjo antes de un acto oficial celebrado en las instalaciones del Matadero de Madrid, en octubre de 2012. Los príncipes tenían que entrar en una sala que estaba rebosante, para participar en un acto de carácter cultural. En un determinado momento, el protocolo dispuso que esperasen unos minutos en una antesala. Felipe, para restar importancia a la demora, afirmó en voz alta que ellos allí eran «unos mandaos». Pero Letizia, que venía tirante de antemano, aprovechó la contestación de su marido para ridiculizarle delante de esta autoridad, a quien esos minutos encerrados con ellos se le atragantaron. «Se creerá gracioso y todo», cortó fríamente Letizia. Acto seguido, Felipe tenía que leer un discurso ante cientos de personas. Había tanta tensión entre ambos que el príncipe se trastabilló varias veces mientras leía su mensaje. Letizia, por su parte, sentada en primera fila, demostró su mayestático desdén hacia su esposo dedicándose todo el tiempo a intercambiar mensajes de móvil con terceras personas, sin atender en ningún momento a lo que decía el príncipe. La atmósfera entre ambos se podía cortar con una navaja suiza. Terminaron la mañana recorriendo las instalaciones que acababan de inaugurar, cada uno por su lado, sobre todo por voluntad de ella, y con Felipe preguntando cada dos por tres dónde estaba Letizia. El 28 de enero de 2014 el rey Juan Carlos acababa de comunicar a Rafael Spottorno el traspaso de la corona a su hijo. Por eso, en un proceso de extremada debilidad para la institución, el artículo publicado ese día por el periodista Raúl del Pozo, uno de los más veteranos de la tribu, se asemejaba a una granada de mano lanzada sobre un campo de minas. De vez en cuando, Del Pozo utiliza su atalaya en la contra de El Mundo para arrojar algunos proyectiles. Como cuando reveló detalles del caso Bárcenas y de la supuesta financiación ilegal del PP. Peccata minuta para lo que supusieron aquellas líneas sobre los príncipes, que ya apuntaban tímidamente hacia la pista de Jaime del Burgo al asegurar que «muchas de las intrigas vienen de Londres». El texto se titulaba «Avería de los príncipes» y Del Pozo se hacía eco de los percances más o menos habituales del avión del príncipe, que lo había dejado tirado en varias ocasiones, para adentrarse después en las procelosas aguas de la crisis de la pareja. Aseguraba que tres altas autoridades del Estado habían sido testigos en los últimos tiempos de
broncas entre don Felipe y doña Letizia. Y alertaba del peligro que para Letizia puede generar que su vida privada sea una «crónica electrónica». Otro juego de palabras que señala también en la dirección de estos correos electrónicos. Los cortesanos se alinean a diferentes apuestas y, como en los tiempos de la Leyenda Negra, muchas de las intrigas vienen de Londres, ciudad a la que visitan de tapadillo los miembros y miembras de la familia real. Los reyes, según Voltaire, se parecen a los matrimonios traicionados, nunca saben lo que ocurre; aquí en España, como en Francia, los cornudos de cualquier sangre —real o plebeya—son los últimos en enterarse. No sé si el rey, el presidente del Gobierno o el líder de la oposición conocen algunos de los mensajes con los que los comensales disparan las novelerías de los príncipes de Asturias. Desde hace unos meses, los secretos de alcoba, romances y escapadas son de dominio público (…). Asturiana, rebelde y ambiciosa, menospreciada por el rey y las infantas, se negó, e hizo bien, a continuar la historia masoquista de las reinas de España. Sigue siendo hermosa, es decir, peligrosa, pero debiera saber que su vida privada es una crónica electrónica y que su matrimonio puede tronar por los aires. El columnista no ha querido volver a saber nada de este tipo de historias, que generan, una vez impresas, más disgustos y quebraderos de cabeza que satisfacciones. Dos días después, el periódico que dirigía Pedro J. Ramírez llevaba a primera página la respuesta de palacio al terremoto generado por la columna. «Zarzuela dice que en el matrimonio del príncipe solo hay altibajos». La crónica, firmada por Ana Romero, fechada en el día del cuarenta y seis cumpleaños del príncipe de Asturias y, como se ha dicho, en medio del relevo en lo más alto de la Jefatura del Estado, se publicó el mismo día en el que el director de El Mundo fue cesado y relevado de su cargo tras veinticinco años a los mandos del rotativo. El príncipe, por cierto, aprovechó ese día de su cumpleaños para cenar con Letizia en DiverXo e intentar acallar cualquier rumor. Había charlado con el cocinero David Muñoz, tres estrellas Michelin, en la feria de turismo Fitur, y había logrado que le reservasen una mesa por encima de toda la lista de espera. Pero como apuntaba Raúl del Pozo, los cortesanos cerraron filas de inmediato en torno a los futuros reyes. ABC volvía a publicar la versión más edulcorada del matrimonio, recordando, una por una, todas las salidas de la pareja de los últimos meses y criticando que algunos medios solo estuvieran interesados en publicar las fotos en las que ambos hacían planes por separado. «Estos hechos coinciden con el interés de algunos sectores en alimentar la polémica sobre la supuesta crisis en la relación de los príncipes, cuando en estos momentos no hay indicios de alejamiento», escribía Martínez-Fornés. «Incluso se ha llegado a elevar a la categoría de declaración oficial un comentario privado de un portavoz de Zarzuela, que comentó que en el matrimonio de los príncipes, como en todas las parejas después de diez años, había había altibajos». En cambio, Ana Romero insiste en que el titular de su exclusiva no era un «comentario privado», sino una «declaración buscada y deseada por Zarzuela» para controlar los daños causados por la columna. «Aún estoy esperando el desmentido», ironiza en conversación con los autores.
 
Otro fragmento

¿Una crisis ya superada?

Los «altibajos» de la pareja podrían darse por superados, a juzgar por la armonía que ambos irradian en sus actos oficiales desde que son reyes y a pesar de que a los autores de este libro también les han contado supuestos desplantes de Letizia a Felipe en otros contextos, o comentarios negativos de ella hacia él en alguna de sus visitas al atelier de Felipe Varela. El juego de miradas cómplices o de gestos cariñosos que ambos suelen mostrar en público en sus primeros meses de reinado no invita a pensar otra cosa. Sea cual fuere su realidad de puertas adentro, que solo a ellos compete mientras no afecte a su actividad institucional, a buen seguro que su matrimonio ni es tan tormentoso como apuntan las explicaciones más disparatadas ni tan bueno como lo retratan las versiones más dulcificadas. Ni los despropósitos de un lado ni las verdades oficialistas del otro sector. «Ni se llevan tan bien ni se llevan tan mal», apunta otra experta de la crónica habitual de la Casa del Rey. «Tienen una muy buena relación de trabajo, por así decirlo, y luego una relación íntima y personal que es desconocida para el cien por cien de los mortales. Se diga lo que se diga, y aunque casi todo el mundo que habla de ellos diga que lo sabe a ciencia cierta». Quizá, en efecto, a los problemas de cualquier pareja se unió durante años la tremenda válvula de presión a modo de la picadora de carne, que, una vez conquistado el trono, ha aflojado su fuerza y ha permitido que se muestren más liberados y, por tanto, más dichosos. Sobre todo, después de diez años a la sombra del rey Juan Carlos, cuyas relaciones con Letizia siempre han sido más que mejorables. La reina ha perdido la frescura y la inocencia con la que el 1 de noviembre del año 2003 comparecía al lado de Felipe tras anunciarse el compromiso del príncipe de Asturias. Quizá pensaba entonces que estaba viviendo un cuento mágico de princesa de Disney, sin imaginar todavía lo que tenía por delante. Resistencias dentro y fuera de palacio, una crítica a todo lo que hace o dice, que en ocasiones ha superado lo soportable, la dificultad de adaptarse a un mundo tan completamente opuesto a su realidad profesional, la obligación de perder su voz y convertirse siempre en la consorte que no sobresale por delante de Felipe, cierta reprobación machista entre la corte, de hombres que trabajaban al lado de don Juan Carlos, y un carácter, el suyo, que se ha ido agriando a lo largo de toda esta metamorfosis de periodista en princesa y reina. «Él la cuida muchísimo. Los dos están casados con España y lo saben. Eso sí que es una relación a tres», explica una amiga de Letizia, que también ha sufrido en propias carnes lo que es estar expuesto a la crítica social por todo lo que uno hace y dice. «En España hay que ganarse el derecho a vivir día a día. A ella la hemos convertido en una mujer que podría acabar bordeando la locura. Hay muchas envidias y se ha sido muy duro. Ella no puede hacer nada más que callar y guardar silencio. Y eso, emocionalmente, lo vive en la más estricta intimidad, porque sabe que, de muchas personas, no puede esperar ese apoyo».
 
Tampoco puede obviarse, a este respecto, que desde el entorno del propio Del Burgo aseguran que se trata de exageraciones de la prensa rosa o rumores malintencionados y afirman que en una ocasión se publicó que Jaime estaba con Letizia en una ciudad, pero en realidad estaba en otra, a muchos kilómetros de distancia, con Telma


Por ésta frase, ya puede intuirse por donde van los tiros..... mas bien affaire que cosas relativas al VI
 
Este cachorro de la alta burguesía de Pamplona quería subir los peldaños de la escalera del éxito a toda prisa y aun a riesgo de no tener todavía un saber muy depurado en el mundo de los negocios. Amateurismo que luego pagaría con creces, como recuerdan aún en las Torres KIO de Caja Madrid.

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7 7 Es especialmente ilustrativo sobre las andanzas empresariales de Jaime del Burgo un reportaje publicado por Interviú en 2006 y titulado «Negocios de familia política». El periodista Joaquín Vidal explicaba las trayectorias de las empresas de pretensados industriales de hormigón creadas por Del Burgo en Corella (Navarra), en Meco (Madrid) y en Galicia. En la que constituyó en Madrid en 1999, Hormimeco, un 30 por ciento del capital lo puso la sociedad Capital Riesgo de la Comunidad de Madrid —gobernada por el PP—, con un 17,12 por ciento de las participaciones (1,5 millones de euros). Caja Madrid, por su parte, dirigida entonces por Miguel Blesa, y al frente de un sindicato de otros ocho bancos, concedió un crédito hipotecario a la empresa por valor de 18,7 millones de euros. En marzo de 2001, encabezando a otras entidades financieras, concedió otro crédito por valor de 9 millones de euros para refinanciar la deuda y dar líneas de venta y descuento. El reportaje destaca lo llamativo de que los ejecutivos de Caja Madrid, sentados en el consejo de administración de Hormimeco, dieran el crédito dos meses antes de que la empresa se declarase en suspensión de pagos. Del Burgo, por su parte, aseguraba en Interviú que el fracaso de Hormimeco se atribuía a que Caja Madrid «nos dejó en la estacada, sin financiación». Caja Madrid puso como requisito para intentar reflotar Hormimeco que Del Burgo abandonase su cargo de gestor, aunque este continuó como accionista mayoritario a través de su empresa Gadeinsa. En octubre de 2002, Del Brugo vendió la empresa a la constructora compostelana Puentes y Calzadas por un euro. El reportaje de Interviú sentenciaba: «La facilidad para lograr subvenciones y que estas empresas acaben en la quiebra son denominador común de al menos tres de estas iniciativas industriales, llevadas a cabo en territorios autonómicos “populares”: Navarra, Madrid y Galicia (antes de la derrota de Fraga)». La publicación del reportaje generó fricciones entre los príncipes y el editor del Grupo Zeta.

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Lo que pocos podían barruntar es que, procediendo de mundos tan opuestos y de orígenes tan distintos, terminaría cruzándose en la trayectoria de la futura princesa de Asturias hasta convertirse en uno de los testigos de su boda y en personaje habitual de la prensa del corazón tras sus extrañas idas y venidas con Telma y Letizia. A muchos les faltaban secuencias con las que ensamblar todo ese relato que conducía al hijo de Jaime Ignacio hasta un lugar tan destacado en el entorno de la real pareja. Pero, al parecer, y siempre según la versión que él ha contado a quienes, a su vez, nos la han hecho llegar, todo arranca con esa llamada a la redacción de TVE que dirigía entonces Alfredo Urdaci, que, por cierto, también es oriundo de Pamplona y buen amigo de este abogado. Ausente en la proclamación de Felipe VI Casado con Telma Ortiz desde el 11 de mayo de 2012, Jaime es el gran enigma de la corte actual de Felipe VI, de la que se ha caído estrepitosamente como Saulo de Tarso de su caballo, sin que nunca se hayan detallado muy bien las razones de ese ostracismo al que se les ha sometido a él y a su esposa en los últimos tiempos.
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es el vislumbre de que algo se ha hecho añicos de forma irremediable entre quienes eran leales amigos.
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El día de la proclamación, a los familiares directos de Letizia se les reservó en el Congreso una tribuna de invitados, situada entre el palco de prensa y el espacio guardado para los secretarios de Estado del gobierno de Rajoy. Su madre, sus dos abuelos, su padre y su segunda mujer, Ana Togores —vetada diez años atrás como invitada a la boda de La Almudena, pero que tiene ya el níhil óbstat de Letizia—, siguieron desde allí la ascensión al trono del nuevo rey de España con especial emoción. Sobre todo Chus Ortiz, que no podía dejar de fijarse en sus nietas y de emocionarse con su exquisita corrección. Los titulares se regodearon entonces en la gran ausencia de la infanta Cristina, ligada por amor y por decisión propia al porvenir de Iñaki Urdangarin, como único borrón de aquella imagen de felicidad completa que irradiaban los nuevos reyes. Obviando a su vez la otra mácula que arrastra la familia de Letizia con Telma y su marido, desahuciados de la corte y de ese tiempo nuevo que la institución estaba comenzando a escribir sobre su primera página en blanco. De Jaime no se supo nada. Ni se cursó invitación. A Telma, sin embargo, sí que se la vio después en el Palacio Real, junto al resto de los suyos. No siempre fue así. Hubo años en los que Del Burgo era el hombre de confianza para todo. El predilecto. El amigo que —según David Rocasolano—supervisaba las capitulaciones prematrimoniales de la boda con el príncipe y le sugería, como abogado, que tenían que tratarla mejor que a Lady Di. Versión que, sin embargo, otras fuentes consultadas por los autores y próximas al empresario niegan con absoluta rotundidad. Del Burgo fue también uno de los que estuvo al lado de Letizia en la clínica Ruber, tras el nacimiento de la princesa Leonor.
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Del Burgo fue también uno de los que estuvo al lado de Letizia en la clínica Ruber, tras el nacimiento de la princesa Leonor
Del Burgo fue también uno de los que estuvo al lado de Letizia en la clínica Ruber, tras el nacimiento de la princesa Leonor


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Y en otras ocasiones, su espléndido ático de la calle Serrano, frente a la embajada de los Estados Unidos y junto a la iglesia de San Francisco de Borja, fue el teatro de operaciones de algunas cenas de los príncipes con su séquito de amigos de alta cuna, y el lugar en el que Felipe y Letizia se encontraron con invitados ilustres de la prensa que Jaime Arturo introducía en el círculo, como Pedro J. Ramírez y su esposa, Ágatha Ruiz de la Prada. «Jaime es el hombre adecuado para discutir sobre capitulaciones matrimoniales, sobre cómo se debe tratar a Letizia o sobre cualquier otra cosa», escribe David Rocasolano en el libro sobre su prima en el que dedica una glosa a este empresario navarro.

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La señorita Ortiz, "una mujer de la calle", dice este plumilla.





TVE compró un vídeo de Letizia criticando la monarquía y lo escondió en un cajón

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Daniel Jabonero
@DanielGJabonero

20.10.2015 | 05:00
El hecho de que el príncipe Felipe se decidiese por una mujer de la calle para formar su propia familia no sólo preocupaba a Casa Real por cabezonería. El pasado de Letizia podía poner en entredicho a la Familia Real e iba a ser casi imposible ocultar todo el pasado de la futura reina de España. Sin embargo, TVE ayudó en esta hazaña.

Así lo cuentan los periodistas Daniel Forcada y Alberto Lardíes en el libro La Corte de Felipe VI: amigos, enemigos y validos. Las claves de una nueva era (La esfera de libros). Según describen en esta publicación, un estudiante mexicano llegó a Torrespaña cuando Alfredo Urdaci era director de Informativos de la pública. Aquel joven quería dinero a cambio de un vídeo que ponía en un brete a la novia del príncipe Felipe.

Durante la estancia de Letizia en Mexico como estudiante, la joven participó en un debate en clase donde daba argumentos a favor de la República y criticaba la monarquía española. Unas palabras de una veinteañera Letizia que hubiesen provocado una grave crisis dentro de Casa Real. La cinta llegó a manos de Urdaci y según argumentan algunas fuentes se llegó a pagar un millón de pesetas por aquellas imágenes.

En esa operación de blanqueo se escondió cualquier borrón de su pasado. Y así se hizo, por ejemplo, con una cinta de vídeo VHS que un estudiante mexicano, enviado por un catedrático de la Universidad de Guadalajara, hizo llegar al despacho de Alfredo Urdaci. Los meses que Letizia pasó al otro lado del océano, en 1996, al terminar sus estudios de periodismo, son uno de los capítulos más desconocidos de su vida. “Le llamaba la atención todo lo relacionado con Chiapas y el subcomandante Marcos. Tenía ganas de entrevistarlo, porque para ella era toda una personalidad”, contó en su día Olimpia Nájera, en casa de cuya madre vivió Letizia durante cuatro meses nada más llegar a Guadalajara. “Recuerdo que una vez fuimos a un bar y llegó el mesero a prenderle un cigarro y gritó: “Tía, pero cómo me van a prender un cigarro; no estoy inválida”.

Urdaci habló con Zarzuela y pidió instrucciones y, finalmente, Televisión Española acabó comprando el vídeo para hacerlo desaparecer.

Un día, en los meses previos a la boda, llegó el estudiante mexicano a Torrespaña diciendo que quería hablar con Urdaci. En la cinta de VHS aparecía Letizia, en un debate celebrado en clase, hablando a favor de la república y criticando la monarquía española. En resumen, los mexicanos querían dinero. Urdaci habló con Zarzuela y pidió instrucciones y, finalmente, Televisión Española acabó comprando el vídeo para hacerlo desaparecer. “A mí me hablaron de un millón de pesetas, pero la cantidad no la sé exactamente”, explica uno de los conocedores de aquel episodio.

Los celos de Ana Blanco

“La reina del Telediario”. Así se refieren a una Ana Blanco a la que no le sentó muy bien que Letizia escalase tan rápidamente en TVE. En el año 2000 y la pública buscaba nuevos rostros para sus informativos y por el camino se coló el nombre de Letizia Ortiz, que por aquel entonces era uno de los nombres más punteros de CNN Plus.


Le propusieron el mismo sueldo que cobraba en CNN Plus —unos 6 millones de pesetas (36.000 euros)—, pero, a cambio, entraba en la lanzadera de la tele pública para hacerse cargo del peor turno, el del Telediario matinal. Su apuesta fue un éxito, como era de esperar. Y ese mismo verano ya hizo la sustitución de agosto en Informe semanal. Con su buen hacer profesional y con su encanto personal, Letizia se ganó muy rápidamente el favor de los jefes, que la fueron impulsando en sucesivos ascensos que despertaron algunos celos.


Pero el ascenso de Letizia Ortiz no sentó muy bien entre algunos de sus compañeros. Así surgió una gran enemistad entre la futura reina de España y la presentadora Ana Blanco. A Ortiz se le propuso estar al frente de los especiales sobre la guerra de Irak, se desplazó a sucesos como el del Prestige y cubrió el 11S. “Tenía una gran ambición profesional”, asegura Urdaci en los interiores del libro. “Estaba disponible para las coberturas más difíciles y que exigían tiempo, trabajo y sacrificios personales”.

Letizia se ganó a pulso, sin el apadrinamiento de nadie, su propia carrera en Televisión Española. Quienes decidieron que acompañase a Alfredo Urdaci al frente del Telediario de la noche no tenían ningún conocimiento de su incipiente relación con el príncipe cuando le encargaron ese cometido. Todo lo que se diga en sentido contrario es simplemente falso, y fruto de la envidia y del rencor, tan habituales entre periodistas.

"Valía para cualquier cosa. Decidimos los presentadores de la siguiente temporada, más o menos, en mayo o junio de ese año. La idea era que Urdaci dejase de presentar porque se estaba quemando y exponiendo mucho. Lo que se plantea es que a partir de septiembre, él presentase el Telediario con Letizia y que estuvieran juntos hasta diciembre. Solo tres meses. Para que el público se acostumbrara a la cara de Letizia. Y en enero, Alfredo la dejaría sola. Esa era la idea. Primero en pareja tres meses y luego Alfredo se retiraría de pantalla para centrarse en la dirección de informativos. Sobre todo, en ese año 2004, que iba a ser complicado porque era año electoral". El anuncio precipitado del compromiso se llevaría por delante todos estos planes.

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La promoción lograda por Letizia a pocos meses de su entrada en la televisión pública hizo que Ana Blanco se desesperase y llegase a hablar de forma despectiva de su compañera delante del resto de compañeros y jefes en una de las reuniones del Telediario. Al ver que Ortiz sólo hacía su trabajo y tras escuchar tanta queja, Blanco se llevó una reprimenda. Y es que Ortiz era el ojito derechos de los jefes de informativos por aquella época.


Un día, de hecho, hubo que llamar la atención en público a Ana Blanco, por hacer un comentario despectivo de Letizia en mitad de una reunión de editores y jefes de sección del Telediario. Había comenzado la guerra de Irak y TVE había decidido, temporalmente, suspender el programa del corazón previo al informativo, para programar un especial diario dedicado solo a la guerra. Lo presentaba Letizia, que por primera vez aparecía en pantalla antes que Ana. "Y eso levantó ampollas", recuerdan. "Si hubiera estado Letizia delante, Ana no se hubiera atrevido a hacer ese comentario. Letizia se defendía por sí sola perfectamente. Al acabar la reunión se le dijo a Ana que no podía hacer un comentario de ese calibre sobre Letizia. Que se había decidido que esto fuese así y punto final. Pero estaba muy celosa. Muchísimo", explica uno de los responsables del telediario en aquella época.

http://www.bluper.es/node/5854
 
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